¡Gwine corre toda la noche!
¡Gwine corre todo el día!
Todo el mundo apuesta por él en la bahía,
Yo apostaré mi dinero a la cola del caballo.
Cuando acabó la vieja canción, Jill Conway mantuvo los dedos volando sobre su guitarra y empezó a silbar. Los rasgueos, notas, acordes, volaban hacia las estrellas, entraban en los oídos y danzaban en los nervios hasta que todo el cuerpo parecía entonar con ellos. Aquellos eran divertidos fantasmas que se levantaran, y sin embargo eran fantasmas.
Mientras tanto su mirada vagabundeaba. En esta cálida noche ella había enrollado el techo móvil del porche de su casa. Ella y Yuri Dejerine estaban sentados bajo el cielo. Primavera no tenía necesidad de iluminar las calles. Un alto seto rodeando los jardines hacía de pantalla para las ventanas de los vecinos, que no estaban cerradas; no había nada allí excepto una pequeña lámpara sobre una mesa en donde también permanecía la botella de coñac que él había llevado para después de la cena que ella había estado preparando. Sobre las masas parduscas de los árboles, las estrellas marchaban en ejércitos brillantes. Caelestia brillaba entre ellas. Pero sus ojos vieron pasar a Ea, hacia las Alas. En esa constelación estaba la Tierra, que había creado las palabras y la música que ofrecía a su invitado…, había creado la raza entera, aunque escasamente un átomo suyo podía estar ella…
Alas, pensó. ¿Es parte de una idea diferente para Yuri? Nosotros usamos las cartas estelares de Beronnen, pero a una distancia de mil años luz, él puede reconocer a muy pocas de las estrellas de los hombres, quizás extrañamente cambiadas, ¿Cuáles serán?
Años-luz, Luz… Esto se reflejaba en la hierba, destellaba en donde se unía con la insignia del hombre o con su cinta en el pelo. Quizás su cabello brillaba un poco para él. Ella dejó de silbar.
—Nom d’un nom! —exclamó Dejerine—. ¡Nunca había oído nada como eso! ¿De dónde es?
—De América, creo. —Jill dejó su guitarra en el suelo, se acomodó en su silla cruzando sus largas piernas y levantó su copa para tomar un sorbo. Aquel brandy de la Tierra era fuerte. Quería ir despacio. Bueno, no demasiado. Moderación en todas las cosas, incluyendo la moderación.
Recordó que le había dicho aquello a Ian Sparling, y también lo que él le contestó:
—Querida, con tu idea de la moderación, podría considerarse moderado hasta Alejandro el Grande. Después se preguntó: ¿Está Ian realmente enamorado de mí? Desearía estar segura, me ayudaría a decidir lo que tengo que hacer, fuera lo que fuese. Dirigiéndose a Dejerine, dijo sonriendo:
—Es extraño, que hayas venido tan lejos para escuchar una canción de tu planeta natal. Pero quizás allí ya la hayan olvidado. Me atrevería a decir que aquí preservamos todo tipo de arcaísmos. ¿Somos los únicos?
Dejerine sacudió su cabeza.
—No, no, Jill. —Se habían comenzado a tutear en el transcurso de la cena, con una familiaridad que se probó sincera. Ella estaba complacida, con aquella prueba de su habilidad—. Quiero decir tu increíble… ¿código? Si estoy en lo cierto, no es de origen humano, ¿no?
—Sí y no —replicó ella—. Pasé un par de estaciones trabajando en el campo, en las Montañas Cabeza de Trueno. Los habitantes de la zona se comunican mediante silbidos, y han desarrollado una música basada en ellos. La aprendí y la adapté a lo que pude. Que no es demasiado. Los ishtarianos son mejores que nosotros en la producción de sonidos. Su música, como su danza, es demasiado sofisticada para nosotros.
—Es notable lo que has conseguido hacer.
—Sí, lo he convertido en un pequeño arte de mi propiedad. Deberías oír algunos otros números, francamente obscenos.
Dejerine rió y se inclinó hacia ella. Ella confió en que no interpretara su frase como una provocación. Para cambiar de tema dijo:
—A propósito de creaciones culturales peculiares, esa expresión que has usado, «Nom d'un nom». Dejando de lado mi pronunciación. ¿Verdad que quiere decir «nombre de un nombre»?
El asintió, relajado. Cogió su cigarrillo del cenicero que había sobre la mesa y aspiró una bocanada. Reconozco que dio en el clavo, pensó ella. Quizás no conscientemente. Es sensitivo.
—Una frase francesa —dijo él—. Nunca he analizado su lógica.
—Oh, pero yo lo estoy haciendo. ¿Cuál es el nombre de un nombre? Por ejemplo, mi nombre es Jill. Pero el nombre de mi nombre… Sí, creo que mi nombre se llama Susan. Y el tuyo… mmm… ¿Fred? ¡Creo que acabamos de iniciar una nueva ciencia!
Rieron juntos. Entonces cayó el silencio, y pudieron oír a un pájaro nocturno.
—¡Qué noche más fantástica! —murmuró ella—. Disfrútala. No tendremos muchas más como esta en nuestras vidas.
—Totalmente fantástica —dijo él—, aunque creo que se debe principalmente a ti.
Ella le miró fijamente.
—Estoy agradecido por tu invitación, por todas tus amabilidades. Ha sido y es un duro trabajo adaptarse a esto. Y todos son suspicaces con nosotros, si no declaradamente hostiles.
—Supongo que no me incluyes a mí. Llevas el mismo uniforme que mi hermano. Tú no has iniciado esta guerra, y haces tu trabajo de la manera más humana posible.
—Sabes que estoy de acuerdo con esta guerra. No por la conquista o la gloria… ad i chawrti, ¡no!, sino como el menor entre dos males. Si mantenemos el equilibrio de poder hoy, no tendremos que luchar a mayor escala en diez o veinte años.
—Me has hablado de eso antes. Yo… Yuri, me gustas como persona, pero eres demasiado inteligente para no darte cuenta de que estoy tratando de influenciarte, de conseguir tu ayuda para el pueblo de Ishtar. Hablas de sacrificios para evitar males mayores. Bien, ¿qué valor tienen millones de vidas pensantes? Todo un conjunto de sociedades, artes, filosofías, todo lo que nosotros podemos aprender y hacer, de una raza que posiblemente nos ha superado en evolución.
La mano de él se cerró en el brazo de su sillón.
—Simpatizo con el hecho de que tengas amigos aquí que sufrirán si vuestros programas se detienen, pero como principio abstracto… Jill, perdóname, pero te pregunto esto para que te contestes a ti misma: ¿Cuánto avance científico vale la vida de tu hermano?
—¡Ese no es el asunto! Tu maldita base…
Ella se interrumpió y él aprovechó la interrupción para continuar:
—La base es un detalle, importante aquí, pero sólo un detalle. Sin embargo, la guerra continuaría, tomando los recursos y el transporte que necesitáis para la mayoría de vuestros proyectos. Acéptalo para ayudar a los humanos, que pueden ser heridos tan gravemente como los ishtarianos.
—Bien, no lo sé. —Pasó por detrás de él, a la oscuridad—. ¿Estamos obligados a combatir a los eleutherianos? ¿Necesitaríamos ese «equilibrio de poder», que tú dices que es nuestra razón real si no hubiésemos primero animado y después asegurado los territorios que robaron? No lo sé. Sólo sé que aquí tenemos una oportunidad… puramente desde un punto de vista práctico estamos desperdiciando una oportunidad de conocimiento que podría cambiarnos como, en, la biología molecular.
—Mmm… No estoy seguro. Estoy de acuerdo en que los ishtarianos tienen cosas únicas en el plano sociológico. ¿Hasta qué punto pueden ser relevantes sus experiencias para nosotros?
—No te lo puedo decir hasta que lo hayamos intentado. Pero estoy hablando solamente de biología. ¿Te imaginas que estar aquí es igual que vivir en un mundo donde la gente contrae el cáncer? ¿Y qué hay de todas esas locuras que difundimos después de entender nuestra química celular? Nuestra química. Desde entonces, hemos empezado, meramente empezado, a conseguir un conocimiento profundo de la vida extraterrestre. Apostaré a que esto traerá una revolución, similar a la de Einstein, de la biología terrestre. Y uno de los casos más claros está aquí, en Ishtar. Quizás sea el único en el universo.
—Tú… Tus investigaciones no tienen por qué estar afectadas por la guerra, Jill.
—Dudo que mis investigaciones, historia natural y en las partes del planeta más similares a la Tierra, no se vean afectadas. Para estudiar la Vida T necesitamos un acceso seguro, organizado y a gran escala a Valennen. Ahora la Asociación está a punto de perder Valennen. Mi honorable tío Larreka ha estado encargado del mando allí. El ha venido a pedir ayuda para mantener un destacamento… —Le miró de frente—. ¿Qué le parece, Capitán Dejerine? Una posible reconstrucción de todas nuestras ideas acerca de cómo la vida se puede desarrollar, la posible inmortalidad del hombre, o como quieras llamarlo… Todo en manos de un destruido destacamento de viejos legionarios.
—No logro seguirte lo suficiente —dijo él con suavidad—. Me agradaría volver a oír tus explicaciones.
La sorpresa la hizo sobresaltarse. En todos sus encuentros anteriores él se había mostrado como alguien que había hecho bien sus tareas escolares. Sus preguntas estaban basadas en una amplia información y necesitaban respuestas menos elaboradas de las que ella le había dado al principio. ¿Por qué esta ignorancia repentina?
¿Un engaño para que vuelva a ser entusiasta y divertida? Y si es así, ¿con qué propósito? Debe conocer a las mujeres de la misma manera que conoce las órbitas. O, de todas formas, mejor que cualquier hombre; lo he notado en cada encuentro. Y por supuesto, mejor de lo que yo conozco a los hombres.
En la noche cálida y fragante de estrellas oscuras, él estaba sentado con despreocupación, el vaso en su experimentada mano derecha, el cigarrillo en la izquierda, cordial pero con un toque misterioso. Y, ¡por Darwin que era atractivo! Su corazón latió.
No, no me estoy enamorando. No, insisto, no. Aunque la objetividad científica me obliga a decir que no me sería difícil. Tener un asunto, al menos. Lo cual podría o no podría conducir a la permanencia. No es algo traído por los pelos. ¿Qué clase de esposa de navegante podría hacer yo, o qué habitante de Primavera él? Un asunto…
Sus pocos hombres volvieron de nuevo a su mente. No los primeros novios; ellos y ella eran meramente parte de un grupo que se autodenominaba Buzos Cartesianos, estaban considerados como salvajes en su reprimida comunidad, pero lo único que hacían era conducir a altas velocidades, intentar ejercicios peligrosos a escondidas, bebían menos de lo que cantaban ruidosas canciones, y cantaban menos estas canciones que baladas. Mirando atrás se dio cuenta de que aquellos Buzos habían sido unos renacuajos asustados de ella y quizás ella también estaba asustada. Probablemente esto la había preparado para lanzarse a Kimura Senzo. Tenía diecisiete años, dieciocho terrestres, y los dos años que él estuvo allí, con su beca de investigación, había sido una totalmente terrible, hermosa, infernal, celestial, feliz, furtiva, desvergonzada, angustiada, rabiosa temporada que ellos hurtaron al derecho divino. Esto no hubiera sido lo que fue si él no hubiera sido la clase de persona que era. Al final ella le hizo renunciar e insistió en que regresara a su casa, a su esposa y a su pequeña hija, demasiado tiempo privada de su padre. Las tres aventuras que había tenido desde entonces habían sido sólo eso, diversión, amistad, alivio del cuerpo por un rato, pero no demasiado largo, ya que Primavera era juiciosa y ella no quería encontrarse fuera, ni ser objeto de antagonismos.
Ian… Bien, nunca he estado segura y, además, pobre Rhoda…
Jillian Eva Conway, se dijo con la voz de Larreka, ¡mantén tu cola baja! Este hombre es un enemigo, ¿recuerdas? Un agradable compañero, probablemente, pero el objeto del juego es que trates de influir en su mente.
—¿Perdón? —preguntó Dejerine.
—Nada. Un pensamiento extraño. Censurado.
El le dirigió una mirada interrogante.
—Si no quieres hablar de ciencia, no pienso hacerlo sobre mi magnificencia personal. Sin embargo, me gustaría saber realmente lo que es la vida T.
—Oh, sí —se relajó y tomó un sorbo de coñac, que se deslizó ardientemente entre el paladar y la lengua—. Es una abreviatura de vida descendiente de Tammuz, como se distingue de lo que llamamos vida orto-ishtariana. Debes conocer, sé que lo conoces, pero lo repetiré para usar los términos adecuados, que Anu tiene un planeta que es, o fue, terrestroide, y que hace mil millones de años había desarrollado especies inteligentes. Cuando su sol empezó a hincharse, imaginamos que debieron intentar establecer una colonia en Ishtar.
Dejerine levantó sus cejas.
—¿Imagináis? Mis fuentes dan eso como cierto.
—Es una teoría. Después de mil millones de años, ¿qué evidencia física resta? Te prestaré algunos reportajes que los arqueólogos han hecho sobre Tammuz. Una lectura fascinante, aunque ocasionalmente pesada. En nuestro estilo de pensar, es razonable suponer que los tammuzianos desarrollaron una capacidad de transporte interplanetaria e intentaron colonizar Ishtar. No todos, eso sin duda es imposible, y Dios sabe la épica del sufrimiento que el mundo madre vivió mientras su sol lentamente los lanzaba a la muerte. Suponemos que tuvieron esperanzas de salvar a algunos, que lograran un renacimiento de la raza.
—Déjame ver si mis conocimientos son correctos —dijo Dejerine—. Ya que Ishtar había desarrollado un tipo de vida bioquímicamente incompatible, esterilizaron una gran isla y la adaptaron a su tipo de vida. El esfuerzo era demasiado grande, o quizás el margen de supervivencia era demasiado pequeño. En cualquier caso, los colonos murieron, y también las plantas y animales que habían introducido. Las formas microscópicas se adaptaron, establecieron una ecología, y con el tiempo evolucionaron en nuevas especies multicelulares. ¿No es así?
—Sí, esa es la teoría más popular. Esta es ciertamente la que se sustenta en Ishtar, que, con la adición de un poco de fantasía, ha dado lugar a incontables malas poesías, canciones, obras de ciencia ficción para el teatro amateur… Pero es una hipótesis. Quizá las esporas tamuzzianas fueron traídas aquí por meteoritos. Quizá las lanzaron ellos con algún propósito, por alguna razón extraña. Puede simplemente que expediciones de exploración dejaran pequeños pedazos de una vida que arraigó. Después de todo, un bicho tammuziano no sería comestible para la microfauna local. O puede que iniciaran su colonia, y entonces descubrieran cómo usar el Principio de Mach, nosotros lo descubrimos mucho antes de tener la posibilidad de organizar las rutas interplanetarias, y toda su raza saltara a la galaxia. Puede que estén en algún sitio, mil millones de años más adelantados que nosotros.
Levantó su rostro hacia las estrellas, y susurró:
—¿Ves? Ni siquiera los arqueólogos tienen que estar necesariamente inclinados sobre un montón de huesos.
Creyó que el hombre del espacio sentía un poco lo mismo que ella.
—Una gran idea. Demasiado grande para nosotros.
Volvió a asumir su tono de exposición de hechos:
—Muchas teorías, sí. Los datos que intentan reunir son escasos. En primer lugar, sobre este planeta Ishtar, cuya bioquímica es bastante parecida a la terrestre, surge la vida T. Y también aparecen proteínas disueltas en el agua, etc., pero es demasiado extraña para haberse desarrollado aquí, ya que está en minoría. Usa aminoácidos dextro, azúcares levo, cuando nosotros y los ishtarianos consumimos lo exactamente opuesto, para nombrar sólo un par de diferencias, y no digamos nada de las que todavía no hemos identificado.
»Segundo, el planeta Tammuz está muerto, pero los restos fósiles y pistas similares nos muestran que una vez mantuvo vida T.
»Tercero, en Ishtar, la vida T está confinada en Valennen. En tres de sus cuartas partes más al norte, para ser exactos. Se extiende al resto del continente y a las islas cercanas, pero allí tiene que compartir el terreno con la orto-vida, que es la que domina. Esto sugiere que Valennen del Norte fue el lugar original, una gran isla que después colisionó con otra para formar la masa continental que conocemos. Antes, estaba aislada, dando a la vida T un santuario para el desarrollo. De aquí la noción de que hace tiempo, podría haber sido esterilizada y colonizada. Pero no existe ninguna prueba sólida. Ese es un territorio desconocido.»
Tomó un nuevo sorbo, sintiendo el calor en su estómago y en su corazón.
—¿Desconocido, después de que los hombres llevan cien años en Ishtar? —se preguntó él. Pero antes de que ella pudiera replicarle, prosiguió—. Ya veo. Búsquedas orbitales, sobrevuelos, aterrizajes casi al azar, muestras, especimenes sí. Pero nada más. Tenéis todavía mucho que hacer.
—Esa es la verdad —asintió Jill—. Nadie carece de proyectos para las secciones orto. Ni ahora, ni en las décadas venideras.
»Pero hemos estado acumulando algunos datos, en la interzona de Valennen del Sur. Hemos empezado a aprender algo sobre la vida T. Y si la Asociación puede ser salvada, tendremos la base de apoyo para investigar seriamente en el norte. ¿No hace esto valioso a Ishtar a los ojos de la Tierra? Oh, sí, conozco planetas que tienen analogías de la vida T. Pero no tienen nada más. Nada que podamos comer, ninguna oportunidad para iniciar la agricultura. Ninguna civilización de seres inteligentes ansiosa por ayudar. Y, sea donde sea, todo el que quiera estudiar nuestra imagen especular bioquímica en acción, tiene que hacerlo al final de una larga, fina y cara línea de abastecimientos. Aquí es cuestión de un pequeño salto aéreo.
»Y sólo existe esta única interzona.»
—Interzona —dijo Dejerine—. Creo que quieres decir en donde la vida T y la orto-vida conviven.
—¿Qué otra podría ser? De algún modo, cubre todo el planeta. Los teroides incorporan unos cuantos microbios-T a sus simbiosis, y sólo por eso ya vale la pena investigar más a fondo. Pero únicamente en Valennen del Sur existe interacción entre meazoos, o plantas superiores, o cosas diferentes que todavía no sabemos muy bien qué son.
Dejerine parpadeó, riendo:
—Tú ganas.
—Dos ecologías distintas, ninguna capaz de dominar a la otra. La madera de fénix es valiosa por algo más que su dureza. Una vez fuera de la interzona, no se pudre de ninguna forma. Ha habido intentos de cultivarla en otros lugares, pero no han tenido éxito. Lo mismo para unas cuantas especies-T, más orto-especies y minerales… razones de peso para querer que la Asociación esté presente en Valennen.
»Pero por otra parte hay una interacción muy limitada. Las plantas roban a las otras plantas con las que rivalizan el suelo y la luz del sol, y por tanto restringen también el ámbito de los animales. Posiblemente las lías sean la principal barrera contra la expansión de la vida-T. Animales… no hay nutrición mutua, ya que nunca se molestan mutuamente.
—¿Nunca?
—Casi nunca. Realmente, la interacción es cooperativa, pero escasa. E involuntaria. Mmm… Te voy a poner un ejemplo, con nombres terrestres.
»Mira al feroz tigre. Mira al juicioso antílope. ¿Va a saltar el tigre sobre el antílope? No, el tigre no va a saltar sobre el antílope. El tigre no cree que el antílope sea bueno para comer. Pero mira al tigre observar al antílope. El tigre sabe que el antílope tiene buenos ojos y un buen olfato. Mira al antílope otear. Mira al antílope oler. Mira al antílope galopar. Mira al tigre seguirlo. El antílope localiza una manada de ciervos. El tigre puede comer ciervos. El antílope es un alcahuete. Mira al leopardo. Los leopardos comen carne de antílope. Mira al tigre ahuyentar al leopardo. El tigre es un matón. Muchacho, esto se denomina cooperación.»
Jill se bebió el resto de su brandy. Dejerine se movió para llenarle de nuevo la copa.
—Después de esta conferencia creo que merezco una buena cerveza. O… un trago de este brebaje. Gracias.
—Ciertamente haces que el asunto esté vivo.
—Bueno, tu turno. Cuéntame algo de los lugares donde has estado.
—Si vuelves a cantar después.
—Encontremos canciones que sepamos ambos. Mientras, comienza con los viejos recuerdos.
Miró de nuevo a las estrellas. Caelestia había salido ya del campo visual. Y las estrellas brillaban más intensamente. Murmuró para sí misma:
—Demasiadas maravillas. Maldición, no tengo tiempo para morir.
—¿Por qué no has visitado nunca la Tierra?
—No lo sé. Parece como si todas las cosas interesantes estuvieran allí, y sí, me doy cuenta de que hay extravagancias naturales como el Gran Cañón, pero Ishtar también las tiene. Principalmente, las cosas que ofrecen interés en la Tierra, están hechas por el hombre; y nuestros bancos de datos tienen millones de fotos y registros de ellas.
—El mejor holograma no tiene comparación con la realidad, Jill. No es la totalidad de, eh, la Catedral de Chartres… que además de la belleza incluye el hecho de que incontables peregrinos, durante siglos, han caminado y se han arrodillado y han dormido sobre las mismas piedras que se encuentran bajo tus pies… Y puedes divertirte en la Tierra, ya lo sabes. Una persona viva como tú…
Un zumbido llegó a través de la puerta abierta. Jill se levantó.
—Perdona, el teléfono.
¿Quién podía llamar a aquellas horas? ¿Quizás un oficial de que lo necesitaba para algo?
El brillante panel que ella encendió parecía oscuro y tosco después del majestuoso panorama de fuera. La habitación brotó ante ella, confortablemente familiar, ligeramente descuidada, su simplicidad desafiada por el tapizado escarlata sobre el cual ella había pintado dorados remolinos en la explosión de color que suponía el representar en todo su esplendor, una planta-pluma del Gran Iren. Otros recuerdos, que incluían herramientas y armas nativas, colgaban de las paredes entre las fotografías, los paisajes y retratos que ella había hecho con cámara o con lápiz. Pinturas, sin colgar, estaban apoyadas o apiladas, ya que no tenían la suficiente calidad para situarse junto a las otras. No obstante a Jill le habían gustado lo suficiente como para copiarlas.
El teléfono zumbó de nuevo.
—Ya te atiendo —murmuró, sentándose ante él y presionando la tecla de aceptación de llamada.
La cabeza de Ian Sparling apareció en la pantalla. Estaba macilento. Las arrugas surcaban su largo rostro. Los ojos verde-azules saliendo fuera de las órbitas. Sus quizá cortos cabellos estaban totalmente desgreñados y no se había afeitado en dos o tres días. El pulso de Jill se aceleró.
—Hola —dijo ella sin pensarlo—. Pareces una compota de manzanas estropeada. ¿Qué es lo que va mal?
—Pensé que deberías saberlo, siendo tan amiga de Larreka como eres.
Ella se agarró al borde de la mesa y se inclinó.
—Está bien. Pero, estoy llamando desde Sehala. Hemos estado argumentando, suplicando, intentando sobornar durante estos ocho días. Y nada. La asamblea ha votado por el abandono de Valennen. No pudimos convencerlos de que el peligro allí es tan terrible como dice Larreka —continuó—. Yo no puedo hacer mías sus palabras. Yo no puedo alegar experiencias. Y el comandante de la Tamburu manifestó que la Asociación podía absorber la pérdida y sobrevivir. Y el jefe de Kalain estuvo de acuerdo. Larreka no cree que ninguna legión vaya a ayudar a su Zera. La causa parece totalmente perdida.
—¡Idiotas! ¿No podrían los legionarios investigar por sí mismos?
—No es tan fácil, especialmente cuando son tan reclamados en otras partes. Supongo que podría intentar llevar a algunos personajes clave en vuelo para permitirles echar un vistazo general. Si puedo conseguir el vehículo. Lo que te concierne es Larreka. Se lo ha tomado bastante mal. Podrías… animarle, consolarle, cualquier cosa. Piensa que para él no existe en el mundo nada tan importante como tú.
Sus ojos se posaron en ella como indicándole que no era Larreka el único que sentía así.
Las lágrimas afloraron. Tuvo que esperar un momento antes de que Jill pudiera preguntar:
—¿Qué es lo que piensa hacer?
—Dirigirse allí. Ya ha partido. Puedes alcanzarle en el Rancho Yakulen, creo. Se detendrá para recoger su equipo y decir adiós.
—P-puedo ir a su encuentro.
—Si nuestro querido gobernador naval te proporciona un avión del tamaño adecuado. Pregúntale. Eso te ayudaría. Larreka no sólo va a hacerse cargo del mando, ya que dice que el nuevo vicecomandante es súper precavido, sino que va a persuadir a sus tropas para que se queden allí.
Jill asintió. Una legión elegía a su jefe por mayoría mínima de tres cuartos de los votos de sus oficiales y podían deponerlo de la misma manera.
—Ian. ¿Es necesario? ¿Tiene que permanecer allí? ¿No estará sacrificando a sus hombres para nada?
—El dice que es un riesgo que debe correr. Mantendrá la posibilidad de evacuar a los supervivientes, si las cosas se ponen peor. Pero espera hacer algo más que hostigar a los bárbaros. Espera poderlos llevar a combates en los que muestren su auténtica fuerza, sus intenciones reales, antes de que sea demasiado tarde. Esto le permitirá conseguir refuerzos. A mí me parece difícil, pero… Bien, ahora ya lo sabes, y tengo que informar a God.
—¿Me has llamado a mí primero? Gracias, gracias.
El sonrió.
—Te lo merecías. Volveré a casa dentro de dos o tres días, después de atar unos cuantos cabos sueltos aquí. Ven a vernos. Mientras, daryesh tauli, Jill.
Aquella frase podía significar tanto un saludó como una despedida amorosa.
—Buenas noches. —La pantalla se oscureció.
Ella permaneció sentada en la oscuridad. Querido Ian. ¿Sospechaba cómo le admiraba, él que había recorrido medio planeta preparándose para presentarle batalla a Gigante Rojo? Algunas veces ella se preguntaba cómo podían haber sido las cosas si hubiera nacido veinte años antes, en la Tierra.
¡Maldición! ¿Por qué estoy esquilando si no tengo ovejas? Tengo un trabajo que hacer. Excepto que no sé cómo.
Volvió a salir. Dejerine estaba de pie, mirando a las estrellas.
—¿Malas noticias, Jill?
Ella asintió. Sus puños estaban crispados. El se aproximó y los tomó entre sus manos. Su mirada captó la de ella.
—¿Puedo hacer algo por ti?
—¡Naturalmente que puedes! —La esperanza renació. Procuró controlarse y le explicó en pocas palabras la situación.
El expresivo rostro de él adoptó una expresión dura. Soltando las manos de Jill, retrocedió un poco.
—Una lástima, supongo —dijo en tono apesadumbrado—. Naturalmente, lamento tu disgusto. Pero no estoy cualificado para juzgar la decisión militar. Y las órdenes que he recibido son muy claras. Me prohíben intervenir en asuntos nativos, aparte de nuestra propia defensa en caso de que fuera necesario.
—Puedes apelar. Explicar…
No la había interrumpido, hasta aquel momento.
—Sería inútil. Por tanto perdería el tiempo, y haría que lo perdieran mis superiores.
—Bien… de acuerdo. Hablemos de lo otro. Larreka necesita transporte rápido. He oído que tienes voladores especiales, dados por la Federación, lo suficientemente grandes como para llevar a un ishtariano.
—Sí —dijo él, medio desafiante—. Vosotros tenéis pocos. Nosotros no podríamos traer muchos más. Construir las instalaciones en el más breve tiempo posible requerirá todo vehículo de transporte de que se pueda disponer.
—Puedes prestarme uno durante un par de días, ¿no? El trabajo a gran escala todavía no ha empezado.
—Temía que me pidieras eso. No. Créeme, desearía hacerlo. Pero aunque sólo fuera por el riesgo de tormentas… Las galernas equinociales en un periastro son terribles. Nadie ha estado aquí últimamente para estudiar la meteorología. Es impredecible.
Jill pateó el suelo.
—Estúpido. ¡No necesito protección contra mí misma! —Tragó saliva—. Lo siento. Es mi turno de sentirlo. Alguien más puede pilotar si insistes.
Sus ojos volvieron a encontrar los suyos, y sus labios hicieron una pequeña mueca sardónica. ¿Eh? ¿Cree que pienso que su preocupación se debe a mi posible pérdida?
El suavizó su expresión, mostrándose incluso gentil.
—No puedo autorizarlo para nadie. El volador correría un riesgo en la realización de un proyecto irrelevante para mi misión. Peor, podría considerarse como una especie de intervención, aunque no importante. Y con este precedente, ¿dónde he de trazar la línea contra demandas posteriores? No, no hay manera de que pueda justificarme ante mis superiores.
La ira y la pena se abrieron paso. Jill gritó:
—¡Así que tienes miedo de una reprimenda! ¡Un borrón en tu expediente! ¡Un retraso en tu siguiente ascenso! ¡Fuera!
Asombrado, balbució:
—Mais… Por favor… yo no… no quería decir…
—¡Fuera, gonococo! O tendré que echarte igual que a esto.
Cogió la botella y la tiró fuera. No se rompió, pero su contenido empezó a derramarse.
El rostro de Yuri se endureció. Sus labios se comprimieron, sus aletas nasales se dilataron. Hizo una leve inclinación.
—Mis disculpas, señorita Conway. Gracias por su hospitalidad. Buenas noches.
Salió con paso mecánico y se perdió en la oscuridad.
¿Me he vuelto loca? ¿Debería haber…? ¡Pero no podía! ¡No podía! Se sentó junto al coñac derramado y lloró.