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THOMAS MIRÓ fijamente el horizonte oriental, donde el sol se levantaba ahora sobre las dunas. El teniente de la guardia del perímetro, Stephen, se hallaba a su lado, sosteniendo las riendas de su caballo. Detrás de ellos, trescientos guardianes del bosque esperaban a lo largo de la línea de árboles. Delante de ellos, el contingente de las hordas esperaba en sus caballos para hacer el intercambio como concordaran. Johan, Qurong, Justin. Y detrás de ellos, mil guerreros encostrados.

Estaban a punto de hacer historia en el desierto. Era extraño pensar que en ese mismo instante él no hacía nada más espectacular en la otra realidad que dormir al lado de Monique en Francia debajo de una roca, soñando.

– No me gusta esto, señor -expresó el teniente-. ¿Los va a dejar simplemente que se lo lleven encadenado?

– No «simplemente», Stephen. Mientras tengan a Qurong y a Martyn, estoy seguro.

Thomas y Mikil habían pasado tres horas cubriendo toda contingencia posible antes de que ella saliera a preparar a los guardianes y al Consejo para la llegada de Qurong y Martyn como acordaran. Solo Mikil, Thomas, el Consejo y Johan sabían la verdad de lo que iba a ocurrir.

Thomas había pasado una noche irregular en espera del alba. No pegó un ojo. A pesar del tono de confianza con Stephen, se hallaba nervioso.

– Ellos tienen mil guerreros, tú ninguno -objetó el hombre.

– ¿Estás insinuando que tú y tus hombres no pueden arreglárselas con mil guerreros en el bosque, donde ellos estarán perdidos?

– No, no sugiero eso. Solo que me parece desproporcionado.

– Estoy dispuesto a correr ese riesgo. Recuerda, esta es una misión de paz. A menos que oigas algo distinto de parte de Mikil o de mí, no les hagas daño.

– Así que Justin cumplió lo que prometió -cambió de tema el hombre-. Ha negociado la paz, y ustedes han estado de acuerdo.

– Justin está negociando la paz. Por el momento yo estoy de acuerdo.

– El Consejo nunca aceptará.

– Lo hará. Ya verás; ellos aceptarán.

Thomas salió del lado de su teniente y fue hacia el contingente que esperaba. La verdad, por supuesto, era que en vez de negociar su paz frente al Consejo, Johan acusaría a Qurong de conspirar traición con Justin. Él les diría a los congregados que Qurong y Justin planeaban arrasar con el bosque tan pronto como los guardianes hubieran aceptado la paz. Mikil daría un paso adelante y diría al pueblo que Thomas de Hunter coincidía con las palabras de ella. Entonces Qurong sería condenado y ejecutado, y el destino de Justin estaría en manos del nuevo líder de las hordas, Johan.

Ese era el plan. Thomas y Mikil lo habían considerado una docena de veces y concordaron en que funcionaría. Eso le evitaría a la selva una terrible batalla. Y lo que era más importante, no estarían conspirando con las hordas, lo cual sería traición. No, conspiraban contra el líder de las hordas, Qurong, usando a Johan… un encostrado, sí, pero también era Johan. Sin duda, bastantes detalles técnicos para asegurar la aprobación del Consejo.

La gravilla crujió bajo los pies de Thomas mientras caminaba. Él era el único que no estaba a caballo o armado. A efectos prácticos, se hallaba desnudo.

Llegó al punto medio entre los dos pequeños ejércitos cuando de repente Justin desmontó y le salió al encuentro. No se había mencionado esto, pero ni Johan ni Qurong objetaron, por tanto, tampoco Thomas.

Justin lo encontró a mitad de camino.

– Buenos días, mi hermano -saludó el guerrero inclinando la cabeza.

– Buenos días -contestó Thomas devolviéndole el gesto. Por un instante solo se miraron.

– Así que -comentó Justin-, resultó después de todo.

– Imagino que así es. Eso es lo que querías, ¿no es verdad? ¿Paz?

– Les dije que vendrías.

La revelación agarró desprevenido a Thomas.

– No estoy seguro de entender.

– Lo supe cuando te miré a los ojos en el duelo. No comprendes lo que está sucediendo, pero quieres la paz. Siempre has querido paz. Y este es el único camino hacia la paz, Thomas.

– ¿Cómo supiste que yo vendría?

– Me enseñaste a juzgar bien a mi enemigo. Llámalo pura casualidad – manifestó y guiñó un ojo-. Johan no quería creer que te ofrecerías como garantía por la seguridad de Qurong, pero cuando te vi ayer viajando al lado de Mikil, supe que habíamos ganado.

¿Le había dicho Justin a Johan que Thomas le ofrecería un intercambio? ¿Lo había sabido Johan? El general solo había sonreído ante la sugerencia… quizás debido a la exactitud de Justin en predecirla.

Pero Justin no podía saber toda la verdad.

Thomas sintió una punzada de remordimiento por haber ofrecido al hombre a cambio de la muerte de Qurong. Pero era la única forma.

– Entonces eres mejor estratega que yo -reconoció Thomas, mirando a los encostrados-. Si sabes tanto, dime esto: ¿Estaré seguro en manos de ellos?

Justin titubeó.

– Digamos que creo que estarás más seguro en sus manos de lo que yo estaré en las manos de mi propio Consejo.

Alargó la mano hacia Thomas. Este la agarró y Justin se inclinó para besarle los dedos.

– Anímate, Thomas. Ya casi estamos en casa. Te veré en el lago.

Luego Justin se alejó y regresó a su línea.

Thomas vaciló, asombrado ante este último intercambio de palabras. Pero la suerte estaba echada. Fue hacia la roca en que habían acordado y permaneció erguido. Justin volvió a montar y dejó que el contingente de las hordas avanzara. Tan pronto como Qurong se halló al alcance de los guardianes del bosque, una docena de encostrados corrieron hacia Thomas y le fijaron las muñecas con grilletes.

El ejército de las hordas despareció entre los árboles y un caballo se llevó a Thomas completamente atado.

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