Harkon Lukas permanecía oculto entre las sombras de la habitación a que daba acceso la última puerta del corredor a la derecha. Ashe había subido corriendo, con Konrad pisándole los talones. Todo había salido mucho mejor de lo que Harkon esperaba. Al parecer, sólo lo había seguido Konrad, pero de momento esperaría en la penumbra, para comprobar que no apareciera nadie más.
– ¿Dónde está Elaine?
– Konrad entró en la estancia dando grandes zancadas, blandiendo el hacha.
– No creo que deba decírtelo -respondió Ashe.
– Dime dónde está y no te mataré.
– No creo que pudieras matarme de todos modos -dijo, retrocediendo hasta el lugar en el que se encontraba escondido Harkon-. Creo más bien que eres tú quien va a morir.
Descorrió una cortina dejando a Harkon al descubierto. Lukas no pudo reprimir una sonrisa, hasta tal punto le agradaban los gestos dramáticos.
– El bardo. ¿Qué estás haciendo aquí? -dijo Konrad, mientras adoptaba una posición de combate, con el hacha preparada.
Parecía sorprendido, pero aun así sabía con certeza cómo debía actuar: en caso de que lo amenazara le mataría, sin importarle quién era.
Ashe también sonreía a Konrad, ansioso por que empezara el combate. Harkon atravesó con su espada al enjuto enterrador. Este se desplomó sobre las rodillas, con una expresión de asombro en la cara. Buscó a tientas con las manos la punta de la espada que le sobresalía por el pecho, y después cayó lentamente hacia adelante.
Harkon se separó de la pared.
– No tenemos demasiado tiempo. Te llevaré hasta Elaine.
– ¿Qué estabas haciendo aquí con el enterrador?
¡Aja! Parecía sospechar algo.
– Tal como huele aquí, me parece que no hay tiempo que perder. Está encerrada. Morirá quemada viva.
En el rostro de Konrad asomó la duda.
– Sospechaba de Ashe, pero necesitaba pruebas -añadió Harkon-. Cuando entró en la estancia tuve que esconderme. La verdad es que me alegré mucho de verte.
Konrad bajó el hacha pero no la guardó. Harkon envainó su espada.
– Debemos apresurarnos. Sin nuestra ayuda, Elaine nunca podrá escapar.
Harkon avanzó hacia él con las manos colgando a ambos lados del cuerpo, como para dejar claro que estaba desarmado.
– Está en la habitación de enfrente, al otro lado del pasillo -dijo señalando la puerta abierta.
Konrad se volvió para mirar en aquella dirección, y Harkon aprovechó para clavarle en el corazón una daga que tenía escondida. Konrad profirió un grito ahogado, y el hacha cayó de sus manos de pronto inertes.
Harkon acompañó el cuerpo en su caída hasta el suelo, sosteniéndolo muy cerca de sí, mientras extraía el amuleto y lo disponía alrededor del cuello de Konrad.
– Duerme, duerme para siempre, mi suspicaz amigo.
De pronto, Harkon sintió un golpe en el pecho, como un garrotazo. Bajó la vista para encontrar un cuchillo en su pecho. Las manos de Konrad soltaron el puñal mientras Harkon se desplomaba de espaldas sobre el suelo.
Harkon asió el cuchillo con ambas manos, intentando detener la sangre, que salía a borbotones, caliente y mojada. Lo extrajo de su pecho con un grito. La sangre manaba sobre sus manos. La oscuridad le nubló la vista.
Harkon cayó hacia adelante, sobre sus cuatro extremidades. Intentó convertirse en lobo, pero era demasiado tarde. Estaba muriendo. No, ya estaba muerto.
Fue su último pensamiento antes de que la oscuridad devorase la luz.
Elaine aporreó el suelo, gritando. El humo se filtraba por todas las rendijas. La puerta se abrió hacia adentro, y Elaine retrocedió, tropezando. Apareció Konrad, envuelto en humo, apenas visible. La agarró de un brazo y la arrastró en medio de la sofocante nube de humo para conducirla a la habitación contigua, en una de cuyas ventanas había una soga hecha con sábanas atada a una pesada silla.
– Baja -ordenó Konrad.
Elaine no hizo ninguna pregunta; no había tiempo para eso. Asió la cuerda improvisada y descendió por ella. Cuando se encontraba a media altura de la pared, las sábanas empezaron a ceder bajo su peso y el de Konrad.
– Déjate caer, yo estoy aquí para recogerte. -Era la voz de Thordin.
Elaine tomó aire y soltó las telas. Los fuertes brazos de Thordin la recogieron. Acto seguido ambos rodaron por el suelo.
Konrad salvó los últimos metros dejándose caer, y aterrizó con manos y rodillas sobre la nieve. Elaine corrió hacia él y lo rodeó con los brazos. Él la abrazó, la cara apretada contra su hombro. Nubes de humo salían a través de la ventana por la que habían escapado.
El suelo se derrumbó con un estruendo estremecedor, y las llamas se alzaron con un rugido hasta el tejado. El cuerpo de Blaine todavía estaba dentro, pero se lo llevaría el fuego purificador. Era un final bastante mejor que el de la mayoría de los fallecidos en Cortton.
Konrad alzó el rostro hacia ella. Estaba muy, muy cerca. La besó, y ella permitió que lo hiciera. Sus labios eran suaves, y su piel olía a humo.
El amuleto que llevaba alrededor del cuello brillaba reflejando las llamas. Elaine no recordaba haber visto nunca en él ningún tipo de adorno.
Konrad acarició los cabellos de Elaine con las manos cubiertas de hollín, y rió. Volvió a besarla, bruscamente, casi con violencia, como si quisiera entrar en ella a través de su boca. A Elaine aquel beso casi le dolió.
Thordin y Gersalius se encontraban de pie ante ellos, observando cómo se quemaba la casa. Elaine buscó a Jonathan y lo encontró acurrucado en la nieve, al lado del cuerpo carbonizado de un zombi.
– Jonathan. -Elaine lo llamó por su nombre, pero él no reaccionó.
Gersalius le posó una mano en el hombro.
– Teresa se convirtió en uno de ellos. Tuvimos que sacrificarla.
Elaine observó a Jonathan, encogido sobre la nieve. Quería correr hacia él, decirle que todo se arreglaría, pero en el fondo de su corazón sabía que eso sería mentirle.