Debí mostrar un estado total de sorpresa cuando salimos del despacho del doctor Rossman. En realidad no recuerdo ni lo que dijimos ni lo que hicimos. Me parecía ver el rostro descompuesto y colérico de Rossman, la expresión estupefacta de Ted. Lo más que recuerdo es haber entrado en mi cuarto del hotel.
Debí permanecer sentado allí mucho rato. El zumbido del teléfono requirió mi atención.
— Respondan — grité, dándome cuenta de que la habitación estaba a oscuras. Fuera, las torres de Back Bay se cernían sombrías, recortándose en el cielo enrojecido.
El rostro de Barney apareció en la pantalla.
— Jerry… ¿qué vamos a hacer? Ted ha recogido las cesas de su escritorio. Se ha ido.
— ¿Dónde estás?
— En Climatología. Yo… ¿qué hará Ted?
Me di cuenta de que había estado llorando.
Bueno, no te desmorones ahora. No se acabó el mundo.
Escondiendo la cabeza, me dijo:
— No lo comprendes. Ted está arruinado. Se acabó su carrera.
— ¿Sólo porque perdió el empleo? Eso no es…
— No es sólo el empleo. La División de Climatología es el único lugar en donde Ted tenía alguna posibilidad de hacer el trabajo que necesita. Y el doctor Rossman puede impedirle que tengo otro puesto en cualquier organismo similar del Gobierno.
En eso no habla pensado.
— Bueno… existe la industria particular. Muchas firmas poseen oficinas meteorológicas. Por ejemplo, la línea de aviación de mi tío Lowell. Y pagan mucho más que el Gobierno.
— Pero no efectúan investigaciones sobre el control del tiempo… o predicciones a largo plazo.
— Quizá pudieran hacerlo… quizá…
— ¿Y cómo terminará Ted su carrera en la universidad? La División le pagaba una beca en el MIT. Ahora, quedando despedido, ya no tiene medios de costearse los estudios. Y el doctor Rossman no querrá proporcionarle buenas referencias y… Jerry, esto es desesperante.
— Aguarda un momento — dije -. No te metas en un callejón sin salida. Por muy mal aspecto que tenga, aún podemos encontrar algo. Recuerdo que mi padre me dilo una vez; cuando la cosa se pone fea, hay que seguir adelante.
Guardó silencio durante un momento. Le miré la cara; parecía la de una niñita tratando de ser valiente, reprimiendo las lágrimas.
— Me parece que yo no soy muy fuerte, Jerry — dijo -. No sé lo que hacer.
Está bien, me anunció una voz interna, hablar es fácil, ahora, veremos como actúas. Por primera vez en la vida
Sentí el peso de la responsabilidad gravitando sobre mis hombros
¿Dónde está ahora Ted? — pregunté.
— Lo ignoro. Probablemente de regreso a su apartamento.
— Ve a ver si puedes hacerle venir aquí. Acompáñale tú. Y Tuli. Será mejor que nos reunamos todos.
— ¿Qué vamos a hacer?
— Aún no lo sé — contesté -. Pero si te diré lo que no vamos a hacer: no vamos a estar llorando y actuar como si el mundo hubiese terminado.
Era noche cerrada cuando llegaron a mi cuarto… los tres juntos. Ted estaba triste, era la primera vez que le veía abatido.
— Fijaos bien — murmuró, plantándose en mi ventana y mirando a las atestadas e iluminadas calles -. Caminan con ropas de plástico y radios de auriculares para que les den las últimas noticias de la Luna. Pero tienen tanto control sobre el tiempo como lo poseía el hombre de las cavernas. — Se volvió hacia nosotros -. Cuando yo era un párvulo, mi padre me llevó a ver una película… de dibujos música clásica de fondo: "El aprendiz de brujo".
Ese personaje se ponía en lo alto de un acantilado, mediante magia provocaba el relámpago procedente de las nubes, haciendo que el mar azotase la base del acantilado… Creo que fue entonces cuando empecé a preguntarme sobre las posibilidades de controlar el tiempo.
Sonrió con una expresión de cordero degollado.
— Sueño de párvulos. Muy loco, ¿verdad?
Barney nos hizo volver al problema inmediato.
— Ted, ¿hablaste con la gente del MIT? Con un gesto de cabeza, respondió:
— El profesor Martingale lo arreglará para que pueda continuar y graduarme. Irá bien la cosa mientras no me exceda entre ahora y junio.
— ¿Y luego, qué? — pregunté.
— Me imagino que conseguiré una plaza de instructor en el MIT. O tendré que volver a la Fuerza Aérea. No me moriré de hambre.
— Eso no resulta — dijo Barney -. Nunca estarás satisfecho en la enseñanza utilizando los textos de otras personas.
— Reconozco que no me parece muy divertido.
Se apartó de la ventana y se sentó en el sofá, al lado de Barney.
— Puedo hacer unas cuantas cosas — dije -. Primero, no te preocupes por los gastos hasta junio, Ted. De eso me puedo cuidar yo…
— No — contestó con firmeza- .Gracias, Jerry, pero no hay nada que hacer. No soy un caso de caridad. Por lo menos, aún no.
— Pero…
— Nada de discusiones. De aquí a junio no hay que sudar. Me apretaré el cinturón, pero me graduaré sin dificultades. El problema viene después.
— Podrías venir a trabajar para Thornton.
— Ya pensé en eso. Los equipos de Thornton no hacen la clase de trabajo que a mí me gusta.
— Entonces iniciaremos un nuevo trabajo.
— ¿Qué?
Me sentí tan sorprendido como ellos. Debí tener la idea en el fondo de mi mente durante varias horas, pero ahora precisamente es cuando acababa de reconocerla.
— Claro — dije -. ¿Por qué no? Iniciaremos una nueva compañía Thornton. Las predicciones a largo plazo pueden ser un valioso servicio. ¡Ganaremos dinero con ellas!. Empezaremos nuestro propio negocio, con el respaldo de Thornton.
Por primera vez aquella tarde, Barney pareció esperanzada. Pasamos el resto de la noche hablando sobre la nueva idea. Casi amanecía antes de que estuviésemos de acuerdo en los puntos principales. El producto esencial de la nueva compañía serían las predicciones a largo plazo. No intentaríamos competir con el servicio regular de predicciones del Departamento de Meteorología, pero venderíamos nuestras predicciones… con dos semanas por lo menos de anticipación… al comercio privado, a los intereses industriales y cosas por el estilo.
Sin embargo, lo más importante para Ted era ser un día libre para dirigir un programa extenso de investigación sobre el control del tiempo: ese era el verdadero objetivo, la meta que todos queríamos alcanzar. Thornton suministraría la mano de obra administrativa, el personal que ¡levase el despacho, que se cuidara de los libros y manejase el dinero. Ted contrataría al personal técnico, pondría en marcha el servicio de predicciones a largo plazo y luego se concentraría en el control del tiempo.
— El primer individuo que contrataré — dije -, es un oriental cineticista que parece la voz de mi conciencia.
Tuli, sentado con las piernas cruzadas en el suelo, delante del sofá, inclinó la cabeza.
— Acepto humildemente el honor… dependiendo, claro, del salario y de los beneficios.
— No te preocupes por los salarios — le dije -. Thornton puede pagar mucho mejor que el Gobierno.
Ted me miró; había una nueva luz en su cara.
— Eh, no había pensado en el dinero. ¡Debería llegar a enriquecerme!
Barney soltó una carcajada.
— ¿La escala de altos salarios sirve también para el personal de computación?
— No, tú no vendrás con nosotros — dijo Ted, sacudiendo la cabeza -. Te quedarás en Climatología.
Ella le miró con fijeza.
— ¿Qué quieres decir?
— Necesitaremos a alguien que vigile la División… especialmente a Rossman. Tengo el presentimiento de que no aceptará amablemente a la nueva compañía.
— ¿Pero qué puede hacer contra nosotros? — preguntó Barney.
— No lo sé. Por eso quiero que estés ahí para vigilarle.
Barney no discutió; cruzó los brazos y dejó caer la barbilla sobre su pecho haciendo un pucherito.
Ted insistió:
— Escucha, esto es más importante que organizar un club social. Seguiremos viéndonos casi cada día. Y, además, si esta idea fracasa y la compañía se hunde, seguirás teniendo un sólido empleo en la División.
La expresión de furia permaneció inmutable en Barney.
— También tienes que pensar en tu tío.
— Me puedo cuidar de él no importa en dónde yo trabaje — dijo ella -. Apenas veo a tío Jan durante las horas de trabajo.
Ted se pasó la mano por entre su pelo rojo.
— Mira, Rossman podría engañarnos y perjudicarnos de muchas maneras. Necesitamos que alguien lo vigile. Tú puedes estar al tanto de cualquier tarea especial que proporcionen al computador de Climatología. Más tarde, después de que tengamos a la compañía en marcha y Rossman no pueda hacernos daño, te arrancaré de la División y te pondré al frente de nuestra sección do computadores. ¿Qué te parece esto?
El ceño de ella se disipó.
— Yo no necesito estar al frente de una sección de computación… Quiero formar parte de lo que tú estés haciendo.
— Formarás… Tendrás un papel importantísimo. Como espía. De acuerdo, lo haré. Pero sólo una ternporadita.
— Bien — dijo Ted, sonriendo. Basta ya de intrigas por esta noche. Jerry, ¿cuánto tardarás en poner en marcha la bola?
— Hablaré con mi padre mañana. Probablemente será nuestro primer cliente. Y, con seguridad, necesitaremos su respaldo. Creo que puedo hacer que mis tíos se interesen también.
— Bueno, cuanto antes mejor.
¿Alguien ha pensado en el nombre de la nueva compañía? — preguntó Tuli -. Un principio con buenos auspicios debería incluir también un buen nombre.
— ¿Qué os parece "Marrett y amigos"? — preguntó Ted, tratando de aparentar inocencia.
Le abucheamos.
Tuli sugirió: Quizás el título debería ser muy llamativo y humilde, por ejemplo: "Estudios del Tiempo".
— O "Dinámica del Tiempo" — dije yo.
Ted frunció el ceño.
— Cada compañía de poca importancia de Massachusetts tiene la palabra "Dinámica" en su nombre.
¿Por qué no nos ponemos clásicos y buscamos raíces griegas? — sugirió Barney -. Eolo era el dios de los vientos. Podríamos bautizar la compañía con algo así como: — "Laboratorio de lnvestigación Eolo".
Meditamos en eso varios minutos. Por último Ted asintió.
— Aprobado.
Al día siguiente llamé a mi padre y efectué varias llamadas más en el transcurso de la semana. Quería que viniese a Thornton, en donde podríamos discutir de la idea directamente, con tío Lowell y tío Turner también en la reunión. Gruñó y parecía reacio. Finalmente conseguí que tía Louise le invitase a la celebración de mi cumpleaños. Entonces no le quedó escapatoria y aceptó venir.
La noche del viernes aquel se celebró una reunión familiar en Thornton. Pedí a Ted, Barney y Tuli que vinieran a la mañana siguiente. La noche del viernes era para el clan Thornton. Todos estaban muy tensos cuando llegó mi padre y aun éste parecía también bastante endurecido. La cena fue normal y educada, pero la conversación quedó reducida a tópicos prudentes… nada sobre el abuelo Thorn, o la decisión de mi padre de quedarse en Haway y construir su propia vida.
Después de cenar, en la gran sala de estar con la chimenea, lo bastante grande para meterse dentro, empezaron a hablar de los transportes por cohete.
— Ya sabéis — dijo mi padre -, que es la primera vez que he viajado en uno de ellos. Son estupendos. El vuelo fue maravilloso.
— Y con los cohetes — dije yo -, Hawai está tan cerca como Nueva Inglaterra de… bueno, de Nueva York.
— Cierto.
Mi padre se quedó mirando las llamas de la chimenea durante un largo rato.
— Habéis de saber — anunció -, que me alegro de haber vuelto. Tendré que venir con más frecuencia.
Tía Louise pareció extender la mano hacia él, aunque apenas se moviera físicamente.
— Es estupendo que hayas regresado, Richard.
La tensión no desapareció por completo, pero uno podía darse cuenta de que se había ablandado. Todo iría bien.
El mapa meteorológico de aquella noche mostraba un escarpado gradiente de presión cruzando Nueva Inglaterra, el lado subsiguiente a la célula de alta presión manteniendo a los cielos claro y brillantes. Ahora se alejaba y los vientos cálidos del suroeste entraban a chorro en la zona. Mañana muchos niños harían volar sus cometas.
Pero para el joven músico que cruzaba presuroso el recinto universitario aquella noche, el viento era una fuerza viva y salvaje, cálida y misteriosa, que agitaba los retoños verdes de los árboles y que suspiraban entre él y las estrellas. Era una emoción, una melodía que intentarla captar en el papel, un recuerdo que conservaría durante años.
El piloto de las líneas aéreas que llevaba a su reactor repleto de pasajeros hacia el aterrizaje, odiaba al viento y a sus ráfagas súbitas. Sabia que los pasajeros le echarían la culpa personalmente por cada salto y traqueteo.
La esposa del granjero, sentada junto el porche posterior, cerca de su adormilado marido, sonrió hacia el viento nocturno. Podría traer lluvia. La lluvia había sido escasa. La sequía empolvaba los campos, creando arrugas de preocupación en el rostro del hombre dormido.
Ted y Barney llegaron la mañana del sábado. Tuli se quedó en Cambridge para terminar algunas tareas universitarias. Les conduje a la biblioteca, en donde mi padre y sus hermanos ya se sentaban en torno a la larga mesa que cruzaba la habitación, a partir del viejo escritorio del abuelo.
Ted expuso sus ideas acerca del "Laboratorio de Investigaciones Eolo", mientras paseaba con firmeza desde la mesa hasta las grandes ventanas francesas. Cuando hubo terminado, se produjo un momento de silencio. Luego, tío Turner dio tranquilo:
— Está usted hablando de una empresa muy grande.
Hay un riesgo — asintió Lowell -. ¿Pero en que nueva aventura no hay riesgo? Podríamos conceder un presupuesto.
— Hasta que empecemos a tener beneficios — dije.
Tío Lowell soltó una carcajada.
— Adopta la actitud adecuada.
— Yo no les conozco a ustedes dos — dijo mi padre, pero necesito predicciones sobre el tiempo a largo plazo. Si pueden conseguirlo, pondré la tercera parte del dinero necesario para que empiecen.
— ¿De qué cantidad de dinero estamos hablando? Preguntó Turner -. Van a necesitar un edificio, personal, computadores, equipos de experimentos… y esto puede subir mucho.
— Tengo una lista del equipo y del personal técnico que me hace falta — dijo Ted, sacando del bolsillo un manojo de papeles -. Estuve trabajando en eso toda la semana.
Colocó la lista sobre la mesa y todos nos inclinamos para estudiarla.
Aquí no hay nada para personal de oficinas. Necesitará usted empleados, contables, servicio de compras, de mantenimiento.
Ted se encogió de hombros.
— Yo me encargaré de los problemas técnicos. La administración es otra cosa.
— Necesitaremos un hombre de primera categoría para que gobierne los aspectos comerciales del laboratorio.
Eso es importante, Ted.
— De acuerdo, pero ha de estar al corriente del trabajo técnico. No quiero tener a un chupatintas que diga al personal técnico cómo se trabaja en pro de la ciencia.
— Claro que no — asintió tío Lowell.
— Los buenos administradores son muy escasos — anunció mi padre.
— Quienquiera que sea, debe tener un conocimiento profundo de los propósitos del laboratorio — indicó tío Turner.
— Y preferiblemente gozar de una estrecha amistad con el personal técnico superior — añadió mi padre.
De pronto todos me estaban mirando.
— ¿Yo? ¿Dirigir el negocio? Pero, no puedo. No sé como… ¡No podría!.
— Si, podrías — dijo mi padre. Y lo harás.