9

RACHELLE OYÓ los profundos lamentos al borde de su conciencia, más vigila de los sonidos del canto de Samuel y de los desesperados esfuerzos de Marie por corregirle los sonidos discordantes. Pero Rachelle había entrenado su subconsciente para oír este lamento lejano, de día o de noche.

Ella lanzó un grito ahogado y se paró de un salto, esforzándose por escuchar el sonido.

– ¡Silencio, Samuel!

– ¿Qué pasa? -inquirió Marie; entonces ella también oyó los gorjeantes gritos-. ¡Padre!

– ¡Padre, padre! -gritó Samuel.

Vivían en una cabaña de madera, grande y circular con dos pisos, los cuales tenían puertas que llevaban al exterior. Las puertas eran uno de los orgullos y juguetes de Thomas. Casi diez mil casas rodeaban ahora el lago, la mayoría de ellas entre los árboles lejos de la amplia franja despejada alrededor de las aguas, pero ninguna tenía una puerta como la de Thomas. En lo que a Thomas atañía, esta era la primera puerta doble, y con las mejores bisagras, de toda la tierra, porque oscilaba en ambos sentidos para entrar o salir rápido.

El piso de arriba donde dormían tenía una puerta normal que se cerraba y conducía a un pasillo, que era parte de un laberinto de pasarelas suspendidas que unía muchas casas. El piso de abajo, donde Rachelle se hallaba sirviendo guiso caliente en platos de estaño, presumía la doble puerta con bisagras. Estas estaban hechas de cuero, el cual también actuaba como una especie de resorte para mantener las puertas cerradas.

Marie, siendo la mayor y la más rápida a sus catorce años, llegó primero a la puerta y la atravesó.

Samuel estaba exactamente detrás. Demasiado lejos atrás. Demasiado cerca atrás. Chocó con las puertas cuando Marie las soltó. Estas lo golpearon en la frente y lo aventaron como un saco de papas.

¡Samuel! -exclamó Rachelle arrodillándose-. ¡Esas malditas puertas! ¿Estás bien, hijo mío?

Samuel se esforzó por sentarse, luego sacudió la cabeza para despejarla.

.¡Vamos! -gritó Marie-. ¡Rápido!

– Vuelve acá y ayuda a tu hermano -exclamó Rachelle-. ¡Lo dejaste atontado con las puertas!

Para cuando Marie volvió, Samuel se había parado y corría hacia las puertas, las que esta vez golpearon a Rachelle en el brazo derecho, casi derribándola. Ella gimió y corrió por el sendero de piedra tras sus hijos.

Vio que las puertas le habían lastimado el brazo. Le abrieron una pequeña cortada que apenas la logró preocupar ahora. Hizo caso omiso del delgado hilo de sangre y salió corriendo.

Gritos de mujeres y niños se oían en los senderos hacia el portón donde los agudos gritos continuaban con creciente intensidad. Definitivamente, ellos llegaban a casa. La única pregunta era cuántos.

En cada lado crecían serpenteantes enredaderas con flores de color azul lavanda, parecidas a lo que Thomas describía como buganvillas, y grandes arbustos tawii con pétalos blancos sedosos que extendían su dulce fragancia por el aire. Como gardenias, solía decir Thomas. Cada casa estaba cubierta con similares enredaderas florecidas según un gran plan maestro que convertía a todo el poblado en un hermoso jardín. Era la mejor imitación que los habitantes del bosque habían hecho del bosque colorido.

Rachelle corría con un nudo en la garganta. Thomas podría ser el primer combatiente entre ellos, pero también era su líder y el primero en entrar a las peores batallas. Muchas veces había vuelto cargando el cadáver del soldado que había caído a su lado. Su buena suerte no podía durar para siempre.

Y la orden de William de prepararse para una evacuación había puesto nervioso a todo el poblado.

Convergieron en un camino de piedra de veinticinco metros de ancho que cortaba una línea directa desde el portón principal hasta el lago. Caía la noche y la gente estaba lista para celebrar por anticipado el regreso de los guardianes del bosque. Se agrupaban en el portón principal, saltando y danzando. Antorchas y ramas se levantaban hacia lo alto. El ejército estaba monedo, pero la vista se bloqueaba con los niños en los hombros de sus madres.

Una voz fuerte gritó por sobre el bullicio. Era del ayudante hacia Ciphus… Rachelle logró distinguir su voz a cien metros. Él intentaba mover a las personas a un lado como se acostumbraba.

De repente la multitud se calmó y se dividió como un mar. Rachelle se paró en seco con Marie a un lado y Samuel al otro. Entonces vio a Thomas donde siempre lo veía, sentado en su corcel blanco, dirigiendo a sus hombres, que entraban detrás de él al bosque. Un chorro de alivio la invadió.

– ¡Padre!

– ¡Espera, Samuel! Primero honremos a los caídos.

El pueblo se dividió más, dejando una amplia senda para los guerreros. El ruido de cascos de caballos se oía ahora claramente.

Ciphus se acercó a la línea frontal y Thomas detuvo su caballo. Hablaron en silencio por un momento. A la derecha de Rachelle, miles seguían alineándose en el camino que llevaba al lejano lago y que ahora brillaba con la creciente luz de la luna. Aquí vivían como treinta mil y en los días siguientes la cantidad ascendería a cien mil, cuando llegaran los demás para la Concurrencia anual.

Ciphus parecía estar tomando más tiempo del acostumbrado. Algo estaba mal. William había sido enfático acerca de la gravedad de la situación cuando la víspera llegó a caballo a fin de exigir que se prepararan para evacuar, pero habían ganado, ¿o no? Sin duda, no habían venido a anunciar que las hordas se encontraban atrás a solo un día de marcha.

Ciphus volvió lentamente el rostro hacia la multitud. Esperó un buen rato; por cada segundo que pasaba se profundizaba el silencio, hasta que Rachelle creyó que podía oírle respirar. Él elevó las dos manos, levantó el rostro hacia el cielo y comenzó a gemir. Este era el lamento tradicional.

– Sí, sí, Ciphus, pero ¿cuántos? ¡Dinos cuántos!

Suaves lamentos se le unieron.

– ¡Ellos han tomado a tres mil de nuestros hijos e hijas! -declaró después a gritos.

– ¡Tres mil! ¡Tantos! Nunca habían perdido siquiera mil.

Los gemidos crecieron hasta convertirse en alaridos de agonía que se extendieron hacia el desierto que los rodeaba. Primero Thomas desmonto? cayó de rodillas, seguido de sus hombres, todos bajaron las cabezas hasta e suelo y lloraron. Rachelle se arrodilló con los demás, hasta que todo e poblado quedó de rodillas sobre el camino, llorando por las esposas, las madres, los padres, los hijos y las hijas que había sufrido tan terrible pérdida ante las hordas. Solo Ciphus permaneció de pie, y se quedó con los brazos levantados en un lamento a Elyon.

– Consuela a tus hijos, Hacedor de los hombres! Toma a tus hijas en tu pecho y enjuga sus lágrimas. Libera a tus hijos de la maldad que devasta lo que es sagrado. Ven y sálvanos, oh Elyon. Ven y sálvanos, ¡amante de nuestras almas!

La costumbre de casar inmediatamente a las viudas con hombres elegibles se debilitaría mucho. No había suficientes hombres alrededor. Todos estaban muriendo. A Rachelle le dolía el corazón por aquellas que pronto se enterarían de que sus esposos estaban entre los tres mil.

El lamento continuó aproximadamente durante quince minutos más, hasta que Ciphus terminó su larga oración. Luego bajó los brazos y un profundo silencio invadió a la muchedumbre, ahora de pie.

– Nuestra pérdida es grande. Pero la de ellos es mayor. ¡Cincuenta mil de los de las hordas han sido enviados en este día a un destino apropiado!

Un rugido prorrumpió de la línea. La tierra tembló con los guturales gritos de la gente, motivados tanto por el fresco horror de sus propias pérdidas y su odio hacia las hordas, como por su sed de victoria.

Thomas volvió a subirse en su montura y llevó el caballo por el camino. En ocasiones como esta reconocería a la multitud con reverencias y una mano levantada, pero esta noche montaba con sobriedad.

Su mirada descubrió a Rachelle. Ella corrió hacia él con Samuel y Marie. Él se inclinó y besó en los labios a su esposa.

– Eres mi sol -declaró.

– Y tú eres mi arco iris -contestó ella, tentada a jalarlo del caballo al momento.

Thomas sintió el travieso jalón de ella y sonrió. El gran intercambio enamoradizo de ellos era refrescante por ser tan genuino. Ella lo amaba por eso.

– Camina conmigo.

El besó a Marie y sonrió.

– Tan hermosa como tu madre.

Le alborotó el cabello a Samuel.

Caminaron así entre las ovaciones de la línea: Thomas en el caballo, Rachelle Samuel y Marie andando orgullosamente a la derecha de él. Pero había una tensión en el rostro de Thomas. Lo único que le ocupaba la mente era el precio que habían pagado en batalla.

Thomas desmontó en el momento en que llegaron a la amplia playa de arena hacia el lago, le pasó el corcel a su mozo de cuadra y se volvió hacia sus tenientes.

– Mikil, William, nos reuniremos tan pronto como nos hayamos bañado. Suzan, trae a Ciphus y a todos los miembros del Consejo que puedas hallar. ¡Rápidamente! -ordenó, y besó a Rachelle en la frente. Necesitamos de tu sabiduría, mi amor. Únete a nosotros.

El abrazó a Samuel y a Marie y les susurró algo al oído. Ellos salieron corriendo, sin duda a hacer alguna travesura.

Thomas agarró a Rachelle de la mano y la llevó a uno de los veinte pabellones desde los que se veía un enorme anfiteatro abierto desde el suelo de la selva. El lago se hallaba a doscientos metros de distancia, exactamente después de una franja de arena blanca y limpia. Habían despejado el bosque con los años y, cuando el poblado creció, extendieron la playa realojando casas que una vez estuvieron cerca del lago, como la de ellos. En su lugar plantaron césped grueso y abundante y más de dos mil árboles floridos, cuidadosamente situados en arcos concéntricos que se dirigían hacia la arena. Cientos de enredaderas y rosales sembrados moteaban el césped en enclaves bien cuidados con bancas para sentarse. Este extremo del lago había sido diseñado como un parque jardín digno de un rey.

Las aguas del lago no eran para beber o lavar, pues para eso estaba el agua que venía de las fuentes, sino únicamente para bañarse y solo entonces sin jabón. Las playas del lago estaban reservadas para las celebraciones nocturnas, las cuales se llevaban a cabo alrededor de una enorme hoguera en una fosa.

Thomas y Rachelle estaban normalmente entre los primeros en la celebración, danzando, cantando y contando historias del amor de Elyon, lo cual se extendía hasta tarde en la noche. Esto siempre había sido lo más destacado del día. Pero en ese momento la mente de Thomas estaba a más de cien kilómetros de distancia.

– ¿Qué pasa, Thomas?

– Se trata del Bosque Sur -anunció él-. Podríamos perder el Bosque Sur.


***

THOMAS ANDABA pensativo de un lado al otro a lo largo de la plazoleta medio amurallada. En cada poste ardían antorchas. Abajo en la playa se elevaban las alegres risotadas de la celebración. Una larga fila de bailarinas, vestidas con telas hechas de hojas de color verde oscuro y de flores blancas, y tomadas de los brazos, se movía en gráciles círculos alrededor de la fogata. No había duda de que se hallaban encendidas con vino y satisfechas con carne. Sobre el lago brillaba la luz de la luna en un largo rayo blanco.

Por mucho tiempo el pueblo de Thomas había esperado la liberación de parte de Elyon. Habían contado mil historias acerca de la manera en que finalmente los liberaría de los de las hordas. ¿Saldría del lago e inundaría con agua el desierto para ahogarlos? ¿O montaría sobre un poderoso caballo blanco y guiaría a los guardianes del bosque en una batalla final que acabaría de una vez por todas con el flagelo de la tierra?

– Si hay dos ejércitos, quizás podrían ser tres. O si no, sí, Ciphus, yo no vacilaría en guiar a cinco mil hombres esta noche para ayudar a Jamous. Pero es un viaje de todo un día… casi tres días para ir y regresar. Hasta ahora las hordas no nos habían atacado en dos frentes. Si nuestros guardianes desalojan esta selva mientras vienen muchos para la Concurrencia anual…

– Bueno, no cambiaremos la Concurrencia. Te lo prometo.

– La mitad de nuestras fuerzas están afuera escoltando a las tribus. Ya hemos estirado demasiado el camino. Enviar más hombres al Bosque Sur nos pone en un gran riesgo.

– Entonces déjame ir con solo algunos de los guardianes del bosque – pidió Mikil poniéndose de pie-. Jamous aún está peleando, Thomas. ¡Oíste al mensajero!

El mensajero los había alcanzado en los portones con un reciente mensaje del sur. Jamous se estaba fortaleciendo contra las hordas. Su primera retirada había sido una estrategia para atraer a las hordas más cerca de la selva, donde sus arqueros tenían la marcada ventaja de estar protegidos. Ya llevaban tres días peleando.

– ¿Cuántos hombres?

– Dame quinientos -contestó Mikil.

– Eso nos debilitaría aquí -objetó William-. Aquí donde todo el mundo estará reunido en menos de una semana. ¿Y si las hordas nos están debilitando para un asalto a la selva, aquí, la próxima semana, cuando pueden vencernos a todos de un golpe?

– Él tiene razón, Mikil -expuso Thomas-. No puedo dejar que lleves quinientos.

– Estás olvidando las bombas -insistió Mikil.

La noticia de la asombrosa victoria de ellos se extendía como fuego. £l miró a Rachelle. Aún no habían estado solos, cuando él sabía que vendría la verdadera reacción de ella ante el hecho de haber empezado a soñar otra vez Sin embargo, ¿qué podría decir ella con tal victoria?

Lo que ninguno de ellos sabía era que él no había soñado una vez sino dos veces, la segunda cuando se detuvieron para dormir al regresar de la batalla. Soñó que fue a una reunión especial convocada por el presidente de Estados Unidos y que luego un psicólogo lo había puesto a dormir. En su mundo de sueños, en este preciso momento se hallaba tendido en una cama en el laboratorio del doctor Bancroft.

Y pretendía soñar otra vez, esta noche. Tenía que hacerlo. Si solo pudiera hacer que Rachelle entendiera eso.

– ¡Podemos destruir a las hordas usando pólvora! -exclamó Mikil.

– No en el desierto abierto -cuestionó William-. Matarás un puñado con cada explosión; eso es todo. Y estás olvidando que no tenemos ninguna bomba en este momento.

– Entonces trescientos guerreros.

– Trescientos -concordó Thomas-. Pero tú no. Envía otra división y diles que vayan a lo largo de la ruta de los mensajeros.

Ellos enviaban continuamente mensajeros en veloces caballos entre las selvas en una especie de sistema de correo que Thomas había desarrollado.

– Hazlos regresar si oyes que Jamous ha vencido antes de que lleguen.

Ella lo miró por un momento, luego se volvió para salir.

– Lo siento, Mikil. Sé lo que Jamous significa para ti, pero te necesito aquí.

Ella se detuvo, luego salió sin pronunciar otra palabra.

– Ve con ella, William -ordenó Thomas haciendo detrás de Mikil una seña con la cabeza-. Suzan, organiza una barrida del perímetro de la selva. Asegurémonos que no haya otro ejército de hordas merodeando.

Los dos salieron.

– ¿Crees de veras que las hordas intentarán algo así? -preguntó Rachelle.

– Yo habría pensado eso hace un mes, pero se están volviendo más listos en la manera de atacar. Martyn está cambiándolos.

– Así que estamos de acuerdo entonces -opinó Ciphus.

El anciano se acarició la larga barba canosa. Él era uno de los miembros más ancianos del Consejo, setenta años. Bañarse en las aguas de Elyon no había detenido el proceso de envejecimiento.

La Concurrencia se llevará a cabo en cinco días como se planificó.

– Sí.

– Sea cual sea el destino del Bosque Sur.

– ¿Crees que ellos podrían caer? -preguntó Thomas.

– No. ¿Ha caído alguna de nuestras selvas? Pero si una cae todo el pueblo tiene un mayor motivo para asistir a la Concurrencia.

– Supongo que es así.

Thomas miró a su esposa. Ella tenía solo unos pocos años menos, pero parecía de la mitad de los años de él, que estaba desgastado por la guerra. No había duda en la mente de Thomas de que ella sería una comandante increíble. Pero también era madre. Además era su esposa. El solo pensamiento de exponerla a la muerte en el campo de batalla le producía náuseas.

– ¿Te he dicho últimamente cuan hermosa eres? -cortejó él acercándosele y acariciándole la mejilla.

Se inclinó y la besó de lleno en los labios mientras los demás observaban en silencio. El Romance se había convertido en la religión de ellos y la practicaban a diario. Cuando una persona vagaba por el desierto y se negaba a bañarse en el agua de Elyon, menguaba su recuerdo del bosque colorido y del amor que Elyon le había mostrado en el lago. Pero aquí en la selva los recuerdos que persistían motivaron a Ciphus y al Consejo a desarrollar rituales determinados para mantener esos recuerdos. El Gran Romance constaba de reglas, celebraciones y tradiciones que pretendían evitar que el pueblo se extraviara. La forma en que un esposo o una esposa expresaban su amor mutuo era parte de ese romance.

– Tu amor por mí me pone el rostro radiante-contestó Rachelle guiñando un ojo.

Él la volvió a besar.

– Ciphus, ¿qué me puedes decir de los libros de historias? -inquirió él volviéndose de Rachelle-. Dicen que aún existen. ¿Has oído de ellos?

– No necesitamos los libros de historias. Tenemos los lagos.

– Por supuesto. Pero ¿crees que existan?

– No son libros que nadie quiera -manifestó Ciphus, mirándolo más allá de sus cejas pobladas-. Fueron escondidos de nosotros hace mucho tiempo por una buena razón.

– Yo no sabía que fueras tan reacio a los libros -opinó Thomas- Simplemente estoy preguntando si sabes algo de ellos.

– Otra vez este repentino interés en las historias. Ya antes te consumieron -terció Rachelle-. Se trata de los sueños, ¿verdad?

– No es como podrías creer, Rachelle, pero sí. Nada ha cambiado allá. Cuando desperté en Bangkok, ¡había pasado solo una noche! -exclamó Thomas, fue hasta la barandilla y miró la celebración, ahora en pleno desarrollo-. Sé que parece absurdo, pero podríamos tener un problema grave.

Él se volvió hacia ella.

– Me necesitan -concluyó.

– ¿Qué es Bangkok? -quiso saber Ciphus.

– El mundo en los sueños de Thomas -se apresuró Rachelle a contestar-. Cuando sueña cree que va a otro lugar, que está viviendo en las antiguas historias, antes del gran engaño. Cree que puede detener el virus que llevó a la época de tribulación. ¿Ves por qué el rambután es importante, Thomas? Una vez, solo una vez, duermes sin la fruta y tu mente se desvía. ¡Ridículo!

– ¿Por eso te interesan los libros de historias? -cuestionó Ciphus-. ¿Para salvar un mundo de sueños?

Thomas se agarró la herida en el hombro. Suzan la había vendado con hierbas y una hoja ancha. Un chapuzón en el lago le haría algún bien, pero la cortada profunda tardaría algún tiempo en sanar.

– ¿Ven está herida? No vino de las hordas sino del mundo de mis sueños.

– Pero seguramente ese mundo no es real, ¿o sí? -objetó el anciano.

– ¿No escuchaste antes cuando conté lo de la pólvora? No sé cuan real sea, pero está cortada es bastante real.

– Entonces Elyon está usando tu mente para ayudarnos -opinó Ciphus-. Pero un asunto totalmente distinto es que sugieres que los sueños que él usa son reales.

Llámalo como desees, Ciphus. El hombro me duele exactamente mal.

Por favor, Thomas -expresó Rachelle pasándole la mano por el cabello. Sin duda, las hordas te cortaron y simplemente no recuerdas. ¿Sí? Para empezar, la fascinación con las historias llevó a Tanis al bosque negro.

– No. No es eso lo que pienso. El pensamiento de Tanis estaba allí antes de que yo comenzara a soñar. Él tomó su propia decisión.

Y ahora tú tomas la tuya -dijo ella retirando la mano-. No te tendré soñando otra vez.

– ¿Y si mi propia vida está amenazada al no soñar? ¡Allá estamos muriendo! El virus me matará. Ellos dependen de mí, pero hay mucho más, ¡mi propia existencia aquí podría depender de mi destreza para detener el virus allá!

– No, no puedo escuchar esto. Por supuesto que ellos dependen de ti. Para empezar, ¡sin ti no existen!

– ¿Estás deseando arriesgar mi vida?

– La última vez que soñaste, todos morimos.

Se enfrentaron, rápidamente olvidaron el Romance. Él comprendía la aversión de ella. ¿Qué era lo que su esposa había dicho? No te tendré amando a otra mujer en tus sueños mientras yo esté amamantando a tu hijo. Algo así. Ella aún estaba celosa de Monique.

– Estos sueños me parecen una gran tontería -consideró Ciphus-. Yo estaría de acuerdo con Rachelle. No hay beneficio en soñar si pierdes tu mente en los sueños. Pero si quieres saber acerca de los libros de historias, entonces tendrás que hablar con el anciano Jeremiah del Sur. Él está aquí, creo.

¿Jeremiah del Sur? ¿El anciano que una vez fuera encostrado? Era uno de los poquísimos que vinieron y se bañaron en el lago por voluntad propia. Mucho de lo que Thomas sabía de los moradores del desierto lo había aprendido del anciano. Pero él nunca mencionó los libros de historias.

– ¿Está aquí ahora?

– Para la Concurrencia -asintió el anciano.

– Thomas.

Enfrentó a Rachelle. Ella le lanzaba una de esas miradas por las que él la adoraba, una apasionada mirada que amenazaba con arrojar cualquier sospecha del amor de su esposa.

– Dime, por favor, que, como me amas, comerás diez rambutanes y te olvidarás ahora mismo y para siempre de esta tontería -anunció ella.

– ¿Diez? -rió él-. ¿Me quieres enfermar? Gemiría toda la noche. ¿Así es como le das la bienvenida a casa a tu poderoso guerrero?

– Entonces una sola fruta -insistió Rachelle con una sonrisa curvándole lentamente los labios-. Y prometo que luego te daré un beso que te pondrá a girar la mente.

– Eso ya es tentador -respondió él, ofreciéndole la mano-. ¿Te gustaría danzar?

Ella le aceptó la mano y giró hacia él.

– No es que desee interrumpir a los amantes, pero hay otro asunto – intervino Ciphus.

– Siempre hay otro asunto -comentó Thomas-. ¿De qué se trata?

– El careo.

– ¿Justin? -preguntó Thomas, sabiendo a lo que se refería el anciano.

– Sí. No podemos permitir que se extienda más su herejía. Como se exige, tres ancianos han demandado una investigación ante el pueblo, como lo permite la ley. ¿Asistirás?

– Él despreció mi autoridad una vez. Parece natural que yo esté de acuerdo.

– Pero ¿asistirás?

Thomas captó la mirada de Rachelle. Ella una vez le manifestó que Justin era inofensivo y que hablar de él solo le fortalecería la popularidad. En ese tiempo estuvo de acuerdo. Aunque quizás no lo reconociera frente a Mikil y los demás, Thomas aún respetaba al hombre. Sin duda era el mejor soldado que alguna vez comandara, lo cual podría ser una razón de que a Mikil le disgustara tanto.

Por otra parte, no se podía negar la flagrante herejía del hombre. Paz con las hordas. ¡Qué disparate!

– ¿Es él realmente tan peligroso? -inquirió, más por Rachelle que por él-. Su popularidad es muy grande. Un careo acarrearía graves consecuencias.

– Pero su ofensa va en aumento. Creemos que la mejor manera de tratar con él es ahora, para ofrecer un castigo ejemplar a una palabrería tan traicionera.

– ¿Y si gana tu careo?

– Entonces se le permitirá quedarse, desde luego. Si se niega a cambiar su doctrina y pierde, será desterrado como exige la ley.

– Bien -asintió Thomas volviéndose para salir; eso apenas le inquietaba.

– Sabes que si las personas no pueden decidir, entonces es necesaria una pelea en el campo de combate -advirtió Ciphus.

– ¿Y? -quiso saber Thomas volviéndose hacia el anciano.

– Nos gustaría que defendieras al Consejo si se debe pelear contra Justin.

– ¿Yo?

– Parece natural, como tú dices. Justin ha vuelto la espalda al Gran Romance y te ha vuelto la espalda a ti, su comandante. Cualquier otro que no fuera tú y el pueblo podría creer que el asunto no te interesa en absoluto. Nuestro careo será débil solo en ese frente. Nos gustaría que estuvieras de acuerdo en pelear si el pueblo estuviera indeciso.

– Este asunto de pelear es inútil -juzgó Rachelle-. ¿Cómo puedes pelear con Justin? Él sirvió a tu lado cinco años. Salvó tu vida más de una vez. ¿Representa él un peligro para ti?

– ¿En el cuerpo a cuerpo? Por favor, amor mío. El aprendió de mí lo que sabe.

– Y lo aprendió bien, por lo que he oído.

– El no lleva varios años sin pelear en batalla. Y tal vez me haya salvado la vida, pero también me volvió la espalda, por no mencionar al Gran Romance, como afirma correctamente Ciphus. A Elyon mismo. ¿Qué creerá el pueblo si yo abandonara ni siquiera uno de nuestros pilares de fe? Además, no habrá pelea -declaró él y luego se volvió a Ciphus-. Acepto.

Загрузка...