16

UN FUERTE estrépito despertó bruscamente del sueño a Thomas, que gritó y rodó de la cama antes de saber exactamente dónde se hallaba. El suelo lo recibió con dureza, sofocándole el grito de los pulmones.

– ¡Thomas!

Se hallaba en su casa. Rachelle había empujado la puerta basculante.

– ¿Qué pasa? -preguntó ella agachándose a su lado y ayudándole a levantarse-. ¿Estás bien?

– Lo siento, solo que…

– ¿Qué es esto? -inquirió Rachelle tocándole el hombro, de donde salía un hilo de sangre-. ¿Qué está sucediendo?

– Nada. Solo es un rasguño. Nada.

Él se limpió la sangre, en la mente le brillaban imágenes de lo ocurrido. Carlos le había hundido una aguja en el brazo. El dolor había sido insoportable. Pero él debía pensarlo muy bien antes de contárselo a Rachelle.

Se sacudió el sueño de la cabeza y se volvió a apoderar del sentido de esta realidad.

Anoche regresaron del desierto y uno de sus hombres había hecho saber los detalles de cómo Justin les salvó allá el pellejo. La noticia se extendió como fuego por el poblado.

Estaban a solo un día de la Concurrencia y la población había ascendido casi a cien mil, incluyendo el gran grupo del Bosque Sur. El ambiente era de total celebración.

Thomas había dormido hasta tarde.

– ¿Qué hora es?

– No estoy segura de creerte. ¿Qué sucedió?

– Te lo diré. Pero entraste aquí con tremenda prisa. ¿Qué pasa?

Ella pareció recordar por qué había entrado tan apresurada.

– Te están convocando. En el Valle de Tuhan. Debemos apurarnos.

– ¿Quién me está llamando?

– El Consejo. El pueblo. Viene Justin. Se ha corrido la voz toda la mañana; viene por el Valle de Tuhan. La mitad del poblado ya está reunida allí para recibirlo.

– ¿Para recibirlo? ¿De quién es esta idea? ¡El valle no es para magos ni políticos!

– Sí, lo sé, el valle es para guerreros poderosos -objetó ella poniéndole un dedo en los labios-. Y cualquier hombre que salva la vida de mi esposo debe ser un guerrero poderoso.

– ¿Fue tu idea entonces?

– No. Más bien fue algo espontáneo, creo. Vístete, vístete. Debemos irnos.

– ¿Por qué me quiere allá el pueblo?

– Alguien sugirió que tal vez quieras agradecerle. Thomas estaba agachado, atándose las botas, y casi se cae al oír la insinuación.

– ¿Agradecerle? ¿Quién es él, nuestro nuevo rey?

– Podrías creer eso al oír a la gente del Bosque Sur. ¿Estás celoso? Él es inofensivo.

– ¿Inofensivo? ¡Él es el hombre con quien pelearé en el duelo de mañana!

– Aunque haya pelea, tienes la opción del destierro.

– El Consejo querrá su muerte. Este es el precio por despreciar el amor de Elyon. Si es hallado culpable, querrán que muera.

– ¡Y el exilio es la muerte! Una muerte en vida.

– El Consejo…

– ¡El Consejo está muerto de celos! -interrumpió Rachelle-. Deja de hablar así. De ningún modo habrá pelea. ¡La gente lo ama!

– No puedo ir al Valle de Tuhan y homenajearlo. Se vería ridículo.

– ¿Ante quién? ¿Tus guardianes? Ellos están tan celosos como el Consejo. Se vería muy mal que no mostraras el respeto adecuado hacia un hombre que te salvó la vida.

– ¿Pero en el Valle de Tuhan? Eso no es para cada soldado que le salva la vida al comandante. Hemos utilizado el valle solo algunas veces.

– Bueno, se está usando hoy, y tú irás.

Él terminó de vestirse y se ató el libro de historia a la cintura con una banda ancha de lona. Al regresar con su esposo, Rachelle había examinado el libro y lo declaró inútil. Sí, Thomas lo sabía, pero no se separaría de él. Aún podría jugar un papel en su misión.

Salieron de la casa. Por todas partes había manifestaciones de la Concurrencia. Las calles estaban cubiertas de blancas flores de tuhan que él prefería llamar lirios; de cada puerta colgaban guirnaldas con ramas de espliego. La gente estaba vestida para la celebración: túnicas claras y engalanadas con flores en el cabello, brazaletes de bronce, vinchas y diademas de estaño para la cabeza. Todas las personas que pasaban reconocían a Thomas con una palabra amable o una señal de respeto con la cabeza. Cada uno de los aldeanos había sido salvado muchas veces por los guardianes del bosque.

Él devolvía cada palabra amable con otra. Aunque el poblado estaba lleno de gente, no se hallaba tan abarrotado como habría esperado del día anterior a la Concurrencia anual. Las personas se habían ido al valle. El Consejo estaría furioso.

Ambos salieron por el portón principal y recorrieron un sendero muy transitado que llevaba directamente al Valle de Tuhan, aproximadamente a kilómetro y medio de las afueras.

Rachelle regresó a mirar para asegurarse de que estaban solos.

– Bueno, dime ahora. ¿Qué sucedió?

El sueño.

– Hallamos a Monique.

Los ojos de ella se abrieron desmesuradamente.

– ¡Yo lo sabía! -exclamó y brincó de entusiasmo como una niñita-. Todo es verdad. Te dije que me creyeras, Thomas. Que yo estaba en ese salón blanco.

Ella le puso los brazos alrededor del cuello y lo besó en los labios, casi sacándolo del sendero.

– Te creí -objetó él-. Según recuerdo, eras tú quien no me creías alguna vez.

– Pero eso fue antes. ¿Así que me rescataste?

– No.

– ¿No?

– Estoy trabajando en eso.

– Dímelo todo.

Él le contó. Todo menos la tortura.

– Así que no solo no rescataste a Monique, sino que ahora los dos estamos prisioneros -opinó Rachelle cuando él hubo acabado. Luego se detuvo con los ojos abiertos de par en par-. Esta es una noticia terrible. ¡Estamos en peligro mortal!

– Siempre hemos estado en peligro.

– No como ahora.

– El virus representa un peligro aun mayor que este. Al menos, ahora sabemos que el antivirus existe y estoy cerca de las personas que lo tienen. Quizás logre encontrar una salida.

– Los dos estamos en el calabozo, ¡por amor de Dios! Los dos vamos a resultar muertos.

Él la agarró de la mano y siguieron caminando juntos.

– Eso no va a suceder -opinó él mirando hacia la selva; el sonido de la lejana celebración susurraba en el viento.

Thomas suspiró.

– Todas las personas se están preparando para una celebración y nosotros estamos hablando de ser torturados en un calabozo…

– ¿Torturados? ¿Qué significa torturados?

– Todo el asunto. Eso es tortura. Svensson nos está torturando con ese encarcelamiento.

Ella pareció satisfecha con la rápida salida de él.

– Si tú y yo vivimos en ambos mundos, ¿no es posible que todos también vivamos en ellos? -preguntó Rachelle.

– He pensado en ello. Pero tal vez solo estemos participando de los sueños y las realidades de otras personas en el otro mundo.

– De cualquier modo, ¿quién es Qurong allá? ¿Y quién es Svensson aquí? Si pudiéramos hallar a Svensson aquí y matarlo, ¿no moriría allá?

– Necesitamos vivo a Svensson. Él tiene el antivirus. Estos son asuntos delicados, Rachelle. Simplemente no podemos empezar a matar gente – cuestionó él contradiciendo su teoría en otro frente-. Además, si todo el mundo allá también viviera acá, tendríamos una población mucho mayor.

– Quizás entonces solo seamos parte de ellos. Podría haber otras realidades.

– Aun así, ¿por qué sencillamente no caen muertas personas aquí cuando mueren allá por un accidente o algo así?

– Tal vez no estén verdaderamente conectadas a menos que lo sepan. Nosotros lo sabemos debido a los sueños, pero otras personas no. Quizás sin comprensión no se pueda abrir una brecha en las realidades.

– ¿Cómo entonces abrí una brecha en estas realidades?

– Solo es una teoría -contestó ella encogiendo los hombros.

Pensamientos interesantes. Y a ella le venían al vuelo.

– Ves el poder de los pensamientos de una mujer -dijo ella sonriendo.

– Creo que yo soy la única puerta entre estas realidades. Lo único que se transfiere es sangre, conocimiento y destrezas, y soy la única puerta.

– Pero yo fui allá.

A Thomas le llegó el motivo de manera súbita y clara.

– Fuiste cortada conmigo. Y sangrabas. Los dos sangrábamos.

– Y todo esto podrían ser tonterías -opinó ella.

– Podría ser.


***

EL VALLE de Tuhan nunca había visto tanta gente reunida, ni siquiera tras la Campaña de Invierno, cuando las selvas más cercanas se habían juntado para honrar a Thomas. Oyeron primero a la multitud a cien metros del valle, un suave murmullo de voces que aumentaba con cada paso. Cuando Thomas y Rachelle dieron finalmente la última curva en la selva y enfrentaron el gran valle verde de pasto, el murmullo se volvió un firme rugido.

Thomas se detuvo sin saber qué decir. El valle parecía un enorme tazón rectangular que se inclinaba levemente hacia una base plana. A lo largo de las orillas de un pequeño riachuelo que atravesaba el valle crecían flores blancas como lirios, llamadas tuhanes; de ahí su nombre: Valle de Tuhan. Una amplia senda se había formado al lado del riachuelo.

Pero fue la multitud lo que hizo detener a Thomas. Las personas no vitoreaban; esperaban en las laderas a cada lado, hablando con emoción, treinta mil al menos, vestidas con túnicas blancas y flores en el cabello. ¡Demasiadas! Él sabía que la popularidad de Justin nunca había sido tan grande como ahora. Su victoria en el Bosque Sur y el incidente de la víspera en el desierto lo habían lanzado precipitadamente a la posición de héroe de la noche a la mañana. El redoble siempre había estado presente, por supuesto, pero ahora las volubles muchedumbres habían agarrado sus tambores y se habían unido al desfile, listas para marchar en masa.

– ¡Thomas! ¡Es Thomas de Hunter! -gritó alguien.

Thomas inclinó la cabeza hacia el hombre que había hablado, Peter del Sur, uno de los ancianos del Bosque Sur. Peter se acercó corriendo. La noticia de que Thomas había llegado se extendió por el valle; miles de cabezas se volvieron; surgió una aclamación.

Thomas de Hunter.

Él sonrió y levantó la mano hacia las personas mientras buscaba alguna señal de Ciphus o del Consejo.

– Deberías estar al frente, Thomas -sugirió Peter-. Rápido, él pronto estará aquí.

– Puedo ver bastante bien…

– No, no, tenemos un lugar reservado -lo interrumpió Peter agarrando a Thomas por el brazo y tirando de él-. Ven. Rachelle, ven.

Se había iniciado un canturreo pronunciando su nombre, como era la costumbre.

– Hunter, Hunter, Hunter, Hunter -repetían a voz en cuello treinta mil voces.

Con los ojos puestos en él y gritando su nombre, lo menos que Thomas podía hacer era seguir a Peter del Sur colina abajo, donde la multitud se había separado para dejarlo pasar, hacia el fondo del valle, lugar en que solo un momento antes los niños habían estado brincando y danzando. Ahora estaban quietos y miraban asombrados al gran guerrero cuyo nombre se realzaba.

Peter lo llevó a la primera fila.

– Gracias, Peter.

El anciano se fue.

Samuel y Marie, el hijo y la hija de Thomas, se esforzaban por llegar hasta él desde la izquierda, rebosantes de orgullo, pero tratando de no ser demasiado evidentes al respecto. Él les guiñó un ojo y sonrió.

Los gritos no cesaban. Hunter, Hunter, Hunter, Hunter. Él levantó la mano y volvió a agradecer a la muchedumbre que esperaba con naturalidad en las laderas blanqueadas. La franja que bajaba setenta metros y que atravesaba el valle por el medio era la ruta del desfile, y ni un alma se atrevía a perturbar el césped. Esta era la costumbre. El sendero por el que Justin cabalgaría dividía el valle en dos, solo a treinta metros de donde se hallaba la gente.

Una niñita, quizás de nueve o diez años de edad, con un pequeño lirio blanco en el cabello, lo miraba con enormes ojos café, a tres metros de distancia. Ella se había olvidado de gritar en su impresión por estar tan cerca de esta leyenda, pensó Thomas, que le sonrió y le hizo una reverencia con la cabeza.

En la boca de la pequeña se dibujó una amplia sonrisa. Él vio que no tenía uno de sus dientes. Quizás ella no contaba con más de nueve años.

– Es adorable -comentó Rachelle al lado de él, quien había estado observando la mirada de la niña.

La multitud aún gritaba el nombre del famoso guerrero.

Nadie dio la señal. Ninguna luz brillante apareció en el cielo para indicar algún cambio. Y sin embargo todo cambió entre dos gritos. Fue Hunter, Hunt… y luego silencio.

El rotundo y profundo silencio le pareció a Thomas más fuerte que el estruendo que lo precedió.

Miró a través del valle y vio que todas las cabezas habían girado a la izquierda. Allí, donde los árboles terminaban y empezaba el césped, se hallaba un caballo blanco. Y sobre el caballo estaba un hombre vestido con una túnica blanca sin mangas.

Justin del Sur había llegado.

Dos guerreros en traje tradicional de batalla montaban detrás de él, uno al lado del otro. Justin y sus alegres hombres, pensó Thomas.

Por un prolongado instante que pareció extenderse más allá de sí mismo, Justin permaneció sentado perfectamente quieto. Llevaba una corona de flores blancas en la cabeza. Tenía bandas de bronce rodeándole los bíceps y los antebrazos, y sus botas estaban atadas hasta arriba, al estilo de batalla. Tenía un cuchillo pegado a la pantorrilla y una espada de empuñadura negra colgaba en una vaina roja detrás de él. Se hallaba en la silla con la confianza de un guerrero endurecido por las luchas, pero parecía más un príncipe que un soldado.

Sus ojos examinaron a la multitud, se posaron por un momento en Thomas y luego se movieron hacia adelante. Aún sin un sonido.

Su caballo pisoteó una vez el suelo y entró al valle.

Un rugido sacudió la tierra, una erupción de energía salvaje taponada en las gargantas de treinta mil personas. Los puños se elevaron al aire y las bocas se ensancharon con pasión. El trueno de las voces del gentío pareció alimentarse a sí mismo y, cuando Thomas estaba seguro de que alcanzaba su punto álgido, el rugido aumentó.

Había cinco kilómetros desde el poblado, pero no hubo sombra de duda en la mente de Thomas de que en ese mismo instante los postigos de todas las casas vibraron. ¿Cuántos de esos individuos gritaban porque los demás lo hacían? ¿Cuántos estaban deseando celebrar, fuera cual fuera el objeto de esa celebración? Aparentemente la mayoría.

Miró a Rachelle, que sonreía sinceramente y gritaba, contagiada por el momento. Él sonrió. ¿Por qué no? Todo guerrero merecía honra y Justin del Sur, aunque quizás también merecedor de otras consideraciones, sin duda se había ganado algún honor. Que el Consejo sudara de preocupación. Hoy era el día de Justin.

Thomas levantó el puño en reconocimiento.

Poco a poco, con pasos deliberadamente marcados, Justin hizo que su caballo entrara cabalgando al valle. Miraba directo al frente sin reconocer a la multitud. Sus hombres marchaban detrás a treinta pasos.

Ahora comenzó el griterío. El estruendo formó una palabra que rugía de las gargantas de cada hombre, mujer y niño en el valle, quizás más allá…

Justin! Justin! Justin! Justin!

…hasta que se oyeron como apabullantes detonaciones que explotaban con cada rugido del nombre del guerrero. Justin! Justin! Justin! Justin!

Thomas nunca había visto antes tal despliegue de adoración por un hombre. El hecho de que Justin aceptara la alabanza sin más que una modesta sonrisa solo parecía justificar la adoración que le prodigaban. Era como si supiera que él no merecía menos y estuviera dispuesto a aceptarlo.

El aire retumbaba con los gritos de la gente. Las hojas de los árboles a lo largo del riachuelo vibraban. Thomas sintió que el sonido le llegaba al estómago y le estremecía el corazón.

Justin! Justin! Justin! Justin!

Justin cabalgó hasta la mitad del valle y detuvo el caballo. Luego se paró en los estribos, alzó los puños al cielo, levantó la cabeza y comenzó a gritar algo.

Al principio las personas no lograban oír sus palabras debido al rugido, Pero tan pronto como se imaginaron que el guerrero estaba diciendo algo, comenzaron a callarse. Ahora el grito de Justin se elevaba por sobre el barullo. Gritaba un nombre. Voceaba un nombre al cielo.

El nombre de Elyon.

Un frió envolvió a Thomas. Justin estaba clamando la autoridad del Creador. Y esto, sabiendo muy bien que se había lanzado un careo contra él. El Consejo estaría furioso. Si Justin no era inocente, entonces era tan taimado y manipulador como ellos.

Justin gritaba el nombre de su Hacedor, con los ojos cerrados, el rostro contraído, como quien se hallaba desgarrado entre gratitud y terrible temor. El valle se acalló con incertidumbre.

Con un postrero grito que agotó cada onza de su aliento, Justin gritó el nombre. ¡Ellllyyyyonnnnnnl Luego se acomodó en su silla y lentamente enfrentó a Thomas.

– Te saludo, Thomas de Hunter -gritó.

Thomas inclinó la cabeza. Pero no podía ir tan lejos como para homenajear al hombre en retribución, no con el duelo a las puertas.

Justin inclinó la cabeza en respuesta. Miró a las personas, primero al costado lejano, haciendo girar su caballo para tener una vista completa, luego al lado de Thomas. Su corcel pisoteaba debajo de él. Parecía estar buscando a alguien.

Los niños, pensó Thomas. Él buscaba a los niños.

Justin hizo girar el caballo y miró otra vez hacia la parte lejana. Luego de nuevo hacia el lado de Thomas, con sus ojos verdes buscando, escudriñando.

Como a quince metros de donde se hallaba Thomas salió de la multitud una niñita, anduvo algunos pasos en el pasto y se detuvo. El cabello rubio le pasaba de los hombros. Tenía los brazos caídos a los lados. Una de sus manos estaba seca como en un muñón. Temblaba de pies a cabeza y le corrían lágrimas por las mejillas.

El primer pensamiento de Thomas fue que la madre de esa pobre niña debía llamarla para que regresara inmediatamente. La tradición del valle era muy clara: Nadie se aproximaría nunca a un guerrero honrado mientras marchaba. Ese era un momento de orden y respeto, no de caos.

Pero luego vio que Justin miraba directo a la niña. Seguramente no la habría estado buscando.

Un niño de cabello poblado salió y se detuvo exactamente detrás de la pequeña.

Para asombro de Thomas, vio lágrimas en las mejillas de Justin, que hizo caso omiso de la multitud e intercambió una larga mirada con la niñita.

– La conoce -susurró Rachelle.

De repente, Justin se apeó del caballo y se dirigió a la pequeña. Luego se inclinó y extendió completamente los brazos.

Ella corrió hacia él, ahora llorando de manera audible. Su blanca túnica se agitaba alrededor de sus pequeñas piernas y las flores de su cabello cayeron a tierra mientras corría.

La niña chocó con Justin en medio del campo. Los brazos de él la estrecharon y apretaron fuerte. A Thomas se le hizo un nudo en la garganta.

La pequeña le mostró las manos a Justin y él se las besó. El guerrero se puso de pie y la llevó a diez pasos de los caballos, donde todo el valle podría ver con claridad. Le susurró algo al oído de ella y luego siguió caminando mientras la niña permanecía quieta. ¿Qué estaba haciendo él?

Justin recorrió las multitudes con una fija mirada.

– Les diré en este día que los más grandes guerreros entre ustedes son los niños -gritó fuertemente para que todos oyeran-. Con algunos como estos es como ustedes librarán una clase diferente de guerra.

Miró a la pequeñuela, que ahora sonreía de oreja a oreja. Un centelleo resplandeció en los ojos de Justin. Este estiró la mano hacia ella.

– ¡Les presento a mi princesa, Lucy!

Era imposible saber si ese espectáculo era un engaño o algo completamente sincero. De cualquier modo, resultaba ser una brillante representación.

Justin se agarró la corona blanca de la cabeza, la colocó tiernamente en la cabecita de Lucy y retrocedió. Se dejó caer sobre una rodilla, se puso una mano en el pecho y levantó la otra a la multitud.

Un grito surgió de forma espontánea.

Thomas pensó que el rostro de la niña se podría partir en dos si sonreía más animadamente. Al lado de él, Rachelle se frotaba los ojos. Justin señaló emocionado al niño, que ahora corría hacia él.

– ¡Y a mí príncipe, Billy!

Lo levantó y lo hizo girar alrededor. Luego guió a los dos niños otra vez hacia el caballo, se subió a la silla y los levantó a ambos, a Lucy detrás y a Billy al frente. Le dio las tiendas al niño y espoleó al corcel.

El estruendo comenzó de nuevo, ahora con gritos mezclados de Lucy y Billy. Justin tomó tiempo ahora para reconocer a la multitud. Al verlo cabalgar con tanta confianza y ser tan adorado, se podría pensar que ese guerrero había sido un rey de las antiguas historias en vez de un vagabundo de la selva que había abandonado a los guardianes y que ahora hablaba de traición.

Cuando Justin llegó finalmente al extremo del valle bajó a los dos niños y desapareció entre los árboles.


***

– ¿CREES AHORA que habrá pelea en el careo de mañana? -preguntó Rachelle; el barullo se había extinguido y el valle se vaciaba.

– O Justin es un hombre que merece estas alabanzas o es un sujeto que merece morir -contestó Thomas-, en cuyo caso es mucho más peligroso de lo que nunca pude haber imaginado.

– ¿Y quién crees que es?

Thomas observó los árboles que se habían tragado al guerrero. ¿Era el de Justin el rostro del engaño o el de la gracia? Al final apenas importaba, porque de cualquier modo definitivamente era el rostro de la traición. Cualquier hombre que negociara un arreglo de paz con los hijos de los shataikis no podía ser alguien que siguiera a Elyon.

– Thomas, me estás haciendo caso omiso otra vez.

– Creo que es un tipo muy peligroso. Pero dejemos que el pueblo decida mañana.

– Eso es porque aún no has oído a los demás. No todos estuvieron aquí.

Загрузка...