12. FORTUNA

Era un día espantoso en el desierto, a pesar de que el barranco, excepto en pleno mediodía, estaba sumido en las sombras y una brisa suave lo recorría. Ningún lugar es cómodo, pensó Nafai, cuando esperas que otro cumpla una tarea que consideras tuya. Peor que el calor, que el sudor que le goteaba en los ojos, que la arena que se le metía en la ropa y entre los dientes, era el temor que sentía Nafai al pensar que Elemak tenía a su cargo la misión del Alma Suprema.

Nafai sabía que Elemak había hecho trampa al echar la elección a suertes. No era tan tonto como para pensar que Elemak dejaría semejante cosa librada al azar. Aunque admiraba la destreza con que Elya lo había manejado, estaba enfadado con él. ¿Intentaría realmente conseguir el índice? ¿O iría a la ciudad a reunirse con Gaballufix para planear una nueva traición contra Padre y la ciudad y, en última instancia, contra la tutela que el Alma Suprema ejercía sobre la humanidad?

¿Regresaría?

Por la tarde oyeron crujir piedras, y Elemak descendió ruidosamente al escondrijo. Tenía las manos vacías, pero los ojos brillantes. Hemos sido traicionados, pensó Nafai.

—Se ha negado, por supuesto —dijo Elemak—. Ese índice es más importante de lo que dijo Padre. Gaballufix no quiere entregarlo… al menos no lo hará a cambio de nada.

—¿Qué quiere, pues? —preguntó Issib.

—No lo precisó. Pero tiene un precio. Dejó bien claro que está dispuesto a oír una oferta. El problema es que debemos regresar donde Padre y tener acceso a sus finanzas.

Nafai no estaba muy conforme. ¿Cómo podía saber lo que Elemak y Gaballufix habían pactado?

—Regresar con las manos vacías —dijo Mebbekew—. Te diré qué haremos, Elya. Tú regresarás, y los demás aguardaremos aquí a que vengas con el código de las cuentas de Padre.

—De acuerdo —asintió Issib—. No pienso pasar la noche en el desierto cuando puedo entrar en la ciudad y usar los flotadores.

—¿Tan estúpido eres? —exclamó Elemak—. ¿No comprendes que las cosas han cambiado? No puedes andar paseando anónimamente por la ciudad. Hay tropas de Gabya por todas partes. Y Gaballufix no es amigo de Padre, por tanto tampoco lo es nuestro.

—Es tu hermano —observó Mebbekew.

—No es hermano de nadie —rezongó Elemak—. Tiene tantos escrúpulos morales como el barro, y es igualmente viscoso. Lo conozco mejor que vosotros y os aseguro que no tendría el menor reparo en matarnos.

Nafai se asombró de que Elemak hablara de este modo.

—Creí que querías que gobernara Basílica.

—Pensaba que su plan ofrecía la mejor esperanza para Basílica en las inminentes guerras. Pero nunca creí que Gaballufix se preocupara por nada salvo su propio provecho. Sus soldados merodean por toda la ciudad usando un traje holográfico que les cubre el cuerpo, así que todos parecen absolutamente idénticos.

—¡Máscaras para todo el cuerpo! —exclamó Mebbekew—. ¡Qué gran idea!

—Eso significa —explicó Elemak— que cuando alguien vea a un soldado de Gaballufix cometer un delito, como secuestrar o matar a un hijo del viejo Wetchik, nadie podrá identificar al culpable.

—Oh —dijo Mebbekew.

—Pues bien —intervino Nafai—, aunque Padre nos dé acceso a su dinero, ¿de qué serviría? ¿Por qué crees que Gaballufix lo vendería?

—Piensa, Nafai. Incluso un chiquillo de catorce años puede comprender las cosas de hombres hasta cierto punto. Gaballufix paga a centenares de soldados. Tiene una fortuna inmensa, pero no tanto como para mantener esta situación para siempre, a menos que logre echar mano de los impuestos de Basílica. El dinero de Padre cambiaría la situación. En este momento, Gaballufix necesita el dinero más que el prestigio de poseer el índice, del cual ya nadie se preocupa.

Tragándose la condescendencia de Elemak, Nafai comprendió que el análisis era correcto.

—Entonces el índice está en venta.

—Tal vez. Así que regresemos a ver a Padre para ver si vale la pena gastar dinero en el índice… y cuánto dinero. Él nos dará acceso a las finanzas y podremos regresar para regatear…

—Yo digo que tú regreses a ver a Padre mientras yo pruebo suerte en la ciudad —dijo Mebbekew.

—Quiero dejar mi silla esta noche —insistió Issib.

—Cuando regresemos —respondió Elemak— podrás entrar en la ciudad.

—¿Como esta vez? Nos harás esperar de nuevo, y nunca entraremos.

—De acuerdo —concedió Elemak—. Regresaré solo y diré a Padre que abandonaste su causa tan sólo para entrar en la ciudad, pasear con tus flotadores e ir a follar.

—¡No pienso ir a follar! —protestó Issib.

—¡Y yo no pienso ir a flotar! —bromeó Mebbekew.

—Un momento —los interrumpió Nafai—. ¿Qué pasará si regresamos para obtener la autorización de Padre? Eso nos llevará casi una semana. Quién sabe cuánto habrán cambiado las cosas. Podría estallar la guerra civil en Basílica. O Gaballufix podría conseguir otros medios de financiación, de modo que nuestro dinero no significaría nada para él. Hay que hacer la oferta ahora.

Elemak lo miró sorprendido.

—Sí, claro, es cierto. Pero no tenemos acceso al dinero de Padre.

Por toda respuesta, Nafai miró a Issib. Issib revolvió los ojos.

—¿Tú tienes acceso al código de Padre? —preguntó Mebbekew.

—Me dijo que alguien más debía saberlo, en caso de necesidad —asintió Issib—. ¿Pero cómo te diste cuenta, Nafai?

—Vamos, no soy tan idiota. En tus investigaciones tenías acceso a archivos de la ciudad que jamás dejarían ver a un› niño sin autorización específica de un adulto. Pero no sabía que Padre te lo había dado.

—Bien, sólo me dio el código de entrada. Yo me las apañé para averiguar el resto.

Mebbekew estaba pálido.

—¿Y en todo este tiempo, mientras yo vivía como un mendigo en la ciudad, tenías acceso a toda la fortuna de Padre?

—Piénsalo, Meb —dijo Elemak—. ¿A quién más confiaría Padre su código? Nafai es un niño, tú eres un derrochón y yo tenía constantes desavenencias con él acerca del modo de invertir el dinero. En cambio Issib… ¿qué iba a hacer él con el dinero?

—Qué bien. Como no necesita dinero, recibe todo el que quiere.

—Si yo hubiera usado el código para sacar dinero, él lo habría alterado, así que nunca lo usé —dijo Issib—. Quizá tenga otro código más para tener acceso al dinero… Nunca lo intenté. Y tampoco lo intentaré ahora, así que ya podéis olvidarlo. Padre no nos autorizó a dilapidar la fortuna familiar.

—Nos dijo que el Alma Suprema quería que le lleváramos el índice —señaló Nafai—. ¿No lo entiendes? El índice es tan importante que Padre tuvo que enviarnos a enfrentarnos con su enemigo, un hombre que planeaba matarlo.

—Vamos, Nyef, eso fue un sueño de Padre, no algo real —protestó Mebbekew—. Gaballufix no pensaba matar a Padre.

—Claro que sí —intervino Elemak—. Pensaba matar a Roptat y a Padre, y luego inculparme. Mebbekew quedó boquiabierto.

—Dispondría las cosas para que hallaran mi pulsador, el que te presté a ti, Mebbekew, cerca del cadáver de Padre. Fuiste muy torpe al perder mi pulsador, Meb.

—¿Cómo sabes todo esto? —preguntó Issib.

—Gaballufix me lo contó mientras trataba de convencerme de que yo estaba indefenso.

—Entonces acudamos al consejo —sugirió Issib—. Si Gaballufix confesó…

—Confesó, o más bien alardeó, ante mí, a solas. Mi palabra contra la suya. Es inútil contárselo a nadie. No serviría de nada.

—Ésta es la oportunidad —dijo Nafai—. Hoy, ahora mismo. Vayamos a la casa, entremos en los archivos de Padre a través de su propia biblioteca, convirtamos todos los fondos en activos líquidos. Iremos al Mercado del Oro y obtendremos lingotes, bonos negociables, joyas y demás, y luego iremos a ver a Gaballufix…

—Y él nos roba todo, nos mata y deja nuestros cuerpos hechos picadillo para que los chacales los encuentren en una zanja de las afueras —concluyó Elemak.

—Claro que no —dijo Nafai—. Llevaremos un testigo… alguien que él no se atreverá a tocar.

—¿Quién? —preguntó Issib.

—Rashgallivak —declaró Nafai—. El no sólo es mayordomo de la casa de Wetchik. Es Palwashantu y goza de gran confianza y prestigio. Lo llevamos con nosotros, observa todo, presencia el cambio de la fortuna de Padre por el índice y nos vamos sanos y salvos. Gaballufix podría matarnos a nosotros, pues nosotros estamos ocultos y Padre se encuentra en el exilio, pero no puede tocar a Rash.

—¿Es decir que los cuatro visitaremos a Gaballufix? —preguntó Issib.

—¿E iremos a la ciudad? —inquirió Mebbekew.

—No es mal plan —concedió Elemak—. Arriesgado, pero es cierto que es el momento para actuar.

—Así que vayamos a la casa —resolvió Nafai—. Podemos dejar los animales aquí esta noche, ¿verdad? Issib y yo podemos ir a la biblioteca de Padre para efectuar la transferencia de fondos, mientras Meb y tú encontráis a Rash y lo traéis aquí para que vayamos juntos a ver a Gaballufix.

—¿Rash aceptará? —preguntó Issib—. ¿Qué ocurriría si Gaballufix decide matarnos de todos modos ?

—Aceptará —dijo Elemak—. Es un hombre totalmente leal. Jamás traicionará a la casa de Wetchik.

Sólo tardaron una hora. Atardecía cuando entraron en el Mercado del Oro e iniciaron las transacciones finales. Todos los fondos que no estaban comprometidos en bienes inmuebles se encontraban disponibles en el archivo bancario de Issib, el cual, al igual que los archivos bancarios de todos los hermanos, era un mero subarchivo de la cuenta general de Padre. Si alguien dudaba de que Issib tuviera autorización para gastar tanto, allí estaba Rashgallivak, observando en silencio. Todos sabían que si Rash estaba allí, la transacción era legítima.

La cantidad representaba la mayor compra de bienes portátiles en la historia reciente del Mercado del Oro. Ningún agente contaba con lingotes, joyas ni bonos suficientes para afrontar toda la compra. Durante más de una hora, hasta que el sol se puso detrás de la muralla roja y el Mercado del Oro quedó en las sombras, los agentes trajinaron hasta que al fin reunieron toda la cantidad en una sola mesa. Se transfirieron los fondos; una suma desorbitante se desplazó de una columna a otra en todas las pantallas (pues todos los agentes seguían la operación, anonadados). Envolvieron los lingotes en tres paquetes de paño, guardaron las joyas en sacos, plegaron los bonos en carpetas de cuero. Luego los paquetes se distribuyeron entre los cuatro hijos de Wetchik.

Uno de los agentes ya había llamado a media docena de guardias de la ciudad para que los acompañaran, pero Elemak se negó.

—Si nos acompañan los guardias, todos los ladrones de Basílica los verán y espiarán adonde vamos. Nuestras vidas no valdrán nada. Nos moveremos deprisa y sin guardias, con sigilo.

De nuevo los agentes miraron a Rashgallivak, quien asintió aprobatoriamente.

Al cabo de media hora de marcha por las calles de la ciudad, atentos a cada mirada, llegaron a las puertas de la casa de Gaballufix. Nafai advirtió de inmediato que reconocían a Elemak y Mebbekew. También a Rashgallivak, pero Rash era muy conocido en el clan Palwashantu, y hubiera sido extraño que no lo reconocieran. Sólo hubo que presentar a Nafai e Issib cuando Gaballufix los recibió en el gran salón de su casa, mejor dicho, la casa de su esposa.

—Así que tú eres el que vuela —le dijo Gaballufix a Issib.

—Floto —corrigió Issib.

—Eso veo —asintió Gaballufix—. Hijos de Rasa, ambos. —Miró a Nafai directamente a los ojos—. Muy corpulento para ser tan joven.

Nafai guardó silencio. Concentraba la atención en estudiar el rostro de Gaballufix. Muy vulgar, a decir verdad. Un poco fofo. Ya no era joven, aunque era menor que Padre, quien había dormido con la madre de Gaballufix al menos el tiempo suficiente para engendrar a Elemak. Existía una leve semejanza entre Elya y Gaballufix, pero no demasiada, sólo en el cabello oscuro y los ojos demasiado juntos.

Si los ojos los asemejaban, también los diferenciaban, pues los de Gaballufix, turbios e inflamados, contrastaban con los de Elemak, atentos y penetrantes. Elemak era un vigoroso hombre de acción, un hombre del desierto que podía enfrentarse a forasteros y lugares desconocidos con coraje, confianza y aplomo; Gaballufix, en cambio, era un hombre que no iba a ningún lado y no hacía nada, sino que se refugiaba en su guarida mientras otros trabajaban para él. Elemak salía a penetrar el mundo, cambiándolo cuando podía; Gaballufix se plantaba en un sitio y sorbía el mundo hasta secarlo, vaciándolo para llenarse él.

—Conque el chiquillo es mudo —comentó Gaballufix.

—Por primera vez en su vida —dijo Meb. Hubo risillas nerviosas.

—¿Por qué los hijos y el mayordomo de Wetchik me honran con esta visita?

—Padre quiso que intercambiáramos regalos contigo —explicó Elemak—. Vivimos en un lugar donde necesitamos poco dinero, pero Padre se ha encaprichado con el índice. Mejor dicho, el Alma Suprema se lo ha ordenado. Mientras que tú, Gaballufix, poco puedes hacer con el índice, pues ni siquiera lo habrás mirado desde que diriges el consejo del clan. En cambio podrías aprovechar una parte de la fortuna Wetchik mucho mejor que Padre, quien está lejos de la ciudad.

Era un discurso elocuente, atinado y totalmente engañoso, y Nafai lo admiró. No quedaron dudas de que se intentaba efectuar una compra, pero estaba delicadamente disimulada como un intercambio de obsequios, para que nadie pudiera acusar abiertamente a Gaballufix de haber vendido el índice, ni a Padre de haberlo comprado.

—Mi pariente Wetchik es demasiado generoso conmigo —respondió Gaballufix—. No creo que pueda ayudarle mucho con administrar una ínfima parte de su cuantiosa fortuna. Por toda respuesta, Elemak se adelantó y desenvolvió un pesado paquete de lingotes de platino. Gaballufix cogió un lingote y lo observó.

—Una belleza —reconoció—. Sin embargo, es una parte tan ínfima de la fortuna Wetchik que me sentiría mal haciendo tan flaco favor a mi pariente, cuando él está dispuesto a cargar con el pesado lastre de custodiar el índice Palwashantu.

—Esto es sólo una muestra —advirtió Elemak.

—Si se me ha de confiar esa tarea, ¿no debería ver la totalidad de los bienes?

Elemak extrajo el resto del tesoro que llevaba encima y lo apoyó en la mesa.

—Padre no se atrevería a agobiarte con una carga más pesada.

—Es una carga ligera —protestó Gaballufix—. Me avergonzaría permitir que mi ayuda se limitara a esto. —Pero Nafai advirtió que los ojos de Gaballufix centelleaban al ver tantas riquezas juntas—. Supongo que es sólo una cuarta parte de lo que traéis. —Gaballufix miró a Nafai, Issib y Mebbekew.

—Creo que es suficiente —intervino Nafai.

—Entonces no podría depositar la carga del índice en las espaldas de mi pariente —dijo Gaballufix.

—Muy bien —asintió Elemak. Empezó a envolver los lingotes.

¿Eso es todo?, pensó Nafai. ¿Nos rendimos tan fácilmente? ¿Soy el único que nota que Gaballufix se desvive por el dinero? ¿Que bastará ofrecerle un poco más para que venda?

—Aguarda —dijo Nafai—. Podemos sumar lo que yo llevo.

Nafai notó que Elemak lo traspasaba con la mirada, pero era impensable aproximarse tanto e irse con las manos vacías. ¿Elemak no comprendía que el índice era importante? Más importante que el mero dinero, por cierto.

—Y si eso no basta, Issib tiene más —prosiguió Nafai—. Muéstraselo, Issib. Permíteme que te lo muestre. En cuestión de segundos había triplicado la oferta.

—Me temo que mi hermanó menor ha sido muy desconsiderado al agobiarte con una carga muy superior a lo que yo pensaba ofrecerte —declaró secamente Elemak.

—No, no, al contrario —dijo Gaballufix—. Tu hermano menor ha sabido estimar mucho mejor la carga que estoy dispuesto a sobrellevar. Más aún, creo que si el cuarto restante de lo que habéis traído a mi casa estuviera sobre esta mesa, no me molestaría agobiar a mi querido pariente con la tremenda responsabilidad del índice Palwashantu.

—Yo digo que es demasiado —manifestó Elemak.

—Pues hieres mi sentimientos —replicó Gaballufix—, y no veo razones para seguir discutiendo.

—Hemos venido en busca del índice —insistió Nafai—. Hemos venido porque el Alma Suprema lo pide.

—Tu padre es famoso por su santidad y visiones —dijo Gaballufix.

—Si estás dispuesto a aceptar todo lo que tenemos —prosiguió Nafai—, te lo entregaremos de buen grado con tal de cumplir la voluntad del Alma Suprema.

—Tanta obediencia será largamente recordada en el Templo —respondió Gaballufix. Miró a Mebbekew—. ¿O la devoción de Mebbekew no está a la altura de la de su hermano Nafai?

Presa de la indecisión, Mebbekew miró a Elemak y Gaballufix.

Pero fue Elemak quien actuó. De nuevo se puso a envolver lingotes con el paño.

—¡No! —exclamó Nafai—. ¡No retrocederemos ahora! —Tendió la mano hacia Mebbekew— . Sabes bien lo que Padre querría que hicieras.

—Veo que sólo el menor comprende realmente la situación —comentó Gaballufix.

Mebbekew dio un paso adelante y comenzó a poner paquetes sobre la mesa. Entretanto, Elemak cogió el hombro de Nafai, clavándole las uñas, y le susurró al oído:

—Te dije que me dejaras esto a mí. Le has dado el cuádruplo de lo que era necesario pagar, tonto. Nos quedamos sin nada.

Nada salvo el índice, pensó Nafai. Pero aún así comprendía que quizás Elemak hubiera sabido manejar el regateo, y quizás él debía haber cerrado la boca y confiar en Elya. Pero Nafai había tenido la certeza, de que si no hablaba perderían el índice.

Toda la fortuna Wetchik, excepto la tierra y los edificios, estaba en la mesa de Gaballufix.

—¿Eso es suficiente? —preguntó secamente Elemak.

—Suficiente —dijo Gaballufix—. Suficiente para demostrarme que Volemak el Wetchik ha traicionado a los Palwashantu. Esta gran fortuna ha sido encomendada a unos chiquillos que, con pueril estupidez, han resuelto dilapidarla en la compra de lo que todo verdadero Palwashantu sabe que no se puede vender. El índice, el temido y sagrado tesoro de los Palwashantu… ¿Volemak creía que podía comprarlo? ¡No, imposible! Sólo cabe deducir que ha perdido el juicio o que lo habéis matado y ocultado el cadáver en alguna parte.

—¡No! —exclamó Nafai.

—Tus mentiras son obscenas —barbotó Elemak— y no las toleraremos.

Se adelantó y por tercera vez intentó recoger el tesoro.

—¡Ladrón! —exclamó Gaballufix.

De pronto se abrieron las puertas y una docena de soldados irrumpió en la sala.

—¿ Crees que puedes hacer esto en presencia de Rashgallivak? —preguntó Elemak.

—Insisto en hacerlo en su presencia —dijo Gaballufix—. ¿Quién crees que me trajo la noticia de que Volemak traicionaba la confianza de los Wetchik? ¿De que los hijos de Volemak querían derrochar la fortuna Wetchik en un descabellado capricho?

—Sirvo a la casa de Wetchik —declaró Rashgallivak. Miró a cada uno de los hermanos con rostro afligido—. No podría servir a los intereses de esa gran casa y permitir que la fortuna sea destruida por un loco que cree ver visiones. Gaballufix vaciló en creerme, pero convino conmigo en que la fortuna de Wetchik tenía que ser encomendada a otra rama de la familia.

—Como jefe del clan Palwashantu —salmodió Gaballufix—, declaro que Volemak y sus hijos, tras haber demostrado su incapacidad e ineptitud como custodios de la mayor casa del clan, quedan para siempre descartados como herederos y poseedores de la casa de Wetchik. Y en reconocimiento por años de leales servicios, prestados por él y por sus antepasados durante muchos siglos, concedo la tutela temporal de la fortuna Wetchik y el uso del nombre de Wetchik a Rashgallivak, para que cuide de todos los aspectos de la casa Wetchik hasta el momento en que el consejo del clan disponga otras medidas. En cuanto a Volemak y sus hijos, si intentan objetar o cuestionar este acto, se los considerará enemigos de sangre de los Palwashantu y serán juzgados según leyes más antiguas que las de la ciudad de Basílica. — Gaballufix sonrió a Elemak—. ¿Lo has entendido todo, Elya?

Elemak miró a Rashgallivak.

—Entiendo que el hombre más leal de Basílica es ahora el peor traidor.

—Vosotros fuisteis los traidores —replicó Rash—. Esta súbita epidemia de visiones, ese infructuoso viaje al desierto, la venta de todos los animales, el despido de todos los peones, y ahora esto… Como mayordomo de la casa Wetchik, no tuve más opción que acudir al consejo del clan.

—Gaballufix no es el consejo del clan —reprochó Elemak—. Es un vulgar ladrón y has puesto nuestra fortuna en sus manos.

—Vosotros pusisteis vuestra fortuna en sus manos —dijo Rashgallivak—. ¿No veis que lo he hecho por vosotros? ¿Por los cuatro? El consejo me nombrará guardián durante unos años, hasta que todo esto haya pasado, y si en ese período uno de vosotros demuestra ser un hombre prudente, dignó de confianza y de la responsabilidad del puesto, el nombre y la fortuna de Wetchik os serán devueltos.

—No quedará tal fortuna —dijo Elemak—. Gabya la gastará en sus ejércitos antes del fin de este año.

—En absoluto —intervino Gaballufix—. Se la entregaré a Rash, para que continúe como mayordomo. Elemak rió con amargura.

—Como mayordomo, para que la use según las directivas del consejo. ¿Y cuáles serán esas directivas? Ya verás, Rash.' Muy pronto… porque el consejo ha incurrido en tremendos gastos para pagar a toda esa soldadesca.

Rashgallivak perecía incómodo.

—Gaballufix mencionó que una pequeña parte se podría deducir para afrontar los actuales gastos, pero tu padre también hubiera aportado para ello, si aún estuviera en su sano juicio.

—Te ha tomado por tonto —dijo Elemak—, y también a mí. A todos nosotros.

Rash miró Gaballufix, obviamente preocupado.

—Tal vez debiéramos convocar al consejo para deliberar sobre esto —apuntó.

—El consejo ya se ha reunido —contestó Gaballufix.

—¿A cuánto ascienden los gastos del clan? —preguntó Rashgallivak.

—Una bagatela. No pierdas el tiempo preocupándote por eso. ¿O eres tan indigno de confianza como Volemak y sus hijos?

—¿Ves? —dijo Elemak—. Ya empieza… haz lo que Gabya quiere o dejarás de ser el mayordomo de la fortuna Wetchik.

—La ley es la ley —sentenció Gaballufix—. Y ya es hora de que estos jovenzuelos derrochones se marchen de mi casa antes de que los acuse del asesinato de su padre.

—Antes de que digamos otra cosa que ayude a Rash a ver la verdad, querrás decir — replicó Elemak.

—Nos iremos —dijo Mebbekew—. Pero esta cháchara acerca del consejo del clan Palwashantu y nombrar Wetchik a Rashgallivak es orina de rata. Eres un ladrón, Gabya, un ladrón asesino y embustero que hubiera matado a Roptat y a Padre si no hubiéramos abandonado la ciudad tal como lo hicimos, y no dejaremos nuestra fortuna familiar en tus sangrientas manos.

Mebbekew se abalanzó sobre las joyas y cogió una bolsa.

Al punto los soldados acometieron contra los cuatro. En un santiamén le arrebataron las joyas y sin mayor ceremonia los expulsaron del salón, los empujaron por las puertas y los arrojaron a la calle.

—¡Largo de aquí! —gritaron los soldados—. ¡Ladrones! ¡Asesinos!

Nafai aún no entendía lo que había ocurrido cuando Mebbekew le cogió la garganta.

—¡Tenías que poner todo el tesoro en la mesa!

—Pensaba quedárselo de todos modos —protestó Nafai.

—Callaos, tontos —ordenó Elemak—. Esto no se ha terminado. Nuestras vidas no valen nada… Tal vez tenga hombres aguardando para matarnos en las cercanías. Y recordad lo que Rasa me dijo hoy: No confiéis en ningún hombre. —Repitió la frase, cambiando un poco el énfasis—: No confiéis en ningún hombre. Nos reuniremos esta noche donde dejamos los camellos. Daremos por muerto al que no haya llegado allí al alba. Ahora corred… y no vayáis a ningún sitio donde os puedan estar esperando.

Elemak echó a andar hacia el norte. Al cabo de unos pasos giró sobre los talones.

—¡Vamos, tontos! Mirad… ¡Ya hacen señas a sus matones! Nafai vio que uno de los soldados del porche de Gaballufix alzaba un brazo y señalaba con el otro.

—¿A qué velocidad puedes ir con esos flotadores? —le preguntó Nafai a Issib.

—A mayor velocidad que tú —respondió Issib—. Pero a menos velocidad que el haz de un pulsador.

—El Alma Suprema nos protegerá —dijo Nafai.

—Bien —dijo Issib—. Ahora muévete, tonto.

Nafai agachó la cabeza y se internó en la muchedumbre. Había corrido un centenar de metros hacia el sur por la Calle de la Fuente cuando se volvió para ver por qué la gente gritaba a sus espaldas; Issib se había elevado una veintena de metros y desaparecía detrás del tejado de una casa que estaba frente a la de Gaballufix. No sabía que podía hacer eso, pensó Nafai.

Y mientras echaba a correr, pensó que quizás Issib tampoco lo supiera.

—Allá va uno —rugió una voz áspera.

De pronto un hombre le cerró el paso, espada energética en mano. Una mujer jadeó; la gente se apartó. Pero casi sin saber que lo sabía, Nafai sintió la presencia de un hombre a sus espaldas. Si retrocedía ante el hombre de la espada, caería en manos del verdadero asesino, que aguardaba detrás.

Así que Nafai se lanzó hacia delante. Su enemigo no esperaba que ese jovenzuelo desarmado embistiera, y su estocada falló. Nafai le asestó un rodillazo en la entrepierna, alzándolo en vilo. El hombre gritó. Nafai lo apartó de un empellón y corrió con todas sus fuerzas, sin mirar atrás, y mirando adelante sólo para esquivar a la gente y cuidarse del vibrante fulgor rojo de otra espada, o del caliente rayo blanco de un pulsador.

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