Nynaeve salió de la bañera de cobre con una toalla enrollada en la cabeza, y se secó lentamente. La sirvienta, canosa y entrada en carnes, intentó vestirla, pero la joven la despidió haciendo caso omiso de las miradas estupefactas y las protestas de la mujer y lo hizo ella misma, con gran cuidado, examinando frente al espejo de cuerpo entero el vestido verde oscuro adornado con un ancho cuello de pálido encaje de Merada. El grueso anillo de oro de Lan estaba guardado en su bolsita —mejor no pensar en eso— junto con uno de los retorcidos anillos ter’angreal, mientras que la Gran Serpiente brillaba en el tercer dedo de su mano derecha. Su mano derecha. Mejor no pensar en eso tampoco.
El techo alto era una agradable pintura al fresco que representaba un cielo azul con nubes blancas, y, si bien los muebles se apoyaban sobre unas patas doradas de león desconcertantemente grandes y los esbeltos postes de la cama y las patas de las sillas y todas las demás partes verticales tenían demasiadas acanaladuras y dorados para su gusto, la habitación seguía siendo el cuarto más cómodo en el que había estado desde hacía mucho tiempo. Una estancia agradable. Moderadamente fresca. ¡Luz! Lo que estaba intentando hacer era calmarse.
Pero, por supuesto, no funcionaba. Había sentido tejer el saidar y tan pronto como salió de su dormitorio vio la salvaguarda contra oídos indiscretos levantada por Elayne alrededor de la sala de estar. Birgitte y Aviendha ya estaban allí también, todas ellas recién bañadas y con ropa limpia.
En una distribución que según Birgitte era muy corriente allí, cuatro dormitorios flanqueaban la sala de estar, que también tenía el techo pintado como un cielo con nubes. Cuatro altos ventanales arqueados se abrían a un balcón de hierro forjado pintado en blanco, tan intrincado que uno podía asomarse por él, sin ser visto, a la plaza de Mol Hara, frente a palacio. Una débil brisa penetraba por los ventanales trayendo consigo el olor salado del mar y, cosa por demás sorprendente, era ligeramente fresca. Con la rabia interfiriendo en su concentración, Nynaeve había estado sufriendo el calor desde poco después de llegar al palacio de Tarasin.
A Thom y Juilin se les había destinado una habitación en algún lugar alejado, en las dependencias del servicio, lo que pareció irritar a Elayne más que a los dos hombres. De hecho, Thom se había echado a reír. Claro que él podía permitirse ese lujo.
—Toma un poco de este excelente té, Nynaeve —dijo Elayne mientras extendía una servilleta blanca sobre la falda de seda azul intenso. Como todo lo demás en la sala de estar, la silla que ocupaba tenía bolas doradas por pies y también rematando el alto respaldo. Aviendha estaba sentada a su lado, pero en el suelo, con las piernas dobladas debajo de la falda del vestido; éste tenía el cuello alto y su color verde claro casi igualaba el de las baldosas. El laberíntico collar de la Aiel era el complemento perfecto para su atuendo. Nynaeve creía que nunca había visto a Aviendha sentada en una silla; la gente, desde luego, la había mirado extrañada en las dos posadas en que pernoctaron.
—Es de menta y zarzamora —añadió Birgitte al tiempo que volvía a llenar la taza dorada de delicada porcelana.
Birgitte, naturalmente, llevaba pantalones grises y una chaqueta corta. De vez en cuando se ponía un vestido; pero, teniendo en cuenta sus gustos, a Nynaeve le alegraba que lo hiciera sólo de tarde en tarde. Allí estaban las tres, arregladas primorosamente y preparadas, y nadie requería su compañía.
La jarra plateada brillaba con la condensación, y el té estaba frío y resultaba refrescante. Nynaeve admiró el rostro de Elayne, fresco y seco; en cuanto a ella, ya sentía el suyo húmedo de nuevo a pesar de la suave brisa.
—He de decir —murmuró— que esperaba otro recibimiento.
—¿De veras? —preguntó Elayne—. ¿Después del modo en que Vandene y Adeleas nos han tratado?
—Está bien —suspiró Nynaeve—. Entonces, confiaba en recibir otro trato. Por fin soy Aes Sedai, una verdadera Aes Sedai, y nadie parece creerlo. Realmente esperaba que al dejar Salidar las cosas cambiarían.
Su reunión con Merilille Ceandevin no había ido bien. O, mejor dicho, su presentación; porque, después de que Vandene las presentara someramente, las despacharon, para que así las verdaderas Aes Sedai pudiesen hablar. Merilille había dicho que sin duda deseaban refrescarse, pero en realidad era una invitación a que se retiraran, con la elección de marcharse como obedientes Aceptadas o negarse a hacerlo como niñas enfurruñadas. Sólo recordarlo mandaba al traste todos los intentos de Nynaeve de recobrar la calma; el sudor empezó a resbalarle por la cara.
A decir verdad, echarlas de la reunión no había sido lo peor. Merilille era una cairhienina esbelta y elegante, de lustroso cabello negro y grandes y brillantes ojos, una Gris que parecía como si nada la hubiese sorprendido jamás y nada pudiera hacerlo. Sólo sus oscuros ojos se habían abierto por la sorpresa al comunicarle que Nynaeve y Elayne eran Aes Sedai y se abrieron aun más al oír que Egwene era la Sede Amyrlin. Que Birgitte se hubiese convertido en Guardián la dejó pasmada, aunque a esas alturas de la presentación ya se las arregló para limitar su reacción a una mirada intensa y un gesto fugaz de apretar los labios. Aviendha salió mejor parada; Merilille le dedicó únicamente una frase amable sobre lo mucho que disfrutaría siendo novicia. Después vino la despedida. Y una sugerencia, más con naturaleza de orden, de que dedicaran varios días a «recuperarse» de los «rigores» del viaje.
Nynaeve sacó el pañuelo guardado en una manga y empezó a abanicarse con él, sin muchos resultados debido a su tamaño minúsculo y al hecho de que era casi todo de puntillas.
—Sigo pensando que ocultan algo.
—Oh, vamos, Nynaeve. —Elayne sacudió la cabeza—. Me gusta tan poco como a ti el modo en que nos tratan, pero tú pareces empeñada en hacer una montaña de un grano de arena. Si Vandene y Adeleas quieren buscar fugitivas, deja que lo hagan. ¿Os es que preferirías que se encargaran de la localización del cuenco?
A lo largo del viaje apenas habían hablado del ter’angreal que buscaban por miedo a que las otras dos mujeres hicieran eso precisamente.
En cualquier caso, Nynaeve seguía pensando que ocultaban cosas. Lo que pasaba era que Elayne se negaba a admitirlo, nada más. Adeleas no se había dado cuenta de que Nynaeve había oído por casualidad el comentario sobre ir tras fugitivas una vez que llegaran a Ebou Dar, y cuando la antigua Zahorí les preguntó si de verdad pensaban que iban a encontrar alguna, Vandene respondió con una rapidez un tanto excesiva que siempre estaban ojo avizor para descubrir jóvenes que habían huido de la Torre. No tenía sentido. Nadie había escapado de Salidar, pero las novicias huían en ocasiones —era una vida dura, sobre todo cuando esperaban años de obediencia antes de que una pudiera siquiera pensar por sí misma— y también estaban los contados casos de Aceptadas que empezaban a perder la esperanza de llegar a alcanzar el chal e intentaban escabullirse, pero hasta Nynaeve sabía que muy pocas lograban ir más allá de la isla de Tar Valon y casi todas eran conducidas de vuelta a la Torre. Podían echar a una novicia en cualquier momento, ya fuera por carecer de la fuerza suficiente para seguir adelante o por negarse a pasar —o no superar— la prueba para ascender a Aceptada o la que otorgaba el rango de Aes Sedai, la cual se habían saltado Elayne y ella, pero marcharse nunca dependía de una a no ser que ya se tuviera el chal.
De modo que si las fugitivas que tenían éxito eran tan contadas ¿por qué Vandene y Adeleas creían que podrían encontrar alguna en Ebou Dar? ¿Y por qué se habían cerrado como ostras cuando les preguntó? Temía saber la respuesta a esto último. No darse tirones de la trenza requirió un gran autocontrol; creía que en eso iba mejorando.
—Al menos a Mat le ha quedado muy claro que somos Aes Sedai —gruñó. Por lo menos podía encargarse de él. Que intentase algo, y no tardaría en comprobar lo que se sentía al ser golpeado por cualquier cosa sobre la que ella pudiera tejer un flujo—. Más le vale.
—¿Y es por eso por lo que lo has estado esquivando como un chelta eludiendo al recaudador de impuesto? —inquirió Birgitte esbozando una sonrisa.
Nynaeve sintió que sus mejillas se encendían; creía que había sabido ocultar sus sentimientos mejor.
—Es muy irritante, incluso para un varón —rezongó Aviendha—. Debes de haber viajado a lugares muy lejanos, Birgitte. A menudo te refieres a sitios de los que nunca he oído hablar. Algún día me gustaría viajar por las tierras húmedas y ver todos esos lugares extraños. ¿Dónde viven esos… cheltas?
Aquello borró de golpe la sonrisa de Birgitte; fueran quienes fueran, podían llevar muertos un millar de años o desde el principio de la Era. ¡Ella y sus deslices sobre cosas y lugares antiguos en su conversación! Nynaeve habría querido estar presente cuando tuvo que admitir ante Egwene lo que ésta ya sabía. Egwene había adquirido una firmeza de carácter realmente extraordinaria durante su estancia con los Aiel y tenía muy poco aguante con lo que consideraba necedades. De hecho, Birgitte había salido de la reunión con aire escarmentado.
Aun así, a Nynaeve le caía mucho mejor Birgitte que Aviendha, que la ponía nerviosa a veces con sus duras miradas y sus comentarios sanguinarios. Además, por muy irritante que pudiera ser Birgitte, Nynaeve había prometido ayudarla a guardar su secreto.
—Mat… me amenazó —confesó hablando muy deprisa. Era lo primero que se le había ocurrido para que Aviendha olvidara el desliz de Birgitte y lo último que habría deseado que supiera nadie. Sus mejillas volvieron a sofocarse. Elayne sonrió, aunque tuvo la delicadeza de ocultarlo llevándose la taza a los labios—. No de ese modo —se apresuró a añadir al ver que Aviendha se llevaba la mano al cuchillo del cinturón. La Aiel parecía pensar que la respuesta adecuada a todo era la violencia—. Sólo fue… —Aviendha y Birgitte la miraron con interés, todas oídos—. Simplemente dijo… —Igual que ella había echado un cable a Birgitte, Elayne hizo otro tanto con ella ahora.
—Me parece que hemos hablado demasiado de maese Cauthon —manifestó firmemente—. Sólo está aquí para quitárselo de encima a Egwene. Ya pensaré más adelante cómo resolver lo de su ter’angreal.
Apretó los labios un momento. No le había hecho gracia cuando Vandene y Adeleas empezaron a encauzar sobre Mat sin molestarse siquiera en pedirle permiso, y menos aun que el joven se hubiese escabullido a aquella posada. Naturalmente, ella no podía impedírselo. Estaba convencida de que por el mero hecho de decirle lo que debía hacer desde el principio acabaría acostumbrándose a obedecer. En fin, que tuviera mucha suerte, le deseó Nynaeve para sus adentros, aunque sin ningún convencimiento.
—Él es la parte menos importante de este viaje —añadió la heredera del trono con mayor firmeza si cabe.
—Sí. —Nynaeve consiguió que su voz no denotara alivio—. Sí, lo que realmente importa es el cuenco.
—Sugiero salir yo primero para explorar el terreno —intervino Birgitte—. Ebou Dar parece un lugar más peligroso de lo que recordaba y el distrito que describisteis podría serlo más que… —Se interrumpió y ni siquiera miró de reojo a Aviendha—. Que el resto de la ciudad —finalizó con un suspiro.
—Si hay que reconocer el terreno, quiero tomar parte en ello —dijo Aviendha—. Tengo un cadin’sor.
—Se supone que un explorador ha de pasar inadvertido en el entorno —manifestó suavemente Elayne—. Creo que deberíamos conseguir vestidos ebudarianos para todas nosotras y después podremos empezar a buscar las cuatro desde el principio, sin dejar a nadie fuera. Aunque Nynaeve será la que tendrá más fácil hacerse pasar por una nativa de aquí —añadió, sonriendo a Birgitte y a Aviendha. Los ebudarianos que habían visto hasta el momento tenían todos el cabello negro y la mayoría los ojos oscuros.
Aviendha soltó el aire con gesto desanimado, y Nynaeve tuvo ganas de hacerle eco al recordar aquellos escotes tan bajos. Muy, muy bajos, aunque el corte fuera a pico. Birgitte esbozó una sonrisa; esa mujer no conocía lo que era la vergüenza.
Antes de que la discusión pudiera ir más allá, una mujer con el oscuro cabello recortado y el uniforme de la casa Mitsobar entró sin llamar, cosa que Nynaeve consideró una falta de educación por mucho que Elayne dijese que ese comportamiento era el correcto en la servidumbre. El vestido era blanco, con la falda cosida de manera que quedaba recogida en el lado izquierdo, a la altura de la rodilla, para dejar a la vista unas enaguas verdes; el corpiño, muy ceñido, llevaba bordado sobre el seno izquierdo el emblema del Ancla y la Espada, también en color verde. Incluso el estrecho escote del uniforme bajaba hasta donde Nynaeve recordaba. La mujer, algo rellenita y de mediana edad, vaciló y después hizo una reverencia y habló dirigiéndose a todas:
—La reina Tylin desea ver a las tres Aes Sedai, si gustan.
Nynaeve intercambió una mirada de asombro con Elayne y las otras.
—Sólo estamos dos Aes Sedai aquí —respondió la heredera del trono al cabo de un momento—. ¿Queréis decir que antes hemos de reunirnos con Merilille?
—Se me ordenó venir a estos aposentos… Aes Sedai. —La pausa apenas fue lo bastante larga para advertirla y la mujer consiguió por poco no dar una entonación interrogante al título.
Elayne se incorporó y se alisó la falda; alguien que no la conociera jamás habría sospechado que bajo aquella expresión sosegada subyacía la ira, pero había cierta tirantez en las comisuras de los labios y de los ojos.
—¿Vamos, pues? Nynaeve, Birgitte, Aviendha…
—No soy Aes Sedai, Elayne —adujo la Aiel.
—Se me dijo sólo las Aes Sedai —se apresuró a aclarar la sirvienta.
—Aviendha y yo podemos dar una vuelta por la ciudad mientras vosotras veis a la reina —propuso Birgitte antes de que Elayne tuviera tiempo de abrir la boca.
El rostro de la Aiel se animó. Elayne les asestó a ambas una mirada penetrante y después la joven suspiró.
—De acuerdo, pero sed prudentes. Nynaeve, ¿vienes o también quieres ir a ver la ciudad? —Eso último lo dijo con un tono seco al tiempo que lanzaba otra mirada admonitoria a Birgitte.
—Oh, no me lo perdería por nada del mundo —respondió Nynaeve—. Será estupendo reunirse finalmente con alguien que cree que… —No podía terminar la frase estando presente la sirvienta—. No debemos hacer esperar a su majestad.
—Oh, no —se mostró de acuerdo la mujer—. De lo contrario mis orejas no valdrían nada.
Valieran poco o mucho, lo cierto es que caminaron un buen rato por los pasillos de palacio. Como para compensar todo el blanco del exterior, el palacio estaba lleno de colores. En un corredor el techo estaba pintado en verde y las paredes en azul; en otro, las paredes eran amarillas y el techo rosa pálido. Las baldosas eran rombos rojos, negros y blancos, o azules y amarillos, o casi cualquier combinación de colores. Había pocos tapices y éstos por lo general representaban escenas marítimas, pero sí abundaban los jarrones de porcelana dorada de los Marinos en sus correspondientes hornacinas de las paredes, así como piezas de cristal tallado de estatuillas, vasijas y cuencos; éstos atrajeron las miradas de Elayne y Nynaeve.
Ni que decir tiene que había sirvientes yendo y viniendo por todas partes; la versión del uniforme de los hombres se traducía en pantalones blancos y un chaleco largo de color verde sobre una camisa también blanca, con mangas plisadas. No habían llegado muy lejos cuando Nynaeve vio a alguien que venía hacia ella y que la hizo detenerse y agarrar a Elayne del brazo. Era Jaichim Carridin. No quitó los ojos del alto hombre, en cuyo cabello empezaban a cundir las canas, mientras éste pasaba a su lado y seguía adelante, con la blanca capa ondeando a su espalda, sin que sus ojos hundidos, de expresión cruel, se volvieran en su dirección una sola vez. Tenía el rostro sudoroso, pero hizo caso omiso de ellas como ellas lo hicieron de él.
—¿Qué hace aquí? —demandó Nynaeve. Ese hombre había desencadenado una matanza en Tanchico y sólo la Luz sabía en cuántos sitios más.
La sirvienta la miró inquisitivamente antes de contestar:
—Oh, vaya, los Hijos de la Luz también mandaron una embajada hace meses. La reina aguarda, eh… Aes Sedai. —De nuevo aquella vacilación.
Elayne se las ingenió para asentir con graciosa elegancia, pero Nynaeve no pudo evitar la aspereza en su voz.
—Entonces no debemos hacerla esperar.
Una cosa que Merilille había dejado escapar sobre la tal Tylin es que era una mujer puntillosa, fríamente formal, pero si también empezaba a dudar que ellas dos eran Aes Sedai, el estado de ánimo de Nynaeve era justo el adecuado para demostrarle su condición de hermana de hecho.
La criada las hizo entrar en una amplia estancia, con el techo pintado en un azul claro y las paredes en amarillo, en la que una hilera de triples ventanas en arco daba a un balcón de hierro forjado y por las que penetraba una brisa marina muy agradable. Ante la reina, Nynaeve y Elayne hicieron una reverencia, la correcta de unas Aes Sedai a una dirigente, lo que significaba doblar la rodilla ligeramente y una inclinación de cabeza aun más leve.
Tylin era una mujer impresionante. Tenía más o menos la misma estatura de Nynaeve y mostraba una actitud regia que Elayne tendría que esforzarse para igualar en sus mejores momentos. Debería haber respondido a sus reverencias con otra igual, pero no lo hizo. En lugar de ello, sus grandes ojos oscuros las examinaron con una intensidad imperiosa.
Nynaeve le devolvió la mirada lo mejor que pudo. Las ondas del lustroso cabello negro, con canas en las sienes, caían bastante más abajo de los hombros de Tylin y enmarcaban un rostro que era atractivo aunque no sin arrugas. Sorprendentemente, las mejillas de la mujer tenían sendas cicatrices, finas y tan antiguas que casi habían desaparecido. Ni que decir tiene que también llevaba uno de esos cuchillos curvos metido bajo el cinturón de oro tejido, con la empuñadura y la vaina incrustadas de gemas; Nynaeve estaba convencida de que debía de ser únicamente para aparentar. Ciertamente, el vestido de seda azul que llevaba Tylin era lo menos indicado para sostener un duelo, con chorreras de encaje blanco como la nieve y la falda recogida por encima de las rodillas en la parte delantera de manera que mostraba enaguas de seda verdes y blancas, y por detrás con una cola de casi un metro. El corpiño, adornado también con puntillas, era tan ajustado que Nynaeve no habría sabido decir si sería más incómodo estando de pie o sentada. Un cuello alto de oro tejido ceñía la garganta de la mujer de manera que la puntilla le rozaba la barbilla. Llevaba colgado, con la empuñadura hacia abajo, un cuchillo de esponsales enfundado en una vaina blanca que quedaba enmarcado en un curioso escote de forma ovalada que no tenía nada que envidiar a los bajísimos en pico.
—Debéis de ser Elayne y Nynaeve. —Tylin tomó asiento en una silla que parecía de bambú aunque estaba cubierta de dorado y se arregló los pliegues de la falda meticulosamente, sin quitarles los ojos de encima. Su voz era profunda, melodiosa e imperativa—. Creí entender que había una tercera. ¿Aviendha?
Nynaeve intercambió una mirada con Elayne. No las había invitado a sentarse ni había hecho el menor gesto hacia las otras sillas.
—Ella no es Aes Sedai —comenzó Elayne sosegadamente.
—¿Y vosotras sí? —la interrumpió la reina—. Como mucho, has visto dieciocho inviernos, Elayne. Y tú, Nynaeve, que me miras como una gata a la que le han pisado la cola, ¿cuántos has visto? ¿Veintidós? ¿Veintitrés? ¡Que me trinchen el hígado! Visité Tar Valon y la Torre Blanca una vez. Dudo que ninguna mujer de vuestra edad haya llevado jamás ese anillo en la mano derecha.
—¡Veintiséis! —espetó Nynaeve. Después de aguantar que gran parte del Círculo de Mujeres en Campo de Emond pensaran que era demasiado joven para ser Zahorí, había tomado por costumbre alardear de cada año cumplido—. Tengo veintiséis años y soy Aes Sedai del Ajah Amarillo. —Aun sentía un escalofrío de orgullo diciendo eso—. Elayne tendrá dieciocho años, pero también es Aes Sedai, del Ajah Verde. ¿Creéis que Merilille o Vandene nos permitirían llevar estos anillos en plan de broma? Son muchas las cosas que han cambiado, Tylin. La Sede Amyrlin, Egwene al’Vere, no es mayor que Elayne.
—¿De veras? —dijo la reina en un tono inexpresivo—. No se me informó de ese detalle. Cuando las Aes Sedai que me aconsejaban desde el día en que ocupé el trono y que aconsejaron a mi padre antes que a mí de repente parten hacia la Torre sin dar explicaciones y después me entero de que los rumores de una Torre dividida son ciertos; cuando los seguidores del Dragón parecer brotar de la tierra; cuando se elige una Amyrlin para oponerse a Elaida y se reúne un ejército bajo el mando de uno de los más grandes capitanes, dentro de Altara, antes de que yo tenga noticia alguna sobre ello… Cuando todo eso ha pasado no podéis esperar que me entusiasmen las sorpresas.
Nynaeve confiaba en que su rostro no trasluciera lo mal que se sentía. ¿Por qué no aprendía a quedarse calladita de vez en cuando? De repente fue consciente de haber dejado de sentir la Fuente Verdadera; la ira y el azoramiento no casaban bien. Probablemente era lo mejor que podía ocurrir porque, de haber sido capaz de encauzar, a buen seguro que habría hecho una tontería aun mayor.
Elayne se lanzó a suavizar las cosas sin demora.
—Sé que habréis oído antes esto —le dijo a Tylin—, pero permitidme que sume mis disculpas a las de Merilille y las otras. Reunir un ejército dentro de vuestras fronteras sin antes pediros permiso fue una desmesura y una desfachatez. Sólo puedo decir en descargo de un acto así que los acontecimientos se sucedieron rápidamente y que en Salidar nos desbordaron, pero eso no lo disculpa. Os juro que no hay intención alguna de perjudicar a Altara y que tampoco se quiso insultar al Trono de los Vientos. Mientras hablamos ahora, Gareth Bryne conduce a ese ejército hacia el norte, fuera de las fronteras de Altara.
Tylin la miró fijamente, sin pestañear.
—No he oído una sola palabra de disculpa ni ninguna explicación hasta ahora. Pero cualquier dirigente de Altara tiene que aprender a tragarse los insultos de potencias mayores aunque le sepan a acíbar. —Inhaló profundamente e hizo un gesto con la mano—. Sentaos, sentaos. Sentaos la dos. Reclinaos sobre vuestro cuchillo y dejad libre vuestra lengua. —Su repentina sonrisa tuvo mucho de mueca—. Ignoro cómo decís eso en Andor. Poneos cómodas y hablad sin rodeos.
Nynaeve se alegró de ver que los azules ojos de Elayne se abrían sorprendidos, ya que ella misma dio un respingo que se oyó. ¿Y ésta era la mujer que según Merilille encarnaba el más estricto protocolo cincelado en mármol pulido? Nynaeve agradeció poder sentarse. Considerando todas las corrientes subterráneas que existían en Salidar se preguntó si Tylin estaba intentando… ¿Qué? Había llegado a un punto en que sospechaba que cualquier persona que no fuese una amiga íntima estuviera tratando de manipularla. Elayne se sentó al borde de la silla y con la espalda muy erguida.
—Lo he dicho en serio —insistió Tylin—. Cualquier cosa que expreséis no lo tomaré como un insulto. —Por el modo en que sus dedos tamborileaban sobre la enjoyada empuñadura del puñal, sin embargo, habríase dicho que sí consideraría como tal el silencio.
—No sé bien por dónde empezar —comenzó con tiento Nynaeve. Ojalá Elayne no hubiese hecho un gesto de asentimiento, corroborando sus palabras; se suponía que era ella la que sabía cómo tratar con reyes y reinas. ¿Por qué no decía algo?
—Por el porqué —instó, impaciente, la soberana—. ¿Por qué cuatro Aes Sedai más de Salidar vienen a Ebou Dar? La razón no puede ser eclipsar la embajada de Elaida. De hecho, Teslyn ni siquiera la da ese nombre, y sólo han venido ella y Joline. Vaya, ¿no lo sabíais? —Se echó hacia atrás en la silla, riendo, y llevó los dedos de una mano a sus labios—. ¿Estáis enteradas de la presencia de los Capas Blancas? ¿Sí? —Su mano libre hizo un gesto como descargando un latigazo en el aire—. ¡Eso para los Capas Blancas! Empero, he de escuchar a todos los que acuden para ser recibidos en audiencia, al Inquisidor Carridin igual que al resto.
—Pero ¿por qué? —demandó Nynaeve—. Me complace que no os gusten los Capas Blancas, pero, en ese caso, ¿por qué tenéis que escuchar una sola palabra de lo que diga Carridin? Ese hombre es un carnicero. —Sabía que había cometido otro error. Lo comprendió por el modo repentino en que Elayne pareció examinar el inmenso hogar de mármol blanco, donde el profundo dintel estaba cincelado en forma de grandes olas; lo supo incluso antes de que el último vestigio de risa de Tylin se apagara como una vela.
—Te has tomado en serio lo que he dicho —manifestó la reina en voz queda—. Os animé a hablar con claridad y… —Aquellos oscuros ojos se quedaron fijos en las baldosas del suelo; parecía como si estuviese intentando recobrar la compostura.
Nynaeve miró a Elayne esperando algún indicio que le explicara qué había ido mal o, mejor aún, cómo arreglarlo, pero la heredera del trono se limitó a mirarla de reojo y a sacudir la cabeza una vez de un modo casi imperceptible antes de volver a la observación de las olas de mármol. ¿Debería evitar también mirar a Tylin? Sin embargo, la soberana atraía sus ojos como un imán. Con una mano, Tylin acariciaba la empuñadura de su cuchillo curvo y con la otra toqueteaba el puño más pequeño que reposaba sobre sus senos.
El cuchillo de esponsales revelaba mucho de Tylin; Vandene y Adeleas se habían mostrado muy dispuestas a explicar algunas cosas referentes a Ebou Dar, generalmente aquellas que hacían parecer peligrosa la ciudad para quien no fuera acompañado por una docena de guardias armados. La vaina blanca significaba que la reina había enviudado y no tenía intención de volver a casarse. Las cuatro perlas y una gota de fuego engastadas en la empuñadura de oro decían que había dado a luz cuatro hijos y una hija; el engaste blanco de la gota de fuego y el rojo de tres de las perlas revelaban que sólo uno de los hijos varones sobrevivía, que los otros cuatro tenían como poco dieciséis años al morir y que habían perecido en duelos ya que en caso contrario los engastes habrían sido negros. ¡Qué doloroso debía de ser llevar siempre encima un recordatorio así! Según Vandene, las mujeres tenían por un gran orgullo que los engastes fueran rojos o blancos, tanto si rodeaban perlas o gotas de fuego o simples cristales de colores. Vandene afirmaba que muchas mujeres ebudarianas arrancaban las piedras que representaban a sus hijos mayores de dieciséis años que rehusaban un duelo y que jamás volvían a reconocerlos como tal.
Finalmente, Tylin levantó la cabeza. Su semblante mostraba un gesto afable y su mano se apartó del cuchillo del cinturón, pero continuó toqueteando el cuchillo de esponsales con aire ausente.
—Beslan, mi hijo, tiene tu misma edad, Elayne. Quiero que me suceda en el Trono de los Vientos —confió en voz suave—. Tal cosa se daría por sentada si estuviésemos en Andor, aunque en ese caso tendría que ser una mujer —aquí sonrió, aparentemente con genuino regocijo—. Se daría por sentado en cualquier otro país excepto en Murandy, donde las cosas funcionan de un modo muy parecido a Altara. En el milenio transcurrido desde Artur Hawkwing, sólo una casa ha sido capaz de conservar el trono durante cinco generaciones seguidas, y la caída de Anarina fue tan en picado que al día de hoy la casa Todande es un perrillo faldero de quien quiera aceptarla como tal. Ninguna otra casa ha tenido más de dos generaciones en reinados sucesivos.
»Cuando mi padre ascendió al trono, otras casas ostentaban más poder que la de Mitsobar en la propia ciudad. Si hubiese salido de palacio sin ir acompañado por su guardia, lo habrían metido dentro de un saco con grandes piedras y lo habrían arrojado al río. Cuando murió, me entregó lo que ahora poseo. Poco, comparado con lo que tienen otros dirigentes. Un hombre cabalgando de continuo en caballos de refresco podría alcanzar en un solo día el límite del territorio bajo mi autoridad. Empero, no he permanecido ociosa. Cuando llegaron las nuevas sobre el Dragón Renacido, tuve la certeza de que podría transmitirle a Beslan el doble de lo que poseo ahora y, llamémoslos, ciertos aliados. La Ciudadela de Tear y Callandor lo cambiaron todo. Ahora le doy las gracias a Pedron Niall cuando arregla las cosas para que Illian se apropie de otra franja fronteriza de ciento cincuenta kilómetros en lugar de invadir Altara. Oigo a Carridin y a Teslyn y a Merilille, y rezo para que pueda legar algo a mi hijo en lugar de que me encuentren ahogada en el baño el día que Beslan sufra un accidente de caza.
Tylin hizo una profunda inhalación. El gesto plácido de su semblante no se alteró, pero al hablar su voz había adquirido un timbre cortante.
—Bien, y ahora que me he desnudado ante vosotras en plena lonja del mercado, respondedme: ¿Por qué este honor de que acudan a mi corte otras cuatro Aes Sedai?
—Estamos aquí para encontrar un ter’angreal —respondió Elayne y, mientras Nynaeve la miraba estupefacta, explicó a la reina todo, desde el Tel’aran’rhiod hasta la capa de polvo que cubría la habitación donde se encontraba el cuenco.
—Lograr que el tiempo vuelva a ser normal sería un milagro y una bendición —musitó lentamente Tylin—; pero, por tu descripción de ese barrio, me suena que es el Rahad, al otro lado del río. Incluso la Fuerza Civil va con mil ojos por esa zona. Disculpadme, pero, aunque entiendo que sois Aes Sedai, en el Rahad podríais acabar con un cuchillo clavado en la espalda antes de daros cuenta de lo que ha pasado. Quizá deberíais dejar esa búsqueda a Vandene y Adeleas. Creo que tienen unos cuantos años más que vosotras y, por ende, habrán visto sitios así con anterioridad.
—¿Os hablaron del cuenco? —preguntó Nynaeve, frunciendo el ceño.
—No. —La reina sacudió la cabeza—. Sólo me dijeron que estaban aquí para buscar algo. Las Aes Sedai jamás dicen una palabra más de lo que es absolutamente necesario. —De nuevo la fugaz sonrisa asomó a su cara; parecía un gesto divertido, aunque hacía que las cicatrices de las mejillas semejaran finas arrugas—. Al menos, hasta que llegasteis vosotras dos. Ojalá los años no os cambien demasiado. A menudo deseo que Cavandra no hubiese regresado a la Torre; con ella podía hablar así. —Se puso de pie al tiempo que les indicaba con un gesto que permanecieran sentadas y después cruzó la estancia para tocar un gong de plata con un macillo de marfil; para ser tan pequeño, produjo un sonido fuerte y agudo—. Pediré un poco de té de menta frío y charlaremos. Me diréis en qué modo puedo ayudaros; si envío soldados al Rahad se repetirán las algaradas de los Disturbios del Vino. Tal vez hasta podríais explicarme por qué la bahía está llena de barcos de los Marinos pero sin que ninguno de ellos atraque ni haga transacciones.
Pasaron un largo rato tomando té y charlando, especialmente sobre los peligros del Rahad y lo que Tylin no podía hacer; la reina mandó llamar a Beslan, un joven de voz suave que saludó con una reverencia respetuosa y las miró fijamente con unos hermosos ojos negros que quizá traslucieron alivio cuando su madre le dijo que podía marcharse. Desde luego, él no dudó ni por un momento que fueran Aes Sedai. Finalmente, sin embargo, las dos mujeres jóvenes se encontraron regresando a sus aposentos por los pasillos pintados con vivos colores.
—Así que también se proponen ocuparse ellas de la búsqueda —rezongó Nynaeve al tiempo que echaba una ojeada en derredor para asegurarse de que ninguno de los sirvientes uniformados estaba lo bastante cerca para oírla. Tylin se había enterado de muchas cosas sobre ellas demasiado pronto. Y, por mucho que sonriera, le había molestado la presencia de Aes Sedai en Salidar—. Elayne, ¿te parece prudente haberle contado todo? Podría decidir que el mejor modo de que el chico ascienda al trono es dejarnos encontrar el cuenco y después informar a Teslyn. —Conocía sólo por encima a la Roja, pero la recordaba como una mujer desagradable.
—Sé lo que pensaba mi madre sobre que unas Aes Sedai fueran y vinieran por territorio de Andor sin informarle jamás lo que se traían entre manos. Sé cómo me sentiría yo de estar en lugar de Tylin. Además, recordé finalmente que me enseñaron esa frase, la de reclinarse en su cuchillo y todo lo demás. El único modo de insultar a alguien que te dice eso, es mentirle. —Elayne levantó la barbilla—. En cuanto a Vandene y Adeleas, sólo creen que han asumido el control, porque en realidad no lo han hecho. Ese barrio, el Rahad, será peligroso, pero dudo mucho que sea peor que Tanchico. Y aquí no tendremos que preocuparnos por el Ajah Negro. Te apuesto a que en diez días el cuenco estará en nuestro poder. Y que sabré por qué el ter’angreal de Mat hace lo que se supone no podría hacer y tendré a ese patán saludándonos militarmente con la misma rapidez que maese Vanin. Y que estaremos de camino para reunirnos con Egwene, mientras Vandene y Adeleas se quedan aquí plantadas con Merilille y Teslyn, tratando de explicarse lo que ha pasado.
Nynaeve no pudo evitar echarse a reír con todas sus ganas. Un sirviente larguirucho que cambiaba de sitio un jarrón de porcelana dorada la miró de hito en hito, a lo que la antigua Zahorí respondió sacándole la lengua. Faltó poco para que el hombre dejara caer el jarrón al suelo.
—No aceptaré esa apuesta, salvo en lo referente a Mat, Elayne. Quedamos en que en diez días.