11

– ¿DUERME TODAVÍA? -inquirió Phil Grant.

– Como un bebé -contestó el desgarbado doctor abriendo la puerta de su laboratorio-. Insisto en que me deje analizarlo más. Esto es sumamente extraño, ¿entiende? Nunca antes lo había visto.

– ¿Le cuesta más trabajo poder acceder a los sueños de él?

– No sé a lo que pueda acceder, pero lo intento con gusto. Sea lo que sea que esté ocurriendo en esa mente, es necesario examinarla. Es indispensable.

– No estoy seguro de cuánto tiempo tenemos para lo que según usted es indispensable -opinó Grant-. Veremos.

Kara entró por delante de los dos hombres. Le pareció extraño que solo hasta hacía dos semanas ella llevara una vida tranquila como enfermera en Denver. Sin embargo, hela aquí, empujada de mala gana por el director de la CÍA y de un psicólogo de renombre mundial, que analizaban a su hermano para encontrar respuestas a la crisis más grande que quizás enfrentara alguna vez Estados Unidos.

Thomas se hallaba en un asiento reclinable color granate, luces tenues, mientras una versión orquestal de «Killing Me Softly» susurraba por los parlantes del techo. Kara había pasado la tarde poniendo sus asuntos en orden: El alquiler de su departamento en Denver, cuentas de seguro, una larga llamada a su madre, que se había horrorizado con todas las noticias acerca de que Thomas secuestrara a Monique. Dependiendo de lo que sucediera los siguientes días, Kara pensaba que podría volar a Nueva York para hacerle una visita. Le pesaba mucho la posibilidad de no volver a ver a su madre. Todos los científicos hablaban como si el virus no fuera a causar estragos por otros dieciocho días, pero en realidad podrían ser menos. Diecisiete. Dieciséis. Los modelos solo eran aproximados. Había la posibilidad de que todos tuvieran menos de tres semanas de vida.

.-¿Así que ha estado durmiendo tres horas sin soñar?

– Permítame decirlo de esta manera -contestó el doctor Myles Bancroft yendo al monitor y dándole un ligero toquecito-. Si está soñando, no es como ningún sueño que yo haya visto nunca. No hay movimiento rápido de ojos. No hay actividad cerebral perceptiva, ni fluctuación en la temperatura facial. Está en un sueño profundo, pero sus sueños son tranquilos.

– Por tanto, la idea de registrar sus patrones de sueño y de volverlos a alimentar…

– No presenta la más mínima oportunidad.

– Él parece tan… común y corriente -expresó Grant moviendo la cabeza de lado a lado.

– Está muy lejos de ser común y corriente -objetó Kara.

– Es obvio. Sencillamente es difícil imaginar que el destino del mundo dependa de algo en esta mente. Sabemos que él descubrió la variedad Raison… y la idea de que el antivirus esté oculto en esa mente de algún modo me pone nervioso, considerando que no ha tenido ni un día de capacitación médica en su vida.

– Por eso es indispensable que usted me deje pasar más tiempo con él – repitió Bancroft.

Lo miraron en silencio.

– Despiértelo -ordenó Kara.

– Despierta, muchacho -enunció Bancroft moviendo suavemente a Thomas.

Los ojos de Thomas se abrieron. Era gracioso que Kara ya no pensara en él como Tom. Ahora era Thomas. Le calzaba mejor.

– Bienvenido a la tierra de los vivos -bromeó el doctor-. ¿Cómo se siente?

– ¿Cuánto tiempo he estado durmiendo? -preguntó él, sentándose y frotándose los ojos.

– Tres horas.


***

THOMAS MIRÓ alrededor del laboratorio. Tres horas. Le parecieron más.

– ¿Qué sucedió? -curioseó Kara.

Lo miraban de manera expectante.

– ¿Funcionó? -indagó él.

– Eso es lo que nos estábamos preguntando -contestó Bancroft.

– No sé. ¿Registró usted mis sueños?

– ¿Soñó usted?

– No sé, ¿o sí? ¿O estoy soñando ahora?

– Por favor, Thomas -cuestionó Kara, suspirando.

– Está bien, entonces sí, desde luego que soñé. Regresé a la selva con mi ejército después de destruir a las hordas, la pólvora funcionó a las mil maravillas. Me reuní con el Consejo y luego me quedé dormido después de unirme a la celebración con Rachelle.

Puso los pies en el piso y se irguió.

– Y estoy soñando ahora, lo que significa que no comí la fruta. Ella me arrancará la piel.

– ¿Quién le arrancará la piel? -quiso saber Grant.

– Su esposa, Rachelle -contestó Kara. El director la miró con una ceja arqueada.

– Y pregunté acerca de los libros de historias -añadió Thomas-. Sé quién es el hombre que me podría decir dónde se encuentran.

– Pero ¿no recordó nada más respecto del antivirus? -presionó Grant.

– No. Su experimentito falló, ¿recuerda? Usted no puede estimular mis bancos de memoria porque no puede registrar los patrones característicos asociados con mis sueños, puesto que no estoy soñando. Eso lo resume muy bien, ¿no es así, doctor?

– Tal vez sí. Fascinante. Podríamos estar al borde de todo un mundo de entendimiento.

– Está bien, Gains tiene razón -intervino Grant meneando la cabeza-. De ahora en adelante debemos hablar lo menos posible de estos sueños. Mantenemos la historia directa y sencilla. Usted tiene un don. Ve cosas que aún no han sucedido. Eso es bastante difícil de creer, pero al menos existe ese precedente. A la luz de nuestra situación, bastantes personas le darán al menos una posibilidad de profeta. Pero el resto de ellas: su esposa, Rochel o como se llame, su consejo de guerra, las hordas, la fruta que no comió, todo eso, es estrictamente confidencial para cualquiera excepto Gains y yo.

– ¿Quiere usted considerarme como una especie de profeta místico? – preguntó Thomas-. No soy tan optimista como usted. No haré nada para influir en la comunidad internacional. Fuera de este salón solo soy una persona sencilla que podría saber más respecto de la situación a la mano que cualquier otro en este gobierno, debido a mi asociación con Monique. Fui el último en hablar con ella antes de que la raptaran. Soy el único que ha contactado con los terroristas y soy el único que ha previsto por anticipado el próximo movimiento de ellos. Considerando todo eso, soy un hombre a quien deberían tomar en serio. A juzgar por la más bien… cálida recepción que obtuve de los demás en la reunión de hoy, creo que eso podría tener más sentido.

– No discreparé -expresó Grant-. ¿Está usted previendo la necesidad de influir en la comunidad internacional?

– ¿Quién sabe? -inquirió Thomas pasando delante de él, su sensación de urgencia había crecido-. De un modo u otro tenemos que superar este asunto. ¡No puedo creer que los libros de historias aún existan! Si pudiera conseguirlos…

Se detuvo.

– Tengo que saber algo -continuó Thomas enfrentándoseles con ojos bien abiertos-. Tengo que saber si este corte en mi hombro vino de Carlos o de las hordas. En mis sueños, quiero decir.

Lo miraron sin ofrecerle ninguna afirmación de apoyo.

– De Carlos -contestó finalmente Karla.

– Pero no viste que él me cortara, ¿correcto? Yo ya sangraba cuando entraste a la habitación. No, necesito saber de verdad. Ellos están insistiendo en que las hordas me hicieron el corte.

– ¿Cómo… puedes probarlo de algún modo?

– Sí. Córtenme -enunció, y extendió el brazo-. Háganme una pequeña incisión y veré si la tengo cuando despierte.

Los tres parpadearon.

– Denme entonces una navaja.

Bancroft fue hasta un cajón, lo abrió y sacó unas tijeras.

– Bien, yo tengo estas…

– Usted no habla en serio, ¿verdad? -exclamó Grant. Thomas agarró las tijeras y se acercó la afilada punta a lo largo del brazo. Debía entender las reglas del caso.

– Solo un pequeño rasguño. Por mí. Tengo que saberlo.

Hizo un gesto de dolor y devolvió las tijeras.

– ¿Está usted sugiriendo que entre las realidades se ha transferido más de lo que está en su mente? -quiso saber el doctor.

– Por supuesto -contestó él-. Estoy aquí y allá. Físicamente. Eso es más que conocimiento o habilidades. Mis heridas aparecen en ambas realidades. Mi sangre. Vida. Nada más. Mi mente y mi vida. Por otra parte, mi edad no aparece aquí. Aquí soy más joven.

– Esto… esto es absolutamente increíble -titubeó el doctor.

Thomas miró a Grant.

– ¿Cuál es nuestra posición?

El director se tomó un rato para responder.

– Bueno… el presidente ha ordenado a la FEMA, la Agencia Federal de Gestión de Emergencias, que dirija todos sus recursos a trabajar con los Centros para el Control de Enfermedades y ha hecho intervenir a la Organización Mundial de la Salud. Ahora han confirmado el virus en treinta y dos aeropuertos.

– ¿Qué hay de la búsqueda de Monique? El resto podría ser vano a menos que la hallemos.

– Estamos trabajando en eso. Los gobiernos de Inglaterra, Alemania, Francia, Tailandia, Indonesia, Brasil… una docena más están haciendo todo lo posible.

– ¿Suiza?

– Naturalmente. Quizás yo no pueda predecir un virus, o pelear contra las hordas, pero sí sé cómo buscar fugitivos en el mundo real.

– Svensson se ha metido en un hueco en algún lugar preparado desde hace mucho tiempo. Uno en que nadie pensaría buscar. Como el de las afueras de Bangkok.

– ¿Cómo encontró usted ese lugar?

Thomas miró a Kara.

– ¿Podrías volver a hacerlo? -preguntó ella-. El mundo ha cambiado, pero eso no significa que Rachelle no esté conectada de alguna manera con Monique, ¿de acuerdo?

Thomas no respondió. ¿Y si él estuviera equivocado? Todavía era Thomas Hunter, el escritor fracasado de Denver. ¿Qué derecho tendría de informar a la CÍA? Las posibilidades eran gigantescas.

Por otra parte, él había tenido razón más de una vez. Y había peleado triunfalmente con las hordas durante quince años. Eso le había hecho ganar algo, como le dijera el presidente.

– ¿Me podría explicar alguien? -indagó Grant.

Kara lo miró.

– Rachelle, la esposa de Thomas en sus sueños, lo dirigió sin querer a Monique la primera vez. Ella parecía saber dónde la tenían prisionera. Pero se puso celosa de Monique porque se dio cuenta de que Thomas se estaba enamorando de ella aquí. Así que no quiso volver a ayudarlo. Por eso él acordó no soñar durante quince años.

– Debí haberme tomado más tiempo -opinó Bancroft-. Usted está enamorado de dos mujeres diferentes, ¿una en cada realidad?

– Aquello fue en un período continuo -enunció Thomas.

Eso era algo que Thomas había estado tratando de acallar desde que despertara del sueño de quince años, pero que perduraba en el fondo de su mente. Parecía absurdo que tuviera en absoluto ningún sentimiento hacia Monique. Sí, habían enfrentado juntos la muerte y ella lo había besado como un asunto de supervivencia. Él encontró encantador el impetuoso espíritu de ella y parecía como si estuviera viéndole el rostro en todo momento. Pero quizás los celos de Rachelle le motivaron desde el principio los sentimientos románticos hacia Monique. Tal vez él no hubiera empezado a enamorarse de ella si Rachelle no se lo hubiera sugerido.

Ahora, después de quince años con Rachelle, había desaparecido cualquier idea romántica que una vez pudo haber sentido por Monique.

– Todo el asunto es más que un período continuo -formuló Grant-, empezando con su predicción de la variedad Raison. Pero ahora se trata de realidades, ¿no es así? Por tanto, consiga sus libros de historias, vaya donde Rachelle y convénzala de que nos ayude aquí. Quiero decir que se ponga a dormir y sueñe.

Él movió la cabeza de lado a lado y empezó a ir hacia la puerta.

– Con algo de suerte usted tendrá algo más sensato qué decirle al presidente cuando se reúna con él mañana.


***

LA HABÍAN vuelto a mudar. Dónde, ella no tenía ninguna pista.

Monique de Raison miró el monitor, la mente confrontada, los ojos ardiéndole.

Habían pasado menos de veinticuatro horas desde que por segunda vez en muchos días le pusieran un saco en la cabeza y la metieran en un vehículo y después en un avión. El vuelo había durado varias horas… podía estar en cualquier lugar. Hawái, China, Argentina, Alemania. Habría podido imaginarse la región por alguna vaga conversación que alcanzara a oír, pero le metieron cera en los oídos y se los taparon. Ni siquiera podía determinar el clima o la humedad, porque habían aterrizado durante un temporal de lluvias que le humedeció la capucha antes de que la metieran a la fuerza a otro auto y la trajeran aquí.

Un individuo de ascendencia alemana o suiza totalmente desconocido para ella le había quitado la bolsa de la cabeza y destapado los oídos. Sin hablar, la dejó en este salón.

Otro laboratorio. Blanco encandilador. Pequeño, quizás de siete metros por siete, pero equipado con lo más moderno. A lo largo de una pared había un microscopio Siemens de emisión de campo electrostático. El microscopio podía examinar de manera eficaz muestras húmedas y especímenes tratados con nitrógeno líquido. De lo mejor en su género. Al lado, una larga mesa mostraba tubos de ensayo y un contador Beckman Coulter.

En el rincón, un colchón, y en un cuarto contiguo sin puerta, un baño y un lavabo.

El salón estaba construido con bloques de carboncillo, igual que los otros. Con una segunda mirada tuvo la seguridad de que quien hubiera construido los otros dos laboratorios en que estuvo, también había construido este. ¿Cuántos tenían? Y habían equipado cuidadosamente cada uno con todo lo que necesitaría un virólogo.

Monique se acurrucó en el colchón, vestida con pantalones azules claros y blusa que le hacía juego, ropa que le dieron antes del viaje. Lloró. Era consciente de que debía ser fuerte. De que Svensson en realidad no liberaría el virus como había amenazado hacer. De que, si lo hacía, tal vez ella era la única persona que podría detener el virus. Pero era terriblemente mínima la posibilidad de que la «puerta de atrás» que creó sobreviviera a la mutación. Ellos tendrían que estar fanfarroneando.

Sin embargo, ella había llorado.

Un pelirrojo con bata blanca y bifocales entró al salón veinte minutos después llevando un maletín de piel de serpiente.

– ¿Está usted bien? -le preguntó; parecía sorprendido de veras de la condición de ella-. ¡Dios mío! ¿Qué le han hecho? Usted es Monique de Raison, ¿verdad? La Monique de Raison.

Ella se puso de pie y se quitó el flequillo de los ojos. Un científico. Le renació la esperanza. ¿Era un amigo?

– Sí -contestó ella.

Solo unos días antes, Monique podría haber abofeteado a este hombre por su mirada boquiabierta. Ahora ella se sentía insignificante. Muy insignificante.

Los ojos del hombre brillaban.

– Tenemos una apuesta. Tenemos una apuesta -dijo y señaló hacia la puerta-. Quién lo encuentra primero, usted o nosotros.

Luego se inclinó al frente como si se debiera mantener en secreto lo que estaba a punto de decir.

– Soy el único que apuesta por usted.

Ella pensó que el sujeto estaba ligeramente loco.

– Ninguno de nosotros lo descubrirá -expresó ella-. ¿Comprende usted lo que está pasando?

– Desde luego que sí. Al primero que aísle el antivirus se le pagarán cincuenta millones de dólares y a cada uno del equipo completo se le pagarán diez millones. Pero hay once equipos, así que Petrov…

Ella entonces le dio una cachetada. Los lentes le volaron por el salón.

– Él va a liberar el virus, ¡idiota!

– Ya lo hizo -anunció el científico mirándola, luego puso el maletín en el suelo y fue por los lentes. Regresó con ellos puestos-. Todo lo que usted necesita está en el maletín; verá todo nuestro trabajo en cálculos de tiempo real y nosotros veremos el suyo.

Entonces se dirigió a la puerta.

– Lo siento, ¡por favor! -exclamó ella corriendo detrás de él-. ¡Usted tiene que ayudarme!

Pero él cerró la puerta y desapareció.

Eso ocurrió hace solo una hora. Ahora Monique miraba una vertiginosa serie de números y trataba desesperadamente de concentrarse.

Él no ha liberado el virus, Monique. Las posibilidades de encontrar a tiempo m antivirus son demasiado pocas. ¡Sería suicidio!

Pero él la había secuestrado, ¿verdad? Él sabía que finalmente lo iban a atrapar y que iba a pasar el resto de su vida en prisión. ¿Qué tenía que perder?

Y Thomas…

La mente de Monique se centró en sus dos encuentros con el estadounidense. En el irracional secuestro. La había atado al aire acondicionado en el hotel Paradise mientras él dormía, mientras viajaba en sueños para obtener información que él no tenía cómo conocer. El ataque por parte de Carlos. Ella le había visto dispararle a Thomas, y sin embargo este sobrevivió y vino de nuevo por ella. Ella lo había besado. Lo hizo para distraer a quien observara, pero también porque él arriesgó su vida por ella; además, se sentía desesperada porque la salvara. Él era su salvador.

Monique no sabía si sus sentimientos irresponsables por Thomas los motivaba el carácter de él o la desesperación de ella. Las emociones de la mujer difícilmente eran confiables en un momento como ese.

¿Estaría aún vivo?

Tienes que concentrarte, Monique. Vendrán por ti otra vez. Tu padre tendrá a todo el mundo buscándote.

Respiró hondo y se volvió a concentrar. Un modelo de su propia vacuna Raison llenaba una esquina de la pantalla. Debajo, un modelo de la variedad Raison, una mutación que logró sobrevivir después de someter a la vacuna a calor intenso, exactamente como Thomas predijera. En la última hora Monique había analizado un centenar de veces una simulación de la mutación real y veía cómo actuaba. Este era un fenómeno de naturaleza mucho más compleja que cualquier cosa que se le pudiera ocurrir a un genetista por cuenta propia.

Irónicamente, la creación genética de Monique, diseñada para mantener viable a la vacuna por largos períodos sin contactar a ningún huésped o nada de humedad, había permitido mutar a la inerte vacuna en tan adversas condiciones.

Hasta donde ella podía ver, solo había dos medios en que se podría desarrollar un antivirus con alguna velocidad, lo cual significaba semanas en vez de meses o años.

Lo primero sería identificar el patrón característico que Monique había creado en su vacuna para desconectarla, por así decirlo. Ella había desarrollado una forma simple para introducir un agente de transmisión por vía aérea en las inmediaciones de la vacuna… un virus que en esencia neutralizaría la vacuna al insertar el propio ADN del virus en la mezcla y hacer inofensiva a la vacuna. Este era tanto su patrón característico personal como un disuasorio para el juego sucio o el robo.

Si ella lograra encontrar el gen específico que había creado, y si este hubiera sobrevivido a la mutación, entonces introducir el virus que había desarrollado para neutralizar la vacuna también podría hacer que la variedad Raison resultara inocua. Si, si y podría eran las palabras clave.

La francesa conocía el patrón característico tanto como a su mejor amiga. El problema ahora era cómo hallarlo en ese fragmentado desorden llamado Variedad Raison.

La otra manera única de desenmarañar un antivirus en tan corto plazo era encontrar por casualidad las correctas manipulaciones de genes. Pero diez mil técnicos de laboratorio podrían coordinar sus esfuerzos durante sesenta días sin obtener la combinación correcta.

Svensson sabía algo o no se arriesgaría a tanto en tan poco tiempo. Seguramente se dio cuenta de que el patrón característico de ella no había sobrevivido, o que quizás no funcionaría en la vacuna mutada.

Monique movió el cursor sobre la tecla debajo del diagrama de la variedad y lo sacó a una ventana del ADN del virus. Buscaría primero su clave.

Dio un golpe con el puño en el escritorio negro de fórmica. En una bandeja se zarandearon tubos de vidrio. A través de sus apretados dientes soltó un insulto.

– ¡Esto no puede estar sucediendo!

– Me temo que sí.

¡Svensson! Giró ella en la silla. El viejo libidinoso se hallaba en la entrada, sonriendo pacientemente, apoyado en un bastón blanco.

Entró al salón, arrastrando la pierna, con un brillo de satisfacción en los ojos.

– Perdón por haberte dejado sola tanto tiempo, pero he estado un poco preocupado. Los dos últimos días han estado plagados de incidentes.

Monique se puso de pie y se agarró del escritorio para ocultar un temblor en la mano. El sujeto vestía chaqueta negra, camisa blanca, sin corbata. Tenía e' cabello oscuro con raya al medio y alisado hacia atrás con vaselina. En los nudillos le sobresalían sus venas azules.

– ¿Qué pasa? -inquirió ella, tan tranquila como pudo.

– ¿Qué no pasa? -contestó él cerrando la puerta-. Pero es injusto. No tienes idea de lo emocionante que se ha vuelto el mundo en las últimas cuarenta y ocho horas, porque has estado trabajando duro para tratar de salvarlo.

– ¿Cómo puedo trabajar si usted me traslada cada doce horas?

– Estamos en una isla de Indonesia, en un monte llamado Cíclope. Muy seguro. No te preocupes, nos quedaremos al menos tres días. ¿Has hecho algún avance?

– ¿Con qué? Usted nos ha dado una tarea imposible.

La sonrisa del viejo no se debilitó, pero los ojos le brillaban. La analizó una excesiva cantidad de tiempo.

– No estás tan motivada como esperaba. Inserta este disco, por favor – pidió él yendo hacia ella y sacando un CDROM del bolsillo de la camisa-. Y ni se te ocurra pensar en asaltarme. Serías una tonta si crees que no podría abrirte el vientre con un movimiento de muñeca.

Ella agarró el disco y lo introdujo en la bandeja DVD de la computadora. Esta se replegó.

– El resto del mundo ha tenido la ventaja de ver durante tres días lo que vas a ver ahora. Quiero que estés segura de entenderlo todo.

El caparazón de un virus solitario salió en la pantalla y Monique lo reconoció al instante. La variedad Raison. Un reloj mostraba la hora real en la base de la figura.

– Sí, un mercenario sumamente eficaz. Pero no has visto lo que puede hacer de veras.

– Esto es una simulación -objetó ella-. Cualquiera puede crear una tira cómica.

– Te aseguro que no se ha usado ni una sola pieza de datos hipotéticos para esta «tira cómica», como la llamas. La dejaré para que la analices después.

Monique observó el ingreso del virus en un pulmón humano, el cual de inmediato se puso a obrar en las células de los alvéolos. Ella sabía cómo iba a funcionar: introduciendo su propio ADN a las células y finalmente destrozándolas. Pronto miles de células infectadas del virus recorrían el sistema de venas y arterias del cuerpo, buscando nuevos órganos. Aun así, con ese daño microscópico, no sería evidente ningún síntoma.

El reloj de la base de la figura se aceleró y comenzó a marcar horas, luego días. Se puso más lento en el dieciséis. Las células infectadas habían alcanzado una masa crítica y estaban produciendo síntomas. El asalto a los órganos del cuerpo resultó en una tremenda hemorragia interna y rápido fallo en dos días más.

Como un ácido, el virus se había comido al huésped de adentro hacia fuera.

– Asquerosa bestiecita -declaró Svensson-. Hay más.

Monique había visto mil simulaciones de bacterias. Había participado en autopsias de víctimas de ébola. Había visto y analizado más virus que cualquier otra persona viva. Pero nunca había visto un animal tan devastador, ni que fuera tan contagioso, tan sistemático, y tan inocuo antes de alcanzar la madurez y consumir a su huésped como muchas pirañas.

Monique carraspeó.

El siguiente cuadro mostró un mapa del mundo. Se iluminaron doce puntos rojos. Nueva York, Washington, Bangkok y otros diminutitos fuegos más se encendieron.

– Perdona el melodrama, pero en realidad no hay otra manera de mostrar lo que no se puede ver a simple vista.

Al finalizar el día uno ya eran veinticuatro las ciudades.

– Nuestro depósito inicial. Todo lo demás es la propia obra del virus.

Se extendieron líneas sobre el mapa que mostraban rutas de tráfico aéreo. Se extendieron las luces. La mitad del mapa era de color rojo homogéneo para el inicio del día tres.

Ahora la simulación cambió para mostrar la extensión del virus de un huésped a otro. Monique conocía muy bien los hechos: Un estornudo contenía hasta diez millones de gérmenes que viajaban a ciento sesenta kilómetros por hora. Con este virus solo pasaban cuatro horas desde que una persona adquiría el germen hasta que se volviera contagiosa. Incluso suponiendo que cada agente contagioso infectara solo a cien por día, las cantidades aumentaban de manera exponencial. Para el día nueve la cantidad había llegado a seis mil millones.

Svensson estiró la mano al frente y presionó la barra espaciadora. La simulación se detuvo.

– Eso nos actualiza.

Al principio ella no entendió. ¿Qué quería decir con actualizar?

– Añades o quitas unas cuantas horas -continuó él.

– ¿Está usted diciendo que ya lo hizo?

Como prometí. Y debo admitir que no todas las ciudades infectadas tienen saturación. La luz roja significa que el virus se está transmitiendo actualmente por vía aérea, que se está dispersando en esa ciudad. Calculamos que se necesitarán dos semanas para la saturación mundial.

Él sacó un minúsculo envase cilíndrico de vidrio. Lo destapó. Olfateó la abertura.

– Sin olor.

Monique supo entonces la verdad. Era difícil de captar, aun con las simulaciones de Svensson. Una cosa eran modelos computarizados, teorías y dibujos, pero imaginar que ella estaba viendo lo que ocurría de veras…

Él podía estar mintiendo al respecto, obligándola a trabajar en un antivirus para con este poder chantajear al mundo.

– Veo que necesitas algo más convincente -anunció mientras presionaba el botón del intercomunicador en el teléfono-. Tráiganlo.

Agarró un portaobjetos limpio.

Tal vez en realidad ya lo había hecho.

– Esto es absurdo. Estados Unidos estaría enojadísimo si…

– ¡Estados Unidos está enojadísimo! -gritó Svensson-. Cada nación con algo parecido a un ejército está muy molesta. Las personas aún no lo saben, pero los gobiernos ya llevan dos días peleándose. Los CDC ya identificaron el virus en más de cincuenta ciudades.

La puerta se abrió y a empujones entró un hombre atado; llevaba camisa verde y una bolsa negra sobre la cabeza. Carlos entró y cerró la puerta.

Svensson sacó un escalpelo del bolsillo y se acercó al hombre.

– Lo agarramos en un club nocturno de París. No tenemos idea de quién se trate, aunque parece que podría ser un visitante del Mediterráneo. Quizás griego. Tiene la boca tapada, así que no te molestes en hacerle preguntas. Las posibilidades de que se haya infectado son muy grandes, considerando dónde estaba pasando el tiempo, ¿no estarías de acuerdo?

Sin esperar respuesta, Svensson le acuchilló el pecho al hombre. Este retrocedió bruscamente y gimió detrás de su mordaza. Svensson adhirió el portaobjetos a la línea de sangre que se filtraba y que oscurecía la camisa verde.

Se fue hacia el microscopio de electrones, lo agarró y colocó el portaobjetos en su lugar.

– Observa por ti misma -manifestó y retrocedió.

El hombre había caído de rodillas, ahora con la camisa empapada de sangre.

A Monique le daba vueltas la cabeza.

Svensson fue hasta donde el hombre, extrajo una pistola y le disparó en la cabeza. Su víctima cayó al suelo. ¡Observa! -ordenó el suizo, indicando el microscopio con la pistola.

Monique fue hacia el monitor, con los oídos zumbándole y el pulso latiéndole con fuerza. Hizo trabajar el conocido instrumento sin pensar en lo que hacía. Tardó mucho en centrarse, porque no podía controlar las manos. Le temblaban y parecían haber olvidado qué hacer.

Pero, cuando finalmente encontró un parche en el portaobjetos que correspondía a la gran ampliación, difícilmente pudo dejar de notar los cuerpos extraños que nadaban en la sangre del hombre.

Monique pestañeó y aumentó la ampliación. Detrás el salón estaba en silencio. Solamente se encontraba ella, respirando por las fosas nasales. Esta era. Esta era la variedad Raison.

La joven se enderezó.

– No más juego, Monique. No hay manera de detener la expansión del virus. Sin un antivirus moriremos todos. En realidad es así de sencillo. Sabemos que creas una «puerta trasera» en tus vacunas. Debemos identificar esta puerta trasera, verificar que no ha murado con la vacuna y luego crear el virus que imposibilite la variedad Raison. No te mentiré; no te estoy diciendo todo… eres suficientemente lista para imaginar eso. Pero te estoy diciendo lo que debes saber para representar tu parte en ayudar a que la humanidad sobreviva.

– No creo que ustedes sepan lo que han hecho -enunció ella enfrentándosele, con frialdad repentina.

– Ah, sí lo sabemos. Y yo, así como tú, solo estoy representando mi parte. Todos deben representar la suya o el juego terminará mal. Pero no creas que algo de esto ha escapado a nuestro cálculo. Hemos previsto todo.

Miró a Carlos.

– Está el asunto del irritante estadounidense, por supuesto. Pero hemos tratado con él. Quizás no muera tan fácilmente, pero tenemos otros medios. Dudo que un alma viva comprenda la amplitud de nuestro poder.

Thomas aún estaba vivo.

Ella miró el cuerpo desplomado en el suelo. Estaba muerto, pero Thomas estaba vivo. Un hálito de esperanza. -Necesitamos la clave -advirtió Svensson.

– Haré lo que pueda.

– ¿Cuánto tiempo?

– Si sobrevivió a la mutación, tres días. Tal vez dos.

– Perfecto -asintió sonriendo el suizo-. Ahora debo tomar un avión. Ellos te cuidarán. Eres muy importante para nosotros, Monique. Necesitaremos mentes brillantes cuando esto termine. Trata por favor de pensar positivamente.


***

– ¡ESTO ES una atrocidad!

Tres de los cuatro hombres del salón miraron a Armand Fortier con asombro.

– ¿Lo es, Jean? Fortier se puso de pie y se volvió a los hombres que dirigían Francia: el premier, Boisverte, que acababa de objetar; el presidente Gaetan, que era una comadreja y finalmente capitularía; Du Braeck, el ministro de defensa, que era el más valioso para Fortier; y el director de la policía secreta, la Süreté, Chombarde, que de momento era el único que no tenía los ojos desorbitados. Se había seleccionado a cada uno de forma deliberada; ahora cada uno se enfrentaba con la decisión de vivir mañana o morir esta noche, aunque no lo entendían en esos términos. No todavía.

– Cuidado con lo que dice -advirtió Fortier.

– ¡Usted no puede hacer esto!

– Ya lo hice.

Como ministro de relaciones exteriores, Fortier había convencido a Henri Gaetan de que convocara esta reunión de emergencia para tratar el reciente ultimátum de Valborg Svensson. Fortier le dijo a Gaetan que tenía información crítica relacionada con el virus y sugirió que los líderes se reunieran en el Château Triomphe en la ribera derecha.

El salón de conferencias privadas debajo del antiguo refugio de dos pisos era el ambiente perfecto para nuevos inicios. Lámparas montadas sobre los muros de piedra irradiaban una luz ámbar a través del lujoso mobiliario. Parecía más una sala de estar privada que un salón de conferencias: sillas de cuero de elevada estructura con incrustaciones de bronce, una enorme chimenea con ávidas llamas, una araña de cristal de bronce sobre la mesa de centro, un bar totalmente surtido.

Y lo más importante, fuertes muros. Muy fuertes muros.

Armand Fortier era un hombre obeso. Cejas gruesas, muñecas gruesas, labios gruesos. Solía decir que su mente era suficientemente aguda para bajarle los humos a cualquier mujer en cuestión de segundos. Ellas no sabían qué hacer ante tan firme declaración, pero las ponía a la defensiva de tal modo que cuando las dominara no fueran tan sumisas.

Ese era su único vicio.

Eso y el poder.

Él sabía que se pudo haber apoderado de la presidencia mucho tiempo atrás, pero no estaba interesado en Francia… el examen de nivel en tal cargo habría obrado en su contra. Sin embargo, su nombramiento como ministro de relaciones exteriores lo puso en la posición perfecta para sus verdaderas aspiraciones.

Henri Gaetan era un tipo espigado y delgado con ojos hundidos y la línea de la mandíbula tan aguda como la mente de Fortier.

– ¿Qué está usted diciendo, Armand? ¿Que trabaja para Valborg Svensson?

– No.

Fortier había reclutado primero a Svensson hacía quince años para dirigir una operación mucho más sencilla: Acuerdos de armas imposibles de rastrear con varias naciones interesadas; estos pactos involucraban investigación de armas biológicas a cambio de lucrativos contratos. Los acuerdos le habían producido ganancias multimillonarias. El dinero había alimentado el imperio farmacéutico de Svensson, con condiciones, naturalmente.

Armand no había captado el verdadero potencial del arma biológica adecuada hasta que observó a una de esas naciones utilizar uno de los agentes de Svensson contra los estadounidenses. El incidente alteró para siempre el curso de la vida de Fortier.

– ¿Cómo es posible esto? -exigió el presidente-. Usted está sugiriendo que cedamos a las demandas de él…

– No. Estoy sugiriendo que cedan a mis demandas.

– Por tanto, él trabaja para usted -concluyó Chombarde.

– Caballeros, tal vez ustedes no entiendan realmente lo que ha sucedido. Permítanme clarificarlo. La mitad de nuestros ciudadanos hoy salen a trabajar, cuidan a sus hijos, asisten a clases y hacen todo lo demás que realizan en esta maravillosa república nuestra sin la más leve idea de que han sido infectados con un virus que en dos semanas se habrá apoderado de todas las almas en este planeta. Se le denomina Variedad Raison y reposará tranquilamente durante los próximos dieciocho días antes de empezar a matar; entonces 10 hará de modo muy vertiginoso. No hay cura. No hay manera de hallar una cura. No hay forma de detener el virus. Solo existe un antivirus, y yo lo controlo. ¿Hay alguna parte de esta explicación que se le escapa a alguno de ustedes?

– ¡Pero lo que usted está haciendo es moralmente reprensible! – exclamó el premier.

Solo el ministro de defensa, Georges Du Braeck, no había hablado. Parecía ambivalente. Eso era bueno. Fortier necesitaría más la cooperación de Du Braeck que la de cualquiera de los otros.

– No señor. ¡Aceptar la muerte de manera voluntaria es moralmente reprensible! Les estoy ofreciendo su única vía de escape a esa muerte más que segura. A muy pocos hombres en este mundo se les brindará la clase de oportunidad que les estoy ofreciendo esta noche.

Ninguno habló por algunos momentos.

– Usted está subestimando a las potencias nucleares del mundo – declaró el presidente parándose con dificultad y dirigiéndose a Fortier a tres metros de distancia-. ¿Espera que ellos carguen sencillamente sus portaaviones y sus fuerzas armadas y mercantes, y traigan flotando sus arsenales nucleares a Francia porque se los exijamos? ¡Primero los lanzará.

Esa era la misma objeción que otros jefes de estado mucho más pequeños expresaron la primera vez que él les había sugerido el plan una década atrás. Fortier sonreía ante la necedad de un hombre.

– ¿Me toma por imbécil, Henri? ¿Cree que en los últimos diez años he pasado haciendo cálculos menos tiempo que usted, tras solo unos minutos? Siéntese, por favor.

Había un temblor en las manos de Henri Gaetan; las extendió hacia atrás para apoyarse en la silla y se sentó con lentitud.

– Bien. Ellos objetarán, naturalmente, pero ustedes subestiman el impulso humano por la preservación personal. Al final, al enfrentarse a una alternativa entre la muerte sangrienta de veinte millones de niños inocentes y su ejército, preferirán sus niños. Nos aseguraremos de que la alternativa se entienda en esos términos. Los británicos, los rusos, los alemanes… todos decidirán vivir, y pelear otro día. Como espero que ustedes hagan.

Él pensó que la naturaleza de su amenaza contra cada uno de ellos empezaba a hundirlos personalmente.

– Voy a expresarlo de este modo: En menos de dieciocho días habrá cambiado de forma dramática el equilibrio del poder en este planeta. El curso está establecido; el resultado es inevitable. Hemos elegido a Francia como sede de la nueva superpotencia del mundo. Como líderes de Francia, ustedes tienen dos alternativas. Pueden facilitar este cambio en el poder global y vivir como parte del liderazgo que todos ustedes han deseado secretamente por muchos años o pueden rechazarme y morir con los demás.

Ahora sin duda entenderían.

El ministro de defensa estaba sentado con las piernas cruzadas, con la firmeza con que cualquier estalinista enfrentaría tal ultimátum.

– ¿Podría hacer algunas preguntas? -expresó finalmente.

– Por favor.

– No hay manera física de que Estados Unidos, por no hablar del resto del mundo, embarque todos sus armamentos nucleares en catorce días. Es necesario evacuarlos de puntos de lanzamiento y de depósitos ocultos de armas, enviarlos a la costa este, cargarlos en barcos y hacer que atraviesen el Atlántico.

– Naturalmente. La lista que les hemos dado incluye todos sus misiles intercontinentales antiaéreos, sus misiles de largo alcance, la mayor parte de su marina de guerra, incluidos sus submarinos, y la mayoría de su fuerza aérea, mucha de la cual se puede transportar. Estados Unidos deberá tomar medidas extraordinarias, pero no les hemos exigido nada más ni nada menos de lo que se puede. En cuanto a los británicos, hindúes, pakistaníes e israelíes, les estamos exigiendo todos sus arsenales nucleares.

– ¿China y Rusia?

– China. Digamos que China no será un problema. No tienen amor por Estados Unidos. Los chinos ya aceptaron y mañana empezarán los envíos en intercambio por ciertos favores. Serán un ejemplo a seguir para otros. Rusia representa una historia diferente, pero hemos alineado varios elementos críticos. Aunque voceen sus objeciones, accederán.

– Entonces tenemos aliados.

– Hasta cierto punto.

La revelación produjo un prolongado momento de silencio.

– Los estadounidenses siguen siendo la mayor amenaza. Suponiendo que accedan, ¿cómo puede Francia acomodar toda esta enorme cantidad de armamento? -preguntó Gaetan haciendo girar la mano-. No tenemos las personas ni el espacio.

– Lo destruimos -opinó el ministro de defensa.

– Muy bien, Du Braeck. La superioridad se mide en proporciones, no en cantidades, ¿correcto? Diez a uno es mejor que mil a quinientos. Hundiremos más de la mitad del armamento militar que recibamos. Piensen en esto como desarme obligado. La historia hasta podría sonreímos.

– Por eso usted eligió aguas profundas cerca de la base naval Brest.

– Entre otras razones.

– ¿Y cómo podemos protegernos contra un asalto durante esta transición de poder? -quiso saber el ministro de defensa. ¡ Fortier había esperado estas preguntas y tenía respuestas tan detalladas que no podría empezar a explicar todo en esta reunión. Inventarios de armamento, posible movimiento de tropas, ataques preventivos, voluntad política… se había considerado detenidamente toda posibilidad. Su única tarea esta noche era ganarse la confianza de estos cuatro hombres.

– Catorce días es tiempo suficiente para enviar armas, no para desplegar tropas. Todo ataque de largo alcance vendría por aire. Gracias a los rusos, tendremos la amenaza de las represalias para disuadir cualquier ataque. La otra amenaza inmediata vendría de nuestros vecinos, principalmente Inglaterra. Estaremos más débiles en los tres días siguientes, hasta que podamos reponer nuestras fuerzas para repeler un ataque por tierra y aceptar refuerzos de los chinos. Pero el mundo estará en un caos político… la confusión nos dará el tiempo que necesitamos.

– A menos que ellos sepan quién es el responsable ahora.

– Tendrán que suponer que el gobierno francés se está viendo obligado. Además, no tienen garantía de que un ataque aseguraría el antivirus, al que no tendremos en un frasquito en nuestro parlamento a la vista de todo el mundo. Solo yo sabré dónde se encuentra.

– ¿Por qué Francia?

– Por favor, Georges. ¿No fue Hitler quien afirmó que quien controle Francia controla Europa y que quien controle Europa controla el mundo? Tenía razón. Si hubiera una nación más estratégica, pediría disculpas y me iría ahora. Francia es y siempre será el centro del mundo.

El presidente había cruzado las piernas; el director de la Süreté había dejado de parpadear; el ministro de defensa prácticamente resplandecía. Se estaban ablandando.

Solo el primer ministro Boisverte aún fulminaba con la mirada.

Caballeros, déjenme darles un ejemplo de cómo acabará esto. Jean, ¿podría venir acá?

El desafiante primer ministro simplemente se quedó mirándolo.

– Por favor -lo señaló-. Párese aquí. Insisto.

El hombre aún titubeaba. Era duro hasta los huesos.

– Entonces se hará donde usted está -advirtió Fortier metiéndose la mano en la chaqueta y sacando una pistola nueve milímetros con silenciador. Apuntó el arma al primer ministro y jaló el gatillo. La bala atravesó la silla exactamente por encima del hombro.

Los ojos del primer ministro se le salían de las órbitas.

– ¿Ven? Esto es lo que hemos hecho. Les hemos disparado una bala de advertencia por la proa. Exactamente ahora ellos no están seguros de nuestra disposición para poner en práctica nuestro plan. Pero muy pronto…

Movió la pistola y le metió una bala al hombre en la frente.

– …lo estarán.

El primer ministro se desplomó en la silla.

– No piense en esto como una amenaza, Henri. Jean habría muerto de todos modos en dieciocho días. Todos moriremos a menos que hagamos exactamente lo que he dicho. ¿Lo duda alguien?

Los otros tres hombres lo miraron con una calma que sorprendió agradablemente a Fortier.

– Si muero, se perdería el antivirus -advirtió Armand metiéndose la pistola al bolsillo y alisándose la chaqueta-. El mundo moriría. Pero no tengo intención de morir. Les invito a unírseme con intenciones parecidas.

– Naturalmente -contestó Georges.

– ¿Henri? -inquirió Fortier mirando al presidente.

– Sí.

– ¿Chombarde?

– Por supuesto -respondió el director de la Süreté bajando la cabeza.

– ¿Y cómo procedemos? -preguntó el presidente. Fortier rodeó la silla y se sentó.

– En cuanto a los miembros de los militares, la Asamblea Nacional y el Senado, quienes deben saberlo, nuestra explicación es sencilla: Ha venido una nueva exigencia de Svensson. Ha elegido nuestra base naval en Brest para acomodar sus demandas. Francia estará de acuerdo con el entendimiento de que estamos atrayendo a Svensson a nuestra propia telaraña. Una treta sutil. En una semana empezarán a desaparecer las voces de la oposición. Preveo que haremos un llamado de corte marcial a fin de protegernos contra toda insurgencia o cualquier disturbio en el fin de la semana. Para entonces tendremos tomada la mayor parte del mundo, y el pueblo francés sabrá que su única esperanza de sobrevivir yace en nuestras manos.

– ¡Qué cosa! ¡Qué cosa! -musitó el presidente-. Estamos realmente haciendo esto.

– Así es. Lo estamos haciendo -declaró Fortier, luego estiró la mano hacia un montón de carpetas sobre la mesa al lado de su codo-. No tenemos tiempo para revisar todos nuestros desafíos individuales, así que me he tomado la libertad de hacerlo por ustedes. Deberemos ajustamos en la marcha, desde luego.

Pasó una carpeta a cada uno.

– Piensen en esto como un juego de póker con fuertes apuestas. Espero que cada uno de ustedes mantenga sus cartas cerca del pecho.

Los hombres agarraron las carpetas y las abrieron. Una sensación de propósito se había asentado en el salón. Henri Gaetan miró el cadáver del primer ministro.

– Él ha hecho un viaje de emergencia hacia el sur, Henri. El presidente asintió.

– Thomas Hunter -expuso Chombarde, levantando la primera página de su carpeta-. El hombre que secuestró a Monique de Raison.

– Sí. Él es… un hombre único que se ha interpuesto en nuestro camino. Podría saber más que de lo que necesitamos que sepa. Usen cualquier fuerza que sea necesaria para traerlo, vivo si es posible. Coordinarán sus esfuerzos con Carlos Missirian. Consideren a Hunter su mayor prioridad.

– Agarrar a un hombre en Estados Unidos podría ser un desafío en un momento como este.

– No tendrán que hacerlo. Estoy seguro de que él vendrá a nosotros, sino a Francia, adonde tenemos a la mujer.

Una breve pausa.

– Hay quinientos setenta y siete miembros en la asamblea -informó el presidente-. Usted ha hecho una lista de noventa y siete que podrían ser problemáticos. Creo que habrá más.

Ellos revisaron y en ocasiones ajustaron los planes hasta bien entrada la noche. Se rebatieron objeciones, se lanzaron y rechazaron nuevos argumentos, se fortificaron estrategias. Una sensación de propósito y quizás algo de destino se apoderó lentamente de todos con creciente seguridad.

Después de todo, tenían pocas alternativas.

La suerte estaba echada.

Francia siempre había estado destinada a salvar al mundo y al final eso era exactamente lo que ellos estaban haciendo. Salvaban al mundo de su propia desaparición.

Salieron del salón seis horas después.

El primer ministro Jean Boisverte salió en una enorme bolsa.

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