La cafetería de la División de Climatología era grande, muy atestada y ruidosa y terriblemente deprimente. Las paredes estaban pintadas de un gris muerto y los pocos intentos que alguien había hecho de decorarías desaparecieron tiempo atrás. Torrentes de personas cruzaron las líneas de entrada y atestaban las desnudas mesas de plástico. Prácticamente no había verdadera comida; sólo alimentos sintéticos y concentrados. Nada apetitoso, aunque Barney parecía bastante complacida por la selección.
— ¿No tiene usted hambre? — me preguntó mientras buscábamos una mesa libre.
Tenía la bandeja casi vacía.
— Yo… ejem, me imagino que estoy acostumbrado a la comida isleña — mentí con torpeza.
— Hay mejores restaurantes en las ciudades próximas y en Boston, claro. Pero son muy caros.
— La verdadera comida vale todo el dinero que cuesta dije.
Me dirigió una mirada divertida.
Para cuando encontramos una mesa y nos sentamos, había llegado Ted.
— A Ted le acompaña Tuli Noyon — me dijo Barney mientras ellos tomaban unas bandejas y empezaban a abrirse paso por la cola de comensales -. Tuli es de Mongolia. Ted le conoció en el MIT y le ha conseguido un empleo aquí en sus horas libres. Es un cineticista químico.
— ¿Un qué?
— Cineticista químico — repitió ella -. Tuli está trabajando con mi tío en un nuevo catalizador químico que puede cambiar el equilibrio energético de una masa de aire.
— Oh, ¿algo así como sembrar nubes?
— Parecido.
Tul tenía una construcción recia que disfrazaba su altura; pero vi que era casi tan alto como Ted. Su rostro era oval, de piel oscura y llano de rasgos… más parecido a un esquimal que a cualquier oriental que yo hubiese visto antes.
Cuando los dos hombres cruzaron las atestadas mesas hacia nosotros, advertí que estaban enfrascados en una conversación en la que Ted llevaba la batuta. Balanceaba una bandeja muy cargada con una mano y gesticulaba ampliamente con la otra. Tuli asentía, con su rostro redondo casi inexpresivo.
Me levanté cuando colocaron sus bandejas en nuestra mesa. Ted saludó a Barney con la cabeza y a mí sin perder el paso en su conversación.
— Así que Gustafson accedió a dejarme utilizar el computador MIT en el turno desde la medianoche hasta las cuatro, si puede conseguir que alguien lo programe. Ahí es donde tú intervendrás, Barney.
Tuli, que había permanecido en pie, me dijo:
— Soy Tuli Noyon, amigo y socio de esta máquina parlante pelirroja.
Solté la carcajada.
— Me llamo Jerry Thorn — nos estrechamos las manos y él, se sentó.
— De modo que me olvidé presentarles — murmuró Ted, ya escarbando en su comida -. Hay cosas más importantes en mi cerebro. Barney, tienes que buscar algo de tiempo para programar en mi beneficio la máquina MIT. Quizá también obtener de contrabando un poquito de tiempo en el computador de aquí. Se trata de una buena causa — añadió.
— Siempre es para una buena causa — pero ella le sonreía.
— Ted casi me ha convencido — dijo Tuli — de que puede efectuar predicciones del tiempo exactas con dos o tres semanas de anticipación.
— ¿Utilizando las ecuaciones de turbulencia? — preguntó Barney.
Ted asintió hacia la muchacha mientras tragaba un pedazo de carne de imitación.
¿Serán sus predicciones quincenales mejores que las predicciones para un mes del Departamento Meteorológico? pregunté.
Tragó con fuerza.
— ¿Mejores? No hay comparación, amigo. Esa hoja de ensueños mensual que emite Rossman es sólo un vistazo general a las tendencias regionales… Temperatura, lluvias para regiones como Nueva Inglaterra o el Suroeste. Alcanza un setenta y cinco por cien de seguridad en la temperatura y menos de un cincuenta en la precipitación. Es despreciable.
¿Y sus predicciones?
— Más del noventa y cinco por ciento de seguridad.
¡Y con exactitud matemática! Con un poco de trabajo, podría decirle a usted qué trozo de la calle se mojará en un chaparrón. Incluso usted podría ajustar su reloj guiado por estas predicciones.
— Quizás eso sea un poco de exageración — dijo Tuli -, y aunque las predicciones mensuales que tenemos son muy vagas, el Departamento ofrece predicciones para tres días… emitidas para diversos centros locales… que generalmente alcanzan un noventa por cien de exactitud.
— No exagero — insistió Ted -. E incluso las mejores predicciones que emite el Departamento, sólo dan cálculos generales sobre la temperatura, el viento y los totales de precipitación. Escuchen, he visto a individuos programar cuentos de viejas en los computadores… ya sabe usted. "cielo rojo por la mañana, el marino debe tener cuidado", esa clase de género. Era tan seguro como las predicciones diarias del Departamento. Se lo digo de veras! Pero yo voy a efectuar predicciones exactas. Hasta el grado de kilómetros por hora de velocidad del viento y décimas de milímetro de precipitación.
— Eso será muy impresionante — dijo Tuli -, si resulta.
— Está bien, Confucio dubitativo; hice un cálculo manual para Boston con respecto al resto de la semana. Si resulta bien, iremos a la máquina y pasaremos toda una semana para ampliarlo hasta los Estados Unidos Continentales.
— Es un humilde principio — comentó Tuli, con el rostro serio -. ¿Por qué no predecir todo el verano para el mundo en general?
Ted le miró.
— Quizá la semana que viene.
— Advierto que no podré dormir mucho entre hoy y el lunes contestó Barney.
Ni probablemente el resto de la semana que viene — le contestó, animoso, Ted -. Quiero efectuar la predicción climatológica para los próximos tres meses.
Habló Tuli: cuando por último consigas tu diploma, deberías cempartirlo con Barney.
— La he amenazado con casarme con ella; si no la asusta eso, no tendrá miedo de nada.
Barney quedó callada y la conversación pareció estacionarse.
— ¿Puedo hacer una pregunta?
Seguro, Jerry.
— Usted habló sobre predicciones del tiempo y predicciones climatológicas. ¿En qué se diferencian?
Ted se tomó lo último que le quedaba de su concentrado de proteína; luego dijo:
— ¿Qué hicieron los Red Sox anoche?
— ¿Eh?
Ganaron, cuatro a cero — contestó a su propia pregunta.
— Pero ¿qué tiene eso que ver con…?
Me hizo callar con un gesto.
Anteanoche también ganaron, seis a cinco. Pero el lunes recibieron una paliza, ocho a uno.
— Un deporte muy bárbaro — murmuró Tuli -. Jamás sustituirá al Tiro con Arco.
— Cada juego individual — continuó Ted, ignorándole -,es como el tiempo de un día.
— Querrá decir que cada cual es diferente.
— Claro. Una exclusión, un fallo, un partido duro, una fuga… todo son lances del juego, que se realizan bajo las mismas reglas. Pero no hay dos partidos exactamente iguales. ¿De acuerdo?
Asentí.
— ¿Y ahora dónde se encuentran los Sox en la clasificación? Los cuartos, ¿verdad? A dos puntos de Seattle. En comparación… ése es el clima de la temporada. El año pasado ocupaban el sexto lugar, a diecisiete puntos de los que ganaron la copa.
— Me parece comprender. El cómputo general…
— Del tiempo de muchos días — terminó Ted por mí -, es lo que forma el clima. Usted puede predecir que los Sox terminarán entre el tercero y el sexto este año. Eso queda muy claro. Pero predecir el tanteo del partido de mañana… eso es difícil. ¿De acuerdo?
— Creo que sí.
— Está bien; ahora, si puedo conseguir que vosotros dos me ayudéis — dijo dirigiéndose a Barney y Tuli -, podremos localizar con exactitud el tiempo para cualquier lugar de la nación con dos o tres semanas por anticipado. ¿Qué os parece eso para mi tesis del doctorado?
— No sé nada sobre tesis — afirmé -, pero vine aquí a hablar de eso.
Me expliqué mientras la cafetería, lentamente, se vaciaba de gente, hablando de las tempestades del Pacífico y de las operaciones de dragado de mi padre.
Ted escuchó en silencio, luego dijo:
— De acuerdo, están pasando ustedes un mal año allí. Necesitan algo más que predicciones seguras. Les hace falta control del tiempo.
— Le pregunté al doctor Rossman acerca de esa y me dijo que es imposible.
— Cierto, lo es… para él.
— ¿Y para usted?
Se inclinó más sobre la mesa, bajando la voz en la creciente tranquilidad de la cafetería.
— Escuche, ¿qué se necesita para controlar el tiempo? Primero, una información detallada de lo que ocurre, el tiempo real del momento. Eso lo tenemos. Segundo, uno ha de ser capaz de efectuar cambios en el tiempo, cuando y donde se le antoje. Verdaderos cambios, no simples perturbaciones. Los tipos como Tuli y el doctor Barneveldt están dando vueltas a productos químicos estupendos para sembrar nubes y cambiar los equilibrios de energía. Y la Fuerza Aérea tiene lasers en órbita que freirían huevos desde dos mil kilómetros de distancia.
Tomó un trago de café, luego prosiguió:
— Tercero, se necesita conocer el presupuesto calórico de la atmósfera… el equilibrio energético… en todo el mundo. Ahora lo podemos hacer. Por fin, hay que ser capaces de predecir con exactitud qué tiempo hará en todo el mundo durante semanas o meses de anticipación. Luego se contemplan cuáles serán los efectos producidos por su cambio de tiempo. No puede uno atreverse a destrozar una tempestad si se tiene miedo de causar una ventisca de nieve en Florida.
Sonaba lógico.
Comprendo. Ahora ustedes trabajan en ese último apartado, las predicciones del tiempo a Largo Plazo con exactitud absoluta.
— A fines de la próxima semana sabremos si podemos conseguirlo. Creo que lo lograremos.
— ¿Y en verdad crees que las ecuaciones de turbulencia son la clave para las predicciones exactas a largo plazo? — preguntó Barney, con un ligero ceño, indicando concentración.
— Son la pura esencial — insistió Ted -. Escucha. El tiempo no es nada más que un flujo de aire turbulento… simplemente aerodinámica, más agua — se volvió hacia mi y continuó -: Es el agua lo que lo hace difícil… puede presentarse en forma de vapor, en estado liquido o sólido.:. es capaz de emitir calor o absorberlo… y, principalmente, lo que más queremos de una predicción del tiempo es información sobre cuándo y cuánta lluvia o nieve nos caerá encima. ¿De acuerdo?
Asentí.
— Está bien. A partir de un punto de, vista aerodinámico, el tiempo es sólo un problema de capas limítrofes… de aire que roza contra la superficie de la Tierra. Pero es una capa límite turbulenta, lo que hace más difícil el problema. Cuando nota usted el viento, raras veces es fuerte, continuado y de flujo firme, ¿verdad? Viene en ráfagas, en bocanadas, no siendo nunca el mismo durante más de un par de segundos. ¡Es turbulento!
— Flujo turbulento — explicó Tuli -, significa que el fluido se mueve en dos planos… horizontal y verticalmente. El aire se encuentra en movimiento turbulento a través de la troposfera, la parte inferior de la atmósfera. Por en cima de la tropopausa…
— Que es el límite superior de la troposfera — añadió Barney -. Usualmente a unos seis o doce mil metros de altura.
— Si — corroboró Tuli -. Por encima de la Tropopausa está la llamada estratosfera. El flujo de aire allí es casi enteramente laminar; mana horizontalmente, con poquisimo movimiento vertical.
La cabeza empezaba a darme vueltas.
— Aguarden un momento. Uno de ustedes, olvidé quién, dijo que el aire es un ruido. ¿Escuché de manera correcta?
— Los fluidos pueden ser líquidos, gases o plasmas — contestó Tuli.
— ¿Se forma ya una idea? — prosiguió Ted -. Lo que nosotros llamamos tiempo sólo ocurre en la troposfera… y es un flujo turbulento. Por encima de la tropopausa, no hay turbulencia y no se puede hablar de tiempo.
— Hay corrientes en chorro allá arriba — dijo Tuli -. Tienen un efecto considerable en el tiempo.
Seguro. Y si subes más hay efectos eléctricos en la ionosfera, y tempestades magnéticas de las llamas solares, y partículas cósmicas y otras cosas. Pero son efectos de segundo o tercer orden. No influyen d~ manera clara en el tiempo diario aquí abajo. Quizá, sin embargo, tengan efectos climatológicos de largo alcance.
— Pero el tiempo actual tiene lugar en el aire turbulento — dije, tratando de aclarar las cosas.
— Perfecto. Y porque es turbulento, no había manera cierta de predecirlo, hasta que los estudios de ese Instituto Kraichnan mostraron que se puede determinar lo que está ocurriendo en un flujo turbulento. Lo que yo he hecho es emplear el trabajo Kraichnan, aplicándolo a la predicción del tiempo. Si resulta, estaremos en posición real de predecir el tiempo, en vez de tratar de imaginárnoslo.
— Pero ¿cómo se efectúan ahora las predicciones del tiempo? Parecen ser muy buenas, aun prescindiendo de este asunto de la turbulencia.
Ted sonrió y se arrellanó en su silla.
— ¿Que cómo se hacen ahora? De muchas maneras; lanzando monedas al aire, realizando juegos de números en los computadores, esperando que te escuezan los callos o te duelan las rodillas…
— Ted, sé noble — dijo Tuli -. La técnica principal consiste en el método de persistencia…
— Uno mira al tiempo que hace a su alrededor — continuó Ted -, y trata de imaginarse qué es lo que viene en su dirección y lo deprisa que se mueve. La cosa se complica, pero resulta bastante bien en corto plazo… cosa de un par de días.
Tuli añadió:
— Podemos ver ahora a todo el globo en redondo, gracias a los satélites. Y los detallados modelos matemáticos permiten a los meteorólogos predecir con cierta exactitud cómo las conformaciones del tiempo se moverán a través de la superficie de la Tierra.
— Sigue habiendo mucho de presentimiento en esto insistió Ted.
Tuli asintió con la cabeza.
— Resulta algo azorador — dije. Mirando en mi torno pude ver que éramos los últimos en la cafetería.
— Van a cerrar — dijo Barney -. Si quieren que las mujeres de limpieza nos echen…
— Está bien, volvamos a trabajar — asintió Ted.
Nos levantamos y nos encaminamos hacia la puerta.
— ¿Hablaba usted en serio acerca de esa idea del control del tiempo? — le pregunté.
Por primera vez, Tuli dejó que una sonrisa rompiera su expresión estólida.
— Será mejor que le haga una pregunta más fuerte: como, por ejemplo, ¿intentas respirar esta tarde?
— Veo que entonces la cosa es definitiva — comenté mientras cruzábamos la puerta y entrábamos en el pasillo.
— Si funciona este esquema de la predicción — respondió Ted -, sólo necesitaremos una cosa más.
— ¿El qué?
— Permiso.
— ¿Nada más? Oh, el doctor Rossman se mostrarla encantado de darle a usted el visto bueno.
Ted sacudió la cabeza.
Se trata de una idea nueva. Y, lo que es peor, no es idea suya.
Se estaba edificando una montaña. Más enorme que los Alpes, más alta que el Himalaya, una montaña inmensa e invisible de aire que se formaba sobre el Océano Atlántico, entre las Bermudas y el continente de América. Desde una gran altura, el aire frío y denso se hundía, sobrepasado por su baja temperatura y se amontonaba en la superficie del océano. La montaña crecía y se extendía, tan real como un picacho de roca. Pero esta montaña se movía. Giraba en el sentido de las agujas del reloj, pivotando sobre el océano, los vientos esparciéndose desde sus bordes a través de la Tierra y el mar. El sistema de alta presión empujaba su frontera occidental a casi ciento cincuenta kilómetros tierra adentro do la costa americana. Aire cálido, semitropical del Caribe y del Golfo de Méjico era impulsado hacia el norte por el flujo giratorio en sentido do las agujas del reloj, marchando en chorro a través de la Costa Este, trayendo calor y humedad consigo. Parte del aire cálido, más ligero y más boyante que la montaña de alta presión, cabalgaba sobre el más frío, sobre la masa de aire más denso. Mientras subía se enfriaba; el vapor de agua que llevaba se condensaba y caía come chubascos. Los meteorólogos hablaban de la Alta Presión de las Bermudas. Pero la gente do las calles de Boston dijo simplemente: "La primavera está aquí; ya era hora que viniese."
Volví a la habitación del hotel conducido a través de la suave lluvia de primavera, con el estómago dándome vueltas por la falta de comida y mi mente volando para imaginarse lo que le diría a mi padre. Telefoneé desde el coche a Thornton Aerospace y cancelé mi reserva para el vuelo de regreso a Hawai. En el hotel dije al conserje que me quedaría de manera indefinida y luego pedí el almuerzo. Por último llamé a mi padre.
Y eso es lo que me contó el doctor Rossman — le dije, después de explicarle la situación durante quince minutos -. Puede proporcionarnos predicciones ampliadas, pero controlar las tormentas es imposible, en lo que a él respecta.
Mi padre frunció el ceño.
— Eso no bastará para ayudarnos, Jerry.
— Lo sé.
El videófono estaba situado en la mesita de té, cerca de mi bandeja del almuerzo. Me levanté del sofá y recorrí la habitación paseando.
— Deja de dar vueltas y quédate donde pueda verte — saltó mi padre.
Me senté en el alféizar de la ventana, junto a la entrada de aire acondicionado, y miré de reojo a las concurridas calles que quedaban muy abajo.
— ¿Así que todo lo que podemos hacer es quedarnos sentados y esperar que la División de Climatología nos pueda prevenir de las tempestades a tiempo para que no perdamos personal?. El rostro de mi padre adoptaba la expresión que utiliza cuando piensa en lo mucho que paga de impuestos y en lo poco qué consigue a cambio.
— Hay otro aspecto de la cuestión, papá. Algunas personas de Climatología piensan que puede conseguirse el control del tiempo. Pero no en seguida.
Le hablé de las esperanzas de Ted.
— ¿Es serio ese individuo? — preguntó mi padre -. ¿Es un soñador o podemos fiarnos de él?
— Me parece que es de confianza. El tal doctor Barneveldt, que ya sabes ganó el Premio Nobel, parece estar trabajando muy íntimamente con Ted. Así que no debe estar chiflado del todo.
— Los científicos pueden equivocarse, Jeremy. Hasta los que ganan el Premio Nobel.
— Bueno, quizá. Pero me parece que me gustaría quedarme aquí una temporada y ver qué pasa. Quizá tenga la respuesta que buscamos. Incluso sus predicciones a Largo Plazo, por si mismas, podrían ser importantísimas para nosotros.
Mi padre asintió.
— Estoy de acuerdo, aunque no me siento muy seguro de que seas el que le sigas los pasos. Jovencito, te encuentras a mucha distancia de tu casa.
Sé cuidar de mí mismo. Y la familia está a pocos minutos de conducción desde el hotel.
¿Has visto ya a tus tíos o a tía Louise?
— Aún no. Pero les haré una visita.
— Sí, supongo que no podrías permanecer mucho tiempo en Boston sin visitarles — dijo mi padre de mala gana -… Dales recuerdos de mi parte. Y no te excedas en este problema de las tormentas.
— Sí, señor.
— Y permanece lo más cerca que puedas de ese tipo Marrett. Quizá sea un chiflado, pero es la única esperanza que tenemos.
Permanecer pegado a Ted no fue tajea fácil. Por la mañana se encontraba en el MIT, por las tardes en las oficinas de Climatología y por las noches estaba trabajando en un lugar o en otro. Era un hombre que no paraba nunca.
Barney me informó de que solía pasar una hora, poco más o menos, las mañanas de los sábados, en la YMCA de Cambridge, no lejos del apartamento que compartía con Tuli.
Allí le arrinconé, en un pequeño gimnasio compuesto principalmente por un campo de baloncesto y le vi dar una lección de esgrima a Tuli. Inmóvil, con la gruesa chaqueta blanca y la máscara, parecía un gladiador de pesadas características. Esperé que Tuli le superara fácilmente en velocidad. Pero en acción se movía con la gracia relampagueante de un leopardo.
— En el colegio jugué de medio defensa — explicó al final de la sesión, el rostro empapado de sudor -. Allí me rompieron la nariz. Tuve un capitán en la Fuerza Aérea al que le gustaba la esgrima. Me enseñó y yo hago lo mismo que Tuli. Intenté que Barney se interesase también, pero al cabo de unas cuantas semanas lo abandonó. Una cosa grande, usted debería probarlo.
Salíamos del gimnasio cuando Tuli dijo:
— En sábados alternos practicamos karate. Entonces yo soy el maestro y él mi discípulo.
— En el karate no hay bastante acción — dijo Ted, cargándose al hombro el saco con el equipo de esgrima -. Se pasan todo el tiempo en ejercicios y en meditación oriental.
Mientras íbamos hacia el vestuario, Ted sugirió de pronto:
— ¿Qué les parece un rápido chapuzón? Tenemos casi veinte minutos libres. Vamos, Jerry, le buscaremos un traje de baño.
Me apresuré a asentir. Hicimos una carrera a dos largos de piscina y con facilidad les saqué ventaja.
— ¡Maldito pez! — gritó, chorreando agua -. Olvidé que es usted un isleño! ¡Vamos, intentémoslo otra vez!
Era para él un desafío, una prueba que no podía ignorar. Después de media docena de largos, mantenía su distancia conmigo. Carecía de la adecuada coordinación, pero daba brazadas a base de fuerza bruta, sólo para alcanzarme, manotazo tras manotazo.
— Parece como si usted pudiese hacerlo todo — dije cuando por último salimos de la piscina.
— Es inútil intentar hacer nada, a menos que se pueda conseguir hacerlo bien — respondió.
Mientras nos vestíamos, Tuli me dijo en voz baja.
— Es el tipo que o bien se supera en lo que hace, o simplemente deja de hacerlo. Es casi tan bueno en karate ahora como yo, aunque llevo estudiando ese arte durante años y él sólo unos cuantos meses.
— Se trata de una persona extraordinaria — asentí.
— Cuando llegué por primera vez el año pasado al MIT, Ted fue el único que me aceptó en seguida — añadió Tuli -. Claro, mi inglés era terrible. Compartió su apartamento conmigo y pasó dos meses largos trabajando en mi pronunciación. No hay muchos como él.
Después de vestirme, Ted sugirió que fuésemos a almorzar.
— ¿Aquí en el Y? — pregunté. Asintió.
— He de ver a unas personas en Boston — mentí. Encogiéndose de hombros, me contestó:
— Está bien. Nos veremos pronto.
Se volvió hacia la puerta del vestuario.
— Quería pedirle — dije, poniéndome a su lado — que me dijese cómo van las predicciones a Largo Plazo.
Eso originó una sonrisa.
— Hasta ahora, estupendamente. Los cálculos manuales que yo hice a mitad de semana parecen sólidos. La predicción oficial de esta mañana del Departamento de Meteorología de Boston es exacta a la mía…, pero, claro, no tan detallada.
— Y usted hizo la suya hace tres días.
— Cuatro. Hemos conseguido que el computador del MIT prepare la predicción detallada para la semana próxima. Los cálculos quedarán terminados esta noche. Luego sólo restará la faena rutinaria y pesada de controlarlo todo… hacer una comprobación que cubra todo el país durante los siguientes ocho días de domingo a domingo.
— Y tú tienes a la mitad del Departamento de Meteorología del MIT y a tres cuartas partes de la Sección de Computadores de Climatología ayudándote — dijo Tuli, abriendo la puerta del vestuario.
— ¿Tanta gente? Bueno… los necesitaremos. Y más.
— ¿Sabe algo de esto el doctor Rossman? — pregunté.
Ted parpadeó.
— Espero que no. Por lo menos, aún no. Si se entera de cuanto tiempo y mano de obra estamos empleando en este trabajo de contrabando…
— Quizá considere la posibilidad de aplicar ciertos métodos que en Oriente tenemos para tratar a los indeseables — dijo Tuli muy serio.
— Para el viernes tendremos las predicciones de todo el país comprobadas en lo que respecta a más de una semana. Entonces se lo diré a Rossman… si todo resulta bien.
— ¿Por qué no lo celebramos?- sugerí -. Podríamos ir a Thorntorn para pasar el fin de semana.
— ¿Thornton?
— La casa de mi familia en Marbíehead.
Ted miró de reojo a Tuli.
— Bueno, ¿por qué no? Quizás el próximo fin de semana requiera una celebración.
Nos estrechamos la mano cerrando el trato y les dije que pidiesen a Barney que nos acompañase.
— Yo se lo pediré a Barney — contestó Ted. No había nada realmente hostil en su voz al decir estas palabras, pero su tono parecía muy firme.