—¿Dónde estuviste ayer?
Nafai no quería entablar esa conversación, pero no podía eludirla. Madre no consentía que sus alumnos desaparecieran un día entero sin explicaciones.
—Anduve caminando.
Como esperaba, Madre no se conformó con esta explicación.
—Ya me imagino que no echaste a volar. Aunque me sorprende que no te echaras a dormir en alguna parte. ¿Adonde fuiste?
—A sitios muy educativos —dijo Nafai, pensando en la casa de Gaballufix y el Teatro Abierto, pero como de costumbre Madre interpretaría sus palabras a su antojo.
—¿Villa de las Muñecas? —preguntó.
—No hay mucha actividad al í durante el día, Madre.
—Y tú no deberías ir allí. ¿O crees saberlo todo acerca de todo, de modo que ya no necesitas escuela?
—Hay temas que tú no me enseñas, Madre. —De nuevo: la verdad, pero no toda la verdad.
—Ah. Dhelembuvex tenía razón sobre ti. Oh, sí, maravilloso. Hora de conseguir una instructora para el pequeño.
—Debí darme cuenta. Tu cuerpo crece deprisa… demasiado deprisa, me temo, superando tu madurez en otros aspectos.
Esto era demasiado. Nafai había planeado escuchar con calma todo lo que dijera, dejar que sacara sus propias conclusiones y volver a clase dando el asunto por concluido. Pero que ella pensara que sus gónadas le dirigían la vida cuando, en todo caso, su mente era más madura que su cuerpo…
—¿Hasta allí llega tu inteligencia, Madre?
Ella enarcó las cejas.
Nafai sabía que se estaba extralimitando, pero ya había comenzado y tenía las palabras en la mente, así que las pronunció.
—Ves que sucede algo inexplicable y si el protagonista es un chico supones de inmediato que tiene que ver con sus deseos sexuales.
Ella sonrió a medias.
—Conozco un poco a los hombres, Nafai, y la idea de que la conducta de un chico de catorce años esté vinculada con sus deseos sexuales tiene ciertos fundamentos.
—Pero yo soy tu hijo y tú no me conoces en absoluto.
—¿Conque no fuiste a Villa de las Muñecas?
—Fui, pero no por las razones que tú imaginas.
—Ah. Puedo imaginar muchas razones. Pero ninguna de las razones para que hayas ido a Villa de las Muñecas sugiere que actúes con buen criterio.
—Ah, así que tú eres experta en buen criterio. El sarcasmo no funcionó muy bien.
—Creo que olvidas que soy tu madre y maestra.
—Fuiste tú, Madre, quien invitó a esas dos chicas a nuestra reunión familiar de ayer.
—¿Y eso demostró mal criterio de mi parte?
—Pésimo. Cuando llegué al Teatro Abierto faltaban horas para el anochecer, y ya circulaban rumores acerca de la visión de Padre.
—No me sorprende. Padre fue directamente al consejo del clan. Era un secreto a voces.
—No sólo la visión, Madre. Estaban ensayando una sátira, nada menos que de Drotik, que incluía una fascinante escena en un pórtico. Como las únicas personas presentes que no eran de la familia eran esas dos brujas…
—¡Contén la lengua!
Nafai calló de inmediato, pero con una inequívoca sensación de victoria. Sí, Madre estaba enfadada, pero él se había anotado un tanto al enfurecerla.
—Es extremadamente ofensivo que las describas con esa palabra masculina —dijo Madre, con voz más serena. Estaba realmente furiosa—. Luet es vidente y Hushidh es descifradora. Además, ambas han sido muy discretas y no mencionaron nada a nadie.
—Oh, las observaste a cada instante desde…
—Dije que contuvieras la lengua. —La voz de Madre era como el hielo—. Para tu información, mi inteligente, sabio y maduro niñito, la razón por la que había una escena con pórtico en la sátira de Drotik, la cual vi, de paso, y está tan mal hecha que ni me preocupa… la razón de la escena del pórtico es que mientras tu padre iba al consejo del clan yo estuve en el consejo de la ciudad, y cuando conté la historia incluí lo sucedido en este pórtico. ¿Por qué?, pregunta mi brillante hijo con expresión deliciosamente estúpida. Porque lo único que instó al consejo a tomar en serio la visión de tu padre es que Luet lo creyó y consideró que las visiones de ambos congeniaban.
Madre lo había contado. Madre había expuesto la familia al ridículo y la ruina. Increíble.
—Ah —dijo Nafai.
—Pensé que verías las cosas de otro modo.
—Veo que no fue un error incluir a Luet y Hushidh en la reunión familiar. Eras tú quien debía ser excluida.
Ella le abofeteó el rostro. Si apuntaba a la mejilla, erró, quizá porque él echó la cabeza hacia atrás por reflejo. La uña arañó la mejilla, rasgando la piel, que le empezó a arder y sangrar.
—Olvidas tu lugar —dijo Madre.
No tanto como tú olvidas el tuyo, quiso responder Nafai. E incluso había empezado a decirlo, pero en medio de la frase cayó en la cuenta de lo ocurrido. La sorpresa, el dolor y la humillación de ese bofetón le arrancaron lágrimas.
—Lo lamento —dijo Nafai. Aunque en realidad quería decirle que no tenía derecho a pegarle, que él ya era mayor, que la odiaba. Pero no podía decir frases hirientes cuando lloraba como un bebé. Nafai aborrecía su facilidad para el llanto.
—Quizá la próxima vez me hablarás con el debido respeto —dijo Madre, aunque tampoco ella pudo mantener su tono severo e incluso mientras hablaba lo rodeó con el brazo, se sentó junto a él y lo consoló.
Madre no entendía que ese abrazo sólo agudizaba la humillación y confirmaba su decisión de considerarla una enemiga. Si Madre tenía poder para hacerle llorar porque él la amaba, entonces sólo existía una solución: dejar de amarla. Sería la última vez que ella le hacía esto.
—Estás sangrando —observó Madre.
—No es nada —dijo él.
—Déjame curarte… con un pañuelo limpio, no con ese horrible trapo que llevas en el bolsillo, chiquillo absurdo.
Conque eso seré siempre en esta casa, ¿verdad? Un chiquillo absurdo. Se apartó de ella, negándose a permitir que el pañuelo le tocara la mejilla. Pero ella insistió, le enjugó la herida y la tela blanca quedó manchada de sangre. Nafai la cogió y se la apretó contra la herida.
—Creo que es profunda —murmuró.
—Si no hubieras movido la cabeza, mis uñas no te habrían lastimado la mejilla.
Si no hubieras pegado, tus uñas se habrían quedado en tu regazo. Pero contuvo la lengua.
—Veo que te preocupas por la situación familiar, Nafai, pero tus valores están algo trastrocados. ¿Qué importa esa sátira? Todos saben que las grandes figuras de la historia de Basílica han sido ridiculizadas en un momento u otro, y habitualmente por las razones que les dieron grandeza. Podemos soportarlo. Lo que importa es que la visión de Padre fue una clarísima advertencia del Alma Suprema, con implicaciones inmediatas para las decisiones de nuestra ciudad. El bochorno pasará. Y entre las mujeres eminentes de esta ciudad, Padre es un hombre notable. Lo respetan cada vez más. Así que no te sientas avergonzado de que tu padre sea centro de atención.
Los adolescentes son extremadamente sensibles a la vergüenza, pero con el tiempo aprenderás que la crítica y el ridículo no siempre son malos. Ganarse la enemistad de gentes malignas puede hablar muy bien de ti.
No podía creer que ella lo subestimara tanto como para endilgarle ese sermón. ¿De verdad creía que temía la vergüenza? Si ella hubiera escuchado en vez de sermonearlo, Nafai le habría hablado sobre la advertencia de Elemak acerca del peligro que corría Padre, sobre su visita secreta a la casa de Gaballufix. Pero para ella sólo era un niño. No tomaría su advertencia en serio. Quizá le soltara otro sermón diciéndole que no se dejara abrumar por temores ni preocupaciones, sino que se concentrara en sus estudios y dejara que los adultos se preocuparan por los problemas reales del mundo.
Para ella aún tengo seis años, siempre los tendré.
—Lo siento, Madre. No volveré a hablarte así. —Más aún, creo que jamás en mi vida te hablaré de asuntos serios o importantes mientras viva.
—Acepto tus disculpas, Nafai, y espero que aceptes la mía por haberte pegado en mi furia.
—Desde luego, Madre. —Aceptaré tu disculpa… cuando me la des y cuando yo crea que hablas en serio. Sin embargo, querida y amada progenitora, en ningún momento te has disculpado sinceramente. Sólo has expresado tu esperanza de que yo acepte una disculpa que no has llegado a pronunciar.
—Espero, Nafai, que reanudes tus estudios y no permitas que estos acontecimientos alteren tu vida normal. Tienes una mente aguda, y no hay razones para que permitas que estas cosas te impidan aguzarlas, aún más.
Gracias por tu cuota de alabanza, Madre. Me has dicho que soy pueril, que soy esclavo de mi lascivia y que mis opiniones merecen ser silenciadas, no escuchadas. Escuchas cada palabra de esa bruja, pero no valores en nada mis opiniones.
—Sí, Madre. Pero prefiero no regresar ahora a clase, si no te importa.
—Claro que no. Lo entiendo perfectamente. Querida Alma Suprema, impide que me ría.
—No puedo consentir que andes merodeando por las calles, Nafai. Supongo que lo entiendes. La visión de Padre ha llamado tanto la atención que alguien dirá algo que te enfurecerá, y no quiero que pelees.
Conque te preocupa que yo me pelee, Madre. Por favor, recuerda quién golpeó a quién.
—¿Por qué no pasas el día en la biblioteca, con Issib? El ejercerá una sana influencia sobre ti… siempre es tan sosegado.
¿Issib, siempre sosegado? Pobre Madre, no sabes nada de tus hijos. Las mujeres nunca entienden a los hombres. Desde luego, los hombres tampoco entienden a las mujeres, pero al menos tampoco pretenden entenderlas.
—Sí, Madre. La biblioteca está bien. Ella se levantó.
—Entonces ve allá ahora. Quédate el pañuelo.
Se marchó del pórtico, sin esperar a ver si él obedecía.
Nafai se levantó, rodeó el biombo, enfiló hacia la balaustrada y miró el Valle de la Grieta.
No se veía el lago. Una densa nube cubría las zonas más bajas del valle, pero las paredes eran tan abruptas que quizás el lago fuera invisible desde allí, aun sin la niebla.
Nafai sólo veía la nube blanca y el verdor exuberante del bosque que orillaba el valle. Aquí y allá brotaba humo de una chimenea, pues había mujeres que vivían en las laderas. El ama de llaves de Padre, Truzhnisha, era una de ellas. Tenía una casa en Bancal Oeste, uno de los doce barrios de Basílica donde sólo podían vivir o entrar mujeres. Los Distritos de Mujeres estaban menos poblados que los veinticuatro distritos donde los hombres podían vivir (aunque no poseer propiedades), pero en el consejo de la ciudad gozaban de gran poder, porque sus representantes siempre votaban en bloque. Conservadoras, religiosas: sin duda ésas eran las consejeras más impresionadas por la confirmación de Luet. Si estaban de acuerdo con Padre en el tema de los carros de guerra, se requerían los votos de otras seis consejeras para empatar, y siete votos para actuar contra los planes de Gaballufix.
Las consejeras de los Barrios de Mujeres, durante miles de años, habían rehusado permitir una subdivisión de los densamente poblados Barrios Abiertos, otorgar votos a los barrios de allende las murallas, o cualquier otra cosa que pudiese diluir o debilitar el dominio de las mujeres en Basílica. Ahora, al mirar ese valle secreto, Nafai, enfurecido con su madre, no veía la belleza de ese lugar rebosante de misterio y vitalidad, sólo veía que había muy pocas casas.
¿Cómo dividen esto en una docena de barrios? Debe de haber algunos distritos donde las tres mujeres que lo habitan se turnan para ser consejeras.
Y fuera de la ciudad, en los diminutos pero costosos cubículos donde debían vivir los hombres sin compañera ni familia, no había recursos legales para exigir un trato más equitativo, para promover leyes que protegieran a los solteros de las propietarias, o de las mujeres cuyas promesas se esfumaban en cuanto perdían interés en un hombre, o incluso de la violencia mutua. Por un instante, mientras contemplaba el indómito verdor del valle, Nafai comprendió que un sujeto como Gaballufix tuviera poder para convocar a otros hombres y luchara para conquistar poder en una ciudad donde las mujeres castraban a los hombres a cada instante.
El viento del valle desplazó la nube y se vio un parpadeo de luz. La superficie de un lago, no en el centro de la parte más honda de la grieta, sino a mayor altura, más lejos. Sin pensarlo, Nafai desvió la mirada. Una cosa era ir a la balaustrada desobedeciendo a su madre, y otra era mirar el lago sagrado adonde las mujeres iban a adorar. Si algo se estaba aclarando en este asunto era que el Alma Suprema podía ser real. Era absurdo atraer su ira por una tontería, como la de mirar un lago desde el pórtico de Madre.
Nafai se alejó de la balaustrada y regresó deprisa al otro lado del biombo, sintiéndose estúpido. ¿Y si me pillan? Bien, ¿y qué? No, no, el riesgo no valía la pena. Tenía cosas más prácticas que hacer. Si Madre no quería escuchar sus advertencias sobre el peligro que corría Padre, Nafai tendría que actuar por su cuenta. Pero antes necesitaba saber más: acerca de Gaballufix, acerca del Alma Suprema, acerca de todo.
Por un instante pensó en ver a Luet para hacerle preguntas. Ella sabía muchas cosas del Alma Suprema, ¿o no? Veía visiones continuamente, no una sola vez, como Padre. Sin duda podría despejar sus dudas.
Pero Luet era mujer y en ese momento Nafai sabía que no obtendría ayuda de las mujeres. Al contrario. Las mujeres de Basílica aprendían desde niñas a oprimir a los hombres y hacerlos sentir indignos. Luet se reiría de él e iría a contarle sus preguntas a Madre.
Si podía confiar en alguien, debía ser hombre. Y en pocos hombres, pues el peligro que corría su padre estaba encarnado en la facción de Gaballufix. Quizá pudiera obtener la ayuda de ese Roptat de quien Elya había hablado. O averiguar qué se proponía el Alma Suprema.
Issib no se alegró de verlo.
—Estoy ocupado y no necesito interrupciones.
—Ésta es la biblioteca de la casa —dijo Nafai—. Aquí venimos siempre a investigar.
—¿Ves? Ya estás interrumpiendo.
—Oye, no he dicho nada. Sólo he entrado aquí y tú has comenzado a provocarme en cuanto me has visto aparecer por la puerta.
—Esperaba que la cruzaras de nuevo. Para irte.
—No puedo. Madre me ha enviado aquí.
Nafai se puso a espaldas de Issib, quien flotaba cómodamente en el aire frente a su ordenador. La proyección presentaba un cúmulo de treinta páginas, pero cada página tenía pocas palabras, así que podía verlo todo de un vistazo. Como un juego de solitario, en el cual Issib sólo movía fragmentos de un sitio al otro.
Los fragmentos eran palabras en idiomas extraños. Los que Nafai reconoció eran muy antiguos.
—¿Qué idioma es ése? —preguntó, señalando. Issib suspiró.
—¡Cómo me alegro de que no me interrumpas!
—¿Qué es? ¿Una forma antigua del vijati?
—Muy bien. Es slucajan, que proviene del obilazati, la forma original del vijati. Ahora es una lengua muerta.
—Yo leo vijati.
—Pues yo no.
—¿Conque te especializas en lenguas antiguas y oscuras que nadie habla, incluyéndote a ti?
—No estoy aprendiendo estos idiomas, sólo investigo palabras perdidas.
—Si es una lengua muerta, todas las palabras se han perdido.
—Palabras que antes tenían significado, pero que murieron o sólo sobrevivieron en giros idiomáticos. Como «oso bailarín». ¿Sabes qué es un oso?
—No sé. Siempre creí que era una especie de ave.
—Te equivocas. Es un antiguo mamífero. Conocido sólo en la Tierra, creo. No lo trajeron aquí, o se extinguió pronto. Era más grande que un hombre, muy fuerte. Un depredador.
—¿Y bailaba?
—La expresión aludía a alguien muy torpe. Como un perro caminando sobre las patas traseras.
—Y ahora significa lo contrario. Qué raro. ¿Cómo pudo cambiar?
—Porque no existen osos. El significado era obvio porque todos sabían qué era un oso y lo torpe que era para bailar. Pero cuando desaparecieron los osos, el significado pudo tomar cualquier rumbo. Ahora lo usamos para aludir a una persona muy hábil para salir de una situación social conflictiva. Es el único caso en que usamos la palabra oso. Y muchos se equivocan al escribirla.
—Vaya. ¿Estás haciendo un proyecto en lingüística?
—No.
—¿Y para qué es esto?
—Para mí.
—Sólo juntas giros antiguos.
—Palabras perdidas.
—¿Como oso? La palabra no se ha perdido, Issya. Son los osos los que desaparecieron.
—Muy bien, Nyef. Felicidades. Ya puedes irte.
—No estás buscando palabras perdidas. Estás buscando palabras que han perdido el significado porque la cosa a que se refieren ya no existe.
Issya se volvió lentamente hacia Nafai.
—Vaya, no me digas que ahora tienes cerebro. Nafai señaló la pantalla.
—Kolesnisha. Es una palabra kunic. Ahí tienes el significado: «carro de guerra». Hace diez millones de años que no se habla kunic. Ahora es sólo un idioma escrito. Sin embargo, tenían la palabra para carro de guerra. Algo que acaba de inventarse. Lo cual significa que hubo carros de guerra hace mucho tiempo.
Issib se echó a reír.
—¿Qué? ¿Me equivoco?
—Es para morirse de risa, nada más. Todo muy evidente. Hasta tú puedes acercarte a un ordenador y verlo al instante. ¿Entonces por qué nadie lo ha notado? ¿Por qué nadie notó que ya existía la palabra «carro», y que todos conocíamos el significado, y sin embargo es como si nunca hubiera habido carros en el mundo?
—Es raro, ¿verdad?
—No sólo raro, es escalofriante. Mira lo que están haciendo los cabeza mojada con sus carros de guerra, sus kolesnishety. Les da una ventaja vital en la guerra. Están construyendo un imperio, no sólo un sistema de alianzas, sino que ejercen control sobre naciones que están a seis días de viaje de su ciudad. Pues bien, si los carros de guerra pueden lograr eso y la gente los tenía hace millones de años, ¿cómo hemos olvidado lo que eran?
Nafai reflexionó un instante.
—Habría que ser muy estúpido —dijo—. La gente no se olvida así de las cosas. Aunque tuvieras paz durante mil años, aún conservarías imágenes en la biblioteca.
—No hay imágenes de carros de guerra —dijo Issib.
—Eso es lo estúpido.
—Y esta palabra.
—Zrakoplov —dijo Nafai—. Esa palabra es obilizati.
—Correcto.
—¿Qué significa? «Aire» y algo más.
—Dividida y traducida por aproximación, sí, significa «nadador del aire».
Nafai pensó un instante. Vio una imagen con la mente; un pez brincando por el aire.
—¿Un pez volador?
—Es una máquina —explicó Issib.
—¿Un barco muy veloz?
—Escúchate, Nafai. Debería ser evidente. Y sin embargo te resistes a aceptar el significado llano de la palabra.
—¿Un barco submarino?
—¿Entonces por qué lo llamarían «nadador del aire», Nyef?
—No sé. —Nafai se sintió ridículo—. Me olvidé de lo del aire.
—Lo olvidaste… y sin embargo reconociste que decía «aire» de inmediato, sin ayuda. Sabías que zraky era la raíz obilazati que significa «aire», y sin embargo te olvidaste «de lo del aire».
—Entonces soy realmente obtuso.
—Pero no lo eres, Nyef. Eres realmente listo, y sin embargo te quedas mirando esa palabra mientras te explico todo esto y aún no deduces el significado.
—¿Y qué es esta palabra? —dijo Nafai, señalando puscani prah—. No reconozco el idioma. Issib movió la cabeza.
—Si no lo viera con mis propios ojos, no lo creería.
—¿Qué?
—¿Ni siquiera sientes curiosidad por saber qué es un zrakoplov?
—Me lo has dicho. Nadador del aire.
—Una máquina que se llama nadador del aire.
—Claro. Muy bien. ¿Y qué es unpitscaniprah? Issib se volvió lentamente hacia Nafai.
—Siéntate, mi querido, amado, inteligente y estúpido hermano, verdadero servidor del Alma Suprema. Quiero decirte una cosa acerca de las máquinas que nadan por el aire.
—Creo que te estoy molestando —dijo Nafai.
—Quiero hablar contigo. No es una interrupción. Sólo quiero explicarte la idea del vuelo…
—Será mejor que me vaya.
—¿Por qué? ¿Por qué tienes tantas ganas de irte?
—No sé. —Nafai caminó hacia la puerta—. Necesito aire. Me estoy sofocando.
Salió de la sala. De inmediato se sintió mejor. Ya no sufría mareos. ¿Qué demonios pasaba? La biblioteca… Asfixiante. Abarrotada. Demasiada gente.
—¿Por qué te has ido? —preguntó Issib.
Nafai se volvió bruscamente. Issib lo seguía flotando. Nafai sintió de inmediato la misma claustrofobia que lo había obligado a salir.
—Demasiada gente ahí dentro —dijo—. Necesito estar solo.
—Yo era la única persona que había dentro —señaló Issib.
—¿En serio? —Nafai trató de recordar—. Quiero salir. Déjame salir.
—Piensa —dijo Issib—. ¿Recuerdas la conversación de ayer entre Luet y Padre?
Nafai se relajó. Ya no sentía claustrofobia.
—Claro.
—Y Luet interrogaba a Padre… acerca de sus recuerdos. Cuando el recuerdo distorsionaba la visión se sentía estúpido, ¿verdad?
—Eso dijo.
—Estúpido. Desconectado. Sólo miraba el vacío.
—Supongo.
—Como tú —dijo Issib—. Cuando te insistí sobre el significado de zrakoplov.
Nafai sintió que le faltaba el aire en los pulmones.
—Tengo que salir.
—Eres realmente sensible a esto —dijo Issib—. Aún más que Padre y Madre cuando traté de explicárselo.
—Deja de seguirme —exclamó Nafai.
Pero Issib lo siguió por el pasillo, escalera abajo, hasta la calle. Allí Issib se adelantó fácilmente y se interpuso en su camino, como si tratara de obligarle a regresar.
—¡Basta! —protestó Nafai. Pero no podía escapar. Nunca había sentido tanto pánico. Al volverse, tropezó y cayó de rodillas.
—Está bien —murmuró Issib—. No es nada. Cálmate.
Nafai respiraba con mayor soltura. La voz de Issib era tranquilizadora. El pánico se aplacó. Nafai irguió la cabeza y miró alrededor.
—¿Qué hacemos en la calle? Madre me matará.
—Tú saliste corriendo, Nafai.
—¿En serio?
—Es el Alma Suprema, Nafai.
—¿Qué es el Alma Suprema?
—La fuerza que te envió afuera para que no me escucharas hablar de… de esa cosa que el Alma Suprema prefiere que la gente ignore.
—Qué estupidez —dijo Nafai—. El Alma Suprema difunde información, no la oculta. Nosotros presentamos nuestros escritos, nuestra música, todo, y el Alma Suprema lo transmite de ciudad en ciudad, de biblioteca en biblioteca, por todo el mundo.
—Tu reacción fue mucho más intensa que la de Padre —observó Issib—. Claro que también fui más insistente contigo.
—¿A qué te refieres?
—El Alma Suprema está en tu cabeza, Nafai. En la cabeza de todos. Pero algunos son más sensibles que otros. Está ahí, observando nuestros pensamientos. Sé que es difícil de creer.
Pero Nafai recordaba que Luet sabía lo que él tenía en mente.
—No, Issya. Ya sabía eso.
—¿De veras? Pues bien. En cuanto el Alma Suprema supo que te aproximabas a un tema prohibido, comenzó a atontarte.
—¿ Qué tema prohibido ?
—Si te lo recuerdo, comenzarás de nuevo —dijo Issib.
—¿Cuándo me puse estúpido?
—Créeme, te pusiste muy estúpido. Tratabas de cambiar de tema sin darte cuenta siquiera. Por lo general eres muy perceptivo, Nafai. Muy listo. Captas las cosas. Pero esta vez te quedaste en la biblioteca como un idiota, con la verdad ante las narices, y no la reconociste. Cuando yo te la recordé, cuando insistí, empezaste a sentir claustrofobia. No podías respirar, tuviste que irte de la sala. Te seguí, insistí de nuevo, y aquí estamos.
Nafai trató de recordar lo sucedido. Issib tenía razón en cuanto al orden de los hechos. Sólo que Nafai no asociaba su necesidad de salir de la casa con nada que hubiera dicho Issib. Ni siquiera recordaba de qué le había hablado Issib.
—¿Insististe?
—Te comprendo —dijo Issib—. Yo sentí lo mismo cuando comencé a indagar este asunto hace un par de años. Estaba jugando con palabras perdidas, como el oso bailarín. Confeccionando listas. Tenía una larga lista de términos de este tipo, con definiciones y explicaciones, junto con mis conjeturas acerca del significado de cada palabra perdida. Y un día miraba una lista que creía completa y advertí que había una veintena de palabras que no tenían significado. Es estúpido, pensé. Eso echa a perder la lista. Así que borré esas palabras.
—¿Las borraste? —preguntó Nafai azorado—. ¿En vez de investigarlas ?
—¿Entiendes hasta qué punto te puede idiotizar? Y en cuanto terminé de borrarlas, comprendí lo que estaba haciendo. Así que busqué el comando «restaurar texto borrado», anulé la memoria de borrado y luego guardé el archivo encima del viejo.
—Es demasiado complicado para ser una equivocación.
—Exacto. Supe que borrarlas era un error, pero en vez de corregir el error y recobrar las palabras, las anulé, las eliminé del sistema.
—¿Y piensas que fue obra del Alma Suprema?
—Nafai, ¿nunca te has preguntado qué es el Alma Suprema? ¿Qué hace?
—Claro.
—Yo también. Ahora lo sé.
—¿Por esas palabras?
—No las recobré todas, pero rastreé mi investigación hasta donde pude y obtuve una lista de ocho palabras. No sabes lo difícil que resultó, porque ya era sensible a ellas. Antes simplemente debía pasarlas por alto, idiotizarme al verlas… tal como Padre cuando se equivocaba en cuanto a la visión del Alma Suprema. Así fue como llegaron a mi primera lista, pero sin definiciones… sólo me idiotizaba cuando pensaba en ellas. Pero ahora, al verlas, tenía esa sensación de claustrofobia. Necesitaba aire. Tenía que salir de la biblioteca. Pero me obligué a regresar. Nunca me había esforzado tanto. Me obligué a quedarme y a pensar lo impensable. Albergar en la mente conceptos que el Alma Suprema no quiere que recordemos. Conceptos que antaño fueron tan comunes que todos los idiomas del mundo tienen palabras para ellos. Palabras antiguas. Palabras perdidas.
—¿El Alma Suprema nos oculta cosas?
—Sí.
—¿Como qué?
—Si te lo digo, Nafai, empezarás de nuevo.
—No, no lo haré.
—Lo harás. ¿Crees que no lo sé? ¿Crees que no he librado mi propia batalla este último año? Así que te imaginarás mi sorpresa cuando anoche, en la cocina, Elemak se puso a hablar de una de esas cosas prohibidas. Carros de guerra.
—¿Prohibidas? ¿Cómo puede ser prohibida? Ni siquiera es antigua.
—¿Ves? Ya lo has olvidado. La palabra kolesnisha.
—Oh, sí. Es verdad. No, recuerdo eso.
—Pero no lo recordaste hasta que yo lo dije. Es verdad, pensó Nafai. Una laguna.
—Anoche tú y Elemak hablabais de carros de guerra, aunque yo tardé meses en estudiar la palabra kolesnisha sin jadear todo el tiempo.
—Pero no dijimos kolesnisha.
—Lo que estoy diciendo, Nafai, es que el Alma Suprema se está debilitando.
—Esa es una vieja teoría.
—Pero es cierta —dijo Issib—. El Alma Suprema protege ciertos conceptos, impidiendo que los seres humanos piensen en ellos. Sólo en los últimos años los cabeza mojada han sido capaces de pensar uno de ellos. Al igual que los potoku. Y nosotros. Y anoche, mientras Elemak hablaba de eso, no sentí la menor punzada de pánico.
—Pero aun así me hizo olvidar la palabra. Kolesnisha.
—Un efecto residual. La recordaste esta vez, ¿verdad? Nafai, el Alma Suprema ha desistido de impedirnos pensar en el concepto de carro de guerra. Al cabo de millones de años, ya no lo intenta.
—¿Qué más? —preguntó Nafai—. ¿Cuáles son los otros conceptos?
—Aún no ha desistido de ocultarnos esos otros. Y tú pareces ser muy sensible al Alma Suprema, Nyef. No sé si puedo contártelos, o si los recordarías más de cinco minutos.
—Es decir que puedo saber que el Alma Suprema nos impide conocer cosas, pero no puedo saber cuáles porque el Alma Suprema aún impide que las sepa.
—En efecto.
—Entonces, ¿por qué el Alma Suprema no impide que la gente piense en matar? ¿Por qué el Alma Suprema no impide que la gente piense en luchar, violar y robar? Si puede hacerme esto, ¿por qué no hace algo útil?
Issib sacudió la cabeza.
—No parece correcto. Pero estuve pensando en ello (recuerda que tuve un año) y he aquí la mejor idea que se me ocurrió. El Alma Suprema no quiere impedirnos que seamos humanos. Y eso incluye el daño que nos infligimos unos a otros. Sólo trata de reducir la escala del daño. Todas las cosas que están prohibidas… ¿Cómo contarte esto sin que reacciones de nuevo…? Si tuviéramos las máquinas a que aluden las palabras prohibidas, todo lo que hiciéramos tendría mayores consecuencias, y cada arma causaría más estragos, y todo sucedería más pronto.
—¿El tiempo se aceleraría?
—No —dijo Issib, escogiendo las palabras con cuidado—. Imagina que los gorayni pudieran traer un ejército de cinco mil hombres desde Yabrev a Basílica en un día.
—No me hagas reír.
—Imagina que pudieran.
—Estaríamos indefensos, por supuesto.
—¿Por qué?
—Bien, no tendríamos tiempo para organizar un ejército.
—Entonces, si supiéramos que otras naciones pueden hacerlo, tendríamos que mantener un ejército permanente, por si alguien nos atacara.
—Supongo que sí.
—Pues bien, sabiendo eso, supongamos que los gorayni hallaran el modo de trasladar cincuenta mil soldados, no cinco mil, y no en un día, sino en seis horas.
—Imposible.
—¿Y si te digo que ya se ha hecho?
—Quien pudiera lograrlo dominaría el mundo entero.
—Exacto, Nyef, a menos que todos los demás también pudieran hacerlo. ¿Pero qué mundo sería? Sería como si el mundo se hubiese empequeñecido, y todos fueran vecinos de los demás. Una nación cruel, prepotente y dominante como los gorayni podría poner sus ejércitos en el umbral de cualquier país. Las demás naciones del mundo tendrían que aliarse para detenerlos. Y en vez de morir unos pocos miles de personas, morirían un millón o diez millones de personas en una guerra.
—Por eso el Alma Suprema nos impide pensar en… modos rápidos… de trasladar muchas tropas de un lugar al otro.
—Te ha costado decirlo, ¿verdad?
—Yo… mi mente divagaba.
—Es difícil retener este concepto en la mente, a pesar de que ni siquiera pensabas en algo concreto.
—Odio esta situación —dijo Nafai—. Ni siquiera puedes decirme cómo podría lograrse semejante cosa. Y aun así apenas consigo retener el concepto en la mente. Odio esta situación.
—No creas que el Alma Suprema está habituada a que alguien lo note. Opino que el mismo hecho de que puedas pensar en el concepto de conceptos impensables significa que el Alma Suprema está perdiendo el control.
—Issya, jamás me había sentido tan desamparado y estúpido.
—Y no es sólo guerras y ejércitos —dijo Issib—. ¿Recuerdas la historia de Klati?
—¿El descuartizador?
—El hombre que entraba por las ventanas de las mujeres por la noche y las destripaba como reses.
—¿Por qué el Alma Suprema no lo idiotizaba cuando él pensaba en hacer eso?
—Porque la tarea del Alma Suprema no consiste en volvernos perfectos. Pero imagina si Klati hubiera podido abordar un… si hubiera podido viajar rápidamente para llegar a otra ciudad en seis horas.
—Habrían sabido que era un forastero y le vigilarían tanto que no hubiera podido hacer nada.
—No lo comprendes… imagina que miles, millones de personas hacen lo mismo a diario…
—¿Descuartizar mujeres?
—Volar de una ciudad a otra.
—Esto es una locura —exclamó Nafai. Se levantó de un brinco y enfiló hacia la casa.
—Regresa —dijo Issib—. Tú no piensas eso. Te lo hacen pensar.
Nafai se apoyó en una de las columnas del porche. Issib tenía razón. Se sentía bien, pero de pronto Issib decía algo y él tenía que irse, alejarse, y ahora jadeaba apoyado en la columna. El corazón le palpitaba con tal fuerza que se debía de oír a un metro de distancia. ¿Era posible que el Alma Suprema pudiera inspirarle tanto temor y estupidez? En tal caso, el Alma Suprema era su enemigo. Nafai no quería rendirse. El podía pensar en ciertas cosas, a despecho del Alma Suprema. Podía pensar en lo que Issib había dicho sin necesidad de echar a correr.
Nafai procuró recordar los últimos momentos de su conversación con Issib. Acerca de Klati. Viajar de una ciudad a otra en pocas horas. Otras ciudades se fijarían en él, naturalmente… pero luego Issib dijo que si miles de personas… estuvieran… volando.
La imagen que Nafai vio con la mente era ridícula. Imaginar gentes en el aire, como pájaros, remontándose, aleteando. Resultaba cómico… y sin embargo se le formaba un nudo en la garganta. Sentía una cerrazón en la cabeza. En el cuello le nacía un dolor agudo que le acuchillaba la nuca. Pero podía pensar en ello: gente volando. Y a partir de este punto pudo redondear el pensamiento de Issib. Gente volando de ciudad en ciudad, miles de personas, de modo que las autoridades de cada ciudad no tendrían modo de rastrear a una persona.
—Klati pudo haber matado una vez en cada ciudad y nadie lo habría descubierto —dijo Nafai.
Issib se le acercó y le apoyó la mano en el hombro.
—Si —dijo.
—¿Pero qué significaría ser ciudadano de un lugar? —preguntó Nafai—. Si mil personas… volaran aquí… a Basílica… hoy…
—Está bien. No tienes por qué decirlo.
—Sí, debo hacerlo. Puedo pensar cualquier cosa. No puede detenerme.
—Yo sólo trataba de explicarte que el Alma Suprema no detiene el mal en el mundo, sólo impide que se descontrole. Pone coto al daño. Pero las cosas buenas… piénsalo, Nafai… Damos nuestro arte, nuestra música y nuestros relatos al Alma Suprema, y los ofrece a todas las demás naciones. Las cosas buenas se propagan. Así que hace del mundo un lugar mejor.
—No —dijo Nafai—. Mejor en algunos sentidos, sí, ¿pero cómo evitar que sea bueno vivir en un mundo donde la gente… donde nosotros… pudiéramos… volar?
La palabra lo asfixiaba, pero la pronunció, y aunque apenas soportaba quedarse en el mismo sitio, pues el aire era irrespirable, logró permanecer ahí.
—Eres bueno —dijo Issib—. Me impresionas. Pero Nafai no sentía ganas de impresionar. Sentía asco y rabia, se sentía traicionado.
—El Alma Suprema no tiene ningún derecho a privarnos de todo esto —jadeó.
—¿Qué? ¿Ejércitos que aparecerían de improviso a nuestras puertas? Me alegro de que nos prive de eso. Nafai sacudió la cabeza.
—Está decidiendo lo que puedo pensar.
—Nyef, conozco la sensación. Pasé por todo esto hace meses, y sé que enfurece y asusta. Pero también sé que puedes superarlo. Ayer, cuando Madre habló de su visión… Un planeta en llamas. Hay una palabra para… bien, sé que no podrías oírla ahora… Pero el Alma Suprema nos ha protegido de eso. Durante treinta o cuarenta millones de años… ¿Comprendes que es mucho tiempo? Más historia de la que podemos imaginar. Está almacenada en alguna parte, pero a lo sumo podemos vislumbrar esquemáticamente lo que aconteció en el mundo en los últimos diez millones de años… y se requieren años de estudio para abarcar ese período. Hay reinos e idiomas de los que nunca hemos oído hablar ni siquiera en el último millón de años, y sin embargo nada está perdido del todo. Cuando me puse a investigar en la biblioteca encontré referencias a obras de otras bibliotecas y logré abrirme paso hasta leer una tosca traducción de un libro escrito hace treinta y dos millones de años. ¿Y sabes qué decía? Incluso entonces el autor afirmaba que la historia ya era demasiado larga, demasiado rica para que la mente humana la captara. Que si toda la historia humana se condensara en un volumen de mil páginas, la historia de la humanidad en la Tierra sería de una sola página. Y eso sucedió hace treinta y dos millones de años.
—Conque hemos estado aquí largo tiempo.
—Si tomo literalmente las cuentas de ese autor, significaría que la historia humana en la Tierra duró sólo ocho mil años. Hasta que el planeta… ardió.
Nafai comprendió. El Alma Suprema había impedido que los seres humanos aumentaran la magnitud de la destrucción, y así la humanidad había durado cinco mil veces más en el planeta Armonía que en la Tierra.
—¿Y por qué el Alma Suprema no impidió que la Tierra fuera destruida?
—No lo sé —dijo Issib—. Pero tengo una sospecha.
—¿Y cuál es?
—No sé si te permitirá pensar en el o.
—Probemos.
—El Alma Suprema se fabricó después de que la gente llegara a Armonía. El nombre del planeta significa lo mismo en todos los idiomas. Sklad. Endrakt. Soglassye. Tal vez cuando llegaron aquí, tras dejar las cenizas de la Tierra, decidieron no permitir que sucediera de nuevo. Tal vez fue entonces cuando se activó el Alma Suprema… para impedir que alguna vez tuviéramos un poder tan tremendo.
—Entonces el Alma Suprema sería… un artefacto.
—Sí —convino Issib—. ¿Te cuesta pensar en esto?
—No. Es fácil. No es un pensamiento tan inusitado. La gente ya ha dicho otras veces que el Alma Suprema es una máquina.
—A mí me resultó difícil, quizá porque llegué a esta idea por otro camino. A través de un par de sendas impensables. Alteración genética del cerebro humano para que pudiera recibir y transmitir pensamientos de satélites de comunicaciones en órbita planetaria.
Nafai oyó las palabras, pero no significaban nada para él.
—No has entendido eso, ¿verdad? —preguntó Issib.
—No.
—Lo imaginaba.
—Issya, ¿qué nos hace el Alma Suprema?
—He estado trabajando en eso. Tratando de examinar las palabras perdidas, hallar el patrón, averiguar por qué Padre recibió esa visión de un mundo en llamas. Y Madre. Y el suelo de sangre y cenizas de Luet.
—Significa que somos títeres.
—No, Nafai. No te dejes llevar por el odio al Alma Suprema. Eso no servirá de nada… ahora lo sé. Tenemos que comprender lo que está haciendo. Porque el mundo corre mucho peligro si el Alma Suprema está perdiendo el control. Y lo está perdiendo. Ha permitido descubrir los carros de guerra… ¿Qué vendrá a continuación? ¿Qué imperio será el siguiente en írsele de las manos ? ¿ Cuál descubrirá el puscani prah, la palabra que viste antes? Es un polvo que estalla cuando lo enciendes. Explota como un globo, pero con muchísima más fuerza. Suficiente para matar gente.
—Basta, por favor —susurró Nafai. No soportaba el pánico que sentía al oír esas palabras.
—El Alma Suprema no es nuestro enemigo. En realidad, creo que recurrió a Padre porque necesita ayuda.
—¿Por qué nunca has dicho nada acerca de esto?
—Intenté hablar con Padre, con Madre, con algunas maestras, con otros estudiantes, con otros sabios. Incluso escribí un artículo, pero nadie recuerda haberlo recibido, nunca lo encuentran. Llegué a enviarlo cuatro veces a la misma persona. Al final desistí.
—Pero me lo has contado a mí.
—Entraste en la biblioteca —dijo Issib—. Pensé… ¿por qué no?
—Zrakoplov —dijo Nafai.
—No puedo creer que recuerdes las palabras.
—Una máquina. La gente no sólo… vuela. Usa una máquina.
—No insistas. Te marearás. Ya te duele la cabeza, ¿verdad?
—Pero tengo razón, ¿no?
—Sospecho que era una máquina hueca, como una casa, y la gente se metía dentro para volar. Como un barco, pero surcaba el aire. Con alas. Y creo que las tuvimos aquí. ¿Conoces el barrio de los Campos Negros?
—Claro, al oeste del mercado.
—El nombre antiguo era Puerto del Cielo. El nombre duró hasta hace veinte millones de años. Puerto del Cielo. Cuando lo alteraron, nadie recordaba qué significaba.
—No puedo pensar más en esto —suspiró Nafai.
—¿Pero quieres recordarlo? —preguntó Issib.
—¿Cómo podría olvidarlo?
—Pues lo olvidarás. Si yo no te lo recuerdo. Todos los días. ¿Quieres que te lo recuerde? Sentirás este malestar en cada oportunidad. ¿Quieres olvidar o quieres que te lo recuerde?
—¿Quién te lo recordó a ti?
—Me dejaba notas. En los ordenadores de la biblioteca. Recordatorios. ¿Por qué crees que tardé un año en llegar hasta aquí?
—Quiero recordar —decidió Nafai.
—Te enfurecerás conmigo.
—Recuérdame que no me enfurezca.
—Sentirás mareos.
—Pues me desmayaré. —Nafai se deslizó por la columna y se sentó en el porche, mirando hacia la calle—. ¿Por qué nadie se ha fijado en nosotros? No estábamos susurrando.
Issib rió.
—Oh, se han fijado. Madre salió una vez y también un par de maestras. Nos oyeron hablar un instante y olvidaron a qué habían salido.
—Esto es sensacional. Si queremos que nos dejen en paz, sólo tenemos que hablar de los zrakoplovs.
—Bien, eso sólo funciona con gente que está estrechamente ligada al Alma Suprema.
—¿Quién no lo está?
—Pues quien haya pensado en los carros de guerra, por ejemplo.
—Me dijiste que el Alma Suprema había desistido de vigilarlos.
—Claro, recientemente. Pero había gente en Basílica que planeaba construir carros de guerra, gente que negoció el asunto con los potoku durante mucho tiempo. Más de un año. Ellos no tuvieron problemas con el Alma Suprema. Es como si fueran sordos. Pero la mayoría no lo es… Por eso Gaballufix y sus hombres pudieron guardar el secreto tanto tiempo. Casi todos los que oían hablar de carros de guerra lo olvidaban. Más aún, es posible que el Alma Suprema haya dejado de prohibir esa idea en los últimos tiempos, precisamente porque tenía que haber un debate abierto sobre los carros de guerra para detener su construcción.
—De forma que hay gente sorda al Alma Suprema… y el Alma Suprema tiene que dejar de controlarnos a los demás para poder detenerla.
—Es un vínculo doble —asintió Issib—. Para vencer, el Alma Suprema tiene que ceder. Yo diría que el Alma Suprema está en un verdadero aprieto.
Todo tenía sentido para Nafai, excepto por un detalle.
—¿Pero por qué comenzó hablando con Padre?
—Eso es lo que debemos averiguar. Eso y qué hará Padre a continuación.
—Oye, dejemos que el Alma Suprema nos reserve algunas sorpresas —rió Nafai, aunque no lo encontraba gracioso. Tampoco Issib.
—Aunque creamos en la causa del Alma Suprema, Nafai, quizá descubramos que el Alma Suprema causa más perjuicios que beneficios. ¿Qué haremos entonces?
—Oye, Issya, últimamente no trabaja muy bien, pero eso no significa que estaríamos mejor sin su presencia.
—Supongo que nunca lo sabremos, ¿verdad?