17

Anduvo errando dentro y fuera de la realidad, como cuando de niño, perdido en la Residencia Imperial, trataba de abrir diferentes puertas: algunas conducían a tesoros; otras, a desvanes; pero inguna a lo conocido. Una vez se despertó viendo a Tung, sentado a su lado, y se preocupó; ¿no debería estar el capitán en la sala de tácticas?

Tung le miró con afectuosa inquietud.

— ¿Sabes, hijo? Si quieres durar en este negocio, debes aprender a medir tu propio paso. Casi te perdemos.

Sonaba como un buen aforismo; tal vez debería caligrafiarlo y pegarlo en la pared de su dormitorio.

En otra ocasión, se despertó mirando a Elena. ¿Cómo había llegado a la enfermería? La había dejado en la lanzadera. Nada permanecía donde uno lo ponía…

— Maldita sea — murmuró Miles disculpándose —. Cosas así nunca le pasaban a Vorthalia el Audaz.

Elena alzó una ceja.

— ¿Cómo lo sabes? Las historias de esas épocas fueron escritas por bardos y poetas. Tú intenta pensar alguna palabra que rime con «úlcera sangrante».

Lo estaba intentando trabajosamente cuando la oscuridad se lo tragó de nuevo.

En otro momento, se despertó solo y llamó una y otra vez al sargento Bothari, pero el sargento no vino. Es como el hombre que está todo el tiempo a disposición, ocioso — pensó petulantemente —, y de pronto se toma un largo permiso justo cuando uno le necesita. El sedante de la médica terminó ese combate de Miles contra la conciencia, y no a su favor.

Fue una reacción alérgica al sedante, le explicó más tarde el cirujano. Entró su abuelo, le ahogó con una almohada y trató de esconderle debajo de la cama. Bothari — con el pecho ensangrentado — y el oficial piloto mercenario — con los cables de su injerto colgando como un extraño coral con brazos — le miraban. Entonces apareció su madre, espantando a los espectros como una granjera apartando a sus gallinas. «Rápido — le dijo —, calcula el valor hasta el último decimal y se romperá el embrujo. Si eres suficientemente betano, podrás hacerlo mentalmente.»

Miles esperó ansioso durante todo el día la llegada de su padre, en ese desfile de figuras alucinatorias. Había hecho algo sumamente sagaz, pero no alcanzaba a recordar bien qué, y anhelaba poder impresionar al fin al conde. Pero su padre no apareció en ningún momento. Miles lloró de desilusión.

Otras sombras fueron y vinieron, la médica, el cirujano, Elena y Tung, Auson y Thorne, Arde Mayhew; pero estaban distantes, figuras reflejadas en vidrio plomizo. Después de llorar un largo rato, se durmió.

Cuando volvió a despertar, fuera de la enfermería, el pequeño cuarto privado en el que se hallaba estaba nítido y claro, pero Ivan Vorpatril estaba sentado junto a la cama.

— Otras personas — se quejó Miles — alucinan con orgías, cigarras gigantes y otras cosas. ¿Y yo con qué? Parientes. Puedo ver parientes cuando estoy consciente. No es justo…

Ivan, preocupado, se dio la vuelta hacia Elena, quien estaba apostada al extremo de la cama.

— Creía que el cirujano había dicho que el antídoto se había disipado a estas alturas.

Elena se levantó y se inclinó hacia Miles, preocupada también.

— Miles, ¿puedes oírme?

— Por supuesto que puedo oírte.

De ponto, notó la ausencia de otra sensación.

— ¡Eh! ¡Mi estómago no me duele!

— Sí, el cirujano bloqueó algunos nevios durante la operación. Deberías estar completamente curado por dentro en un par de semanas.

— ¿Operación? — Echó una subrepticia mirada a la ropa sin forma que parecía estar ocupando, en busca de no sabía qué. Su torso lucía tan plano, o abultado, como siempre; ninguna parte importante había sido accidentalmente tijereteada… — . No veo ninguna línea de puntos.

— No hizo ningún corte. Fue todo metiendo cosas por el esófago y usando un tractor manual, salvo para instalar el biochip en tu nervio neumogástrico. Un poco grotesco, pero muy ingenioso.

— ¿Cuánto tiempo he estado fuera?

— Tres días. Estuviste…

— ¡Tres días! El ataque a la nómina… Baz… — Se abalanzó convulsivamente hacia delante.

Elena le empujó con firmeza. Haciéndole recostarse otra vez.

— Hemos capturado la nómina. Baz regresó, con todo su grupo íntegro. Todo está bien, excepto tú, que casi te desangras hasta morir.

— Nadie muere de úlcera. ¿Baz volvió? ¿Dónde estamos, de paso?

— Atracados junto a la refinería. Yo tampoco creía que uno pudiera morirse de úlcera, pero el cirujano dice que los agujeros en el cuerpo, cuando derraman sangre, son lo mismo si están fuera como si están dentro, así que creo que se puede. Tendrás un informe completo… — Volvió a empujarle hacia atrás, exasperada —. Pero pensé que sería mejor que vieras primero a Ivan, sin todos los Dendarii a tu alrededor.

— Uh, está bien.

Miró, confundido, a su corpulento primo. Ivan estaba con ropa de civil, pantalones estilo barrayarano, camisa betana, aunque con botas reglamentarias del Servicio.

— ¿Quieres tocarme, a ver si soy real? — preguntó jocosamente Ivan.

— No serviría de nada, también pueden tocarse las alucinaciones. Tocarlas, olerlas, oírlas… — Miles se estremeció —. Aceptaré tu palabra. Pero…, ¿qué estás haciendo aquí?

— Buscándote.

— ¿Te envió mi padre?

— No lo sé.

— ¿Cómo puedes no saberlo?

— Bueno, él no me habló personalmente… Mira, ¿estás seguro de que el capitán Dimir no ha llegado todavía o que no te envió algún mensaje o algo? Tenía todos los despachos y órdenes secretas además.

— ¿Quién?

— El capitán Dimir. Es mi comandante.

— Nunca oí nada de él.

— Creo que trabaja fuera del departamento del capitán Illyan — agregó Ivan servicialmente —. Elena pensó que quizás hubieras oído algo que no tuviste tiempo de mencionar…

— No…

— No lo entiendo — suspiró Ivan —. Dejaron Colonia Beta un día antes que yo en un expreso Imperial. Deberían estar aquí desde hace una semana.

— ¿Cómo fue que viajaste por separado?

Ivan se aclaró la voz.

— Bueno, estaba esa chica, ya sabes, en Colonia Beta. Me invitó a la casa… Quiero decir, Miles, ¡una betana! La conocí justo al llegar al puerto de lanzaderas, prácticamente la primera cosa que hice. Llevaba uno de esos pequeños sarongs deportivos, y nada más…

Las manos de Ivan estaban comenzando a ondular en ensoñadoras curvas descriptivas; Miles se apresuró a interrumpir lo que sabía que podría ser una larga digresión.

— Probablemente pescaba galácticos; algunas betanas los coleccionan, como un barrayarano adquiere banderines de todas las provincias — Ivan tenía una colección así en su casa, recordó Miles —. ¿Qué pasó entonces con ese capitán Dimir?

— Se fueron sin mí — Ivan parecía afligido —. ¡Y ni siquiera era tarde!

— ¿Cómo llegaste aquí?

— El teniente Croye me informó de que te habías ido a Tau Verde IV, así que me enganché en un viaje con una nave mercante rumbo a uno de esos países neutrales de por ahí. El capitán me soltó aquí en la refinería.

A Miles se le abrió la mandíbula.

— Te enganchaste… te soltó… ¿te das cuenta de los riesgos?

Ivan guiñó un ojo.

— Ella era muy buena para eso. Eh… maternal, ya sabes.

Elena estudió el techo, fríamente desdeñosa.

— Esa palmada en el culo que te dio en el tubo de la lanzadera no me pareció a mí precisamente maternal.

Ivan se sonrojó.

— De cualquier modo, aquí estoy. — Se envalentonó —. ¡Y antes que el viejo Dimir! Tal vez no me vea en tantos problemas como pensé.

Miles se pasó la mano por el cabello.

— Ivan… ¿sería demasiado complicado comenzar por el principio? Suponiendo que haya uno.

— Oh, sí, supongo que no sabrás nada del gran follón.

— ¿Follón? Ivan, eres la primera noticia que tenemos de casa desde que abandonamos Colonia Beta. El bloqueo, ya sabes… aunque tú pareces haberlo atravesado como humo…

— La pájara era hábil, eso hay que reconocerlo. No sabía que las mujeres mayores pudieran…

— El follón — le reorientó Mles, apremiante.

— Sí, bien. El primer informe de Colonia Beta que llegó a a casa decía que habías sido raptado por un tipo que era desertor del Servicio…

— ¡Oh, Dios! Y mi madre… ¿Qué hizo mi padre?

— Estaban bastante preocupados, supongo, aunque tu madre seguía diciendo que Bothari estaba contigo y, de todos modos, a alguien de la embajada se le ocurrió hablar con tu abuela Naismith, quien no pensaba en absoluto que hubieses sido raptado. Eso calmó mucho a tu madre, y ella, hm, calmó a tu padre… Como sea, decidieron esperar nuevos informes.

— Gracias a Dios.

— Bien, los siguientes informes fueron de un agente militar aquí, en el espacio local de Tau Verde. Nadie me dijo qué contenían… bueno, nadie se lo dijo a mi madre, lo cual suele ser sensato si uno lo piensa un poco. Pero el capitán Illyan anduvo corriendo un tiempo en círculos, veintiséis horas al día, entre la Casa Vorkosigan, el Cuartel general, la Residencia Imperial y el Castillo Vorhartung. Tampoco ayudó mucho el que los informes que obtuvieron estuviesen fechados tres semanas antes.

— ¿El Castillo Vorhartung? — murmuró sorprendido Miles —. ¿Qué tiene que ver con esto el Consejo de Condes?

— No podía imaginármelo tampoco. Pero el conde Henri Vorvolk fue sacado tres veces de la clase en la Academia para asistir a sesiones del comité de los condes, así que lo arrinconé… Parece que existía el fantástico rumor de que estabas en el espacio local de Tau Verde reuniendo tu propia flota mercenaria, nadie sabía por qué… al menos, yo pensé que era un rumor fantástico… Como sea, tu padre y el capitán Illyan decidieron finalmente enviar un correo expreso para investigar.

— Vía Colonia Beta, me imagino. Eh… ¿por casualidad te cruzaste con un tipo llamado Tav Calhoun mientras estabas allí?

— Oh, sí, el betano loco. Anda dando vueltas por la embajada… Tiene una orden de detención en tu contra, y se la muestra a todo el que pesca entrando o saliendo del edificio. Los guardias no le dejan entrar ya.

— ¿Hablaste con él personalmente?

— Brevemente. Le dije que existía el rumor de que habías ido a Kshatryia.

— ¿De veras?

— Por supuesto que no. Pero era el lugar más lejano en que pude pensar. El clan — dijo afectadamente Ivan — debe permanecer unido.

— Gracias… — Miles se lo pensó un momento —. Espero. — Suspiró —. Supongo que lo mejor será esperar a tu capitán Dimir, entonces. Al menos podría llevarnos de vuelta a casa, lo cual solucionaría un problema. — Miró a su primo —. Te explicaré todo más tarde, pero ahora tengo que averiguar tantas cosas… ¿puedes mantener la boca cerrada un rato? Se supone que nadie aquí sabe realmente quién soy. — Un horrible pensamiento sacudió a Miles —. ¿No habrás estado preguntando por mí usando mi nombre, no?

— No, no, sólo por Miles Naismith — le tranquilizó Ivan —. Sabíamos que estabas viajando con tu pasaporte betano. De todas formas, acabo de llegar aquí ayer por la noche y prácticamente la primera persona con quien me encontré fue con Elena.

Miles suspiró aliviado y se volvió hacia Elena.

— ¿Has dicho que Baz está ahí fuera? Tengo que verle.

Ella se retiró, dando un amplio rodeo en torno a Ivan.

— Lamento lo del viejo Bothari — dijo Ivan cuando la joven hubo salido —. ¿Quién hubiera pensado que podía pasarle eso limpiando armas, después de tantos años? Sin embargo, hay un aspecto positivo; finalmente tienes oportunidad con Elena sin que él esté echándote el aliento en la nuca, así que no es una pérdida inútil.

Miles exhaló lentamente, abatido por la ira y el dolor recordado. Él no sabe, se dijo a sí mismo. No puede saber…

— Ivan, uno de estos días alguien va a sacar un arma y va a dispararte, y tú vas a morir en medio del asombro, preguntando: «¿Qué he dicho? ¿Qué he dicho?»

— ¿Qué he dicho? — preguntó indignado Ivan.

Antes de que Miles pudiera entrar en detalles, vino Baz, flanqueado por Tung y Auson; Elena les seguía. La habitación estaba repleta. Todos parecían estar sonriendo como tontos. Baz agitó en el aire, triunfalmente, unas finas hojas de plástico. Estaba tan radiante como un faro, orgulloso, apenas reconocible como el hombre que, cinco meses atrás, Miles había encontrado escondido entre la basura.

— El cirujano dice que no podemos quedarnos mucho, mi señor — le dijo a Miles —, pero pensé que esto podría darle ánimos.

Ivan se sobresaltó ligeramente ante el honorífico y le llamó la atención solapadamente al maquinista.

Miles tomó las hojas.

— Tu misión… ¿pudiste completarla?

— Como un reloj… Bueno, no exactamente, hubo algunos momentos malos en una estación de trenes… debería ver el sistema ferroviario que tienen en Tau Verde IV. La maquinaria… magnífica. Barrayar se perdió algo al pasar directamente del caballo al transporte aéreo…

— ¡La misión, Baz!

El maquinista rebosó alegría.

— Échele una mirada. Son las transcripciones de los últimos despachos entre el almirante Oser y el alto mando peliano.

Miles empezó a leer. Después de un rato, comenzó a sonreír.

— Sí…, ya había oído que el almirante Oser tiene un famoso repertorio de invectivas cuando… se excita… — La mirada de Miles se cruzó ligeramente con la de Tung. Los ojos de éste brillaban de satisfacción.

Ivan estiró el cuello.

— ¿Qué pasa? Elena me contó lo de los saqueos a las nóminas, también tengo entendido que os las arreglasteis para alterar las transferencias electrónicas. Pero no comprendo… ¿los pelianos no van a pagar otra vz, cuando vean que la flota oserana no ha sido pagada?

La sonrisa de Miles se se volvió maligna.

— Ah, pero es que sí fue pagada: ocho veces de más. Y ahora, como creo que dijo un general de la Tierra, Dios los ha puesto en mi mano. Después de no poder entregar, durante cuatro veces seguidas el pago en efectivo, los pelianos han exigido que se les devuelva el sobrepago electrónico. Y Oser — Miles miró las hojas — se niega. Categóricamente. Ésa fue la parte más delicada, calcular exactamente la cantidad adecuada de sobrepago; demasiado poco, y los pelianos podrían haberlo dejado pasar; excesivo, y Oser se hubiera sentido incluso inclinado a devolverlo. Pero justo la cantidad adecuada…

Suspiró, y se recostó feliz contra la almohada. Tenía que aprenderse de memoria algunas de las frases selectas de Oser, decidió. Eran únicas…

— Esto le gustará, entonces, almirante Naismith — prorrumpió al fin Auson, exaltado con las novedades —. Cuatro de los capitanes-propietarios independientes que estaban con Oser tomaron sus naves y se largaron del espacio local de Tau Verde en los dos últimos días. Por las transmisiones que hemos interceptado, no me parece que piensen volver, tampoco.

— Glorioso — susurró Miles —. Oh, bien hecho…

Miró a Elena. Orgullo. También para ella hacía falta, lo suficientemente fuerte para desalojar algo del dolor en su mirada.

— Como había pensado, interceptar esa cuarta nómina de pagos fue vital para el éxito de la estrategia. Bien hecho, comandante Bothari.

Ella le devolvió la mirada, vacilante.

— Te echamos de menos. Nosotros… tuvimos muchas bajas.

— Anticipé que las tendríamos. Los pelianos debían de estar esperándonos para entonces. — Miró a Tung, quien estaba haciéndole a Elena un gesto de silencio —. ¿Fue mucho peor de lo que habíamos calculado?

Tung sacudió la cabeza.

— Hubo momentos en que hubiera jurado que ella no sabía que estaba vencida. Hay ciertas situaciones en las que uno no pide a los mercenarios que le sigan…

— No le pedí a nadie que me siguiera — dijo Elena —, vinieron por su propia voluntad. — Agregó en un susurro a Miles —: Creí que era como en las batallas de abordaje. No sabía que resultaría tan terrible.

Tung habló al ver el aire alarmado de Miles.

— Hubiéramos pagad un precio más alto si no hubiera insistido en que el almirante Naismith la había puesto en el cargo, rehusando retirarse cuando lo ordené. Entonces, hubiésemos pagado mucho por nada… esa proporción determina infinito. — Tung le hizo a Elena un gesto de aprobación, que ella devolvió con gravedad. Ivan parecía más bien aturdido.

Se escuchó una discusión en boz baja proveniente del pasillo. Thorne y el cirujano.Thorne estaba diciendo: «Tiene que dejarme. Esto es vital…»

Thone arrastró al cirujano, que protestaba, al interior del cuarto.

— ¡Almirante Naismith! ¡Comodoro Tung! ¡Oser está aquí!

— ¿Qué?

— Con toda su flota… lo que queda de ella… están justo fuera de alcance. Pide permiso para atracar su nave capitana.

— ¡No puede ser! — dijo Tung —. ¿Quién está vigilando el agujero?

— ¡Sí, exacto! — dijo Thone —. ¿Quién? — Se miraron con una alborozada, fantástica suposición.

Miles se incorporó de un salto, rechazó una oleada de vértigo y echó mano a su bata.

— Traigan mi ropa.


Halcón era la palabra apropiada para Oser, determinó Miles. Pelo entrecano, un pico por nariz y una mirada inteligente, penetrante, fija ahora sobre él. Era dueño del aspecto que hace que los oficiales jóvenes indaguen en su conciencia, pensó Miles. Se quedó de pie ante semejante apariencia y le dirigió al verdadero almirante mercenario una lenta sonrisa, allí en el desembarcadero. El penetrante y frío aire reciclado le parecía más amargo, como un estimulante. Se podría drogar uno con él, seguramente.

Oser estaba flanqueado por tres de sus capitanes-empleados y dos de sus capitanes-propietarios, cono sus segundos. Miles traía a todo su cuerpo Dendarii, Elena a la derecha y Baz a la izquierda.

Oser le examinó de arriba abajo.

— Maldita sea — murmuró —. Maldita sea…

No ofreció su mano, sino que se detuvo y habló con deliberada, ensayada cadencia.

— Desde el día en que entró usted en el espacio local de Tau Verde, sentí su presencia. En los felicianos, en la situación táctica a mi cargo, en el rostro de mi propios hombres… — su mirada pasó por Tung, quien sonreía dulcemente —, incluso en los pelianos. Hemos estado peleando en la oscuridad, nosotros dos, a distancia, mucho tiempo.

Miles abrió al máximo los ojos. Dios mío, ¿está a punto de desafiarme a un combate individual? ¡Sargento Bothari, ayuda! Levantó la barbilla y no dijo nada.

— No creo en prolongar las agonías — siguió Oser —. En lugar de mirar cómo embruja al resto de mi flota, hombre por hombre, mientras aún me quede flota que ofrecer, tengo entendido que los Mercenarios Dendarii buscan nuevos reclutas.

Le llevó un momento a Miles darse cuenta de que acababa de escuchar uno de los discursos de rendición más tercos de la historia. Benignos, vamos a ser benignos como el demonio, oh, sí… Alargó su mano; Oser la aceptó.

— Almirante Oser, su inteligencia es aguda. Hay una sala privada donde podremos resolver los detalles…

El general Halify y algunos oficiales felicianos oteaban desde un balcón, a cierta distancia. La mirada de Miles se cruzó con la de Halify: y, así, la palabra que te di a ti, al menos, queda redimida.

Miles marchó por la ancha explanada con el rebaño íntegro, todos los Dendarii ahora, extendido a sus espaldas. Veamos, pensó Miles, el Flautista de Hamelin llevó a todas las ratas al río — miró hacia atrás — y a todos los niños a una montaña de oro. ¿Qué hubiera hecho si las ratas y los niños hubieran estado inextricablemente mezclados?

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