Capítulo 19

Fawn voló por las inevitables tareas de la granja a la mañana siguiente. Le tocó ordeñar a las vacas; después, agitando un palo con vigorosa resolución, envió a las asombradas vacas a pastar a un trote desacostumbradamente vivo. Por razones prácticas, dejaron de lado la regla de que los novios no pudieran verse antes de la boda para después del desayuno, cuando Tía Rose Bluefield llegó para ayudar a mamá con la comida y la casa, junto a las primas de Fawn y sus amigas Filly Bluefield y Ginger Roper para ayudar con el vestido.

Primero vinieron los baños. Las mujeres fueron al pozo; los hombres fueron enviados al río. Fawn dudaba en dejar a Dag entregado a los cuidados de su padre, Fletch, y Whit para una empresa tal vulnerable, aunque al menos los gemelos no irían hasta que completaran una larga lista de tareas desagradables. Filly y Ginger la arrastraron mientras ella todavía les gritaba órdenes estrictas de no dejar que los vendajes de Dag se mojaran. Luego siguió una desnuda, divertida y espumosa media hora junto al pozo; mamá les llevó su mejor jabón perfumado. Una vez de vuelta en la habitación con Ginger y Filly empezando a peinarla, Fawn se sintió aliviada al oír pisadas y voces de hombre a través de la puerta cerrada en el cuarto del telar, con Dag dando algunas tranquilas instrucciones a Whit.

Filly y Ginger hicieron lo que pudieron, a partir de la descripción que Fawn les hizo de lo que Reela le contó, por imitar las trenzas nupciales de los Andalagos, aunque Fawn era malhumoradamente consciente de que su pelo era demasiado rizado y rebelde para cooperar igual que las largas guedejas de los Andalagos. Pero lo cierto es que quedó muy bien, con el pelo recogido en espesos mechones desde las sienes para unirse en la coronilla, cayendo suelto desde allí en su habitual estilo turbulento. En el pequeño espejo de mano, la cara de Fawn parecía sorprendentemente refinada y adulta, y parpadeó ante la extraña visión. El hermano de Ginger había cabalgado todo el camino hasta Mirror Pond esa mañana, cuatro millas río arriba, para conseguir las flores que Fawn le había pedido: tres no demasiado arrugados lirios de agua blancos, que Ginger sujetó ahora al recogido de lo alto de su cabeza.

—Mamá dice que puedes coger tantas de sus rosas como quieras —observó Filly, inclinando la cabeza para ver el efecto.

—Estos son más de los lagos —dijo Fawn—. A Dag le gustarán. El pobre no tiene familia ni amigos aquí, y prácticamente todo tiene que tomarlo prestado de la granja. Sé que le ha sabido mal no poder enviar los regalos de la novia hasta después de la boda; al parecer se tienen que entregar antes.

Filly dijo:

—Mamá se preguntaba si ninguna de sus mujeres querría casarse con él porque tiene la mano mutilada.

Fawn, eligiendo ignorar la reflexión implícita sobre ella, dijo sólo:

—No creo. Un montón de patrulleros acaban muy maltrechos, con los años. Y de todos modos, es viudo.

Ginger dijo:

—Mi hermano dijo que los gemelos dijeron que su caballo habla en humano con él cuando no hay nadie cerca.

Fawn resopló.

—Si no hay nadie cerca, ¿cómo lo saben?

Ginger lo pensó un poco y luego admitió de mala gana:

—Tienes razón.

—Además, son los gemelos.

Filly aceptó:

—Ahí también tienes razón —y añadió con pena—: Entonces, supongo que también se inventaron esa historia sobre el cuenco que rompieron y que él rehízo con magia, ¿no?

—Hum. No. Eso es verdad —admitió Fawn—. Mamá lo ha llevado arriba hoy, para que no lo tiren otra vez.

Un silencio pensativo siguió a esto, mientras Filly empujaba los rizos para ahuecarlos y apartaba las manos de Fawn, que querían alisarlos.

—Es muy alto —dijo Ginger en un nuevo tono especulativo—, y tú eres muy baja. Me parece que te aplastará como a un bicho. Además, se ha hecho daño en los dos brazos. ¿Cómo os las vais a arreglar esta noche?

—Dag es muy ingenioso —dijo Fawn con firmeza.

Filly la empujó con un dedo y rió.

—¿Y tú cómo lo sabes, eh?

Ginger se rió.

—Alguien ha estado probando, me parece. ¿Qué estabais haciendo los dos, en el camino durante un mes?

Fawn agitó la cabeza y resopló.

—Nada que os importe —tras un momento, no pudo evitar añadir con satisfacción—: Pero sí os diré que ahora no podría volver a los granjeros —lo cual ocasionó una explosión de risotadas, rápidamente ahogadas cuando Nattie volvió a entrar.

Ginger le acercó una silla junto al banco de Fawn, y Nattie dejó la tela en la que había envuelto los cordones trenzados; acababa de darle el suyo a Dag, junto a su regalo sorpresa.

—¿Le ha gustado la camisa nupcial? —preguntó Fawn, un poco triste porque no podía preguntar a Nattie ¿Cómo le sienta?

—Oh, sí, cariño, estaba muy contento. Yo diría que hasta conmovido. Ha dicho que nunca había tenido nada tan bonito en su vida, y estaba asombrado de que la hubiéramos hecho tan rápido y en secreto. Aunque ha dicho que ha sido un alivio poder explicar lo de las chicas con los cordeles de medir ayer, que le había estado preocupando un poco.

Abrió el paquete; el oscuro cordón estaba enrollado sobre su regazo, con las cuentas de oro brillando firmes y lujosas en los extremos.

—¿Dónde se ha puesto el cordón? ¿Dónde me pongo yo el mío?

—Dice que la gente los lleva en la muñeca izquierda si son diestros. Y si no en la otra, naturalmente. Él se lo ha puesto alrededor del brazo sobre el arnés, por ahora. Dice que cuando sea el momento de la unión, él se puede sentar y tú ponerte frente a él, el lado izquierdo frente al lado izquierdo, y así yo podría atar los cordones sin demasiado problema.

—Muy bien —dijo Fawn dudosa, intentando imaginarlo.

Extendió el brazo izquierdo y dejó que Nattie enrollara el cordón varias veces en torno a su muñeca como un brazalete, atando los extremos en un lazo de momento. Las cuentas quedaban muy bien, y movió la mano para hacerlas rebotar contra su piel. Un poco de su ser más secreto estaba en él, había dicho Dag, unido con su sangre; debía aceptar su palabra.

Entonces llegó la hora de ponerse el vestido, el bueno de algodón verde, lavado y cuidadosamente planchado para la ocasión; su otro vestido bueno era de lana para el invierno. Que Dag recordara ese vestido de esa noche en Glassforge cuando se lo había quitado con tanto cuidado y urgencia, desenvolviéndola como un regalo, debía mantenerse como un secreto entre ellos dos; pero esperó que verlo le diera ánimos. Entre Ginger y Filly le pusieron el vestido con cuidado por la cabeza para no estropearle el peinado ni aplastar los lirios.

Sonó un golpe en la puerta, de alguien que no quería esperar permiso para entrar; Whit, que miró a Fawn y parpadeó. Abrió la boca como si fuera a lanzar alguna de sus pullas, luego pareció pensárselo mejor y sonrió incómodo.

—Dag dice que qué hace con las armas —recitó, revelándose como un mensajero—. Parece que se las quiere poner todas. Quiere decir todas, a la vez. Dice que es para mostrar lo que un patrullero lleva a la tienda de su novia. Fletch dice que nadie lleva armas a una boda, que eso no se hace. Papá dice que no sabe qué hacer. De modo que Dag ha dicho que preguntemos a Chispa, y él hará lo que ella diga.

Fawn empezó a responder Sí, es su boda también, debería tener alguna de sus costumbres, pero en vez de eso dijo con algo de prevención:

—¿De cuántas armas estamos hablando?

—Bueno, está el pincho enorme ese que llama su cuchillo de guerra, para empezar. Luego está el que se mete en la bota, y otro que a veces se sujeta al muslo. No sé para qué querrá tres cuchillos cuando sólo tiene una mano. Luego tiene el arco raro ese, y la aljaba con flechas, que también lleva sujetos unos cuchillitos. Parecía preocupado por no tener una espada también, al parecer tiene una que heredó de su padre en su campamento, y una lanza de fresno o algo así para luchar a caballo, que tampoco tiene aquí. Por fortuna.

Ginger y Filly escucharon este largo catálogo con caras cada vez más preocupadas.

Whit, mostrando su acuerdo con ellas con un asentimiento, terminó:

—Uno pensaría que el hombre tiene que sonar a lata cuando anda. Yo diría que lo último que quieres es que un patrullero caiga al agua el día de su boda. —Alzó las cejas con morboso entusiasmo—. ¿Crees que habrá matado a alguien con todo ese arsenal? Supongo que sí, en algún momento. Tiene una colección impresionante de cicatrices, lo vi cuando estábamos lavándonos. Aunque imagino que ha tenido tiempo de acumularlas —tras otro momento contemplativo, añadió—: ¿Crees que se está poniendo nervioso por la boda? No lo parece, pero con él, ¿cómo puedes decirlo?

Con Whit de ayudante, era un milagro que Dag no estuviera frenético ya, pensó Fawn ácidamente.

—Dile —la lengua de Fawn dudaba entre sí y no, recordando todo lo que había visto a Dag matar con esas armas—, dile que sólo el cuchillo de guerra —en el caso de que fueran nervios y el cuchillo fuera un consuelo—. Dile que puede representar a las demás armas, ¿de acuerdo? Lo sabremos.

—Muy bien —Whit no se marchó enseguida, se quedó rascándose la cabeza.

—¿Le sentaba bien la camisa? —preguntó Fawn.

—Oh, sí, supongo.

—¿Supones? ¿No has mirado? ¡Agh! Es inútil preguntarte a ti, imagino.

—Le gustó. No hacía más que tocarla con los dedos asomando por los vendajes, en todo caso, como si le gustara el tacto. Pero que lo quiero que me expliquen es… ya sabes, he tenido que ayudarle a abrocharse o desabrocharse los botones. ¿Cómo se las ha estado arreglando durante toda esta semana? Porque nunca he visto que fuera desabrochado por ahí. Y no me importa que sea un hechicero, ha tenido que ir a hacer sus necesidades alguna vez…

—Whit —dijo Fawn—, lárgate.

Ginger y Filly, tras pensarlo un poco, miraron la cara sonrojada de Fawn y prorrumpieron en risitas como teteras hirvientes.

—Porque —Whit, que nunca captaba una indirecta, siguió adelante— sé que no fue Fletch ni papá, y no pueden haber sido los gemelos, porque no les cae nada bien. A lo mejor podía haber sido Nattie, pero en realidad me parece que debes haber sido tú, y cómo… ¡au! —Terminó con un gemido cuando Nattie le golpeó firmemente y con precisión en las rodillas con su bastón.

—Whit, si no vas a buscarte algo que hacer, yo te encontraré trabajo —le dijo—. No andes avergonzando al patrullero de Fawn con tus suposiciones, o tendrás que responder ante mí, y yo estaré aquí mañana.

Whit, acobardado por fin, se fue, diciendo conciliadoramente:

—Entonces le digo que sólo el cuchillo, de acuerdo.

Fuera, Fawn podía oír los sonidos de cascos y de carros rechinantes subiendo por el camino, y los saludos de más gente llegando. Era muy raro estar sentada en la habitación esperando, en vez de estar fuera ocupada haciendo cosas.

Mamá entró, secándose las manos en un trapo, para decir:

—Shep Sower y su mujer acaban de llegar. Son los últimos. El sol está tan cerca del mediodía que no importa. Podemos empezar enseguida.

—¿Está listo Dag? ¿Está bien?

—Está limpio, y va bien vestido y sencillo. Parece muy tranquilo y por encima de todo, aunque ha hecho que Whit le cambie la mano de madera por el garfio y al revés dos veces ya.

Fawn pensó esto un poco.

—¿Con cuál se ha quedado?

—Con el garfio, la última vez que miré.

—Hum. —Entonces, eso quería decir que estaba más relajado, para dejar que extraños lo vieran así, o al menos, para tener su herramienta más útil y posible arma, por así decir, a mano?—. Bueno, terminará pronto. No quería hacerle pasar por esta tortura cuando accedí a detenernos aquí.

Mamá dedicó un gesto de cabeza a las primas de Fawn.

—Dadnos un momento, chicas.

Nattie se levantó, apoyando esto.

—Vamos, polluelas, dejad un rato a la novia con su mamá —escoltó a las ayudantes de Fawn al cuarto del telar y cerró la puerta silenciosamente tras ellas.

Mamá dijo:

—En algunos minutos serás una mujer casada. —Su voz oscilaba entre la ansiedad y el desconcierto—. Antes de lo que esperaba. Bueno, jamás esperé nada como esto. Siempre esperamos poder darte una buena boda. Todo esto es muy rápido. Hemos hecho más preparativos para Fletch —frunció el ceño ante esta injusticia.

—Me alegro de que no hubiera más. Éstos ya me están poniendo bastante nerviosa.

—¿Estás segura de esto, Fawn?

—Hoy, no. El resto de mis días, sí.

—Nattie ha guardado tus secretos. Pero, sabes, si quieres cambiar de opinión, podemos detener esto ahora mismo. Cualquier apuro en el que estés, podemos arreglarlo de algún modo.

—Mamá, ya hemos hablado de esto. Dos veces. No estoy embarazada. De verdad, en serio.

—Hay otros tipos de apuros.

—Para las chicas, es el único tipo que parece preocupar a la gente —suspiró ella—. ¿Cuántos ahí fuera están diciendo que debo estar embarazada, para que permitáis que esto siga adelante?

—Unos pocos —admitió Mamá.

Un buen puñado, seguro. Fawn gruñó:

—Bueno, el tiempo probará que se equivocan, y espero que les hagas tragarse sus palabras entonces, porque yo no estaré aquí para hacerlo.

Mamá se puso tras ella y le retocó el pelo, que no necesitaba retoque alguno.

—Admito que Dag parece un buen tipo, no, diré más, un buen hombre, pero ¿qué hay de su gente? Ni siquiera él promete que serás bienvenida donde vais. ¿Qué pasa si te tratan mal?

Que me sentiré como en casa. Fawn se mordió la lengua antes de que se le escapara.

—Me las arreglaré. Me las he visto con bandidos y hombres de barro y dañiespectros. Puedo vérmelas con parientes —siempre que no sean mis parientes.

—¿Es sensato?

—Si la gente fuera sensata, ¿se casaría alguien alguna vez?

Mamá soltó un bufido de risa.

—Imagino que no —añadió, en voz más baja—: Pero si enfilas un camino del que no ves el final, es posible que encuentres cosas oscuras en él.

A punto de defender su elección por centésima vez, Fawn hizo una pausa, y dijo sencillamente:

—Es verdad —se levantó—. Pero es mi camino. Nuestro camino. No puedo quedarme quieta y seguir respirando. Estoy lista. —Besó a su madre en la mejilla—. Vamos.

Mamá coló un último suspiro maternal, pero siguió a Fawn al exterior. Por el camino recogieron a Nattie, Ginger y Filly. Mamá recorrió rápidamente la cocina, dejó el trapo, se alisó el vestido, y abrió camino hacia el salón.

El salón estaba repleto, con la multitud derramándose en el vestíbulo. El hermano de Papá, el Tío Hawk Bluefield, y Tía Rose y su hijo aún en casa; Tío y Tía Roper y sus dos hijos menores, incluyendo al que había encontrado los lirios de agua; Shep Sower y su risueña mujer, siempre dispuesta a un convite gratis; Fletch y Clover y los padres de Clover y sus hermanas y los gemelos, que se estaban portando inexplicablemente bien, y Whit y Papá.

Y Dag, que les sacaba a todos una cabeza pero aun así parecía acorralado. La camisa blanca le sentaba bien. No habían tenido tiempo para bordados o apliques, pero Nattie y Tía Roper habían conseguido cintas verdes para el cuello y los puños y la pechera con los botones. Las mangas eran lo bastante largas para cubrirle el vendaje y el arnés, con botones para poder ajustar los puños más tarde. Habían sobrado suficientes botones de madreperla para terminarla. Fawn le había quitado el vendaje el día anterior lo justo para lavarlo y plancharlo, para que no pareciera tan mugriento aunque empezaba a tener un aspecto desgastado. Llevaba puestos los pantalones castaños que tenían menos manchas y remiendos, también lavados a la fuerza el día anterior. La desgastada vaina de su cuchillo, colgando de su cadera izquierda, parecía parte de él hasta el punto de ser casi invisible pese a su tamaño.

Cuando Fawn apareció sonaron algunos aplausos espontáneos que la hicieron sonrojarse. Y entonces Dag ya no miró a nadie más que a ella, y todo cobró sentido de nuevo. Fue a ponerse a su lado. Su brazo derecho tembló bajo el vendaje, como si quisiera desesperadamente cogerle la mano pero no pudiera. Fawn se conformó con deslizar hacia él su pierna de modo que se tocaran, cadera contra cadera, una presión tranquilizadora. La sensación de tensión en la sala, de todo el mundo intentando fingir que todo estaba bien y ser amables por Fawn, casi la hizo querer que todos volvieran a su habitual comportamiento horrible, pero no del todo.

Shep Sower se adelantó, sonrió, se aclaró la garganta, y atrajo su atención con algunas palabras breves, familiares. Para alivio de Fawn, miró a Dag y se saltó sus habituales bromas nupciales, que todos los presentes habían oído tantas veces como para poder recitar de memoria, de todos modos. Luego leyó el contrato matrimonial; la generación mayor escuchó atentamente, asintiendo juiciosamente o alzando cejas e intercambiando miradas de vez en cuando. Dag, Fawn, sus padres, las tres parejas adultas, y Fletch y Clover lo firmaron, Nattie puso su marca, y Shep firmó y lo selló todo.

Luego Papá sacó el libro de familia y lo abrió sobre la mesa, y se repitió el mismo ejercicio. Dag miró curiosamente las páginas por encima del hombro de Fawn, y ella retrocedió un poco por los registros de nacimientos, muertes, matrimonios e intercambios de tierras, compras o herencias, para señalar en silencio la entrada de su propio nacimiento, la nota de la boda de sus padres, con los nombres y firmas de los testigos; muchos muertos hacía tiempo, algunos aún aquí en la misma habitación llevando a cabo la misma tarea.

Luego Dag y Fawn, guiados por Shep, dijeron sus promesas. El día anterior habían tenido una pequeña discusión al respecto. Dag se había mostrado reticente ante las palabras, todas las promesas granjeras de arar y plantar y cosechar en la estación correcta, ya que dijo que no era probable que hiciera nada de eso y que para un voto matrimonial sentía que debía decir la verdad estricta. En cuanto a proteger la tierra para sus hijos, había estado haciendo eso toda su vida para los hijos de todo el mundo. Pero Nattie había explicado las declaraciones como un modo poético de hablar de una pareja cuidándose mutuamente y teniendo hijos y envejeciendo juntos, y él se había calmado. Las palabras sonaban extrañas en su boca, en este salón caluroso y atestado, pero su voz profunda y cuidadosa les daba de algún modo tanto peso que era como si pudieran usarse para anclar navíos en mitad de una tormenta. Parecieron flotar en el aire, y todos los adultos casados adoptaron una expresión introspectiva, como si las oyeran resonar en sus propios recuerdos. La voz de Fawn sonó débil y áspera a sus oídos en comparación, como si fuera una niña tonta jugando a ser una adulta, sin engañar a nadie.

En este punto de la ceremonia normal sería el momento de besarse e ir a comer, pero ahora venía la unión de los cordones, sobre la que todos los presentes habían sido informalmente avisados. Algo para contentar al patrullero de Fawn, y en caso de que eso sonara demasiado alarmante, Nattie lo hará por ellos. Papá sacó una silla y la puso en mitad de la sala, y Dag se sentó en ella con un gesto de agradecimiento. Fawn arremangó la manga izquierda de Dag; se preguntó qué estaría pasándole por la cabeza para exponer así el arnés de su brazo a la vista de todos. Pero el oscuro cordón de reflejos cobrizos apareció, rodeando su bíceps; el cordón de Fawn había estado a la vista todo el tiempo.

Papá escoltó a Nattie, y ella palpó hasta encontrarlo todo, cordones y brazo y muñeca. Soltó los lazos, reuniendo ambos cordones en sus manos, enrollándolos uno en torno al otro, murmurando a media voz bendiciones de su invención. Luego rodeó los brazos de Fawn y Dag con los cordones juntos, formando un ocho, y los ató con un lazo. Puso la mano sobre ellos, y entonó:

Lado a lado o separados,

corazones enlazados

caminad juntos

Que eran las palabras que Dag había dado a Nattie para que dijera, y a Fawn le recordaron inquietantemente a las palabras en el cuchillo del hueso del muslo de Kauneo que Dag había llevado durante tanto tiempo apuntando a su propio corazón. Quizá la inscripción pirograbada había pretendido recordar este canto nupcial, o invocación.

Las palabras, los cordones, y dos corazones dispuestos: todos tenían que estar presentes para hacer un matrimonio válido a… no a los ojos, sino al sentido esencial de los Andalagos, esa percepción sutil e invisible. Fawn se preguntó desesperadamente cómo el asentimiento de la gente hacía que las esencias de los cordones se comportaran así. Concentrarse furiosamente en ello le parecía tan efectivo como cuando un niño de cinco años desea desesperadamente un pony, y cierra los ojos en esfuerzo inútil, porque un niño no tiene ningún otro poder para cambiar el mundo.

Las acciones no necesitan deseos.

Crearía entonces su matrimonio, hora a hora y día a día con el trabajo de sus manos, y dejaría que los deseos cayeran donde quisieran.

Dag tenía la cabeza inclinada como si estuviera escuchando algo que Fawn no podía oír; bajó los párpados con satisfacción, y sonrió. Con alguna dificultad, levantó el brazo derecho y puso los dedos en un extremo del lazo, juntando las cuentas de oro de los dos cordones; asintió, y Fawn hizo lo mismo con el otro par de cuentas. Juntos soltaron el lazo, y Fawn dejó que los cordones se liberaran el uno del otro. Luego Fawn ató su cordón al brazo de Dag, y Dag, ayudado por Nattie, o más bien Nattie, estorbada por Dag, ató su cordón alrededor de la muñeca de Fawn, esta vez con nudos dobles. Dag la miró con una expresión contenida, alegría y terror y triunfo mezclados, con apenas un toque de salvaje regocijo. De hecho, a Fawn le recordó la expresión algo enloquecida que tenía cuando mataron a la malicia. Apoyó su frente contra la de Fawn y susurró:

—Está bien. Está hecho.

Todavía sentado, Dag la abrazó con el brazo izquierdo y la atrajo hacia sí para un beso, aunque la desorientó un poco bajar la cara hacia él en vez de levantarla. Con un esfuerzo, ambos se separaron antes de que el beso se alargara demasiado. Ella pensó que él había evitado por poco ponerla en su regazo y poseerla allí mismo. Llevaba demasiado tiempo sin que la poseyera como es debido. Luego, le prometieron sus ojos chispeantes.

Y entonces fue hora de ir a comer.

Los chicos habían dispuesto mesas de caballete en el patio oeste bajo los árboles, para que hubiera sitio suficiente para que se sentara todo aquel que quisiera hacerlo. Toda una mesa estaba dedicada a la comida y la bebida, sobre la que la gente cayó como halcones, llevándose platos cargados a las otras mesas. Las mujeres entraban y salían de la cocina a por cosas olvidadas o deseos de última hora. Con sólo las cuatro familias y los Sower, era una boda tranquila, sin música ni bailes, y por casualidad tampoco había pequeños presentes para caer por el pozo o de los árboles o del altillo del granero y mantener a los padres alerta, o enloquecidos.

Luego comieron, bebieron, comieron, hablaron, y bebieron. Cuando Fawn arrastró a Dag y su plato a la mesa de la comida por tercera vez, él se inclinó y susurró con miedo:

—¿Cuánto más tengo que comer para no ofender a todas esas imponentes mujeres de las que ahora soy pariente?

—Bueno, está la tarta de crema y miel de Tía Roper —dijo Fawn juiciosamente—. Y el pastel de nueces y mantequilla de Tía Bluefield, y las barritas de arce y nueces de Mamá, y mis pasteles de manzana.

—¿Todos?

—En teoría. O puedes elegir uno y ofender al resto.

Dag pareció reflexionar un momento, y luego dijo con gravedad:

—Dame un buen trozo de ese pastel de manzana, entonces.

—Me gustan los hombres que piensan tan rápido como se mueven —dijo Fawn, sirviéndole una generosa porción.

—Sí, mientras pueda moverme.

Ella sonrió.

Él añadió, quejoso:

—Ese hoyuelo va a ser mi muerte, lo sabes, ¿verdad?

—Jamás —dijo ella firmemente, y lo llevó de vuelta a sus asientos.

Poco después fue a su habitación a ponerse los pantalones de montar y los zapatos y la camisa resistente a juego. Pero se dejó los lirios en el pelo. Cuando volvió al cuarto del telar de Nattie, Dag se incorporó de sus alforjas pulcramente recogidas.

—Cuando tú digas, Chispa.

—Ahora —replicó ella fervientemente—, mientras están aún en los postres. Tendrán menos ganas de seguirnos.

—¿Porque no serán capaces de moverse? Empiezo a ver tu astuto plan. —Sonrió y fue a por Whit y Fletch para que le ayudaran con los caballos.

Se reunió con ellos en el camino al sur de la casa, donde Dag vigilaba con atención cómo sus nuevos cuñados aseguraban el equipo.

—No creo que vayan a intentar ninguna broma —le susurró ella.

—Si fueran Andalagos —replicó él en un murmullo—, a estas alturas las bromas no terminarían. Humor de patrulleros. A veces, se permite que la gente viva, después.

Fawn hizo una mueca burlona. Luego añadió, pensativa:

—¿Lo echas de menos?

Esa parte no —dijo él, moviendo la cabeza.

Pese a los mejores intentos de las cocineras, los parientes se arrastraron desde las mesas para ir a despedirlos. Clover, con una mirada a la ampliación de ese lado de la casa, deseó a Fawn la mejor de las suertes. Mamá la abrazó y lloró, Papá la abrazó y se puso serio, y Nattie sólo la abrazó. Filly y Ginger les tiraron pétalos de rosas, la mayoría de los cuales no les cayeron encima; Mocasín pareció dispuesto a encabritarse, evidentemente sólo por no perder la práctica, pero Dag le lanzó una mirada, y el animal desistió y se quedó quieto.

—Odio verte partir al camino sin nada —sollozó Mamá.

Fawn miró sus abultadas alforjas y todos los paquetes extra, la mayoría llenos de comida, atados en torno a la paciente Grace; Fawn apenas había conseguido rechazar la oferta de una cesta de mimbre para atar encima de todo. Dag, mencionando el carácter de Mocasín, había tenido más éxito en evitar las provisiones y los regalos de última hora. Tras una breve pelea con su lengua, ella sólo dijo:

—Nos arreglaremos de algún modo, Mamá.

Y entonces Papá la subió a Grace, y Dag, enrollándose las riendas en torno al gancho, se subió al alto Mocasín en un solo y fluido movimiento a pesar del cabestrillo.

—Cuida de ella, patrullero —dijo Papá con voz ronca.

Dag asintió.

—Eso pretendo, señor.

Nattie apretó la rodilla de Fawn, y susurró:

—Y tú cuida de él también, cariño. Visto el modo en que ese hombre se deja pedazos por ahí, quizá tu tarea sea la más dura.

Fawn se inclinó hacia la oreja de Nattie.

—Eso pretendo.

Y se pusieron en camino, bajo una lluvia de adioses pero de nada más; la tarde era cálida y despejada, y apenas mediada. Estarían bien lejos de West Blue para cuando acamparan esa noche. La granja quedó tras ellos mientras bajaban por el camino, y pronto quedó oculta por los árboles.

—Lo hemos conseguido —dijo Fawn, aliviada—. Hemos escapado de nuevo. Durante algún tiempo pensé que no lo haríamos.

—Te dije que no te abandonaría —observó Dag, cuyos ojos en esta luz eran de un dorado más brillante que las cuentas en los extremos de su cordón matrimonial.

Fawn se volvió en la silla para dar una última mirada colina arriba.

—No tenías por qué hacerlo así.

—No. No tenía por qué —sus ojos sonrieron—. Piénsalo, Chispa.

Intentar darse un beso mientras iban montados en dos caballos de alturas y zancadas desiguales acabó en una especie de pasada de refilón, pero la intención fue totalmente satisfactoria. Llevaron sus monturas hacia la carretera del río.

Era el absoluto opuesto de su primera huida de casa. Entonces había salido en secreto, en la oscuridad, sola, asustada, furiosa, a pie, y con todas sus posesiones en una delgada manta enrollada a la espalda. Incluso la dirección era la opuesta: al sur, en lugar de al norte como ahora.

Sólo en un aspecto se parecían los dos viajes: sentía que ambos eran un salto a lo desconocido.


Fin
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