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MIKE OREAR se ajustó el micrófono del cuello y miró a la cámara. Nunca se había imaginado convertirse en la voz de la variedad Raison, pero su desfachatez al contar la historia había captado de algún modo una ola de aprecio en los telespectadores. Los índices de audiencia de CNN habían pasado por primera vez en años a los de Fox News. El tiempo de emisión se extendió a seis horas al día, tres en la mañana y tres en la noche. Él sabía que era la asignación de toda una vida. Una vida muy corta.

Ahora, con la noticia conocida ampliamente y después de un desfile interminable de invitados: especialistas en genética, virólogos, psicólogos y otros por el estilo, la amenaza que él había dado a conocer llegó a obsesionarlo de una manera muy pero muy real. Antes había estado tan consumido por dar a conocer la historia como por lo que el virus significaba personalmente para él. Hoy, junto con el resto de Estados Unidos, no se podía quitar de encima la pavorosa comprensión de que estaba a punto de morir.

Esa comprensión lo cambió todo. Deseó estar en casa con papá y mamá. Quiso ir a la iglesia. Anheló estar casado y tener hijos. Quería llorar.

En vez de eso decidió servir a la humanidad en lo que podía, lo cual significaba transmitir conocimiento, consuelo y quizás, solo quizás, ayuda al increíble esfuerzo oculto por vencer el virus.

Aún no se había hecho pública la noticia de los envíos de armamento. Una súplica del Pentágono y del presidente mismo había retrasado el anuncio por el momento. El argumento que tenían era sencillo y convincente: dejar que el público se ajustara a las noticias del virus por unos cuantos días, luego permitir que el presidente les contara el resto de la historia. Habían pasado tres días. El presidente tenía programado dar hoy dos importantes discursos: el primero a las Naciones Unidas en Nueva York y el segundo al país esa noche a las seis, hora del este. La última alocución haría saber toda la historia a Estados Unidos.

Un fragmento de la entrevista de Nancy con un psicólogo social de la UCLA estaba a punto de terminar. Mike revisó sus notas. La fuente que le había dado esa información sobre Thomas Hunter era impecable. La historia misma era increíble. El reportero había decidido rechazar lo de los sueños, pero la historia casi ni necesitaba tanto detalle. Estados Unidos merecía saber acerca de Thomas Hunter.

Miró la cámara, la luz roja se encendió sobre él.

– Palabras sensatas de prudencia -expuso en referencia al comentario del doctor Beyer sobre el pánico-. Damas y caballeros, hace poco me topé con una información que creo que les fascinará. Comprendo que, bajo las circunstancias actuales, «fascinación» parece una palabra pretenciosa, pero aún somos personas y aún nos aferramos a la esperanza, dondequiera que la podamos encontrar y venga de donde venga. Y francamente, podríamos deber nuestra esperanza al hombre que estoy a punto de mostrarles. Su nombre es Thomas Hunter.

Una foto del rostro serio aunque infantil de Hunter llenó la pantalla por un instante… una foto de una licencia de conducir de Colorado. Cabello oscuro, mandíbula firme. La imagen se deslizó hacia el rincón superior del monitor de Mike.

– «Clasificada» es otra palabra que parece bastante pretenciosa ahora, pero hay detalles acerca de Thomas Hunter que no podemos divulgar sin confirmarlos primero. Lo que podemos decir que ha llamado nuestra atención es que este hombre fue responsable, sin ayuda de nadie, de hacer saber a la nación la amenaza que esta afronta, mientras él se enfrentaba a muchos escépticos. En realidad, si el mundo hubiera escuchado al señor Hunter una semana antes, podríamos haber evitado totalmente el virus. Estoy seguro de que recuerdan una historia que se extendió hace dos semanas acerca del secuestro que el señor Hunter hiciera de Monique de Raison en Bangkok. Ahora parece que lo hizo en un intento por detener la liberación de la vacuna.

Aquí es donde la historia se enmarañaba. Los por qué y los cómo, además del asunto de los sueños, bastaban para lanzar sospechas sobre toda la historia.

– Tenemos motivos para creer que muchos en nuestro gobierno consideran crucial a este hombre en cuanto a nuestra capacidad de derrotar esta amenaza. También tenemos motivos para creer que su vida podría estar en peligro. Les prometo que estaremos al tanto de la historia y les daremos detalles tan pronto como los tengamos.

Se volvió hacia Nancy, a quien él insistió en que siguiera como su presentadora.

– Nancy.


***

KARA HUNTER salió del taxi a toda prisa y subió corriendo las escaleras de concreto del edificio blanco en medio de un ambiente campestre en las afueras de Baltimore, Maryland. Las enormes letras azules montadas en lo alto rezaban: «Laboratorios Genetrix», pero ella sabía que solo un año atrás el letrero decía: «Farmacéutica Raison». La empresa francesa la había vendido cuando centralizaron sus operaciones en Bangkok.

Monique de Raison se hallaba en ese edificio, trabajando febrilmente en una solución a su propio virus mutado.

Thomas había muerto.

Kara había pasado el primer día en total negación. Mamá había entrado en uno de sus terribles y amenazadores estados de ánimo. Luego, la noticia de la variedad Raison salió en la pantalla pequeña y todo cambió. Kara pasó de una total indisposición a aceptar la muerte de Thomas, a la debilitada comprensión de que fuera como fuera todos estaban muertos.

La ciudad de Nueva York, como todas las demás, se había tragado primero la historia en hastiado silencio. Se necesitaron veinticuatro horas para asimilar la noticia. Las calles no se habían vaciado al instante, pero para el final del segundo día habría sido un problema encontrar un taxi. Wall Street aún se hallaba funcionando… se rumoraba que debía continuar alguna apariencia de vida. Todos los principales dirigentes, alcalde, gobernador y presidente, decían lo mismo. Estados Unidos debía seguir funcionando: la electricidad, el agua, las acciones y los bonos; los alimentos, la gasolina, los autos y los aviones; los hospitales. Si se cerraban, la nación se cerraría. El pánico mataría a Estados Unidos con tanta seguridad como cualquier virus. Todos los laboratorios del mundo buscaban frenéticamente una cura… la cual se iba a encontrar.

Pero Kara sabía mucho más.

Hoy día Kara había desarrollado un nuevo caso de negación. En todos los canales en que navegaba daban la noticia de que Thomas podría ser alguna clase de héroe. Entre todo lo imaginable, encontraron la foto de la licencia de conducir. La imagen la hizo llorar. Lo echaba tanto de menos que sentía extrañamente débil la amenaza de la variedad Raison.

¿Y si él estuviera vivo? En realidad no habían hallado el cuerpo, ¿correcto? Gains había estado hermético. Le había dicho que Monique lo vio muerto. Sin embargo, ¿cuánto tiempo después de su muerte lo vio ella? Sí, el poder del lago allá había desaparecido. Sí, él se había convencido de que esta vez su muerte sería definitiva. Sí, habían pasado dos días sin saber nada de él. Sí, sí, ¡sí!

Pero este era su único hermano aquí. No iba a dejarlo estar muerto, no todavía.

Ella dejó esa mañana a su madre, localizó a Monique por medio de un asesor del ministro, obtuvo permiso para visitarla y voló directo a Baltimore. Kara empujó la puerta. Una recepcionista demacrada levantó la cabeza.

– ¿Qué desea?

– Me llamo Kara Hunter. Monique de Raison me espera.

– Sí, señorita Hunter. Venga por aquí, por favor.

La mujer la guió por un largo corredor hacia un enorme laboratorio. Había al menos veinte puestos de trabajo, cada uno atendido por técnicos. Un gran vidrio a la izquierda de Kara daba hacia un nítido salón donde se afanaban técnicos enmascarados con gorras azules y chaquetas blancas. Se oía un tranquilo hervidero de voces de personas que se centraban atentamente en su trabajo. Kara pensó que esas eran las personas concentradas en descifrar un código que no se podía entender en el tiempo estipulado; eran los héroes estadounidenses. No le prestaron atención mientras ella atravesaba el laboratorio hacia otro pasillo; luego entró a una oficina grande donde Monique, junto con un científico vagamente parecido a Einstein, de cabello poblado, anteojos y todo lo demás, se hallaba inclinada sobre un grueso montón de fotos.

Monique levantó la mirada.

– Kara -exclamó, su rostro se veía hundido y los ojos rojos; miró a su compañero-. Excusezmoi un moment, Charles. El hombre asintió y salió.

Monique corrió hacia Kara y le dio un fuerte abrazo.

– Lo siento mucho, Kara -dijo sollozando-. Lo siento muchísimo.

Kara no había esperado una recepción tan conmovedora. ¿Qué había ocurrido entre Monique y Thomas?

– ¿Estás bien? -preguntó, tragándose un nudo que se le formaba en la garganta.

– En realidad no -contestó Monique dando un paso atrás y volviendo el rostro-. No estoy segura de que pueda cumplir.

– Se dice que tu codificación sobrevivió a la mutación.

– No es así de sencillo. Pero sí, sobrevivieron los genes que separé para modificación con la introducción de mi propio virus. En un par de horas sabremos lo que eso significa.

– No pareces muy esperanzada.

– No sé cómo parecer -confesó mirando a Kara con ojos tristes.

– Vine porque tengo dificultad en aceptar la muerte de mi hermano – manifestó Kara.

Los ojos de Monique se humedecieron. Se mordió el labio inferior y se dejó caer en su silla detrás del escritorio.

– ¿Qué sucedió allá, Monique?

– Soñé -respondió.

Ella había soñado. ¿Se suponía que eso significara algo? Entonces eso tuvo repentino significado.

– Tú… igual que Thomas, ¿quieres decir? ¿Soñaste con el bosque?

– Sí. Solo que no como yo misma, sino como su esposa, Rachelle. Y sinceramente, me pareció sentir que ese era el mundo real y que este solo era el sueño.

Kara no pudo contener la sorpresa.

– ¿Estuviste allá? ¿Lo viste allá? ¿Cómo?

– Estábamos durmiendo, y creo que eso pudo haber tenido algo que ver con el hecho de que estuviéramos en contacto. Nuestras muñecas habían sido heridas, las de los dos. Quizás nuestra sangre… no lo sé. Pero sí sé que compartí la vida de Rachelle. Compartí los recuerdos, las experiencias de ella.

– ¿No tienes duda acerca de esto? -inquirió Kara, boquiabierta.

– Ninguna. Y los dos estábamos temerosos de que si él muriera en una realidad también moriría en la otra. Y también de que incluso si algún milagro lo curara en esa realidad quizás no fuera curado en esta.

– ¡No acepto eso! -exclamó Kara.

Aunque se le habían ocurrido los mismos pensamientos, había esperado que Monique contradijera esas ideas.

Monique parpadeó ante el arrebato de Kara.

– Lo siento. Pero si hubieras vivido lo que he experimentado en estas últimas semanas…

– Kara se detuvo y se dejó caer en una silla del frente-. Pero después tú sí pasaste por eso, ¿verdad? Entonces déjame ser franca. No estoy dispuesta a aceptar esa tontería de que está muerto.

– ¡Yo lo vi!

– ¿Lo viste? ¿Le sentiste el pulso?

– Vi a Carlos sentirle el pulso. Estaba muerto -expuso ella, forzando la voz.

Kara consideró algo que Thomas le dijo antes de salir en su misión de rescate. Había concluido que él era la única puerta entre las dos realidades. Si moría…

– Tú sí comprendes que si tu antivirus falla, la única esperanza que este mundo tiene es Thomas.

– Sí.

– Y si estuviera muerto, podríamos estar en un inmenso sufrimiento.

– Él me liberó; tengo el antivirus.

– Pensé que no estabas muy segura.

– Estamos trabajando en él.

– Y yo estoy trabajando en Thomas.

– Ya enviaron un equipo a la región donde me detuvieron -informó Monique; parecía como si ella pudiera derrumbarse.

– Está bien, bueno. Pensemos en esto. Las dos sabemos que Carlos no es tan descuidado como para dejar que lo encuentren. El asunto no tiene que ver con tácticas de fuerzas especiales; se trata de la mente y el corazón, y creo que tú y yo podríamos ser quienes encontrásemos la mente y el corazón de Thomas. Si está vivo.

– ¿Y si no?

– Como dije, no estoy dispuesta a aceptar eso.

Monique miró a Kara. Un destello de esperanza le iluminó los ojos.

– ¿Te das cuenta que si Rachelle muere, yo podría morir? -preguntó ella.

– Cuéntame todo lo que sucedió -pidió Kara-. Todo.

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