CAPITULO 18

Cinco días después, Cirocco continuaba preparando la partida. Existía el problema de a quién y qué llevar.

Bill estaba descartado, pese a las opiniones contrarias del interesado. Igual que August. Ella apenas hablaba; solía pasar el tiempo en el límite de la ciudad, respondía preguntas con monosílabos. Calvin no sabía si la mejor terapia sería dejarla o llevársela con ellos. Cirocco tenía que decidirse en favor de la misión, la cual se vería en problemas si August sufría un colapso nervioso.

Calvin estaba descartado porque había prometido quedarse en Ciudad Titán hasta que Bill estuviera tan bien como para poder cuidar de sí mismo; después de eso, Calvin estaría libre de hacer lo que quisiera.

Gene contaba. Cirocco lo quería en un lugar donde pudiera seguir echándole el ojo, lejos de las titánidas.

Quedaba Gaby.

—No puedes dejarme —dijo Gaby, no suplicante; apenas afirmaba una verdad incontrovertible—. Iré contigo.

—No voy a obligarte. Estás pesadísima con esa obsesión que tienes conmigo y que yo no merezco. Pero salvaste mi vida, cosa que nunca he agradecido bastante, y deseo que sepas que nunca lo olvidaré.

—No quiero tu agradecimiento —dijo Gaby—. Quiero tu amor.

—No puedo dártelo. Me gustas, Gaby. ¡Caray, hemos estado juntas desde que empezó todo esto…! Haremos los primeros cincuenta kilómetros con Apeadero. No te forzaré a que subas.

Gaby palideció, pero respondió con valor.

—No tendrás que hacerlo.

Cirocco asintió.

—Como ya he dicho, tú decides. Calvin opina que podemos llegar hasta el nivel de la zona de crepúsculo. Los dirigibles no suben más alto debido a que a los ángeles no les gusta.

—¿Así que vamos tú, yo y Gene?

—Sí —Cirocco arrugó la frente—. Me alegra que vengas.


* * *

Necesitaban muchas cosas y Cirocco no sabía cómo obtenerlas. Las titánidas disponían de un sistema de intercambio, pero los precios se establecían mediante una compleja fórmula que involucraba grados de relación, permanencia en la comunidad y necesidad. Nadie pasaba hambre, pero individuos de baja posición, como Hornpipe, no disponían más que de comida, cobijo y las simples necesidades de ornamentación corporal. Las titánidas consideraban que esto último era sólo ligeramente menos vital que el alimento.

Existía un sistema de crédito, y Maestra Cantora hizo uso de parte del suyo, pero fijando de modo arbitrariamente alto la condición de Cirocco, fundamentalmente en la confianza de que la humana era su hija-hembra espiritual; argumentaba que debía ser adoptada como tal por la comunidad, debido a la naturaleza de su misión.

La mayoría de las artesanas titánidas aceptó la idea. Se mostraron casi demasiado serviciales en el equipamiento de la expedición. Se confeccionaron mochilas con correas dispuestas para cuerpos humanos. Después, todo el mundo ofreció sus artículos más selectos.

Cirocco había dispuesto que cada uno de ellos transportaría unos cincuenta kilos de masa. El bulto era grande, pero sólo pesaba doce kilos y pesaría menos conforme treparan hacia el cubo de la rueda. Gaby dijo que la aceleración centrípeta allí sería un cuarentavo de una gravedad.

La cuerda era la primera consideración. Las titánidas tenían una planta que producía una cuerda buena, resistente, delgada y flexible. Cada uno de los tres humanos podría llevar un rollo de cien metros.

Las titánidas eran buenas trepadoras, aunque fundamentalmente limitaban sus esfuerzos a los árboles. Cirocco habló de pitones a las herreras, que presentaron sus mejores logros. Por desgracia, el acero era novedad para las titánidas. Gene examinó los pitones y meneó la cabeza.

—Es lo mejor que pueden hacer —dijo Cirocco—. Lo han templado, tal como les expliqué.

—Sin embargo, no basta. Pero no te preocupes. Sea lo que fuere el interior del radio, no será roca. La roca jamás podría resistir las presiones que tratan de reventar este lugar. En realidad, no sé qué material tan fuerte podría ser.

—Lo que significa simplemente que la gente que ha construido Gea conocía cosas que nosotros desconocemos.

Cirocco no estaba demasiado inquieta. Los ángeles habitaban los radios. A menos que pasaran volando toda su vida, tenían que posarse en alguna parte. Si ellos se podían sentar en algo, a eso podría agarrarse Cirocco.

Pidieron martillos para clavar los pitones, los más livianos y duros que las titánidas fueran capaces de hacer. Las metalistas los ofrecieron con hachetas y cuchillos, y amoladeras para afilarlos. Los tres terráqueos incluyeron en su equipo un paracaídas, cortesía de Apeadero.

—Ropa —dijo Cirocco—. ¿Qué tipo de ropa deberíamos llevar?

Maestra Cantora se sorprendió.

—Yo no necesito ropa, tal como veis —cantó—. Algunos de los nuestros que tienen la piel lisa, como vosotros, llevan ropa en tiempo frío. Podemos hacer lo que deseéis.

Y así fueron equipados con sedas de las mejores de pies a cabeza. En realidad no era seda, pero tenía la misma textura. Aparte de eso recibieron camisetas y calzoncillos de fieltro, dos juegos para cada uno, y jerseis tejidos para las partes superiores e inferiores del cuerpo. Se confeccionaron abrigos y pantalones de piel, guantes forrados de piel y mocasines de suela resistente. Tenían que estar preparados para todo y aunque la vestimenta ocupaba mucho espacio, Cirocco no la escatimó.

Llevaron hamacas y sacos de dormir de seda. Las titánidas disponían de cerillas y lámparas de aceite. Cada uno cogió una lámpara y una pequeña provisión de combustible. Era poco probable que alcanzara para todo el viaje, pero con la comida y el agua la cosa tampoco iba mejor.

—Agua —dijo Cirocco, preocupada—. Eso podría ser un gran problema.

—Bueno, como tú has dicho, los ángeles viven allá arriba —Gaby estaba colaborando al ordenamiento del equipaje en el quinto día de preparativos—. Ellos tienen que beber algo…

—Eso no significa que las charcas sean fáciles de encontrar.

—Si vas a estar preocupándote todo el tiempo, más valdría que no fuéramos.

Cogieron odres llenos de agua para nueve o diez días y después completaron el límite de masa con tanto alimento seco como cupo. Planeaban comer lo que comieran los ángeles, si era posible.

El sexto día todo estaba preparado, y Cirocco aún tenía que enfrentarse a Bill. Le apenaba la perspectiva de tener que usar su autoridad para concluir la discusión, pero sabía que lo haría si llegaban a ese punto.


* * *

—Todos estáis locos —dijo Bill, golpeando la cama con su palma—. No tenéis idea de qué encontraréis ahí. ¿Crees seriamente que podrás escalar una chimenea de cuatrocientos kilómetros de altura?

—Lo veremos.

—Os mataréis. A mil kilómetros por hora, cuando lleguéis al suelo.

—Me figuro que la velocidad terminal en este ambiente no puede pasar mucho de doscientos por hora. Bill, si estás tratando de animarme, te está saliendo muy mal —Cirocco jamás había visto así a Bill, y le disgustaba.

—Deberíamos permanecer todos juntos, y tú lo sabes. Sigues desequilibrada porque has perdido la Ringmaster, en tus intentos de hacerte la heroína.

Aunque no hubiera habido ni una pizca de verdad en lo que Bill había dicho, no podría haberle causado más daño. Cirocco lo pensó largas horas cuando después trató de dormir.

—¡Oxígeno! ¿Y si no hay oxígeno allá arriba?

—No nos vamos a suicidar, Bill. Si es imposible, lo aceptaremos. Estás buscando pretextos.

Los ojos de Bill suplicaron a Cirocco.

—Te lo pido, Rocky. Espérame. Hasta el momento no había pedido nada, pero pido esto ahora.

Cirocco suspiró e hizo una seña para que Gaby y Gene salieran de la sala. Cuando quedaron solos, la capitana se sentó en la cama y buscó la mano de Bill. El hombre la apartó. Cirocco se levantó al instante, furiosa consigo misma por intentar llegar a él de aquella forma, y con él por rechazarla.

—Te desconozco, Bill —dijo en voz alta—. Pensaba que te conocía. Has sido un consuelo para mí cuando estaba sola y creía que podría amarte con el tiempo. No me enamoro fácilmente. A lo mejor soy demasiado suspicaz, no lo sé. Tarde o temprano todos exigen que yo sea como ellos quieren, y ahora. tú haces lo mismo…

Bill no dijo nada, ni siquiera la miró.

—Lo que estás haciendo es tan injusto que tengo ganas de gritar.

—Ojála lo hicieras.

—¿Por qué? ¿Para que yo concuerde con tu imagen de lo que se supone debe hacer una mujer? ¡Maldito sea, yo era capitana cuando me conociste! No creía que eso fuera tan importante para ti.

—No sé de qué estás hablando.

—Hablo del hecho de que, si me voy de aquí ahora, todo habrá terminado entre nosotros. Porque no esperaré a que mejores para que cuides de mí.

—No sé de qué estás…

Cirocco chilló en ese momento, y le sentó bien. Incluso pudo soltar una carcajada de amargura cuando terminó de gritar. Bill se quedó sorprendido. Gaby asomó la cabeza por la puerta y se esfumó al notar que Cirocco no prestaba ninguna atención a su presencia.

—Muy bien, muy bien —dijo Cirocco—. Estoy desequilibrada, pues perdí mi nave y he tratado de cubrirme de gloria para encontrar alguna compensación. Estoy frustrada porque no he sido capaz de reunir a los tripulantes y hacer que funcionen, incluso hasta el punto de que el único hombre en quien creía que podía confiar para mis decisiones, me dice que me calle y que haga lo que él dice. Soy un bicho extraño, lo sé. Quizá soy demasiado consciente de cosas que serían diferentes si yo fuera hombre. Una se va sensibilizando al ver que eso sucede una y otra vez cuando trata de subir, y tiene que ser el doble de buena para conseguir el puesto.

“Estás en desacuerdo con mi decisión de subir allá. Has expuesto tus inconvenientes. Dijiste que me amabas. No creo que sigas amándome, y lamento mucho que las cosas acaben así. Pero te ordeno que esperes aquí hasta que yo vuelva, y que no me digas nada más al respecto.

Los labios de Bill estaban dispuestos de un modo que denotaba inflexibilidad.

—Si no quiero que te vayas es porque te amo.

—¡Dios mío, Bill, no quiero ese tipo de amor! “Te quiero, así que quédate quieta mientras te ato.” Lo que duele es que eres tú el que lo está haciendo. Si no puedes tenerme como una mujer independiente, capaz de tomar sus decisiones y cuidar de sí misma, no podrás tenerme de ninguna manera.

—¿Qué tipo de amor es ése?

Cirocco sintió ganas de llorar, aunque eso no le gustaba.

—Ojalá lo supiera. Quizá no exista el amor. Es posible que una tenga que dejarse cuidar por el otro, lo que significa que me conviene más empezar a buscar un hombre que dependa de mí, porque no quiero que sea al revés. ¿Podemos limitarnos a cuidar el uno del otro? Me refiero a que cuando tú estés mal yo te ayudaré, y tú me echarás una mano cuando yo esté mal.

—Da la impresión de que nunca estás mal. Acabas de decir que puedes cuidar de ti misma.

—Cualquier ser humano debería poder hacerlo. Pero si crees que no estoy mal, no me conoces. Ahora mismo soy como una niña que se pregunta si me vas a dejar ir de aquí sin un beso, sin siquiera desearme buena suerte… —(¡Maldición, una lágrima!)

Cirocco enjugó sus ojos rápidamente, no quería que Bill la acusara de usar las lágrimas como arma. Se preguntó cómo debería arreglárselas en situaciones de fracaso como esas. Fuerte o débil, siempre estaría a la defensiva al respecto.

Bill se aplacó lo suficiente para un beso. Al separarse daba la impresión de que quedaba poco por decir. Cirocco sabía que Bill estaba herido, pero no podía determinar cuál había sido la reacción del hombre ante sus ojos secos. ¿Acaso aquello no lo hería más aún?

—Vuelve tan pronto como puedas.

—Lo haré. No te preocupes demasiado por mí. Mala hierba nunca muere.

—No estoy muy seguro…


* * *

—Dos horas, Gaby. Arriba.

—Lo sé, lo sé. No me hables de eso, ¿quieres?

Parecía que Apeadero había crecido, posado en la llanura al este de Ciudad Titán. Por lo general el dirigible nunca descendía por debajo de las copas de los árboles. Fue preciso que se apagaran todos los fuegos de la población para convencerlo de que aterrizara.

Cirocco se volvió para mirar a Bill, apoyado en las muletas junto a la plataforma que las titánidas habían empleado para transportarlo. Bill agitó las manos y Cirocco contestó.

—Lo retiro, Rocky —dijo Gaby, sus dientes rechinando—. Háblame.

—Tranquila, chica, tranquila. Abre los ojos, ¿quieres? Mira por donde vas. ¡Upa!

Diversos animales formaban una hilera dentro del estómago del dirigible, cual pasajeros del metro, impacientes por volver a casa. Se empujaban unos a otros al salir. Gaby fue derribada.

—Ayúdame, Rocky —dijo con desesperación, sin atreverse más que a una rápida mirada a Cirocco.

—Naturalmente —Cirocco lanzó su mochila a Calvin que ya estaba en el interior con Gene, y levantó a la otra mujer. Gaby era tan pequeña…, y estaba muy fría—. Dos horas.

—Dos horas —repitió sombríamente Gaby.

Se produjo un rápido batir de cascos y apareció Hornpipe en el esfínter abierto. La titánida asió del brazo a Gaby.

—Aquí, pequeña —cantó—. Esto te ayudará en tus problemas —Hornpipe apretó un odre de vino en la mano de Gaby.

—¿Cómo has sabido…? —empezó a decir Cirocco.

—Vi el temor en sus ojos y recordé el servicio que ella me hizo. ¿He obrado bien?

—Maravillosamente, chiquilla. Te doy las gracias en su nombre —Cirocco no hizo mención alguna del odre que llevaba en su mochila precisamente con ese mismo fin.

—No volveré a besarte, puesto que has dicho que volverías. Buena suerte, y que Gea te lance de nuevo a nosotras.

—Buena suerte.

La abertura se cerró silenciosamente.

—¿Qué ha dicho?

—Quiere que te emborraches.

—Ya he dado un trago, o diez. Pero ahora que lo dices…

Cirocco permaneció con Gaby mientras ésta sucumbía a un ataque de chillidos, y le dio vino hasta ponerla casi al borde de la inconsciencia. Cuando estuvo segura de que Gaby no tendría problemas, Cirocco se reunió con los hombres en la parte delantera de la góndola.

Ya estaban en el aire. El lastre de agua seguía vertiéndose de un agujero cercano a la nariz de Apeadero.

Enseguida se encontraron en vuelo rasante sobre la superficie exterior del cable. Al mirar abajo, Cirocco vio árboles y zonas herbosas. Partes del cable estaban completamente cubiertas de maleza. El objeto era tan amplio que casi parecía una franja plana de tierra. No habría peligro de caer hasta que llegaran al techo.

La luz empezó a desvanecerse poco a poco. En diez minutos se hallaron en unas tinieblas teñidas de naranja. Iban dirigidos hacia la noche eterna.

Cirocco se entristeció al ver desaparecer la luz. Su fatigante persistencia había llegado a arrancarle maldiciones, pero al menos era luz… Ya no volvería a verla por un buen tiempo.

Tal vez no volviera a verla nunca.

—Este es el final del recorrido —dijo Calvin—. Apeadero os llevará un poco más abajo y os dejará junto al cable. Buena suerte, locos. Os estaré esperando.

Gene ayudó a Cirocco a poner su equipo a Gaby y salió antes para sostenerla cuando tocara tierra. Cirocco observó desde arriba que la maniobra concluyera y después recibió un beso de suerte de Calvin. Se colocó el equipo en torno a las caderas y dejó que sus pies resbalaran por el borde.

Cirocco descendió sobre la zona de crepúsculo.

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