CAPITULO 22

El mundo era una serie interminable de árboles que subir. Cada árbol era una variación del mismo problema; tan diferentes como copos de nieve, empero con una aturdidora identidad. La comunicación precisa para cruzarlos se ejecutaba con gestos de manos y gruñidos. Las dos mujeres se convirtieron en una perfecta máquina trepadora de árboles, un cuerpo moviéndose siempre hacia arriba. Escalaban doce horas seguidas. Cuando acampaban, dormían como un muerto.

Debajo de ellas, el suelo se abrió y un mar de agua cayó sobre Rea. El hueco siguió abierto algunas semanas, luego se cerró al abrirse el techo y los gélidos vientos soplaron una vez más y forzaron a las mujeres a refugiarse. Cinco días de oscuridad, y de nuevo estuvieron fuera, trepando.

Habían pasado seis días desde el tercer invierno cuando vieron al primer ángel. Dejaron de subir y observaron que el ángel las contemplaba.

La criatura se hallaba cerca de la copa del árbol, confundida entre las ramas. Habían escuchado ángeles gimiendo con anterioridad, a veces precediendo el sonido del batir de alas gigantescas. Con todo, hasta aquel momento, el conocimiento que tenía Cirocco de los ángeles se limitaba a un instante petrificado cuando había visto uno atravesado por una lanza titánida.

El ángel era más pequeño que Gaby, con un pecho inmenso y brazos y piernas larguiruchos. Tenía garras en lugar de pies. Sus alas brotaban justo por encima de las caderas, de manera que volando estaría horizontal con la misma cantidad de peso a cada lado. Plegadas, llegaban por arriba de la cabeza con las puntas arrastrándose por debajo de las ramas donde se había posado. Las superficies de vuelo de sus piernas, brazos y trasero estaban casi recogidas.

Tras notar todas estas diferencias, Cirocco tuvo que admitir que el rasgo más sorprendente era su aspecto humano. Parecía un niño desnutrido, pero indudablemente un niño humano.

Gaby miró a Cirocco, que se encogió de hombros e hizo un gesto para que su compañera estuviera lista para todo. Cirocco dio un paso al frente.

El ángel chilló y brincó hacia atrás. Sus alas se desplegaron hasta alcanzar su máxima envergadura —unos nueve metros—, y el ángel se mantuvo en equilibrio, batiéndolas perezosamente lo suficiente para mantenerse sobre ramas que eran demasiado delgadas como para soportar su peso.

—Nos gustaría hablar contigo —Cirocco extendió las manos.

El ángel chilló de nuevo y desapareció. Escucharon el estruendo de las alas mientras el fugitivo ganaba altura.

Gaby miró a Cirocco, que alzó una ceja e hizo un gesto interrogativo con una mano.

—Bueno. Arriba.


* * *

—Capitana.

Cirocco se quedó inmóvil al instante. Delante, Gaby se detuvo al ponerse tensa la cuerda que la unía con Rocky.

—¿Qué?

—Silencio. Escucha.

Aguardaron, y al cabo de poco rato sonó de nuevo la llamada. Esta vez Gaby también la escuchó.

—No puede ser Gene —murmuró Gaby.

—¿Calvin?

En cuanto vieron la figura, reconocieron la voz. Estaba curiosamente cambiada, pero Cirocco la conocía.

—April.

—Justo —sonó la réplica, aunque Cirocco no había hablado muy fuerte—. ¿Hablamos?

—Claro que quiero hablar. ¿Dónde diablos estás?

—Abajo. Os veo. No retrocedáis.

—¿Por qué no? Caramba, April, llevamos meses esperando que aparecieras. August ha estado enloqueciendo —Cirocco estaba muy seria. Algo iba mal, y ella quería saber qué era.

—Yo me acercaré, o nada. Si os acercáis a mí. me iré volando.


* * *

April se posó en las ramas más pequeñas, a veinte metros de las otras mujeres. Aun a esa distancia Cirocco distinguió el rostro, exactamente igual que el de August. Ella era un ángel, y Cirocco se quedó pálida.

Daba la impresión de que April tenía problemas con el habla. Hacía largas pausas entre las frases.

—Por favor, no os acerquéis. No os mováis hacia mí. Podremos hablar así sólo un rato.

—No creerás que vamos a hacerte daño, ¿verdad?

—¿Y por qué no? —se interrumpió, retrocediendo—. Yo… No, supongo que no. Pero me es tan imposible dejar que os acerquéis como aguantar la mano en el fuego. Oléis muy mal.

—¿Tiene algo que ver con las titánidas?

—¿Conque?

—Los centauros. El pueblo con el que peleáis.

April emitió un silbido y se echó hacia atrás.

—No habléis de esa gente.

—No creo que pueda evitarlo.

—Entonces tengo que marcharme. Trataré de volver.

Con un grito agudo, April se zambulló entre las hojas. Escucharon sus alas un rato, y a continuación fue como si ella no hubiera estado nunca allí.

Cirocco miró a Gaby, sentada con los pies colgando. El semblante de la mujer era sombrío.

—Es espantoso —musitó Cirocco—. ¿Qué nos ha sucedido a todos?

—Confiaba en que ella nos diera algunas respuestas. No sé la causa, pero April ha sido la que recibió la peor parte. Peor que Gene.


* * *

April regresó algunas horas después, pero no respondió las preguntas más importantes. Al parecer ni siquiera había pensado en ellas.

—¿Cómo iba a saberlo? —dijo—. Me encontraba en la oscuridad, desperté y ya era como me veis. No importaba, y no importa ahora.

—¿Puedes explicarte?

—Soy feliz. Nadie me quería, ni a mí ni a mis hermanas. Nadie nos amaba. Bueno, ahora no me hace falta. Pertenezco al clan del águila, orgullosa y solitaria.

Un precavido interrogatorio puso en descubierto lo que significaba pertenecer al clan del águila. No se trataba de una tribu o asociación, tal como pareció desprenderse de las palabras de April; era más bien el sentimiento de pertenecer a la especie ángel.

Las Águilas eran insociables, solitarias desde el nacimiento a la muerte. No se reunían ni para aparearse, sólo toleraban verse unas a otras algunos minutos seguidos, y además sólo volando a una cómoda distancia. April se había enterado de la presencia de humanos en el radio gracias a una de esas conversaciones esporádicas.

—Hay dos cosas que no entiendo —dijo Cirocco, con mucho tacto—. ¿Puedo preguntar?

—No prometo responder.

—Muy bien. ¿Cómo es que hay más ángeles, si no os juntáis?

—Existe una criatura no sensible que nace en la parte inferior del mundo. Pasa su vida subiendo hasta aquí. Una vez al año yo encuentro una e implanto un huevo en su dorso. Los ángeles varones depositan esperma ahí, o no, depende de la suerte. Un huevo fecundado llega a la parte superior con la criatura. El infante nace y el huésped muere. Nacemos en el aire y debemos aprender a volar en el descenso. Algunos no aprenden. Es a voluntad de Gea. Esta es nuestra…

—Un momento. Has dicho Gea. ¿Por qué has elegido ese nombre?

Hubo una pausa.

—No comprendo la pregunta.

—No sé explicarlo mejor. Calvin llamó Gea a este lugar. Lo creyó adecuado. ¿También tú estás por la mitología griega?

—Nunca antes había oído el nombre. Gea es el nombre que la gente da a esta criatura. Es una especie de dios, aunque no exactamente. Estás haciendo que me duela la cabeza. Soy feliz tal como soy, y ahora debo marcharme.

—Espera, espera sólo un momento.

April estaba retrocediendo hacia la copa del árbol.

—Has dicho ‘criatura’. ¿Te refieres a la que está en el radio?

April se sorprendió.

—Oh, no. El radio es sólo una parte de Gea. Todo el mundo es Gea. Creí que lo sabías…

—No, yo… Espera, por favor, no te vayas.

Demasiado tarde. Escucharon el batir de las alas.

—¿Volverás más tarde? —gritó Cirocco.

—Una vez más —llegó la distante réplica.


* * *

—Un ser, dices. Todo es una criatura. ¿Cómo lo sabes?

Esta vez April volvió apenas una hora después. Cirocco esperaba que ella volviera a acostumbrarse a la compañía, pese a que April nunca se acercaba a menos de veinte metros.

—Créelo. Algunos de mi raza han hablado con ella.

—¿Es inteligente, entonces?

—¿Por qué no? Escucha… capitana —April se apretó las sienes un instante. Cirocco imaginaba el conflicto. April había sido uno de los mejores físicos del sistema. Ahora vivía como un feroz animal salvaje, de acuerdo con un código apenas comprensible para Cirocco. Rocky pensó que la antigua April estaba pugnando por salir de la criatura en que se había transformado—. Cirocco, afirmas que hablas con… con esos del borde —era lo máximo que podía aproximarse al concepto de titánidas sin echarse a volar—. Ellos te entienden. Calvin habla con los flotadores. Los cambios que Gea produjo en mí son más completos. Yo soy un miembro de mi raza. Me desperté sabiendo cómo comportarme entre los ángeles. Tengo los mismos sentimientos y tendencias que cualquier otro ángel. Esto es algo que sé. Gea es única. Gea vive. Nosotros vivimos dentro de ella.

Gaby palidecía.

—Basta con que mires a tu alrededor —prosiguió April—. ¿Has visto algo que parezca una máquina? ¿Algo…? Fuimos apresados por una bestia viviente, tú postulas una criatura bajo el borde. El radio está lleno de un enorme ser viviente; tú afirmas que es un revestimiento de la estructura interna.

—Lo que dices es intrigante.

—Más que eso. Es verdad.

—Si lo acepto, no encontraré una sala de mando en el cubo.

—Pero estarás en el lugar que habita. Ella se acomoda como una araña y tira de cuerdas como una titiritera. Gea vigila a todas sus criaturas y os posee a vosotras dos como seguramente me posee a mí. Nos ha manipulado para sus fines personales.

—¿Y cuáles son esos fines?

April encogió los hombros, un gesto humano cuya observación hirió a Cirocco.

—Ella no me los explicó. Fui al cubo, pero Gea se negó a verme. Mi gente dice que hay que participar en una gran misión para ganar la atención de Gea. Al parecer mi misión no era demasiado grande…

—¿Y qué le habrías preguntado?

April guardó silencio mucho rato. Cirocco advirtió que estaba llorando. El ángel volvió a mirarlas.

—Me hacéis sufrir. Creo que ya no hablaré más con vosotras.

—Por favor, April. Por favor, por la amistad que tuvimos.

—¿Ah, sí? ¿De verdad hemos sido amigas? No lo recuerdo. Sólo recuerdo a August, y hace mucho tiempo, mis otras hermanas. Siempre hemos estado a solas todas juntas. Ahora estoy sola, sola.

—¿Echas de menos a tus hermanas?

—Lo hice —dijo, de un modo hueco—. Eso fue hace mucho tiempo. Yo vuelo, vuelo para estar sola. La soledad es el mundo del clan del águila. Sé que es correcto, aunque antes… antes, cuando todavía añoraba a mis hermanas…

Cirocco se quedó muy quieta, temerosa de asustar a April.

—Nos agrupamos sólo en un momento dado —dijo April, con un silencioso suspiro—. Cuando Gea respira, después del invierno, nos arroja hacia las tierras…

“Volé con el viento aquel día. Fue un día espléndido. Matamos mucho porque mi gente me escuchó y subimos al gran flotador. Los cuatropatas se sorprendieron porque la respiración había terminado. Unos cuantos ángeles nos quedamos en el flotador, cansados y hambrientos, pero con la avidez aún en nuestra sangre, todavía capaces de actuar juntos.

“Fue un día para cantar grandes canciones. Mi gente me siguió, ¡a mí!, hizo lo que yo dije, y supe en mi corazón que los cuatropatas pronto serán eliminados de Gea. Esto no fue más que la primera escaramuza de la nueva guerra.

“Luego vi a August y perdí la cabeza. Quise matarla, quise huir de ella, quise abrazarla y llorar juntas.

“Huí.

“Ahora temo la respiración de Gea, porque un día me llevará abajo a matar despiadadamente a mi hermana, y entonces moriré. Soy Ariel la Veloz, pero queda tanta April Polo en mí que no podría vivir con una cosa así.

Cirocco se conmovió, pero no pudo evitar excitarse. April hablaba como si ella fuera importante en la comunidad angélica. Sin duda alguna los ángeles le prestarían atención.

—Ocurre que estoy aquí arriba para lograr la paz —dijo.— ¡No te vayas! ¡Por favor, no te vayas!

April se estremeció, pero resistió.

—La paz es imposible.

—No puedo creerlo. Muchas titánidas están hartas en e! fondo, igual que tú.

April meneó la cabeza.

—¿Es que un cordero negocia con un león? ¿Un murciélago con un insecto, un pájaro con un gusano?

—Estás hablando de predadores y presas.

—Enemigos naturales. Está impreso en nuestros genes: matar a los cuatropatas. Yo…, como April, comprendo lo que piensas. La paz debería ser posible. Debemos volar distancias increíbles sólo para entrar en batalla. Muchos de nosotros no hacen el viaje de vuelta. La ascensión es muy dura y caemos al mar.

Cirocco sacudió la cabeza.

—Lo único que pienso es que si pudiera reunir algunos representantes…

—Te lo aseguro, es imposible. Somos águilas. Ni tan sólo podrías conseguir que actuáramos como grupo, mucho menos que nos reunamos con los cuatropatas. Hay otros clanes, algunos sociables, pero no habitan este radio. Quizá tengas suerte allí, pero lo dudo.

Las tres guardaron silencio un rato. Cirocco sintió el peso de la derrota y Gaby puso la mano en su hombro.

—¿Qué piensas? ¿Está diciendo la verdad?

—Sospecho que sí. Es parecido a lo que me explicó Maestra Cantora. No tienen control de eso —miró hacia arriba y se dirigió a April—. Has dicho que intentaste ver a Gea. ¿Por qué?

—Paz. Quería preguntar a Gea el porqué de la guerra. Soy bastante feliz, excepto por eso. Ella no escuchó mi llamada.

O ella no existe, pensó Cirocco.

—¿Irás a verla, a pesar de todo? —preguntó April.

—No lo sé. ¿Con qué fin? ¿Es que este ser sobrehumano detendría una guerra sólo porque yo lo pido?

—En la vida hay cosas peores que tener una búsqueda pendiente. Si te volvieras atrás ahora, ¿qué harías?

—Tampoco lo sé.

—Has recorrido un largo camino. Debes haber superado grandes dificultades. Mi gente opina que a Gea le gusta una buena narración, y que le complacen los grandes héroes. ¿Eres un héroe?

Cirocco pensó en Gene girando y cayendo en la oscuridad, en Flauta de Pan corriendo hacia su destino, en la locha abatiéndose sobre ella. Seguramente un héroe lo habría hecho mejor.

—Lo es —dijo Gaby de repente—. De todos nosotros, sólo Rocky se ha aferrado a su objetivo. Todavía estaríamos sentados en chozas de barro si ella no nos hubiera empujado. Siempre nos ha hecho ir hacia una meta. Tal vez no la alcancemos, pero cuando esa nave de rescate llegue, apuesto a que nos encontrarán intentándolo todavía.

Cirocco se sentía incómoda, aunque también extrañamente conmovida. Había estado debatiéndose contra una sensación de fracaso desde la captura; no hacía daño saber que alguien creyera que ella estaba obrando bien. Pero…, ¿una heroína? No. Sólo había cumplido con su deber. A duras penas.

—Creo que Gea se impresionará —dijo April—. Ve a verla. Quédate en su cubo y grita. No te humilles o supliques. Dile que tienes derecho a ciertas respuestas, por todos nosotros. Ella escuchará.

—Ven con nosotras, April.

La mujer-ángel retrocedió.

—Me llamo Ariel la Veloz. No voy con nadie y nadie me acompaña. Nunca volveremos a vernos.

Saltó una vez más y Cirocco supo que cumpliría su palabra.

Miró a Gaby, que volvió la vista hacia arriba con un leve crispamiento en los labios.

—¿Arriba?

—¿Por qué no, diantres? Hay algunas cosas que me gustaría preguntar.

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