32

DOCE ADULTOS y cinco niños. Diecisiete. Esos fueron todos los que entraron al lago y escaparon como desterrados.

Viajaron durante cinco horas en un infrecuente silencio. Poco a poco, los demás comenzaron a hablar de sus experiencias en el lago. Lentamente, la tristeza de los demás por haber perdido a Rachelle fue reemplazada por el asombro de sus propias resurrecciones en las aguas rojas. Poco a poco, Thomas, Marie y Samuel se quedaron solos en su persistente tristeza.

En la hora sexta Thomas les comenzó a hablar a Marie y a Samuel acerca de mamá. De cómo ella había salvado la vida de ellos y de los demás al guiarlos al lago. Del valor de ella al ponerlos primero en los caballos y luego salvar la vida de Thomas al volver por él. Del lugar en que se hallaba ahora Rachelle, con Elyon, aunque él en realidad no entendía esto último.

Llegaron al borde norte de la selva después de siete horas, toda señal de persecución había desaparecido.

Enrollaron a Rachelle en una sábana y la enterraron en una tumba profunda, como acostumbraban a hacer cuando las circunstancias no favorecían la cremación. Colocaron flores y frutas con el cuerpo y luego rellenaron la tumba.

– ¡Monten! -gritó él y se subió en su silla.

Con el paso de las horas lo había inundado una fresca determinación. Su destino se hallaba ahora con Elyon. Ahora honraría la memoria de su esposa con cada momento que estuviera despierto y les mostraría ternura a los dos hijos que ella le había dado, pero su senda estaba ahora más allá de él.

Sentado en su caballo, miró las abrasadoras dunas de tono rojizo. Se habían detenido en un riachuelo y llenaron las cantimploras cosidas a todas las sillas. Era agua de manantial, cristalina y fresca. No la usarían para bañarse. Aun así, solo tenían suficiente para sustentarlos dos o tres días como mucho.

– ¿Adónde ahora? -inquirió Johan poniendo su caballo al lado del de Thomas.

– Ellos no esperarán que salgamos de la selva -contestó él aclarándose la garganta.

– No, porque no es lógico que salgamos de la selva -intervino Mikil por detrás-. Nunca hemos vivido en el desierto. ¿Dónde hallaremos agua? ¿Comida?

– He vivido en el desierto -objetó Johan.

– El desierto -declaró Thomas-. Lo único que sé es que iremos al desierto.

– Dices eso como si supieras algo más -afirmó Johan mirándolo.

– Solo que debemos estar allá.

– La arena mostrará nuestras huellas -advirtió Mikil.

– No en las tierras del cañón norte -refutó Johan-. Podríamos perderlos allí para siempre.

– Nos podríamos perder allí para siempre.

Los demás habían montado y ahora se hallaban sobre sus caballos en una larga línea, mirando fijamente el desierto.

– ¿Crees que los lagos de las otras selvas estarán…? -preguntó Jamous… y se detuvo.

– ¿Rojos? -exclamó Thomas-. No lo sé. Pero no funcionarán de la manera en que solían hacerlo. La única forma de derrotar ahora a la enfermedad es seguir a Justin en su muerte.

– Y la enfermedad se ha ido para siempre -expresó Lucy.

– ¿Sabes eso? -preguntó Thomas volviéndose hacia la pequeña con ojos verdes brillantes.

– Eso es lo que oí.

– ¿De quién?

– De Justin. En el lago.

El intercambió una sonrisa de complicidad con la madre de la niña, Alisha.

– Ella tiene razón -apoyó Marie.

– Bien. Quizás entonces Lucy deba guiarnos. ¿Adónde crees que debemos ir? -inquirió él.

Lucy rió. La propia hija de Thomas esbozó una sonrisa, la cual le trajo esperanza, al considerar la pérdida que había sufrido la niña. Él le devolvió la sonrisa. Los ojos de Marie se empañaron y volteó a mirar hacia otro lado.

Él volvió a mirar las dunas rojas, conteniendo su propia tristeza.

– ¿Nos hallarán aquí las hordas, Johan?

– Esta noche no. Pero mañana sí.

– ¿Está…?

– Samuel balbuceó la pregunta que nadie había hecho aún-. ¿Está muerto Justin?

– Depende de lo que quieras decir por Justin -respondió Thomas.

– Quiero decir el Justin que se ahogó. No Elyon, sino Justin. Justin. Todos reflexionaban en la pregunta.

– Lo vimos ahogarse -explicó Johan-. Y observé el lago varias horas. No salió. Si su cuerpo desapareció, Ciphus pudo haberlo robado para culpar a Thomas. No obstante, ¿importa si Justin está muerto o no? Es solo un cuerpo el que usaba. ¿Correcto? Todos sabemos que Elyon no está muerto.

Johan fue quien hundió su espada en ese cuerpo… quizás estaba calmando su culpa.

Dejaron descansar a los demás.

Thomas volteó a mirar la fila de caballos. Cinco guerreros experimentados incluyendo a William y Suzan, cinco niños y seis civiles incluyendo a Jeremiah, el anciano convertido que una vez fuera encostrado. Ronin y Arvyl, por supuesto. Y los últimos tres también eran del Bosque Sur.

Un grupo inverosímil, pero del que de repente se sintió muy orgulloso. De tantos, estos fueron los únicos que respondieron al grito de Justin. El destino del mundo reposaba ahora en los hombros de personas como Marie, Lucy y Johan. Thomas se volvió a mirarse el brazo. La enfermedad no lo volvería a poner gris. En realidad eran nuevas personas. Ya no eran gente del bosque, y con seguridad tampoco de las hordas. Eran parias.

Eran los escogidos. Los que habían muerto. Quienes vivían.

Te amo, Rachelle. Te amo mucho de verdad. Siempre te amaré.

Sintió deseos de volver a llorar.

– Entonces acamparemos aquí esta noche -decidió, mirando hacia las rojas colinas-. Sin hacer fogatas.

– ¿Estás diciendo que desperdiciemos el resto del día? -cuestionó Mikil-. ¿Y si estoy equivocada? ¿Y si vienen tras nosotros?

– Entonces pondremos vigilantes. Pero esperemos aquí.

– ¿Qué es eso? -preguntó Samuel.

Thomas le siguió la mirada. Un punto en la arena. Un jinete.

El corazón le palpitó con fuerza. El caballo corría aprisa, directo hacia ellos desde el desierto. ¿Un explorador?

– ¡Retrocedan! -exclamó Mikil, haciendo girar el caballo-. Pónganse a cubierto. Si nos ven, nos denunciarán.

Los caballos reaccionaron a los jalones en las riendas y se retiraron detrás de una fila de árboles.

Miraron desde su escondite. El jinete se movía más raudo de lo que Thomas jamás había visto, bajando la ladera de la última duna, dejando un rastro de arena removida. Un caballo negro. El jinete vestía de blanco. La capa se le agitaba detrás de él y montaba en las puntas de los pies, inclinado.

– ¡Es él! -gritó Lucy.

La niña saltó del corcel de su madre y se puso a correr antes de que Thomas pudiera detenerla.

– ¡Lucy!

– ¡Es Justin! -exclamó ella.

Thomas parpadeó, forzando la vista para ver mejor. El corazón se le aceleró. Y entonces supo que el hombre sobre el caballo negro que galopaba hacia ellos era Justin.

La melena hasta los hombros le volaba con la capa y aun a esa distancia Thomas estaba seguro de poder verle el verde brillante de los ojos. La pasión de Thomas se contagió de inmediato.

Se quedó paralizado por la repentina comprensión de que Justin en realidad estaba vivo.

¿Había venido para devolverle a Rachelle?

El caballo de Justin paró en seco como a siete metros de los árboles. Tenía los ojos fijos en Lucy, que corría hacia él.

Era Elyon y se inclinó en el costado de su caballo, agarró a Lucy por debajo de los brazos, la colocó en la silla y espoleó al garañón para que saliera a toda velocidad. Lucy gritó de alegría. El hizo girar el corcel hacia atrás, poco menos de cincuenta pasos, recorrió un amplio círculo y ahora reía en alta voz con la niña.

Thomas instó a su caballo a ir al frente, pero no fue el único; todos salieron de los árboles y desmontaron.

Justin se acercó, depositó a Lucy en tierra y, con un brillo y un destello en los ojos, evaluó a cada uno.

– Buenas tardes -saludó. Ninguno de ellos contestó.

– ¿Cuánto disfrutaron del lago?

– Perdóname -imploró Thomas después de bajarse de la silla, doblar una rodilla e inclinar la cabeza.

– Ya lo hice -contestó Justin desmontando y yendo hacia él-. Y tú me seguiste, ¿no es así?

Tocó a Thomas en la mejilla.

– Mírame.

Thomas levantó la cabeza. No había ni una sola sombra en el rostro de Justin que mostrara la paliza que recibió. A no ser por los ojos, parecía muy humano. Pero en esos profundos ojos esmeralda Thomas solo podía ver a Elyon.

– Yo estaba seguro de que podía confiar de ti. Gracias -expresó Justin. Thomas no estaba seguro de haber oído bien. ¿Gracias? Bajó la cabeza, lleno de emoción. ¿Y Rachelle?

– Mírame, Thomas.

Cuando levantó la mirada vio el rostro de Justin surcado de lágrimas. Thomas empezó a llorar. No sabía que le hubiera quedado algo de llanto, pero allí, arrodillado, mirando a los llorosos ojos de Elyon, comenzó a estremecerse con sollozos prolongados y desesperados.

– Entiendes lo que has hecho y eso te está despedazando la mente. Quieres que tu esposa regrese, lo sé. Pero no es lo que estoy considerando.

– ¡Lo siento! -gritó él tontamente, pero en ese instante solo quería decir lo que fuera necesario para obtener el perdón total de Justin por sus dudas.

– Eres un príncipe para mí -expresó Justin-. Te he mostrado mi mente y mi camino, pero pronto te mostraré mi corazón.

– Pero Rachelle…

Thomas sintió que el corazón le podría explotar.

– Está en buenas manos -terminó Justin la frase-. Riendo como solía hacerlo en el lago.

Los ojos de Justin hicieron contacto con los otros, deteniéndose por un instante en cada rostro.

– El Gran Romance es para ustedes. Aunque me hubiera seguido uno solo de ustedes, los cielos no habrían podido contener mis lágrimas de gozo.

La pasión vehemente en los ojos de Justin aumentó. Corrió hacia Johan, le levantó la mano y se la besó.

– Johan…

Johan cayó de rodillas y sollozó antes de que Justin pudiera decir algo más.

– Te perdono -afirmó él y le besó la cabeza-. Ahora cabalgarás conmigo. Justin fue hasta donde el anciano Jeremiah, le levantó la mano y se la besó.

– Tú, Jeremiah, te llamé a que salieras de las hordas igual que a muchos. Pero solo tú viniste.

El viejo cayó de rodillas y comenzó a llorar.

Justin corrió hacia la madre de Lucy y le besó la mano.

– Y tú, Alisha, una vez te dije que el amor conquistaría a la muerte, pero que no parecería amor; ¿recuerdas?

Ella se puso de rodillas, bajó la cabeza y lloró.

– No, no, tú me seguiste, Alisha. ¡Todos ustedes me siguieron!

El continuó con la línea de personas, besando a cada uno en las manos. El Creador había tomado forma de hombre y les besaba las manos. Ellos apenas podían soportarlo, mucho menos entenderlo.

Justin retrocedió ante los diecisiete seguidores, todos ellos aún de rodillas. Caminó a la izquierda, luego a la derecha, como un hombre embelesado con la primera mirada a una magnífica obra que él mismo hubiera pintado.

– Maravilloso -exclamó para sí mismo-. Increíble.

El rostro se le contrajo por la emoción.

– Maravilloso, maravilloso, maravilloso -repitió mientras caminaba, con el rostro encendido de emoción.

Súbitamente desvió la mirada de ellos, cayó de rodillas, echó la cabeza hacia atrás y levantó los dos brazos al cielo.

– ¡Padre! -gritó-. Padre mío, ¡ella es hermosa!

Soltó una carcajada de gozo y sus ojos brillantes, llenos de amor, recorrieron el pequeño grupo.

– ¡Mi novia es hermosa! Cuánto he esperado por este día.

Thomas entendió al instante el significado de lo que ellos observaban. Apenas logró verlo a través de sus propias lágrimas, y no podía oír muy bien por sobre las palpitaciones de su corazón, pero supo que se trataba del Gran Romance entre Elyon y su creación. Su pueblo.

Elyon estaba restaurando el Gran Romance. Teeleh había robado su primer amor, pero ahora Justin lo reclamaba. El precio había sido su propia vida. Él se había echado encima la enfermedad y se había ahogado con ella, incitándoles a abrazar su invitación al Romance siguiéndolo dentro del lago para ahogarse con él. ¡Para que ellos vivieran como su novia!

Y Justin había llamado a su Padre. Hasta este momento, Thomas nunca había pensado en tan claras distinciones en el carácter de Elyon. Pero difícilmente podían ser más claras: de algún modo Elyon el Padre le había dado a Elyon, su hijo, una novia. Ellos eran la novia. Thomas no pudo dejar de pensar en que este mismo instante se había decidido mucho tiempo atrás.

Justin se puso de pie, corrió hacia su caballo y agarró la espada. Clavó la punta en la arena y comenzó a correr, arrastrando la espada. Trazando un gran círculo, corrió alrededor de ellos mientras observaban.

Este era el símbolo que ellos usaran una vez para significar la unión entre un hombre y una mujer. Medio círculo en la frente del hombre para un compromiso, un círculo completo para un matrimonio. Simbólicamente, él los estaba haciendo su esposa.

Justin terminó el círculo y tiró la espada en la arena.

– Ustedes son míos -declaró-. Nunca rompan el círculo que nos une. ¿Comprenden lo que les estoy pidiendo que hagan?

Ellos no podían hablar.

– Las vidas de ustedes siempre han girado en torno al Gran Romance y en los días venideros entenderán eso como nunca antes. Les encantará ser probados. Otros se les unirán. Algunos dejarán el círculo. Otros más morirán. Todos sufrirán. Las hordas los odiarán porque los shataikis les robaron el corazón a ellos y les cegaron los ojos. Pero si ustedes mantienen los ojos puestos en mí hasta el final -expuso y tragó grueso-, el lago parecerá insulso ante lo que nos espera.

– Ninguno de nosotros te dejará nunca -gritó Lucy.

Justin la miró como si fuera a llorar otra vez.

– Entonces guarda tu corazón, mi princesa. Recuerda cuánto te amo y ámame igual. Siempre.

Estaba mirando a Lucy, pero les hablaba a todos.

– No me volverán a ver por algún tiempo, pero siempre tendrán mi agua. Vayan al Bosque Sur, luego más allá hacia el borde más al sur, donde encontrarán un pequeño lago. Johan lo conoce -explicó y luego miró por sobre las cabezas de ellos hacia más allá de la selva-. Les encargo que los traigan hacia mí. Uno por uno, si deben hacerlo. Muéstrenles mi corazón. Guíenlos hacia el agua roja.

Cien preguntas inundaban la mente de Thomas. Encontró valor para hablar, aunque no para ponerse de pie.

– ¿Están rojos todos los lagos?

– Todos mis lagos están rojos. Para todo aquel que busca, esta agua representará vida, así como ustedes la hallaron al seguirme. Para los demás, los lagos serán una amenaza.

– ¿Se acabó la guerra? -preguntó Mikil.

– Mi paz es la guerra de ellos. La guerra vendrá contra ustedes, que por un tiempo hallarán seguridad en el Bosque Sur.

Él corrió hacia su caballo, sacó algo de la alforja en la silla y los miró.

– ¿Reconoces esto, Thomas?

Un viejo libro empastado en cuero. ¡Un libro de historia!

– Un libro de historia -exclamó Justin sonriendo; se lo lanzó a Thomas, que lo agarró con ambas manos-. Hay miles, no solamente los pocos que Qurong tiene en sus arcones. Este es solo uno, pero los guiará.

Thomas le palpó la cubierta gastada y pasó el dedo a lo largo del título.

Las historias escritas por el Amado

Abrió el libro. Letras unidas atravesaban la página.

– Léelo bien -pidió Justin-. Aprende de él. Ronin te ayudará a descubrir mis enseñanzas del Bosque Sur. Él te mostrará el camino.

Thomas cerró el libro.

– ¿Qué hay con el libro en blanco? -inquirió, tocándose el pequeño bulto en la cintura donde se hallaba el libro vacío-. ¿Tiene algún propósito?

– Los libros en blanco. También hay muchos de ellos. Son muy poderosos, amigo mío. Crean historia, pero solo en las historias. Aquí no tienen poder. Un día podrás entender, pero mientras tanto, guarda el que tienes… puede hacer estragos en las manos equivocadas.

Justin respiró profundamente.

– Ahora me debo ir -anunció, poniéndose la mano en el pecho-. Mantengan firmes y veraces sus corazones. Sigan el camino del libro que les he dejado. No salgan nunca del círculo.

Miró a cada uno con ternura y, cuando sus ojos se posaron en Thomas, este se sintió tanto debilitado como fortalecido por una prolongada mirada que lo atravesó.

Justin se volvió hacia su caballo.

– Espera -pidió Thomas parándose-. Si este libro solo funciona en las historias, ¿significa eso que las historias son reales? ¿El virus?

– ¿Soy un niño, Thomas? -preguntó a su vez Justin, volviéndose y sonriendo-. ¿Soy un cordero o un león, o soy Justin?

– ¿Eres un padre y un hijo?

– Lo soy. Y el agua también.

A Thomas le dio vueltas la mente.

– ¿Soñaré de nuevo?

– ¿Soñaste anoche?

– Sí. Pero no acerca de las historias.

– ¿Comiste la fruta?

– No.

– Bien entonces.

Él se subió a la silla y guiñó un ojo.

– Recuerden, no abandonen el círculo -manifestó, el caballo se alejó con un leve toque de talón y después trotó.

Entonces subió al galope la misma duna por la que había venido; una vez en la cima, hizo erguirse al caballo sobre las patas traseras y desapareció en el horizonte.

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