Ted se puso furioso al enterarse de las noticias de Barney.
— ¡Muy propio de él! — Gritó en mi despacho a la mañana del lunes -. No puede imaginar lo que estamos haciendo. Así que se traslada a Washington tratando de ponernos impedimentos — siguió golpeando el puño en la palma de su otra mano mientras paseaba arriba y abajo, delante de mi escritorio.
— Parece que está pulsando contactos importantes — dije.
Ted se detuvo y me miró fulminante.
— ¿Contactos? ¡Vamos a ver si consigue algo tan bueno como nosotros tenemos!
Salió de estampida del despacho. Me levanté de la silla y fui tras él. Medio corriendo, le seguí pasillo abajo hasta su taller. Tuli y otros tres miembros del personal estaban enfrascados en una tremenda conversación cuando entramos.
— ¡Calma, aquí está el jefe!. ¡O uno de ellos. No sé si se referían a Ted o a mi.
— Que uno de vosotros opere los mandos de la pantalla visora ordenó Ted mientras se dirigía a~ gran mapa luminoso. Tul fue hasta el escritorio mientras Ted cogía una linterna cuyo rayo serviría de puntero. Está bien, volved al sistema normal.
Los símbolos del tiempo en el gran mapa desaparecieron brevemente cuando Tuli tocó los botones de la consola. Luego un dibujo de flechas de colores tomó forma en el mapa. Ted permaneció inmóvil durante un momento, todavía hirviendo de furor, tratando de dominarse a sí mismo.
Por último, dijo:
— Este es el sistema usual del viento para los Estados Unidos continentales durante el verano. — Señalando con la linterna, explicó -: La corriente en chorro viene sobre la Costa Oeste, se hunde hasta el Sur y luego gira hacia el noreste. Aire frío, esas flechas azules, que baja del Canadá, se mete en el torrente occidental y se decanta hacia el Atlántico.
Me miró de reojo para ver si lo entendía. Asentí.
— Las flechas rojas muestran el aire marítimo tropical que sube desde el Golfo de Méjico y el Caribe, a lo largo de la Costa Este. Para nosotros ése es el aire que trae lluvia.
Hizo un gesto a Tuli, que maniobró en otro juego de botones.
— ¿Ves ahora ese borde de altas presiones sobresaliendo hacia el océano? Asciende hasta grandes alturas. La posición se mueve en redondo un poquito, pero de ordinario no se separa de la costa. El aire de las alturas fluye hacia el norte a lo largo del lado Oeste del saliente… en el sentido de las agujas del reloj, en torno a un anticiclón… subiendo por los mares tropicales y a lo largo de la Costa Este.
— Eso es lo que guía el aire lluvioso hacia Nueva Inglaterra — deduje.
— Exacto. Ahora, fíjate en el sistema de sequía.
Tul hizo que los símbolos del mapa cambiaran. El borde de altas presiones se movió hacia el oeste tierra adentro y se instaló aproximadamente en torno a la cadena de montañas Apalaches. La corriente en chorro se curvó en una ruta más hacia el sur. Y las rojas flechas del aire lluvioso avanzaron hasta mitad del camino subiendo por la Costa Este, luego se dividieron; una parte giró hacia el mar, la otra penetró en los Estados del Oeste Medio.
Ted, olvidándose poco a poco de Rossman en su concentración con la meteorología, se había enfriado bastante.
— Ahora, mira. El borde de altas presiones avanza tierra adentro y absorbe, atrayéndolo, al aire marítimo para que entre principalmente en el Oeste Medio. Pero Nueva Inglaterra se ve cortada. Y, aún peor, ahora hay aire seco y frío que baja por el lado de levante del saliente, entrando precisamente en Nueva Inglaterra. Incluso si le proporcionásemos humedad, el aire no estaría lo bastante saturado para que lloviera.
— Pero si le dieses suficiente humedad…- Empezó Tuli.
— Nunca hay "suficiente", químico oriental. No cuando los puntos de escarcha son tan bajos como ahora. Este aire canadiense, que, baja por las laderas de levante del saliente, seca cualquier humedad que nosotros tengamos. ¡Seguro!el vapor de agua aún está ahí, pero la humedad relativa queda muy baja. Se consiguen gotitas menores, sólo de un tamaño de cinco o diez micrones. ¡Demasiado ligeras para que caigan! Se necesitan gotas de cincuenta micrones para que llueva.
Avanzando hacia el mapa, Tuli arguyó:
— ¿Entonces por qué no siembras las nubes y obligas a que caiga la lluvia? Si hay humedad asequible…
— La siembra no es solución, a menos que quieras sembrar todo el día, cada jornada. En cuanto dejes de sembrar, dejará de llover. Costaría unos cuantos millones de dólares diarios conseguir una lluvia decente, camarada. ¡La maldita sequía resultará más barata!.
— Y, entonces, ¿qué hacemos? — pregunté.
— Conseguir que el medio ambiente natural trabaje por nuestra cuenta, en lugar de luchar contra él.
— ¿Y cómo lo conseguirás?
Señaló con un gesto la pantalla.
— Tenemos que hacer retroceder a ese borde de altas presiones sobre el Atlántico, lejos de la costa.
Debí parpadear.
— En realidad, es muy sencillo — afirmó Tuli, casi sonriendo -. Sólo necesitamos manipular el tiempo de casi medio mundo.
Ted me llevó hasta su escritorio y se lanzó a una explicación detallada. Fue larga y compleja y apenas entendí la mitad. Pero el punto crucial era el hecho de que la cubierta de nubes por encima del Océano Artico había sido menos que normal durante los últimos años. Eso, creía Ted con firmeza, era el disparador que inició la reacción en cadena que condujo a la sequía de Nueva Inglaterra.
— ¿Y eso está causando la sequía? ¿Tiempo soleado por todo el Círculo Artico? — le pregunté en voz alta:
— No por si mismo, pero sí que es la principal razón, algo que debemos y podemos cambiar. ¿De acuerdo, mico oriental?
Tuli se encogió de hombros.
— Hay varios compuestos halógenos que reaccionan e. la luz del sol a grandes alturas para producir nubes… podríamos nublar una buena zona de esa manera.
— Y hacer rodar la bola para que aleje el sistema de sequía, gracias a la ruptura, y se consiga una condición normal.
— Todavía no hemos probado eso — advirtió Tuli -. Nuestros experimentos de laboratorio son en demasiado pequeñísima escala para demostrar qué reacciones en cadena se producirían…
— Está bien, está bien — Ted le hizo callar con un gesto. Los números aproximados, sin embargo, parecen buenos Prepararemos la cubierta de nubes en los lugares adecuados del Artico. Trabajaremos en el Anticiclón de sobre los Apalaches, al mismo tiempo… Trataremos de debilitarlo lo bastante para que se rompa naturalmente y t. reconstruya sobre el Océano. Una vez tengamos las cosas en marcha por el sistema adecuado, la atmósfera volverá a recuperar su equilibrio ordinario y quedará vencida la sequía.
— Lo dices como si fuese fácil — comenté.
— Seguro. Es como construir la primera bomba atómica. — siguió durante una hora evaluando las cosas que había que hacer: se incluían modificaciones del tiempo en Canadá y Groenlandia, al igual que sobre el Océano. Esbozó el trabajo que había que realizar en tierra, mar y aíre.
Yo empezaba a sentirme mareado.
Pero necesitaremos la cooperación de la Marina, la Aviación, la Comisión de Energía Atómica y el Departamento de Estado, ¡sólo para empezar! ¿Y qué hay de los canadienses y de los daneses? ¿O de las Naciones Unidas…?
Se rió.
— Esos no son problemas técnicos, viejo amigo. Te digo lo que necesitamos. El cómo conseguirlo, te corresponde a ti.
— Muchísimas gracias. ¿Deseas algo más?
No debiera haberlo preguntado. Se necesitó el resto de la mañana para que acabase de decírmelo.
— ¡Ted, eso va a costar centenares de millones!.
— ¡Cáscaras! Sólo trabajaremos lo bastante para que la atmósfera vuelva a su equilibrio normal. Luego la dejaremos en paz. Costará tres meses, quizá menos. Y lo que nos gastemos será una insignificancia comparado con lo que está costando la sequía.
— ¿Y en realidad puedes hacerlo?
Tul contestó:
— Será algo más difícil de lo que nuestro optimista jefe cree, pero, esencialmente, no se equivoca. Es posible.
Ted sonrió.
— Gracias por el voto de confianza.
Emocionalmente empezaba yo a darme cuenta de lo que me habían dicho. Hablar del control del tiempo y del alivio de la 'sequía es una cosa, pero ver en la actualidad cómo el proyecto tomaba forma, contemplar los planos preparados para trasladar la lluvia de un lugar a otro…
Me aparté del escritorio de Ted, acercándome a la gigantesca pantalla, fascinado por sus flechas giratorias y sus símbolos.
— ¡Ted… esto… esto es maravilloso!
— Comprendo que te impresione — asentí -. Me hace sentir como el tipo que subió por primera vez al Everest. ¿Eh? Oh, te refieres a Hillary.
— O a Tenshing Norkay — dijo Tuli.
Tenshing, ése. El "sherpa" — Ted se sentó en el borde del escritorio, contrayendo los ojos como si tratase de imaginarse la escena -. Nació allí mismo, bajo la montaña — Se pasó toda la vida mirándola. Nadie habla llegado a la cumbre. Pero él sí, llegó por su energía.
El redondo rostro de Tuli mostraba una expresión de solemnidad.
— Algún día sentiremos lo mismo.
— Algún día, pronto — añadió Ted -. Nadie ha sido capaz de cambiar el tiempo, pero nosotros lo haremos, amigos. Seguro como que llueve los fines de semana que lo lograremos. ¡Así que… al trabajo!
Y lo hicimos. 'Todos nos lanzamos a la tarea con una ansiedad que yo jamás había visto. Era como si hubiésemos estado cazando a un artero animal salvaje, siguiendo las huellas durante una eternidad y ahora le tuviéramos cercado y a punto de matarle. La excitación chisporroteaba por todo el laboratorio. Ted y Tuli empezaron a trabajar elaborando los detalles exactos de las misiones de modificación que ellos dirigirían: los productos químicos a utilizar, las cantidades, los aviones necesarios, los días en que trabajarían, los efectos que obtendrían. El personal administrativo empezó a laborar consiguiendo hombres y materiales que serian necesarios.
Pero por debajo de todo, yo sentía la enfermiza sensación de que eso nunca tendría lugar. Soñaba mucho en Rossman; a cada giro que dábamos, según parecía en mis pesadillas, Rossman nos bloqueaba el paso, interponiéndose entre nosotros y nuestra meta.
La pesadilla empezó a cobrar realidad.
Llevábamos meses efectuando experimentos de siembra en mar abierto, trabajando en una licencia mensual concedida por ESSA. Sin ella teníamos prohibido efectuar ninguna siembra. Nuestra solicitud para el mes de septiembre nos fue devuelta.
Denegada.
Era una petición de rutina, exactamente igual que aquellas que enviamos desde principios de primavera. Pero ESSA la rechazó. Tomé el tren subterráneo hasta Washington a la mañana siguiente.
Hacia un calor brutal en la capital: incluso los taxis con aire acondicionado estaban pegajosos y malolientes. Los árboles aparecían pardos por la falta de agua, las aceras brillaban bajo el calor de fines de agosto.
Parecía ser que todos los miembros de ESSA estaban fuera de la ciudad. Es decir, aquellos a quienes quise ver. Un taxi me llevó por la calcinante urbe hasta el Pentágono. Por lo menos los militares tuvieron la cortesía de recibirme. Pero el personal de Marina se negó llanamente a cooperar con el trabajo modificativo de Eolo y los oficiales de la Aviación dijeron que trabajarían con el Departamento de Meteorología, pero no con una empresa particular… a menos que el Gobierno diese su aprobación para nuestras operaciones de combatir la sequía.
Me vi con las puertas cerradas. Incluso tuve dificultades en encontrar a Jim Dennis. Por último lo localicé en el Capitolio: estaba en una sesión del Comité. Pero salió nada más recibir mi nota.
— Espero no haberle hecho abandonar algo importante.
— No — dijo sonriendo -. Estaba hablando de expropiaciones. Damos vueltas y revueltas a cosas sin importancia antes de efectuar un verdadero trabajo.
Paseamos por el decorado pasillo que quedaba al exterior de la sala del comité y le hablé de mi fracaso en ESSA y en el Pentágono.
Sacudió la cabeza. Mirando por una ventana hacia la ardiente ciudad, murmuró:
— Hemos estado hablando de colocar una cúpula sobre el Distrito, como la Cúpula de Manhattan. Podríamos utilizar el aire acondicionado a gran escala en un día como hoy para aliviarnos del calor — se volvió a mí -. ¿Qué le parece que diría Ted de eso?
Me encogí de hombros.
— Creo que preferiría que se colocase una Cúpula sobre Rossman… o quien hace que nos den portazos en nuestras narices.
— Es Rossman, no hay duda — dijo Dennis -. La noticia ha circulado. Tiene sus propias ideas sobre el control de la sequía. Ahora está muy calladito, pero he podido enterarme de que planea empezar una serie de experimentos limitados la próxima primavera. Mientras, hará cuanto pueda por quitarles a ustedes de en medio.
— Pero… eso no es noble. ¡No es legal!
— Estoy de acuerdo — dijo el congresista -. Pero ¿de qué sirve eso? Rossman es conocido y respetado en el Departamento de Meteorología. Tiene poder.
— Bueno, ¿Y usted no puede hacer nada?
— Si yo fuese el presidente del Comité de Ciencia, quizás armaría algo de escándalo Pero sólo soy un miembro del Congreso… y bastante novato.
— ¡Pues debe haber algo que podamos hacer! -mi mente volaba tratando de imaginar una solución -. ¿Qué le parece concertar una reunión entre Ted y Rossman? Por lo menos le haríamos saber que conocemos su juego. Y que podíamos quejamos al Comité de Ciencia.
Meditó durante un momento.
— No sé si servirá de ayuda. Pero lo haré. Me gustaría ver a esos dos en la misma habitación — añadió con una sonrisa.
Ted estalló literalmente cuando le conté aquella noche mis gestiones en Washington. Tuli, Barney y yo tuvimos que hablar con él durante horas. Estaba decidido a correr hacia los periódicos y gritar hasta perder la cabeza. Por último le expliqué que Dennis iba a conseguir que Rossman se avistase con nosotros y hablara de todo el asunto.
Asintió. No dijo nada, simplemente asintió. Me fijé que crispaba los puños una y otra vez, como un gladiador que prueba sus armas en los escasos minutos de espera antes de entrar en la arena.
La reunión tuvo lugar en el despacho del congresista Dennis, en Lynn. Era un lugar bastante agradable, en un edificio de pequeños despachos que albergaba abogados y agentes de seguros. Ambos bandos aceptaron este territorio neutral.
Nos sentamos en torno al escritorio de Jim, el doctor Rossman a un lado y Ted y yo en el otro.
— Yo solicité esta reunión — dijo el congresista desde su silla de cuero, porque Jerry, aquí presente, se muestra convencido de que Investigaciones Eolo está siendo desestimada por el Departamento de Meteorología en sus intentos de luchar contra la sequía. Puesto que el asunto es probablemente el más importante en Nueva Inglaterra en estos momentos, creo que merece nuestra atención más extremada.
Ted y el doctor Rossman se miraron fulminantes uno a otro, así que dije:
— Eolo está preparado para empezar el trabajo de modificación dentro de una semana o dos. Si se nos permite seguir adelante, veremos que podemos vencer a la sequía este año. Si no, transcurrirá otro año… probablemente hasta el próximo año… antes de que tengamos una nueva posibilidad de mejorar la situación.
— Es posible — replicó Rossman sombrío. Tenía en las manos un "clip" del escritorio de Jim y estaba dándole vueltas incesantemente -. Hemos estado estudiando varias formas de abordar el problema de modificar la sequía por la División de Climatología. Confiamos en pasar este otoño y el invierno efectuando experimentos de laboratorio. Algunas misiones pequeñas de modificación se efectuarán en primavera, si todo va bien.
Ted no pudo guardar silencio más rato.
— No resultará — dijo con llaneza -. Se necesita la precipitación del otoño y del invierno. De otro modo, el caudal de agua nunca alcanzará la suficiente altura. Tan pronto como empiece la estación del crecimiento volverán a estar donde empezaron. O aún peor.
— Eso sólo es una deducción suya — repuso Rossman.
— ¡Nada de deducciones! Se necesitan las lluvias de otoño y las nevadas del invierno, junto con el deshielo; de otro modo las tempestades primaverales serán insignificantes. Lo más que conseguirían seria una bañera llena de agua.
— Este otoño será demasiado pronto para empezar el trabajo de modificación a gran escala.
— Para ustedes, quizá. Llevan seis meses de retraso con respecto a nosotros. Ustedes trastearán un poquito en primavera, renunciarán cuando no les sirva de suficiente ayuda y luego pretenderán que el control del tiempo es una pérdida de dinero… y de tiempo también. Nosotros estamos ahora preparados. ¡Y haremos el trabajo adecuado! Lo único que nos hace falta es permiso.
El "clip" se rompió en las manos de Rossman.
Ustedes no pueden volar y tratar de efectuar experimentos sobre el tiempo sólo porque desean ser los primeros. ¿Y si esos experimentos no resultan? ¿Y si falla algo en sus cálculos? ¿Y si la modificación se vuelve contra ustedes y empeora las condiciones en lugar de mejorarlas?
— ¿Y si hay un terremoto? — se burló Ted -. ¿O el cielo empieza a desplomarse?
— No nos pongamos…
— Escuche — dijo Ted -. No estamos jugando. Hemos repasado todo el plan, hemos construido los modelos teóricos, hemos efectuado simulaciones de computador, hemos revisado, punto por punto, exactamente lo que pasará en cada paso del camino. Pregunte al personal del MIT, sabe lo que hemos hecho. Ahora estamos preparados y dentro de un año no lo podríamos estar más. Puedo decirle exactamente qué tiempo habrá sobre Nueva Inglaterra, día a día, durante los próximos dos meses. Y puedo decírselo en ambos sentidos… con modificaciones o sin ellas.
— No me ha convencido a mi, ni a ningún otro meteorólogo de fama, de que su plan resultará.
— ¡Usted no quiere dejarse convencer!
Ted casi había abandonado su silla. Extendí el brazo y le puse la mano en el hombro.
— Doctor Rossman — dije -. Quizás ayudaría si usted viniese a Eolo y nos dejara que le enseñásemos lo que planeamos hacer. Puede que entonces…
Rossman sacudió la cabeza.
— Simplemente no puedo permitir experimentos de modificación hasta que esté convencido de que se ha adoptado cada medida posible de salvaguardia para asegurarse de que los resultados no serán perjudiciales.
Ted se desplomó en su silla.
— Eso significa seis meses más de jugueteos y de contrapruebas en un trabajo que ya se ha hecho.
— Si es necesario, sí — Rossman se volvió a Jim Dennis -. Nuestra primera responsabilidad es servir al público; no somos una empresa comercial que desea obtener rápidos beneficios.
— Servir al público — murmuró Ted -, ofreciéndole otro año de sequía.
Rossman se puso en pie.
— Es inútil seguir con esta discusión. Cuando madure usted, Marrett, quizás entonces aprenda que el ir deprisa no significa hacer las cosas bien.
Ted respondió con un gruñido.
— Tampoco la edad ayudó a usted a ser más listo; sólo más lento.
Rossman salió del despacho dando un portazo. Jim Dennis se encogió de hombros, desvalido.
— Siento inclinación a ponerme del lado de ustedes. Pero él tiene todos los votos.
Estábamos tristes, desanimados, cuando volvimos a Eolo aquella tarde. Tuli, después de enterarse de la noticia, se fue a su laboratorio. Ted permaneció sentado en su laboratorio, los pies encima del tablero, mirando con aire distraído al mapa de la pantalla con el sistema de sequía en él Yo no pude permanecer sentado. Revoloteé por la habitación, recorrí el edificio, recibiendo miradas de extrañeza de las personas que seguían trabajando sin saber todavía que de nada servirían sus afanes.
Barney apareció a las cinco y media. Ya sabia la noticia, lo adiviné por el aspecto ~e su cara cuando salí al vestíbulo a recibirla.
— Bienvenida al funeral — dije.
— Vine en cuanto pude escabullirme. Toda la División está que hierve.
— Apuesto a que sí.
— Ted está furiosísimo.
— Creo que se encuentra en estado de choque.
— ¿Dónde está?
— Ven — dije.
Pero no estaba en su cuarto. Ni en el laboratorio de Tuli. Ambos se habían ido.
— Probemos en la terraza — sugerí.
Seguro, allí estaban, plantados en medio de los aparatos que formaban el equipo del Departamento de Meteorología de aquella estación-observatorio.
— ¿Venís a ver cómo se pone el sol? — nos preguntó Ted -. Y con él, nuestro futuro.
— ¿Tan mal está todo? — Barney intentó una forzada sonrisa.
— Si.
— ¿Es que no se puede hacer nada?
Sacudió la cabeza.
— Mira a tu alrededor, ¿qué es lo que ves? Un equipo por valor de varios millones de dólares, todo rotulado:
"Propiedad del Gobierno de los Estados Unidos: No tocar." Así estamos. Rodeados por herramientas que podernos utilizar mejor que ellos… pero que nos impiden tocar.
— Agua, agua por doquier — murmuré para mí.
— Rossman tiene las llaves y estamos encerrados — afirmó Ted -. Lo peor de todo es que no efectuará el trabajo justo. Para cuando tenga el valor suficiente para abordar el problema de manera real y solucionarlo, la sequía se extenderá por doquier.
— Pero habrá presiones sobre él para obligarle a actuar — dije -. Los agricultores, los periodistas, los gobernadores de Estado y el Congreso…
Ted agitó la mano en gesto de disgusto
— ¿Qué presiones? Ya lo oíste hoy, la Voz Oficial de la Ciencia. El les contará el mismo cuento de hadas que narró a Dennis… dirá que protege al público contra planes alocados. La modificación del tiempo podría empeorar las cosas, en vez de mejorarlas. Cuando termine de hablar, los periodistas habrán caído de rodillas, adorándole por salvarles de los chiflados y de sus ideas absurdas.
Dio media vuelta y miró hacia el puerto. Desde nuestra atalaya en la terraza podíamos ver las embarcaciones de placer entrecruzando las aguas. Un reactor descendió chirriando hasta la pista del aeropuerto y otro se perdió en los cielos.
— ¿Por qué? — Ted dio un puñetazo en la barandilla -. ¿Por qué nos obstruye el paso? ¡Sabe que resultará! ¿Por qué se muestra tan terminante?
— Porque quiere anotarse los honores de ser el primero — Contestó Barney -, pero no desea correr riesgos. Es muy precavido.
— El caballo de labor que deseaba ganar el Derby de Kentucky — gruñó Ted.
— Ansía muchísimo la gloria — continuó Barney -. Ha trabajado toda su vida en el Departamento de Meteorología y realizó algún trabajo muy bueno, pero jamás se encontró en el palco escénico, recibiendo la luz de los focos.
— Y nunca se encontrará, a menos que se mueva más deprisa de lo que planea — contestó Ted -. Para cuando esté dispuesto a realizar algún verdadero control del tiempo, será lo bastante viejo para que aparezca en la Enciclopedia Británica.
— No puede darse más prisa hasta que haya perfeccionado su versión de tus predicciones a largo plazo — dijo Tuli -. Hasta que no consiga eso, tiene que ir despacio.
Ted miró al mongol.
— Tienes razón, Tuli. Necesita… — interrumpió la frase y frunció el ceño, meditando concentrado.
Por último, Ted dijo:
— ¿Y si fuésemos a Rossman y ofreciéramos unir nuestras fuerzas con las de él?
— ¿Qué?
— Está bien, sé que suena raro, pero, escuchad. Desea la gloria, pero necesita las predicciones. Nosotros queremos realizar nuestro trabajo, pero necesitamos su permiso. ¡Unámoslo todo!
— Se te reiría en la cara — dije.
— ¿De verdad? ¿Dejaría pasar la oportunidad de conseguir la gloria… y tener una cabeza de turco a quien echar las culpas si las cosas iban mal?
— Esto es una locura — repetí.
Tuli dijo:
— Si fuese otra persona, el doctor Rossman sentiría la tentación de probarlo. Pero no contigo, Ted.
— ¿Te das cuenta de lo que dices, Ted? — preguntó Barney, los ojos muy abiertos.
— Claro.
— El doctor Rossman nunca permitiría que nadie que no perteneciese a la División de Climatología le ayudara. Aun cuando quisiese trabaja contigo, tendría que ser bajo su control.
Ted se encogió de hombros.
— Entonces le pediré que me vuelva a admitir en la División.
— ¿Qué? — grite -. ¿Dejar el laboratorio? ¡NO puedes!
Esta empresa fue construida para ti, no puedes hacer el equipaje y marcharte… Es… es… traición! ¡Esa es la palabra!
— Tú estás ganando dinero con el laboratorio — contestó -. Aún tendrás las predicciones a largo plazo y el personal técnico de la máxima categoría.
— Tú no eres mi dueño, amigo.
— ¿Pero es que careces de sentido de la responsabilidad? ¿O de la gratitud? ¿O de algo?
— Escucha. Yo no tengo unos cuantos millones de dólares con que jugar, ni una mansión de mis antepasados, ni una docena de diferentes negocios con los que trastear. Todo lo que poseo es el control del tiempo. Iniciamos este laboratorio para efectuar el trabajo de control del tiempo. Si tengo que dejar el laboratorio para conseguir controlar el tiempo, lo dejaré. ¡Si tengo que caminar por la cornisa de esta terraza para conseguir el control del tiempo, también lo haré! No hables de responsabilidad, ni de gratitud, camarada. Yo hice de este laboratorio un negocio rentable. Yo he librado a los dragados de tu padre de todas dificultades. Ahora, cuenta tu dinero y déjame que realice la misión para la que nací.
Pasó junto a mí como un tornado y empezó a bajar la escalera, dejándome tembloroso, con impotente furia.
No volví a ver a Ted durante una semana. Y cuando lo hice, fue sólo mediante una breve llamada telefónica por la noche a mi habitación del hotel.
— Rossman cedió. Mañana por la mañana empiezo en Climatología. Aquí estoy, en el laboratorio, para recoger mis cachivaches… Permaneceré durante una hora, por si quieres hablarme.
Colgué el teléfono con tanta fuerza que lo atasqué.
Desde la mayor parte de los puntos de vista, Eolo parecía no haber sufrido cambios. Tuli se fue con Ted, claro. Me dio las mil excusas, a estilo oriental. Pero se fue. Lo mismo hicieron otros cuantos técnicos.
Permanecí sentado en el despacho y meditando mientras el personal dirigía las cosas. Las predicciones a largo plazo marchaban como sobre ruedas y nuestro trabajo sobre control de la sequía estaba siendo enviado en una serie de informes para nuestros clientes. La única tarea que cesó fueron los preparativos para las modificaciones actuales de la sequía.
Permanecí en Eolo durante casi un mes. Barney vino un par de veces, pero siempre con poco tiempo. Estaba demasiado atareada con las modificaciones de la sequía, según dijo.
Dos semanas después de que Ted se marchara, tuvimos una fuerte tormenta que dejó caer casi cinco centímetros de lluvia en los pantanos vacíos. Unos días más tarde lloviznó durante casi treinta y seis horas seguidas. Nada espectacular, pero todo el mundo se sintió agradecido. Por último, una mañana, a finales de septiembre, se nubló y llovió a cántaros, con firmeza, todo el día. Los niños volvieron a casa desde sus colegios saltando por los charcos, salpicando y manchando sus pantalones, sus impermeables y sus botas. La gente se acomodó en las ventanas de sus oficinas para contemplar la lluvia, sonriendo. Los hombres y las mujeres adultos desempolvaron los viejos paraguas y los chanclos y salieron a pasear en la primera lluvia prolongado del año.
Yo no pude aguantar más. Salí del despacho, conduje mi coche por las calles lluviosas hasta el hotel y empecé a hacer el equipaje. Habla terminado con Ted y con Barney y con la idea entera del control del tiempo. Volví a Hawai.