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MÁS VALE que esto sea importante -expresó el presidente Blair. Los ojos de Kreet miraron furtivamente alrededor. Este no se parecía al general endurecido por la guerra.

– No me diga que los israelíes han atacado -declaró Blair.

– Lanzaron un misil dentro del Golfo de Vizcaya. Monte Cheyenne registró una explosión de cincuenta megatones hace quince minutos. Fue un disparo de advertencia. El siguiente va contra la base naval en Brest. Le han dado a Francia veinticuatro horas para garantizar la supervivencia de Israel.

Blair no supo qué decir. Habían analizado esta posibilidad, pero oír que ocurriera de veras lo dejó paralizado. Finalmente carraspeó y se volvió hacia la puerta.

– ¿Alguna respuesta de París?

– Demasiado pronto.

– Está bien, mantenga esto en secreto. Tan pronto como yo haya terminado quiero a nuestro personal fuera de aquí. El embajador se queda. No le diga nada.

– Discúlpeme, señor -interrumpió un asesor entregándole una nota a Kreet-. Un mensaje prioritario.

Agarró la nota, le dio un vistazo. La miró fijamente.

– ¿Ahora qué? -indagó Blair.

– Son los franceses. Han contestado a las exigencias de Israel. ¿Y?

– Devolvieron el ataque.

Alguien había entreabierto la puerta, preparándose para abrírsela. Uno de los delegados europeos en el pasillo principal gritaba algo sobre los ciudadanos inocentes, pero la voz parecía lejana, debilitada por un timbre que resonó en la cabeza de Blair.

– Cheyenne ha dado cuenta de un misil dirigido sobre el Mediterráneo. Tiempo calculado de llegada, treinta minutos… eso fue hace cuatro minutos.

Blair no lograba pensar claro. Nada, ni siquiera una semana de anticipación, podía preparar a alguien para un momento como este. Francia acababa de lanzar armas nucleares a Israel.

– No sabemos su objetivo. Podría ser un disparo de advertencia en respuesta -dedujo Kreet.

– O podría no serlo -objetó el presidente Blair yendo hacia la puerta-. Que Dios nos ayude, Ron. Que Dios nos ayude a todos.

Esto cambiaba todo.


***

EL CUARTO del sótano solía ser una bodega… bastante fría para evitar que los vegetales se pudrieran. Habían pintado las paredes y sellado los conductos, pero aún era suficientemente fría como para servir a su propósito.

Carlos entró, encendió las luces y se dirigió a la camilla. Una sábana blanca cubría el cuerpo. Titubeó solo un momento, luego levantó la esquina.

Los ojos en blanco de Thomas Hunter enfrentaban el techo. Muerto. Tan muerto como cualquier hombre a quien Carlos hubiera matado. Esta vez no habría equivocación; él se había desviado del camino para asegurarse de eso. En las dos ocasiones en que aparentemente el hombre volvió a la vida, las circunstancias fueron sospechosas. Para empezar, Carlos en realidad no había confirmado la muerte de su adversario. Y la recuperación del hombre había sido casi instantánea.

Esta vez, el cuerpo había estado en este cuarto casi tres días y ni siquiera se había movido.

Muerto. Bien, pero bien, muerto.

Satisfecho, Carlos dejó caer la sábana sobre el rostro de Thomas, salió del cuarto y se fue por el pasillo. Era hora de terminar lo que había empezado.


EL VIAJE CONTINÚA CON BLANCO.

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