28

MARTYN, COMANDANTE del ejército de las hordas bajo Qurong, permanecía al lado de su líder, frente a Ciphus y los demás del Consejo del bosque. Qurong estaba obrando su traición exactamente como la había planeado muchos meses atrás.

Miles de lugareños se habían congregado con antelación en el anfiteatro. Rápidamente se había extendido la noticia de que cerca de mil guerreros encostrados habían entrado con Justin por la parte de atrás del poblado. Ahora llenaban las bancas y miraban en silencio lo que sucedía debajo de ellos.

Ciphus se paró en el escenario cerca del centro, frente a Qurong. Mikil y Justin se hallaban allí a la izquierda con mil de los guardianes del bosque para equiparar las fuerzas de la derecha. El destino del mundo dependía de este juego de la gente de Qurong. Hasta aquí todo había avanzado precisamente como él lo previo. Para la mañana se habrían apoderado de la selva.

– Óyeme, gran Ciphus -expresó Qurong-. He puesto mi vida en tus manos para reunirme contigo. Seguramente considerarás mi propuesta de una tregua hasta que podamos idear una paz duradera entre nosotros.

Esto no estaba resultando como Ciphus había previsto; hasta allí estaba claro. Mikil le había dicho al Consejo que Martyn entregaría a Qurong, pero ella se había equivocado.

El líder del Consejo cambió la mirada hacia Martyn, quizás esperando, deseando, que el comandante interviniera como Thomas había propuesto.

– Desde luego, siempre estamos dispuestos a escucharlos -manifestó Ciphus aclarando la garganta-. Pero ustedes deben comprender que no tenemos base para la paz. Ustedes viven en violación a las leyes de Elyon. El castigo por desobedecer a Elyon es la muerte. ¿Quieren ahora que neguemos la propia ley de Elyon haciendo las paces con las hordas? Ustedes merecen la muerte, no la paz.

Esta era la clásica doctrina de los habitantes del bosque. Ciphus estaba abriendo la puerta para que Martyn pusiera la trampa: ofrecer la vida de Qurong a cambio de la paz. No tan rápido, vieja cabra.

– ¿A cuántos de nosotros matarán ustedes para satisfacer a su Dios? – demandó Qurong.

– ¡Ustedes ya viven en la muerte! -gritó Ciphus-. ¿Nos harán hacer una alianza con la muerte? Ustedes tienen todo el desierto; nosotros solo tenemos siete pequeñas selvas. Yo les pregunto: ¿por qué guerrean contra un pueblo pacífico?

Qurong miró a Martyn. Ellos no habían hecho ninguna señal declarada, pero el mensaje era claro. El líder supremo iba a proceder como planearon.

– Entre nuestros pueblos no tenemos ninguna base para confiar, por eso no podemos extender verdadera paz -manifestó Qurong-. Ustedes no nos elevarán por sobre los perros y nosotros los vemos a ustedes como las serpientes que en realidad son.

Un ruido sordo recorrió la multitud. Ciphus levantó una mano.

– Tienes razón; no confiamos en ustedes. Un perro ve una vara dorada y cree que es una serpiente. Tus ojos están cegados por tu rebelión contra Elyon.

Qurong sonrió pero no mordió el anzuelo de defenderse.

– Entonces les ofreceré hoy más que las palabras de un perro -enunció Qurong-. Les mostraré a ti y tu pueblo en este día que soy un líder honorable a mi manera. Si lo hago, ¿considerarás una tregua entre nuestros pueblos?

Martyn analizó al anciano. Vamos, viejo murciélago engañador. Solo puedes aceptar. Lo sé.

Ciphus frunció el ceño y finalmente habló con calma.

– La consideraríamos.

– Entonces óiganme, todos ustedes -expresó Qurong-. Tengo en este momento dos ejércitos acampados fuera de su selva. Los doscientos mil guerreros al oriente, acerca del cual ustedes conocen bastante bien. Lo que no saben es que tenemos un segundo ejército, del doble de tamaño, acampado en el desierto occidental.

Esta noticia fue recibida con total silencio. Quizás ellos creían que sus guardianes podían tratar con los dos ejércitos. Se equivocaban, por razones más allá de su entendimiento. En veinticuatro horas sus guardianes serían derrotados.

– Estoy dispuesto a comprometer a mis ejércitos a emprender una campaña que destruirá gran parte de su selva y a la mayoría de sus guardianes – continuó Qurong-. Pero mi victoria no será segura a menos que tenga un elemento de total sorpresa. Ambos sabemos esto.

Helo aquí, entonces. Un sudoroso ardor rajaba la piel de Martyn, pero él apenas lo notó.

– Como señal de buena voluntad les mostraré mi juego con la esperanza de ganarme la confianza de ustedes. Hoy vinimos aquí con traición en nuestras mentes. Planeábamos ofrecerles paz y, cuando la aceptaran, cuando sus guardianes hubieran transigido, planeábamos descargar contra ustedes toda la fuerza de nuestros ejércitos en una enorme campaña.

El silencio se intensificó y Martyn estaba seguro de que ahora era de impresión.

– ¡Pero retrocederé a favor de un acuerdo de paz! -gritó Qurong-. Ya les he hablado de mi ejército en el occidente. Les acabo de revelar mis intenciones y me he privado de cualquier victoria. Veo que la paz es más valiosa que la victoria.

Ciphus miró a Martyn. Él no había esperado esto. Mikil tampoco estaba preparada para esto. Ella miraba como una cabra tonta.

– ¿Qué es lo que propones entonces? -requirió Ciphus-. ¿Qué te ofrezcamos paz porque has confesado tu intención de arruinarnos? ¿Debemos creer que has experimentado alguna clase de conversión absoluta desde que entraste a nuestro poblado? Un hombre no cambia tan rápidamente. ¡No puedes hacer paz con Elyon mientras vives en tu condición!

– No. Comprendo que se deben satisfacer tus leyes para que haya paz. Igual que nuestras leyes. Propongo suplir los requerimientos de esas leyes.

– ¿Confesando? No es suficiente.

– Mediante la muerte del hombre que nos puede llevar a la guerra. No soy el único que tramó este ardid.

– ¿Quién entonces?

– Fue él -declaró Qurong señalando con el dedo hacia los guardianes del bosque.

Hacia Justin.

– Justin.

Cundió la confusión entre la muchedumbre.

– ¡Fue Justin quien declaró que nuestra victoria sería total al ofrecerles paz!

Justin miró a Martyn, inexpresivo. Las personas gritaban en tal caos que era imposible distinguir su reacción ante la noticia. Ciphus pidió silencio a la multitud, que lentamente se acalló lo suficiente para oír la voz del anciano.

– ¡Cómo te atreves a acusar a uno de los nuestros para salvarte? -exclamó Ciphus, con voz temblorosa.

Martyn se preguntó si había juzgado mal al hombre. Sin duda esta emoción era un alarde.

El anciano respiró hondo y continuó, con voz más profunda.

– Si lo que dices es verdad, entonces sí, consideraríamos tu argumento. Sin embargo, ¿qué ratificación hay de que Justin planeara algo de esto? ¿Nos tomas por tontos?

– ¡Puedo corroborarlo! -gritó la segunda de Thomas, dando un paso al frente de las filas de los guardianes: Mikil-. Y puedo hacerlo con la autoridad de Thomas de Hunter. Él está ahora en el campamento de las hordas, garantizando la seguridad del comandante con su propia vida para que Qurong pueda exponer la verdad de esta traición. Justin es cómplice en la conspiración contra los habitantes de los bosques!

– ¿Qué más podría mostrar mi verdadera intención? -indagó Qurong-. Les doy a su traidor y me atengo a la paz.

Ciphus cruzó los brazos dentro de las mangas de su túnica y anduvo de lado a lado.

– ¿Intención? ¿Y qué tienen que ver las intenciones con la paz?

– Entonces satisfaré la propia ley de ustedes. Les ofreceré una muerte a mis propias expensas.

Ciphus dejó de caminar.

– ¡Muerte al traidor! -gritó una voz solitaria desde las bancas.

Estallaron discusiones y argumentos. Pero ¿estaban a favor o en contra de Justin? Martyn no podía distinguirlo.

– Las leyes de ustedes exigen la muerte por envilecer el amor de Elyon -gritó Qurong-. Si traicionar no es envilecimiento, ¿qué lo es entonces? Además, él también ha declarado guerra contra los moradores del desierto. Nuestra ley también requiere su muerte. La muerte de él satisfará nuestras dos leyes.

Ciphus pareció estar en profunda meditación, como si no hubiera considerado esta idea. Enfrentó a Justin.

– Sal de ahí.

Justin caminó tres pasos y se detuvo.

– ¿Qué dices a esta acusación?

– Justin! -gritó una mujer sobre la multitud-. Justin! ¡No, Justin! Una docena de voces se le unieron. Si Martyn no se equivocaba, unas voces de niños intervinieron. El sonido era extrañamente turbador.

– ¡Silencio! -gritó Ciphus. Se acallaron.

– ¿Qué dices a estas acusaciones? -volvió a preguntar el anciano.

– Expreso que he cumplido tus leyes, que me he bañado en los lagos y que he amado a todos los que Elyon ama.

– ¿Has conspirado para traicionar al pueblo de Elyon? Justin permaneció en silencio.

Justin no había conspirado, pero esto no habría importado de todos modos. Al percatarse del silencio, Martyn sabía que ellos iban a ganar esta guerra. En el transcurso de un día, y sin levantar una espada, él derrotaría a estos habitantes del bosque.

Si solo supieran.

Había sido idea de Justin que Johan entrara al desierto como Thomas supuso. Pero ahora el punto culminante de la planificación que habían hecho iba a terminar de manera muy distinta a como Justin creía.

– ¡Respóndeme!

Justin habló en voz baja… demasiado baja para ser oída más allá del suelo.

– ¿Te has vuelto tan ciego, Ciphus, que no logras recordarme? ¿Qué?

– ¿Ha pasado tanto tiempo desde que nadamos juntos? Ciphus se quedó paralizado como un árbol. En realidad estaba temblando.

– No intentes en mí tus palabras engañosas. Olvidas que soy el más anciano del Consejo de Elyon.

– Entonces deberías saber la respuesta a tu pregunta.

– ¡Contéstame o te condenaré yo mismo! Ayer perdiste el duelo, solo que Thomas no te liquidó. Quizás esta es ahora la justicia de Elyon. ¿Qué dices?

El anfiteatro se había silenciado tanto que Martyn creyó que podía oír la respiración de Ciphus. Justin volteó a mirar a la gente. Martyn creyó que iba a decir algo, pero se quedó en silencio. Su mirada se topó con la de Martyn. Los profundos ojos verdes le infundieron terror en el corazón.

Justin bajó la cabeza. Si Martyn no se equivocaba, el hombre luchaba para mantener en control su desesperación. ¿Qué clase de guerrero lloraría ante sus acusadores? Cuando Justin levantó la cabeza, tenía los ojos inundados de lágrimas. Pero mantuvo firme la cabeza.

– Entonces condéname -declaró Justin en tono bajo.

– ¿Te das cuenta de que condena equivale a muerte? -explicó el anciano con voz entrecortada.

Justin no respondió. No iba a recorrer el camino que Ciphus ponía ante él, pero estaba bastante cerca. Ciphus levantó ambos puños y miró al hombre debajo de él.

– ¡Contéstame cuando te hablo en esta santa reunión! -gritó el anciano-. ¿Por qué ofendes al hombre a quien Elyon ha puesto como tu superior?

Justin miró al hombre, pero se negó a hablar.

Ciphus levantó ambos puños por sobre la cabeza.

– Entonces, por traición contra las leyes de Elyon y su pueblo, ¡te condeno a morir a manos de tus enemigos!

El aire se llenó de gemidos. Gritos de aprobación. Voces de indignación. Todo se mezcló en una cacofonía de confusión que Martyn sabía que no iba a llevar a nada. No había voz prevaleciente. Nadie desafiaría la sentencia del Consejo.

– ¡Agárralo! -le gritó Ciphus a Qurong.

– Aceptaré con una condición -enunció Qurong-. Morirá según nuestras leyes. Por ahogamiento. Se lo devolveremos a tu Dios. De vuelta a Elyon, en tu lago.

Ciphus no había esperado esto. Si se negaba, Martyn tenía los planes apropiados de contingencia. El anciano consultó con su Consejo, luego se volvió para dar su veredicto.

– De acuerdo. Nuestra Concurrencia termina esta noche. Puedes tratar luego con él.

– No, debe ser ahora, con tu cooperación. Que su muerte sea un sello por una tregua entre nuestros ejércitos. Su sangre estará tanto en tus manos como en las nuestras.

Otra breve conferencia.

– Entonces que nuestra paz sea sellada con la sangre de él -expuso Ciphus.


***

THOMAS Y Rachelle entraron al poblado a la caída de la tarde; sin aliento y agotados por la falta de sueño. El viaje estuvo atiborrado de largos períodos de silencio, pues los dos se ensimismaban en sus propios pensamientos. Había poco que decir después de que hablaran y volvieran a hablar del toque curador de Justin y de sus palabras. Me juego demasiado contigo. Recuérdame. Eran las mismas palabras del niño.

Oyeron el primer indicio de problemas cuando pasaron los portones, el inequívoco lamento por los muertos.

– ¿Thomas? ¿Qué pasa?

Él hizo trotar su caballo y atravesó la puerta principal. Las mujeres lamentaban una muerte. Había habido una escaramuza y algunos de sus guardianes resultaron muertos. O había noticias de una batalla en el perímetro occidental. O se trataba de Justin.

El cielo ya estaba gris oscuro, pero el brillo de las antorchas irradiaba un tono anaranjado sobre el lago al final del camino principal. El césped y los senderos estaban vacíos de las típicas multitudes que deambulaban en las noches de la Concurrencia. Había un hombre por acá y una mujer por allá, pero evitaban mirar a Thomas y se hacían los distraídos.

Un grito repentino de agonía resonó a lo lejos. El corazón de Thomas se paralizó.

– ¡Thomas! -exclamó Rachelle frenética. Ella espoleó el caballo y lo pasó al galope, directo hacia el lago.

– ¡Rachelle!

Él no estaba seguro de por qué pronunció el nombre de ella. Pinchó su caballo y ruidosamente pasaron juntos por debajo del paso elevado que dividía el poblado en dos.

Antes de llegar al extremo de la calle vieron el gentío. Una multitud se hallaba en la orilla de espaldas al poblado, mirando hacia el lago.

– ¡Tienes que detenerlos! -gritó Rachelle-. ¡Es él!

– ¿Logras verlo?

Ambos caballos se detuvieron y se pararon en dos patas donde terminaba el camino y empezaba la playa. La mujer miró por sobre las cabezas, con ojos desorbitados y angustia en el rostro.

Entonces Thomas vio lo que ella miraba. A la izquierda habían levantado una torre cuadrada de madera, en la orilla. Al lado de la torre, un círculo de miembros de las hordas rodeaban a dos encostrados. El Consejo se hallaba a un lado, Qurong y Martyn en el otro. En el centro había un madero, y de ese madero colgaba un hombre.

Justin.

El brazo de uno los encostrados se echó hacia atrás, luego osciló al frente y golpeó las costillas de Justin. ¡Crac! Una de las costillas se rompió con el golpe. Justin se sacudió violentamente y se combó contra el madero.

– ¡Deténganse! -prorrumpió Rachelle; el alarido desgarró el aire-. ¡Basta!

Ella gimió con un sollozo, apretó la mandíbula y dirigió el caballo entre el gentío.

Los aldeanos, no preparados para las patadas y la embestida del corcel, gritaron y retrocedieron para dar paso al enorme caballo encostrado.

– ¡Retrocedan! Abran paso -gritó Thomas, siguiéndola. El encostrado volvió a golpear a Justin, sin perturbarse por el alboroto.

– ¡Basta! -volvió a gritar Rachelle.

Las personas se separaban frente a ellos como dóminos en caída. Entonces ambos pasaron. Mikil y Jamous se hallaban con varias docenas de guardianes. Otros mil se arremolinaban en el lado norte del lago. El ejército de las hordas esperaba en la orilla en el costado sur. Mujeres y niños lloraban en tono silencioso y escalofriante. Sobre el madero se había acallado el cuerpo casi desnudo de Justin.

No le habían sacado sangre. Thomas había oído hablar de los métodos de tortura empleados por las hordas: Romper metódicamente los huesos de una víctima sin drenarle nada de su vida… su sangre. Querían que el hombre muriera por ahogamiento, y solo por ahogamiento. Una mirada al cuerpo hinchado de Justin hizo obvio que habían perfeccionado la tortura.

Thomas cayó a la arena y corrió hacia delante.

– ¿Qué es esto? ¿Quién autorizó esto?

– Tú -contestó Mikil.

Rachelle sollozó y corrió hacia Justin. Cayó de rodillas, se agarró a los tobillos del hombre y se inclinó de tal modo que el cabello le tocaba los pies fracturados y aporreados del condenado a muerte.

– ¡Quítenla de ahí! -ordenó Ciphus.

– ¡Thomas! -suplicó ella, girando hacia atrás.

Dos de los guardianes saltaron y la arrastraron hacia atrás.

– ¡Es él! Es él, ¿no pueden verlo? -exclamó ella luchando furiosamente con ellos-. ¡Es Elyon!

– ¡No seas ridícula! -objetó bruscamente Ciphus-. Manténganla atrás.

Thomas no podía quitar la mirada del cuerpo martirizado de Justin. Le habían levantado los brazos por sobre la cabeza y amarrado a lo alto del madero. Tenía el rostro hinchado. Los pómulos rotos debajo de la piel. Los ojos estaban cerrados y la cabeza colgaba floja. ¿Cuánto tiempo lo habían golpeado? Era difícil imaginar que él fuera el niño, crecido ahora como adulto; pero, con un poco de imaginación, Thomas creyó ver la semejanza.

– Libéralo -ordenó a Mikil.

Ella no se movió.

– Es una orden. Este hombre no es quien ustedes creen. ¡Quiero que lo liberen de inmediato! Mikil parpadeó.

– Yo creía que…

– Ella no lo puede liberar -objetó Ciphus en voz baja-. Hacerlo desafiaría la orden del Consejo y a Elyon mismo.

– ¡Ustedes están matando a Elyon! -gritó Rachelle.

– Eso es absurdo. ¿Puede morir Elyon?

– Justin, por favor, ¡te lo ruego! Por favor, despierta. ¡Díselo!

– ¡Cállenla! -exclamó Ciphus-. ¡Amordácenla!

Jamous sacó una correa de cuero para amordazarla, pero volteó a mirar a Thomas y se detuvo. ¿Qué les había pasado a todos ellos? ¿Pensaría de veras Jamous en amordazar a la esposa de su comandante?

– ¡Amordázala!

El teniente le deslizó la correa alrededor de la boca y le acalló un grito.

– ¡Thoma… mm! ¡Humm! Justin gimió sobre el madero.

Thomas reaccionó ante la impresión que lo había paralizado, desenvainó la espada y saltó hacia su esposa.

– No, Thomas -objetó Mikil dando un paso adelante, con la mano levantada-. No puedes desafiar al Consejo. Pero Thomas apenas la oyó.

– ¡Suéltala! ¿Se han vuelto locos todos ustedes? Ella se movió para bloquearle el camino.

– Por favor…

Él hizo oscilar el codo y la golpeó en la mandíbula. Ella fue a parar de nalgas con un tas. Thomas puso la espada en el cuello de Jamous.

– ¡Desata a mi esposa!

– No seas idiota, Thomas -expresó Mikil en un tono quedo y rápido, haciendo caso omiso de su enrojecida mejilla-. El veredicto se ha dictaminado. El destino de nuestro pueblo depende de este intercambio.

Con esas palabras, Thomas supo lo que había sucedido. Johan no solo había traicionado a Justin, sino también a él. Qurong había intercambiado una promesa de paz por la vida de Justin y el Consejo lo había aceptado. La muerte de Justin satisfaría el fallecimiento requerido por traición contra Elyon y permitiría que se negociara una paz, incluso sin exigir que las hordas se bañaran.

– No funcionará -exclamó Thomas-. ¡Esa paz no perdurará! ¿Crees que puedes confiar en que estos encostrados mantengan la paz? ¡Qurong es Tanis! Está cegado por Teeleh, ¡y ha encontrado una manera de matar a Elyon!

– Tú confiaste en nosotros -objetó Martyn.

Thomas mantuvo la punta de su espada contra el cuello de Jamous. Supo por el tono de Martyn que la gente no conocía el acuerdo entre Thomas y Martyn de traicionar a Qurong.

– ¿Me oyen ustedes? -le gritó Thomas al pueblo-. ¡Qurong es Tanis! Esta es la obra de Teeleh, este asesinato. ¡Abran los ojos!

Nadie respondió. Estaban sordos y ciegos, ¡todos ellos!

– Por favor, Thomas -suplicó Mikil en voz baja-. No hay manera de deshacer esto.

Los ojos de Rachelle estaban abiertos de par en par y le gritaban: ¡Libérame! ¡No permitas que hagan esto! ¡Él es Elyon!

Pero Thomas sabía que, si mataba a Jamous y liberaba a su esposa, se vería obligado a defenderse y defenderla contra los guardianes, cuya lealtad a Elyon, y por asociación al Consejo, reemplazaba su lealtad a él. Si el Consejo había dictaminado su veredicto, no había manera de echarlo atrás sin matar a muchos de ellos.

Thomas giró y corrió hacia el cuerpo combado de Justin. No podía arriesgar la vida de Rachelle, pero tampoco podía mantenerse al margen y dejarles llevar a cabo esta traición.

¿Es este realmente Elyon, Thomas? ¿Este hombre hinchado que una vez sirvió bajo tus órdenes y que te deshonró al rechazar la posición que ahora ostenta Mikil? ¿Elyon?

Rachelle lo había dicho. Él moriría por las palabras de ella.

– Deténganlo -ordenó Ciphus.

Esta vez una docena de sus guardianes dio un paso adelante. El primer impulso de él fue pelear, e instintivamente se preparó.

– Si matas a uno de quienes están acatando las órdenes del Consejo, entonces tú y tu esposa morirán con Justin -declaró Ciphus.

¡Ellos habían perdido la razón con esta matanza! Thomas recorrió con la vista la línea de aldeanos que se hallaban detrás del Consejo y los guardianes. Allí había una niñita, mirando a su madre y con lágrimas corriéndole por las mejillas. La reconoció del Valle de Tuhan. Era Lucy, aquella que Justin señalara y con quien danzara. La madre de la niña intentaba calmarle los sollozos.

– ¿Qué ha sucedido aquí? -gritó él.

– Termina tu tarea -manifestó Ciphus a Qurong.

Había una luz de desafío en los ojos del líder de las hordas. Asintió y sus hombres se inclinaron para seguir golpeando.

– Al menos denme la cortesía de hablar con el general -pidió Thomas bajando la espada-. Como un guerrero a otro. Mi propósito aún es defender a mi pueblo y exijo una reunión con Martyn.

Martyn miró a Qurong, que inclinó la cabeza.

Thomas se volvió hacia Mikil y señaló a Rachelle.

– Un rasguño a ella y será tu cuello -advirtió, luego se dirigió al gentío-. ¿Qué pasa con ustedes? ¿Es esta la clase de celebración que eligen para terminar su Concurrencia?

Solo unos pocos parecieron escuchar.

Thomas lanzó a Ciphus una última mirada, pasó a Martyn y se dirigió al borde del agua, lejos del lugar de ejecución.

Martyn fue hacia él. Detrás de ellos crujió otro hueso. Thomas afirmó la mandíbula y miró por sobre el agua, límpida y oscura en la naciente noche. Las llamas anaranjadas de cien antorchas brillaban sobre la vítrea superficie.

– Esto no fue lo que acordamos -enunció con voz temblorosa, demasiado emocional para un guerrero de su talla, pero incluso tenía dificultad para respirar por el nudo en la garganta, y peor aún para hablar con autoridad.

– Se salió de mi control -contestó Martyn-. No sabía que el líder supremo ofrecería la vida de Justin a cambio de la paz. No era nuestro plan.

– ¿Traicionas a todo el mundo menos a Tanis?

Martyn no se molestó en responder. Justin había perdido el conocimiento, pensó Thomas. Ojalá. El único sonido detrás de ellos era el ruido sordo de los puños y de los huesos que se rompían. El sintió náuseas y desesperación, por lo que habló rápidamente.

– Te ruego, Johan, que me escuches. Tus hombres le dispararon anoche a una mujer. ¿Oíste hablar de eso?

– Oí algo, sí.

– La mujer era Rachelle. Tu hermana. Quizás no recuerdes por qué debas tener algo de lealtad a tu propia sangre, pero seguramente recuerdas realidades sencillas. Se trataba de tu hermana.

– Y Justin la encontró, apenas viva, con cuatro flechas en el cuerpo. La curó. No hay una sola marca en mi esposa. Él le dijo a Rachelle que se juega demasiado con nosotros. Esas fueron las mismas palabras que nos habló hace quince años. ¿Recuerdas? ¿O Teeleh te ha consumido por completo la mente? ¿Cómo pudo haber sabido Justin lo que el niño nos dijera? A menos que él sea el niño. Estás a punto de matar al mismo niño que nos guió hace quince años a este lago, ¡cuando tú mismo eras pequeño!

– Aunque tuvieras razón, ¿por qué me debería importar?

– Porque él te hizo, te… ¡Ese que yace allí es tu Hacedor.

Martyn miró hacia el lago. Thomas oró porque entrara en razón y, por un instante, empezó a esperar que surgieran los profundos sentimientos de la juventud de Johan.

Algo había cambiado detrás de ellos. La golpiza había terminado.

– Si ese, allá atrás, es mi Hacedor -declaró Martyn-, entonces me habría hecho vivir menos dolor.

– Tu dolor es tu decisión, ¡no la de él! Si te bañaras desaparecería tu dolor.

– Preferiría morir antes que bañarme en este maldito lago -expresó Martyn escupiendo el agua.

Se volvió y caminó por la orilla hacia el lugar de la ejecución.

Thomas ya no pudo contener la emoción que se le acumulaba en el pecho. Miró por sobre el lago y dejó que las lágrimas le bajaran por las mejillas. Si daba la vuelta, las personas lo verían, y no estaba seguro de querer eso. Pero era a su Creador a quien ejecutaban.

Hubo una pausa detrás de él. Tragó grueso. ¿Cómo pudo haber llegado a esto? Quizás Justin no era Elyon. ¿Había persuadido Elyon a Johan a entrar al desierto? ¿Cómo podía destruirse el cuerpo de Elyon? ¿O peor, morir? ¡Elyon no lo permitiría!

Thomas se volvió. Los encostrados habían amarrado una cuerda alrededor de los tobillos de Justin y se preparaban para colgarlo boca abajo desde la plataforma. Apartó la mirada y subió por la orilla, haciendo caso omiso de los encostrados y los miembros del Consejo que lo observaban. ¡Debía encontrar a Marie y a Samuel! Pero tan pronto como lo pensó, los vio, de rodillas al lado de su madre.

Rachelle había vuelto el rostro a una fila de guardianes, llorando. Thomas deslizó los brazos debajo del cuerpo de ella y la levantó.

– Vengan conmigo -les dijo a los niños.

Se alejaron de la multitud sin pronunciar una palabra más.


***

ERA COSTUMBRE de ellos honrar a los muertos viéndolos de frente en vez de darles la espalda en las piras del funeral. Ocultar la mirada, porque mirar a la muerte era doloroso, era una ofensa para quien enfrentaba aquella muerte.

Thomas cargó a una abatida y combada Rachelle hacia el pabellón más cercano.

Tanto Marie como Samuel habían estado llorando y ahora ella habló por primera vez.

– ¿Por qué no lo estamos honrando, papá? Él no pudo contestar a su hija.

– Bájame -pidió Rachelle.

– Lo estamos haciendo, Marie -respondió ella agarrando a sus hijos por los hombros-. Lo honraremos.

Subieron aprisa las gradas y miraron por sobre el gentío la escena abajo. Thomas se puso detrás de ellos y Rachelle le agarró el brazo. Observaron los procedimientos en pasmoso silencio. La paliza al cuerpo de Justin continuaba. Él no podía entender cómo se las arreglaban para romper tantos huesos.

Los dedos de Rachelle se hundían en el codo de Thomas cada vez que golpeaban a Justin. Pero ella sabía, tan bien como él, que nada podía hacer.

Sin duda, Ciphus no había esperado esa clase de brutalidad. Los encostrados profanaban la selva con su presencia. Su olor se extendía sobre el poblado como una niebla. Quienes no estaban directamente involucrados dejaban vagar su atención y a veces reían.

Muchos de los habitantes del bosque observaban en pasmoso silencio. Algunos lloraban en silencio. Muchos otros sollozaban francamente.

Dejaron de golpear al hombre y lo levantaron por los pies, hasta que la cabeza le colgó como a metro y medio sobre la tierra. Thomas observó cómo un encostrado subía, estrujaba el rostro destrozado de Justin y luego lo empujaba. El cuerpo osciló como el cadáver de un venado en una choza ahumada. Los brazos colgaban sueltos, como si se estuviera rindiendo boca abajo.

– ¿No puedes detenerlos? -pidió Rachelle gimiendo-. Si tienen que matarlo…

Ella no logró terminar.

No importaba. Él sabía lo que ella iba a decir. Si tienen que matarlo, ¿no se les puede obligar a hacerlo rápidamente? Pero ninguno de los dos podía siquiera decir algo así.

– Es la manera de ellos -informó Thomas-. No entienden el sufrimiento como nosotros. Lo viven cada día.

– No es la manera de ellos -objetó ella-. Es la manera de Teeleh.

Ciphus levantó la mano y fue hacia el cuerpo. Caminó alrededor, luego enfrentó a la multitud.

– Sé que hay algunos entre ustedes que aún creen que aquí cuelga un profeta -expresó; su voz resonó en el lago-. Déjenme preguntarles, ¿permitiría Elyon que su profeta sufriera de este modo? ¿Saben? Él es carne y sangre como el resto de nosotros. Cualquiera que se atreva a decir que esta masa de carne es en realidad Elyon ha enloquecido. ¡Nuestro Creador no se convertiría en alguien tan deforme! No habría dejado que un encostrado lo maltratara, más de lo que hubiera permitido que Teeleh le hiciera daño. ¿Ven?

– Golpéenlo -declaró, mirando a los soldados de las hordas.

Uno de los encostrados dio un paso adelante y golpeó la espalda de Justin. Ninguno de los presentes confundiría el fuerte crujido.

– ¿Ven? Solo es un hombre -informó Ciphus aclarándose la garganta.

Sus palabras instigaron una nueva ronda de maltrato por parte de los guardias de las hordas. Riendo, tres de ellos se adelantaron y comenzaron a masacrar el cuerpo. Ciphus retrocedió, sorprendido. En sus ansias por bajarle los humos a Justin, había abierto sin querer esta puerta.

– Thomas -suplicó Rachelle.

Eso fue todo lo que él pudo soportar.

– Espera aquí -dijo, saltó del pabellón y corrió directo hacia Ciphus. Un murmullo se extendió por la sección de la multitud que lo vio. El anciano giró la cabeza antes de que Thomas llegara al círculo interior.

– ¡Basta! Una cosa es ejecutar a un hombre. Si insistes en satisfacer tu sed de sangre, ¡entonces hazlo rápido! Pero no humilles al hombre que salvó al Bosque Sur y a los guardianes del bosque hace solo una semana. Mátalo si quieres, pero no te burles de su vida.

Mil voces se levantaron en asentimiento.

Ciphus pareció aliviado.

– Tiene sentido -manifestó mirando a Qurong con el ceño fruncido-. Termina esto.

– El acuerdo fue matarlo a nuestra manera. Nuestra manera es tomar el espíritu de un hombre…

– ¡Ya le tomaste el espíritu! -gritó Thomas-. Ahora estás tomando el espíritu de las personas a las que sirvió. ¡Termina esto!

Qurong lo contempló, luego hizo señas a sus hombres.

Uno de ellos agarró un balde de agua que antes habían sacado del lago y lo lanzó al rostro de Justin. Este jadeó.

Thomas no supo si Justin abrió los ojos, porque el rostro del apaleado hombre miraba hacia el otro lado. Pero sí vio algo más que le pareció extraño. La piel de Justin empezaba a volverse gris. ¿Cuánto tiempo había pasado desde su último baño? Igual que con todos los que él había entrenado con los guardianes, probablemente se bañaba cada mañana como se exigía. Justin había estado en el desierto, restringido a una cantimplora de agua, pero esta mañana no hubo rastros de la enfermedad en él.

– Ahóguenlo -ordenó Qurong.

Dos de los encostrados ataron apresuradamente una enorme piedra al cuerpo de Justin para que se hundiera. Otros doce, que se habían cubierto las piernas con cuero tratado para protegerlas del agua, dieron un paso adelante, de frente al lago.

– ¡Ahóguenlo! -gritó Martyn en un súbito ataque de furia. Agarraron los soportes apresuradamente construidos de la torre y comenzaron a arrastrar la plataforma hacia la orilla, hacia el lago.

El cuerpo de Justin se volvió y ahora Thomas le vio los ojos. El izquierdo estaba cerrado por la hinchazón; el derecho ligeramente agrietado. La mirada de Justin se topó con la suya y se detuvo. Justin lo miró un largo instante. Incluso más allá de la carne hinchada no había temor en el rostro, ni arrepentimiento ni acusación. Solo tristeza.

¿Estaba él mirando los ojos de Elyon? El pensamiento tocó una fibra sensible de profundo terror en la mente de Thomas. Este era el niño que había conocido en lo alto de los acantilados tanto tiempo atrás, el niño que cantando daba vida a nuevos mundos. Quien podía poner de cabeza al planeta, o dividir el globo en dos para un día de juego. Que podía llenar un lago sin fin con agua tan poderosa que una sola gota podría deshacer a cualquier hombre o mujer.

Un temblor recorrió los huesos de Thomas. Él se había zambullido en el agua de Elyon, había respirado en la profundidad y había gritado con el placer y el dolor de la experiencia. ¿Era Elyon este hombre que colgaba de los pies mientras arrastraban el mecanismo dentro el lago?

El pecho de Thomas se hinchó de dolor. Los ojos se le llenaron de lágrimas y no supo cómo detenerlas. Una niña comenzó a sollozar suavemente detrás de él y él se volvió. Lucy. Estaba parada sola en la arena, llorando.

Thomas retrocedió impulsivamente, cayó sobre una sus rodillas y acercó a la pequeña hacia sí. Nadie hablaba. Él miró el agua.

Las hordas habían empujado la torre a tres metros de la orilla, maldiciendo amargamente cuando el agua les mojaba las piernas cubiertas y les consumía la agrietada piel. El agua tenía aquí más de un metro de profundidad, y las manos de Justin estaban sumergidas más allá de las muñecas. Había vuelto a cerrar los ojos, pero su respiración era firme. Estaba consciente.

Todos los encostrados menos dos salieron corriendo del agua. Tenían las manos rosadas donde habían tocado el agua y se las frotaban como locos, intentado liberarlas del veneno que las había decolorado. Se quitaban el cuero de las piernas y se golpeaban la carne para aplacar el dolor. Por encima de su cintura la piel todavía era gris.

Los dos que se quedaron en el lago treparon a la torre, agarraron la cuerda con las dos manos y miraron a Qurong.

Una vocecita, apenas más que un susurro, salió de Justin. ¡Su boca se había abierto y estaba hablando!

– Recuérdame…

Thomas dejó de respirar para oír. ¿Qué había dicho?

– Recuérdame -expresó Justin, esta vez más fuerte, con la voz sofocada ahora por la emoción-. ¡Recuérdame!

Todos oyeron y se quedaron petrificados.

Justin volvió a gritar en un gemido terrible que resonó sobre el lago y atravesó directamente el corazón de Thomas.

– ¡Recuérdame, Johan! ¿Johan?

Thomas miró a su izquierda. Martyn permanecía de pie tranquilo, el rostro oculto por su capucha, los brazos cruzados. Qurong miró a su general, luego rápidamente hizo señas a sus hombres para que empezaran el ahogamiento.

Justin sollozaba ahora. Sus lágrimas caían al agua debajo de su cabeza. Comenzó a gemir en alta voz. Luego empezó a gritar. ¿Qué fue eso? ¿Por qué ahora?

Lucy lloraba en brazos de Thomas, que la apretó fuerte, tanto para su propio consuelo como para el de ella. Estaba seguro de que se le había paralizado el corazón. ¡No soportaba ver eso! No podía estar allí de pie y ver a ningún hombre en tan terrible estado de tormento.

Pero no podía deshonrar al hombre volteando la cabeza.

Justin aún gritaba, chillidos prolongados y horribles que cortaban la noche como una cuchilla. Thomas apretó los dientes y suplicó que terminara el ruido.

Notó el cambio en la piel de Justin precisamente antes de que esta tocara el agua. La carne del pecho y las piernas ahora era casi blanca. Se estaba descascarando.

¡La enfermedad se apoderaba de Justin ante los propios ojos de Thomas! Esa era la causa de sus gemidos. El dolor…

De pronto, la piel del pecho empezó a rajarse como el lecho seco de un lago.

– ¡Él tiene la enfermedad! -comenzó alguien a gritar detrás de Thomas.

Pero el grito se perdió en un prolongado alarido de Justin.

Thomas se puso en cuclillas y comenzó a llorar de manera incontrolada.

La cabeza de Justin se sumergió. De la boca le salieron burbujas. El cuerpo se contrajo y se agitó. No está conteniendo el aliento, pensó Thomas. Intentaba meter agua en los pulmones, pero era difícil con la cabeza colgando hacia abajo.

Exactamente cuando el agua iba a cobrar su cuota terrible y final, los dos encostrados lo sacaron súbitamente del lago. El agua le salió de los pulmones. Justin jadeó y tosió.

Thomas se puso de pie, horrorizado por la extendida tortura.

Lo volvieron a bajar. Otra vez el cuerpo de Justin se sacudió de forma incontrolada. Otra vez el agua le barboteó en la cabeza. Otra vez el pecho enfermo bombeó profundamente, botando, convulsionando, contrayéndose en rechazo.

Lo sacaron otra vez del agua antes de que se ahogara.

Thomas salió corriendo hacia el agua.

– ¡Mátenlo! -gritó.

Estás exigiendo la muerte de Elyon.

– Maten…

Un puño de uno de los encostrados le dio en la sien antes de que supiera que el hombre estaba allí. Cayó a la arena y se esforzó por levantarse.

– ¡Acaben! -exclamó Ciphus-. Por amor de Elyon, ¡simplemente acaben eso!

– Nuestra costumbre es…

– ¡No me importa cuál sea tu costumbre! ¡Solo mátalo! Un encostrado a la izquierda de Thomas corrió de repente al agua. El general Martyn. Johan. Tenía una espada en la mano. Thomas contuvo el aliento. Algo iba mal.

No fue sino hasta que los pies de Johan salpicaron el agua cuando Thomas le notó los cueros en las piernas. La capucha se le cayó de la cabeza, descubriendo un rostro retorcido de ira para que todos lo vieran. Hizo presión sobre Justin, rugiendo ahora de furia.

– ¡Muere! ¡Muere!

Antes de que ninguno de ellos supiera del todo la intención de Johan, este clavó la espada en el vientre de Justin, la movió bruscamente a un costado, y la sacó. De la herida abierta brotó sangre que se vertió en el agua.

– ¡Ahóguenlo! -gritó Johan.

Los dos encostrados en lo alto de la plataforma bajaron el cuerpo. Justin colgó suspendido en el agua, con el cuerpo retorciéndosele.

Martyn giró, salió del lago, tiró la espada a un lado y se volvió a poner la capucha en la cabeza. Pasó a Qurong y se dirigió hacia el ejército de las hordas.

El cuerpo de Justin dejó de contraerse.

La piel estaba rajada y blancuzca, irreconocible como carne humana. Pero era la sangre la que miraba Thomas. Era permitido derramar sangre para lavarse. Cuando él mismo había vuelto del desierto casi como un encostrado se le había permitido bañarse, aunque sangraba por varias de las rajaduras que tenía en su piel.

Pero esto…

¿Comprendía Ciphus que esto podría ser distinto?

Los soldados estiraron la mano y cortaron la cuerda. El cuerpo de Justin se deslizó en el agua con un pequeño chapuzón y se hundió con el peso de las dos piedras atadas a las muñecas.

Salieron burbujas a la superficie. Observaron en silencio cómo lentamente el agua se volvía vidriosa otra vez. Había acabado. El lago se había tragado toda la brutalidad, dejando solamente una huella de sangre derramada.

Thomas volvió a mirar a Ciphus. El rostro del anciano estaba pálido, fijo en el agua.

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