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THOMAS HUNTER despertó en perfecta calma y supo tres cosas antes, de que el corazón hubiera completado el primer latido.

Una, supo que no era el mismo hombre que se había quedado dormido exactamente nueve horas antes. Había vivido quince años en otra realidad y lo habían transformado nuevos conocimientos y nuevas destrezas.

Dos, por desgracia ninguna de esas destrezas incluía sobrevivir a una bala en la cabeza, como una vez fuera el caso.

Tres, había una bala en el cañón de la pistola que en este momento le presionaba ligeramente la cabeza.

Mantuvo cerrados los ojos y el cuerpo relajado. La cabeza le vibraba por el golpe de Mikil. La mente se le aceleró. Pánico.

No, pánico no. ¿Cuántas veces había enfrentado la muerte en los últimos quince años? Incluso aquí, en este mundo de sueños, le habían disparado dos veces en la última semana y cada vez lo había curado el agua de Elyon.

Pero en esta ocasión no había agua sanadora. Esta desapareció con el bosque colorido quince años atrás.

Un susurro suave y lento le inundó el oído.

– Adiós, señor Hunter.


***

CARLOS MISSIARIAN dejó que se prolongara el último momento satisfactorio. El argumento de una película que en cierta ocasión viera le resonó en la mente. Esquive esto.

Sí, señor Hunter, intente esquivar esto. Apretó el dedo en el gatillo. El cuerpo de Hunter se sacudió violentamente.

Carlos creyó por una fracción de segundo que había disparado la pistola y metido una bala en el cerebro del hombre, lo cual explicaba la violenta sacudida de Hunter.

Pero no hubo detonación.

Y la pistola atravesó volando la habitación.

Y le ardía la muñeca.

Carlos vio en un horripilante momento de iluminación que Thomas Hunter le había hecho volar la pistola de la mano y que ahora rodaba alejándose de él, de manera demasiado rápida para un hombre común y corriente.

Nada como esto le había ocurrido nunca a Carlos. Se confundió. Había algo muy malo en este tipo que parecía rescatar a voluntad información y destrezas de sus sueños. Si Carlos fuera místico, como lo era su madre, podría estar tentado a creer que Hunter era un demonio.

El hombre se puso de pie y enfrentó a Carlos en el lado opuesto de la cama. No tenía arma y solo llevaba unos calzoncillos bóxer. Sangraba por una fresca cortada que Carlos no le ocasionó. Curioso. Quizás eso explicaba la sangre en las sábanas.

Carlos sacó su cuchillo. Comúnmente su próximo curso de acción sería sencillo. Haría oscilar el arma hacia el hombre desarmado y le acuchillaría el abdomen o el cuello, lo que dejara al descubierto, o enviaría el cuchillo volando desde donde se hallaba. A pesar de la facilidad con que en las películas los actores golpeados aventaban hojas, en combate real no era algo sencillo desviar un estilete bien lanzado.

Pero Hunter no era un tipo común y corriente.

Los dos se enfrentaron, cautelosos.

A Carlos le pareció que Thomas había cambiado. Físicamente era el mismo hombre con el mismo cabello castaño suelto y los mismos ojos verdes, la misma mandíbula firme y las mismas manos sueltas a los costados, el mismo pecho musculoso y abdomen. Pero ahora se comportaba de manera diferente, con una sencilla e inquebrantable confianza. Se quedó parado, las manos sueltas a los costados. Hunter observó fijamente a Carlos, como un hombre podría mirar una desafiante ecuación matemática y no a un amenazador enemigo.

Carlos comprendió que debía estar lanzándose hacia la pistola en el suelo a su izquierda o aventando el cuchillo que había extraído. Pero su fascinación con este hombre demoró sus reacciones. Si Svensson conociera la total extensión de las aptitudes de Hunter, podría insistir en que lo atraparan vivo. Quizás Carlos llevaría el asunto ante Armand Fortier.

– ¿Cuál es su nombre? -quiso saber Thomas; sus ojos miraron hacia los costados, a la pistola y hacia atrás.

– Carlos -contestó, moviéndose hacia su izquierda.

– Bien, Carlos, parece que nos volvemos a enfrentar.

Los dos se lanzaron hacia la pistola al mismo tiempo. Hunter llegó primero. La pateó hacia debajo de la cama. Saltó hacia atrás.

– Nunca me gustaron las pistolas -expresó Thomas-. ¿Por casualidad no le interesaría una pelea justa, eh? ¿Espadas?

– Con espadas estaría bien -contestó Carlos; ahora no había manera de alcanzar la pistola-. Desgraciadamente hoy no tenemos tiempo para juegos.

La mujer estaría llegando. En cualquier momento golpearía la puerta y despertaría a su hermano como prometió. Si alguno de ellos daba la alarma…

Carlos atacó a Thomas.

El hombre sorteó la hoja extendida, pero no con suficiente rapidez para eludirla por completo. El filo le tajó el hombro.

Thomas hizo caso omiso de la cortada y saltó hacia la puerta.

– Usted es rápido, pero no lo suficiente. Con dos pasos largos a su derecha Carlos le cortó el camino a su oponente.

– Ya se me ha escapado dos veces de las manos -declaró Carlos-. Pero no hoy.

Hizo retroceder a Thomas hacia un rincón. Del brazo le salía sangre. Carlos no tenía idea de cómo el hombre había hecho para sobrevivir a un fulminante balazo en la cabeza, pero ahora no le sanaba la cortada en el brazo. Una cuchillada bien dirigida y la sangre de Thomas Hunter haría que la alfombra beige se volviera roja.

De pronto, Hunter abrió la boca y gritó a todo pulmón.

– ¡Karaaa!


***

KARA ACABABA de soltar el agua del inodoro cuando la voz de su hermano resonó a través de las paredes.

– ¡Karaaa!

¡Estaría él en problemas?

– ¡Karaaa!

Ella atravesó volando la puerta del baño. La puerta de la habitación. Cruzó el pasillo de la suite. Agarró violentamente la puerta de Thomas y giró la perilla. Y la abrió de golpe.

Thomas estaba en el rincón, solo bóxers, músculos y sangre. A las claras, un hombre de origen mediterráneo lo había cercenado con una navaja. ¿Carlos?

Los dos la miraron al mismo tiempo. Ella le vio entonces la larga cicatriz en el mentón. Sí, Carlos. El hombre que estaba a punto de clavar la hoja en Thomas era el mismo que le había disparado pocos días atrás.

Kara volvió a mirar a Thomas. No era el mismo hombre a quien besó anoche en la frente antes de retirarse.

Ella le había dicho que soñara bastante tiempo y se convirtiera en la clase de hombre que podría salvar el mundo. No estaba segura de en quién se había convertido él en sus sueños, pero le habían cambiado los ojos. Las sábanas de la cama estaban manchadas de sangre, en parte fresca y en parte negra y reseca. El sangraba por el hombro y el antebrazo.

– Te presento a Carlos -declaró Thomas-. Él no ha oído hablar del antivirus que tenemos, así que cree que no hay riesgo en matarme. Creí que sería más convincente si viniera de tu parte.

¿Se había enterado su hermano en sus sueños de algo acerca del antivirus? La mirada de Carlos alternó entre ellos.

– Lo que ninguno de ustedes sabe -continuó Thomas-, es que debo llevar de vuelta conmigo alguna clase de explosivos. Las hordas están masacrando mi ejército mientras hablamos. Tengo poco menos de cinco mil hombres contra cien mil encostrados. Debo vencer. ¿Entienden? ¿Ustedes dos? ¡Tengo que conseguir esa información y regresar!

Él estaba parloteando.

– Ya no funciona el agua, Kara. Hay una pistola debajo de la cama. No tienes mucho tiempo.

Carlos atacó a Thomas, que esquivó el primer golpe con la mano derecha. El hombre siguió con su puño izquierdo, el cual Thomas también desvió. Pero bloquear los golpes sucesivos lo había dejado expuesto y Kara había visto eficientes peleas callejeras en Manila para saber que esto era precisamente lo que el atacante buscaba.

Carlos se lanzó directo hacia Thomas, usando la cabeza como ariete. La conectó sólidamente contra la barbilla de Thomas, que cayó como una piedra.

Kara se lanzó hacia la cama y se enredó en la alfombra lanzando un gemido. Rodó debajo de la cama, vio la pistola y estiró la mano para agarrarla.

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