CAPÍTULO 15

Aunque se acercaba lo más crudo del invierno y los pocos árboles que crecían tan al norte se habían despojado de sus hojas, el jardín de la Residencia de la Hermandad de la Tierra Alta del Oeste era un lugar agradable para pasar en él un par de horas. Sashka había salido del salón de recreo, donde se presumía que ella y las otras Novicias pas a-rían los ratos de ocio divirtiéndose con pasatiempos propios de muchachas de su posición, y se alegraba de haberse librado de lo que consideraba tonterías de sus compañeras. Durante la visita a sus padres, casi había olvidado lo aburrida que podía ser la vida en la Residencia. Dondequiera que volvie se la cara, se encontraba con alguna forma de autoridad, y para una joven acostumbrada a hacer su voluntad en todo, el reglamento de la Residencia podía ser, ciertamente, muy irritable.

Sonrió en su fuero interno mientras bajaba por uno de los senderos empedrados del jardín, deteniéndose para cortar una flor tardía de uno de los bien cuidados arbustos. En verdad, tenía que confesarse que otros factores habían influido en su rápido cambio de actitud en lo tocante a la Hermandad. Tarod le había hecho ver horizontes que se extendían mucho más lejos de lo que anteriormente había imaginado; ahora, la Hermandad, que había sido su ambición suprema, parecía un pálido sustituto, comparada con lo que había visto del Círculo y sus costumbres.

Introdujo una mano en la bolsa colgada de su cinto y, por quincuagésima vez, acarició la insignia de oro que conservaba en ella. Recordaba con satisfacción la reacción de su padre a la prenda de su noviazgo; había sido su triunfo final sobre cualquier desaprobación o duda que hubiese podido existir todavía, y desde que había mostrado orgullosamente la insignia, sólo había oído alabanzas del Adepto de alto grado que iba a honrar a su clan con su apellido, y súplicas apremiantes de que le diese la bienvenida en su casa a la primera oportunidad posible.

Lo único que la desconcertaba un poco era que Tarod no había cumplido todavía su promesa de venir a buscarla. Esto había motivado en parte su súbita decisión de regresar a la Tierra Alta del Oeste; la insistencia de sus padres se estaba haciendo engorrosa, y había deseado la relativa soledad de la Residencia en su valle aislado. Seguía estando segura de que él vendría en cuanto pudiese, pero no estaría mal que, cuando llegase a la casa de su padre, se encontrase con que ella se había ido. Una promesa, pensaba Sashka, era una promesa; si los asuntos del Círculo le habían retenido en la Península de la Estrella más tiempo del previsto, tendría que aprender que lo que necesitaba ella tenía preferencia sobre todo lo que pudiese exigirle el Castillo.

Sin embargo, no había tardado en darse cuenta de que estaba tan inquieta en la Residencia como lo había estado en la casa de sus padres. Y su inquietud mental no era en modo alguno remediada por la curiosidad de sus compañeras Novicias, que no paraban de hacerle preguntas banales sobre el Adepto a quien se había prometido, ni por la tácita pero inconfundible desaprobación de la Hermana Superiora, la Señora Kael Amion.

Sashka recordaba con cierto malestar la conversación sostenida en el despacho de la Señora Kael. Esta la había felicitado, pensando sin duda que no podía hacer otra cosa, pero su actitud había sido distante, casi fría. Sashka se había atrevido a preguntarle sin ambages si desaprobaba su noviazgo y la Señora Kael había estado a punto de perder los estribos, cosa muy rara en una persona normalmente estoica.

—La conveniencia o no de tu matrimonio, Sashka, es de incumbencia de tu clan —había respondido secamente—. Lo único que puedo decir es que, como Novicia de esta Hermandad, tendrías que haber aprendido una prudencia y un buen criterio que les son negados a mujeres menos afortunadas. Espero que los emplees para tu bien.

Sashka había reflexionado sobre las palabras de la anciana Supe-riora durante unos días, antes de decidir que era la envidia la que había dictado su consejo. La Señora Kael no se había casado nunca y las jóvenes se preguntaban sobre las desilusiones que habría sufrido en su juventud. A Sashka le divertía pensar que, si Kael hubiese sido cincuenta años más joven, probablemente le habría echado el anzuelo a Tarod.

—¡Saska! —le gritó una voz ahogada desde cierta distancia, y Sashka se detuvo y se volvió.

Vetke Ansyllin, su más íntima amiga y compañera de estudios en la Residencia, avanzaba resoplando en su dirección, agobiada por las largas faldas y por su exceso de peso. Tenía la cara enrojecida y parecía muy agitada.

Sashka, despiadadamente, no trató de aliviar el sofoco de Vetke yendo a su encuentro. Se quedó simplemente donde estaba, deshojando la flor que había cortado, hasta que la rolliza muchacha se detuvo jadeando junto a ella.

— Sashka, las Novicias te han estado buscando por todas partes. La Señora quiere que vayas a su despacho, ¡inmediatamente!

—¿La Señora...?

Sashka frunció el ceño. ¿Qué podía querer de ella la Señora Kael?

—¡Oh, Sashka, espero que no sean malas noticias!

Vetke estaba enloquecida de curiosidad. Sashka, inquieta, la apartó a un lado.

—Buenas o malas, pronto lo sabrás, dada la rapidez con que circulan los chismes en este lugar...

Echó a andar por el camino. Vetke la siguió. Pero las largas zancadas de Sashka la dejaron pronto atrás, y cuando ésta llegó al pasillo vacío de la Residencia, corrió hasta llegar a la puerta de la Superiora. Su llamada fue contestada inmediatamente. Entró y encontró a Kael Amion sentada a su mesa, pálido el semblante. Tenía en la mano una carta desplegada y, antes de que la dejase sobre la mesa, Sashka creyó ver el sello del Sumo Iniciado en el dorso.

— ¿Me has enviado a buscar, Señora?

A pesar de su reconocido desdén por la autoridad, Sashka observaba automáticamente las normas de cortesía; pocas se atrevían a tratar a la Superiora de la Hermandad sin dar muestras del máximo respeto.

—Sashka... —Kael Amion se levantó, y había tanta preocupación y compasión en su voz que la joven se estremeció interiormente—. Siéntate, por favor. Lamento tener que darte una noticia muy desagradable.

¿Su padre? ¿Su madre? No, Tarod; por favor, Aeoris, que no sea Tarod... Sashka palideció y se dejó caer en la silla más próxima.

La Señora habló despacio, y su semblante arrugado por una emoción que Sashka no podía interpretar.

—Hoy he recibido una carta urgente y personal del Sumo Iniciado, y su contenido me ha inquietado profundamente. No tengo por costumbre permitir que las Novicias tengan conocimiento de una correspondencia tan confidencial... , pero, dadas las circunstancias, creo que tienes derecho a saber lo que dice esta carta.

Con un brusco movimiento, le acercó el pergamino.

La muchacha lo tomó con manos temblorosas. De momento, aunque fuese absurdo, su único pensamiento coherente fue que Keridil Toln tenía una caligrafía clara y elegante, como correspondía a su posición... Después, sacudió la cabeza para despejarla y se obligó a asimilar las palabras.

Durante un largo rato, reinó el silencio en el despacho de la Señora. Un rayo de sol se filtraba por la ventana sobre la cabeza inclinada de Sashka, haciendo que sus cabellos resplandeciesen como el cobre. Kael Amion la observaba cuidadosamente y con ojos penetrantes. Ella misma podía añadir muchas cosas al contenido de la carta; que hablase o guardase silencio dependería de la reacción de la joven...

Por fin levantó Sashka la cabeza. Brillaban lágrimas en sus ojos, y su boca se torció en una mueca al murmurar, con voz ahogada:

— No creo una palabra..., Señora, ¡no lo creo!

No era peor de lo que Kael había esperado. A fin de cuentas, la muchacha se había considerado prometida a ese indeseable... Nadie podía esperar que aceptase inmediatamente la verdad que le arrojaban tan inesperadamente a los pies.

—Sashka, hija mía..., escúchame. Comprendo tus sentimientos, pero el Sumo Iniciado es un hombre justo y de honor. —Se pasó la lengua por los labios—. Tú debes saber que ha sido íntimo amigo de tu... del Adepto Tarod, desde que ambos eran unos niños. Tan duro es para él hacer esta declaración como lo es para ti aceptarla.

Caos... Esta palabra parecía arder en el cerebro de Sashka. Tarod un servidor del Caos, un ser no realmente humano... Trató de encontrar palabras de protesta, pero no acudieron a sus labios; frustrada, rompió a llorar desaforadamente, y sólo percibió vagamente cómo se levantaba la Señora Kael de la mesa y se acercaba a ella para abrazarla y consolarla como si fues e una niña pequeña.

Por fin amainó la tormenta y Sashka se sonó ruidosamente y se secó los ojos, irritada, dándose cuenta, incluso en su aflicción, de que las mejillas mojadas por el llanto no favorecían su belleza.

—¿Te sientes mejor? —preguntó amablemente Kael Amion.

—Sí... gracias, Señora.

—Sé que esto habrá sido un golpe terrible para ti, Sashka, pero debes creer que el Sumo Iniciado dice esto muy en serio. —Kael tomó el pergamino de manos de la joven, lo alisó y releyó los últimos párrafos—. Dice que no hay duda posible, que el propio Tarod no niega la verdad de estas alegaciones. Y me pide que te transmita su profundo pesar. Te menciona particularmente, Sashka; salta a la vista que te aprecia mucho.

Estas palabras se abrieron paso en la mente de Sashka, confusa en su aflicción, y recordó las frases de Keridil: Por favor, transmite mi mayor consideración a la Señora Sasbka Veyyil y dile que lamento mucho los que deben ser para ella momentos de dura prueba. Un mensaje del Sumo Iniciado, para ella en persona..., y ella ni siquiera sabía que se hubiese dado cuenta de su existencia...

—Hija mía. —Kael Amion se había sentado de nuevo detrás de su mesa, pero se inclinó hacia adelante para asir las manos de Sashka —. Debes comprender que esto arroja una luz diferente sobre tus planes de matrimonio. Saben los dioses que me cuesta decirlo, pero...

Sashka la interrumpió:

— Señora... , ¿tiene... tiene mi padre noticia de esto?

Kael pestañeó.

—No... Yo he recibido la carta del Sumo Iniciado esta mañana. Pero tendrá que saberlo, Sashka. No puedes ocultarle esta noticia.

Un débil acento de censura se traslució en su voz, y Sashka tragó saliva.

—Yo... no quise decir...

Sintió que las lágrimas acudían de nuevo a sus ojos y se esforzó en contenerlas.

Kael vio la semilla de la rebelión y decidió que tenía que aplastarla antes de que pudiese germinar y arraigar. Aunque no lo había dicho, el noviazgo de su Novicia la había preocupado desde que había tenido noticia de él, y la carta de Keridil venía a confirmar, aunque de una manera que nunca habría creído posible, los temores y las dudas que sentía desde hacía tiempo acerca de Tarod. Ahora pensaba amargamente que podían achacarle la mayor parte de la culpa de que Tarod hubiese ocupado un lugar destacado en el Círculo; si no hubiese socorrido al niño perdido en las montañas del noroeste, tantos años atrás, difícilmente habría sobrevivido y causado tantos trastornos. Era un pensamiento indigno, sobre todo habida cuenta de que aquel niño les había salvado la vida a ella y a otros; pero Kael era esencialmente una mujer pragmática, y lamentaba que sus facultades de previsión le hubiesen fallado tan gravemente aquella noche fatídica.

Volvió una vez más su atención a Sashka. La muchacha la estaba mirando fijamente, pero Kael tuvo la impresión de que su cerebro no hallaba sentido a lo que veía. La impresión.., era comprensible, pero tenía que sacarla de ella lo antes posible y hacerle ver la razón. De otra manera, su carácter voluntarioso podía afirmarse y meterle en la cabeza toda clase de ideas tontas y desafiadoras.

— Sashka — dijo, severamente—, una cosa debe quedar cla ra desde el principio. Tu matrimonio no puede celebrarse en modo alguno.

Sashka se incorporó en su silla para protestar:

—Pero...

—¡No! No hay discusión posible. Sé que es duro para ti, pero, con el tiempo, lo comprenderás y te alegrarás de ello. Casarte con ese hombre sería echar por la borda todo tu futuro; todo aquello por lo que han trabajado durante generaciones los clanes de tu padre y de tu madre. El Círculo no tolerará que semejante criatura viva entre ellos, y ni siquiera un alto Adepto puede hacer su propia ley. En el mejor de los casos, será degradado y expulsado del Círculo. En el peor... — Vaciló—. No ha habido ninguna ejecución en el Castillo durante el tiempo que alcanza la memoria de sus actuales moradores, pero existen precedentes.

Sashka guardó silencio.

—El Sumo Iniciado tiene autoridad para ordenar su muerte — siguió diciendo Kael—. Keridil Toln es un hombre justo, pero esto — y golpeó el pergamino para dar mayor énfasis a sus palabras — es más que un delito. Es un sacrilegio y una blasfemia contra nuestro señor Aeoris. Y aunque se perdonase la vida a Tarod, sería un proscrito, un paria. ¿Querrías aliarte con un ser semejante, incurrir en la cólera de Aeoris y convertirte en una proscrita a su lado?

Sashka tampoco respondió esta vez y la Señora Kael supo que sus palabras habían causado efecto. Los Veyyil Saravin eran una familia orgullosa y ambiciosa, y la muchacha había heredado estos rasgos; la idea de que si se mantenía fiel a Tarod perdería su honor, su posición y sus perspectivas, se impondría cuando hubiese tenido tiempo de considerar sus implicaciones. Si podía infundirle un poco de miedo, pensó Kael, habría cumplido su misión.

—Querida —dijo, acomodándose más en su silla—, probablemente no lo sabes, pero yo misma he tenido experiencia directa de los poderes de hechicería de Tarod, de los que habla con tanta elocuencia el Sumo Iniciado en su carta.

Sashka la miró, sorprendida.

— ¿Tú, Señora?

—Sí. De esto hace muchos años; él no era más que un chiquillo, pero ya entonces su poder era terrible y evidente. Escucha y te contaré la historia...

La yegua alazana se detuvo sobre el mojado y resbaladizo esquisto y agachó la cabeza, jadeando. Tarod sintió la convulsiva agitación de sus flancos y se preguntó si se habría cansado demasiado. Esperó que no fuese así; él se había recobrado hacía tiempo de su primera irritación contra el animal y, además, podía necesitarle de nuevo den tro de poco.

Desde la cumbre que marcaba el extremo sur de las montañas, contempló las suaves vertientes de un antiguo valle glacial. Los detalles quedaban medio oscurecidos por la fuerte lluvia que había estado cayendo desde el amanecer; los colores eran opacos y borrosos bajo el velo del agua; pero, a pesar de todo, aquel lugar parecía un puerto de refugio después del duro terreno de los picos. Al otro lado se alzaban de nuevo las montañas, negras y amenazadoras, con sus riscos más altos perdiéndose entre los móviles jirones de nubes; pero en el fondo había granjas y huertos, y rebaños manteniéndose estoicos en los refugios que podían encontrar. Y, a lo lejos, medio ocultas por una arboleda y rodeadas de limpios y bien cultivados campos, veíanse las paredes blancas de la Residencia de la Hermandad de la Tierra Alta del Oeste.

Tarod sintió una emoción extraña al contemplar el tranquilo edificio. Podía estar allí mucho antes del anochecer, y entre aquellas paredes estaba Sashka, esperándole..., pero no se atrevía a moverse de donde estaba hasta que se hiciese de noche. Era posible, sí, posible que un mensaje de Keridil hubiese llegado a la Residencia; a fin de cuentas, era el único lugar donde esperaría lógicamente el Círculo que fuese él, y no podía arriesgarse.

Tanto Tarod como su caballo se habían esforzado al máximo desde su huida del Castillo. Ahora estaba terriblemente fatigado, sufriendo los efectos del frío y la falta de sueño, y la lluvia le había empapado hasta los huesos: en su prisa, no había traído comida ni una capa, y el viento, filtrándose a través de la mojada camisa, le entumecía la piel hasta el punto de que apenas podía sentir sus congeladas manos. Pero tendría que sufrir un poco más...

Descabalgó y a punto estuvo de caerse al flaquearle las piernas. Agarrándose a un estribo para sostenerse, apartó a la yegua del risco y la condujo al resguardo de un escarpado cantil. Habla observado un camino seguro que descendía al valle, transitable incluso en plena oscuridad; hasta que se hiciese de noche, se refugiaría donde pudiese al pie del cantil, y esperaría.

Confiaba en poder dormir un rato, pero el viento cambió de dirección proyectando fuertes ráfagas de lluvia contra la cara de la roca bajo la que se había resguardado, y esto, combinado con las punzadas del hambre, le mantenía despierto. Aunque era hora avanzada de la tarde, el crepúsculo pareció tardar una eternidad; pero al fin el cielo empezó a oscurecerse en oriente, pasando del gris al plomo y al negro. Entonces quedó el valle hundido en una densa sombra y Tarod se puso en pie.

Subió con dificultad a la mojada silla y tuvo que agarrarse a la crin de la yegua para sostenerse. El animal parecía haber recobrado el ánimo y emprendió la marcha al primer toque, sin hacerse rogar. Envueltos en la creciente oscuridad, descendieron lentamente por el sendero, dejando las montañas a su espalda. El viento amainó cuando se acercaron al fondo del valle; después cruzaron unos pastos, salpicados aquí y allá de indistintas siluetas de arbustos y matorrales y de alguna res ocasional que se ponía trabajosamente en pie y se alejaba con un mugido de indignación. Brillaban débilmente luces en dos casas de campo próximas, pero nadie reparó en el desconocido que pasó cabalgando sin ruido; y al fin aparecieron delante de él las blancas paredes de la Residencia de la Hermandad.

Tarod tiró de la rienda y, después de desmontar, ató la yegua al primero de los árboles circundantes. Desde fuera, no se veían luces en la Residencia; de acuerdo con la tradición, ésta había sido construida con un alto muro de cerca, con el fin de disuadir a los presuntos galanes de rondar alas Novicias. Tenía que haber una poterna, cerrada pero probablemente sin vigilancia; abrirla sería fácil.. , si tenía fuerza para ello.

Tarod acarició su anillo, sintiendo la piedra fría débilmente pulsátil a su tacto. De nuevo lo necesitaría; en circunstancias normales, le habría bastado su propia habilidad natural, pero el agotamiento se había ensañado en él. Se volvió para dar unas palmadas al morro de la yegua y tranquilizarla, y oyó que resoplaba inquieta al perderse él de vista en la oscuridad. El muro estaba ahora frente a él y lo resiguió en silencio hasta encontrar la puerta. Una rejilla colocada a bastante altura en la madera permitía ver un destello de luz al otro lado; pero nada se movía. Tarod cerró los ojos, forzando a su mente a concentrarse... y al cabo de unos momentos oyó el chirrido de un pesado cerrojo. Empujó la poterna, que se abrió sobre los untados goznes, y entró en el jardín de la Residencia.

Ahora la Residencia de la Hermandad se le manifestó como un agradable conjunto de edificios bajos y blancos, de uno o dos pisos. El más grande, delante de él, tenía una hilera de altas ventanas iluminadas, y a través de ellas pudo ver largas mesas de refectorio y unas pocas mujeres de hábito blanco sentadas cerca del encendido hogar. Más allá, había dos casas de menores dimensiones que Tarod presu mió que debían contener las habitaciones de las Hermanas profesas, y todavía más allá, varios edificios parecidos a casitas de campo en los que debían residir las Novicias...

Tarod se movió rápidamente, apartándose de la luz de las lámparas hasta que llegó a la primera casa de las Novicias. Iba a acercarse cuando se abrió una puerta y salieron por ella dos muchachas que se cubrían la cabeza con los abrigos. Riendo y gritando bajo la lluvia, pasaron corriendo a muy poca distancia de la sombra donde Tarod permanecía inmóvil y se alejaron en dirección al refectorio.

Él esperó hasta que sus voces se hubieron extinguido al fin y, entonces, se acercó a la casita. La intuición le condujo a la parte de atrás del edificio, donde vio dos ventanas enmarcadas por una parra trepadora; una de ellas a oscuras, y la otra mostrando una franja de luz entre las cortinas medio corridas.

Tarod sintió la presencia de ella mucho antes de llegar a la ventana y mirar cautelosamente a través de ésta; pero cuando vio a Sashka experimentó igualmente una emoción inesperada. Estaba sentada a una mesita, con la cabeza inclinada y aureolada por la luz de la vela, y parecía estar leyendo.

La mano de Tarod se extendió involuntariamente hacia la ventana para abrirla, pero se contuvo. No quería asustar a Sashka; sólo los dioses sabían lo que pensaría si le veía entrar como un ladrón. Se echó atrás y volvió a la puerta por la que habían salido las parlanchinas Novicias. No estaba cerrada y, deslizándose en silencio por ella, se introdujo en un pasillo estrecho y oscuro.

La puerta de Sashka estaba al fondo y a la izquierda. La mano no hizo ruido sobre el tirador; la puerta se abrió fácilmente y, por un instante, observó a la muchacha que seguía ensimismada. Después entró en la habitación, cerró la puerta tan silenciosamente como la había abierto y dijo en voz baja:

— Sashka...

Ella lanzó un grito, ahogado instintivamente, y giró en redondo, haciendo chirriar la silla sobre el suelo. Al verle, abrió mucho los ojos y palideció; se puso en pie, retrocedió un paso y murmuró el nombre de él como si no pudiese creer lo que le estaban diciendo sus sentidos.

Tarod cruzó la estancia en su dirección.

— Perdóname... No quería asustarte, pero no se me ocurrió otra manera.

Ella lo sabía. Lo vio en sus ojos; de alguna manera, la noticia había llegado antes que él, y Kael Amion había creído oportuno transmitir el mensaje del Castillo. De pronto, la esperanza y la certidumbre se derrumbaron, y se sintió despojado de todo... ¿Habían ellos corrompido a la única alma viviente con cuya fe había creído que podía contar?

Sin embargo, Sashka recuperó rápidamente el aplomo. Ver a Ta-rod en su propia habitación, a menos de cinco pasos de distancia en el preciso instante en que ella estaba obsesionada pensando en él, le había causado una terrible impresión; pero se sobrepuso y tragó saliva para aliviar las palpitaciones de su corazón.

— Tarod..., por los dioses, ¿qué estás haciendo aquí?

—He venido a buscarte.

—Pero, esa ropa, esos cabellos... Estás empapado, ¡y ni siquiera llevas una capa!

—No tuve tiempo de hacer preparativos. Yo... salí del Castillo con demasiada prisa. —Hizo una pausa y añadió—: Te lo han dicho, ¿verdad?

Ella le miró a la cara, y dijo con labios temblorosos:

— ¿Si me han dicho...?

—En nombre de Aeoris, Sashka, ¡no disimules! Han llegado a la Residencia noticias sobre mí. Y tú lo sabes.

Ella se echó a llorar, con sollozos profundos y ahogados que sacudían todo su cuerpo. Parecía tan desesperada, tan vulnerable, que Tarod sólo pudo atraerla hacia sí y abrazarla a pesar de su desaliñado aspecto. Por un momento, pensó que ella le rechazaría, pero Sashka se apretó contra él como para valerse de las pocas fuerzas que le quedaban.

— Ayer me llamó la Señora Kael... — Su voz era apagada, vacilante—. Me... me mostró una carta que acababa de traer un mensajero del Castillo..., una carta personal del Sumo Iniciado...

— ¿Qué decía?

— Decía... que algo terrible había ocurrido, que tú... habías evocado a un demonio del Caos. Y... que se temía que no eras fiel a Aeo-ris, sino al mal...

Ningún mensajero podía haber llegado a la Residencia antes que él, a menos que tuviese alas... Keridil tenía que haber enviado su carta la misma noche de la sesión en el Salón de Mármol.

— ¿Decía algo más? — preguntó.

—Solamente que... el Sumo Iniciado pedía a la Señora Kael que me avisase del peligro...

—Sí —dijo reflexivamente Tarod—, me imagino que diría esto...

Los hombros de Sashka subieron y bajaron al compás de sus sollozos.

—Tarod, la Señora me dijo que nuestra boda no puede celebrarse, que si me casara contigo, ambos lo perderíamos todo y nos convertiríamos en proscritos. Por favor.. , por favor, ¡dime que no es verdad!

Él no podía mentirle. Habría sido muy fácil, viendo su cara suplicante, asegurarle que todo acabaría bien, marcharse ahora con ella y llevarla consigo al exilio... , pero no podía hacerlo. Ella merecía más que nadie que le dijese la verdad.

—Sashka, tengo que contarte toda la historia. —La soltó suavemente y fue en busca de una silla. Tenía que sentarse; su cuerpo agotado no podía aguantar más—. He cabalgado desde la Península sin detenerme; pero, antes de descansar, debo contártelo todo. —Miró hacia la puerta—. ¿Estamos seguros aquí?

— Más seguros que en cualquier otra parte... Las habitaciones de las Novicias son sagradas.

—Entonces, escucha. Después de que saliera la carta, ocurrieron más cosas... La noche siguiente maté a un hombre...

— ¡Tú..! ¡Oh, no! ¡No puedo creerlo!

Tienes que creerlo, ¡porque es verdad!

Deliberadamente, había hecho esta revelación en un tono frío y duro, sabiendo que todo disimulo habría sido más perjudicial que beneficioso. Ahora, al ver que ella le miraba fijamente, relató todo lo sucedido hasta sus últimos y más dolorosos detalles, sin emoción y sin cruzar su mirada con la de ella. Tenía la impresión de que se estaba desnudando enteramente en su presencia, pero era la única manera: ocultarle cualquier cosa habría sido una terrible injusticia. Solamente podía confiar en su propia creencia de que ella le sería fiel.

Así le expuso toda la historia, y ella guardó silencio, un silencio que se le hizo insoportable.

—Y ahora —dijo Tarod— han puesto precio a mi cabeza, Sashka. Soy peor que un proscrito..., soy un hombre condenado a muerte.

—¡Oh, Tarod...!

Estrujándose desesperadamente las manos, se volvió y se dirigió a la ventana. Preguntó, temblándole la voz:

— ¿Qué vas a hacer?

—No lo sé... Eso depende de ti.

— ¿De mí... ?

—Sashka, ¡tú eres la única que sé que no me traicionaría! Tienes mi vida en tus manos. Puedo vivir... , puedo ir hasta el lejano sur y empezar de nuevo; como saben los dioses, es fácil crearse una nueva identidad. Es un trabajo baladí para cualquier Adepto. Pero, sin ti, no tendría nada para lo que vivir. La Señora Kael tiene razón: lo perderías todo: tu clan, tus amigos, tu posición... Pero estaríamos juntos. ¿No es esto lo único que importa?

Ella respiró profundamente durante lo que pareció un rato muy largo. Después dijo, muy despacio:

—Sí..., es lo único que importa, amor mío.

Tarod tuvo ganas de llorar, por el alivio que sentía. La miró, vuelta de espaldas a él, y aunque le dolía mirarla, aceptaba de buen grado ese dolor. Se levantó.

— Entonces...

—No —dijo ella. Se volvió, se acercó a él y apoyó las manos en sus brazos—. Nada, hasta que hayas descansado. Me has dicho que has cabalgado sin parar... ¿Desde cuándo no has comido?

No lo había hecho desde la muerte de Themila... Hizo un ademán negativo.

—Esto no tiene importancia.

— ¡Sí que tiene importancia! A juzgar por tu aspecto, creo que no podrías sostenerte sobre un caballo, y menos cabalgar en él. Tienes que esperar aquí. Iré a buscar comida; después, dormirás, y más tarde, nos marcharemos rápido y en silencio, antes de que nadie sospeche nada. —Señaló hacia la ventana —. Ha dejado de llover. Si el cielo se despeja, será peligroso salir antes de que se ponga la segunda luna.

Él vaciló. Teniendo la libertad tan cerca, se resistía a demorar su fuga por cualquier razón; pero su propio cuerpo le decía que Sashka tenía razón. Estaba derrengado, demasiado agotado para pensar en algo que no fuese el más inmediato presente; necesitaba recobrar sus fuerzas, para ser capaz de cualquier cosa...

—Saska...

Su incertidumbre se reflejó en su voz, y ella se inclinó para besarle dulcemente. Sus labios se demoraron en los de él, despertando ie-cuerdos de los días que habían pasado juntos en el Castillo.

—No temas, amor mío —murmuró—. Todo irá bien. Confía en

mí...

Él cerró los ojos y asintió con la cabeza, demasiado fatigado para responder. Ella le alisó los cabellos con la mano y dijo: — Espera aquí. Iré a buscar comida, y después podrás dormir.

Se dirigió a hurtadillas a la puerta, la abrió y observó al pasillo, que estaba desierto. Mirando hacia atrás vio que Tarod estaba ya dando cabezadas, y salió al corredor. En cuanto se hubo cerrado la puerta a su espalda, se apoyó en la pared, cerró con fuerza los ojos e hizo la señal de Aeoris sobre el pecho. Su corazón palpitaba de nuevo, con una mezcla de espanto por las revelaciones de Tarod y de alivio por haber huido de la habitación. No lo había creído; había fingido aceptar lo que le decía la Señora, pero rebelándose en secreto contra la noticia; pero ahora, sus ideas y sus sentimientos habían sufrido un cambio violento.

La amargura y el desencanto la embargaban. Había tenido tantas esperanzas, tantos sueños... y de repente, en una noche aciaga, todo había sido destruido. Un hombre condenado a muerte..., un Adepto de séptimo grado con la cabeza puesta a precio, acusado de contubernio con el Caos... No pretendía comprender la mitad de las implicaciones de todo esto, pues le resultaba irritante; pero las consecuencias es taban bastante claras. Y él quería que se marchasen juntos esta noche, que se fugasen, para enfrentarse con un futuro que nada podía ofrecerles...

Había sido una tonta. Hubiese debido darse cuenta desde el principio de que no había humo sin fuego y, en vez de especular y preocuparse e inquietarse por la injusticia hecha a Tarod, hubiese debido pensar más en la que se le hacía a ella. Pero ahora su camino estaba claro. Y el tono de la carta del Sumo Iniciado, el mensaje que le había impartido personalmente, le daba nuevas esperanzas...

Agotado como estaba, el sueño de Tarod estaba poblado de pesadillas que no le permitían un verdadero descanso. Se despertó a medias varias veces, consciente de la habitación extraña y desconcertado por ella, para sumirse de nuevo en un sueño agitado e insatisfactorio.

En la cuarta de estas ocasiones, algo más que las pesadillas le sacó de su inquieto estado. Apenas podía abrir los párpados y, cuando lo hizo, la habitación le pareció brumosa y confusa, y alguien se estaba moviendo hacia él...

Tarod pestañeó, tratando de ver con más claridad. Eran varias figuras vestidas de blanco, y Sashka las precedía...

Trató de hablarle, pero confundió la realidad con el sueño y sólo pronunció mentalmente las palabras. Ella se plantó delante de él; llevaba algo en la mano; le pareció que era un bastón... La intuición acabó de despertarle, pero no a tiempo. Sólo pudo ver un instante la furiosa, medio aterrorizada y medio vengativa cara de Sashka, antes de que el garrote golpease su cráneo y un dolor increíble sumiese su conciencia en el olvido.

La Señora Kael Amion, apoyándose pesadamente en el brazo de la rolliza Maestra de Novicias, se abrió paso entre el grupo de mujeres que, murmurando y con los ojos muy abiertos, se apretujaban en el umbral y contemplaban la figura inmóvil del hombre derrumbado en el sillón de Sashka. Una mancha amoratada había aparecido ya en su frente, en el sitio donde había sido alcanzado por el garrote, y Tarod, empapado, desgreñado y desmayado como estaba, parecía incapaz de cualquier atrocidad. De momento, Kael volvió a verle como el niño flaco y herido de años atrás; pero entonces recordó el contenido de la carta de Keridil, así como sus propias premoniciones, y endureció su corazón.

—Has hecho bien, hija mía. —Se volvió dificultosamente para mirar a Sashka—. Has tenido que tomar una terrible decisión; pero era lo único que podías hacer.

— Gracias, Señora.

Sashka esquivó la mirada de Kael. Tenía el semblante enrojecido y su voz temblaba con una cólera que apenas trataba de disimular y que no había menguado desde el momento en que había irrumpido en el refectorio y anunciado que un hombre peligroso, buscado por el Círculo por conspirar con el Caos, estaba entre ellas. La reacción de las Hermanas había sido satisfactoriamente espectacular y, bajo la mirada de Kael Amion, que había venido apresuradamente de unas habitaciones que raras veces abandonaba aquellos días, Sashka había contado toda la historia de Tarod a sus pasmadas oyentes. Ahora, mientras la joven le miraba fijamente, sin soltar el garrote, Kael tuvo la clara impresión de que no dudaría en emplearlo de nuevo a la menor ocasión. ¿Cómo era posible que un amor tan intenso se hubiese convertido tan rápidamente y con tanta vehemencia en odio?, se preguntó Kael. Sashka había golpeado a Tarod casi con deleite, como si fuese su enemigo de toda la vida en vez del hombre con quien había estado a punto de casarse... La anciana vidente sacudió la cabeza, para alejar de ella estas especulaciones. No podía comprender a una muchacha como Sashka Veyyil y, fuesen cuales fueren sus motivos, lo cierto era que había capturado a un hombre peligroso, un asesino y algo peor. Esto era lo único que importaba.

Una Hermana sin aliento llegó corriendo por el pasillo, con la falda arremangada, sin preocuparse del decoro.

—Los hombres de la granja han sido avisados, Señora. Traen guadañas y hoces y todas las herramientas que pueden servirles de armas.

—Ahora ya no necesitamos armas, gracias a Aeoris —dijo Kael—. Pero necesitaremos hombres de confianza para escoltar al preso hasta la Península de la Estrella. ¿Qué les habéis dicho?

La Hermana sacudió rápidamente la cabeza.

— Nada, Señora, salvo que ha sido aprehendido un delincuente del que se había ordenado la captura.

—Muy bien. No hay que alarmarles con historias de hechicería, o escaparían en la noche como conejos asustados. Ahora quiero que venga la Hermana Erminet Rowald. Necesitamos su conocimiento de las hierbas para mantener drogado a ese hombre hasta que se halle seguro en el Castillo. —Alguien fue a cumplir su orden y ella miró de nuevo a Sashka—. Hija mía, ¿estás segura de que Tarod no intentó negar las acusaciones del Sumo Iniciado?

Los ojos de Sashka brillaron furiosos.

— Señora! Dijo que todo era verdad, y que había algo peor, nu-cho peor, como ya te dije.

—Está bien, está bien, nadie duda de tu palabra; pero tenemos que asegurarnos. —Kael hizo una pausa—. Si han puesto precio a su cabeza, como dices, es probable que el Círculo envíe hombres en su busca, y nuestra Residencia podría ser uno de sus primeros objetivos. Con la ayuda de Aeoris, nuestro grupo podría encontrarse con ellos antes de llegar a las montañas.

—Señora... —Sashka seguía mirando fijamente a Tarod y la expresión de su semblante era una mezcla peculiar de resentimiento, orgullo y astucia—. ¿Me das permiso para cabalgar hasta el Castillo con la escolta?

— ¿Quieres ir al Castillo? ¿Por qué, hija mía?

Sashka echó la cabeza hacia atrás.

— Creo que soy quien puede explicar más claramente al Sumo Iniciado todo lo que ha ocurrido aquí esta noche. Y... me gustaría que supiese que he sido personalmente responsable de la captura de su enemigo.

Kael vio inmediatamente el rumbo de los pensamientos de la joven y no supo si darle una fuerte reprimenda por su arrogancia o reírse de su presunción. Entonces recordó las palabras de la carta de Keridil Toin, la preocupación que había mostrado por ella, y pensó irónicamente en cómo habían sido esta noche cruelmente desbaratados los planes y las esperanzas de Sashka. Por muy tortuosa que pudiese ser, se merecía al menos una segunda oportunidad.

—Está bien. Te acompañará la Hermana Erminet, pues puedes necesitar sus servicios durante el viaje.

Sashka se volvió a ella, iluminado el semblante por una sonrisa dulce e inocente como una flor.

— ¡Gracias, Señora!

El grupo salió al amanecer, y estaba compuesto de cuatro robustos labriegos de las fincas del valle, montados en pesados y plácidos caballos y conscientes de su gran responsabilidad. Llevaban horcas y garrotes, levantados a la manera de lanzas, y formaban una guardia delante y detrás de las dos mujeres, Sashka y la Hermana Erminet, y la yegua alazana, que había sido encontrada pastando fuera de la Residencia y sobre la que habían atado a Tarod.

Los narcóticos de la Hermana Erminet garantizaban que Tarod no recobraría el conocimiento hasta muy avanzado el día, y además había sido atado a la silla con las manos sujetas debajo del cuello de la yegua, de manera que yacía con la cabeza enterrada en la crin de ésta. Después de una breve mirada desdeñosa, Sashka no se molestó una sola vez en volverse a mirarle, mientras la pequeña comitiva ascendía por la ladera del valle en dirección a las montañas que se elevaban amenazadoras a lo lejos. Todavía se estremecía de cólera por haber sido engañada, al menos así lo creía ella; pero aún era mayor la exc i-tación que sentía ante la perspectiva de encontrarse de nuevo con el Sumo Iniciado... y en circunstancias que podían ser muy favorables.

Los caballos llegaron al borde del valle y echaron a andar por la carretera. Entonces sintió Sashka algo duro que se clavaba en su costado, causándole molestias. Hurgó en su bolsa, causa aparente de su malestar, y sacó la insignia de oro de Iniciado que le había dado Ta-rod. Parecía que había pasado mucho tiempo y, ahora, aquella prenda ya no significaba nada. Durante unos momentos contempló el círculo de oro dividido por un rayo en la palma de su mano. Después, con un indiferente ademán, lo arrojó a un lado del camino. El metal centelleó entre las hierbas y uno de los caballos resopló y dio un paso a un lado, alarmado por aquella cosa desconocida y brillante. Entonces una nube cubrió la cara carmesí del sol y el pequeño resplandor dorado se apagó mientras el grupo proseguía su camino.

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