Pero esa noche Nafai hubiera preferido no estar en casa. Tenía esperanzas de que Padre estuviera en otra parte y Meb pudiera calmarse antes de que hablaran. Pero no, claro que no. Padre quería hablar con Meb. Ya había pasado una hora hablando con Elemak —Nafai no lamentaba haberse perdido esa escena— y ahora parecía tener la ilusión de que quizá pudiera persuadir a Meb de creer en su visión.
Los gritos comenzaron en cuanto Mebbekew localizó a Padre en su estudio. Nafai conocía esas discusiones, así que se retiró sin demora a su habitación. Al pasar por el patio vio a Issib asomado en la puerta. Otro refugiado, pensó Nafai.
Durante una hora sólo se oyó el murmullo de la voz de Padre, quizá tratando de explicar su visión, interrumpido en ocasiones por el penetrante alarido de Mebbekew, con comentarios que oscilaban entre la acusación y la burla. Luego estallaron los reproches: Mebbekew quejándose de que Padre humillaba a la familia, Padre alegando que Meb deshonraba a la familia trabajando de enmascarado. Padre empezó a gritar y Mebbekew a explicarse, lo cual prolongó la riña una hora más, hasta que Meb se marchó de la casa hecho una furia y Padre fue a los establos a cuidar los animales hasta que consiguió calmarse.
Sólo entonces Nafai se atrevió a ir a la cocina para comer su primera comida del día, pues desfallecía de hambre. Para su asombro, encontró allí a Elemak e Issib.
—Elya, no sabía que estabas aquí —afirmó Nafai. Elemak lo miró sin entender; luego recordó.
—Olvídalo —dijo—. Esta mañana estaba enfadado, pero no es nada. Olvídalo.
Nafai se había olvidado, con todo lo que había ocurrido, que Elemak le había advertido que no regresara a casa.
—Supongo que ya lo olvidé —dijo.
Elemak lo miró de mal talante y siguió comiendo.
—¿Qué he dicho?
—No importa —dijo Issib—. Estamos pensando qué hacer.
Nafai fue hasta la nevera y revisó la comida que Truzhnisha guardaba allí para estas ocasiones. Desfallecía de hambre pero nada le apetecía.
—¿No hay nada más?
—No, tengo el resto escondido en los pantalones —contestó Issib.
Nafai escogió algo que en un tiempo le gustaba, aunque esta noche no le atraía. Mientras lo calentaba, se volvió hacia los otros dos.
—¿Y qué hemos decidido? Elemak no lo miró.
—No hemos decidido nada —respondió Issib.
—¿Qué? ¿De pronto soy el único chiquillo de la casa, mientras los hombres toman las decisiones?
—En efecto, sí —dijo Issib.
—¿Y qué decisiones tomaréis? ¿Quién puede tomar decisiones, aparte de Padre? Es su casa, su negocio y su dinero, y es su nombre el que provoca risas en toda Basílica.
Elemak sacudió la cabeza.
—No en toda Basílica.
—¿Quieres decir que hay alguien que no se ha enterado?
—Quiero decir que no todos se ríen.
—Pues se reirán si esa sátira dura mucho tiempo. Vi un ensayo, Meb actuaba bastante bien. Claro que se marchó porque hablaba de Padre, pero creo que tiene talento. ¿Sabías que cantaba?
Elemak lo miró con desprecio.
—¿De veras eras tan frívolo, Nyef?
—Sí —dijo Nafai—, soy tan frívolo que no le doy importancia a nuestro bochorno, si Padre tuvo una visión.
—Sabemos que Padre tuvo una visión. El problema es lo que piensa hacer.
—Bien, el Alma Suprema le envía una visión advirtiéndole acerca de la destrucción del mundo. ¿Esperas que la mantenga en secreto?
—Come y calla —contestó Elemak.
—Anda diciendo a la gente que el Alma Suprema quiere que regresemos a las leyes tradicionales —comentó Issib.
—¿Cuáles?
—Todas ellas.
—Pregunto cuáles son las que ya no respetamos. Elemak decidió ir al grano.
—Fue al consejo del clan y habló contra nuestra decisión de colaborar con Potokgavan en su guerra con los cabeza mojada.
—¿Quiénes?
—Los gorayni. Los cabeza mojada.
Les habían dado ese apodo por su costumbre de llevar el cabello largo, en bucles que goteaban aceite perfumado. También eran famosos como guerreros crueles que despachaban a los prisioneros que no demostraban su valor sufriendo graves heridas antes de rendirse.
—Pero están cientos de kilómetros al norte de aquí —dijo Nafai—, y los potoku están al sureste. ¿Por qué han de pelear?
—¿Qué te enseñan en tu escuelita? —dijo Elemak—. Los potoku han extendido su protección sobre toda la planicie costera, hasta el río Mochai.
—Claro. ¿Protección de qué?
—De los gorayni, Nafai. Nosotros estamos en el medio. Eso se llama geografía.
—Conozco la geografía. Pero no entiendo por qué debería haber guerra entre los gorayni y los potoku, y si la hubiera, no sé cómo la librarían. Potokgavan tiene una flota, esa gente vive en barcos, pero Goraynivat no tiene litoral marítimo…
—No tenía. Han conquistado Usluvat.
—Supongo que sabía eso.
—Oh, sin duda —dijo Elemak—. Tienen carros con caballos. ¿Los has oído nombrar?
—Ruedas —dijo Nafai—. Caballos que arrastran cajas con hombres armados para la batalla.
—Y transportan vituallas para alimentar un ejército en una larga marcha. Una muy larga marcha. Los carros lo están cambiando todo. —De pronto Elemak hablaba con entusiasmo. Hacía años que Nafai no lo veía tan excitado—. Imagino que un día ensancharemos el Camino del Risco y el Camino de la Planicie y la Calle del Mercado para que los granjeros puedan llevar sus productos en carros. La misma cantidad de caballos puede llevar diez veces más carga. Un hombre, dos caballos y un carro pueden llevar lo que cargan doce hombres y veinte caballos. El precio de la comida baja. El coste de transportar nuestros productos baja aún más… eso representa dinero. Imagino caminos de cientos de kilómetros, cruzando el desierto… menos animales en las caravanas, menos vituallas para cargar, y no es necesario hallar tanta agua en el viaje. El mundo se está haciendo pequeño y Padre intenta detenerlo.
—¿Todo esto tiene algo que ver con la visión?
—Las viejas leyes del Alma Suprema. Están prohibidas las ruedas, excepto para engranajes o juguetes. Sacrilegio. Abominación. ¿Comprendes que hace miles de años que se conoce el carro y nadie construyó ninguno jamás?
—Hasta ahora —dijo Issib.
—Tal vez había una buena razón —observó Nafai.
—La razón era mera superstición —dijo Elemak—, pero ahora tenemos la oportunidad de construir doscientos carros. Potokgavan los pagará y nos brindará el diseño, y el precio que ha negociado Gaballufix es tan alto que podemos construir doscientos más para nosotros.
—¿Y por qué los potoku no se construyen sus propios carros ?
—Vendrán aquí en barco. En vez de construir los carros en Potokgavan y luego trasladarlos por agua, enviarán aquí sus soldados, donde los carros los esperarán.
—¿Por qué aquí?
—Porque aquí es donde trazarán el límite. Los gorayni no deben avanzar más, o tendrán que enfrentarse a la ira de los potoku. No intentes entenderlo, Nafai. Es cosa de hombres.
—Me parece que Padre tiene razón en oponerse. Si averiguan que construimos carros para los potoku, los gorayni también enviarán un ejército para detenernos.
—No se enterarán hasta que ya sea demasiado tarde.
—¿Por qué no? ¿Basílica es tan hábil para guardar secretos ?
—Aunque lo averigüen, Nyef, los potoku estarán aquí para impedir que nos castiguen.
—Pero si los potoku no vinieran y si no fabricáramos carretas para ellos, los gorayni no tendrían motivos para castigarnos.
Elemak agachó la cabeza, dando a entender que era imposible explicarle nada a Nafai.
—El mundo está cambiando —dijo Issib—. Estamos habituados a que las guerras sean reyertas locales. Pero los gorayni han alterado la situación. Están conquistando países que nunca les causaron daño.
Elemak continuó la explicación.
—Algún día avanzarán contra nosotros, contemos o no con la protección de los potoku. Personalmente, prefiero que los potoku se encarguen de pelear.
—No puedo creer que todo esto esté sucediendo y nadie lo mencione en la ciudad —dijo Nafai—. No tengo lodo en los oídos y no he oído decir que construyéramos carros para Potokgavan.
Elemak sacudió la cabeza.
—Es un secreto. O lo era, hasta que Padre lo expuso ante el consejo del clan.
—¿Quieres decir que alguien hacía esto y el consejo lo ignoraba?
—Era un secreto. ¿Cuántas veces tendré que repetirlo?
—¿Conque alguien hacía esto en nombre de Basílica y del clan Palwashantu sin consultar a ningún miembro del consejo del clan ni del consejo de la ciudad?
Issib se echó a reír.
—Cuando lo dices de ese modo, suena bastante raro, ¿eh?
—No suena raro —dijo Elemak—. Veo que ya estás con el partido de Roptat.
—¿Quién es Roptat?
—Es un Palwashantu de la edad de Elya —respondió Issib—, que ha usado esta charla sobre la guerra para granjearse cierta reputación como profeta. No es como Padre. No tiene visiones del Alma Suprema sino que escribe profecías que suenan como si un tiburón te arrancara la pierna. Y dice lo mismo que tú acabas de decir.
—¿Quieres decir que este plan secreto es tan conocido que ya existe un partido encabezado por Roptat para impedir que se cumpla?
—No era tan secreto —dijo Elemak—. No es una confabulación. Sólo se trata de buenas personas que procuran hacer algo en favor de los intereses vitales de Basílica, y de algunos traidores que se empeñan en detenerlas.
Elemak tenía una visión parcial de las cosas. Nafai aportó otro punto de vista.
—O quizás hay mercachifles codiciosos que ponen nuestra ciudad en gran peligro para enriquecerse, y buenas personas que tratan de salvar la ciudad. Sólo lo sugiero como posibilidad alternativa.
Elemak se enfureció.
—La gente que trabaja en este proyecto es tan rica que no necesita más dinero —espetó—. Y no entiendo por qué un sabio de catorce años que jamás hizo trabajos de hombre de pronto tiene opiniones acerca de cuestiones políticas cuya existencia ignoraba hace diez minutos.
—Sólo hacía una pregunta —dijo Nafai—. No te acusaba de nada.
—Por supuesto que no me acusabas —replicó Elemak—. Yo no formo parte del proyecto.
—Claro que no —dijo Nafai—. Es un proyecto secreto.
—Esta mañana debí arrancarte los dientes a puñetazos —masculló Elemak.
¿Por qué siempre terminaban amenazándose?
—¿Arrancas los dientes a puñetazos a todos los que te hacen preguntas para las que no tienes buenas respuestas?
—Nunca lo he hecho —rezongó Elemak, levantándose—. Pero ahora compensaré todas las oportunidades perdidas.
—¡Basta! —exclamó Issib—. ¿No tenemos suficientes problemas?
Elemak titubeó, se sentó.
—No sé por qué dejo que me enfurezca. Nafai respiró de nuevo. Ni siquiera había notado que había contenido el aliento.
—Él es un mocoso. ¿Qué puede saber? —suspiró Elemak—. Pero Padre debería saber cómo portarse. Está irritando a mucha gente. A gente muy peligrosa.
—¿Quieres decir que lo están amenazando? —preguntó Nafai.
—Nadie amenaza —dijo Elemak—. Eso sería grosero. Sólo están… preocupados por Padre.
—Pero si todos se ríen de Padre, ¿a qué preocuparse por lo que él diga? Parece que más bien deberían preocuparse por el tal Roptat.
—Es el asunto de la visión. El Alma Suprema. La mayoría de los hombres no lo toman en serio, pero las mujeres… el consejo de la ciudad… Tu madre no ayuda mucho.
—O ayuda mucho, según de qué lado estés.
—Muy bien —dijo Elemak. Se levantó de la mesa, pero esta vez sin amenazas—. Ya veo de qué lado estás, Nyef, y te advierto que si Padre se sale con la suya terminaremos engrillados en cadenas gorayni.
—¿Por qué estás tan seguro? —preguntó Nafai—. ¿Acaso el Alma Suprema te ha presentado una visión?
—Estoy seguro, amiguito, porque entiendo la cosas. Cuando crezcas, tal vez llegues a saber qué significa eso. Pero lo dudo.
Elemak se marchó de la cocina. Issib suspiró.
—¿Alguien quiere a alguien en esta familia?
La comida de Nafai se había cocido en exceso, pero no le importó. Temblaba tan violentamente que apenas podía llevar la bandeja a la mesa.
—-¿Por qué tiemblas?
—No sé. Quizá tenga miedo.
—¿De Elemak?
—¿Por qué iba a temerle? ¿Sólo porque me puede romper la crisma de un codazo?
—¿Pues por qué insistes en provocarlo?
—Quizá también tenga miedo por él.
—¿Por qué?
—¿Te parece gracioso, Issib? Elya nos cuenta que Padre corre peligro porque irrita a gente peligrosa… y su solución no consiste en denunciar a esa gente, sino en tratar de silenciar a Padre.
—Nadie actúa racionalmente.
—Algo entiendo de política. Estudio historia continuamente. Superé hace años a los de mi curso. Sé algo acerca de cómo comienzan las guerras y quién las gana. Y este plan es el colmo de la estupidez. Potokgavan no tiene oportunidad de defender esta zona ni razones de peso para intentarlo. ¿Sabes qué ocurrirá? Enviarán un ejército, provocarán un ataque de los gorayni, comprenderán que no pueden vencer y regresarán a sus llanuras, donde los cabeza mojada no pueden tocarlos. Y nosotros sufriremos la ira gorayni. Construir carros de guerra para ellos es un modo tan evidente de invitar al desastre que sólo una persona cegada por la codicia accedería a ello. Y si el Alma Suprema dice a Padre que se oponga a la construcción de carros, el Alma Suprema tiene razón.
—Sin duda el Alma Suprema se sentirá aliviada de contar con tu aprobación.
—Haré lo que sea para ayudar.
—Nafai, tienes catorce años.
—¿Y?
—Elemak no quiere que le hables así.
—Y tú tampoco, ¿verdad?
—Estoy cansado. Ha sido un largo día.
Issib se fue de la cocina y Nafai se puso a comer. Notó exasperado que no le apetecía, aunque aún tenía hambre. Debo comer pero no puedo. Olvídalo. Arrojó la comida y puso el plato en la limpiadora.
Salió al patio y fue a su habitación. El aire de la noche estaba helado. Vivían tan cerca del desierto que la temperatura descendía abruptamente cuando se ponía el sol. Aún estaba temblando, no sabía por qué. No era por la visión de Padre acerca de la destrucción del mundo m por la guerra que quizás asolara Basílica si continuaban con esa necia alianza con Potokgavan. Ésos eran peligros reales, sí, pero distantes. Tampoco era por las amenazas de Elemak, pues las había soportado toda la vida.
Sólo cuando se acostó en su estera, aún temblando a pesar de que no hacía frío en su habitación, comprendió qué le molestaba. Elemak había mencionado que Gaballufix había negociado un precio con los potoku. Obviamente el plan contaba con el apoyo de Gaballufix. ¿Quién salvo el jefe del clan comprometería a los Palwashantu en un plan tan peligroso sin consultar al consejo siquiera? Así que era lógico pensar que Elya se refería a Gaballufix al aludir a esos peligrosos enemigos de Padre.
Gaballufix, cuya casa Elemak había visitado en secreto.
¿Dónde estaba la lealtad de Elemak? ¿Con Padre? ¿O con su hermanastro Gaballufix? Era obvio que Elya formaba parte del plan. ¿Y de qué más? Esa gente peligrosa no se dedicaba a amenazar, eso había dicho. ¿A qué se dedicaba entonces? ¿A conspirar? ¿Elya estaba involucrado en una conspiración para perjudicar a Padre, y sus insinuaciones eran un intento de disuadirlo?
Aquel mismo día Mebbekew había hablado de parricidio metafórico.
No, pensó Nafai. Estoy irritado porque todo esto ha sucedido de golpe, en un día. Padre tiene una visión, y de pronto se mete en política, como si el Alma Suprema le hubiera enviado esta visión a causa del estúpido proyecto de Gaballufix, porque se requería una acción inmediata.
¿Por qué? ¿Por qué el Alma Suprema se preocupaba por el destino de Basílica? Un sinfín de ciudades y naciones habían surgido y caído durante siglos y milenios de historia humana. Quizá durante millones de años. El Alma Suprema no había levantado un dedo. No le preocupaba la guerra, y desde luego no impedía el sufrimiento humano. ¿Por qué el Alma Suprema se entrometía ahora? ¿Cuál era la urgencia? ¿Valía la pena desbaratar una familia? Y en tal caso, ¿quién lo decidía? Nadie le había pedido esto al Alma Suprema. Si los tenía a mal traer como parte de un plan maestro, el Alma Suprema bien podía tener la amabilidad de aclararles qué se proponía.
Nafai se quedó tendido, temblando.
Luego recordó. Esa noche no iba a dormir en una estera. Trataría de ser más hombre.
Contuvo una carcajada. ¿Dormir en el suelo me haría más hombre? Qué idiota soy. Qué necio.
Riéndose de sí mismo, logró dormirse.