Capítulo 21

Elaine retrocedió hasta la puerta. Intentó girar el picaporte, pero estaba cerrada con llave. Ella misma lo había oído hacerlo, y sin embargo se había quedado ahí de pie, como una tonta, permitiendo que la encerrara.

El impulso de aporrear la puerta, de dejarse llevar por el pánico, era muy intenso. Seguro que momentáneamente le sentaría bien gritar y despotricar, pero eso sería lo último que haría. Elaine no podía dejarse vencer por el miedo. Tenía que pensar.

El zombi se quitó un guante. Su piel, fina como el papel, se tensaba sobre sus huesos. Recogió con dos dedos la sangre que le resbalaba por la barbilla. Después se los llevó a los labios y los chupó, sorbiendo la sangre como si fuera un caramelo.

Elaine hizo todo lo posible por no prestarle atención. El vestíbulo se prolongaba más allá del alcance de la luz de las velas. Había dos puertas, una enfrente de otra, justo detrás del zombi; después el pasillo giraba bruscamente. Si conseguía correr en esa dirección y esquivar al zombi, tal vez encontraría alguna salida: una puerta, una ventana, algo. Cualquier cosa antes que dejarse atrapar así, acorralada contra la puerta.

La puerta retumbó con los golpes que alguien le propinó desde el exterior. Elaine se sobresaltó, sin poder reprimir un breve chillido.

– Elaine, Elaine, abre. Soy yo, Blaine.

Elaine volvió la vista hacia la puerta, con las manos apoyadas en la superficie de madera.

– Blaine, estoy encerrada.

– Eso suena bien. Los zombis ya dieron buena cuenta de mi caballo, no quiero ser el siguiente.

Elaine golpeó la madera con la palma de la mano.

– Hay uno aquí. Es quien me encerró.

El zombi en cuestión preguntó:

– ¿Quién es ese tal Blaine?

Elaine se apoyó con fuerza en la puerta.

– Mi hermano.

El zombi volvió a sonreír, chupando la sangre a medida que ésta fluía de sus labios agrietados.

– Podrá escuchar tus gritos mientras mueres. ¡Será maravillosamente horrible!

– ¡Blaine!

La puerta vibró con los golpes que Blaine le propinaba con los puños y la empuñadura de su espada.

– La puerta es demasiado maciza. Encontraré otra manera de entrar.

– No hay otra manera -dijo el zombi-. He inutilizado las ventanas con tablas, y cerrado las puertas con llave. Él está atrapado afuera, con los demás, y tú aquí adentro, conmigo. -Hizo un gesto breve llevándose la mano al pecho.

Se oyó un ruido fuera, como si un cuerpo hubiera chocado contra la puerta.

– Blaine, ¿estás ahí? ¿Blaine?

El zombi rió.

– Los demás se ocuparán de tu hermano, Elaine Clairn, descuida.

Elaine siguió apretando con fuerza la espalda contra la puerta.

– ¡Blaine! ¡Blaine!

Algo de gran tamaño se deslizó a lo largo de la puerta, haciéndola vibrar en su marco. Algo de mayor tamaño que Blaine. Alguien giró el picaporte desesperadamente, sacudiendo la puerta.

– ¡Blaine!

– Ya no está, Elaine, se ha ido antes que tú. -El muerto viviente avanzó hacia ella despacio, con un andar casi felino-. Pero no te apures, tú hora está también a punto de llegar.

Llevaba el candelabro consigo, en la mano todavía enguantada. Alargó la mano; los dedos de los que había chupado la sangre ahora le rozaban la mejilla. Su piel parecía disecada, y tenía el tacto irreal del pergamino.

Colocó el candelabro a la altura de la cintura e inclinó la cabeza hacia ella como si quisiera besarla. Elaine llevó una mano hacia la llama de una vela, y ésta bailó en su palma, como sucedía durante sus visiones; pero no le dolía, no le quemaba, sólo titilaba y bailaba sobre su piel.

El zombi se echó hacia atrás, tan sólo durante una fracción de segundo.

– ¿Quién eres tú, Elaine? ¿Una maga? Nunca he probado la sangre de un mago.

Elaine llevó la diminuta llama a la altura de sus ojos, para que el zombi pudiera verla mejor. Tomó aire y sopló sobre la llama en dirección a su cara; quería que la llama prendiera, ardiera, creciera. Y así fue.

El zombi gritó, volviéndose hacia el vestíbulo, dándose golpes con las manos en la cabeza. Dejó caer el candelabro al suelo. Una vela se apagó. Elaine cogió la otra y echó a correr por el pasillo, protegiendo la llama con la otra mano.

Justo al girar la esquina había una escalera que subía al primer piso. Vaciló. ¿Debería seguir investigando el pasillo? ¿O sería mejor subir?

– Te mataré, Elaine Clairn, y te sorberé la médula de los huesos.

Elaine subió corriendo la escalera. La llama tembló y quedó reducida a un punto azulado. Elaine dejó de correr, para que la llama se reavivase. La idea de quedarse en la más absoluta oscuridad en un lugar desconocido con un zombi era demasiado espantosa. La llama volvió a crecer, creando un delicado halo de luz a su alrededor. Algo de gran tamaño golpeó con el primer escalón.

Elaine bajó la vista. El rostro del zombi se encontraba al borde mismo del círculo de luz. La purulenta nariz había desaparecido. La cara había sido consumida por el fuego, y de ella sólo quedaban unos cuantos ligamentos rosados tensados sobre los huesos. Lo que antaño había sido un hombre atractivo era ahora un esqueleto en estado de descomposición, como si el fuego hubiera revelado su verdadera naturaleza.

– Hubiera intentado hacerlo lo más agradable posible para ti, Elaine, pero ahora ya no te lo mereces. Ahora sufrirás como yo estoy sufriendo. Y al beber tu sangre sanaré. Ni siquiera el fuego puede dañarme por mucho tiempo. -Subió un escalón, agarrándose a la barandilla con la mano enguantada. Sus movimientos parecían producirle un dolor lacerante, por mucho que él lo negara.

Elaine subió otros dos escalones de espaldas. El zombi se desplomó sobre las rodillas y empezó a subir la escalera a cuatro patas, como un mono, cada vez más rápido. Elaine echó a correr.

Una mano le dio alcance allí donde terminaba la escalera. Elaine dejó caer la vela debido al susto. Ésta rodó por el suelo y se apagó. La muchacha gritó, intentando liberarse de aquellas manos por todos los medios, pero éstas consiguieron arrojarla al suelo, donde ahora yacía en una oscuridad tan absoluta que hubiera podido llevarse los dedos a los ojos y no hubiera sido capaz de verlos.

No podía ver, pero sí oír: pies y manos se arrastraban por la escalera, tropezando y resbalando. Aquello que la había aferrado estaba en el piso superior. Se encontraba sobre ella pero no parecía tener intención de tocarla o de hacerle nada.

El zombi subió la escalera a toda velocidad. Su aliento llenaba la oscuridad. Se oyó un sonido como si alguien hubiera cortado el aire; después, el golpe sordo de una hoja hundiéndose en la carne. Un ruido semejante al de la lluvia, y un líquido tibio se derramó sobre el rostro de Elaine. Algo rodó por el suelo y rebotó contra la pared contraria.

En medio de la oscuridad surgieron chispas como estrellas fugaces. Un pequeño farol cobró vida. Arrodillado en el círculo de luz se encontraba Blaine.

Elaine lo miró fijamente durante unos instantes, observando su larga melena rubia y su manto blanco, que absorbía la luz como si estuviera confeccionado en hilos de oro.

Los ojos empezaron a escocerle debido a las lágrimas, que le nublaron la vista. Elaine se llevó los dedos a la zona húmeda de su cara y supo que se trataba de sangre. La cabeza del zombi era lo que había rodado por encima de la alfombra. El cuerpo decapitado yacía sobre el último escalón, y de él manaba una sangre de color negro azabache que se iba derramando por el suelo.

Blaine se arrodilló a su lado.

– ¿Estás bien, Elaine?

Asintió con la cabeza, desconfiando de su propia voz. Acto seguido, se incorporó y se echó en sus brazos. Ambos se abrazaron como si sólo ellos dos existieran sobre la tierra. En ese momento no había nada más, sólo ellos dos, y más allá del círculo de luz, la nada.

Elaine alzó la cabeza para mirarlo a los ojos.

– ¿Cómo entraste?

– La ventana del ático. Está recubierta de láminas de madera para permitir la ventilación. Supongo que el zombi pensó que si no era posible ver a través de ella, tampoco sería posible que nadie se colara.

– Dudo que contemplara la posibilidad de que alguien se animara a escalar tejados en pleno invierno.

Blaine sonrió.

– Tal vez no.

El zombi se estremeció, y una de sus manos se agitó en el suelo. Blaine ayudó a Elaine a ponerse en pie.

– ¿Crees que podrás subir al tejado con las faldas?

El muerto viviente estaba intentando colocar las manos bajo el pecho para incorporarse.

– Creo que sí.

Blaine la guió por el pasillo, levantando el farol para aumentar la intensidad de la luz, hasta que llegaron a una puerta de pequeño tamaño en un marco astillado.

– La puerta estaba cerrada, pero no tan bien hecha como la de la entrada.

Había una estrecha escalera de caracol. En la parte superior se notaba el frío, un remolino de copos de nieve y un parche helado de luz de luna. Aquella ventana abierta se le antojó a Elaine una de las cosas más bellas que había visto en su vida.

Blaine se arrodilló al lado de la mochila que había dejado allí. Apagó el farol y lo envolvió cuidadosamente antes de volver a guardarlo. Elaine esperaba bajo la luz de la luna, aguzando el oído. No se oía ningún ruido que indicara que el zombi los perseguía, por lo menos no de momento.

Blaine le dio la mochila.

– Pásamela cuando te lo pida.

Ella apretó la mochila contra su pecho y asintió con la cabeza. Blaine se aferró al alféizar y alzó el cuerpo. Cuando estaba a su altura, hizo fuerza con los brazos y se introdujo en la ventana de cabeza; sólo podían verse sus dedos sobre el alféizar. De repente quedaba sólo una mano, y en seguida su rostro apareció al otro lado de la ventana.

Se equilibró haciendo uso del pecho, con una mano en el alféizar, y alargó la otra por el hueco. Elaine le alcanzó la mochila. El se pasó una de las tiras por el hombro, y acto seguido le tendió el brazo a Elaine.

La muchacha agarró su mano con fuerza. Él flexionó el brazo, con intención de levantarla. La muñeca de Blaine temblaba por el esfuerzo, pero no vaciló. Cuando se encontraba a la altura del alféizar, Elaine se aferró a éste con la otra mano para ayudar a su hermano a alzarla a través de la ventana. Blaine tiró de ella, agarrándose con la otra fuertemente al alféizar, y la hizo pasar por el hueco.

Elaine se apretó contra él y miró hacia abajo, hacia el vacío. El tejado descendía bruscamente, casi vertical, hacia la calle. La nieve caía arremolinándose en la negrura de la noche. Las botas de Elaine resbalaron sobre el tejado helado; sólo los brazos de Blaine detuvieron su caída.

– ¿Puedes escalar por encima de la ventana?

A Elaine le parecía que tenía el corazón en la garganta, así que intentó tragar saliva, con la esperanza de que volviera a su sitio. Se sentía incapaz de respirar mientras observaba la vertiginosa oscuridad.

– No mires hacia abajo, Elaine. Mírame a mí.

Alzó la vista hasta su rostro. Estaba tan cerca que podía apreciar el blanco de sus ojos y sentir su pulso latiendo en la garganta. Aquella situación no parecía gustarle mucho más que a ella. Debido a un lamentable incidente con un dragón, ambos hermanos tenían miedo a las alturas.

– ¿Crees que puedes subirte al alero? -Su voz contenía más calma que sus enormes ojos.

Elaine alzó la vista de nuevo. Sobre la ventana del ático había un pequeño saliente como para que una persona pudiera sentarse, eso sí, con mucho cuidado.

– Sí.

– Entonces hazlo. No podré aguantar tu peso mucho más tiempo. -Su voz seguía siendo tranquila, pero se intuía cierta tensión en ella.

Elaine alargó la mano hacia el alero. Las tejas estaban tan frías que su mero roce dolía, pero se alegró de no llevar guantes: ahora necesitaba de la máxima sensibilidad y adherencia para trepar hasta allí.

Se separó de Blaine y colocó las manos sobre las resbaladizas tejas, confiando en que él le sujetaría las piernas y no permitiría que cayera. Un resbalón sería la muerte segura de ambos.

Se aferró al tejado con rigidez.

– Necesito levantar una pierna, pero no sueltes la otra.

Blaine dejó de apretar las piernas con tanta fuerza.

– No te preocupes, estoy aquí.

Elaine subió un pie al alféizar. Ahora venía la parte más peligrosa. Para poder subir ambas piernas al alféizar, Blaine tenía que soltarla del todo. Permaneció de pie unos instantes, agarrándose desesperadamente a las tejas, con los pies firmemente apuntalados en el alféizar. Oyó a Blaine suspirar aliviado al tener que aguantar únicamente su propio peso.

Elaine se puso de puntillas, tanteando con las manos en busca de un agarre. Cuando sintió los dedos bien afirmados, por lo menos lo máximo posible, apoyó los pies y trepó. Sintió la mano de Blaine ayudándola por la espalda, y por fin consiguió subirse al techo del alerón. Tomó asiento e intentó volver a aprender a respirar.

Oyó cómo Blaine trepaba tras ella, y supo que tendría que moverse para dejarle sitio. Alzó la vista hacia las tejas cubiertas de nieve y suspiró. Tenía que moverse, pero la perspectiva no la atraía lo más mínimo.

Gateó con los pies, las manos fuertemente aferradas a las tejas, reptando lentamente, unos pocos centímetros cada vez.

Pudo ver los dedos de Blaine en el borde del alerón. Pero éste profirió un grito ahogado y una de sus manos desapareció, quedando colgado del alerón con la otra.

Elaine se arrodilló para intentar ayudarlo. Pero no podría sujetarlo ella sola, tal como él había hecho. Incluso al iniciar el descenso hacia él, era consciente de que ambos se precipitarían al vacío, opción que no le desagradaba si la única alternativa era verlo caer a él solo.

El zombi decapitado había agarrado a Blaine por las piernas, y la mitad de su cuerpo sobresalía de la ventana. Elaine se tumbó sobre el alerón y alargó el brazo hacia su hermano. Sin embargo, en lugar de aceptarlo, Blaine intentaba alcanzar el tejado de nuevo. Pero no lo consiguió.

– Cógeme del brazo, Blaine, por favor.

Sus ojos lo decían todo. «No», fue lo único que salió de sus labios.

Elaine lo asió por la manga y tiró de él. El zombi se colgó del cuerpo de Blaine. El peso lo hizo ladearse, y los dedos resbalaron poco a poco de las tejas. Elaine lo agarró por la manga con todas sus fuerzas, mientras gritaba:

– ¡Cógeme de la mano!

El zombi finalmente se precipitó hacia el exterior por la ventana, todavía aferrado a las piernas de Blaine. Éste permaneció colgado aún unos instantes. Elaine, con el cuerpo estirado sobre el tejado y los dedos clavados en la tela, tiró de la manga con más fuerza.

Blaine no pudo aguantar más tiempo, y la tela se rasgó. Mientras se precipitaba al vacío, su hermano articuló su nombre: «Elaine».

– ¡Blaine!

Elaine se quedó inmóvil, tumbada sobre el tejado, con el trozo de tela desgarrada fuertemente apretada entre las manos. Observó cómo la nieve era engullida por la oscuridad, y trató de verlo. Pero sólo vio la negra noche y los copos de nieve.

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