CAPITULO 10

Las cápsulas crecían en las copas de los árboles más altos del bosque. Cada árbol producía sólo una a la vez, y cuando la cápsula alcanzaba la madurez estallaba como una bomba. Habían oído sonar estas explosiones a largos intervalos. Lo que quedaba después era algo parecido a la cáscara de una nuez, uniforme y suavemente dividida.

Al ver una gran cápsula que flotaba cerca, nadaron y tiraron de ella hacia la orilla. Surcaba el agua a buena altura cuando estaba vacía. Cargada, todavía disponía de mucho franco bordo.

Emplearon dos días en equiparla y tratar de armar un timón. Adaptaron un palo largo con una amplia hoja al extremo y confiaron en que eso fuera suficiente. Disponían de un tosco remo para cada uno en caso de que se adentraran en aguas agitadas.

Gaby soltó la cuerda. Cirocco se esforzó en impeler la embarcación hasta el centro del río y luego tomó su puesto a popa, con una mano levemente apoyada en la caña del timón. Se levantó una brisa y Cirocco añoró una vez más su pelo. Qué excelente detalle, tener cabellos moviéndose en el viento… Son las cosas sencillas las que echamos de menos, pensó.

Gaby y Bill estaban excitados, olvidados de su animosidad anterior mientras estaban sentados en lados opuestos del barco, contemplando el río y desafiando a Cirocco.

—¡Cántanos un saloma, capitana! —gritó Gaby.

—No lo has entendido bien, tonta —rió Cirocco—. Sois vosotros, los miserables del castillo de proa, los que vaciáis la sentina y cantáis las canciones. ¿Habéis visto The Sea Witch?

—No lo sé. ¿La han puesto en tridimensional?

—Es una película plana protagonizada por el bueno de John Wayne. La Sea Witch era su nave.

—Creí que sería el nombre del capitán. Eh, acabas de elegirte un apodo.

—Ten cuidado, o veré si puedo montar una tabla para que andes la pasarela.

—¿Qué te parece un nombre para este barco, Rocky? preguntó Bill.

—Hey, debería tener un nombre, ¿verdad? Estaba tan ocupada tratando de gorrear champán para la botadura que olvide lo del nombre.

—No me hables de champán —gruñó Gaby.

—¿Alguna sugerencia? Aquí tenéis la oportunidad de un ascenso.

—Sé cómo lo habría bautizado Calvin —dijo Bill de repente.

—No me hables de Calvin.

—Sin embargo, nos hemos comprometido con la mitología griega. Este barco debería llamarse Argos.

Cirocco se quedó dudando.

—¿No estaba relacionado con la búsqueda del vellocino de oro? Ah, sí. Ya recuerdo la película.

—No estamos buscando nada —observó Gaby—. Sabemos a dónde queremos ir.

—Entonces, ¿qué me decís de…? —Bill se detuvo y se quedó pensativo—. Estoy pensando en Ulises. ¿Tenía nombre su barco?

—No lo sé. Hemos perdido a nuestro mitólogo con aquel anuncio de neumáticos más que voluminoso. Pero aunque el barco tuviera nombre, yo no querría usarlo. Ulises no tuvo más que problemas.

Bill sonrió burlonamente.

—¿…supersticiosa, capitana? Jamás lo habría creído.

—Es el mar, chico. Hace cosas extrañas a un cuerpo.

—No me ofrezcas el diálogo de tu último espectáculo. Voto por llamar Titanic al barco. Tuviste una nave…

—Un montón de herrumbre. No tientes la suerte, compañero.

—También me gusta Titanic —rió Gaby—. ¿Quién lo creería de una embarcación construida a partir de un cacahuete glorificado?

Cirocco alzó los ojos, pensativamente.

—Que quede en vuestras cabezas, pues. Que sea Titanic. Que navegue largo tiempo. Podéis vitorear, y divertios de otra forma.

La tripulación dio tres vítores y Cirocco hizo una mueca y una reverencia.

—¡Viva la capitana! —gritó Gaby.

—Decidme —dijo Cirocco—, ¿no deberíamos pintar el nombre sobre el guardafango, o como diablos se llame?

—¿Sobre el qué? —Gaby pareció horrorizarse.

Cirocco hizo un mohín.

—Es una buena ocasión para explicároslo, pero no sé una mierda de barcos. ¿Quién ha hecho algo de navegación?

—Yo he hecho un poco —dijo Gaby.

—Entonces, tú serás el piloto del barco. Cambia de lugar conmigo —soltó el timón y avanzó hacia proa con mucho cuidado. Se dobló hacia atrás, estiró los brazos y los cruzó bajo la cabeza—. Yo estaré tomando importantes decisiones de mando —dijo, con un gran bostezo—. No me molestéis como no sea por un huracán.

Cerró los ojos entre un clamor de protestas.


* * *

El Clío era largo, serpenteante y lento. En el centro, sus palos de cuatro metros no tocaban fondo. Si los ponían dentro del agua sentían cosas que tropezaban con ellos. Jamás se enteraban de la causa. Mantenían el Titanic a medio camino entre el centro del río y la orilla del lado de babor.

Cirocco había planeado que todos permanecieran en el barco, yendo a la orilla sólo para recoger alimentos…, un trámite que nunca llevaba más de diez minutos. Pero la guardia permanente no funcionó bien. Con demasiada frecuencia el Titanic se iba hacia tierra, y se hacía necesario despertar a los que dormían. Los tres hacían falta para mover el barco cuando el fondón encallaba sobre el barro. Pronto se enteraron de que el Titanic no era muy manejable, y que se precisaba de dos personas con palos para alejar la embarcación de los bajíos que se acercaban.

Decidieron acampar cada quince o veinte horas. Cirocco elaboró un programa que aseguraba que dos personas siempre estuvieran despiertas mientras navegaban, y una cuando acampaban.

El Clío seguía un curso tortuoso a lo largo del casi uniforme terreno como una serpiente drogada con nembutal. El campamento de una noche podía estar a sólo medio kilómetro en línea recta del de la noche anterior. Habrían perdido la orientación de no haber sido por el cable de sustentación unido a la tierra en el centro de Hiperión. Cirocco sabía por su inspección aérea que el cable se hallaría al este de ellos hasta mucho después de encontrar el río Ofión.

El cable siempre estaba allí, descollando como cierto rascacielos inimaginable, ascendiendo, pareciendo inclinarse hacia ellos hasta que se esfumaba en el espacio a través del techo. Iban a pasar cerca de él yendo hacia los cables de sustentación inclinados que conducían al radio situado sobre Rea. Cirocco confiaba en obtener una visión precisa del cable.

La vida llegó a ser una rutina. Pronto se encontraron actuando impecablemente como equipo, apenas necesitando hablar. La mayor parte del tiempo había poco que hacer, aparte de permanecer atentos a los bancos de arena. Gaby y Bill pasaban muchos ratos efectuando mejoras en las vestimentas de todos. Ambos llegaron a ser diestros con las agujas de espino. Bill chapuceaba continuamente con el timón y trabajaba para hacer más cómodo el interior del barco.

Cirocco invertía gran parte del tiempo en fantasear y contemplar las nubes que flotaban. Consideraba formas y medios de llegar al cubo de la rueda, intentando anticipar problemas, pero era una ocupación fútil. Las posibilidades eran demasiado variadas para permitir un plan razonable. La capitana prefería mucho más estar ensimismada.

Finalmente Cirocco cantó para ellos, y los sorprendió. Había tomado clases de canto y piano durante diez años cuando era niña. Pensaba en una carrera de cantante antes de que la tentación del espacio se hiciera muy fuerte. Nadie había sabido el hecho hasta el viaje del Titanic; Cirocco pensaba que distraer a los tripulantes con canciones no cuadraba con su imagen. Pero allí ya no importaba, por el contrario, el canto los unió más estrechamente. Poseía un registro de contralto rico y claro que surtía mejor efecto con vieja música popular, baladas y canciones de Judy Garland.

Bill hizo un laúd con la cáscara de una nuez, cuerdas de paracaídas y la piel de un risueño. Aprendió a tocarlo y Gaby contribuyó con un tambor de cáscara de nuez. Cirocco les enseñó canciones y asignó las tonalidades: Gaby una soprano aceptable, Bill un tenor con mal oído.

Cantaron canciones de taberna de los bares de O’Neil Uno, canciones del hit parade, de dibujos animados y viejas películas. Una de ellas pronto se convirtió en la favorita del grupo, consideradas las circunstancias. Hablaba de una ruta amarilla y adoquinada y el maravilloso mago de Oz. La cantaban gritando todas las mañanas al partir, chillando al máximo cuando el bosque les devolvía los aullidos.

Transcurrieron varias semanas antes de que llegaran al Ofión. Sólo en dos ocasiones se interrumpió la pacífica rutina que llevaban.


* * *

El primer incidente fue a los tres días del viaje, cuando un globo ocular al extremo de un largo pedículo emergió del agua a menos de cinco metros del Titanic. No quedó duda de que se trataba de un ojo, igual que lo sucedido con Apeadero. Era un globo de veinte centímetros de diámetro, dispuesto en una cuenca verde y flexible que a primera vista parecía una mano verdosa con dedos enrollados desde atrás en torno al ojo. El globo ocular en sí era de un color verde claro con una vasta pupila.

En cuanto vieron a la criatura trataron de ganar la orilla. El ojo había estado apuntando hacia ellos, sin revelar interés o emoción sino tan sólo fijo en el mirar. No pareció importarle que se alejaran. Observó dos o tres minutos antes de esfumarse con el mismo silencio de su aparición.

El consenso general, una vez en la orilla, fue que no podían hacer gran cosa al respecto. La criatura no había intentado dañarles…, lo que no significaba nada en cuanto a su conducta futura. Pero no era cuestión de que tuvieran que interrumpir su viaje sólo porque hubiera enormes peces en el río.

Enseguida vieron más ojos y por fin se acostumbraron a ellos. Daban tanta sensación de periscopios, que Bill los llamó U-boats. [1]

El segundo incidente fue algo para lo que estaban más preparados, ya que había sucedido antes. Fue el enorme viento plañidero que Calvin había denominado Lamento de Gea.

Hubo tiempo antes de las peores ráfagas para alcanzar a arrastrar a la orilla el Titanic y buscar refugio en la parte de la embarcación a favor del viento. Cirocco no quiso meterse bajo los árboles, recordando la rama desprendida en las tierras altas que falló por muy poco.

Las condiciones de observación, con el viento azotando la cara de Cirocco y las nubes revolviéndose arriba, no eran buenas. Pero la capitana logró avistar brevemente la tormenta que surgía de Océano. Procedía de arriba. Las nubes se hinchaban a lo largo del gigantesco radio situado por encima del mar helado como el glacial aliento de Dios. El viento golpeaba la sábana de hielo y la resquebrajaba, levantando súbitos tornados que parecían diminutos a tanta distancia, pero que debían de ser colosales.

A través de las nubes que avanzaban rápidamente hacia Hiperión, Cirocco vio los inclinados cables de sustentación que unían tierra y cielo sobre Océano. Si se movían con el viento tenía que ser con la suficiente lentitud para que no se viera, pero debía existir cierto movimiento de oscilación o flexión. El viento arrastraba una fina niebla gris. Cirocco lo veía flotar hacia los cerrados ángulos que los cables formaban con el suelo y tuvo que reconocer que las partículas que veía desde tan lejos tenían que ser grandes como árboles. Después las nubes oscurecieron toda visión y empezó a caer nieve. Enseguida el río se agitó y la creciente casi alcanzó al varado Titanic. A Cirocco le pareció sentir que la tierra se movía.

Sabía que estaba presenciando alguna parte del sistema de circulación de aire de Gea en funcionamiento, y se preguntó cómo entraría el aire en el radio y qué mecanismo lo forzaría a volver a salir. También quiso saber por qué el proceso tenía que ser tan violento. El reloj de Calvin indicaba que habían pasado diecisiete días desde el último Lamento; deseó que al menos transcurriera lo mismo hasta el siguiente.

Como la vez anterior, el frío no duró más de seis o siete horas, y la nieve no alcanzó a adherirse al suelo. Los tres pudieron aguantar mejor el temporal en esa ocasión, y descubrieron que la tela de seda de dirigible protegía más de lo que cabía suponer. Hacía las veces de cortavientos.


* * *

El trigésimo día desde su emergencia estuvo marcado por dos cosas: algo que sucedió y algo que no sucedió.

La primera fue haber llegado a la confluencia del Clío y el poderoso río Ofión. Para entonces se hallaban muy al sur de Hiperión, equidistantes entre el cable vertical central y el meridional, ambos elevándose allí sobre los terrestres.

Ofión era verdeazulado, más amplio y rápido que el Clío. Tiró al Titanic hacia su centro, y tras un rato de alerta y sondeos con los palos, los viajeros decidieron quedarse allí, pues les pareció más seguro. En tamaño y velocidad, el Ofión recordó a Bill y Cirocco el Mississippi, aunque con más vegetación y árboles altos a lo largo de las riberas. La tierra seguía siendo jungla, pero Ofión era ancho y profundo.

Cirocco quedó más preocupada por lo que no sucedió: lo que aguardaba conforme los días iban pasando en el reloj de Calvin, y no llegaba. Durante veintidós años tuvo la regularidad de las mareas. Resultaba sumamente turbador entonces que la menstruación no se hiciera presente.


* * *

—¿Sabes que ya han pasado treinta días? —dijo Cirocco a Gaby aquella noche.

—¿De verdad? No lo había pensado —Gaby arrugó la frente.

—Sí. Estoy más que retrasada. Siempre habían sido veintinueve días. A veces un día menos, nunca más tarde.

—¿Sabes?, yo también voy con retraso.

—Así lo creía.

—¡Dios, eso no tiene lógica alguna!

—Me estaba preguntando qué tipo de protección usaba en la Ringmaster. ¿Quizá te olvidaste alguna vez entonces?

—No es probable, maldición. Calvin me dio pastillas.

Cirocco suspiró.

—Temía que fuera algo tan infalible como eso. Yo no puedo tomar pastillas, hacen que me hinche. Empleaba uno de esos diafragmas que se llevan siempre puestos. Lo tenía cuando nos enterraron. En realidad no se me ocurrió que tuviera que buscarlo hasta que… bueno, hasta que nos reunimos con Bill y August, y quizá ya fuera demasiado tarde —dudó de si debía discutir esa parte con Gaby. No era ningún secreto que ella y Bill habían hecho el amor, y tampoco era ningún secreto que no había existido tiempo, lugar o intimidad para ello en el Titanic con Gaby siempre alrededor—. De todas formas, ha desaparecido. Supongo que fue devorado por la misma criatura que comió nuestro pelo. Cosa que me da escalofríos, dicho sea de paso.

Gaby se estremeció.

—Pero creía que podría haber sido Bill. Ahora ya no lo creo así, francamente —se levantó y se acercó a Bill, que estaba durmiendo en el suelo. Lo despertó y esperó a que el hombre demostrara estar bien despierto—. Bill, escucha: las dos estamos preñadas.

Bill no estaba tan despierto como a Cirocco le había parecido. Parpadeó, sorprendido, y se puso muy serio.

—Bueno, a mí no me mires. Y menos aún por Gaby. La última vez con ella fue poco después de partir de la Tierra. Además, tengo una válvula.

—No hablaba de eso —lo calmó Cirocco. (Con Gaby, ¿eh? No me había enterado. Y yo que creía saber todo lo que había ocurrido en la Ringmaster…)—. Eso simplemente hace más evidente que algo muy raro está pasando. Alguien o algo nos está gastando un bromazo, pero yo no me río.


* * *

Calvin cumplió su palabra. Dos días después de que Cirocco llamara a un dirigible que pasaba, Apeadero revoloteó en el cielo y una flor azul brotó con su cirujano errante colgando debajo. August iba detrás de él. Llegaron al agua justo frente a la orilla.

Cirocco tuvo que admitir que Calvin ofrecía un excelente aspecto. Sonreía y había brío en su andar. Saludó a todo el mundo y dio la impresión de no recordar que hubiera sido citado. Quiso hablar de sus viajes, pero Cirocco ansiaba demasiado escuchar qué pensaba Calvin de la nueva situación. El médico se puso muy serio mucho antes de que los otros acabaran de explicarse.

—¿Has tenido alguna menstruación desde que llegamos aquí? —preguntó a August.

—No, ninguna.

—Han pasado treinta días —dijo Cirocco—. ¿Es anormal para ti? —por la forma en que se abrieron los ojos de August, Cirocco supuso lo que era—. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste relaciones sexuales con un hombre?

—Nunca he tenido.

—Temía que dijeras eso.

Calvin permaneció en silencio un rato, meditando. Después se puso todavía más serio.

—¿Qué puedo decir? Todos sabéis que es posible que una mujer pierda la menstruación por otras razones. Las atletas la pierden infinidad de veces en determinadas circunstancias, y no estamos seguros del porqué. Tensión emotiva o física, probablemente. Pero creo que las posibilidades de que tal cosa suceda con vosotras tres al mismo tiempo son escasas.

—Diría que estoy de acuerdo —opinó Cirocco.

—Podría ser algo dietético. No hay manera de saberlo. Puedo deciros que vosotras tres y… eh, April, habéis sufrido cierta convergencia.

—¿Qué es eso? —inquirió Gaby.

—A veces sucede a mujeres que viven juntas, por ejemplo en una nave espacial cuando están en camarotes estrechos. Determinada señal hormonal tiende a sincronizar sus menstruaciones. April y August han ido al mismo ritmo durante largo tiempo, y Cirocco sólo hacía una pequeña diferencia con su ciclo. Dos menstruaciones tempranas y Cirocco concordaba con ellas. Gaby, tú estabas volviéndote errática, ¿recuerdas?

—Nunca le presté demasiada atención —dijo Gaby.

—Bien, así era. Pero no entiendo qué tendría que ver aquello con lo que pasa aquí. Sólo lo he mencionado para observar que suceden cosas extrañas. Es posible que simplemente hayáis perdido un período.

—También es posible que todas estemos preñadas, y tiemblo al pensar quién ha de ser el padre —dijo Cirocco, agriamente.

—Eso es francamente imposible —dijo Calvin—. Si estás insinuando que la criatura que nos tragó os ha hecho eso a todas… No puedo creerlo. No existe otro animal, ni siquiera en la Tierra, capaz de fecundar a un humano. Ya me dirás cómo lo hizo esta extraña criatura.

—No lo sé —dijo Cirocco—. Por eso es una criatura extraña. Pero estoy convencida de que nos metió en su interior e hizo algo que podría ser perfectamente razonable y natural para ella, pero extraño para lo que nosotros sabemos. Y no me gusta, y queremos saber qué puedes hacer tú en caso de que estemos preñadas.

Calvin acarició los tiesos rizos de su mentón y sonrió.

—En la escuela de medicina no me prepararon para partos de vírgenes.

—No tengo humor para chistes.

—Lo siento. De todos modos, tú y Gaby no sois vírgenes —sacudió la cabeza en señal de asombro.

—Estábamos pensando en algo más inmediato y menos sagrado —dijo Gaby—. No queremos esos niños, o lo que diablos sean.

—Mira, ¿por qué no esperáis otros treinta días antes de que empecéis a excitaros? Si tenéis otra falta, llamadme de nuevo.

—Nos gustaría terminar con este asunto ahora —dijo Cirocco, terminante.

Calvin pareció enfadado por primera vez.

—Estoy diciendo que no lo haré todavía. Es demasiado arriesgado. Puedo hacer los instrumentos para una dilatación y un raspado, pero habrá que esterilizarlos. Carezco de espéculo, y el pensamiento de lo que yo tendría que improvisar para dilatar el cuello del útero basta para causaros pesadillas.

—El pensamiento de lo que está creciendo en mi vientre me está causando pesadillas —dijo Cirocco, sombríamente—. Calvin, en este momento ni siquiera deseo un bebé humano, mucho menos lo que esto pueda ser. Quiero que hagas la operación.

Gaby y August asintieron en señal de acuerdo, aunque pareció que Gaby estaba algo indispuesta.

—Y yo digo que esperéis otro mes. No habrá diferencia alguna. La operación será la misma, sólo rascar las paredes internas del útero. Pero quizá dentro de un mes hayáis descubierto una forma de hacer fuego, de hervir un poco de agua, de esterilizar los instrumentos que yo logre hacer. ¿No es lógico? Os lo aseguro, puedo hacer la operación con el mínimo de riesgo, pero sólo con instrumentos limpios.

—Yo sólo quiero acabar con esto —dijo Cirocco—. Quiero librarme de esto.

—Capitana, cálmate. Tranquilízate y medítalo con cuidado. Si resultas infectada, no podré hacer nada. Al este hay una tierra distinta. Podríais encontrar un medio de encender fuego. Yo también lo buscaré. Estaba exactamente en Mnemósine cuando me llamasteis. Es posible que allá haya alguien que use herramientas y sea capaz de hacer un espéculo y un dilatador decentes.

—Entonces, ¿te irás otra vez? —preguntó Cirocco.

—Sí, me voy, después de haceros un examen a todas.

—Vuelvo a pedirte que te quedes con nosotros.

—Lo siento. No puedo.

Nada que dijera Cirocco iba a hacerle cambiar de opinión, y aunque la capitana se dejó tentar de nuevo por la idea de retenerle, las mismas razones hacían de tal cosa una mala idea. Y algo más se le había ocurrido a Cirocco desde la partida de Calvin: podría no ser sensato dañar a alguien con un amigo tan voluminoso como Apeadero.


* * *

Calvin declaró a los cuatro sanos y en buena forma, pese a las faltas de menstruación de las mujeres, y se quedó algunas horas no sin dejar de dar la sensación de que incluso eso le sentaba mal. Les contó lo que Apeadero y él habían visto en sus viajes.

Océano era un sitio terrible, helado y prohibitivo. Lo habían cruzado con la máxima rapidez posible. Allí abajo había una raza humanoide, pero Apeadero no quiso descender para verlos de cerca. Aquella gente había lanzado rocas con una catapulta de madera mientras el dirigible aún se hallaba a un kilómetro por encima de ellos. Calvin los describió con forma humana, recubiertos de largo cabello blanco. Disparaban primero y después preguntaban. Los llamó yetis.

—Mnemósine es un desierto —dijo—. Tiene un aspecto raro. porque las dunas se amontonan a mucha más altura que en la Tierra, debido a la baja gravedad, supongo. Allí abajo hay vida vegetal. Vi algunos animales pequeños cuando descendimos a poca altitud, y lo que parecía una ciudad en ruinas y unos cuantos pueblos. Sitios que podrían haber sido castillos mil años atrás estaban situados en lo alto de cúspides rocosas verticales, desmoronándose. Construirlos tuvo que haber costado miles de años con gente trabajando como chinos, o ciertos helicópteros bastante buenos.

“Creo que aquí hay algo que ha ido rematadamente mal. Todo se está convirtiendo en polvo. Mnemósine tal vez haya tenido un aspecto similar al de este lugar en tiempos, hasta el lecho del río seco y los cadáveres de inmensos árboles que las tormentas de arena están aniquilando. Algo ha cambiado el clima, ha escapado del control de los constructores.

“Probablemente ha sido este gusano. Sólo hay un gusano, afirma Apeadero. Mnemósine es apenas suficiente en tamaño para uno. Si es que hubo dos, ambos se pelearon hace mucho tiempo y sólo queda este gusano abuelo. Es lo suficientemente enorme como para comerse a Apeadero como una oliva.

Tanto Cirocco como Bill alzaron la vista al referirse Calvin a gusanos gigantes.

—Ni una sola vez he visto a la criatura entera, pero no me sorprendería que tuviera veinte kilómetros de largo. Es un simple tubo, enorme y largo, con agujeros en ambos extremos que son tan anchos como todo el maldito gusano. Está segmentado y el cuerpo parece duro, como la coraza de un armadillo. Tiene una boca como una sierra circular y dientes tanto en el interior como en el exterior. Pasa el tiempo debajo de la arena, pero algunas veces no encuentra la profundidad suficiente y debe volver a la superficie. Lo observamos en una de esas ocasiones.

—Había un gusano como ése en un libro —dijo Bill.

—También una película —dijo Cirocco—. Se titulaba Dune.

Calvin pareció molestarse por la interrupción y levantó la vista para comprobar si el dirigible seguía en las cercanías.

—De todos modos —dijo—, me pregunté si ese gusano podría ser la causa de que Mnemósine lo estuviera pasando mal. ¿Os imagináis lo que haría con las raíces de los árboles? Podría destrozar la zona entera en un par de años. Los árboles mueren, el terreno empeora muy pronto, ya no puede contener agua y precisamente después de eso los ríos se hacen subterráneos. Tienen que hacerlo, ¿sabéis? Ofión atraviesa Mnemósine. Podéis ver dónde desaparece y dónde asciende de nuevo. El cauce no está cortado, pero no hace ningún bien a Mnemósine.

“Por eso, pensé después que nadie que estuviera planificando este lugar habría puesto dentro un gusano así. No debe gustarle la oscuridad, o de lo contrario habría recorrido Océano y destrozado todo el lugar. Creo que eso no sucedió por simple azar, y si este lugar está progresando por suerte, no podrá durar demasiado. Ese gusano ha de ser una mutación defectuosa, y ello significa que no hay nadie por aquí con poder suficiente para matarlo y hacer que las cosas vuelvan a su cauce. Es lamentable, de verdad, pero pienso que los constructores, o han muerto o volvieron al salvajismo, como esas historias que nos estuviste contando, Bill.

—Es una posibilidad —convino Bill.

Cirocco soltó una risotada.

—Claro que sí. También es posible que tú estés viendo demasiado en ese gusano. Quizás a la gente de aquí le gustan los gusanos y no puede soportar tener que abandonar éste. Y entonces el gusano ha crecido hasta necesitar un hogar mayor, y ellos le han dado Mnemósine. No importa, tenemos que seguir intentando llegar al cubo de la rueda.

—Hacedlo vosotros —accedió Calvin—. Yo navegaré en torno al borde para ver quién sigue vivo aquí abajo. Es posible que los constructores hayan sufrido una caída y que sin embargo posean suficiente tecnología para hacer una radio. Si fuera así, vendré a comunicároslo y vosotros, amigos míos, podréis volver a casa.

—¿Vosotros? —preguntó Cirocco—. Vamos. Calvin. Todos estamos metidos en esto. Que tú no te quedes con nosotros no significa que te abandonaremos aquí…

Calvin adoptó un aire de gravedad. Ya no habría de decir nada más.


* * *

Antes que Apeadero se pusiera en marcha. Calvin arrojó algunos risueños atados a paracaídas. Los usó como contrapeso para lanzar paracaídas fuera del dispensador, porque la seda y cuerdas azulinas eran los artículos más útiles que habían encontrado hasta el momento.

Gaby plegó los paracaídas y los guardó cuidadosamente. Juró que vestiría a Cirocco como una reina. La capitana se resignó. No era un precio muy alto de pagar por mantener feliz a Gaby.

Y una vez más el Titanic fue botado, en esa ocasión con un nuevo sentido de urgencia. Tenían que ponerse en contacto con una raza avanzada con cirugía antiséptica o descubrir un medio de encender una hoguera, y tenía que ser pronto. El ser del vientre de Cirocco no iba a hacerse esperar.

Cirocco pensó mucho en ello en los días siguientes. Su repulsión era un puño cerrado en su interior. Buena parte del asco brotaba de la naturaleza desconocida de la bestia que había sembrado su semilla en la capitana.

Y con todo, un aborto habría sido su decisión aun cuando hubiera tenido la seguridad de que estaba gestando un feto humano. No tenía nada que ver con la idea de maternidad en sí, ya que planeaba ser madre cuando se retirara de la NASA, tal vez a los cuarenta o cuarenta y cinco años. Tenía una docena de células en suspensión criogénica en O’Neil Uno, listas para ser fertilizadas e implantadas cuando creyera estar en disposición de dar a luz. Se trataba de una precaución común entre astronautas e incluso entre los colonos de la luna y L-5: una defensa contra una lesión por radiación al tejido reproductor. Cirocco planeaba criar y educar un niño y una niña a una edad suficiente como para ser la abuela de ellos.

Pero elegiría el momento. Tanto si el padre fuera un humano y un amante o una monstruosidad deforme en las entrañas de Gea, Cirocco controlaría sus órganos reproductivos. Aún no estaba dispuesta, y pensaba que no lo estaría por muchos años más. Sin considerar que Gea no era un lugar apropiado para estar cargada con un niño, le quedaba todavía mucho por hacer, esfuerzos en los que un bebé sería un problema tan grande como en cualquier sitio. Y ella pretendía liberarse totalmente. Lo que tenía que hacer era impostergable.

Загрузка...