12

Miles soltó una blasfemia, frustrado. ¡Por supuesto! Armaduras oseranas de retroalimentación completa implicaban lógicamente un monitor oserano cercano. Debía haberse dado cuenta al instante. Había sido un tonto al haber supuesto sencillamente que el enemigo estaba siendo dirigido desde el interior de la estación. Apretó los dientes, mortificado. En la abrumadora excitación del ataque, en su particular terror por Elena, había olvidado el primer principio de los grandes comandantes: no enredarse en los pequeños detalles. No era un consuelo que también Auson parecía haberse olvidado de eso.

El oficial de comunicaciones abandonó rápidamente el juego del sabotaje de trajes y retornó a su puesto.

— Están exigiendo la rendición, señor — informó.

Miles se mojó los labios resecos y aclaró su garganta.

— Ah… ¿Sugerencias, recluta Auson?

Auson le dirigió una turbia mirada.

— Es ese esnob de Tung. Es de la Tierra y jamás deja que uno lo olvide. Tiene cuatro veces nuestra aceleración, tres veces nuestra tripulación y treinta años de experiencia. Supongo que no te interesa considerar la rendición, ¿no?

— Tienes razón, Auson — dijo tras un momento Miles —. No me interesa.

El asalto de la estación de desembarco estaba prácticamente terminado. Thorne y compañía ya se estaban movilizando por las estructuras adyacentes para completar la limpieza. ¿La victoria convertida tan velozmente en derrota? Insoportable. Miles buscó vanamente una idea mejor en el fondo de su inspiración.

— No es muy elegante — dijo por fin — pero, a una distancia tan increíblemente corta, al menos es posible… Podríamos intentar chocar contra ellos.

Auson articuló sin sonidos las palabras: mi nave… Y recuperó la voz:

— ¡Mi nave! ¿La más fina tecnología de Illyrica, y quieres usarla para una jodida batida medieval? ¿Hervimos un poco de aceite y se lo arrojamos mientras tanto? ¿Tiramos algunas rocas? — Su voz subió una octava y se quebró.

— Apuesto a que no se lo esperan — dijo Miles, un poco reprimido.

— Te estrangularé con mis propias manos… — Auson, tratando de levantarlas, redescubrió los límites de su movimiento.

— Eh, sargento — llamó Miles, retrocediendo ante el capitán mercenario, quien respiraba agitadamente.

Bothari se levantó de su silla. Sus ojos entrecerrados midieron fríamente a Auson, como un cardiocirujano al planificar su primer corte.

— Al menos debe intentarse — razonó Miles.

— No con mi nave, tú no, tú, pequeño… — El lenguaje de Auson al refunfuñar se convirtió en corporal. Su equilibrio cambió, liberando un pie para asestar un golpe de karate.

— ¡Dios mío! ¡Mire! — gritó el oficial de comunicaciones.

La RG 132, torpe, voluminosa, estaba alejándose del muelle. Sus motores sonaban a máxima potencia, otorgándole la aceleración propia de un elefante nadando en melaza.

Auson, al instante, quedó fuera de la atención de Miles.

— La RG, cargada, tiene cuatro veces la masa de ese acorazado de bolsillo — suspiró.

— ¡Por eso vuela como un cerdo y cuesta una fortuna moverla! — gritó Auson —. Ese oficial piloto suyo está loco si piensa que puede alcanzar a Tung…

— ¡Vamos, Arde! — gritó Miles, saltando enardecido —. ¡Perfecto! Le acorralarás directamente contra esa unidad de fundición…

— No puede… — empezó a decir Auson —. ¡Hijo de puta! ¡Sí puede!

Tung, como Auson, aparentemente tardó en adivinar la verdadera intención del voluminoso carguero. Los impulsores laterales comenzaron a echar chispas para rotar la nave de guerra en posición de lanzarse al espacio abierto. El acorazado recibió una embestida, absorbida con poco efecto visible en el área de carga de la RG 132.

Entonces, casi a cámara lenta, con una especie de loca majestad, el carguero volvió a encarar al acorazado… y avanzó. La nave de guerra fue empujada contra la enorme fundición. El equipamiento que sobresalía y las cubiertas superficiales estallaron y saltaron en todas direcciones.

La acción exige reacción; después de un momento de dolor, la fundición devolvió la gentileza. Una onda de movimiento surgió de la tensión de las estructuras adyacentes, como el gigantesco chasquido de un látigo. Aristas quebradas del acorazado quedaron atrapadas, enredadas por completo. Vistosos fuegos químicos saltaron al vacío por todas partes.

La RG 132 se alejó. Miles, de pie frente a la pantalla, contemplaba con aturdida fascinación, mientras medio casco exterior del carguero comenzó a delaminarse y a dejar su corteza por el espacio.


La RG 132 fue el detalle final para quedar libres para la captura de la refinería de metales. Los comandos de Thorne sacaron al último de los oseranos de la nave inutilizada y limpiaron las estructuras circundantes de resistentes y refugiados; los heridos fueron separados de los muertos; los prisioneros, mantenidos bajo custodia; las minas cazabobos, detectadas y desactivadas; y la atmósfera, restablecida en las áreas clave. Entonces, por fin, pudieron destinarse hombres y enviar lanzaderas para remolcar el viejo carguero hasta la estación.

Una figura tiznada, dentro de un traje de presión, salió bamboleando por el tubo flexible en la dársena de carga.

¡Cedieron! ¡Cedieron! - le gritó Mayhew a Miles, mientras se quitaba el casco. El cabello apuntaba en todas direcciones, emplastado por el sudor reseco.

Baz y Elena corrieron hacia él, apareciendo — sin sus cascos — como un par de caballeros después de la justa. El abrazo de Elena levantó del suelo al piloto; por la sufrida mirada de Mayhew, Miles dedujo que Elena tenía todavía algunos problemas con sus servos.

— ¡Fue genial, Arde! — le dijo la joven.

— ¡Enhorabuena! — añadió Baz —. Ha sido la maniobra táctica más notable que jamás he visto. Una trayectoria hermosamente calculada… Tu punto de impacto fue perfecto. Le colgaste a lo rey, pero sin causarle daño estructural, acabo de verlo. Con algunas reparaciones, ¡habremos capturado para nosotros un acorazado!

— ¿Hermosa? — dijo Mayhew —. ¿Calculada? Tú estás tan loco como lo está él… — Señaló a Miles —. En cuanto al daño… mira eso. — Hizo un gesto por encima de su hombro en dirección a la RG 132.

— Baz dice que tienen equipo con el que poder hacer algún tipo de reparaciones de casco en esta estación — intervino Miles en tono conciliador —. Nos demorará aquí algunas semanas más, lo que me gusta tan poco como a ti, pero puede hacerse. Que Dios nos ayude si alguien nos pide que paguemos por ello, por supuesto, pero, con algo de suerte, yo podría reclutar a la fuerza…

— ¡No lo entiendes! — Mayhew agitó sus brazos en el aire —. Cedieron. Las varas Necklin cedieron.

Así como en el piloto los circuitos implantados eran su sistema nervioso, el cuerpo que impulsaba los saltos era el par de varas generadoras de campo Necklin que atravesaban la nave de un extremo al otro. Estaban fabricadas, recordó Miles, con una tolerancia de menos de una parte en un millón.

— ¿Estás seguro? — dijo Baz —. Las fundas…

— Puedes pararte en las fundas y ver las varas y la deformación. ¡Realmente verlas! ¡Parecen esquís! — se lamentó Mayhew.

Baz dejó escapar su aliento en un susurro entre dientes.

Miles, aunque creía saber ya la respuesta, se dirigió al maquinista.

— ¿Alguna posibilidad de arreglo…?

Baz y Mayhew le echaron a Miles la misma mirada.

— Por Dios, usted lo intentaría, ¿no? — dijo Mayhew —: ya le veo ahí abajo con una maza…

Jesek sacudió con pesar la cabeza.

— No, mi señor. Hasta donde yo sé, los felicianos no alcanzan la producción de naves para saltos ni por el lado de la biotecnología ni por el de la ingeniería. Las varas de repuesto deberían importarse, y Colonia Beta sería lo más cercano, pero ya no se fabrica este modelo. Tendrían que construirlas especialmente y enviarlas y… Bueno, creo que llevaría un año y que costaría varias veces el valor de la RG 132.

— Ah — dijo Miles. Contempló con los ojos casi en blanco su nave destrozada a través de las compuertas.

— ¿No podríamos llevar la Ariel? — dijo Elena —. Atravesar el bloqueo y… — se detuvo, y se sonrojó levemente —. Oh, lo siento.

El fantasma del piloto asesinado soltó una fría risa en los oídos de Miles.

— Un piloto sin nave — murmuró en voz baja —, una nave sin piloto, cargamento no entregado, sin dinero, sin modo de volver a casa… — Se volvió hacia Mayhew con curiosidad —. ¿Por qué lo hiciste, Arde? Podías haberte rendido pacíficamente. Eres betano, te habrían tratado bien…

Mayhew miró hacia la dársena, evitando los ojos de Miles.

— Me pareció que el acorazado estaba a punto de enviaros a todos a la quinta dimensión.

— Cierto. ¿Y?

— Y… bueno… no me pareció que un hombre de armas honesto y correcto deba quedarse con el culo sentado cuando eso pasa. La nave era la única arma que tenía; así que apunté y… — Imitó un gatillo con el dedo y disparó.

Tomó aliento y agregó con más calor:

— Pero no me avisaste, no me lo advertiste… Juro que si alguna vez me juegas otra de ésas…, voy a voy a…

Una sonrisa fantasmal tiñó los labios de Bothari.

— Bienvenido al servicio de mi señor… hombre de armas.

Auson y Thorne aparecieron por la otra punta de la estación.

— Ah, ahí está, con su círculo íntimo al completo — dijo Auson.

Se acercaron a Miles. Thorne saludó.

— Tengo los totales definitivos, señor.

— Mm… sí, adelante, recluta Thorne. — Miles se esforzó por atender.

— De nuestro lado, dos muertos, cinco heridos. Heridas no muy serias, salvo una quemadura de plasma en una recluta… Necesitará una regeneración facial más bien completa cuando lleguemos a algún sitio con instalaciones médicas adecuadas…

El estómgao de Miles se contrajo.

— ¿Nombres?

— Muertos, Deveraux y Kim. La herida fue Elli… la recluta Quinn.

— Continúa.

— El personal total enemigo constaba de sesenta individuos de la Triumph, la nave del capitán Tung, veinte comandos y el resto como apoyo técnico, y ochenta y seis pelianos, de los que cuarenta eran personal militar y el resto, técnicos enviados a reinstalar la refinería. Doce muertos, veintiséis heridos de consideración o graves, y una docena aproximadamente de heridos leves. Pérdidas en equipo: dos armaduras espaciales irreparables, cinco reparables. Y los daños de la RG 132, supongo… — Thorne miró a través de los ventanales; Mayhew suspiró con tristeza —. Capturamos, además de la refinería en sí y la Triumph, dos transportadores pelianos de personal, diez lanzaderas de la estación, ocho vehículos voladores para dos personas y esos dos remolcadores de mineral que están más allá de los cuarteles de las cuadrillas. Esto…, un correo peliano armado parece haber escapado.

La letanía de Thorne finalizó. El teniente se quedó mirando ansiosamente la cara de Miles para ver la reacción a esta última información.

— Ya veo. — Miles se preguntó cuánto más podría asimilar. Estaba quedándose entumecido —. Continúa.

— Por el lado positivo — ¿hay un lado positivo?, pensó Miles —, hemos conseguido un poco de ayuda para nuestro problema de escasez de personal. Hemos liberado a veintitrés prisioneros felicianos, unos pocos de ellos militares, pero la mayoría eran técnicos de la refinería, mantenidos trabajando a punta de pistola hasta que llegaran sus sustitutos pelianos. Un par de ellos están un poco echados a perder…

— ¿Cómo es eso? — empezó a decir Miles, pero luego alzó una mano impidiendo explicaciones —. Después. Luego haré… haré una inspección completa.

— Sí, señor. El resto pueden colaborar. El mayor Daum está muy contento.

— ¿No ha podido establecer contacto con su mando aún?

— No, señor.

Miles acarició el puente de su nariz entre el índice y el pulgar y cerró fuertemente los ojos, con el fin de contener el latir de su cabeza.

Una patrulla de los agotados comandos de Thorne pasó llevando a un grupo de prisioneros a un lugar más seguro. La mirada de Miles fue atraída por un regordete euroasiático de unos cincuenta años, con un rasgado uniforme oserano. A pesar de su abatido y descolorido rostro y de su dolorosa cojera, conservaba una atenta vigilancia. Parece que pudiera atravesar paredes sin armadura espacial, se dijo Miles para sí.

El euroasiático se detuvo de repente.

— ¡Auson! — gritó —. ¡Creía que estabas muerto! — Remolcó a sus captores hacia el grupo de Miles; éste hizo un gesto de aprobación al inquieto guardia. Auson se aclaró la voz.

— Hola, Tung.

— ¿Cómo tomaron tu nave sin…? — El prisionero se detuvo al caer en la cuenta de la armadura de Thorne, del arma de Auson, aunque decorativa, en vista de sus brazos inmovilizados, y de la falta de guardias que los custodiasen. Su expresión de asombro cambió a una de sumo disgusto. Se esforzó para encontrar las palabras —. Debí haberlo sabido. — Se sofocó —. Debí haberlo sabido. Oser tenía razón al manteneros a vosotros dos, payasos, tan lejos del combate real como fuera posible. Únicamente el equipo de comediantes de Auson y Thorne podría haberse capturado a sí mismo.

Auson curvó sus labios en un gruñido. Thorne emitió una leve, filosa sonrisa.

— Cierra la boca, Tung — y agregó en un aparte, dirigiéndose a Miles —. Si supiera cuántos años he estado esperando poder decir esto…

La cara de Tung adquirió un tono púrpura oscuro y gritó en respuesta:

— ¡Siéntate en esto, Thorne! — El gesto fue obvio —. Estás equipado para ello…

Ambos resoplaron avanzando simultáneamente. Los guardias de Tung le golpearon en las rodillas; Auson y Miles le sujetaron a Thorne de los brazos. Miles fue levantado del suelo, pero, entre ambos, se las arreglaron para controlar al hermafrodita betano.

Miles intervino.

— ¿Puedo señalar, capitán Tung, que el… equipo de payasos acaba de capturarle a usted?

— Si tan sólo la mitad de mis comandos no hubiera quedado atrapada por ese tabique que saltó… — dijo Tung acaloradamente.

Auson se enderezó y sonrió. Thorne dejó de rebotar sobre sus pies. Unidos al final, pensó Miles, por el enemigo común… Dejó escapar un breve «¡ja!» cuando vislumbró la posibilidad de ponerse al descreído y suspicaz Auson en la palma de la mano.

— ¿Quién diablos es ese pequeño mutante? — le murmuró Tung a su guardia.

Miles avanzó un paso.

— De hecho, lo has hecho tan bien, recluta Thorne, que no dudo en confirmarte como comandante comisionado. Enhorabuena, capitán Thorne.

Thorne se hinchó. Auson languideció, con toda la vergüenza y la ira agolpada en sus ojos. Miles se dirigió a él.

— También usted ha servido, recluta Auson — dijo Miles, pensando, omitiendo ese comprensible motín insignificante en la sala de tácticas —. Incluso estando en la lista de enfermos. Y para los que también sirven, también hay recompensa. — Hizo un gesto grandilocuente, señalando más allá de los ventanales, donde una cuadrilla, en el ingrávido espacio, acababa de empezar a desenmarañar a la Triumph de su trampa con sopletes —. Ahí está su nueva nave. Lamento las abolladuras — bajó la voz —. Y quizá la próxima vez no estará tan lleno de suposiciones, ¿no?

Auson se giró, olas de asombro, perplejidad y deleite bañaban su rostro. Bothari frunció los labios, apreciando la estrategia y el manejo feudal de Miles. Auson, al mando de su propia nave, debería a la larga espabilarse ante el hecho de que era su propia nave; Auson, subordinado de Thorne, sería siempre un potencial foco de deslealtad…, pero Auson al mando de una nave recibida de manos de Miles se convertía, ipso facto, en hombre de Miles. No importaba que la nave de Tung en manos de cualquiera de ellos fuera técnicamente un robo de lo más grandioso… Tung necesitó apenas un poco más que Auson para comprender el rumbo de la conversación. Empezó a maldecir; Miles no reconoció el idioma pero eran inequívocamente insultos. Miles no había visto nunca antes a un hombre echar realmente espuma por la boca.

— Procuren que este prisionero reciba un tranquilizante — ordenó amablemente Miles cuando se llevaban a Tung. Un comandante agresivo, pensó codiciosamente Miles. Treinta años de experiencia…, me pregunto si puedo hacer algo con él…

Miró a su alrededor y agregó:

— Vaya a ver a la asistente médica y haga que le quiten esas cosas de sus brazos, capitán Auson.

— ¡Sí, señor! — Auson intentó un saludo y se marchó con la cabeza en alto. Thorne se fue también, a dirigir otras tareas de inteligencia con respecto a los prisioneros y a los felicianos liberados.

Un técnico de máquinas que necesitaba supervisión vino al instante para llevarse a Jesek. Sonrió orgullosamente mirando a Miles.

— ¿Díria que nos hemos ganado nuestra bonificación por combate hoy, señor?

¿Bonificación por combate?, se preguntó desconcertado Miles. Miró la estación a su alrededor. Sus ojos encontraron actividades de consolidación escasamente diseminadas pero muy energéticas, dondequiera que se asentaran.

— Debería decir que sí, recluta Mynova.

— Señor — la recluta hizo una pausa, tímida —, algunos de nosotros estábamos preguntándonos cómo va a ser nuestro plan de sueldos, ¿quincenal o mensual?

Plan de sueldos. Por supuesto, la charada debía continuar… ¿cuánto tiempo? Miró hacia la RG 132. Averiada. Averiada. Y llena de carga no entregada, no pagada. Tenía que seguir delante de alguna manera, hasta que hicieran contacto con las fuerzas felicianas.

— Mensual — dijo con firmeza.

— Oh — contestó la mujer, desilusionada —. Pasaré el mensaje, señor.

— ¿Qué pasa si aún estamos aquí dentro de un mes, señor? — le preguntó Bothari cuando la recluta se fue con Jesek —. Podría ponerse feo… se supone que los mercenarios cobran.

Miles se pasó las manos por el cabello y tembló con desesperada seguridad.

— ¡Ya encontraré algo!

— ¿Podemos conseguir algo que comer por aquí? — preguntó lastimeramente Mayhew.

Parecía agotado.

Thorne entró de golpe por detrás y agarró a Miles por el codo.

— En cuanto al contraataque, señor…

Miles giró sobre sus talones.

— ¿Dónde? — preguntó, mirando salvajemente en todas direcciones.

Thorne pareció ligeramente desconcertdo.

— Oh, todavía no, señor.

Miles se desplomó, aliviado.

— Por favor, no me haga eso, capitán Thorne. ¿Contraataque?

— Estoy pensando, señor, que tiene que haber uno; aunque no sea más que por el correo que se escapó. ¿No deberíamos empezar a hacer planes al respecto?

— Oh, sí, absolutamente. Planes. Sí. Usted… ¿tiene alguna idea que presentar? — le aguijoneó esperanzadamente Miles.

— Varias, señor.

Thorne comenzó a detallarlas, con elocuencia; Miles se dio cuenta de que estaba asimilando, más o menos, una frase de cada tres.

— Muy bien, capitán — le interrumpió —. Tendremos… una reunión de oficiales después… de la inspección, y podrá presentárselas a todos.

Thorne asintió con un gesto de contento y salió a la carrera, diciendo algo sobre asentar un puesto de escucha de telecomunicaciones.

La cabeza de Miles daba vueltas. La confusa geometría de la refinería, sus altos y bajos bosquejados, aparentemente, al azar no hacían nada por disminuir su sentido de desorientación. Y todo era suyo; cada tornillo oxidado, cada dudosa soldadura y cada lavabo atascado en aquel lugar era suyo…

Elena le observaba inquieta.

— ¿Qué pasa, Miles?, no pareces contento. ¡Vencimos!

Un verdadero Vor, se dijo severamente a sí mismo Miles, no hunde la cara y llora en los pechos de una súbdita suya; ni siquiera si tiene la altura justa para ello.

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