La noche betana era calurosa, incluso bajo la cúpula energética que protegía en suburbia de Silica. Miles se tocó los círculos plateados de su frente y de sus sienes, rogando que la transpiración no estuviera aflojando el pegamento. Había pasado la aduana betana con el documento falsificado del piloto feliciano; temía que sus supuestoss injertos se deslizaran por su cara.
Acacias y mezquites hechos bonsai, destacados con luces de colores, cercaban la cúpula baja que cubría el acceso peatonal al complejo de apartamentos en que vivíia su abuela. La vieja construcción era anterior al blindaje energético del vecindario y estaba por lo tanto íntegramente bajo la superficie. Miles dio una palmadita en la mano que Elli Quinn apoyaba en su brazo.
— Ya casi hemos llegado. Dos escalones para abajo, aquí. Te gustará mi abuela. Supervisa el mantenimiento del equipo sustentador de vida en el Hospital de la Universidad de Silica. Ella sabrá a quién hay que ver exactamente para que haga el mejor trabajo. Ahora, aquí hay una puerta…
Ivam, todavía llevando la maleta, pasó primero. El aire más fresco del interior acarició el rostro de Miles y le alivió al menos de su preocupación por los falsos injertos. Había sido devastador para los nervios cruzar la aduana con un documento falsificado, pero usar su identificación real hubiera garantizado enredarse instantáneamente en procedimientos legales betanos, asegurándole Dios sabía qué demoras. El tiempo machacaba en su cabeza.
— Hay un ascensor aquí — le dijo a Elli; de pronto sofocó un insulto y retrocedió: surgido de repente del ascensor apareció precisamente el hombre a quien menos quería ver en su rápida escala en el planeta.
Los ojos de Tav Calhoun se salieron de sus órbitas al ver a Miles, la cara se le puso del color de un ladrillo.
— ¡Tú! — gritó —. Tú… tú… tú… — Se infló, tartamudeando, y avanzó hacia Miles.
Miles intentó una sonrisa amistosa.
— Buenas tardes, señor Calhoun. Usted es justamente la persona a quien quería ver…
Las manos de Calhoun se cerraron sobre la chaqueta de Miles.
— ¿Dónde está mi nave?
Miles, empujado hasta dar con la espalda en la pared, se sintió de repente solo, sin el sargento Bothari.
— Bueno, hubo un pequeño problema con la nave — empezó a decir tratando de aplacarle.
Calhoun le sacudió.
— ¿Dónde está? ¿Qué habéis hecho con ella, terroristas?
— Está varada en Tau Verde, me temo. Se dañaron las varas Neckllin. Pero tengo su dinero. — Intentó un gesto jovial.
La presión de Calhoun no aflojó.
— ¡No tocaría tu dinero ni con un tractor manual! — gruñó —. Me han paseado de un lado a otro, me han mentido, me han estado siguiendo, han interceptado mis comunicaciones, agentes barrayaranos han interrogado a mis empleados, a mi novia, a su esposa… A propósito, he averiguado lo de ese maldito terreno radioactivo sin valor, enano mutante… Quiero sangre. ¡Vas a ir a terapia, porque ahora mismo llamaré a Seguridad!
Un quejumbroso balbuceo surgió de Elli Quinn, que el oído ejercitado de Miles tradujo como: «¿Qué está pasando?»
Calhoun advirtió por primera vez a la mujer en la penumbra, se sobresaltó, se estremeció y giró sobre sus talones.
— ¡No te muevas! ¡Esto es un arresto civil! — le dijo a Miles, al tiempo que empezaba a encaminarse al comunicador público.
— ¡Sujétale, Ivan! — gritó Miles.
Calhoun eludió el intento de Ivan. Sus reflejos eran más rápidos de lo que Miles hubiese esperado de un cuerpo tan musculoso. Elli Quinn, con la cabeza erguida en actitud atenta, se le cruzó en el camino con dos ágiles pasos laterales, los tobillos y las rodillas flexionados. Sus manos se encontraron con la camisa de Calhoun. Giraron ambos un instante como un par de bailarinas y de repente Calhoun se halló dando espectaculares saltos mortales. Aterrizó de lleno sobre su espalda en el pasillo. El aire se le escapó en un resonante bufido. Elli se sentó encima, le trabó el cuello con una pierna y le aplicó una palanca al mismo tiempo.
Ivan, ahora que su blanco ya no se movía, logró sujetarle con una encomiable presa.
— ¿Cómo lo hiciste? — le preguntó a Elli, con asombro y admiración en la voz.
Ella se encogió de hombros.
— Solía practicar con los ojos vendados — balbuceó — para agudizar el equilibrio. Funciona.
— ¿Qué hacemos con él, Miles? — preguntó Ivan —. ¿Puede detenerte realmente, aun cuando le ofrezcas pagarle?
— ¡Asalto! — graznó Calhoun —. ¡Agresión!
Miles alisó su chaqueta.
— Eso me temo, había algunas claúsulas en letra pequeña en ese contrato… Mira, hay un armario de limpieza en el segundo piso, mejor será que le llevemos allí antes de que aparezca alguien.
— Secuestro — gorgoteó Calhoun mientras Ivan le arrastraba hasta el ascensor.
Encontraron un rollo de alambre en el amplio armario de la limpieza.
— ¡Asesinato! — chilló Calhoun cuando vio que se aproximaban con aquello.
Miles le amordazó; los ojos de Calhoun giraron en blanco. Para cuando terminaron todos los nudos y vueltas adicionales, por si acaso, el operador de recuperaciones empezaba a parecer una brillante momia anaranjada.
— La maleta, Ivan — ordenó Miles.
Su primo la abrió, y ambos comenzaron a rellenar la camisa y el sarong de Calhoun con fajos de dólares betanos.
— … treinta y ocho, treinta y nueve, cuarenta mil — contó Miles —. Ivan se rascó la cabeza.
— ¿Sabes? Hay algo al revés en todo esto…
Calhoun hacía girar los ojos y se quejaba frenéticamente. Miles le quitó la mordaza un instante.
— ¡… más el diez por ciento! — dijo jadeando Calhoun.
Miles le amordazó otra vez y contó otros cuatro mil dólares. La maleta estaba mucho más ligera ahora. Cerraron la puerta tras ellos.
— ¡Miles! — Su abuela se quedó paralizada al verle —. Gracias a Dios, el capitán Dimir te encontró, entonces. La gente de la embajada ha estado terriblemente preocupada. Cordelia dice que tu padre no creía poder posponer por tercera vez la fecha de apelación ante del Consejo de Condes… — se interrumpió al ver a Elli Quinn —. Oh, Dios mío…
Miles le presentó a Ivan y a Elli, mencionando apresuradamente a esta última como una amiga de otro planeta, sin parientes allí y sin lugar donde estar. Rápidamente expresó su esperanza de poder dejar a la joven damnificada en manos de su abuela. La señora Naismith asimiló todo esto de golpe, observando únicamente: «Oh, sí, otro de tus descarriados.» Miles la bendijo..
Su abuela los llevó hasta la sala de estar. Miles se sentó en el sofá, y sintió una punzada al recordar a Bothari. Se preguntó si la muerte del sargento se convertiría en una especie de cicatriz de guerra, haciéndose eco del antiguo dolor a cada cambio de clima.
Como si reflejara su pensamiento, la señora Naismith preguntó:
— ¿Dónde están el sargento y Elena? ¿Informando en la embajada? Me sorprende que te dejaran venir, aunque fuera sólo a visitarme. Me dio la impresión de que el teniente Croye te iba a poner en un expreso a Barrayar en cuanto te pusieran las manos encima.
— No hemos ido a la embajada todavía — confesó incómodo Miles —. Vinimos directamente aquí.
— Te dije que deberíamos comunicárselo a ellos primeri — dijo Ivan. Miles negó con un gesto.
Su abuela le miró con renovada perspicacia.
— ¿Qué es lo que ocurre, Miles? ¿Dónde está Elena?
— Ella está a salvo — respondió Miles —, pero no aquí. El sargento resultó muerto hace dos, casi tres meses. Un accidente.
— Oh. — La señora Naismith se sentó un momento en silencio, sombría —. Confieso que nunca entendí qué vio tu madre en ese hombre, pero sé que su muerte será muy sentida. ¿Quieres que llamemos desde aquí al teniente Croye? — Alzó la vista hacia Miles y agregó —: ¿Eso es lo que has hecho en los últimos cinco meses?, ¿entrenarte para ser piloto de saltos? No creo que tuvieras que hacerlo en secreto, seguramente Cordelia te hubiera ayudado…
Miles se tocó embarazosamente un círculo plateado.
— Esto es falso. Falsifiqué el documento de un piloto para pasar por la aduana.
— Miles… — La impaciencia afinó los labios de la abuela, y la preocupación le hizo fruncir el entrecejo —. ¿Qué está pasando? ¿Tiene que ver con toda esa horrible politica barrayarana?
— Me temo que es así. Rápido, ¿qué has oído de casa desde que Dimir se fue de aquí?
— De acuerdo con tu madre, estás citado a declarar en el Consejo de Condes por una especie de falsa acusación de traición; y muy pronto.
Miles le dirigió a Ivan un breve gesto de te-lo-di-je; Ivan empezó a morderse una uña.
— Evidentemente ha habido muchas maniobras entre bastidores… La mitad de su mensaje no lo entendí. Estoy convencida de que sólo un barrayarano podría descifrar el modo en que funciona su gobierno. De acuerdo con la más elemental sensatez, el sistema debería haberse desmoronado hace tiempo. Como sea, la mayor parte del mensaje giraba en torno al cambio de la esencia de la acusación: de traición por la violación de algo llamado ley de Vorloupulous, a traición por intento de usurpación del trono imperial.
— ¿Qué? — Miles pegó un salto. El ardor del terror le corrió por todo el cuerpo —. ¡Eso es demencia pura! ¡Yo no quiero el puesto de Gregor! ¿Se creen que estoy loco? En primer lugar, debería conseguir la lealtad de todo el Servicio Imperial completo, no sólo la de una minúscula flota mercenaria…
— ¿Quieres decir que había realmente una flota mercenaria? — preguntó su abuela abriendo los ojos —. Creía que sólo era un rumor descabellado. Lo que Cordelia dijo de los cargos tiene más sentido, entonces.
— ¿Qué dijo mi madre?
— Que tu padre tuvo muchos inconvenientes para hacer que ese conde Vor…, ¿cómo se llama? Nunca recuerdo los nombres de esos Vor…
— ¿Vordrozda?
— Sí, ése era.
Miles e Ivan intercambiaron salvajes miradas.
— Para hacer que ese conde te acusara de un cargo mayor, mientras públicamente aparentaba desear todo lo contrario. No entiendo la diferencia, ya que la pena es la misma.
— ¿Mi padre tuvo éxito?
— Aparentemente. Al menos así era hace dos semanas, cuando el expreso que llegó ayer salió de Barrayar.
— Ah. — Miles comenzó a pasearse por la sala —. Ah. Astuto, astuto… Tal vez…
— Yo tampoco lo entiendo — se quejó Ivan —. ¡Usurpación es un cargo mucho peor!
— Pero sucede que es un cargo del que soy inocente. Y más aún, es un cargo de intento. Todo lo que tendría que hacer es presentarme para refutarlo. Violar la ley de Vorloupulous es un cargo de hecho; y de hecho, si bien no de intención, soy culpable de ello. En caso de que me presentara para ser juzgado y dijera la verdad, como por juramento debería hacerlo, sería mucho más difícil escapar a la condena.
Ivan terminó de comerse su segunda uña.
— ¿Qué te hace pensar que tu inocencia o tu culpabilidad van a tener algo que ver con el resultado?
— ¿Cómo? — dijo la señora Naismith.
— Por eso es por lo que he dicho que tal vez — explicó Miles —. Esta asunto es hasta tal punto político… ¿Cuántos votos supones que Vordrozda habrá volcado de antemano a favor de sus planes, antes de que se presente si quiera alguna prueba o testimonio? Tiene que haberse asegurado algunos o nunca se hubiera atrevido a montar todo esto, en primer lugar.
— ¿Me estás preguntando a mí? — dijo Ivan quejumbrosamente.
— Tú… — La mirada de Miles recayó en su primo —. Tú… Estoy absolutamente convencido de que tú eres la llave, la clave de esto; con sólo encontrar el modo de hacerte encajar en la cerradura…
Ivan dio la impresión de estar tratando de imaginarse a sí mismo como la clave de algo y fracasar en el intento.
— ¿Por qué?
— Por una cosa: hasta tanto no nos presentemos en algún sitio, Hessman y Vordrozda pensarán que estás muerto.
— ¿Qué? — dijo la señora Naismith.
Miles le explicó lo de la desaparición del capitán Dimir. Se tocó la frente y agregó, mirando a Ivan.
— Y esa es la verdadera razón de todo esto; aparte de Calhoun, por supuesto.
— Hablando de Calhoun — dijo su abuela —, ha estado viniendo aquí regularmente, buscándote. Será mejor que estés alerta, si realmente quieres eludirle.
— Uh — dijo Miles —, gracias. Pues bien, Ivan, si la nave de Dimir fue saboteada, tiene que haber habido alguien involucrado aquí para hacerlo. ¿Para qué evitar que, quien sea que no quiere mi presencia en el juicio, pueda planear otro atentado si después, cómodamente, nos ponemos en sus manos apareciendo por la embajada?
— Miles, tu mente es más retorcida que tu espalda; quiero decir, ¿estás seguro de que no te estás contagiando de la enfermedad de Bothari? — le dijo Ivan —. Me haces sentir como si tuviera un blanco pintado en la espalda.
Miles sonrió, sintiéndose extrañamente alegre.
— Te desvela, ¿no?
Le pareció que podía escuchar las compuertas de la razón abriéndose en su cerebro, dando paso a una cascada más rápida cada vez. Su voz adquirió un tono distante.
— ¿Sabes? Si uno quiere atacar por sorpresa una habitación llena de gente, es mucho más fácil acertar todos los blancos si no se entra pegando gritos.
El resto de la visita fue tan breve como Miles esperaba. Vaciaron la maleta en el suelo de la sala, y Miles amontonó distintas pilas de dólares betanos para saldar sus deudas varias, incluida la «inversión» original de su abuela. Confundida, la abuela aceptó ser su agente para la tarea de distribuir los pagos.
La pila mñas abultada fue para la nueva cara de Elli Quinn. Miles tragó saliva cuando su abuela le comentó el precio aproximado del mejor trabajo. Una vez que terminó, en su mano le quedaba un magro fajo de billetes.
Ivan aspiró por la nariz, jocosamente.
— Por Dios, Miles, has hecho ganancias. Creo que eres el primer Vorkosigan que lo logra en cinco generaciones. Debe de ser esa nociva sangre betana.
Miles sopesó los dólares, torciendo la boca.
— Está empezando a ser una especie de tradición familiar, ¿no? Mi padre se deshizo de 275.000 marcos un día antes de abandonar la Regencia, sólo para que le diera exactamente el mismo balance financiero que hasta el día en que la asumió, dieciséis años antes.
Ivan alzó las cejas.
— No sabía eso.
— ¿Por qué crees que la residencia Vorkosigan no puso un tejado nuevo el año pasado? Creo que eso es lo único que mi madre lamentó, el tejado. Por lo demás, decidir dónde enterrar el dinero fue una especie de divertimento; el Orfanato del Servicio Imperial se encontró el paquete.
Por pura curiosidad, Miles sacó un momento para ver las cotizaciones financieras en las pantallas del tele-comunicador. El mili-pfennig feliciano figuraba en la lista nuevamente. El índice de cambio era de 1.206 mili-pfennigs por dólar betano, pero al menos aparecía. El índice de la semana anterior había sido de 1.459 por dólar.
La creciente sensación de urgencia que Miles tenía los impulsó hacia la puerta.
— Si logramos partir en el expreso feliciano con un día de ventaja, será suficiente — le dijo a su abuela —. Luego, prodrás llamar a la embajada y librarlos de su sufrimiento.
— Sí — respondió su abuela sonriendo —. El pobre teniente Croye estaba convencido de que iba a pasarse el resto de su carrera como retirado, cmpliendo tareas de vigilancia en algún sitio desagradable.
Miles se detuvo junto a la puerta, antes de salir.
— Ah… en cuanto a Tav Calhoun…
— ¿Sí?
— ¿Conoces el armario de limpieza que está en el segundo piso?
— Vagamente — respondió la señora Naismith, mirándole con cierta incomodidad.
— Por favor, asegúrate de que alguien lo registre mañana por la mañana, pero no subas tú antes de entonces.
— Ni siquiera lo soñaría — aseguró ella.
— Vamos, Miles — terció Ivan.
— Sólo un segundo.
Miles se precipitó otra vez adentro del apartamento, hacia la sala de estar, donde Elli Quinn seguía obedientemente sentada. Le puso en la palma de la mano los billetes que le quedaban y le hizo cerrar el puño sobre el dinero, ejerciendo una suave presión.
— Bonificación por combate — le susurró al oído —, te la has ganado. Ahora debo irme.
Besó la mano de la joven y salió rápidamente para alcanzar a Ivan.