CAPITULO 21

Había unos doscientos cincuenta kilómetros en torno a la base del radio. Empezaron a circunnavegarla, buscando algo que pudiera ser desde una escalera de cuerda hasta un helicóptero antigravitatorio. Lo que encontraron fue árboles horizontales que crecían en el bosque vertical.

Al penetrar por las ramas externas y seguir los troncos hasta las raíces en el muro, tuvieron que subir por una pendiente formada por ramas caídas y hojas que se descomponían. La sustancia real del radio era un material gris y esponjoso. Cedía como caucho blando cuando se lo apretaba. Cirocco arrancó una mata de la pared y una larga raíz primaria salió con la planta. El muro derramó un líquido espeso y lechoso y luego se cerró en torno al pequeño agujero.

No había tierra, y muy poco sol; el nivel luminoso les había parecido brillante al salir de la oscura escalera, pero en realidad era muy bajo. Cirocco supuso que, al igual que muchas plantas del borde, aquellas dependían de fuentes subterráneas para medrar.

La pared en sí era húmeda y sostenía brotes de musgo y líquenes, pero escasas plantas de tamaño intermedio. No había hierbas, y las enredaderas existentes eran parásitas, enraizadas en los troncos de los árboles. Muchos de los árboles eran de la especie que habían visto en el borde, adaptados a una existencia horizontal. Daban frutas que les resultaban familiares, y hasta pudieron recoger algunas nueces.

—Eso resuelve el problema de la comida —dijo Gaby.

No era posible que hubiera ríos en el radio, y no obstante el muro relucía a causa de los finísimos hilos de agua que lo recorrían. Muy por encima se veían chorros de líquido que se curvaban y se convertían en vapor mucho antes de llegar al suelo.

Gaby contempló esos chorros, que le parecían estar distribuidos de un modo uniforme, como irrigadores de césped.

—Tanta agua para morir de sed. —Comenzó a dar la impresión de que la escalada no iba a ser del todo imposible. Cirocco descubrió que era difícil entusiasmarse por ello.

Descartada la posibilidad de una escalera —que Cirocco supuso rápidamente que no encontrarían, ya que los árboles impedían una profunda exploración del muro—, había dos rutas hasta la cima.

Una implicaba trepar por los mismos árboles. Se podría ir de rama en rama, calculó Cirocco, si es que el crecimiento hubiera confundido las ramas de un árbol con las de sus vecinos.

La otra posibilidad era una franca labor de alpinismo. Gaby y Cirocco descubrieron que sus clavos podían ser introducidos en la superficie de la pared simplemente hundiéndolos en ella.

Cirocco prefirió la pared, no quiso confiarse en los árboles. A Gaby le gustaron las ramas, que le parecían más rápidas. Discutieron el problema hasta el segundo día, en el que sucedieron dos cosas.

Gaby advirtió la primera mientras observaba el fondo gris del radio. Sus ojos se entornaron y señaló un punto concreto.

—Creo que ese agujero ha dejado de existir —dijo.

Cirocco forzó la vista, pero no alcanzó a percibir bien.

—Subamos y echemos un vistazo.

Se unieron con una cuerda e iniciaron la ascensión entre las ramas.

Cirocco había temido que la escalada fuese peor de lo que en realidad resultó. Como en cualquier otro aspecto, había un medio óptimo para superar el problema, y no tardaron en descubrirlo. Había que elegir una línea entre las ramas más gruesas y cercanas al muro —que eran sólidas como la roca, pero con tendencia a estar demasiado distanciadas— y las ramas más delgadas, alargadas y apartadas, que proporcionaban un millar de asideros para manos y pies pese a combarse con el peso.

—Un poco más adentro —gritó Cirocco a Gaby, que tenía la misión de explorar la ruta al final de una atadura de cinco metros—. Yo diría que dos tercios del trecho hasta arriba del árbol es lo perfecto.

—Adentro, arriba —dijo Gaby—. Creo que estás confundiendo tus instrucciones.

—Las bases de los árboles están adentro, junto a la pared. Las copas están fuera, en el aire. Es muy sencillo.

—De acuerdo.

Tras trepar entre diez árboles las dos se abrieron paso hasta la copa del último.

Cuando las ramas que pisaban empezaron a doblarse, ataron una cuerda a otra más fuerte. La flexión actuó entonces a favor de ellas, pues abrió una ventana en un muro de follaje que de otro modo hubiera sido impenetrable. Habían elegido un árbol que, en un bosque horizontal, habría descollado entre sus vecinos. Pero allí, en el radio, tenía que contentarse con una más amplia extensión sobre la pared.

—Tenías razón. Ha desaparecido.

—No, no tenía razón. Pero habrá desaparecido en un momento.

Cirocco vio lo que quedaba del agujero. Era un diminuto óvalo negro en el suelo gris, y se contraía como el iris de un ojo. Desde abajo, la única ocasión que pudieron verlo bien, aquel boquete les había parecido casi tan ancho como el mismo radio. Pero en ese momento tenía menos de diez kilómetros de diámetro y seguía cerrándose. Pronto habría de cerrarse totalmente en torno a los cables verticales que emergían de su centro.

—¿Alguna idea? —preguntó Gaby—. ¿De qué le servirá cerrarse para separar el radio del borde?

—No tengo la menor idea. Supongo que alguna vez volverá a abrirse… Los ángeles salen por ahí, lo atraviesan con regularidad, de modo que… —hizo una pausa y después sonrió—. Es la respiración de Gea.

—¿Cómo?

—Es lo que las titánidas llaman viento del este. Océano aporta tiempo frío y el Lamento, y Rea aporta aire caliente y ángeles. Así pues, tenemos un tubo de trescientos kilómetros de altura, con una válvula en cada extremo. Podría ser usado como bomba. Se podrían crear zonas de alta y baja presión y emplearlas para mover el aire.

—¿Cómo se haría…? —preguntó Gaby.

—Pienso en dos formas. Cierto tipo de pistón móvil para comprimir o enrarecer el aire. No veo ninguno, y confío en que no exista, válgame Dios, pues de lo contrario nos haría papilla.

—Si existiera, no habría hecho ningún bien a estos árboles.

—Exacto. Queda el otro método. Las paredes pueden expandirse o contraerse. Se cierra la válvula inferior y se abre la superior, el radio de expande y se atrae aire por arriba. Se cierra la válvula superior y se abre la inferior, entra en juego una gran contracción y se fuerza la salida del aire por el borde.

—¿De dónde procede el aire que entra por arriba?

—O es absorbido mediante los cables, cosa que no es muy descabellada, como ya hemos visto, o procede de los otros radios. Todos se conectan con la parte superior. Con alguna válvula más, es posible usar los radios uno en contra de otro. Al abrir y cerrar unas cuantas válvulas, consigues aire de Océano, mediante succión, a través del cubo de la rueda y hacia este radio. Luego abres y cierras otras válvulas y lo fuerzas a salir hacia Rea. Lo único que me queda por saber es para qué necesitaban los constructores todo esto.

Gaby estaba pensativa.

—Creo que puedo darte la respuesta. Es algo que me preocupaba. ¿Por qué todo el aire no se estanca en la base, abajo en el borde? El aire es menos denso aquí arriba, pero sigue siendo adecuado porque la presión en el borde es superior que la normal terráquea. Y en baja gravedad, la presión decrece con menos rapidez. La atmósfera de Marte no es nada, por ejemplo, pero se extiende muchísimo. Entonces, si mantienes el aire en circulación, no tiene tiempo para fijarse. Se puede mantener una adecuada presión atmosférica en toda Gea.

Cirocco asintió, después suspiró.

—Muy bien. Acabas de quitarte de encima la última objeción a la escalada. Tenemos comida y agua, o al menos da la impresión de que no faltará. Ahora parece como si también tuviéramos oxígeno. ¿Qué te parece si continuamos?

—¿Por qué no explorar el resto de la pared?

—¿Para qué? A lo mejor ya hemos pasado por lo que buscamos. No hay forma de comprobarlo.

—Supongo que tienes razón. Bueno, adelante.


* * *

La escalada fue un duro trabajo: tedioso, aunque les requería plena atención. Fueron mejorando conforme avanzaban. aunque Cirocco sabía que nunca les resultaría tan fácil como la subida del cable.

El único consuelo al final de las primeras diez horas de escalar fue el buen estado en que ambas se encontraron. Cirocco estaba cansada y tenía una ampolla en la palma izquierda, pero aparte de un ligero dolor de cabeza se sentía muy bien. Dormir vendría de perlas. Salieron a la copa de un árbol para mirar abajo antes de acampar.

—¿Será capaz tu sistema de medir una altura así?

Gaby frunció la frente y meneó la cabeza.

—No muy bien —extendió las manos, hizo un cuadrado con ellas y entornó los ojos—. Yo diría que… ¡Eeeep!

Cirocco la agarró por el brazo al tiempo que asió una rama que tenía encima de la cabeza para sostenerse.

—Gracias. Vaya caída que habría sido…

—Tenías la cuerda —observó Cirocco.

—Sí, pero de verdad que no deseo quedar colgada del extremo —recobró la respiración y después miró al suelo de nuevo—. ¿Qué puedo decir? Está muchísimo más lejos que antes, y el techo no está ni un metro más cerca. Así será por bastante tiempo.

—¿Tres kilómetros, digamos?

—Sí, si te parece…

Eso significaba cien días de escalada, suponiendo que no hubiera problemas. Cirocco gimió suavemente y miró otra vez, tratando de creer que había cinco kilómetros pero sospechando que la distancia real estaba más cerca de dos.

Dieron la vuelta y encontraron dos ramas casi paralelas a dos metros y medio una de otra. Colgaron las hamacas entre ellas, se sentaron en otra rama y comieron una cena fría de vegetales crudos y fruta antes de meterse en las hamacas y atarse a ellas.

Dos horas después empezó a llover.

Cirocco despertó con un goteo constante en su cara, movió la cabeza y dio una ojeada al reloj. Había más oscuridad que cuando se acostaron. Gaby roncaba con suavidad, a su lado, con el rostro apretado contra la red. Al despertar tendría tortícolis. Cirocco pensó en despertarla pero lo reconsideró; si podía dormir con la lluvia, tal vez estaría mejor así.

Antes de mover la hamaca, Cirocco se alejó hacia la copa del árbol. No vio nada más que una nebulosa pared de vapor y un aguacero invariable. Llovía mucho más fuerte hacia el centro. Lo único que les caía en el lugar del campamento era el agua que se amontonaba en las hojas externas y descendía por las ramas.

Cuando regresó, Gaby estaba despierta y el goteo había empeorado. Convinieron en que trasladar las hamacas no serviría de mucho. Sacaron una tienda y, después de arrancar varias costuras con los cuchillos, la convirtieron en un pabellón que ligaron sobre el campamento. Se secaron lo mejor que pudieron y volvieron a meterse en las húmedas hamacas. El calor y la humedad eran terribles, pero Cirocco estaba tan fatigada que no tardó en dormirse con el sonido del agua que golpeaba la lona.


* * *

Dos horas más tarde volvieron a despertar. Estaban temblando.

—Una de esas noches —gruñó Gaby.

Los dientes de Cirocco rechinaban mientras las dos sacaban abrigos y mantas. Se envolvieron bien con la ropa y regresaron a las hamacas. Fue media hora antes de que Cirocco se sintiera suficientemente abrigada como para dormirse de nuevo.

El suave movimiento de oscilación de los árboles ayudó.


* * *

Cirocco estornudó y la nieve revoloteó. Era una nieve muy clara, muy seca, y había flotado hasta llenar todos los huecos de la manta. Cirocco se sentó y la nieve se abalanzó sobre su regazo.

Pendían carámbanos de los bordes de la lona y las cuerdas que sostenían la hamaca. Había constantes sonidos de crujidos, el viento que azotaba las ramas, y el incesante matraqueo del hielo que golpeaba la helada lona. Una de las manos de Cirocco había estado fuera de la manta y se hallaba tiesa y cuarteada cuando la estiró por el hueco y pinchó a Gaby.

—¿Eh? ¿Eh? —Gaby miró a su alrededor con un ojo turbio y el otro cerrado por congeladas pestañas—. ¡Oh, maldición! —se vio agobiada por la tos.

—¿Te encuentras bien?

—Aparte de una oreja helada, supongo que sí. ¿Y ahora. qué…?

—Nos pondremos encima todo lo que tenemos, me parece. Y luego, esperar que esto termine.

Fue difícil hacerlo, sentadas como estaban en una hamaca. Pero se las arreglaron. Hubo un desastre cuando Cirocco hizo un torpe gesto con sus dedos ateridos y vio que un guante se esfumaba velozmente entre los remolinos de nieve que había debajo. Estuvo maldiciendo cinco minutos antes de recordar que aún le quedaban los guantes de Gene.

Luego aguardaron.

Dormir fue imposible. Estaban bastante abrigadas en las capas de ropa y mantas, pero deseaban disponer de máscaras y gafas protectoras. Cada diez minutos se sacudían la nieve acumulada sobre sus cuerpos.

Intentaron hablar, pero el radio bullía de ruido. Cirocco sintió que los minutos se alargaban a horas cuando se inclinó con la manta por encima de la cabeza y escuchó el aullido del viento. Por encima de ese sonido, y mucho más inquietante, había otro como de maíz estallando. Las ramas, sobrecargadas de hielo, se partían conforme el viento las fustigaba.

Aguardaron cinco horas. Todo lo que pasó fue que el viento se hizo más frío y violento. Una rama se quebró cerca de las mujeres, y Cirocco escuchó cómo tropezaba entre los árboles cubiertos de hielo.

—¡Gaby! ¿Me oyes?

—¡Sí, capitana! ¿Qué hacemos ahora?

—¡Odio tener que decirlo, pero tendremos que trasladarnos! ¡Quiero estar en ramas más gruesas! ¡No creo que éstas se rompan, pero si se parte una encima de nosotras estaremos bien apañadas…!

—¡Sólo estaba esperando que tú lo sugirieras!

Salir de las hamacas fue una pesadilla. Una vez fuera de ellas y de pie sobre la rama del árbol fue aún peor. Sus cuerdas de seguridad estaban heladas y hubo que doblarlas y retorcerlas trabajosamente para poder usarlas. Cuando empezaron a abrirse camino hacia adentro, fue necesario hacerlo paso a paso. Tuvieron que atar una segunda cuerda de seguridad antes de volver atrás para quitar la primera; luego repitieron el proceso, haciendo los nudos con las manos enguantadas o quitándose rápidamente los guantes antes de que los dedos quedaran entumecidos. Emplearon martillos y picos para astillar el hielo de las ramas por donde tenían que pasar. Con todas sus precauciones, Cirocco cayó dos veces y Gaby una. La segunda caída de Cirocco concluyó con un músculo de su espalda distendido cuando la cuerda de seguridad frenó el descenso.

Tras una hora de lucha llegaron al tronco principal. Era uniforme y de bastante amplitud como para sentarse en él. Pero el viento soplaba con más violencia que nunca, sin ramas que amansaran su fuerza.

Pusieron clavos en el árbol, se ataron al tronco y se prepararon de nuevo a esperar que la tormenta acabara.


* * *

—Me disgusta decirlo, pero no me noto los dedos de los pies.

Cirocco tosió un buen rato antes de poder hablar.

—¿Qué sugieres?

—No lo sé —dijo Gaby—. Lo que sé es que nos vamos a morir congeladas si no hacemos algo. O seguimos moviéndonos o buscamos un refugio.

Tenía razón, y Cirocco lo sabía.

—¿Hacia arriba o hacia abajo?

—Abajo está la escalera.

—Nos costó un día llegar aquí, sin hielo que complicara las cosas. Y hay otros dos días para regresar a las escaleras. Si es que la entrada no está sepultada bajo la nieve.

—Lo estaba pensando.

—Si hemos de seguir, mejor será hacia arriba. De todos modos, a menos que este clima se suavice pronto, nos helaremos. Movernos lo postergaría un poco, supongo.

—Lo mismo pensaba yo —dijo Gaby—. Pero primero me gustaría probar otra cosa. Vayamos todo el rato junto a la pared. Recuerdo que hace tiempo hablaste de dónde podrían vivir los ángeles, y mencionaste cuevas. A lo mejor hay cuevas ahí detrás.

Cirocco sabía que lo más importante era estar activas otra vez, lograr que la sangre corriera. Así que se arrastraron por el tronco del árbol cortando el hielo al avanzar, y al cabo de quince minutos llegaron al muro.

Gaby lo estudió, después se preparó y empezó a atacar el hielo con el pico. La capa se rompió para revelar la sustancia gris, pero Gaby no dejó de picar. En cuanto Cirocco vio lo que su compañera hacía, se unió a ella con otro pico.

Fue bien durante un rato. Cavaron un hoyo de medio metro de ancho. El líquido lechoso se helaba conforme manaba de la pared, y las mujeres rompieron también ese hielo. Gaby era un demonio blanco; la nieve se incrustaba en su ropa y en la bufanda de lana echada sobre boca y nariz, convirtiendo sus cejas en espesos rebordes blancos.

Pronto llegaron a una nueva capa demasiado dura para cortarla. Gaby la atacó con fiereza, pero finalmente admitió que no iba a ninguna parte. Dejó caer la mano a un lado y miró con furia la pared.

—Bueno, era una idea.

Gaby pateó con enojo la nieve que había caído a su alrededor mientras trabajaban, debido a las vibraciones. La miró, luego estiró el cuello y escudriñó la oscuridad. Dio un paso atrás y se agarró al brazo de Cirocco para sujetarse cuando se deslizó sobre los fragmentos de hielo.

—Hay un trozo más oscuro hacia allí —dijo, señalando—. Diez…, no, quince metros más arriba. Un poco a la derecha, ¿lo ves?

Cirocco veía varios lugares oscuros, pero ninguno le daba alguna certeza de que pareciera cueva.

—Subiré a echar un vistazo.

—Deja que yo lo haga. Has estado trabajando mucho.

Gaby negó con la cabeza.

—Soy más ligera.

Cirocco no discutió y Gaby clavó un clavo en la pared a la máxima altura que le fue posible. Ató una cuerda y trepó lo suficiente como para clavar un segundo clavo. Cuando estuvo asegurado, arrancó el primero y lo clavó un metro por encima del segundo.

Le costó una hora llegar al lugar. Abajo, Cirocco tiritaba y pateaba el tronco para sacudirse la lluvia de hielo que Gaby dispersaba a su alrededor. Después, un montón de nieve que se había soltado cayó sobre su espalda y la hizo arrodillarse.

—¡Lo siento! —gritó Gaby—. ¡Pero he logrado algo aquí! ¡Déjame que lo limpie y podrás subir!


* * *

La entrada alcanzaba apenas para que Cirocco pasara encogida, aun después de que Gaby rompiera la mayor parte del hielo. Dentro había una burbuja hueca con un diámetro de metro y medio y algo menos de la mitad entre suelo y techo. Cirocco tuvo que sacarse la mochila y tirar de ella después de entrar. Con las dos mujeres y sus mochilas en el interior apenas se podía encontrar espacio para guardar una caja de zapatos y aún poder respirar, pero no para mucho más.

—Cómodo, ¿eh? —dijo Gaby, apartando de su cuello el codo de Cirocco.

—Lo siento. Oh, también siento esto. ¡Gaby, mi pie!

—Perdóname. Si te apretaras… Así está mejor, pero ojalá no te pongas de pie.

—¿Cómo? ¡Oh, caramba! —se echó a reír de repente. Estaba agachada con la espalda contra el techo y las rodillas dobladas mientras Gaby se apartaba hacia adentro y trataba de no molestar.

—¿Qué te hace tanta gracia?

—Me acordaba de una película antigua. Laurel y Hardy con bata de noche, intentando acostarse en una litera superior.

Gaby sonreía, aunque era obvio que no sabía de qué hablaba Rocky.

—Una litera superior… ¿Te imaginas? En un tren de largo recorrido… Olvídalo. Acabo de pensar que tendrían que haber probado con ropas árticas y un par de maletas en el interior. ¿Cómo quieres arreglar esto?

Echaron el resto de la nieve fuera de la diminuta cueva y apilaron las mochilas frente a la abertura para taparla. Al hacerlo, desapareció la poca luz que había pero el viento dejó de colarse y eso las conformó. Tras pugnar durante veinte minutos lograron tenderse una junto a otra. Cirocco apenas podía moverse, pero detalles como ése ya no le preocupaban con aquel bendito calorcillo.

—¿Crees que podremos dormir un poco ahora? —preguntó Gaby.

—Pues yo tengo muchas ganas. ¿Cómo van tus pies?

—Bien. Me pican, pero se están calentando.

—Los míos también. Buenas noches, Gaby —Cirocco vaciló sólo un momento, luego se inclinó y besó a su amiga.

—Te quiero, Rocky.

—Duérmete —le respondió Cirocco, sonriendo.


* * *

La siguiente vez que Cirocco despertó, el sudor formaba gotas en su frente. Su ropa estaba empapada. Alzó la cabeza, atontada, y advirtió que podía ver. Mientras se preguntaba si el tiempo habría cambiado apartó su mochila ligeramente, luego con más apremio, y entonces descubrió que la entrada de la cueva estaba cerrada.

Estuvo a punto de despertar a Gaby, pero se contuvo; antes, trata de salir, se dijo.

Era absurdo decir a Gaby que las habían comido vivas de nuevo, a menos que fuera realmente cierto. Gaby no acogería bien la noticia; la idea de estar confinada en un espacio tan reducido —algo malo por sí mismo— fue aterrador cuando Cirocco pensó en Gaby y en su pánico contagioso.

Resultó que no había motivo de alarma. Mientras Cirocco exploraba la pared donde había estado el agujero, el muro empezó a moverse, irisándose hasta volverse tan amplio como antes. Había una clara ventana de hielo con luz tenue detrás. Rocky la golpeó con el puño enguantado y el hielo se rompió. Aire glacial entró al instante, y Cirocco se apresuró a bloquear el boquete con la mochila.

Al cabo de unos minutos apartó la mochila. El agujero se había cerrado algunos centímetros.

Observó pensativamente el pequeño agujero en el intento de aclarar los hechos en su mente. Sólo cuando creyó entenderlo sacudió el hombro de Gaby.

—Despierta, chica. Es hora de que volvamos a hacer ajustes.

—¿Hmmm? —Gaby se despertó enseguida—. Caramba, esto es un horno.

—A eso me refiero. Tendremos que quitarnos algo de ropa. ¿Quieres ser la primera?

—Adelante. Procuraré no estorbarte.

—Bien. ¿Por qué hará tanto calor aquí dentro? ¿Has pensado en eso?

—Acabo de despertar, Rocky. Ten corazón.

—Bueno… Te lo explicaré. Toca las paredes —Cirocco realizó la complicada tarea de quitarse el abrigo mientras Gaby hacía el mismo descubrimiento que ella había hecho antes.

—Están calientes.

—Exacto. No pude explicarme esta pared desde el principio. Pensé que los árboles no estaban planeados, como los brotes del cable, pero esos árboles no podían crecer aquí, tal como yo lo veo, sin que la pared los nutriera. Intenté imaginar qué tipo de máquina sería capaz de hacerlo mejor y recurrí a un mecanismo bioquímico natural. Un animal, o vegetal, probablemente ajustado de un modo genético. Me resultaba difícil que algo así pudiera haber evolucionado en ningún momento razonable. Tiene trescientos kilómetros de altura, es hueco en el medio, y se adhiere a la pared auténtica.

—¿Y los árboles son parásitos? —Gaby se lo estaba tomando mejor de lo que Cirocco esperaba.

—Sólo en el sentido de que extraen alimento de otro animal. Pero no son parásitos genuinos, porque así fue planeado. Los constructores idearon este animal inmenso como hábitat de los árboles, y los árboles, a su vez, ofrecieron hábitats para animales más pequeños, y tal vez para los ángeles.

Gaby meditó en ello y miró fijamente a Cirocco.

—Muy parecidos a los grandiosos animales que suponemos viven bajo el borde —dijo en voz baja.

—Sí, algo así —Cirocco vigilaba a Gaby en busca de indicios de pánico, pero ni siquiera detectó que respirara con dificultad—. ¿Te… eh, te preocupa eso?

—¿Te refieres a mi famosa fobia?

Cirocco extendió el brazo por detrás de la mochila e hizo que la entrada se abriera de nuevo, luego apartó la mochila y dejó que Gaby contemplara la acción. El agujero empezó a cerrarse lentamente.

—Descubrí esto antes de despertarte. Mira, se está cerrando, pero se abrirá otra vez si le haces cosquillas. No estamos atrapadas, y esto no es un estómago o algo…

Gaby le tocó la mano, sonriendo débilmente.

—Aprecio tu preocupación.

—Bueno, no pretendía confundirte, yo sólo…

—Has hecho lo correcto. Si yo lo hubiera visto antes, tal vez todavía estaría chillando. Pero no soy claustrofóbica en esencia. Tengo una nueva fobia que quizá sea muy personal; miedo a que me coman viva. Pero, por favor, dime qué es esto si no es un estómago… Necesito una explicación muy convincente.

—No existe paralelo con ninguna criatura que conozca —se había quedado con la última capa de ropa, y decidió detenerse en ese punto—. Esto es un refugio —añadió, esforzándose por encogerse al ver que Gaby empezaba a desnudarse—. Precisamente lo estamos usando como tal: un lugar para guarecernos del frío. Juraría que los ángeles habitan en cuevas como ésta. Y quizás otros animales. Es posible que la criatura obtenga algo de ello. Tal vez los excrementos la fertilizan.

—Hablando de excrementos…

—Sí, tengo el mismo problema. Tendremos que usar un tarro de comida vacío o algo así.

—¡Dios! Ya huelo como un camello. Este lugar será muy agradable si el tiempo no mejora pronto.

—No es tan malo. Yo huelo peor.

—Muy diplomático de tu parte —Gaby había llegado a su ropa interior, tan llamativamente confeccionada—. Querida mía, vamos a estar viviendo juntas durante un tiempo, maldición. Así que el recato no sirve de nada. Si te has dejado esa ropa debido a…

—No, de verdad que no —dijo Cirocco, con excesiva prontitud.

—…debido a que temes excitarme, piénsalo mejor. De todas formas, es como si no estuviera. Espero que no te importe que me saque esto y le dé una oportunidad de secarse —así lo hizo, sin esperar permiso, y después se tendió junto a Cirocco.

—Puede que eso fuera una parte —admitió Cirocco—. La otra razón, la mayor, casi me sonroja. Tengo la regla.

—Así lo pensaba. No te dije nada por cortesía.

—Qué diplomática eres.

Las dos se echaron a reír, aunque Cirocco sintió que la sangre subía a sus mejillas. Algo infinitamente embarazoso. Estaba acostumbrada a la melindrosa rutina a bordo de la nave. Estar desarreglada y no ser capaz de hacer nada al respecto la consternaba. Gaby sugirió que Cirocco usara una venda del botiquín, aunque sólo fuera por comodidad personal. Cirocco se dejó convencer, feliz porque la idea hubiera partido de Gaby. Ella no habría usado material médico con un fin así sin la aprobación de Gaby.

Estuvieron en silencio algún rato, con Cirocco desagradablemente consciente de la cercanía de Gaby, aunque convencida de que tenía que acostumbrarse. Tal vez tuvieran que pasar días en el refugio.

Gaby no parecía molesta en absoluto, y Cirocco no tardó en abandonar la aguda percepción del cuerpo de la otra mujer. Tras una hora de intentar dormir, empezó a sentirse aburrida por todo.

—¿Estás despierta?

—Siempre ronco cuando estoy despierta —Gaby suspiró y se sentó—. Caramba, tendré que estar mucho más dormida antes de meterme en el saco contigo tan cerca. Eres tan cálida, tan blanda…

Cirocco hizo caso omiso.

—¿Sabes algún juego para pasar el rato?

Gaby se puso de costado, encarada a Cirocco.

—Soy capaz de pensar cosas muy buenas.

—¿Sabes jugar al ajedrez?

—Temía que dijeras eso. ¿Quieres blancas o negras?


* * *

El hielo se formaba en la entrada con la misma rapidez con que lo rompían.

Al principio estuvieron preocupadas por el oxígeno, pero unos cuantos experimentos demostraron que siempre habría el aire adecuado aun con la abertura completamente cerrada. La única explicación era que la cápsula de supervivencia funcionaba como un vegetal, absorbiendo dióxido de carbono por las paredes internas.

Descubrieron un pezón en la parte trasera de la cueva. Cuando lo apretaron, exudó la misma sustancia lechosa que habían visto antes. La probaron, pero decidieron ceñirse a sus provisiones mientras les bastaran. Se trataba de la leche de Gea que Maestra Cantora había mencionado a Cirocco. Sin duda alguna alimentaba a los ángeles.


* * *

Lentamente las horas se volvieron días, las partidas de ajedrez en torneos. Gaby ganó la mayor parte. Intentaron nuevos juegos con palabras y números y también Gaby ganó la mayoría. Con todo lo que habían pasado juntas, con todas las cosas que las unían y todas las cosas que las separaban las reservas de Cirocco y el orgullo de Gaby, no hicieron el amor hasta el tercer día.

Sucedió durante una de las veces que ambas se limitaban a contemplar el techo apenas luminiscente, a escuchar el bramido del viento en el exterior. Estaban aburridas, demasiado llenas de energía y ligeramente afectadas por el prolongado encierro. Cirocco estaba devanando una interminable madeja de racionalizaciones en su cabeza: Razones Por Las Que Yo No Debo Relacionarme Íntimamente Con Gaby. Primera)…

No podía recordar Primera).

Había sido lógico durante dos días. ¿Por qué no ahora?

Estaba la situación; sin duda era eso lo que había afectado su raciocinio. No había llegado nunca a un contacto tan íntimo con otro ser humano. Durante tres días habían permanecido en constante contacto físico. Cirocco se despertaba en brazos de Gaby, húmeda y excitada. Y, peor aún, era inevitable que Gaby lo percibiera. Eran capaces de husmear los menores cambios en el talante de cada una.

Pero Gaby había dicho que no la deseaba, a menos que Cirocco correspondiera su amor.

¿No era cierto?

No. Cirocco lo pensó de nuevo y comprendió que lo único que había dicho Gaby que necesitaba era un entusiasmo sincero por parte de Cirocco; ella no aceptaría un acto sexual como terapia para mitigar su dolor.

Muy bien. Cirocco tenía el entusiasmo. Jamás lo había sentido con tanta fuerza. Se estaba conteniendo más que nada porque no era homosexual, era bisexual con una fuerte preferencia por el sexo masculino, y creía que no debía relacionarse con una mujer que la amaba a menos que sintiera que podía pasar más allá del primer contacto.

…cosa que debía ser calificada como la mayor tontería que Cirocco hubiera escuchado en toda su vida. Palabras, palabras, sólo palabras estúpidas. Escucha tu cuerpo, y escucha tu corazón.

Su cuerpo no tenía reservas ocultas, y su corazón sólo tenía una. Se volvió y se puso encima de Gaby. Se besaron, y Cirocco empezó a acariciarla.

—No puedo afirmar que te amo y ser honesta, porque no estoy segura de saber cómo es el amor a una mujer. Moriría defendiéndote, y tu bienestar es más importante para mí que el de cualquier otro ser humano. Nunca he tenido una amiga tan buena como tú. Si eso no basta, me pararé.

—No te pares.

—Cuando amé a un hombre, en cierta ocasión, quise tener un hijo suyo. Lo que siento por ti se acerca mucho a lo que sentí entonces, pero sin ese detalle. Te deseo… ¡Oh, te deseo tanto que ni siquiera puedo expresarlo! Pero no puedo asegurar que te ame.

Gaby sonrió.

—La vida está llena de desengaños —rodeó con los brazos a Cirocco y la atrajo hacia sí.


* * *

Durante cinco días el viento bramó en el exterior. El sexto, empezó el deshielo, y duró hasta el séptimo día.

Durante el deshielo era peligroso salir. Trozos de hielo caían desde arriba, formando un terrible alboroto. Cuando acabó el derretimiento, Cirocco y Gaby surgieron, parpadeando, a un mundo frío y radiante de agua que les cuchicheaba.

Se abrieron paso hasta la copa del árbol más cercano, oyendo que el cuchicheo se hacía más fuerte. Cuando las ramas más pequeñas empezaron a doblarse bajo el peso de las mujeres. éstas se introdujeron en una suave lluvia: grandes gotas que caían de hoja en hoja en un lento movimiento.

El aire del centro de la columna era claro, pero alrededor de las mujeres, tan lejos como les alcanzaba la visión, las paredes estaban envueltas en arco iris en tanto que el cielo fundido descendía entre el follaje hasta el nuevo lago del suelo del radio.

—¿Ahora, qué…? —preguntó Gaby.

—Adentro. Adentro y arriba. Hemos perdido mucho tiempo.

Gaby asintió.

—No me importa, ya lo sabes, mientras tú vayas. Pero…, ¿querrías decirme una vez más, por qué…?

Cirocco estuvo a punto de contestar que era una pregunta estúpida, pero comprendió que no lo era. Había admitido ante Gaby, durante el largo encarcelamiento, que había dejado de creer que encontrarían a alguien al mando en el cubo de la rueda. Ni ella misma sabía cuándo había dejado de creerlo.

—Hice una promesa a Maestra Cantora —dijo—. Y ahora ya no tengo más secretos para ti. Ninguno.

—Promesa…, ¿de qué? —Gaby arqueó las cejas.

—Comprobar si puedo hacer algo para detener la guerra entre titánidas y ángeles. No he dicho nada a nadie. No estoy segura del porqué.

—Comprendo. ¿Piensas que puedes hacer algo?

—No —Cirocco reparó en que Gaby, sin responderle, no le quitaba la mirada—. Tengo que hacer el intento. ¿Por qué me miras así?

—Por nada —Gaby se encogió de hombros—. Sentiré curiosidad por saber tus motivos después que encontremos a los ángeles. Seguiremos adelante, ¿no?

—Así lo creo. No sé por qué, pero me parece que es lo correcto.

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