44 El color de la confianza

Una vez que Vanin se hubo marchado para advertir a la Compañía que no se moviera de donde estaba acampada, Mat descubrió que no había una sola posada en Salidar que no estuviese ocupada por las Aes Sedai y que los cinco establos estaban llenos a reventar. Empero, cuando soltó unas monedas de plata a un mozo de cuadra de cara estrecha, el tipo trasladó los sacos de avena y las balas de paja de una cuadra cerrada con paredes que podía albergar a seis caballos. También enseñó a Mat y a los otros cuatro hombres de la Compañía sitios para dormir en el sobrado del pajar, donde hacía tanto calor como en cualquier otro sitio.

—No pidáis nada —instruyó Mat a sus hombres mientras repartía entre ellos las monedas que le quedaban—. Pagad por todo y no aceptéis regalos. La Compañía no va estar en deuda con nadie de aquí.

Su falso aire de seguridad contagió a los hombres, que ni siquiera dudaron cuando les ordenó que fijaran los estandartes fuera del sobrado del pajar para que colgaran en la fachada del establo, uno carmesí y el otro blanco, el primero con el disco blanco y negro y el segundo con el dragón, a plena vista de todos. Por otro lado, al mozo de cuadra se le desorbitaron los ojos y casi se le salieron de las órbitas mientras le preguntaba a Mat que qué estaba haciendo.

Éste se limitó a esbozar una sonrisa y le lanzó al tipo de mandíbula estrecha un marco de oro.

—Simplemente mostrando a todo el mundo, sin que haya lugar a dudas, quién ha venido a parlamentar.

Quería que Egwene se diera cuenta de que no estaba dispuesto a que nadie lo mangoneara y a veces, para demostrar eso a la gente, uno tenía que actuar como un idiota redomado. El problema era que las banderas no surtían efecto alguno. Oh, sí, todos los que pasaban por allí se quedaban boquiabiertos y señalaban, y varias Aes Sedai se acercaron expresamente para echar una mirada con ojos fríos y semblante impasible, pero Mat esperaba una indignada demanda de que las quitara y tal cosa no ocurrió. Cuando acudió a la Torre Chica, una Aes Sedai cuyo rostro, de algún modo, semejaba una ciruela pasa a despecho de su apariencia intemporal, se ajustó el chal de flecos marrones y le dijo en tono categórico que la Sede Amyrlin estaba ocupada, que tal vez podría recibirlo dentro de un día o dos. Tal vez. Elayne parecía haber desaparecido, al igual que Aviendha, pero hasta ese momento nadie había gritado que se había cometido un asesinato; Mat sospechaba que la Aiel podría encontrarse en cualquier parte del pueblo y que le estaban poniendo a la fuerza un vestido blanco. Eso lo traía al fresco si con ello se mantenía la paz; no quería ser el encargado de comunicarle a Rand que una de ellas había matado a la otra. A Nynaeve sí la vislumbró en cierto momento, pero la mujer giró en una esquina y cuando él llegó allí ya había desaparecido.

Mat se pasó casi toda la tarde buscando a Thom y a Juilin; cualquiera de los dos podría contarle algo de lo que estaba pasando y, además, tenía que disculparse con Thom por su comentario respecto a aquella carta. Lamentablemente, nadie parecía saber dónde estaba ninguno de los dos. Mucho antes de caer la noche, Mat llegó a la conclusión de que todos ellos lo estaban evitando a propósito. Egwene estaba en verdad dispuesta a conseguir que se cociera en su propia salsa, pero él se proponía demostrarle que ni siquiera había empezado a hervir. Para hacerlo más verosímil, se fue a bailar.

Al parecer la celebración por el nombramiento de una nueva Amyrlin se prolongaba un mes y, aunque todo el mundo en Salidar trabajaba sin parar durante el día, una vez que se hacía de noche se encendían hogueras en todos los cruces de calles, y los violines y las flautas hacían acto de aparición e incluso uno o dos salterios. Las risas y la música llenaban el aire y reinaba el ambiente festivo hasta la hora de acostarse. Mat vio Aes Sedai danzando en las calles con carreteros y mozos de cuadra vestidos con sus toscas ropas y Guardianes bailando con sirvientas o cocineras que se habían quitado los delantales. Pero no vio a Egwene; la jodida Sede Amyrlin no iba a dar brincos en la calle. Tampoco vio a Elayne ni a Nynaeve; ni a Thom y Juilin. El juglar no se habría perdido un baile aunque tuviera rotas las dos piernas a no ser que se estuviera quitando de en medio a propósito. Mat se dispuso a pasarlo bien, a demostrar a todo el mundo que no tenía la menor preocupación. No salió exactamente a su gusto.

Bailó un rato con la mujer más hermosa que había visto en su vida, una belleza delgada pero con un busto exuberante que quería saberlo todo sobre él; todo muy halagador, en especial que lo hubiese sacado a bailar ella. Pero al poco rato Mat advirtió que Halima se las ingeniaba de algún modo para rozarse contra él, de inclinarse para mirar algo de modo que él no podía menos de bajar la vista al escote de su vestido. Podría haber disfrutado con ello de no ser por que todas las veces Halima lo miraba a la cara con ojos penetrantes y una sonrisa divertida. No era una buena bailarina —para empezar, no dejaba de intentar ser ella la que dirigía la danza— y finalmente Mat se excusó.

Podría no haber sido nada, pero antes de que se hubiese alejado diez pasos la cabeza de zorro se puso fría como el hielo contra su pecho. Giró bruscamente sobre sus talones, lanzando una mirada furiosa en derredor; lo que vio fue a Halima observándolo con fijeza a la luz de las hogueras. Fue sólo un segundo, antes de que la mujer agarrara el brazo de un Guardián y se pusiera a bailar otra vez, pero Mat estaba seguro de haber visto una expresión conmocionada en su bello rostro.

Los violines interpretaban una música que reconoció. Al menos, la identificó uno de sus recuerdos; no había variado mucho considerando que había pasado más de un milenio. La letra debía de haber cambiado por completo, ya que la antigua que resonaba en su mente jamás habría gozado de popularidad allí:

Entrégame tu confianza, la Aes Sedai dijo,

porque sobre mis hombros se sustenta el cielo.

Confía en mí para saber y hacer lo que es mejor,

que de todo lo demás ya me encargaré yo.

Pero la confianza da color al brote de una negra semilla.

La confianza da color a la sangre que mana de un corazón.

La confianza da color al postrer aliento del que expira.

La confianza es, en fin, lo que da a la muerte su color.

—¿Una Aes Sedai? —respondió desdeñosamente una jovencita metida en carnes. Era bonita y, en otras circunstancias, Mat habría intentado un pequeño intercambio de besos y arrumacos—. Halima es sólo la secretaria de Delana Sedai. Ésa siempre está provocando a los hombres. Como un niño con un juguete nuevo; incitando sólo para ver si puede. Se habría metido en un buen brete más de diez veces si no estuviera bajo la protección de Delana.

Deposita en mí tu confianza, dijo la reina en su trono,

porque el deber de cargar con ese peso es mío solo.

Confía en mí para dirigir, juzgar y gobernar

y de ese modo ningún hombre por necio te tendrá.

Pero la confianza es eco del perro aullando en la tumba.

La confianza es eco de la traición envuelta en sombras.

La confianza es eco del postrer aliento del que expira.

La confianza es, en fin, el eco que a la muerte anuncia.

A lo mejor se había equivocado. A lo mejor la mujer sólo acusaba la sorpresa de que la hubiese dejado. No muchos hombres dejarían plantada a una mujer como ella, por mucho que provocara en broma y por mal que bailara. Sí, tenía que ser eso. Sin embargo, aquello dejaba en el aire la cuestión de quién y por qué. Miró en derredor, a los que bailaban, a la gente que estaba mirando al borde de las sombras y esperando su turno. La cazadora del Cuerno de cabello dorado que le había resultado familiar daba vueltas con un tipo que tenía la cara llena de granos y bultos, tan deprisa que la coleta se levantaba a su espalda. Mat distinguía a las Aes Sedai por sus rostros —o a casi todas— pero era imposible saber cuál de ellas había intentado… lo que quiera que fuera.

Se encaminó calle abajo hasta la siguiente hoguera, más que nada para alejarse de aquella canción antes de que continuara en su mente con «el gran rey» y «el lord y la lady» y «el amor de tu vida». En aquel antiguo recuerdo se acordaba de escribir la canción a causa del amor de su vida. La confianza es el sabor de la muerte. En la esquina próxima, un violinista y una mujer con una flauta interpretaban lo que parecía Ahuecar las plumas, una buena canción folclórica.

¿Hasta qué punto podía confiar en Egwene? Ahora era Aes Sedai; tenía que serlo, si era la Amyrlin, aunque fuera una Amyrlin de tres al cuarto en un pueblo de tres al cuarto. En fin, en cualquier caso, era Egwene; no podía creer que ella lo atacara desde las sombras de ese modo. Claro que Nynaeve sí era capaz de ello, aunque no para hacerle verdadero daño. Todavía le dolía la cadera, no obstante; aparte del moretón tenía un tirón muscular. Y la Luz sabía que una mujer como Elayne podría hacerlo. Llegó a la conclusión de que todavía trataban de acosarlo para que se marchara, de modo que probablemente debería esperar más tentativas. Lo mejor era no hacerles caso; casi deseó que volvieran a intentarlo. No podían tocarlo con el Poder y cuantas más veces fracasaran en sus intentos más se convencerían de que no iban a mangonearlo.

Myrelle se acercó y se quedó a su lado observando a los bailarines. Mat la recordaba vagamente. No creía que supiese nada peligroso sobre él. Esperaba que no. No era tan hermosa como Halima, desde luego, pero sí muy guapa. Con el juego de luces y sombras de la hoguera sobre su rostro casi podía olvidar que era Aes Sedai.

—Una noche calurosa —dijo ella, sonriente, y continuó hablando en un tono tan intrascendente mientras él disfrutaba contemplándola, que Mat tardó un poco en darse cuenta de hacia dónde apuntaban sus palabras.

—Creo que no —repuso amablemente en cuanto tuvo oportunidad de hablar. A esto llevaba olvidarse de ciertas cosas; las Aes Sedai no dejaban de ser Aes Sedai.

Ella se limitó a sonreír.

—Tendrías muchas ventajas y yo no trataría de tenerte prendido a mis faldas. Muchas ventajas. Has elegido una vida peligrosa o ella te ha elegido a ti. Un Guardián tiene más posibilidades de sobrevivir.

—Lo lamento, pero no. Gracias por la oferta, de todos modos.

—Piénsalo, Mat. A no ser que… ¿Te ha vinculado la Amyrlin?

—No. —Egwene no haría eso. ¿O sí? No podría mientras llevase puesto el medallón, pero ¿y si no lo hubiese llevado?—. Ahora, si me disculpáis.

Se despidió con una leve inclinación de cabeza y se encaminó con premura hacia una bonita joven de ojos azules que llevaba el ritmo de la música con el pie. Tenía una boca llena, de aspecto dulce, como hecha para los besos, y a buen seguro que él quería divertirse.

—Vi tus ojos y no pude menos de acercarme. ¿Quieres bailar?

Demasiado tarde reparó en el anillo de la Gran Serpiente que lucía en la mano derecha; y entonces la boca de aspecto dulce se abrió y una voz que reconoció le dijo secamente:

—Te pregunté una vez si seguirías dentro de la casa cuando ésta estuviera siendo pasto de un incendio, muchacho, pero por lo visto has cogido por costumbre saltar a las llamas. Anda, márchate y busca a alguien que quiera bailar contigo.

¡Siuan Sanche! ¡Pero si la habían neutralizado y ajusticiado! ¡Lo miraba con expresión iracunda desde el rostro de una mujer joven que había robado, pero seguía siendo la misma y llevaba el anillo de Aes Sedai! ¡Y él le había pedido a Siuan Sanche un baile!

Cuando todavía la contemplaba de hito en hito, una joven y esbelta domani dio unas vueltas ante la hoguera; el verde vestido que llevaba era lo bastante fino para permitir ver su silueta al trasluz. Tras lanzar a Siuan una heladora mirada que le fue devuelta con creces, la domani sacó casi a rastras a Mat para reunirse con los bailarines. Era alta como una Aiel; de hecho, sus oscuros ojos quedaban un poco más arriba que los suyos.

—Soy Leane, por cierto —anunció con una voz que era una dulce caricia—, en caso de que no me hayas reconocido. —Su risa queda era también acariciante.

Mat dio tal respingo que por poco no pierde el primer compás. También llevaba un anillo. Mat bailó automáticamente. A pesar de ser alta, era como una pluma en sus manos, un cisne deslizándose por el agua, pero no era suficiente para hacerle olvidar la pregunta. ¿Cómo? ¿Cómo era posible? Para acabar de rematarlo, cuando el baile terminó ella le dijo con aquella voz acariciante:

—Eres un excelente bailarín.

Y después lo besó tan a fondo como jamás lo habían besado en su vida. Estaba tan estupefacto que ni siquiera intentó retirarse. La mujer suspiró y le dio unos cachetitos en la mejilla.

—Un excelente bailarín —repitió—. Recuérdalo cuando bailes la próxima vez y lo harás aun mejor. —Y se marchó riendo, para volver al baile con un tipo al que sacó entre los espectadores.

Mat decidió que había tenido de sobra para una sola noche. Regresó al establo y se fue a dormir, con la silla de montar como almohada. Sus sueños habrían sido agradables salvo por que todos estaban relacionados con Myrelle, Siuan, Leane y Halima. En lo tocante a los sueños, un hombre simplemente no tenía sentido común para quitarse la bota y vaciar el agua que le había entrado en ella.

El día siguiente tenía que ser mejor, pensó, sobre todo cuando al despertar vio a Vanin en el sobrado, dormido con la cabeza apoyada en su silla de montar. Talmanes lo entendía y se quedaría donde estaba; se habían visto Guardianes observando los preparativos de la Compañía, sin duda dejándose ver a propósito, pero nadie se había acercado al ejército acampado. Recibió una sorpresa menos agradable al encontrar la montura gris de Olver en el patio que había detrás del establo y al chico acurrucado en un rincón, envuelto en sus mantas.

—Necesitas que alguien te guarde la espalda —le dijo sombríamente a Mat—. No hay que fiarse de ella.

Mat no tuvo que preguntar para saber que se refería a Aviendha. Olver no mostró el menor interés en jugar con los niños, así que Mat tuvo que aguantar las miradas y las sonrisas que le dirigieron cuando lo vieron por todo Salidar con el chico pegado a los talones, el cual hacía todo lo posible por imitar el paso ágil de un Guardián y vigilaba en diez direcciones diferentes a la vez por si aparecía Aviendha. Quien por cierto seguía sin dar señales de vida; y menos aun Elayne o Nynaeve. Y «la Amyrlin» todavía estaba ocupada. También estaban «ocupados» Thom y Juilin. Vanin se las ingenió para enterarse de unas cuantas cosas, pero nada que hiciera feliz a Mat. Si Nynaeve había curado realmente a Siuan y a Leane, entonces estaría más insoportable que nunca. Siempre había tenido una gran opinión de sí misma; de modo que, después de haber logrado lo que no podía hacerse, los humos se le habrían subido a la cabeza y estaría más envanecida que un pavo real. Aun así, eso era lo más digerible de todo. Lo de Logain y el Ajah Rojo lo hizo encogerse; aquélla era la clase de cosa que las Aes Sedai no perdonarían. Si Gareth Bryne tenía el mando de su ejército, entonces éste no estaba formado por una chusma de granjeros ni escoria de las calles con unos pocos Guardianes para darle un poco de enjundia. Si a eso se añadían las vituallas que Vanin había visto empaquetar y guardar en barriles para un viaje, todo apuntaba un problema. El peor tipo de problema que podría imaginar, aparte de encontrar a uno de los Renegados frente a él al otro lado de una mesa y una docena de trollocs entrando por la puerta. En resumen, nada de esto los hacía menos estúpidos; sólo unos estúpidos peligrosos. El maldito Thom y su «ayudarlas a que su plan funcione». Si el juglar salía alguna vez de su escondrijo, ya le ajustaría las cuentas.

A última hora de la tarde, Myrelle volvió a hablarle de convertirse en Guardián y hubo cierta tensión alrededor de sus ojos cuando Mat le dijo que la suya era la quinta oferta que había rechazado desde la salida del sol. No estaba seguro de si lo creyó; la mujer se marchó con un aire indignado y enfurruñada como Mat nunca había visto a una Aes Sedai. Sin embargo, era verdad. La primera propuesta le vino cuando todavía intentaba tomar su desayuno, y la hizo la mismísima Delana para quien trabajaba Halima, una mujer fornida de cabello muy claro y lagrimosos ojos azules y que casi llegó a amenazarlo para que aceptara. Esa noche no se acercó al baile y se quedó dormido con el sonido de la música y las risas; pero esta vez era un sonido amargo.

La tarde estaba mediada durante su segundo día completo en Salidar cuando una chica con vestido blanco, bonita y pecosa, que se esforzaba a más no poder para adoptar un aire de fría dignidad, le llevó una citación, porque eso era exactamente.

—Os presentaréis de inmediato ante la Amyrlin.

Punto. Ni una palabra más. Mat le hizo un gesto para que lo precediera; le pareció lo más apropiado, y a ella pareció que le gustaba que lo hiciera.

Estaban todas en aquella sala de la Torre Chica: Egwene, Nynaeve, Elayne y Aviendha. Aunque Mat tuvo que mirarla dos veces para reconocer a la Aiel, con un vestido de fina lana azul y puntillas en el cuello y los puños. Por lo menos Aviendha y Elayne no intentaban estrangularse la una a la otra, pero los rostros de ambas semejaban máscaras pétreas. Lo que las igualaba a Egwene y a Nynaeve. Ni el menor atisbo de expresión en ninguna de las cuatro, y todos los ojos clavados en él. Se las arregló para contener la lengua mientras Egwene enumeraba sus opciones, según las veía ella, sentada detrás de la mesa y con esa estola de rayas rodeándole los hombros.

—Si crees que no tienes por qué elegir ninguna —finalizó—, recuerda que puedo hacer que te aten a tu caballo y mandarte de regreso con tu Compañía de la Mano. No hay sitio en Salidar para vagos ni maulas. No lo permitiré. Para ti, Mat, sólo queda Ebou Dar con Elayne y Nynaeve o largarte de aquí y ver a quién impresionas con tus banderas y estandartes.

Lo que, en verdad, no le dejaba ninguna opción, por supuesto. Cuando lo dijo así, no hubo cambio de expresión en ninguna de ellas. Si acaso, la de Nynaeve se tornó más impertérrita. Y Egwene se limitó a comentar:

—Me alegra que lo hayas comprendido, Mat. Y ahora he de ocuparme de un millar de cosas. Intentaré verte antes de que te marches.

Así, despedido como un mozo de establo; la Amyrlin estaba muy ocupada. Sólo le había faltado lanzarle una moneda de cobre, de propina.

Tal fue la razón de que el tercer amanecer en Salidar encontrara a Mat en el terreno despejado que había entre el pueblo y el bosque.

—Seguramente seguirán aquí hasta que regrese —le dijo a Talmanes mientras miraba por encima del hombro hacia las casas. No tardarían en aparecer, y no quería que nada de esto llegara a conocimiento de Egwene. Ella trataría de frenar el plan con cualquier traba que tuviese a su alcance—. En fin, eso espero. Si se ponen en movimiento, seguidlas dondequiera que vayan, pero no tan cerca como para asustarlas. Y si una joven llamada Egwene aparece por aquí, no hagas preguntas, limítate a cogerla y regresar a galope a Caemlyn aunque para ello tengas que abrir un agujero a través de Gareth Bryne. —Claro que existía la posibilidad de que tuvieran intención de ir a Caemlyn; tal vez. Pero tenía miedo de que su punto de destino fuera Tar Valon; Tar Valon y el hacha del verdugo—. Y que Nerim se quede contigo.

Talmanes sacudió la cabeza.

—Ya que te llevas a Nalesean, me sentiré ofendido si no me permites que ponga mi asistente a tu servicio.

Mat deseó que Talmanes sonriera de vez en cuando; sería una ayuda para saber cuándo bromeaba y cuándo no. Ahora, desde luego, parecía hablar muy en serio.

Nerim se encontraba a corta distancia, sujetando las riendas de Puntos y de su propia yegua, marrón y cachigorda, así como dos animales de carga que llevaban unos capachos de mimbre llenos a reventar. El asistente de Nalesean, un tipo robusto llamado Lopin, sólo sujetaba las riendas de un animal de carga además de las de su castrado y las del negro semental propiedad de Nalesean.

No eran éstos, empero, todos los componentes de la partida. Nadie había tenido a bien darle más detalles aparte de dónde estar y cuándo; pero, en mitad de otra conversación sobre convertirse en Guardián, Myrelle le comunicó que no había inconveniente en que se pusiera en contacto con la Compañía siempre y cuando no intentara acercarla más a Salidar. Eso era lo último que se le ocurriría hacer. Vanin estaba allí esta mañana porque probablemente podría investigar el terreno que pisaba en cualquier parte, así como una docena de soldados de caballería elegidos entre los componentes de la Compañía por su imponente físico y por haber sabido mantener bien el orden como Brazos Rojos allá, en Maerone. Por lo que había dicho Nalesean, unos puños fuertes y rápidos y unos buenos garrotes deberían bastar para poner fin a cualquier inconveniente en el que Nynaeve y Elayne se metieran, al menos el tiempo suficiente para poder hacerlas desaparecer como por arte de magia. Y por último estaba Olver con su corcel gris, al que había puesto el nombre de Viento, que quizá se merecía el zanquilargo animal. Llevar a Olver había sido una decisión fácil. La Compañía podría encontrarse en problemas si finalmente tenía que seguir a ese montón de chifladas. Tal vez con Bryne no, pero serían muchos los nobles que se encresparían ante el paso de dos ejércitos por sus tierras, lo que daría pie a ataques nocturnos y flechas volando desde cualquier arbusto. Sin duda cualquier ciudad sería más segura para el chico que eso.

Todavía ninguna Aes Sedai había dado señales de vida a pesar de que el sol empezaba a arrojar sus abrasadores rayos por encima de las copas de los árboles. Mat se caló el sombrero con irritación.

—Nalesean conoce Ebou Dar, Talmanes. —El teariano esbozo una mueca y asintió. El severo semblante del cairhienino no varió un ápice—. Oh, está bien. Que venga Nerim.

Talmanes asintió en silencio; puede que hubiese estado hablando en serio, después de todo. Por fin se vio movimiento en el pueblo: un grupo de mujeres con caballos. Elayne y Nynaeve no venían solas, aunque Mat no esperaba a nadie más. Aviendha llevaba un traje de montar gris, pero miraba a su flaca yegua parda con bastante desconfianza. La cazadora del Cuerno de rubia trenza demostraba más seguridad con un castrado de ancha grupa y pelo pardusco y parecía estar intentando convencer a Aviendha de algo sobre la yegua. ¿Qué pintaban esas dos allí? También había dos Aes Sedai —otras, aparte de Nynaeve y Elayne, supuso Mat que debería decir—, unas mujeres delgadas y con el cabello blanco, algo que hasta el momento no había visto en ninguna Aes Sedai. Un tipo añoso marchaba detrás de ellas, conduciendo un animal de carga además de su propia montura; era nervudo y con escaso pelo, y ese poco era gris. A Mat le costó unos instantes comprender que era un Guardián, por la capa de color cambiante que colgaba a su espalda. En eso consistía ser Guardián: las Aes Sedai lo explotaban hasta que se quedaba calvo y probablemente también daban alguna utilidad a sus huesos cuando había muerto.

Thom y Juilin venían a corta distancia y también llevaban un animal de carga. Las mujeres se pararon a unos cincuenta pasos a la izquierda, con su añoso Guardián, sin dignarse siquiera dirigir una mirada a Mat y a sus hombres. El juglar echó una ojeada a Nynaeve y las otras y después le dijo algo a Juilin; a continuación condujeron sus caballos hacia el grupo de Mat, si bien se pararon a cierta distancia, como si no estuviesen seguros del recibimiento que les harían. Mat se encaminó hacia ellos.

—He de disculparme, Mat —empezó Thom mientras se atusaba el bigote con los nudillos—. Elayne me ha dejado muy claro que no debo hablar más contigo. Sólo ha transigido esta mañana. En un momento de debilidad, hace varios meses, le prometí obedecer sus órdenes y hoy me lo ha echado en cara, en el momento más inoportuno. No le gustó nada que te contara lo que te conté.

—Y Nynaeve me ha amenazado con darme un puñetazo en el ojo si me acerco a ti —agregó Juilin, sombrío. Se apoyaba en su vara de bambú y llevaba un gorro tarabonés de color rojo que no debía de servirle de gran cosa como resguardo contra el sol.

Mat miró hacia el grupo de mujeres. Nynaeve lo observaba por encima de la silla de su montura, pero al ver que volvía la vista hacia ella se escondió detrás del animal, una achaparrada yegua marrón. Jamás habría imaginado que ni siquiera Nynaeve fuera capaz de emprenderla a puñetazos con Juilin, pero el atezado rastreador distaba mucho de ser el hombre que había conocido brevemente en Tear. Aquel Juilin estaba dispuesto a todo; éste, con el ceño fruncido de manera permanente, daba la impresión de estar amilanado en todo momento.

—Le enseñaré un poco de buenos modales en este viaje, Juilin. Thom, soy yo quien debe disculparse. Por lo que dije sobre la carta. Fue el calor lo que me hizo hablar de ese modo, además de la preocupación por unas estúpidas mujeres. Espero que fueran buenas noticias. —Recordó demasiado tarde lo que Thom había dicho: que había abandonado a su suerte a la mujer de la carta, y que había muerto.

Sin embargo, Thom se limitó a encogerse de hombros. Mat no sabía qué pensar de él sin su capa de juglar.

—¿Buenas noticias? —repitió Thom—. Todavía no he sacado ninguna conclusión. A menudo uno no sabe si una mujer es amiga, enemiga o amante hasta que es demasiado tarde. En ocasiones, es las tres cosas. —Mat esperaba oír una risa, pero Thom frunció el ceño y suspiró—. Parece que a las mujeres les gusta hacerse siempre las misteriosas, Mat. Puedo darte un ejemplo. ¿Te acuerdas de Aludra?

Mat tuvo que pensar un momento.

—¿La Iluminadora a la que salvamos de que le cortaran el cuello en Aringill?

—La misma. Juilin y yo nos la encontramos durante uno de nuestros viajes y no me dirigió la palabra. No es que no se acordara de mí; uno entabla conversación con desconocidos cuando se viaja juntos. Aludra no quiso reconocerme y aunque no supe el porqué no vi motivo para importunarla. La encontré como a una desconocida y como tal nos despedimos. ¿Cómo la considerarías tú? ¿Como amiga o como enemiga?

—Quizá como una amante —repuso secamente Mat. No le importaría encontrarse de nuevo con Aludra; la mujer le había regalado algunos fuegos artificiales que al final resultaron serle muy útiles—. Si quieres saber algo sobre mujeres, pregúntale a Perrin, no a mí. Yo no las entiendo en absoluto. Antes creía que Rand sí, pero Perrin seguro que es un experto en eso. —Elayne estaba hablando con las dos Aes Sedai de pelo blanco bajo la atenta mirada de la cazadora del Cuerno. Una de las Aes Sedai mayores volvió la vista hacia él y lo observó como aquilatándolo. Las dos tenían el mismo comportamiento que Elayne, frío como una reina en su jodido trono—. En fin, con un poco de suerte no tendré que aguantarlas mucho tiempo —masculló entre dientes—. A lo mejor no tardan mucho en hacer lo que tengan que hacer y podemos estar de vuelta en cinco o diez días. —Con suerte, habría regresado antes de que la Compañía tuviera que partir en pos de las chifladas. Rastrear no uno, sino dos ejércitos sería tan sencillo como robar un pastel, desde luego, pero no le apetecía nada pasar más días de los necesarios en compañía de Elayne.

—¿Diez días? —dijo Thom—. Mat, incluso con ese «acceso» tardaremos cinco o seis en llegar a Ebou Dar. Calcula mejor unos veinte, pero…

Mat dejó de escucharlo. Hasta la última brizna de irritación que había ido acumulando desde que había visto a Egwene en Salidar por primera vez alcanzó su punto crítico de golpe. Quitándose bruscamente el sombrero se dirigió a grandes zancadas hacia Elayne y las otras. No informarle de nada ya era malo de por sí —¿cómo se suponía que iba a protegerlas si ignoraba lo que se traían entre manos?—, pero esto era ridículo. Nynaeve lo vio venir hacia ellas y, por alguna razón, se metió rápidamente detrás de su yegua.

—Será interesante viajar con un ta’veren —dijo una de las Aes Sedai de pelo blanco. Vista más de cerca, Mat tampoco fue capaz de calcularle una edad, si bien su rostro transmitía la sensación de muchos años. Tenía que ser por el pelo. La otra se le parecía mucho, como su reflejo en un espejo; a lo mejor eran realmente hermanas—. Soy Vandene Namelle.

Mat no estaba de humor para charlar sobre ser o no ta’veren. Nunca lo estaba para ese tema, pero, desde luego, en ese momento muchísimo menos.

—¿Qué es esa tontería de que tardaremos cinco o seis días en llegar a Ebou Dar? —El viejo Guardián se puso tenso a la par que endurecía la mirada y Mat lo observó con más detenimiento; nervudo, sí, pero duro como una vieja raíz. Sin embargo, no por ello cambió el tono de voz—. Podéis abrir un acceso a tiro de piedra de Ebou Dar. No somos un jodido ejército para que nuestra presencia asuste a nadie y en cuanto a aparecer de repente, en fin, al fin y al cabo sois Aes Sedai. La gente espera que os materialicéis en el aire y que caminéis a través de las paredes.

—Me temo que te estás dirigiendo a la persona equivocada —adujo Vandene, que miró a la otra mujer de pelo blanco, y ésta sacudió la cabeza mientras ella añadía—: Tampoco Adeleas, me temo. Al parecer ninguna de las dos es lo bastante fuerte para algunas de las cosas nuevas.

Mat vaciló; después se caló bien el sombrero y se volvió hacia Elayne. Ésta levantó la barbilla con arrogancia.

—Por lo visto sabes menos de lo que crees, maese Cauthon —manifestó fríamente. Mat advirtió que no sudaba, al igual que las dos… que las otras dos Aes Sedai. La cazadora del Cuerno lo miraba con aire desafiante. ¿Qué mosca la había picado?—. Hay pueblos y granjas alrededor de Ebou Dar en un radio de ciento cincuenta kilómetros —prosiguió Elayne, explicando lo obvio a un imbécil—. Un acceso es muy peligroso, y no estoy dispuesta a matar las ovejas o las vacas de un pobre hombre y mucho menos a él mismo.

Mat detestaba algo más que su tono. Tenía razón y también detestaba que fuera así. Pero no estaba dispuesto a admitirlo; ante ella, ni hablar. Buscó una salida honrosa para dar marcha atrás sin quedar en ridículo y entonces vio a Egwene saliendo del pueblo con otras dos docenas de Aes Sedai; la mayoría llevaba chales de flecos. O, más bien, ella venía y las demás la seguían. Caminaba con la cabeza muy alta y mirando al frente, la estola de rayas echada alrededor de los hombros. Las otras avanzaban a paso rápido tras ella, en pequeños grupos. Sheriam, con la estola azul de Guardiana, hablaba con Myrelle y una Aes Sedai de rostro campechano que de algún modo daba una imagen maternal. A excepción de Delana, Mat no conocía al resto —una de ellas llevaba el cabello canoso sujeto en un moño bajo; ¿qué edad tendrían que alcanzar las Aes Sedai para que el pelo se les pusiera gris o completamente blanco?— pero todas iban hablando entre sí, haciendo caso omiso de la mujer a la que habían nombrado Amyrlin. Egwene podría haber estado sola; en realidad, parecía estarlo. Conociéndola, sin duda se estaba esforzando al máximo para ser lo que ellas la habían hecho y, sin embargo, dejaban que caminara sola y en presencia de todos.

«A la Fosa de la Perdición con ellas si creen que pueden tratar de ese modo a una mujer de Dos Ríos», pensó sombríamente Mat.

Salió a su encuentro, se destocó y saludó con la mejor reverencia que sabía hacer; y sabía hacer elegantes florituras como el que más cuando era necesario.

—Buenos días, madre, y que la Luz brille sobre ti —dijo en un tono lo bastante alto para que lo escucharan en el pueblo. Puso rodilla en tierra, tomó su mano derecha y besó el anillo de la Gran Serpiente. Una rápida ojeada y un gesto dirigidos a Talmanes y a los otros, aprovechando que Egwene lo tapaba de las que venían detrás, y los tuvo a todos arrodillándose apresuradamente y recitando «Que la Luz os ilumine, madre» o variaciones similares. Incluso Thom y Juilin.

Al principio Egwene pareció sobresaltada, aunque lo disimuló de inmediato. Después sonrió y respondió suavemente:

—Gracias, Mat.

Él alzó los ojos hacia la joven y le sostuvo la mirada unos instantes. Después carraspeó y se puso de pie, limpiándose el polvo de la rodillera. Sheriam y todas las que estaban detrás de Egwene lo miraban fijamente.

—No esperaba verte aquí —le dijo a la joven en voz baja—; claro que, por lo visto, hay toda clase de cosas que no esperaba. ¿La Amyrlin sale a despedir siempre a la gente que parte de viaje? Por casualidad no querrás contarme ahora de qué se trata todo esto, ¿verdad?

Durante un instante creyó que iba a hacerlo, pero después ella apretó los labios y sacudió ligeramente la cabeza.

—Siempre saldré a despedir a los amigos, Mat. Habría hablado contigo antes si no hubiese estado tan ocupada. Mat, intenta no meterte en líos en Ebou Dar.

Él la miró indignado. De modo que se arrodillaba ante ella, le besaba el anillo y todo lo demás y encima le decía que no se metiera en líos, cuando de lo que se trataba era de que él mantuviera sanas y salvas a Elayne y Nynaeve.

—Lo intentaré, madre —repuso con sorna, aunque no demasiada. Sheriam y alguna de ésas podían estar lo bastante cerca para escucharlo—. Si me disculpas, he de ocuparme de mis hombres.

Hizo otra reverencia y retrocedió de espaldas varios pasos antes de darse media vuelta y dirigirse hacia donde Talmanes y los otros seguían aún de rodillas.

—¿Es que pensáis quedaros ahí hasta que echéis raíces? —gruñó—. Montad. —Siguió su propia orden y todos, excepto Talmanes, montaron rápidamente.

Egwene intercambió unas cuantas palabras con Elayne y Nynaeve, mientras Vandene y Adeleas iban a hablar con Sheriam; y entonces llegó el momento de partir, así, de repente, después de andarse con tanta parsimonia. Mat casi había esperado algún tipo de ceremonia al ver a Egwene allí, con la dichosa estola de la Amyrlin, pero ella y las demás que no iban de viaje se limitaron a retirarse un pequeño trecho. Elayne se adelantó y, repentinamente, surgió una línea perpendicular de luz ante ella que se amplió a una abertura; el paisaje que se veía a través, y que parecía la cima de un pequeño cerro cubierto de hierba marchita, pareció girar sobre sí mismo hasta que finalmente se detuvo. Igual que cuando lo hacía Rand. Casi.

—Desmontad —ordenó Mat.

Elayne parecía muy complacida consigo misma —uno nunca imaginaría la clase de mujer que era viendo aquella sonrisa con la que pedía a Nynaeve y Aviendha que compartieran su gozo— pero, satisfecha o no, el acceso no era tan grande como el que Rand había hecho para la Compañía. No eran tantos como entonces, desde luego, pero al menos podría haberlo hecho lo bastante alto para cruzarlo montados a caballo.

Al otro lado, el paisaje de suaves colinas de hierba parda llegaba hasta donde alcanzaba la vista a Mat, incluso después de haber subido de nuevo a lomos de Puntos, bien que una línea oscura hacia el sur sugería la presencia de un bosque. Colinas polvorientas.

—No debemos forzar mucho a los caballos en este terreno —dijo Adeleas, que montó con bastante agilidad en su rechoncha yegua baya tan pronto como el acceso desapareció. El animal daba la impresión de que se habría sentido mucho más a gusto en una cañada.

—Oh, por supuesto que no —convino Vandene. Su montura era un castrado negro de paso ligero. Las dos mujeres emprendieron la marcha hacia el sur haciendo una seña para que todo el mundo las siguiera. El viejo Guardián cabalgaba pegado a sus monturas.

Nynaeve y Elayne intercambiaron una mirada irritada y después taconearon a sus yeguas para alcanzar a las mujeres mayores; los cascos de los animales levantaron polvo al trotar, pero no frenaron hasta que estuvieron a la altura de las otras. La cazadora del Cuerno de trenza rubia las siguió con tanto empeño como el Guardián a la otra pareja.

Mat suspiró, desató el pañuelo negro que llevaba al cuello y se lo volvió a atar tapándose la boca y la nariz. Por mucho que disfrutara viendo cómo las Aes Sedai de más edad ponían en su sitio a esas dos, lo que en verdad deseaba era tener un viaje sin incidentes, una corta estancia en Ebou Dar y un rápido salto de vuelta a Salidar antes de que Egwene hiciese cualquier tontería irreparable. Las mujeres siempre le causaban problemas; no lo entendía.


Cuando el acceso desapareció, Egwene soltó un suspiro. Tal vez entre Elayne y Nynaeve podrían evitar que Mat se metiera en muchos líos; que lo alejaran de todos sería mucho pedir. Sintió cierto remordimiento por utilizarlo, pero tal vez su presencia podría servir de ayuda donde estaba y era preciso apartarlo de la Compañía. Además, se lo merecía. A lo mejor Elayne le enseñaba un poco de modales.

Se volvió hacia las otras, la Antecámara y Sheriam y su círculo, y dijo:

—Ahora hemos de seguir adelante con nuestro plan.

Todos los ojos se dirigieron hacia el cairhienino de la chaqueta oscura que en ese momento subía a lomos de su caballo, cerca de los árboles. Talmanes, creía Egwene haber oído a Mat llamarlo; no se había atrevido a hacer demasiadas preguntas. El hombre las observó un instante y sacudió la cabeza antes de cabalgar hacia el interior del bosque.

—Un hombre problemático donde los haya visto —dijo Romanda.

—Sí —convino Lelaine—. Haremos bien en poner la mayor distancia posible entre nosotras y los de su clase.

Egwene reprimió una sonrisa. La Compañía de Mat había cumplido su primer propósito, pero era mucho lo que dependía de qué órdenes exactamente había dado Mat al tal Talmanes. Creía que podía fiarse de Mat respecto a eso. Siuan había dicho que el tipo llamado Vanin había averiguado cosas antes de que ella tuviera ocasión de ponérselas delante de la nariz. De modo que, si tenía que «recobrar el sentido común» y acudir a la Compañía para pedir protección, entonces ésta tendría que mantenerse cerca de ella.

—¿Vamos hacia donde están nuestros caballos? —dijo—. Si nos marchamos ahora, alcanzaremos a lord Bryne bastante antes del crepúsculo.

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