V UN CAMBIO DE TIEMPO

— Eso no es exactamente cierto — intervino Tuli mientras yo dirigía el coche saliendo del aparcamiento de Climatología -. El doctor Rossman dice que quiere estudiar la nueva técnica antes de proponerla a Washington como un método de predicción normal para el Departamento de Meteorología.

— ¡Estudiarlo! — Gruñó Ted -. Ya sabes lo que eso significa… por lo menos un par de años.

— Es un hombre precavido — afirmó Tuli.

— Sí, especialmente con las ideas de las demás personas. Podría emplear el sistema como experimento y ver si resulta. En tres meses tendría datos suficientes para satisfacer al Congreso, al Tribunal Supremo y al Sacro Colegio de Cardenales. Pero él no lo hará. Va a quedarse sentadito a seguir jugueteando hasta que se conozca este procedimiento como idea suya.

— ¿Quieres decir que no se te permitirá efectuar más predicciones a largo plazo? — pregunté.

Ahora, no. La idea en estos momentos pertenece a la División de Climatología… Rossman cree que es de su propiedad particular. Me dijo que volviese a realizar el trabajo por el que me pagan y que dejara de intentar gobernar la División.

Comencé a sentirme tan triste como las nubes que se cernían sobre nosotros.

— ¿Qué hay sobre el control del tiempo?

— Debieras haberle visto la cara cuando le presenté el asunto. Le hablé de que esas predicciones a largo plazo hacen que sea practicable el control del tiempo. Por poco se desmaya. Me prohibió absolutamente mencionarle otra vez el asunto.

Marchamos hacia la Playa Norte en un triste silencio. Para cuando llegamos al desvío que unía Marblehead Ned al continente, llovía de manera firme.

— En el minuto preciso — murmuró Ted, sombrío mientras miraba por la ventanilla del coche -. Lloverá esta noche, mañana y el domingo. Creen ellos.

— ¿Qué quieres decir con eso? Preguntó Barney.

Su única respuesta fue:

— Ya lo verás.

* * *

La casa no había cambiado mucho en los escasos veranos transcurridos desde la última vez que la viera. Thornton era grande sin mostrarse pretenciosa… una mansión colonial limpia y blanca, con contraventanas negras y una puerta colorada, un jardín fresco y modesto, matorrales ceñidos en torno al porche delantero, garaje, embarcadero y un pequeño muelle en la parte posterior.

Detuve el vehículo delante de la puerta principal, bajo la marquesina. Ted descendió primero.

¿Quién construyó esto? ¿Miles Standish?

— No — contesté, saliendo de detrás del volante. En realidad fue construida bastante después de la Revolución y luego reconstruida hace un centenar de años, luego que un huracán derribase el edificio original.

Ted me miró como si creyera que estaba tomándole .1 pelo.

— Es hermosa — dijo Barney mientras yo la ayudaba a descender.

La puerta se abrió y tía Louise se adelantó hacia mí, con los brazos extendidos. La seguía un trío de sirvientes.

— Jeremy, cuánto me alegro de verte — me echó los brazos al cuello. Nada podía hacer excepto aguantar sus besos. Después de unos cuantos momentos cariñosos, logré libertarme y presenté a Barney, Tuli y Ted.

— Bienvenidos a Thornton — dijo mi tía -. Los sirvientes se ocuparán de su equipaje y les enseñarán sus habitaciones. Tenemos intención de cenar dentro de una hora.

Mientras mis amigos subían las escaleras siguiendo a los criados, tía Louise prácticamente me arrastró hasta la biblioteca.

— Ahora, sé sincero — dijo nada más que las recias puertas se cerraron a su espalda -. ¿Cómo está tu padre?

Estupendamente, de veras. Salud perfecta, genio vivo, lleno de vitalidad. Nos tiene a mis hermanos y a mí trabajando como esclavos.

Tía Louise sonrió, pero con tristeza.

— Ya sabes que no ha estado aquí desde el funeral de tu abuelo.

— Y ninguno de vosotros estuvisteis en Hawai desde que murió mi madre — repuse -. Parece como si fuera preciso un funeral para que se reúna la familia.

Caminé a lo largo de las estanterías que se extendían hasta el techo, llegué al adornado escritorio de madera en donde el abuelo Thorn solía pasar las tardes lluviosas de mis visitas a Nueva Inglaterra, diciéndome cómo convenció a su padre para que invirtiese el dinero en Líneas Aéreas Comerciales, después de muchas generaciones en que los Thorn se dedicaban a construir barcos.

Tía Louise me siguió.

— Jeremy, sabes que tu padre siempre fue un rebelde. Pudo haber dirigido los intereses de tu abuelo y vivir aquí, en Thornton. Pudo haber sido el jefe de la familia, puesto que es el más viejo. Pero se metió en esas perforaciones…

— El Mohole…

— Si, y discutió con tu abuelo. Así que se marchó a Hawai.

— Y ahora vive allí y dirige sus propios negocios.

— Casi nunca nos vemos — protestó ella -. Eso no está bien.

— Bueno, ¿por qué no le invitas a que venga? Creo que aceptaría encantado… si pensase que en realidad deseas tenerlo a tu lado.

— ¿Crees que aceptaría?

Asentí.

— Hablaré esta noche con tus tíos.

— ¿Se encuentran ambos aquí?

— Sí, para pasar el fin de semana. Planeaban una expedición de pesca, pero parece ser que la lluvia lo estropeará todo.

Por algún motivo dije:

— No estés tan segura.

Mis dos tíos eran completamente distintos a mi padre… y diferentes también entre sí. Tío LoweIl era un hombre fornido, barrigudo, calvo y altisonante. Le gustaba la conversación, especialmente cuando era él quien hablaba. Tío Turner era alto y delgado, bastante silencioso; se parecía a la idea popular del yanqui de Nueva Inglaterra.

Tío LoweIl dominó las primeras tres cuartas partes de la cena, en el viejo comedor iluminado por velas, con un monólogo sobre cómo prosperaba Thornton Aerospacial, cómo el negocio de transporte por cohetes se había aposentado definitivamente, amortizando todos los riesgos e inversiones, permitiéndole ahora dedicar parte de su precioso tiempo y de sus no menos preciosos ingenieros a ayudar a tío Turner a desarrollar los nuevos navíos sobre colchón de aire para Thornton Shipping Lines.

Entonces cometió un resbalón. Tío LoweIl mencionó que uno de los problemas de los navíos que volaban prácticamente sobre las olas sería evitar las tempestades en el mar, puesto que no podían funcionar con olas tormentosas.

Ted se apresuró a intervenir, tenedor en mano, y a hacerse cargo de la dirección de la conversación. De las tormentas en el mar cambió a las predicciones del tiempo a largo plazo y al control del tiempo. Ante los entremeses, la ensalada y el postre Ted nos mantuvo a todos fascinados… incluso a tío Lowell.

— Lo que yo nunca pude entender — dijo tía Louise -, es por qué el tiempo aquí en Nueva Inglaterra es tan mutable.

— No se trata sólo de Nueva Inglaterra — contestó Ted, arrellanándose en su silla ahora que se había terminado el postre -. Toda Ja región entre las latitudes Horse y la zona este del Polo tiene el mismo problema. Nos encontramos en la región del flujo aéreo occidental… en la Zona Templada: lo que significa ventiscas en invierno, inundaciones en primavera, sequías en verano y huracanes en otoño.

Eso despertó una carcajada general.

— Miren, en este flujo occidental existen tormentas y anticiclones de buen tiempo persiguiéndose mutuamente como los caballitos del tiovivo — hizo girar un dedo en torno al aire -. Uno tras otro. Jamás al mismo tiempo para más de pocos días… a veces pocas horas. Nueva Inglaterra está bastante cerca del mar para obtener mucha humedad y lo bastante lejos del norte para obtener prácticamente aire puro polar. Mézclenlos y obtendrán una ventisca de buen tamaño. Pero más lejos del océano las temperaturas extremas son mucho peores. El océano es un pozo de calor… se empapa del calor del verano para mantener a la gente fresca y emite calor en invierno para calentar a las personas

— ¿Qué hay de ese problema de la sequía? — preguntó tranquilamente Turner -. Tengo entendido que las lluvias de primavera no han llegado a la cantidad normal.

Ted asintió.

— Y el invierno también fue bastante deficiente; no hubo bastante cantidad de nieve. Resbalamos hacia una situación de escasez de precipitaciones. Lo estamos estudiando con la máxima atención. No queremos que haya falta de agua, si podemos evitarlo.

— ¿Podría usted controlar el tiempo para impedir una sequía? — preguntó tío Turner.

Ted se encogió complicadamente de hombros.

— Claro… en cuanto tenga ocasión de trabajar.

— La idea del control del tiempo me da escalofríos — dijo tío Lowell -. No quiero ofenderles a ustedes, pero no me agrada pensar que algún joven brillante ingeniero trastee con mi tiempo.

— Ese es el estado de ánimo que mantuvo a Colón en puerto durante veinte años — repuso Ted -. Hablando así, por poco se impide que esta nación llegue a la Luna.

Conténgase; jamás estuve en contra del proyecto lunar. Siempre supe que pagaría estupendos dividendos. Pero trastear con el tiempo…

— El hombre ya cambia el tiempo, casi cada día. Las nubes de humo hacen que el clima, si son bastante considerables, quede afectado. ¿No ha mirado usted nunca sobre una ciudad al salir el sol? Fíjese cómo las fábricas empiezan a funcionar; entonces se dará cuenta de que el hombre, sin duda, modifica el tiempo. Cada vez que un constructor destroza algún acre de vegetación y lo pavimenta, cambia el tiempo.

— Pero yo me refería…

— Y en Israel incluso han cambiado el clima plantando árboles e irrigándolos. Han convertido el desierto en bosque en menos de una generación. Los rusos han empleado árboles como pantallas contra el viento para obligar a los aires húmedos del lago Baikal a que se eleven hasta una altura en donde alcanzan la temperatura de condensación y dejar caer lluvia.

Tul asintió, confirmando todo esto.

— Pero eso es muy distinto a tratar de controlar al tiempo en total — contestó tío Lowell -. No se puede dejar a los científicos sueltos por la nación, realizando cuanto cruza por sus cabezas… Resultaría peligroso.

— Sería mucho más peligroso- contraatacó Ted -, si no dejase usted que las personas tratasen de hacer lo que piensan posible. Uno se puede sentar sobre las ideas… el mundo se detendría. La gente reniega de la tecnología, diciendo que avanza demasiado deprisa y estropea la verdadera belleza del mundo. Y al mismo tiempo atesta los cohetes para pasarse fines de semana en España y hace cola para adquirir la vacuna contra el cáncer. ¡Que reniegue! Yo trabajaré en el mañana, ellos pueden soñar en el ayer si quieren. El pasado terminó y no podemos mejorarlo. Pero si podemos conformar el mañana. ¿Por qué no deberíamos tener control sobre el tiempo? ¿Por qué hemos de estarnos sentaditos en casa y dejar que llueva? ¿Opina alguien que el hombre debió permanecer dentro de las cuevas, lejos del fuego, y vivir primitivamente hasta hoy?

Por una vez en su vida, tío Lowell se quedó sin saber qué decir.

Tía Louise se volvió a Barney y dijo en voz bastante alta para llenar el súbito silencio.

— ¿Le gustaría ver el resto de la casa mientras los caballeros terminan su discusión?

Cuando se fueron, tío Lowell sacó un cigarro del bolsillo de la chaqueta y lo encendió.

— No sé si estoy de acuerdo con usted o no — dijo a Ted, entre bocanadas de espeso humo azul -. Pero siga con sus propósitos, muchacho. Cree usted en lo que dice y eso es ganar la mitad de la batalla. Más de la mitad — puntualizó.

* * *

Aquella noche tuvieron lugar extraños cambios en la atmósfera sobre Nueva Inglaterra. El borde del sistema de altas presiones que había estado posado sobre la parte norte del Maine bruscamente empezó a debilitarse. La presión Comenzó a caer en una zona pequeña mar adentro. La tempestad que había estado empapando el área de Boston de pronto inició el descenso por la pendiente, tirando de la baja presión hacia el norte y hacia el este y empezó a alejarse en dirección a Nueva Escocia.

* * *

Me despertó el fulgor del sol entrando a torrentes por las ventanas de mi dormitorio. Medio atontado, me senté y miré al exterior. Las nubes se rompían! El sol brillaba en el océano.

— Teléfono — ordené -; necesito la predicción del tiempo.

El teléfono emitió unos chasquidos durante breves momentos. Luego se oyó la voz del locutor procedente de la cinta del Departamento de Meteorología:

Vientos del noreste… de veinticinco a treinta kilómetros por hora. Hay lluvia, en ocasiones moderada y en ocasiones densa. Esta noche, lluvia continua. El domingo, lluvia que terminará a última hora de la tarde, con los vientos cambiando al cuarto cuadrante. El domingo por la noche, chaparrones aislados, vientos del oeste…

Fuera, ahora mismo, se veían las nubes esparcidas y me hubiese apostado hasta la camisa a que el viento, procedía del oeste. Me puse una bata, metí los pies en mis zapatillas que encontré en el armario y bajé precipitadamente la escalera. Ted estaba en la cocina, en la mesita del desayuno, rodeado de tocino, huevos, pastelillos, leche, mantequilla, jugos de frutas, tostadas y gelatinas.

Alzó la vista apartándola de un tenedor muy cargado.

— Buenos días.

— Ciertamente es un buen día — comenté -. Mucho mejor de lo que predice el Departamento de Meteorología.

Ted sonrió, pero no dijo nada.

— ¿Tienes algo que ver en el cambio? ¿En realidad…? Me hizo callar con un gesto.

— Querías ir a navegar hoy, ¿verdad?

— Sí.

— Entonces hablaremos.

La cocina estaba en el extremo opuesto de la habitación y desde más allá de la puerta del comedor pude oír la voz del tío Lowell. Le gustaba leer las noticias de la mañana en voz alta a quien estuviera a su alcance.

Se necesitó un poco de tiempo para que los cuatro organizásemos aquella mañana, pero por último nos vimos a bordo del queche "Arlington", desfilando en medio del bosque de mástiles del atestado puerto en dirección al mar abierto.

Ted iba en proa, manejando las velas según mis instrucciones. Yo estaba en el timón, dando órdenes, con Barney sentada a mi lado.

— Tienes un aspecto muy marinero — dije. Llevaba pantalones blancos y una blusa roja y azul de corte marinero.

— Gracias. Se me olvidó meter ropas deportivas, así que tu tía me proporcionó este equipo. Es de un 501Q uso, hecho de fibra de papel, como el que llevan en la Base Lunar.

— Es una lástima tener que echar a la basura algo con un aspecto tan bonito.

— Pero es que no se puede lavar.

— Bueno, hay más copias de esa ropa — dije -, y, de cualquier forma, si se lo pusiese otra persona, no estaría ni la mitad de linda.

— Halagador.

— Es la verdad.

Llegamos al mar profundo, al océano abierto, bajo un cielo luminoso salpicado por unos cuantos restos deshilachados de nubes grises. Un fuerte viento del oeste inflé las velas y los cuatro nos reunimos en la cabina para descansar. Hacía suficiente fresco como para ponernos unos jerseys y tomar café.

Así que esto es tiempo "hecho de encargo" — dije a Ted.

— Algo así — replicó -. La tempestad se habría marchado mañana, a última hora de la tarde. Sólo modificarnos las cosas un poquito para acelerar el cambio.

— ¿Pero cómo lo hicisteis?

— No fue difícil. Tengo verdaderos camaradas en el satélite de las Fuerzas Aéreas que apuntaron sus lasers al lugar adecuado… añadiendo un poco de calor al anticiclón que mantenía fija la tempestad sobre Boston. Y uno de los aviones de Climatología tenía que efectuar un viaje de pruebas en beneficio del doctor Barneveldt, dejando caer comprimidos para sembrar las nubes. Yo dije únicamente dónde debían dejarlos caer y en qué momento. Así se inició una zona de baja presión en la que se metió la tempestad. Por eso se ha ido. Ahora debe estar en estos instantes en la Bahía de Fundy…

Barney pareció preocupada

— ¿No tienes miedo de meter en algún jaleo a la gente que te ayudó? Carecías de autorización…

— No han hecho nada más que lo que hubieran realizado normalmente — replicó Ted, impaciente -. Los muchachos de la Fuerza Aérea de los satélites tienen que disparar sus lasers cierto número de veces cada día, para asegurarse de que están en orden de combate. Es parte de la rutina regular. Yo mismo lo hice un millón de veces cuando llevaba el uniforme azul. Y el avión de Climatología iba a efectuar un viaje nocturno por orden de tu tío. Así que voló hasta un lugar por encima del océano en vez de dirigirse al punto previsto. ¿Y eso qué importa?

Habló Tuli:

— Espero que el doctor Rossman se muestre tan indiferente hacia esto como tú. Por regla general no le gusta que sus empleados actúen sin que él lo sepa… ni sin su permiso por escrito.

— Escucha — repuso Ted -. Afirmó que el control del tiempo es imposible. Ahora le demostraré que se equívoca. La cosa es así de sencilla.

Resultó ser la afirmación del año.

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