CAPÍTULO XX

El juramento

Criselda no sabía nadar y se mareaba, pero a pesar de sus problemas aceptó la invitación de Valeria a su velero. En alta mar y con la única compañía de la luna y el testimonio de su pálido reflejo en las aguas, al finalizar el coven de iniciación, las jefas de clan y Criselda se reunieron para valorar la última información que les había llegado sobre el paradero de Selene. La situación no podía ser más inquietante.

Una joven y rubicunda corneja propietaria de un restaurante de pasta fresca en Mesina les informó del rumor.

– Llegaron hace unas semanas, tras comprar el palazzo de los duques de Salieri por cuatro duros a causa de una extraña plaga de langostas que arrasó sus cultivos.

– ¿Estás segura de que es ella?

– Pelirroja, extranjera, alta, ojos verdes, dibuja en sus ratos de ocio, nada como un pez, colecciona sortijas de brillantes y baila sola a la luz de la luna.

– Selene, sin duda -corroboró Criselda.

La corneja tenía las mejillas encendidas.

– La pelirroja no sale nunca de la finca, pero la otra, la morena, de tez pálida y desconsideradamente impertinente, sale todas las noches y regresa de madrugada. Jamás ve el sol.

– Salma -musitó Valeria asustada.

– Son inmensamente ricas y gastan a manos llenas. En el pueblo se dice que las chicas que trabajan en el palazzo pierden la memoria para no recordar los horrores que allí se viven.

– ¿Qué horrores?

– Se habla de llantos de bebés y muchachas desangradas.

– ¿Lo has averiguado personalmente?

La corneja suspiró.

– Mi informadora, una chica llamada Conccetta, perdió la memoria y luego fue despedida.

Las tres matriarcas de la isla y Criselda se miraron con estupor. La primera en romper el hielo fue la anciana Lucrecia.

– Me pregunto por qué han venido hasta aquí.

– Para desafiarnos tal vez -sugirió Valeria.

– Salma es muy astuta. Quiere amedrentarnos -confirmó Cornelia.

– Y minar la moral de las Ornar incluida Anaíd -puntualizó Criselda.

– O bien para obligarnos a mover ficha antes de tiempo -añadió Valeria.

– Es una forma de mostrarnos su triunfo. La elegida ha sido tentada -sentenció Lucrecia pronunciando las vocales a la siciliana.

– Pero la conjunción aún no se ha producido -objetó Criselda.

– Por eso. Debemos apurar el tiempo hasta el final preparando a la niña -concluyó Cornelia.

– ¿Estáis do acuerdo en que no debemos precipitarnos hasta que no estemos plenamente seguras del poder de Anaíd? -resumió Valeria.

Criselda se opuso.

– ¿No pretenderéis que Anaíd sola consiga rescatar a Selene?

La sabia Cornelia la tranquilizó:

– Criselda, por encima de todo confío en ti. Pero compréndelo, nuestra única esperanza es la interpretación de la profecía de Rosebuth.

Lucrecia reflexionó en voz alta:

– Estamos de acuerdo en que la niña no puede perder el amor hacia Selene, debemos mantenerla ignorante de lo que ocurre.

– Propongo que, así como hemos apadrinado su iniciación, le confiemos nuestros secretos, ya que tendrá sobre sus hombros la difícil tarea de retornar a la elegida a su comunidad -dijo Valeria-. Mi clan ya le ha confiado el secreto del agua.

Cornelia aceptó.

– La iniciaremos en el secreto del aire.

Lucrecia dio su visto bueno.

– Además del arte de la lucha, le confiaremos el secreto del fuego.

– ¿Y si a pesar de todo fallase? -manifestó sus temores Criselda.

– El juramento -murmuró quedamente Valeria.

– ¿Es necesario el juramento? -imploró Criselda.

Las tres matriarcas cruzaron sus miradas y coincidieron. Criselda sacó su átame y se hizo una incisión en la palma de la mano. Chupó su sangre y se la dio a beber a sus compañeras.

– Juramos por la sangre de Criselda que ahora nos une defender con nuestra vida la misión que se encomienda a la bruja Anaíd y a Criselda, su mentora del linaje Tsinoulis.

– Yo, Criselda, juro actuar con honestidad y rigor, y cumplir la sentencia que las Omar han decretado contra Selene, la elegida traidora. Si la misión de Anaíd fracasa… deberé eliminar a Selene con mis propias manos.


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