CAPÍTULO 9

—Y ahora, amigos míos, compañeros Adeptos, buenas Her manas y Señores... —Keridil hizo una pausa para recorrer el salón con la mirada y sonrió, vacilando con cierta timidez—. Sólo me queda daros humildemente las gracias por vuestra bondad y por los buenos deseos que me habéis prodigado hoy. Mi gratitud por el honor que me hacéis no puede expresarse con palabras, pero prometo solemnemente que haré cuanto esté en mi poder para corresponder a la fe que habéis puesto en mí. Espero y pido a los dioses que sepa mostrarme digno de vosotros. Gracias, amigos míos, y que Aeoris os bendiga a todos.

Los aplausos que sonaron al terminar el Sumo Iniciado su discurso fueron tan moderados como exigía la ocasión, pero el calor con que fueron recibidas sus palabras era inconfundible. Gracias a su juventud y su auténtico atractivo, reforzados por la rigurosa educación que le había dado Jehrek, Keridil descubría, con gran sorpresa por su parte, que su popularidad estaba asegurada desde el principio. Todavía tenía algún recelo, pero los acontecimientos del día habían contribuido mucho a fortalecer su vacilante confianza.

Cuando se levantó de su silla en la mesa de la presidencia del comedor del Castillo y se extinguieron los aplausos, unos músicos ocuparon su puesto en la galería del fondo del salón y tocaron las primeras notas de un baile de ceremonia. Keridil miró un momento a su alrededor; después tendió una mano a Themila Gan Lin, invitándola a bailar. Se movieron con majestuosa gracia entre la doble hilera de espectadores y, cuando hubieron terminado de dar la vuelta al salón, otros empezaron a bailar a su vez, hasta que la pista se llenó de abigarradas parejas con revuelo de faldas y destellos de joyas que brillaban a la luz de las largas hileras de velas y antorchas.

Sentado en su lugar en la mesa de la presidencia, Tarod observaba el baile, sonriendo ligeramente. Él había sugerido al Sumo Iniciado que eligiese a Themila como pareja en el importantísimo primer baile; una maniobra diplomática encaminada a asegurar que ninguna familia noble pudiese alegar, con vistas al futuro, que su hija casadera había sido preferida a otras. Con ello había conseguido también frustrar las intenciones del terrateniente Simik Jair Sangen, padre de Inista, que tuvo que contentarse con la seguridad de que tendría tiempo sobrado de hablar más tarde con el Sumo Iniciado. Y había habido otros, ai-siosos de conseguir una audiencia, que habían estado fijándose en Tarod como su mejor aliado en potencia, ya que era de todos conocida su gran amistad con Keridil.

Tarod encontraba sumamente irritantes los halagos, las maquinaciones y los ocasionales intentos de soborno. Hasta ahora, había conseguido dominar su genio vivo, consciente de que no le haría ningún favor a Keridil si perdía los estribos, pero su paciencia se estaba agotando. Una vez más, dio silenciosamente gracias a los dioses por haber resistido la tentación de participar en la vida política del Círculo; por muy encumbrado que hubiese sido el cargo que hubiera podido alcanzar, los sacrificios que le habría costado le habrían resultado insoportables.

De pronto, se dio cuenta de una presencia a su lado. Se volvió de mala gana, preparándose para otro encuentro con algún padre inoportuno, y se sorprendió al encontrarse con los cándidos ojos castaños de una mujer más joven que él.

Ella sonrió y levantó el fino velo translúcido que llevaba para que él pudiese verle bien la cara. Una Hermana Novicia, y era hermosa. A pesar de su tendencia al ascetismo, Tarod era tan susceptible como cualquiera a la belleza femenina, y esta joven tenía un atractivo que no podía compararse con el de las adorables pero un tanto insulsas hembras con quienes había tenido fugaces y generalmente muy breves amoríos. Había como un desafío en su expresión y en el voluntarioso pero agradable perfil de la barbilla; el porte confiado de su alta y graciosa figura revelaba que estaba acostumbrada a mandar y a ver cumplidos sus deseos. Tarod le sonrió a su vez e inclinó cortésmente la cabeza.

— ¿En qué puedo servirte?

Visto de cerca, pensó Sashka, era aún más imponente de lo que parecía de lejos; su gracia natural adquiría un aspecto ligeramente intimidante a causa de su poco corriente estatura y de la constante fijeza de sus ojos verdes. Sin embargo, algo en él, un aura, habría dicho su Maestra de Novicias, hizo que su pulso se acelerase de un modo que la intrigó y la excitó. Era muy atractivo, y presumió que había lugares recónditos en su naturaleza que merecían ser explorados por una mujer dotada del valor necesario para ello. Sashka creía que el valor era una cualidad de la que ella no carecía, y su objetivo inicial, que era persuadir a Tarod de que le presentase al Sumo Iniciado, empezó a parecerle menos apremiante.

Decidió mostrar la misma confianza fría de Tarod, en vez de mostrarse tímida, y señaló solemnemente las parejas que bailaban.

—He visto que no tenías pareja de baile, Señor. Yo me encuentro en la misma situación, y por esto me pregunté si me harías el honor de acompañarme.

Su voz de contralto era afectuosa, y Tarod se sintió desarmado por su audacia. Su invitación, en flagrante quebrantamiento del protocolo, había sido formulada con tanta naturalidad.

—Será un placer.

Entraron en la pista y los que bailaban se separaron un poco para dejarles sitio. La muchacha era una bailarina consumada, confirmando la impresión inicial de Tarod de que su clan podía permitirse prescindir de los convencionalismos sociales, y aunque normalmente le interesaban poco estos pasatiempos, se sorprendió al descubrir, al cabo de unos momentos, que le divertía el baile.

Keridil, que bailaba todavía con Themila, se cruzó dos veces con ellos, y en ambas ocasiones dirigió a Tarod una mirada de interrogación a la que éste replicó con la más absoluta impasibilidad. Al fin terminó la pieza, las parejas aplaudieron cortésmente y Tarod y Sash-ka se dirigieron a una mesa desocupada a un lado del salón, al pie de una alta ventana. Grandes antorchas habían sido encendidas en el patio exterior, y la luz difusa por el cristal translúcido hizo resplandecer los cabellos de la joven y acentuó el tono de su piel. Sashka se sentó en la silla que le ofreció Tarod.

— Gracias, Señor — dijo, empleando todavía el tratamiento formal, pero dirigiéndole al mismo tiempo una mirada desafiadora y prometedora—. Empezaba a temer que pasaría toda la velada como una extraña al lado de mi padre.

Él sonrió, divertido.

— ¿Es tu primera visita al Castillo?

—Sí... Desde luego, había oído hablar mucho de él. Pero nada puede compararse con lo que es en realidad. — Miró a su alrededor; las luces, los colores, el movimiento, y bajó los ojos como disculpándose—. Confieso que me siento un poco aturdida.

Tarod hizo una seña a un criado que pasaba y pidió una botella y dos copas.

—Siempre he creído que el vino es un buen remedio contra la incertidumbre. ¿Puedo...?

—Gracias. —Esperó a que él escanciase el vino y, después, ambos levantaron sus copas, haciéndolas chocar ligeramente. La muchacha tomó un sorbo y asintió con la cabeza en señal de aprobación —. Una buena cosecha. De Chaun del Sur..., ¿de la penúltima estación?

— Exacto. Te felicito por tus conocimientos.

Ella se echó a reír, mostrando unos dientes perfectos e iguales.

—¿Me han estado enseñando desde la infancia! Mi padre posee muchos viñedos en la provincia de Han, y siempre hemos envidiado el clima y las condiciones del suelo de Chaun del Sur.

—¿Y no has sentido deseos de seguir las aficiones de tu padre? —preguntó él, alargando una mano y rozando ligeramente con un dedo el velo que llevaba ella.

Sashka sonrió.

—Es una labor impropia de una mujer... , al menos en Han. Mi clan consideró más adecuado que ingresase en la Hermandad.

A Tarod le costó imaginar que aquella joven se doblegase a los deseos de otros, a menos de que coincidiesen con los suyos.

—Y tú, ¿qué opinas? —le preguntó.

—Oh, yo estoy más que satisfecha con mi suerte. Ser Hermana es una posición sumamente apreciada..., sobre todo si se pertenece a la Residencia de la Tierra Alta del Oeste.

—¿La Tierra Alta del Oeste? Entonces estás bajo la tutela de Kael Amion...

Sashka se sorprendió e impresionó por la familiaridad con que su acompañante hablaba de la mujer que, para las Novicias bajo su tutela, estaba sólo un peldaño por debajo de los dioses.

—Desde luego, no conozco personalmente a la Señora, o sólo muy poco... Pero sí, es nuestra excelsa Superiora. De pronto, deseosa de no verse rebajada a los ojos de él, irguió la espalda—. Yo soy la Hermana Novicia Sashka Veyyil, hija de Frayn Veyyil Saravin.

Tarod arqueó una ceja. Conocía la influencia del clan Saravin; no era de extrañar que la hija de un Saravin hubiese conseguido una plaza en la comunidad de Kael Amion. Sin embargo, aunque era sabido que Kael exigía un alto nivel de inteligencia, no podía detectar en Sashka las dotes latentes propias de una Hermana; y recordó con ligera ironía la casi dolorosa clarividencia de la vaquera Cyllan, cuya humilde cuna le había impedido sacar buen partido de su talento natural...

El hilo de sus pensamientos fue cortado por la voz bien modulada de Sashka.

—Bueno, Señor, ahora estoy en desventaja contigo. Tú sabes mi nombre y yo ignoro el tuyo.

Él la miró a los ojos.

— Me llamo Tarod. — Y como ella esperase que continuase, añadió—: Iniciado de séptimo grado del Círculo.

— ¿Tarod? ¿Cuál es el nombre de tu clan?

Tarod sonrió débilmente.

—No tengo nombre de clan.

Un Adepto del grado más alto, que no quería revelar su clan... Sashka estaba ahora doblemente intrigada, acuciada su imaginación por toda clase de agradables especulaciones. Estaba a punto de hacerle una pregunta cuidadosamente formulada, para persuadirle de que le revelara más sobre su pasado, cuando alguien les interrumpió.

—Sashka..., ¡conque estabas aquí! Te he estado buscando.

—Frayn Veyyil Saravin tomó a su hija del brazo y miró especulativa y recelosamente a Tarod, reconociendo la insignia de Iniciado, pero inseguro en lo tocante a su grado—. Buenas noches, Señor.

Sashka se desprendió e hizo, disimuladamente, frenéticos ademanes para alejar a su padre, pero éste no se dio por enterado. Tarod miró a aquel hombre corpulento hasta que éste desvió los ojos bajo las tupidas cejas, vacilando. Después respondió fríamente:

— Señor...

Frayn carraspeó ruidosamente y levantó la voz para ha cerse oír sobre la música, que estaba empezando de nuevo.

—No bailabas, Sashka, y pensé que podrías hacerlo conmigo...

—Estaba bailando, padre —dijo Sashka, tratando de que su voz sonase normal entre los dientes furiosamente apre tados—. El Iniciado vio que no tenía pareja y se ofreció amablemente a acompañarme.

—¡Ah sí! Muy amable de tu parte. Eres muy amable, Señor, y te doy las gracias. Pero ahora, Sashka, ¿permitirás que un viejo...?

Ella tenía que acceder, si quería evitar una escena embarazosa. Componiendo su semblante, se volvió de nuevo a Tarod y se inclinó como solían hacer las Hermanas.

— Gracias, Tarod. -Espero que volvamos a vernos antes de que termine la velada.

Estaba resuelta a decir la última palabra a pesar de la visible contrariedad de su padre, y Tarod la miró con expresión de divertida aprobación. Le estrechó brevemente la mano.

— Estoy seguro de ello.

Frayn Veyyil Saravin condujo a su hija a la pista con una prisa casi ridícula y, cuando hubieron ocupado su sitio en la formación, dijo furiosamente en voz baja:

— ¡Conque estabas bailando! ¡Jamás había visto tanta des facha-tez! ¡Me avergüenzo de ti!

— ¡Oooh, padre... !

— ¡Nada de «oh, padre», hija! Dirigirte descaradamente a un desconocido sin haber sido presentados, aceptar su invitación sin pedirme siquiera permiso, y después sentarte a coquetear con él delante de todo el mundo

—¡Es el mejor amigo del Sumo Iniciado! —replicó Sashka, en un ronco murmullo—. Y si no hubieses tardado tanto en cumplir tu promesa de presentarme a él...

— ¡Que Aeoris nos ampare! ¿Te imaginas que puedo hacer milagros? ¡Estas cosas requieren tiempo, Sashka! Además... — farfulló, buscando las palabras adecuadas, pues no quería irritar a su hija, pero lo que había observado le había alarmado en grado sumo —. Además, pensaba que era a Keridil Torn a quien querías conocer.

Ella le miró de soslayo y sonrió dulcemente. El había visto otras veces aquella expresión y sabía lo que significaba.

—El Sumo Iniciado tiene muchas otras pretendientes, padre — dijo suavemente—, y creo que no me gustaría tener que luchar por un sitio en la larga cola. Sería muy poco digno.

Conque así estaba la cosa... Se lo había temido...

—Si es esto lo que piensas, ¡puedes elegir entre mil o más, Sash-ka! Pero no a ése... Tiene una mirada peligrosa que no me gusta nada.

—Es un Adepto de séptimo grado.

Esperó a que la información surtiese efecto y se alegró al ver que la severa desaprobación de su padre empezaba a flaquear.

— ¿De séptimo...?

—Sí. Y sólo tiene unos pocos años más que yo; lo cual quiere decir que le espera un gran futuro. El clan podría esperar un trato mucho mejor...

—Por los dioses, niña, no estarás pensando...

—No estoy pensando en nada, padre, por ahora... Pero me gustaría volver a verle.

Frayn comprendió que estaba vencido. Desde que era pequeña, Sashka le había manipulado como si fuese arcilla en sus manos. Si quería estudiar las posibilidades de una alianza con el alto Adepto de cabellos negros, nada podría hacer él para impedírselo. Y si el hombre era un séptimo grado, tenía que confesar que el enlace podía ser conve niente...

—Vamos, padre. —Le estrechó las manos, sonriendo alegremente, y con ello acabó de desarmarle —. Esto es una fiesta. No me pongas mala cara... Divirtámonos con el baile y, durante un rato, ¡no pensemos en el futuro!

—... Es un arduo problema, Sumo Iniciado, y no me importa confesar que nuestros recursos han disminuido mucho al tratar de luchar contra esta plaga. —El Margrave de la provincia de la Esperanza hizo una mueca y sacudió la cabeza gris, mirándose los zapatos con hebillas de plata—. Durante las dos últimas lunas, nuestras villas y pueblos han sufrido no menos de cinco ataques de los bandidos, y esto sin contar los incidentes que pueden no haber llegado a mis oídos. Es como si todas las bandas se hubiesen unido en alguna clase de organización.. , o como si estuviesen impulsadas por alguna fuerza exterior.

Keridil vio que Tarod fruncía rápidamente el ceño y, al mirarle, asintió casi imperceptiblemente con la cabeza. Las palabras del viejo Margrave habían hecho sonar una campana inquietante en el fondo intuitivo de su mente, y no le sorprendió que Tarod sintiese algo parecido. Otras provincias le habían informado ya del súbito e inexplicable aumento de las actividades de grupos de bandoleros. Caravanas de mercaderes asaltadas; rebaños diezmados; pequeñas aldeas remotas saqueadas, y mieses quemadas en los campos...; algo que amenazaba con adquirir las proporciones de una epidemia. Y parecía no haber motivo ni razón para ello; no había aparecido ningún cabecilla bajo cuyo mando se uniesen las bandas. Aparentemente, las pandillas de bandoleros habían aumentado independientemente sus actividades, pero con una coordinación que indicaba que actuaban de consuno. No podía ser mera coincidencia.

—Desde luego, protegemos a la gente de la provincia lo mejor que podemos —siguió diciendo el Margrave, con voz cansada—. Pero sólo tenemos un número reducido de voluntarios a nuestra disposición, y todavía menos hombres de armas capacitados para adiestrarles. —Sus negros ojos se fijaron brevemente en los de Keridil, y éste reconoció una súplica en ellos; la tercera de la noche—. Si fuese posible que unos pocos Iniciados, no más de dos o tres, pudiesen estar con nuestras fuerzas... La destreza de los espadachines del Castillo es legendaria...

Keridil suspiró, lamentando tener que repetir la respuesta que había dado a los Margraves de la provincia Vacía y de las Grandes Llanuras del Este.

—Desgraciadamente, Señor, sólo tienen capacidad para combatir en los torneos. Tal vez hubo un tiempo en que los Iniciados representaron un papel como agentes de la ley, además de campeones, pero — y sonrió forzadamente— nuestras tierras han estado en paz durante tanto tiempo que no podríamos representar ese papel aunque quisiéramos.

—Sin embargo, la mera presencia de hombres del Círculo...

—Asustaría menos de lo que tú y yo quisiéramos a una pandilla de bandoleros resueltos —dijo Keridil. Se sentía frustrado por su incapacidad de ofrecer al hombre algo más que consejo y consuelo; las palabras no resolverían los problemas de la Provincia de la Esperanza, pero eran todo lo que tenía. Al cabo de un momento, añadió—: Sin embargo, llamaré personalmente la atención del Alto Margrave sobre el asunto cuando nos reunamos.

—Desde luego... viajarás a la Isla de Verano cuando terminen las celebraciones... — El viejo asintió con la cabeza, tratando de poner a mal tiempo buena cara—. Bueno, Sumo Iniciado, te doy las gracias por haberme escuchado. No quería agriar las fiestas con nuestros problemas, pero...

— No has hecho tal cosa, antes al contrario; te agradezco que me hayas llamado la atención sobre ellos.

El Margrave se volvió para marcharse, pero Tarod dijo de pronto:

—Los bandidos, Margrave, ¿son los únicos que causan problemas en la Esperanza?

El Margrave se detuvo.

—Discúlpame, pero no sé exactamente qué quieres decir...

—Me preguntaba, Señor, si habéis experimentado un aumento igualmente súbito en otras clases de daños. —Miró a Keridil—. Algo ha llegado a mis oídos esta tarde, y nuestra propia experiencia lo confirma. Margrave, ¿ha aumentado la frecuencia de los Warps?

El viejo se pasó la lengua por los labios.

— Ahora que lo mencionas, sí... Durante los meses pasados, en realidad desde la muerte del anciano Sumo Iniciado, se han producido varlos Warps. —Se estremeció súbitamente—. Son cosas que uno prefiere olvidar con la mayor rapidez posible, y por esto no creí... Pero supongo que no puede haber relación entre ambas cosas, ¿verdad?

—Relación directa, no —convino Tarod—. Pero me pregunto si el aumento simultáneo de ambas cosas podría indicar la existencia de algo que todavía ignoramos.

Advirtió la mirada aguda de Keridil, pero la expresión del Mar-grave seguía siendo de perplejidad.

—Si hay una relación, Señor, ¡que Aeoris nos ampare! — dijo sinceramente—. Pero confieso que la idea escapa a mi comprensión.

En cuanto se marchó el viejo, Keridil se volvió a Tarod.

—No me habías dicho nada de tus sospechas.

—¿Cómo podía hacerlo? Nada había sabido de las acciones de los bandidos hasta esta noche. Pero ahora que lo sé, si las añado a nuestras propias y recientes experiencias en el Castillo, tengo una impresión que no me gusta, Keridil. Algo se está cociendo, y lo huelo.

—Seguramente la lógica nos dice que no puede haber relación posible entre los Warps y los ataques de los bandidos, Tarod.

— ¡Maldita sea la lógica! — dijo vivamente Tarod, y enseguida bajó la voz, consciente de que los que se hallaban cerca de ellos estaban escuchando—. La lógica es buena para la gente como el Margrave de Esperanza, y conviene que así sea; nadie espera que explore más allá de los límites de lo que puede ver y tocar. Pero se supone que nosotros trascendemos tales restricciones. ¿O estamos empezando a olvidar nuestro verdadero objetivo?

—Esto es absurdo...

—¿Lo es, Keridil? —Los ojos verdes de Tarod brillaron con fiereza—. ¿No nos estaremos engañando, aquí en nuestra fortaleza, sin nadie que nos contradiga o nos juzgue o señale nuestros defectos? Tres Margraves han pedido la ayuda del Círculo esta noche, ¿y qué hemos podido ofrecerles? ¡Nada! ¡Somos impotentes! Tal vez el viejo tenía razón; tal vez serviríamos mejor a este país como una fuerza de mercenarios que como una comunidad de hechiceros.

Aunque trató de disimularlo, la censura impresionó a Keridil; sobre todo porque reflejaba sus propias frustraciones. La frecuencia de los Warps había preocupado mucho a Jehrek, y desde su muerte habían aumentado aún más. Sin embargo, todos los esfuerzos del Círculo para comprender las razones de aquel súbito cambio que parecía afectar a todo el mundo habían sido inútiles, por no hablar del descubrimiento de su origen. Pero Tarod era el primero en expresar con palabras la gran inquietud que había estado incubándose en lo más hondo de Keridil.

—Sé tan bien como tú lo que ha conseguido, o mejor dicho, lo que no ha conseguido últimamente nuestra hechicería — dijo pausadamente, mirando a Tarod con ojos cándidos—. ¿Tienes tú una respuesta mejor?

Tarod suspiró.

—Antes de poder dar una respuesta, uno tiene que saber la naturaleza de la pregunta.

— Cierto. Si necesitábamos una confirmación, ambos hemos oído esta noche la prueba. La amenaza se ha cernido sobre nosotros como una tormenta en el horizonte, y desde que murió mi padre...

—Lo sé.

Tarod trató de borrar la idea que últimamente se le había ocurrido con demasiada frecuencia. Como Keridil, era escéptico en lo tocante a las coincidencias, pero el hecho de que los inquietantes sucesos hubiesen cobrado fuerza e intensidad desde el fallecimiento del Sumo Iniciado estaba muy lejos de ser tranquilizador. Aunque se decía una y otra vez que no podía haber ninguna relación, era incapaz de olvidar el extraño y delirante encuentro con aquel ser llamado Yandros...

Se sobresaltó cuando Keridil le dio unas palmadas en el hombro.

—Tarod, éste no es tiempo ni lugar oportuno para especulaciones. Dentro de siete días tendré que viajar a la Isla de Verano, para presentar personalmente mis respetos al Alto Margrave. Si consigo hacerle ver la gravedad de los problemas de las provincias, tal vez podamos hacer algo para intentar resolver la situación a un nivel ex> térico.

— El Alto Margrave es poco más que un niño.

—Sin embargo, encarna el poder temporal. Y he oído decir que no destaca por su inteligencia, sino por su experiencia. Actualmente, es lo mejor que podemos hacer para los Margraviatos.

—¿Y los Warps? —preguntó en voz baja Tarod.

— ¡los Warps...! Ésta es otra cuestión, ¿verdad? Yo puedo ser el Sumo Iniciado, Tarod, pero soy lo bastante realista para reconocer que, como hechicero, soy un niño de pecho en comparación contigo.

Y si tú no tienes soluciones, entonces el Círculo es tan impotente como dices.

Tarod desvió la mirada, pero Keridil tuvo tiempo de ver en los ojos de su amigo algo que sólo pudo interpretar como dolor. En un murmullo, añadió:

—No te aflijas. Mentes más grandes que las nuestras han luchado durante generaciones con la naturaleza de los Warps, y han fracasado. No es nada ignominioso. Y la frustración es algo con lo que todos hemos aprendido a vivir. —Desde la antesala llegó un ruido de carcajadas, seguido de los sonidos de los instrumentos musicales que afinaban—. Escucha —dijo Keridil—. Hay mucha gente resuelta a pasar la noche divirtiéndose. Sabe Aeoris que he estado a punto de olvidar que hoy se está celebrando una fiesta; pero no es demasiado tarde para ponerle remedio. Reunámonos con los invitados, Tarod. Si podemos olvidar durante un rato, tal vez el panorama nos parezca menos lúgubre por la mañana.

Tarod le miró brevemente y sacudió la cabeza.

—Lo siento, Keridil. Tienes razón; estamos aquí para una celebración, y yo he tenido la culpa de dejarme impresionar demasiado por otras cosas.

Sonrió cuando alguien en la sala contigua empezó a tocar un manzón, instrumento de mástil largo y de siete cuerdas que requería un alto grado de habilidad musical. El músico era muy experto y, a los pocos momentos, una voz de mujer entonó una vieja y pegadiza canción que Tarod conocía muy bien. Sin añadir palabra, dio unas palmadas en la espalda a Keridil y ambos se dirigieron al salón.

Al entrar en la cámara débilmente iluminada, Tarod deseó ardientemente poder librar su mente de las dudas y temores que le atosigaban y que eran causa remota de su inquietud esta noche. No había querido preocupar a Keridil con sus sospechas precisamente hoy, pero, por alguna razón, las palabras habían brotado de sus labios antes de que pudiese detenerlas. Además, y por encima de las pruebas que habían dado esta noche los Margraves , tenía la íntima convicción de que algo terrible y furiosamente malo estaba ocurriendo, algo con lo que no se podía luchar. Por mucho que lo intentase, no podía borrar aquel sentimiento; ni podía rebatir la certidumbre de que los recientes acontecimientos estaban inextricablemente relacionados con la ex traña predicción de Yandros sobre la misión que él tendría que cumplir.

Sentía una enorme frustración en su interior y cerró ambos puños, sintiendo que los bordes del anillo se hincaban en la palma de su mano izquierda. Muchas intuiciones, muchas sospechas, pero no sabía nada... , y la larga espera de alguna señal, de algún movimiento de las fuerzas, fuesen cuales fueren, que poseía Yandros, se le estaba haciendo casi insoportable.

Bruscamente, se pellizcó la nariz con el índice y el pulgar. Estaba cansado, y el gesto fue un intento de vencer la fatiga, así como de romper el hilo desagradable de sus pensamientos. No había prestado atención a la música ni a las personas que le rodeaban y, al terminar la canción, le sorprendió la fuerza de los aplausos y se dio cuenta de que el salón estaba lleno a rebosar. Keridil aplaudía con entusiasmo, uniendo su voz al coro de los que pedían más, y, por primera vez, Tarod miró hacia el reducido espacio del centro del salón donde se hallaban los improvisados artistas. El que tocaba el manzón estaba encorvado sobre su instrumento, templando delicadamente las cuerdas, y cuando la luz de las velas se reflejó en el pequeño pendiente de oro que llevaba el hombre en una de sus orejas, supo Tarod que era Ranil Trynan, hijo de uno de los mayordomos del Castillo. La manera en que había logrado introducirse en aquella reunión era un misterio, pero su habilidad como músico le abría puertas que de otro modo habrían permanecido cerradas para él, y cuando al fin levantó la cabeza, la sonrisa dibujada en su fino y astuto semblante demostró que se consideraba en su elemento natural.

Sin embargo, y a pesar de la visible satisfacción de Ranil, era la cantante que estaba a su lado quien más llamaba la atención. De momento, Tarod no reconoció a la alta joven de voz suave de contralto, pues se había mudado el hábito y despojado del velo de Hermana Novicia. Entonces levantó la cabeza, y los oscuros ojos castaños de Sashka se fijaron en los de él con el mismo aire desafiador que recordaba Tarod de su anterior encuentro.

Los labios de Tarod se torcieron en una fría sonrisa, y se alegró al ver que ella se ruborizaba. Entonces hizo la joven un imperioso ademán a Ranil y el joven tocó los primeros acordes de una canción que era ahora popular en la Tierra Alta del Oeste; una melodía complicada que exigía un gran esfuerzo tanto por parte del que tocaba como de la que cantaba. Sashka empezó a cantar, y dos de los oyentes más entendidos aplaudieron inmediatamente su valor al intentar una pieza tan difícil. Tarod sintió que la música calmaba sus excitadas emociones; entrecerrando los ojos verdes, dejó que la melodía invadiese su mente y le arrastrase con el resto del público, hasta que la voz de Keridil en su oído le sacó del ensueño.

— No había oído cantar así a nadie en muchos meses... Me pregunto si será un bardo femenino.

Tarod sacudió la cabeza y dijo, sin pensarlo:

— No. Es una Novicia, de la Residencia de la Tierra Alta del Oeste.

—¡Ah sí...! —Keridil le guiñó un ojo—. Ahora la recuerdo; es la joven con quien estuviste bailando después del banquete. Te felicito por tu buen gusto, Tarod. ¿Cómo se llama?

Consciente de que Keridil estaba tratando bonachonamente de turbarle, Tarod correspondió a su guiño con una mirada absolutamente impasible.

—Sashka Veyyil.

—¿De los Veyyil Saravin? —El Sumo Iniciado arqueó las cejas—. Entonces es un buen partido, bastante rica. — Hizo una pausa y añadió—: Y también hermosa... Tiene un aire extraño, como si pudiese desafiar a cualquier hombre. —Su tono fue malicioso al proseguir—: Todo lo contrario que Inista Jair.

— Sí — dijo distraídamente Tarod.

Keridil guardó silencio durante un rato, mientras ambos escuchaban la música. Después, en voz baja pero en un tono ligeramente distinto, dijo:

—Sería una imprudencia indisponerse con su clan. Son muy influyentes.

Tarod frunció el ceño y le miró. Había percibido algo en la voz de Keridil que insinuaba celos, y esto era impropio de él.

— No tengo la menor intención de cruzarme en su camino — dijo—. Esta noche ha sido la primera vez que he visto a esa muchacha.

— Sin embargo, está cantando esta canción para ti y sólo para ti; puedo verlo en sus ojos —replicó Keridil—. Pero temo que cualquier pequeña aventura con ella podría traer dificultades.

Tarod sintió una fría irritación y sus ojos centellearon al mirar al otro hombre. Le encolerizaba aquella envidia tan desacostumbrada en

Keridil, y todavía le enojó más que éste pusiera en tela de juicio su moralidad.

—Me imagino que la Señora es mayor de edad y puede decidir sobre sus preferencias — dijo, con voz helada—. Aunque, desde luego si crees que mi reputación es dudosa, tienes evidentemente el deber de ponerla en guardia contra mí. Es decir, si piensas que con ello puedes disuadirla.

Antes de que Keridil pudiese responder, se apartó de él y se abrió paso en dirección a la ventana, desde donde podría observar mejor. Sashka le siguió con la mirada y, cuando creyó que había captado la de él, dejó que se perfilase en su semblante una dulce y vacilante sonrisa.

—Sashka. —Tarod asió la mano de la joven y se inclinó sobre ella—. Gracias por tu canción. Lo que habría podido ser una aburrida y triste celebración se ha convertido, gracias a ti, en algo magnífico.

Mientras hablaba, le sorprendió descubrir que el cumpli do había brotado fácil y sinceramente de sus labios. Siempre había sido capaz de representar el papel de cortesano, pero raras veces decidía hacerlo; cuando lo hacía, una parte cínica de su mente se daba perfecta cuenta de que las palabras no eran más que un medio fácil de conseguir un fin interesado. En cambio, delante de esta muchacha de rostro patricio y ojos cándidos, sólo podía decir la verdad. En sus dos breves encuentros, ella le había causado un efecto profundo, y el sentido resultante de vulnerabilidad era algo a lo que Tarod no estaba acostumbrado.

Sashka bajó la mirada, dejando que sólo una pequeña parte de su deleite se trasluciese en su expresión.

—Gracias. Pero temo que estoy muy desentrenada; mis estudios no me dejan mucho tiemp o libre para otras actividades más placenteras.

— Menosprecias tu talento.

Todavía tenía asida su mano y, por el rabillo del ojo, vio que Ke-ridil les estaba observando desde el otro lado del salón. Por fin terminó la velada y los invitados se retiraron, menos unos cuantos empecinados que continuaron sentados, bebiendo y hablando en voz baja junto a la casi apagada chimenea. El padre de Sashka no aparecía por ninguna parte, como tampoco ninguna de las Hermanas mayores, pero Sashka no daba señales de querer marcharse.

—Había esperado —dijo suavemente — que podría volver a bailar contigo esta noche. Pero parece que estabas demasiado ocupado para rescatarme por segunda vez.

Él sonrió débilmente.

— ¿A pesar de la desaprobación de tu padre? ¡No quiero incurrir en la cólera de un Veyyil Saravin!

—Oh, eso... —Sashka tuvo el acierto de ruborizarse ligeramente—. No tienes que hacer caso de su mal humor. Sólo estaba enfadado conmigo porque quería presentarme al Sumo Iniciado y no me había encontrado en ninguna parte.

Tarod miró involuntariamente hacia el lugar donde había estado Keridil, pero éste se había marchado de allí. Volvió a sentir un poco de irritación y replicó fríamente:

—Si era esto lo que querías, sólo tenías que decírmelo.

—No he dicho que fuese lo que yo quería. —La mirada de Sashka contenía ahora un inconfundible desafío—. Y creo que soy lo bastante mayor para tomar mis propias decisiones en estos asuntos.

La irritación se desvaneció y Tarod rió, complaciente.

—¡Fuera de mi intención dudarlo, Señora!

— Entonces, ¿no podríamos continuar lo que fue tan bruscamente interrumpido?

Tarod se dio cuenta de que la muchacha empleaba su seducción y su habilidad para llevarle por donde ella quería, pero sus artimañas no parecieron importarle. Sentía un fuerte deseo de tocarla, de introducir las manos en la mata de cabellos cobrizos, de probarla, de explorarla, de descubrir la clase de mujer que se ocultaba debajo de la belleza y de la astucia. Era una sensación obsesionante, nueva para él, y no estaba seguro de cómo debía reaccionar.

Sashka, en cambio, no tenía dudas. Su segundo encuentro con el alto Adepto de negros cabellos había más que confirmado las primeras impresiones que se había formado de él, y ahora que tenía otra oportunidad de expresar su interés sin interferencias familiares, estaba resuelta a sacar de ella el mayor partido. Viendo que Tarod vacilaba ante su audaz pregunta, añadió, bajando mucho la voz:

—Mi padre y mi madre se han ido a descansar hace ya mucho rato, pero yo no podría dormir aunque quisiera. Estoy demasiado.. , animada.

Las palabras eran ambiguas, en el mejor de los casos, y Tarod sonrió y le asió la mano una vez más.

—A sí, ¿qué puedo hacer para entretenerte?

Ella encogió ligeramente los hombros, en un ademán que sugería mucho más de lo que expresaba superficialmente.

—Me gustaría dar un paseo —dijo—. Hace una noche tan e>-pléndida... He oído decir que hay cientos de personas acampadas fuera de las murallas del Castillo. Sus hogueras deben ofrecer una vista muy espectacular.

El cansancio que Tarod había sentido momentos antes desapareció, de pronto, de su cuerpo y de su mente sin dejar rastro. Señaló la puerta, a través de la cual estaban saliendo los últimos invitados.

— Entonces, si puedo acompañarte... Ella sonrió maliciosamente.

— ¿Sin el permiso de mi padre?

—Tu permiso es el único que me importa.

—Entonces, ya lo tienes.

Consciente de una excitación interior que iba rápidamente en aumento, Sashka le permitió que la llevase al débilmente iluminado pasillo.

Загрузка...