20

THOMAS JADEÓ en su sueño y despertó al instante. Se levantó bruscamente. Oscuridad. Silencio.

Parpadeó y forzó la vista. Lentamente comenzó a distinguir las paredes. Monique estaba en la cama a su lado, respirando firmemente.

No, no era Monique. Rachelle, que anoche lloró hasta quedarse dormida después de saber la verdad respecto de su hermano, Johan.

Un dolor le subió por el brazo y se palpó la muñeca. Lastimada y cortada. Sí, desde luego… las esposas que le habían puesto estuvieron demasiado apretadas y le afectaron la piel. Tenía sangre en las muñecas. Aquí también había sangrado.

Los acontecimientos de ambos mundos se le vinieron encima. Había escapado con Monique y se hallaba durmiendo debajo de una roca en la cantera, desesperado por soñar para poder volver aquí y tratar con la traición.

Bajó los pies de la cama, agarró las botas y la ropa, y se escurrió a la sala principal sin despertar a Rachelle. Dejarla sola por segunda vez en una semana sin decirle nada le pareció una posible crueldad. Pero no se atrevió a despertarla y correr el riesgo de que ella interfiriera en tan perfecto plan. Lo que él pensaba tenía grabado un timbre de locura y sin duda Rachelle lo oiría y lo tocaría.

Mikil, por otra parte, saltaría ante la oportunidad.

Se vistió rápidamente, se puso la espada en el hombro e ingresó al aire frío de la mañana. El abarrotado poblado estaba ahora en los sueños profundos de los extraños sucesos del día y de las bulliciosas celebraciones nocturnas. Habían asado cien cabras a lo largo de las orillas del lago, como se acostumbraba la segunda noche. Las danzas habían continuado hasta tarde, y la charla sobre Justin y Martyn acabó más tarde aún.


El guerrero del Sur fue tan vigorosamente defendido por algunos como castigado por otros. La idea de la paz con las hordas, a pesar de las circunstancias, era ofensiva para la mayoría. Hasta los partidarios de Justin concordaban en algo: Si las hordas marchaban sobre la selva, lo más probable es que eso significara que Justin los había traicionado. Pero no había por qué preocuparse… su héroe del Bosque Sur nunca los traicionaría. Cuando aseguró que negociaría la paz, solo pensaba en la verdadera paz.

Thomas no sabía por qué no comprendió antes las palabras de Qurong. Quizás porque muchas veces sus sueños le confundían la mente. Tal vez se hallaba tan desconcertado por la verdadera identidad de Martyn, que no lograba mantener con objetividad sus pensamientos. De cualquier modo, estaba seguro que si contaba el consejo que el líder de las hordas expresara en esa tienda, reunirían un ejército para interceptar el plan de «paz» de Justin y Martyn.

Encontró a Mikil profundamente dormida y la despertó con un suave sacudón. Ella saltó de la cama, espada en mano. -¡Soy yo! -susurró él. -¿Thomas?

– Sí. Apúrate, tenemos asuntos.

– ¿Se reportaron los exploradores? -averiguó ella corriendo a la ventana y mirando a través de la cortina.

– No. Ningún mensaje. Apúrate.

– Entonces ¿qué?

– Te lo diré en el camino. Encuéntrate conmigo en los establos. Él corrió hacia los establos de los guardianes al borde del poblado y estaba allí cuando ella lo alcanzó.

– ¿Adónde vamos?

– Shh, guarda silencio. ¿Qué dirías si te digo que Justin podría estar pensando en traicionarnos?

– Diría que son noticias viejas. ¿Te has enterando de algo nuevo?

Thomas abrió el portón del establo.

– Ensilla. Te lo explicaré cuando hayamos salido.

Pasaron sus caballos por la entrada principal del poblado, luego montaron y se internaron en la selva.

– Dime -inquirió ella, mirando hacia atrás-. ¿Qué pasa?

– Soñé.

– Eso otra vez. Bueno. ¿Qué soñaste?

– Soñé lo que alcancé a oír en la tienda de Qurong. La puso al tanto, palabra por palabra, y le explicó su lógica. Ella espoleó el caballo, se lanzó hacia delante y luego retrocedió. -¡Lo sabía! ¡Él representaba el final de la selva! ¿Cuántas veces te lo advertí?

Mikil tenía razón. El silencio de él era suficiente confesión. -¡Debemos detener esto! -exclamó ella.

– ¿Por qué crees que vamos a caballo antes del amanecer? Montemos hasta el desierto oriental, donde Qurong acampó la última vez. Si estoy en lo cierto, aún estará allá, tal vez incluso más cerca.

– ¿Qué, planeas que los dos solos enfrentemos todo el ejército?

– Creo que nuestros exploradores averiguarán que Justin tenía razón: Las hordas se han reunido en cantidades mayores de las que hemos imaginado. Que sepamos, tienen un ejército al occidente, en espera de que nuestra preocupación por el oriente descubra nuestro flanco. Esa podría ser la clase de estrategia de Martyn.

– Entonces ¿estás pensando en negociar? ¡Ese es el mismo plan que tiene Justin! No Thomas, ¡Nada de paz!

– Estoy pensando que Martyn escuchará otra propuesta. Una que dé vuelta por completo a la tortilla.

EL SOL estaba caliente.

Monique abrió los ojos. ¿Sol?

Por los postigos entraba luz, poniendo al descubierto miles de partículas de polvo que flotaban perezosamente. ¿Dónde estoy? Estoy en casa. ¿Quién soy? Eres Monique.

Se apoyó en el codo y parpadeó. No era totalmente ella. O era completamente ella. Rachelle.

Levantó la mano y movió los dedos. Ella era Monique, y sabía que debía estar durmiendo bajo la roca al lado de Thomas, pero también sabía que experimentaba mucho más que un sueño. Asombroso. Esto es lo que Thomas sentía cuando despertaba.

¿Soñaba con el otro mundo de Thomas porque le había agarrado la mano mientras dormía? ¿Y soñaba con Rachelle por creer que estaba conectada con ella? Thomas había dicho que era cuestión de creer. Ella estaba compartiendo la vida de Rachelle.

¿Significaba que todo esto era verdad? ¿Que era cierto todo lo que afirmaba Thomas?

Supo la respuesta de inmediato, porque como Rachelle ella sabía que esta realidad era tan real como Francia o Bangkok. ¿Qué más sabía Rachelle? El nombre de mi esposo es Thomas. Y tengo hijos. Giró hacia el costado de él en la cama. -¡Thomas!

Pero Thomas se había ido. Por supuesto, siempre despertaba temprano. Ella también sabía eso. Sabía que solo estaba en casa cada dos días porque era el comandante de los guardianes, un poderoso guerrero y héroe cuyo nombre literalmente veneraban en todas las selvas.

Su esposo, un poderoso guerrero.

Ella sabía que él peleó el día anterior con Justin y que perdió. Y sabía que el general de las hordas, Martyn, era su propio hermano, Johan.

Rachelle tragó grueso y puso los pies en el sueño. Así fue como Thomas se había sentido al principio, al despertar en el bosque negro hace quince años. Él había intentado hacerla entender, pero solo ahora ella podía comprender. Solo que él había despertado sin recuerdo alguno debido a su caída.

Thomas había caído en el bosque negro y como resultado comenzó a soñar con las historias. Esta era la realidad; ese era el sueño. Ella estaba segura de ello. Al menos en este momento estaba segura.

Le dolían las muñecas. Las esposas. Le habían sangrado, Thomas dijo que la sangre era especial. Ella se había quedado dormida, mano con mano, su muñeca tocando la de él. Por eso Monique estaba soñando con Rachelle en ese instante. Así fue como ella había soñado antes con Monique. Se había cortado el hombro en la puerta y había sangrado al lado de Thomas. Se había hecho una conexión entre la sangre de ellas.

Sus hijos…

Ella retiró la cobija, se puso una blusa de manga larga para ocultar las muñecas y salió corriendo del cuarto. Encontró a Marie exactamente donde esperaba hallarla, buscando en la canasta de frutas su néctar preferido.

– Hola, mamá -saludó su hija, bostezando-. Papá se ha ido.

– Sí. ¿Aún duerme tu hermano?

– Eso es lo que más hace.

– Es un niño en crecimiento.

Rachelle corrió hacia el cuarto del chico. Sí, es verdad, allí estaba Samuel, con un brazo colgando del borde de la cama, perdido en sus sueños en que combatía a las hordas con una espada tan grande como él. La cariñosa madre se acercó y le besó la parte trasera de la cabeza.

¡Ella se hallaba viviendo una segunda vida! En un instante se había convertido en una persona totalmente nueva. Aspiró la fragancia de flores de tuhan. Alguien cocinaba carne. Desde afuera venían risas. Todo se sentía nuevo. Esta era la época de la Concurrencia anual en que las calles estarían llenas de danzas, historias y libación de cerveza ligera. Y ella era una magnífica bailarina, ¿verdad? Sí, desde luego que sí. Una de las mejores.

Tenía dificultad en mantener tranquilo el corazón. Comprendió por qué Thomas se hallaba tan convencido. ¡Debía encontrarlo y hablarle inmediatamente de esto!

Marie había hallado una enorme nanka amarilla y el jugo le corría por el mentón.

– No te ensucies, Marie. Lávate la barbilla -ordenó ella mirando hacia la sala.

Su sala. La segunda espada de Thomas, la cual normalmente se hallaba en el rincón, había desparecido. Extraño.

– ¿Sabes adonde fue papá? -le preguntó a Marie.

– No. Salió temprano. Antes del amanecer. Lo oí.

Rachelle se quedó helada. Las palabras de él en Francia le resonaron en la mente. Creo que deberé ir tras Justin para hacer eso, había dicho.

¿Tras Justin?

¡Él había ido tras Justin! Justin estaba con Martyn. Ellos estarían con las hordas. Por segunda vez esta semana la había dejado durmiendo para participar subrepticiamente en alguna atolondrada misión que solo un hombre tan obstinado como Thomas podía tomar más allá de la simple fantasía.

Justin y Martyn se habían ido al oriente, según los exploradores. Al oriente hacia el ejército de Qurong.

Ella corrió al dormitorio y se vistió por completo. Si Justin se hallaba con Martyn, entonces también estaba con Johan. ¿Significaba eso que él iba tras su hermano?

¿Y si quisiera matar a Johan, creyendo que al hacerlo mataría a Carlos? Pero no podía hacerlo. ¡Johan era hermano de ella! Quince años atrás habían perdido a toda su familia ante las hordas cuando Tanis fue engañado, pero lidiaban con esto como parte de una gran tragedia. La idea de perder a su propio hermano por medio de la espada de su esposo le produjo ahora algo de pánico en el pecho.

¡Tenía que detenerlo! Y si no hubiera ido a matar a Johan, debía decirle lo que ahora sabía. Ella era Rachelle. ¡Ella era Monique! No había duda de que estaban conectadas.

Se envolvió las muñecas e hizo que los vendajes parecieran bandas con tonos cobrizos. La principal tarea era salir sola del poblado sin levantar sospechas de su intención. Iría hasta la casa de Anna y debería aparentar normalidad cuando le preguntara a la anciana mujer si podía cuidar a Marie y a Samuel durante el día mientras ella salía a preparar una sorpresa especial para Thomas.

Andrew, que supervisaba los establos comunes, le preguntaría por qué se iba a llevar uno de los corceles, pero ella simplemente le diría que deseaba dar un paseo por la campiña. La Concurrencia inspiraba tanto a hombres como a mujeres.

Al regresar con la aprobación de Anna debió arrastrar a Samuel de la cama. Abrazó a los dos niños, les dijo que hicieran caso a la tía Anna y prometió regresar al anochecer. Si no volvía, no debían preocuparse, pues ella y papá debían hacer algunas cosas.

Una hora después de haber despertado, Rachelle dejó atrás al último de los curiosos que le brindó buenos deseos y le preguntó adonde se dirigía en tan magnífico animal. Ella condujo al caballo por la puerta, aventó la pierna por encima de la silla y cabalgó hacia el oriente.

La primera hora pareció durar solo minutos. Con Monique sentía todo nuevo y fresco, como si lo experimentara por primera vez, lo cual era el caso de la mente de Monique. Sin duda, la francesa nunca se había imaginado Sentirse tan poderosa, una amazona tan realizada, tan llena de pasión como Rachelle se encontraba ahora.

En realidad estaba tan tonificada que medio esperaba que alguien de las hordas saltara detrás de un árbol para enviarlo de una patada a donde pertenecía. Dos veces casi desmontó para intentar algunas volteretas. Pero la idea de encontrar a Thomas la mantuvo cabalgando a toda prisa.

Una hora se convirtió en dos, luego tres y después cinco. La selva pasaba volando e igual ocurría con la mente de Rachelle. Con cada kilómetro recorrido aumentaba en ella la ansiedad por encontrar a Thomas. Ahora estaba segura de que él de veras había seguido este camino… por las huellas del caballo, las cuales podía observar como la palma de la mano, marcadas en el fango casi en cada vuelta. Él había pasado con Mikil. Al menos tuvo la sensatez de traer a su mejor guerrera.

Rachelle consideró el peligro potencial por delante, pero para ella no era demasiado cualquier peligro al que su esposo se arriesgara. El destino del mundo estaba a la mano y ella debía jugar un papel.

A últimas horas de la tarde llegó al borde de la selva y se detuvo. A esta hora del día el cielo y el desierto estaban rojos. Ella había salido del poblado más o menos dos horas después que Thomas y le había seguido las huellas hasta este momento. Si corría más rápido podrían llegar al lugar donde…

De repente casi se le paraliza el corazón. Allí estaba el campamento de las hordas, en el horizonte, apenas visible contra la arena roja. Ellos se habían acercado mucho más.

Se acercaron más.

¿Planeaban atacar? Se sintió inmovilizada por el pánico. El campamento parecía más grande de lo que recordaba. Casi del doble de tamaño. ¡Esto solo podía tratarse de una reunión para hacer la guerra! ¿Había ido Thomas hacia ellos?

Examinó las huellas de su esposo. Iban directo al frente y bajaban por el cañón. Había dos senderos bien transitados hacia el desierto, Thomas había tomado este. Él había visto el campamento de las hordas y seguido adelante. Entonces ella también lo haría.

Rachelle espoleó el caballo.

El negro corcel solo había dado dos pasos cuando algo golpeó a Rachelle de costado.

La mujer lanzó una exclamación y bajó la mirada. Una vara sobresalía a su lado. El mango de una flecha. El dolor le recorrió el cuerpo.

Otra flecha le pegó en el hombro y una tercera en el muslo. Ahora vio a los encostrados cerca de la línea, un grupo de cinco o seis. ¡Tenían arcos! Ella no sabía…

La siguiente flecha golpeó a Rachelle en la espalda. Instigó al caballo a salir al galope. ¡A su izquierda! ¡Debía alejarse de ellos!

Había flechas clavándosele en el cuerpo. ¡Flechas! La mente se le llenó de pánico.

El corcel descendió rápidamente por un estrecho sendero, sobre el borde del cañón.

Otras tres flechas se le precipitaron hacia la cabeza, por lo que se agachó. El dolor de las otras le recorría ahora la espalda y la pierna. -¡Arre! -exclamó.

El sendero era empinado y el caballo resbaló en las piedras, pero se detuvo al saltar sobre una roca que de repente le impedía el paso. Luego tomó una curva.

¿La seguirían los encostrados?

Ahora gritaban por encima de ella. Reían.

Llegó al fondo arenoso y orientó el caballo hacia el primer cañón angosto a su derecha. Por encima repiqueteaban los cascos a lo largo de la roca. La alcanzaban por el borde del cañón. Acercó el corcel al murallón izquierdo y se agachó, estremeciéndose de dolor. Un terrible dolor le recorrió el vientre.

Le dispararon. Cuatro flechas: dos en el cuerpo, una en la pierna, una en el brazo. Debía esconderse y tratar de conseguir ayuda. ¿Debería intentar quitarse las flechas? Vamos a morir.

No, ¡no podía morir! ¡Rachelle no podía morir! ¡No ahora!

El caballo disminuyó la marcha a un trote. Resonaron voces, pero parecen replegarse. Los cañones rocosos eran como un laberinto… no asombraba que ellos hubieran optado por andar por la meseta. Pero si ella profundizaba más su camino, alejándose de los muros cerca de la selva, ellos tendrían dificultad en encontrarla.

Rachelle cortó hacia el lugar despejado, luego pasó una pequeña brecha que entraba en una cuenca enorme. Las voces sonaban ahora distantes, pero ella no tenía la mente tan clara como antes. Quizás no estaba oyendo bien. ^e dejó la dirección al caballo y se revisó la flecha de la pierna izquierda. Si la dejaba incrustada, el movimiento del caballo podría hacer que la punta se le clavara más. Si la sacaba, sangraría de mala manera.

Gimió. La flecha del costado era peor. Se había hundido profundamente. En sus órganos internos. Aunque lograra extraerla sin desmayarse, se arriesgaría a un terrible sangrado interior. Podía sentir el apéndice en la espalda.

¡Era horrible! Había ido tras su esposo como una tonta y ahora moría aquí en el cañón, ¡sola!

No supo cuánto tiempo más montó, ni adonde la llevó el caballo. Solo que las fuerzas se le agotaban a un ritmo constante. Los encostrados la habían perdido, pero ella no sabía si la esperaban cuando saliera del laberinto, así que mantuvo caminando al caballo.

Tienes que encontrar ayuda. Debes regresar a la selva y buscar ayuda. Se detuvo y miró alrededor, pero la vista se le había hecho borrosa y se dio cuenta de que nunca llegaría a la selva con esa luz menguante.

Es más, si tenía razón, ahora se hallaba al borde del desierto, donde los desfiladeros daban paso a kilómetros de arena. ¿Cuán lejos había viajado? Si seguía cabalgando se alejaría aún más de donde debía ir. Y no podía seguir avanzando con las flechas clavadas. El más leve movimiento le producía pinchazos de dolor en la pierna y la columna vertebral.

Debía descansar. Tenía que bajarse del caballo y acostarse. Pero temía desmayarse si intentaba desmontar.

– Elyon, ayúdame -susurró Rachelle-. Querido Dios, no me dejes morir.

Pero sabía que iba a morir.

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