Egwene levantó la cabeza de las almohadas y miró en derredor, momentáneamente sorprendida al encontrarse en una cama de dosel en una amplia habitación. La claridad del alba entraba por las ventanas y una mujer rellena y bonita, con un sencillo vestido de lana gris, estaba junto al lavabo dejando una gran jarra blanca con agua caliente. Le habían presentado a Chesa como su doncella la noche anterior. La doncella de la Amyrlin. Una bandeja cubierta descansaba ya en una mesa estrecha, junto a su peine y su cepillo del pelo, debajo de un espejo con el marco plateado. El aroma a pan recién horneado y peras en compota impregnaba el aire.
Anaiya había preparado el cuarto para la llegada de Egwene. Los muebles estaban desparejados, pero eran lo mejor que Salidar podía ofrecer, desde el sillón acolchado y tapizado en seda verde hasta el espejo de pie colocado en un rincón, con el dorado intacto, así como el armario profusamente tallado donde ahora colgaban sus ropas. Por desgracia, el gusto de Anaiya parecía inclinarse exageradamente por las puntillas fruncidas y los volantes. Ambos tipos de ornamentación bordeaban el dosel de la cama y las colgaduras recogidas, y lo uno o lo otro adornaba la mesa y la banqueta, los brazos y las patas del mullido sillón, el cobertor que Egwene había tirado al suelo y las finas sábanas de seda que había debajo. Las cortinas de las ventanas eran también de encaje. Egwene recostó de nuevo la cabeza. Las puntillas bordeaban igualmente las almohadas. El cuarto le producía la sensación de que iba a ahogarse en puntillas y encajes.
Se había hablado largo y tendido después de que Sheriam y las otras la condujeran allí, a lo que llamaban la Torre Chica, aunque habían sido ellas las que habían llevado casi toda la conversación. En realidad no estaban interesadas en lo que Egwene creía que Rand se traía entre manos ni en lo que Coiren y las otras podían querer. Una embajada de Salidar estaba de camino a Caemlyn a las órdenes de Merana, que sabía lo que tenía que hacer, aunque no fueron muy explícitas respecto a lo que era eso. Principalmente, ellas hablaron y Egwene escuchó, dejando a un lado las preguntas que la joven planteaba. Las respuestas de algunas carecían de importancia, le dijeron, al menos por el momento; a aquellas a las que contestaron sólo les dedicaron un rápido comentario para enseguida pasar de nuevo a lo que era importante. Se habían enviado embajadas a todos los gobernantes, a todos los cuales se nombró, con una explicación de por qué él o ella era absolutamente vital para la causa de Salidar, cosa que por lo visto eran todos y cada uno de ellos. No dijeron exactamente que todo fracasaría si uno solo de los dirigentes se les oponía, pero el énfasis puesto en cada uno de esos personajes lo hizo por ellas. Gareth Bryne estaba reuniendo un ejército y finalmente sería lo bastante poderoso para hacer valer sus reivindicaciones —las de ella— contra Elaida si llegaba el caso. No parecían creer que se llegara a eso, a pesar de la exigencia de Elaida de que regresaran a la Torre; parecían estar convencidas de que, una vez que se corriera la voz de que Egwene al’Vere había sido nombrada Sede Amyrlin, las Aes Sedai acudirían a ella, incluso algunas de las que ahora estaban en la Torre, las suficientes para que a Elaida no le quedara más opción que dimitir. Los Capas Blancas estaban mano sobre mano por alguna razón, de modo que Salidar era un lugar tan seguro como cualquier otro durante todo el tiempo necesario. La noticia de que a Logain se lo había curado como a Siuan —igual se habría hecho con Leane de haber estado allí, fue el comentario de Egwene, y se llevó la sorpresa de que así era efectivamente— se dio casi de pasada.
—No tienes que preocuparte por eso —le había dicho Sheriam en tono tranquilizador. Estaba erguida ante Egwene, que se encontraba sentada en el sillón acolchado, con las otras formando un arco a su alrededor—. La Antecámara estará debatiendo la conveniencia de volver a amansarlo hasta que la edad avanzada haga que el problema deje de serlo.
Egwene había procurado contener otro bostezo —se estaba haciendo tarde— y Anaiya dijo:
—Debemos dejarla dormir. Mañana es casi tan importante como lo ha sido esta noche, pequeña. —Soltó una repentina y queda risa—. Madre. Mañana también es importante, madre. Mandaremos a Chesa para que os ayude a prepararos para iros a la cama.
Incluso después de que se hubieron marchado, no resultó fácil irse a dormir. Mientras Chesa estaba desabrochando todavía el vestido de Egwene, Romanda apareció con varias sugerencias para la Amyrlin planteadas en un timbre firme que no admitía réplica, y no bien acababa de salir cuando entró Lelaine, como si la hermana Azul hubiese estado esperando la marcha de la Amarilla. Lelaine traía su propio consejo útil que ofreció con Egwene ya sentada en la cama y después de que Chesa fuera despedida afable pero firmemente. No se parecía en nada al consejo de Romanda —ninguno de los dos tenía nada que ver con el de Sheriam— y vino acompañado por una afable, casi afectuosa, sonrisa, pero con el mismo convencimiento de que Egwene necesitaría un poco de guía durante los primeros meses. Ninguna de las mujeres manifestó exactamente que ella podía guiarla hacia lo que convenía más a la Torre mejor que Sheriam o que Sheriam y su pequeño círculo podrían intentar tirar en demasiadas direcciones o que tal vez la aconsejaran mal, pero tales implicaciones estaban sobrentendidas en sus palabras. Romanda y Lelaine también insinuaron la una de la otra que quizá tenía sus prioridades y que seguirlas ocasionaría desgracias sin cuento.
Para cuando Egwene apagó las lámparas encauzando, temía sufrir una noche de pesadillas. De hecho, sólo hubo dos que ella recordara a la mañana siguiente. En una era la Amyrlin —una Aes Sedai, pero sin prestar los juramentos— y todo lo que hacía conducía al desastre. Aquello la despertó tan bruscamente que se incorporó en el lecho, sólo para escapar de ella, pero no obstante estaba segura de que no era un sueño con significado. Se parecía mucho a una de las experiencias tenidas dentro del ter’angreal cuando había pasado la prueba para ascender a Aceptada; que nadie supiera, esas vivencias no estaban relacionadas con la realidad. No con esta realidad. La otra pesadilla fue la clase de tontería que había esperado al acostarse; conocía lo suficiente sobre sus sueños ahora para saberlo, aun cuando finalmente tuvo que provocar el despertarse para salir de él también. Sheriam le había quitado bruscamente la estola de los hombros y entonces todo el mundo se reía de ella y señalaban a la necia que realmente se había creído que una muchacha de apenas dieciocho años podía ser Amyrlin. No sólo eran Aes Sedai, sino todas las Sabias y Rand, Perrin y Mat, Nynaeve y Elayne, prácticamente todas las personas que conocía, mientras que ella estaba allí de pie, desnuda, intentando con desesperación ponerse un vestido de Aceptada que le habría estado bien a una cría de diez años.
—Bien, no podéis quedaros en la cama todo el día, madre.
Egwene abrió los ojos bruscamente.
Chesa tenía una expresión de fingida severidad plasmada en el rostro y los ojos le brillaban. Como poco doblaba la edad a Egwene y nada más conocerse había caído inevitablemente en aquella mezcla de respeto y familiaridad que podía esperarse de una criada mayor.
—A la Sede Amyrlin no pueden pegársele las sábanas y menos hoy.
—Es lo último que se me pasaría por la cabeza. —Bajó de la cama con movimientos agarrotados y se estiró antes de quitarse el sudado camisón. Estaba impaciente por haber trabajado lo bastante con el Poder para dejar de transpirar—. Me pondré el vestido de seda azul con velloritas bordadas en el escote. —Advirtió que Chesa ponía empeño en no mirarla mientras le tendía la ropa interior limpia. Los efectos de cumplir su toh se habían desdibujado un tanto pero todavía tenía la piel marcada por unos moretones desvaídos—. Sufrí un accidente antes de llegar aquí —comentó al tiempo que se metía apresuradamente la camisola por la cabeza. Chesa asintió como comprendiendo de repente.
—Los caballos son malas bestias en las que no se puede confiar. Nunca me veréis montada en uno, madre. Un buen carro siempre es mucho más seguro. Si me cayera de un caballo así, jamás se lo diría a nadie. Nildra es de las que cuentan esa clase de cosas, y Kaylin… Oh, no imagináis lo que algunas mujeres son capaces de decir en el momento en que una les da la espalda. Naturalmente, es distinto con la Sede Amyrlin, pero así es como yo actuaría. —Abrió la puerta del armario y miró de reojo a Egwene para ver si la había entendido. La joven sonrió.
—Las personas son personas, da igual si su posición es alta o baja —respondió gravemente.
Chesa sonrió brevemente antes de sacar el vestido azul. Sheriam la habría escogido, pero era la doncella de la Sede Amyrlin y le debía lealtad. Además, tenía razón sobre la importancia del día de hoy.
Comió deprisa a despecho de los rezongos de Chesa, que mascullaba entre dientes que tragarse la comida sentaba muy mal; y que la leche templada, con miel y especias, tenía una eficacia garantizada para calmar los nervios que agarrotaban el estómago. Después se limpió los dientes y se lavó con diligencia, dejó que Chesa le pasara el cepillo por el cabello unas cuantas veces y se vistió tan rápidamente como la doncella fue capaz de meterle el vestido azul por la cabeza y abrochárselo. Tras echarse la estola con las siete franjas de colores sobre los hombros hizo un alto para mirarse en el espejo de pie. A pesar de la estola no tenía mucho aspecto de Sede Amyrlin. «Pero lo soy. Esto no es un sueño».
En la amplia sala del piso bajo, las mesas estaban tan vacías como la noche anterior. Sólo las Asentadas se encontraban allí, con los chales puestos y agrupadas por Ajahs, y Sheriam de pie, sola. Enmudecieron al ver que Egwene bajaba la escalera e hicieron reverencias cuando llegó al pie de ésta. Romanda y Lelaine la observaron intensamente; luego se volvieron poniendo gran empeño en no mirar a Sheriam y reanudaron la conversación. Puesto que Egwene permaneció en silencio, las demás acabaron callándose. De vez en cuando una de ellas le echaba una mirada. Incluso hablando en susurros sus voces sonaban demasiado altas. Fuera reinaba el silencio, un silencio absoluto. Egwene sacó el pañuelo de la manga y se enjugó la cara. Ninguna de ellas sudaba una sola gota. Sheriam se acercó a la joven.
—Todo irá bien —susurró—. Sólo tienes que recordar lo que has de decir.
Ésa era otra de las cosas de las que se habían ocupado largo y tendido la noche anterior. Egwene tenía que hacer un discurso esta mañana. La joven asintió. Era extraño; debería haber tenido el estómago agarrotado por los nervios y las rodillas temblorosas, pero no era así, y no podía entenderlo.
—No hay por qué estar nerviosa —dijo Sheriam. Parecía pensar que Egwene lo estaba y deseaba tranquilizarla; pero, antes de que pudiera añadir más, Romanda habló en voz alta:
—Es la hora.
En medio de un frufrú de faldas, las Asentadas se pusieron en fila según la edad, esta vez a la inversa, con Romanda a la cabeza, y salieron a la calle. Egwene se quedó a corta distancia de la puerta. Ni pizca de nerviosismo todavía. A lo mejor Chesa tenía razón con lo de la leche templada. El silencio se prolongó un poco más y entonces se oyó la voz de Romanda, demasiado fuerte para ser natural:
—Tenemos Sede Amyrlin.
Egwene salió a la calle, a un calor que no habría esperado hasta estar el día más avanzado. Nada más cruzar el umbral, el pie de la joven se posó sobre una plataforma tejida con Aire. Las filas de las Asentadas se extendieron a ambos lados de Egwene; el brillo del saidar las envolvía a todas y cada una de ellas.
—Egwene al’Vere —anunció Romanda, cuya voz ampliaban y propagaban tejidos del Poder—, Vigilante de los Sellos, Llama de Tar Valon, la Sede Amyrlin.
La elevaron en el aire a medida que Romanda hablaba, simbolizando la ascensión de la Amyrlin en la verdad, hasta que Egwene se encontró justo debajo del tejado de bálago, aparentemente de pie en el aire para cualquier observador que no fuese una mujer capaz de encauzar. Había de sobra para verla perfilada por el sol naciente; un segundo tejido convirtió la luz en una reluciente urdimbre a su alrededor. Hombres y mujeres abarrotaban las calles; la multitud apiñada se perdía tras las esquinas. Cada puerta, cada ventana, cada tejado, excepto el de la Torre Chica, estaban llenos. Sonó un clamor que casi ahogó la voz de Romanda, oleadas de aclamaciones que resonaban en todo el pueblo. Egwene buscó a Nynaeve y a Elayne entre la multitud, pero no pudo localizarlas en aquel mar de rostros alzados hacia ella. Pareció transcurrir toda una era antes de que hubiese suficiente silencio para que pudiese hablar. El tejido que había propagado la voz de Romanda se trasladó hacia ella.
Sheriam y las otras le habían preparado el discurso, una grave e importante alocución que habría podido pronunciar sin enrojecer si tuviese el doble de edad o, mejor aún, el triple. Había realizado unos cuantos cambios por su cuenta.
—Estamos todos unidos en el empeño de hacer triunfar la verdad y la justicia y ese cometido no concluirá hasta que la falsa Amyrlin Elaida sea destituida del puesto que usurpó. —El único cambio en esta frase era «no concluirá» en lugar de «no puede concluir», pero le pareció más concluyente y mejor—. Como Amyrlin, os conduciré hacia ese propósito y no flaquearé, como sé que tampoco lo haréis vosotros. —Como exhortación era más que suficiente; en cualquier caso, no estaba dispuesta a permanecer allí arriba para repetir todo lo que querían que dijese. De todos modos, ya estaba resumido en lo que había manifestado—. Como mi Guardiana de las Crónicas nombro a Sheriam Bayanar.
Ese anuncio mereció una aclamación mucho más comedida; al fin y a la postre, una Guardiana no era una Amyrlin. Egwene miró abajo y esperó hasta ver a Sheriam salir apresuradamente, todavía ajustándose la estola de Guardiana a los hombros, azul para mostrar que había sido ascendida del Ajah de ese color. Se había decidido no hacer una copia de la Vara de la Amyrlin, rematada por una llama dorada, y que portaba la Guardiana; hasta que se recuperara la verdadera de la Torre Blanca, se arreglarían sin una. Sheriam había calculado una espera mucho más larga, de modo que miró a Egwene con una exasperación no disimulada. En las filas de las Asentadas, Romanda y Lelaine mantenían un gesto inexpresivo; ambas habían hecho sus propias sugerencias para la Guardiana y, ni que decir tiene, ninguna de ellas había sido Sheriam.
Egwene respiró hondo y se volvió hacia la expectante muchedumbre.
—En honor a este día, vengo a decretar que todas las Aceptadas y novicias quedan eximidas de sanciones y castigos. —Esta dispensa era tradicional y sólo provocó gritos de alegría en muchachas vestidas de blanco y en unas cuantas Aceptadas que perdieron el control—. En honor a este día, vengo a decretar que Theodrin Dabei, Faolain Orande, Nynaeve al’Meara y Elayne Trakand quedan ascendidas a partir de este momento al chal, hermanas de derecho y Aes Sedai.
Aquello fue acogido con un silencio un tanto crítico y alguno que otro murmullo aquí y allí. No era conforme a la costumbre, ni mucho menos. Pero estaba dicho, y menos mal que por casualidad Morvrin había mencionado a Theodrin y a Faolain. Era hora de volver a lo que habían redactado para su discurso.
—Declaro este día jornada de fiesta y celebración. No se harán más trabajos que los absolutamente imprescindibles para el disfrute de la ocasión. Que la Luz brille sobre todos vosotros y que el Creador os cobije en su mano.
Las últimas palabras quedaron ahogadas en una tumultuosa aclamación que superó el tejido que propagaba su voz. Algunas personas empezaron a bailar en la calle en ese mismo momento a pesar de que apenas había espacio para moverse. La plataforma de Aire descendió quizás un poco más deprisa de como había subido. Las Asentadas la miraban fijamente cuando Egwene descendió de ella, y el brillo del saidar fue desapareciendo entre ellas casi antes de que la joven hubiese tocado el suelo.
Sheriam se adelantó con presteza para coger a Egwene del brazo y sonrió a las Asentadas, cuyos semblantes parecían tallados en piedra.
—He de mostrar su estudio a la Amyrlin. Disculpad.
Egwene no habría podido afirmar sin equivocarse que Sheriam la empujó al interior del edificio, aunque tampoco habría podido afirmar lo contrario. No creía que Sheriam tratara realmente de arrastrarla, pero por si acaso se recogió las faldas con la mano libre y avanzó a largos pasos.
Su estudio, contiguo a la sala de espera, resultó ser un poco más pequeño que su dormitorio, con dos ventanas, un escritorio, una silla de respaldo recto detrás de éste y otras dos colocadas delante. Nada más. Los paneles de las paredes, con marcas de carcoma, se habían encerado y pulido hasta darles un apagado brillo, pero el tablero de la mesa era bastante tosco. Había una alfombra con dibujos de flores cubriendo parte del suelo.
—Disculpadme si he sido brusca, madre —empezó Sheriam al tiempo que le soltaba el brazo—, pero pensé que debíamos hablar en privado antes de que lo hicieseis con cualquiera de las Asentadas. Todas contribuyeron a la redacción de vuestro discurso y…
—Sé que hice algunos cambios —la interrumpió Egwene con una radiante sonrisa—, pero me sentía como una idiota allí arriba, con tantas cosas que decir. —¿Así que todas habían colaborado en la redacción? No era de extrañar que le hubiese sonado como el discurso de una pomposa anciana incapaz de callarse. Casi se echó a reír—. En fin, dije lo que tenía que decir, la base de ello: que Elaida debe ser destituida y que los dirigiré en la consecución de ese fin.
—Sí, pero pueden surgir unas cuantas preguntas respecto a algunos de los otros… cambios —repuso lentamente Sheriam—. Theodrin y Faolain ciertamente serán ascendidas a Aes Sedai tan pronto como hayamos recobrado la Torre y la Vara Juratoria, y, muy probablemente, también Elayne. Pero Nynaeve sigue sin ser capaz de encender una vela a menos que antes se dé un tirón de la trenza mientras mira irritada a la gente.
—Ése es exactamente el punto que quería sacar a colación —dijo Romanda que entró sin llamar—. Madre —agregó tras una marcada pausa. Lelaine cerró la puerta tras ellas, casi en las narices de otras cuantas Asentadas.
—Me pareció necesario —manifestó Egwene, abriendo mucho los ojos—. Lo pensé anoche. Se me ha ascendido a Aes Sedai sin pasar la prueba y sin prestar los Tres Juramentos, y si era la única ello bastaría para hacerme destacar. Habiendo otras cuatro más, no resultaré una singularidad tan notable. Al menos, no para las gentes de aquí. Puede que Elaida trate de sacar provecho de ello cuando se entere, pero la mayoría de las personas saben muy poco sobre las Aes Sedai, y, en cualquier caso, no sabrán qué creer. Es la gente de aquí la que más importa. Ha de tener confianza en mí.
Cualquier otra persona que no fuera una Aes Sedai la habría mirado boquiabierta. En este caso, faltó poco para que Romanda echara espuma por la boca.
—Tal vez sea así —empezó, cortante, Lelaine al tiempo que daba un seco tirón a su chal azul, y después se quedó inmóvil. Nada de tal vez; era así. Peor aún, la Sede Amyrlin había decretado públicamente que esas mujeres eran Aes Sedai. La Antecámara tenía poder para mantenerlas como Aceptadas, o lo que quiera que fuesen Theodrin y Faolain en su caso, pero no podía borrar la memoria de la gente; y con ello no impediría que todo el mundo se enterase de que había actuado contra la Amyrlin su primer día de mandato. ¡Menuda confianza daría algo así!
—Espero, madre —dijo Romanda con voz tensa—, que la próxima vez consultaréis a la Antecámara antes de tomar una decisión. Ir contra la tradición puede traer consecuencias inesperadas.
—E ir contra la ley puede tener otras lamentables —abundó Lelaine sin andarse por las ramas, remachando la frase con un tardío «madre». Aquello era una estupidez o le faltaba poco. Las condiciones para ser ascendida a Aes Sedai estaban marcadas por la ley, cierto, pero la Amyrlin podía decretar casi cualquier cosa que deseara. Con todo, una Amyrlin sabia no echaba pulsos con la Antecámara si se podía evitar.
—Oh, consultaré en el futuro —les contestó con seriedad—. Pero me pareció lo más indicado que podía hacer. Por favor, si nos disculpáis, realmente he de hablar con la Guardiana.
Casi temblaban de rabia. Sus reverencias fueron breves y sus palabras de despedida perfectamente correctas en cuanto a las frases en sí, pero, en el caso de Romanda, pronunciadas entre dientes, y las de Lelaine tan aceradas que habrían podido cortar.
—Habéis llevado el asunto muy bien —opinó Sheriam cuando se hubieron ido. Parecía sorprendida—. Pero tenéis que recordar que la Antecámara puede ocasionar problemas a una Amyrlin. Una de las razones por las que soy vuestra Guardiana es para aconsejaros y alejaros de ese tipo de problemas. Deberíais preguntarme antes sobre cualquier decreto que queráis hacer. Y, si no estoy a mano, recurrid a Myrelle o Morvrin o las otras. Estamos aquí para ayudaros, madre.
—Entiendo, Sheriam. Prometo escuchar atentamente cualquier cosa que digáis. Me gustaría ver a Nynaeve y a Elayne, si es posible.
—Debería serlo —respondió la otra mujer, sonriente—, aunque quizá tenga que arrancar literalmente a Nynaeve de las manos de una Amarilla. Siuan va a venir para enseñaros todo lo relativo a la etiqueta en vuestra posición de Amyrlin, y no es poco lo que hay que aprender, pero le diré que acuda un poco más tarde.
Egwene se quedó mirando fijamente la puerta tras salir por ella Sheriam. Después se volvió y contempló la mesa. Absolutamente vacía de cualquier cosa. Ni un informe que leer, ni comunicados que examinar. Ni siquiera había pluma y tinta para escribir una nota y, mucho menos, un decreto. Y Siuan iba a venir a enseñarle etiqueta. Cuando sonó una tímida llamada a la puerta, seguía en la misma postura.
—Adelante —dijo, preguntándose si sería Siuan o quizás una sirvienta con un tentempié de pasteles de miel, cortados ya en convenientes trozos pequeños.
Nynaeve asomó la cabeza con vacilación, pero al momento entró al darle un empujón Elayne. La una al lado de la otra, hicieron una profunda reverencia extendiendo los blancos vestidos con las bandas de colores rematando el repulgo.
—Madre —murmuraron a la par.
—Por favor, no hagáis eso —instó Egwene. De hecho, fue más bien un gemido—. Sois las únicas amigas que tengo y si empezáis a… —¡Luz, estaba al borde de las lágrimas!
Elayne llegó antes a su lado por un pelo y la abrazó. Nynaeve permaneció callada, toqueteando con nerviosismo un estrecho brazalete de plata, pero la heredera del trono sí habló:
—Seguimos siendo tus amigas, Egwene, pero eres la Sede Amyrlin. Luz, ¿recuerdas que te dije que algún día serías la Amyrlin cuando yo fuera…? —Elayne hizo una leve mueca—. En fin, en cualquier caso, lo eres. No podemos acercarnos a la Amyrlin sin más y decir: «Egwene, ¿crees que este vestido me hace parecer gorda?». No sería correcto.
—Sí, lo sería —la contradijo rotundamente—. Bueno, al menos en privado —admitió al cabo de un momento—. Cuando estemos solas, quiero que me digáis si un vestido me hace parecer gorda o… o lo que quiera que deseéis. —Sonrió a Nynaeve y le dio un tirón de la gruesa trenza, sobresaltando a la antigua Zahorí—. Y quiero que te tires de la coleta estando conmigo si sientes que debes hacerlo. Necesito a alguien que sea amiga de Egwene y no esté viendo esta… maldita estola todo el tiempo o me volveré loca. Y, hablando de vestidos, ¿por qué seguís llevando ésos? Di por sentado que ya os habríais cambiado a estas alturas.
Nynaeve se dio un tirón de la trenza entonces.
—Esa Nisao me dijo que debía de ser alguna clase de error y me llevó a rastra diciendo que no iba a perder su turno sólo por una celebración.
Los sonidos de ésta empezaron a oírse en el exterior, un zumbido generalizado, justo lo bastante alto para que se escuchara a través de las paredes de piedra, así como una apagada música.
—Bueno, pues no es un error —repuso Egwene. ¿El turno de Nisao? En fin, no preguntaría ahora sobre eso; a Nynaeve parecía angustiarla y ella quería que ésta fuera una ocasión lo más feliz posible. Arrastró la silla que había detrás de la mesa y, al ver que tenía dos mullidos cojines de labor de retales, sonrió. Chesa—. Vamos a sentarnos y a hablar y después os ayudaré a encontrar los dos mejores vestidos de Salidar. Contadme lo de esos descubrimientos vuestros. Anaiya los mencionó, y Sheriam también, pero no logré que continuaran con el tema lo suficiente para que me diesen detalles.
Casi al unísono, las dos mujeres se pararon a medio sentarse e intercambiaron una mirada. Inexplicablemente, se mostraron reacias a hablar de cualquier otra cosa que no fuera la Curación de Siuan y Leane realizada por Nynaeve —la antigua Zahorí repitió tres veces y con gran nerviosismo que la curación de Logain había sido un accidente— y sobre el trabajo de Elayne con los ter’angreal. Tales cosas eran muy notables, en especial lo de Nynaeve, pero la conversación no se podía alargar indefinidamente hablando sobre los mismos logros y ella diciendo lo maravilloso que le parecía y cuánto las envidiaba. El intento de demostración no duró mucho; al fin y al cabo, Egwene no tenía necesidad de una Curación, sobre todo ese complicado tapiz que Nynaeve tejía sin pensar; en cuanto a Elayne, aunque Egwene tenía cierta afinidad con los metales y poseía mucha fuerza tanto en Fuego como en Tierra, la heredera del trono consiguió que se perdiera casi de inmediato.
Ni que decir tiene que las dos querían saber cómo era la vida entre los Aiel. A juzgar por los repentinos parpadeos de sobresalto y las escandalizadas risas, ahogadas bruscamente, de ambas, Egwene no habría sabido decir si creían algo de lo que les estaba contando; tampoco les dijo todo, por supuesto. El tema de los Aiel condujo, naturalmente, a Rand. Las dos mujeres siguieron atentamente su interpretación de la reunión con las Aes Sedai. Se mostraron de acuerdo en que Rand estaba vadeando aguas más profundas de lo que pensaba y que necesitaba a alguien que lo guiara antes de que pisara en una poza. Elayne creía que Min podría ayudarlo en eso una vez que la embajada llegara a Caemlyn —ésta era la primera noticia que Egwene tenía de que Min acompañaba a la delegación o de que hubiese estado en Salidar— aunque, a decir verdad, Elayne parecía muy poco entusiasmada con ello. Y masculló algo realmente extraño, como si fuera una verdad que no le gustara admitir:
—Min es mejor mujer que yo. —Por alguna razón, aquello provocó una mirada compasiva de Nynaeve hacia la joven heredera—. Ojalá estuviese yo allí —continuó Elayne con un tono más firme—. Para guiarlo, me refiero. —Miró alternativamente a sus dos amigas en tanto que un ligero rubor le teñía las mejillas—. Bueno, además de por otras cosas.
Nynaeve y Egwene se echaron a reír con tantas ganas que por poco no se caen de las sillas, y Elayne se les unió casi de inmediato.
—Hay otra cosa y ésta es buena, Elayne —manifestó Egwene al cabo de un rato, casi sin resuello todavía, tratando de contener las carcajadas. Entonces cayó en la cuenta de lo que iba a decir y por qué. ¡Luz, en qué lío se había metido y cuando se estaba riendo!—. Lamento lo de tu madre, Elayne. No sabes lo mucho que he deseado ofrecerte mis condolencias antes. —La heredera parecía desconcertada, y con razón—. El asunto es que Rand se propone entregarte el Trono del León y el Trono del Sol.
Para su sorpresa, la reacción de Elayne fue sentarse muy erguida.
—¿De veras? —dijo con un tono seco y frío—. Así que se propone entregármelos, ¿no? —Alzó un poco más la barbilla—. Tengo ciertos derechos al Trono del Sol y, si decido reivindicarlos, lo haré porque me corresponde por mi ascendencia. En cuanto al Trono del León, Rand al’Thor no tiene derecho, ningún derecho, a darme lo que ya es mío.
—Estoy segura de que no lo dijo en ese sentido —protestó Egwene. ¿O sí lo había hecho?—. Te ama, Elayne. Sé que te quiere.
—Si todo se redujera a eso —murmuró Elayne, significara lo que significase.
—Los hombres siempre aducen que no era eso lo que querían decir —resopló Nynaeve—. Cualquiera pensaría que hablan otro idioma.
—Cuando le ponga las manos encima, voy a enseñarle a hablar el idioma correcto —manifestó firmemente Elayne—. ¡Conque dármelos!
Egwene tuvo que hacer un gran esfuerzo para no echarse a reír otra vez. La próxima vez que su amiga le pusiera encima las manos a Rand estaría demasiado ocupada buscando un rincón discreto para tener tiempo de enseñarle nada. Esto se parecía mucho a los viejos tiempos.
—Ahora que sois Aes Sedai podéis reuniros con él cuando gustéis. Nadie puede impedíroslo.
Hubo un rápido intercambio de miradas entre las dos mujeres.
—La Antecámara no permite a nadie que coja y se marche sin más —adujo Nynaeve—. Y, aun en el caso de que nos dejaran, hemos dado con algo que es más importante.
—Sí —asintió vigorosamente Elayne con la cabeza—. Opino lo mismo. Admito que lo primero que me vino a la cabeza cuando oí anunciar tu nombramiento como Amyrlin fue que ahora quizá Nynaeve y yo podíamos ir a buscarlo. Mejor dicho, lo segundo, porque lo primero fue experimentar una especie de estupefacción gozosa.
—¿Decís que habéis dado con algo pero que tenéis que encontrarlo? —Egwene parpadeó, desconcertada.
Sus dos amigas se echaron hacia adelante, excitadas, y respondieron con ansiedad y casi quitándose la palabra de la boca la una a la otra:
—Lo encontramos —empezó Elayne—, pero sólo en el Tel’aran’rhiod.
—Utilizamos la necesidad —añadió Nynaeve—, porque, ciertamente, necesitábamos algo.
—Es un cuenco —continuó la heredera del trono—, un ter’angreal, y creo que es lo bastante fuerte para cambiar el tiempo.
—Sólo que el cuenco está en alguna parte en Ebou Dar, en un sitio que es un espantoso laberinto de callejuelas sin letreros ni ningún otro tipo de indicación para orientarse. La Antecámara envió una carta a Merilille, pero ella jamás lo encontrará.
—Sobre todo teniendo en cuenta que se supone que está muy ocupada convenciendo a la reina Tylin de que la verdadera Torre está aquí.
—Les dijimos que hacía falta la participación de un hombre en el encauzamiento —suspiró Nynaeve—. Claro que eso fue antes de lo de Logain, aunque no creo que confíen en él para eso.
—En realidad no se precisa la intervención de un varón —aclaró Elayne—. Sólo pretendíamos hacerles creer que necesitaban a Rand. Ignoro cuántas mujeres se requieren para hacerlo funcionar. Tal vez un círculo completo de trece.
—Elayne afirma que es muy poderoso, Egwene. Podría hacer que el tiempo retornara a sus cauces normales. Daría por buena la búsqueda aunque sólo fuera para conseguir que mi percepción del tiempo volviera a ser como antes.
—El cuenco puede conseguirlo, Egwene. —Elayne intercambió una mirada feliz con Nynaeve—. Lo único que tienes que hacer es mandarnos a Ebou Dar.
El torrente de palabras cesó y Egwene se recostó en la silla.
—Haré cuanto esté en mi mano. Tal vez no haya objeciones ahora que sois Aes Sedai. —Tenía la sensación de que las habría, sin embargo. Ascenderlas a hermanas de derecho había sido un golpe audaz, pero empezaba a pensar que no iba a resultar tan sencillo.
—¿Lo que esté en tu mano? —repitió Elayne con incredulidad—. Eres la Sede Amyrlin, Egwene. Tienes el mando, y las Aes Sedai deben obedecerte prestamente. —Esbozó una rápida sonrisa—. Di «saltad» y te lo demostraré.
Egwene rebulló en los cojines e hizo un gesto de dolor.
—Sí, soy la Amyrlin, pero… Elayne, Sheriam no tiene que pensar mucho para recordar a una novicia llamada Egwene que miraba todo con ojos como platos y a la que se envió a rastrillar los paseos del Nuevo Jardín por comer manzanas después de la hora de acostarse. Se propone conducirme de la mano o, tal vez, agarrarme por la nuca y empujarme hacia donde quiera llevarme. Romanda y Lelaine querían ser Amyrlin y también ven a esa novicia en mí. Están tan dispuestas como Sheriam a marcarme cada paso que dé.
Nynaeve frunció el entrecejo, preocupada, pero Elayne era la viva imagen de la indignación.
—No puedes permitirles que se salgan con la suya y te mangoneen ni te… intimiden. Eres la Amyrlin. La Amyrlin le dice a la Antecámara lo que debe hacer, no al contrario. Tienes que plantar cara y hacer que vean a la Amyrlin.
La risa de Egwene tuvo un dejo de amargura. ¿De verdad había sido la noche anterior, hacía sólo unas cuantas horas, cuando estaba tan decidida a no dejar que la intimidaran?
—Eso costará un poco de tiempo, Elayne. Por fin he comprendido la razón de que me escogieran, ¿sabes? En parte, creo, es por Rand. Quizá piensan que se mostrará más dispuesto a avenirse a razones si me ve con la estola. Y en parte, principalmente, porque recuerdan a esa novicia. Una mujer, mejor dicho, una muchacha, que está tan acostumbrada a hacer lo que le mandan que no planteará problemas para actuar como ellas quieren. —Pasó los dedos por la estola de rayas que llevaba puesta—. En fin, sean cuales sean sus motivos, me eligieron Amyrlin y, una vez que lo han hecho, estoy decidida a serlo. Pero he de ir con cuidado, al menos al principio. Puede que Siuan consiguiera que la Antecámara diera un brinco cada vez que fruncía el ceño —se preguntó si aquello sería realmente cierto—; pero, si intento hacerlo yo, a buen seguro que paso a ser la primera Amyrlin depuesta al día siguiente de ser ascendida.
Elayne estaba atónita, pero Nynaeve asintió lentamente. Tal vez el haber sido Zahorí y tener que vérselas con el Círculo de Mujeres allí, en casa, le permitía entender mejor cómo funcionaban realmente las cosas entre la Sede Amyrlin y la Antecámara de la Torre que Elayne con toda su preparación para ser reina.
—Elayne, una vez que la noticia se propague y los dirigentes conozcan mi nombramiento, podré empezar a hacer entender a la Antecámara que han elegido una Amyrlin, no una marioneta, pero hasta entonces están en condiciones de quitar esta estola de mis hombros tan rápidamente como la han puesto. Me refiero a que si no soy realmente Amyrlin, entonces es sencillo echarme a un lado. Quizás habría algunos comentarios en contra, pero estoy convencida de que los aplacarían a no mucho tardar. Si alguien fuera de Salidar oyera que una tal Egwene al’Vere había sido nombrada Sede Amyrlin, sólo sería uno de esos peculiares rumores que surgen en torno a las Aes Sedai.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Elayne en voz baja—. Tú no lo aceptarás mansamente.
Aquello hizo sonreír a Egwene de buena gana. No era una pregunta, sino una afirmación categórica de algo indiscutible.
—No, claro que no. —Había escuchado algunas de las lecciones dadas por Moraine a Rand respecto al Juego de las Casas. En aquel momento había considerado el Juego absurdo y muy poco limpio. Ahora esperaba ser capaz de recordar todo lo escuchado. Los Aiel decían siempre: «Utiliza el arma que tienes»—. Tal vez ayude el que quieran conducirme con tres correas distintas. Puedo fingir que me tiran de una u otra, dependiendo de cuál se acerca más a lo que quiera yo. De vez en cuando podré hacer exactamente lo que desee, como lo de ascenderos a vosotras dos, pero todavía no muy a menudo. —Irguió los hombros y sostuvo firmemente las miradas de sus amigas.
»Me gustaría decir que os ascendí porque lo merecéis, pero lo cierto es que lo hice porque sois mis amigas y porque confío en que, como hermanas de pleno derecho, podáis ayudarme. Ciertamente no sé en quién más podría confiar excepto en vosotras dos. Os enviaré a Ebou Dar tan pronto como me sea posible, pero antes y después sois las únicas con quienes puedo discutir cosas. Sé que me diréis la verdad. Tal vez ese viaje a Ebou Dar tarde menos en llevarse a cabo de lo que podríais pensar. Las dos habéis realizado todo tipo de descubrimientos, según tengo entendido; pero, si soy capaz de resolver unos cuantos detalles sueltos, acaso también yo tenga uno de mi propia cosecha.
—Eso sería maravilloso —dijo Elayne, aunque daba la impresión de estar distraída.