Fueron unos frenéticos cuatro meses. Entre marzo y julio teníamos que organizar un proyecto que comprendía aviones de la Fuerza Aérea, barcos de la Marina, satélites de la NASA y un buen tanto por ciento del talento y el equipo del Departamento de Meteorología. El personal del Proyecto fue extraído principalmente del pequeño grupo de Ted en Climatología y de mi personal en Eolo. También me encargaron de contratar a nuevas personas, que, oficialmente, trabajaban para Eolo, pero que en realidad eran personal de THUNDER. Y, puesto que el Proyecto n~ era ahora militar, Barney y Tuli quedaron en libertad para trabajar con nosotros.
Por último, la primera semana de julio, estábamos dispuestos para partir hacia Miami. El doctor Barneveldt nos despidió en el aeropuerto Logan, junto con una multitud de periodistas y fotógrafos. Ya no nos escondíamos de la publicidad; de hecho, estaba programada una conferencia de prensa en Miami, a última hora de aquella tarde.
Tras unas cuantas palabras finales de despedida, despegamos en el reactor del personal directivo. A bordo teníamos mucho trabajo que hacer. Yo revisé un borrador de nuestro acuerdo con el Gobierno británico referente a las islas Bermudas. Ted había decidido que THUNDER protegería al continente de Norteamérica y las islas del Caribe; pero quería dejar en paz a las tormentas en el océano abierto. Tenía dos motivos. Primero, necesitaba un control científico en los experimentos de THUNDER y las tempestades que no tocásemos podrían utilizarse como comparación contra aquellas en las que trabajáramos. Segundo, simplemente no teníamos recursos para afrontar cada perturbación en todo el océano.
Pero las tormentas que permanecían lejos del continente ahora amenazaban las Bermudas, así que tuvimos que concertar un acuerdo con los ingleses para que las Bermudas no quedasen protegidas.
Mientras leía los papeles del Departamento de Estado, Ted y Barney, a la otra parte del pasillo con respecto ~ mí, hablaban de la conferencia de prensa a la que se enfrentarían aquella tarde.
— Es importante dar a los periodistas la impresión Correcta — decía Barney -. Tenemos que demostrarles que THUNDER es estrictamente un experimento.
Ted asintió con impaciencia.
Yo alcé la vista de mi lectura.
— Ted, no te olvides que el doctor Weis estará presente, en el estrado, contigo. Será mejor que no digas nada que suene a control del tiempo.
Me dirigió una mirada de malhumor.
— No trates de predecir el futuro — añadió Barney -. Sólo habla del trabajo que vamos a hacer para el Proyecto. No dejes que los periodistas te coloquen en una posición en donde te veas obligado a hacer promesas…
Alzó las manos.
— Quizá debería ponerme una barba postiza, unas gafas oscuras y marcharme antes que empiece la conferencia de prensa. Escuchad, sabéis tan bien como yo que, tenemos resultados con THUNDER, o nos dan la patada. No tratemos de olvidarlo. No importa cuanto alardeemos, todos saben que si dejamos que un huracán pase a través de nuestros medios y cause daños, estaremos perdidos. Tenemos la obligación de echar el cerrojo.
Tuli asomó la cabeza desde el asiento de detrás de Ted.
— No podremos detener a cada huracán. No, a menos que las perturbaciones estén lo bastante espaciadas para que trabajemos en una o dos al mismo tiempo. A estas alturas de la temporada, cuando las perturbaciones vienen en grupos, algunas de ellas se nos escaparán.
— Eso es cierto — asintió Barney. Volviéndose a Ted, le apremió. Es preciso que seamos precavidos, especialmente delante de los periodistas.
Si fuésemos precavidos — gruñó Ted -, no estaríamos ahora en este avión.
Uno de los más elegantes hoteles de Miami Beach había sido elegido para la conferencia de prensa. El salón de baile principal estaba atestado y bajo los focos de la televisión todos sentimos calor y nerviosismo.
El jefe de la oficina en Miami del Departamento de Meteorología nos presentó con un inacabable discurso.
— Brillantes jóvenes científicos… con nuevas ideas desafiantes… atrevida juventud…
Ted permanecía arrellanado en su asiento, amenazador como una tronada: poderoso, peligroso, a punto de estallar.
Cuando, por último, terminó el jefe de Miami, el doctor Weis tomó la palabra De una manera cuidadosa recordó a todos el efecto de los huracanes que alcanzaron el continente de los Estados Unidos el año anterior, y los millares de millones en daños que originaron. (Mientras hablaba, la mayor parte del elemento turístico de Florida se amontonaba en los aeropuertos y terminales, marchándose a zonas más seguras hasta que hubiera terminado la época de los huracanes.)
— Si tenemos éxito en detener aunque sólo sea un huracán, impidiéndole que llegue a alcanzar la costa continuó el doctor Weis -, los ahorros en daños causados por la tempestad, por no mencionar las vidas humanas, pagarán con suficiencia el coste de todo el Proyecto.
Después de una revisión detallada de la organización THUNDER y de dar el crédito debido a ESSA, al Departamento de Defensa, al servicio de Guardacostas, al Congreso y toda otra organización gubernamental que tuviese algo que ver con la tierra, el mar o el aire (incluso mencionó Eolo), el doctor Weis indicó a los periodistas que podían hacer preguntas.
Las hubo en abundancia. Y al cabo de cinco minutos, se dieron cuenta que Ted era su clave para una buena historia; continuaron disparándole preguntas a él. Por último, uno de los periodistas dijo:
— Ha habido muchas pruebas de modificación del tiempo en el pasado, pero éste es el primer programa de control del tiempo en gran escala del Gobierno, ¿no?
El doctor Weis tomó el micrófono de la mesa y, teniéndolo entre las manos, respondió antes de que pudiese hacerlo Ted.
— El Proyecto THUNDER no es un programa de control del tiempo. Es, simplemente, un experimento limitado a los huracanes, a pesar de su tamaño. El Proyecto intentará modificar las perturbaciones tropicales que puedan crecer y convertirse en huracanes capaces de amenazar zonas pobladas. Eso es todo cuanto se hará. Ningún otro aspecto del tiempo será ni rozado, y no controlaremos el tiempo, por mucho que se esfuerza la imaginación popular.
Ted miró a lo largo de la mesa al Consejero Científico, luego se volvió a su micrófono.
— El Gobierno no está preparado para el control del tiempo. Por lo menos, todavía no. A la mayor parte del personal del THUNDER nos gustaría probar un programa a gran escala de control del tiempo. Derecho, el verdadero control del tiempo será mucho mejor que mantener a los huracanes fuera de nuestras puertas.
— Yo no lo hubiese dicho de esa manera — afirmó el doctor Weis, jugueteando con su pipa -. El Proyecto THUNDER es un emocionante primer paso hacia el eventual control del tiempo. Pero…
— Pero nos vemos constreñidos a traba lar con las perturbaciones mientras estén fuera, en el mar… No se nos ha confiado la misión de cambiar el tiempo por encima de los Estados Unidos.
El rostro del doctor Weis cambiaba de color.
— Es preciso aprender a caminar antes de echar a correr. Todavía no se ha demostrado que se pueden modificar las perturbaciones. Con buena suerte… y paciencia… se conseguirá el control del tiempo en su debido momento.
Ted se encogió de hombros.
— Creo que el debido momento podría ser este año. Ya hemos aprendido a caminar. Podríamos correr, si fuera preciso… siempre y cuando el Gobierno nos lo permitiera.
Uno de los periodistas dijo:
— Señor Marrett… después de que haya terminado la temporada de huracanes, digamos, en torno al día de elecciones, ¿cómo podremos juzgar el éxito del Proyecto THUNDER?
Ted cerró los ojos momentáneamente, como el hombre que está dispuesto a lanzarse desde gran altura.
— Si en alguna parte del continente americano, o las islas del Caribe, se sufren pérdidas de vidas o de propiedades por un huracán… THUNDER habrá fracasado.
Hubo un momento eterno de sorprendido silencio.
Noté que se me abría la boca. Nadie podría vivir si fallaba aquella garantía. Ted miró fulminante a la mesa y al resto de nosotros, esperando que alguien se atreviera a contradecirle. Los periodistas corrieron a los teléfonos.
Los titulares de los diarios de la tarde lo resumían con limpieza:
"NINGUN HURACAN AZOTARA A LOS E. U. A.", PROMETE EL JEFE DE CONTROL DE LAS TEMPESTADES.
El doctor Weis estalló. Mantuvo a Ted sobre brasas durante — tres horas antes de volver en avión a Washington. Amenazó con cancelar todo el Proyecto, o por lo menos despedir a Ted y sustituirle por otra persona. Pero el daño ya estaba hecho. Y Ted insistió, tozudo:
— Es la verdad. Estamos aquí para detener los huracanes. No importa cuántos detengamos, si uno logra pasar, todos creerán que hemos fracasado. Nadie estará satisfecho con un proyecto de acabar con los huracanes que no los elimine. Una tempestad que pase, y estaremos prácticamente muertos. ¿Por qué ocultarlo?
Así que nos pusimos a trabajar, instalando los cuarteles generales del Proyecto en un edificio prefabricado que nos prestó la Marina en el muelle de la ciudad de Miami. Pero la promesa de Ted pendía de nosotros como una espada de Damocles.
A finales de julio tomó forma el primer huracán.
A dos mil kilómetros al este de Florida y a ciento veinte metros por debajo del agua, un banco de bonitos tan numerosos como la población humana de Miami, se alejó de pronto de una forma amenazadora que caía sobre ellos. Más grande que una ballena cachalote o incluso que una de la raza gigante azul, el submarino se deslizó sombrío a través del poblado mar, tomando muestras de las temperaturas del agua e informando por radio, cada media hora, al cuartel general do THUNDER. Un avión patrulla Dromedario, no tripulado, voló automáticamente cruzando el cielo del Atlántico medio, midiendo sin parar las condiciones atmosféricas y retransmitiendo la información al Proyecto. El avión y el submarino se cruzaron. Un técnico de la sección de traducción de datos do THUNDER contempló curioso cómo uno de los grandes computadores adquiría vida. Echó una rápida mirada a las palabras enigmáticas y a los símbolos que salían impresos; luego tomó el teléfono más próximo. Una especie de agujero de baja presión con aire frío mezclándose, una cálida columna de aire en el centro levantándose recta hacia la tropopausa y alzando consigo agua por debajo de la perturbación; un huracán estaba naciendo.
Bautizamos aquella primera tempestad con el nombre de Andrea. Permaneció en mitad del océano, así que no tuvimos que intentar modificarla. El huracán fue, sin embargo, un laboratorio viviente para nosotros; seguimos su curso minuto a minuto y enviamos escuadrillas de aviones dentro de él para medir y tomar muestras de cada faceta de su crecimiento. Andrea pasó cerca de las Bermudas, pero con nuestro aviso anticipado de su sendero, los isleños redujeron al mínimo los daños.
Bettina siguió las huellas de la primera tormenta, desarrollándose prácticamente de la noche a la mañana en el Caribe. La pillamos a tiempo, por poco, y mantuvimos a Bettina reducida a las proporciones de una pequeña tormenta tropical. Jamás adquirió fuerza de huracán, aunque causó bastantes dificultades allá donde sus vientos potentes y sus fuertes lluvias rozaron.
— Por poco se nos escapa — murmuró Ted cuando los resultados de nuestro trabajo en Bettina aparecieron en la gran pantalla que dominaba el centro principal de control de THUNDER -. Un par de horas más y habríamos llegado demasiado tarde. Hicimos lo mejor que pudimos.
Aprendimos de prisa, la temporada de huracanes había empezado ya y nos enfrentábamos con docenas de perturbaciones tropicales. Agudizamos nuestras técnicas y preparamos a nuestros equipos para luchar de manera estupenda. El doctor Weis llamaba prácticamente cada día, pero no teníamos tiempo para preocuparnos. Trabajábamos, comíamos, dormíamos y luego trabajábamos más. El tiempo se convirtió en una espiral mareante de descubrimientos, luchas y "asesinatos" de perturbaciones tropicales.
Sin embargo, Ted se comportaba de manera extraña. Estaba fuera del cuartel general de THUNDER tanto tiempo como se hallaba entre nosotros… Le seguí el rastro leyendo sus cuentas de gastos: Cabo Kennedy, Boston, Washington, Kansas City… incluso pasó un fin de semana arribaen el Satélite Espacial del Atlántico (que le costó al proyecto dieciocho mil dólares; los vuelos orbitales seguían siendo caros).
Pero cada vez que teníamos que enfrentarnos a algún trabajo realmente duro, aparecía Ted para dirigir la batalla. A veces llegaba presuroso hasta su escritorio, llevando en una mano su maletín de viaje y en la otra la bolsa con la ropa sucia, pero siempre se encontraba presente cuando las cosas tenían mal aspecto.
— ¿A qué vienen todos estos viajes? — le pregunté una tarde. Se efectuaba el cambio de vigilantes en el centro de control y Barney, Ted y yo comíamos bocadillos y bebíamos refrescos en él escritorio de nuestro jefe técnico.
— Estuve visitando a personas que pueden ayudarnos - Dijo entre bocado y bocado.
— ¿En Kansas City?
Sonrió.
— También tienen meteorólogos en K.C.
— ¿No te parece que eso queda muy tierra adentro para el control de los huracanes? — preguntó Barney. Sentía tanta curiosidad como yo.
— Mirad, a esos individuos no les hablo de THUNDER. Se trata del control del tiempo. Tarde o temprano necesitaremos todas las inteligencias y ayuda que podamos conseguir… cuando empecemos a controlar el tiempo por toda la nación.
— Pero tú no vas a intentar ningún trabajo de control del tiempo hasta que THUNDER se demuestre útil — dije.
— ¿Para qué esperar? — repuso -. Weis y sus comités quieren ir despacio. Si THUNDER fracasa, todos nosotros tendremos que volver a los laboratorios. Aun cuando si THUNDER tiene éxito, ¿qué pensáis que harán? — Antes de que pudiéramos contestarle, prosiguió -: Querrán que montemos otra vez THUNDER el año que viene y quizá cada año. El control de huracanes en grande… pero no suficiente, aun cuando resulte. Yo ambiciono el control del tiempo, no importa lo que sea o lo que tenga que hacer.
Barney me miró de reojo y luego dijo:
— No entiendo cómo tus viajes por la nación nos ayudan para conseguir el control del tiempo, Ted.
— Cuando termine la temporada de los huracanes, quiero sorprender a Weis, Dennis y los demás con una sólida historia sobre el control del tiempo. Pongo de nuestra parte a tantas personas como me es posible. Quiero mostrar a Washington que ya está preparado un gran equipo para luchar.
— ¿Pero qué sucederá si THUNDER fracasa? — pregunté -. Y todo lo que necesitamos es un huracán que se nos escape.
— Aún no hemos fracasado.
— Pero la parte más dura de la temporada está sólo empezando — indicó Barney.
— Lo sé. Hasta ahora nos mantenemos Tul y su gente hacen algo de trabajo colateral para mí… no mucho, sin quitar personal del trabajo regular del Proyecto. Pero obtenemos datos suficientes de las tempestades y de sus sistemas del tiempo para empezar a pensar en un sincero y honrado control. Ya sabéis, mantener en el mar a los huracanes, controlando el tiempo en todo el continente.
— ¿Investigación de control del tiempo? ~ Si se entera el doctor Weis…
— Que no se entere. Y, Barney, concede a Tuli todo el tiempo de computadores que necesite.
— Les hacemos funcionar veinticuatro horas cada día — contestó ella -. Necesitaremos que nos ayuden otros computadores de diversos lugares.
— Está bien, pídelo. Pero procura mantener el género que proporcione Tuli en nuestras propias máquinas; que no se escape del Proyecto.
— Ted, eso no me gusta — dije -. Aún nos queda la parte más difícil de la temporada. Tul nos previno que habrá veces que se presentarán sencillamente demasiadas perturbaciones para que las ataquemos al mismo tiempo. Sabemos por experiencia que no podemos efectuar más de dos o tres misiones cada día… carecemos de hombres y de equipo para otras empresas mayores. Y ahora te llevas a personal valioso, separándolo del verdadero trabajo en el Proyecto, para investigar en donde no nos permiten hacerlo…
— ¿Eh?, ¿De qué bando estáis? Camarada, esta investigación es para el control del tiempo y ésa es nuestra meta. Nada de trastear con los huracanes. THUNDER es sólo una gota en el cubo de agua comparado con lo que realmente podemos hacer.
— Pero si tú no pones esa primera gota en el cubo, ¿qué pasará?
Frunció el ceño.
— Está bien, estamos jugando. Pero que el juego sea grande. Tratemos de saltar la banca.
Pudimos haber discutido toda la noche, pero no lo habríamos desviado de su idea ni un solo minuto. Y el máximo argumento de todos se gestaba en el Atlántico mientras nosotros permanecíamos allí, sentados ante el escritorio de Ted.
Fueron precisos unos cuantos días para que los hechos apareciesen en la gigantesca pantalla de THUNDER. Pero cuando se hicieron evidentes, supimos que todos nuestros sueños iban a desplomarse a causa del viento ululante de un descomunal huracán.