Algo más de dos años después, en una dorada tarde de octubre, las Naciones Unidas celebraron una sesión especial al aire libre en Washington, para oír las palabras del Presidente, que se dirigía a todos los miembros de la Organización.
Fue la primera vez que vi a Barney y a Ted desde su boda, seis meses antes. Ella me comunicó su decisión con la máxima gentileza y yo aprendí que es posible vivir completo con dolor aun cuando no haya esperanza de curarse por Había seguido gobernando Eolo; ahora en el Laboratorio existía trabajo en abundancia. Ted y Barney (y Tuli, también) vivían en Washington y trabajaban en el programa de control del tiempo del Gobierno. Ted había sentado la cabeza, siguiendo las directrices de uno de los mayores científicos de la nación, y veía cómo nuestros años de lucha se convertían en un logro sólido y perfecto.
Los delegados de las N. U. se reunieron en un pabellón especial al aire libre, construido a lo largo de las orillas del Potomac para esta ceremonia. Gente clave del Departamento de Meteorología y del Congreso y del Gobierno estaba entre el público. Más allá de los asientos puestos en la hierba para los delegados y huéspedes e invitados, una enorme multitud se agrupaba y escuchaba al Presidente.
Porque la tecnología — decía -, es a la vez un constante peligro y una constante oportunidad. A través de la tecnología, el hombre ha alcanzado el poder para destruirse a si mismo, o el poder para unir este planeta en paz y libertad… libertad de la guerra, del hambre y dé la ignorancia.
"Hoy nos reunimos para señalar un nuevo paso en el uso pacífico del creciente conocimiento técnico del hombre: el establecimiento de la Comisión de las Naciones Unidas para el Control Planetario del Tiempo…
Como la victoria de Ted sobre el Huracán Omega, esto era sólo el primer paso. Hasta el total control del tiempo y la total solución de los problemas humanos entrañados, quedaba todavía a mucha distancia. Pero hablamos empezado a recorrer el camino adecuado.
En el bolsillo de mi chaqueta tenía una carta del Secretario General de las N. U. pidiéndome que ingresase en el personal de la Comisión de Control Planetario del Tiempo. Sabía que Ted recibió una carta semejante y que Tul la recibiría pronto.
Mientras permanecíamos sentados juntos, escuchando al Presidente, una gentil brisa nos acarició, agitando los árboles color llama y templando el calor del sol. Era una tarde estupenda, animosa, de otoño: un cielo azul brillante, un sol radiante, bocanadas ocasionales de algodonosas nubes redondas, cúmulos de buen tiempo. Un día perfecto para una ceremonia al aire libre.
Era natural.