Qué miserable es esta cabaña donde ahora me oculto. Las paredes de tablas fueron armadas ya como al descuido, y ahora están torcidas, de modo que se abren huecos en las junturas y ningún ángulo está bien. El viento del desierto pasa por aquí sin encontrar obstáculo. Una fina capa de tierra roja cubre la hoja donde escribo; tengo las ropas apelmazadas, hasta mi pelo tiene un tinte rojizo. Criaturas de las Tierras Bajas reptan libremente junto a mí: veo ahora dos que se mueven por el piso de tierra; una cosa con muchas patas, del tamaño de mi dedo pulgar, y una lerda serpiente de dos colas, más corta que mi pie. Han pasado horas enteras girando ociosamente una alrededor de la otra, como si quisieran ser enemigos mortales pero no pudieran decidir cuál de ellas va a comer a la otra. Acompañantes aburridos para horas de calor.
Pero no debería burlarme de este sitio. Alguien se molestó en arrastrar hasta aquí los materiales para que los cazadores fatigados pudiesen refugiarse en esta inhóspita tierra. Alguien la construyó, sin duda con más cariño que habilidad, y la dejó aquí para mí, y me es útil. Acaso no sea un hogar adecuado para el hijo de un septarca, pero he conocido bastantes palacios y ya no necesito muros de piedra y cielos rasos con aristas. Este es un sitio tranquilo. Estoy lejos de los pescadores y los drenadores y los vendedores de vino, y las canciones de los mercaderes que resuenan en las calles de las ciudades. Aquí un hombre puede pensar; un hombre puede mirar dentro de su alma y encontrar esas cosas que lo han moldeado, y sacarlas afuera, y examinarlas, y llegar a conocerse. En este mundo nuestro la costumbre nos prohíbe dar a conocer nuestras almas a otras personas, sí, pero ¿por qué nadie antes de mí ha observado que esa misma costumbre, sin proponérselo, nos impide llegar a conocernos a nosotros mismos? Casi toda mi vida mantuve las murallas sociales apropiadas entre mí y los demás, mientras esas murallas no cayeron no advertí que también me había aislado de mí mismo. Pero aquí en las Tierras Bajas Abrasadas he tenido tiempo de reflexionar sobre estas cuestiones, y de llegar a comprenderlas. No es este el lugar que yo hubiese elegido, pero no soy desdichado aquí.
No creo que me encuentren, al menos por algún tiempo.
Ya está demasiado oscuro aquí dentro para escribir. Saldré a la puerta de la cabaña y miraré cómo llega la noche volando por las Tierras Bajas hacia las Huishtor. Tal vez atraviesen el crepúsculo algunas aves-punzón que regresan después de una cacería infructuosa. Las estrellas resplandecerán. Una vez Schweiz trató de mostrarme el sol de la Tierra desde una cima en Sumara Borthan, e insistió en que podía verlo, y me rogó mientras señalaba, que siguiera la mano con la mirada, pero creo que estaba jugando conmigo. Pienso que no se puede ver ese sol desde nuestro sector de la galaxia. Schweiz jugaba muchas veces conmigo cuando viajábamos juntos, y tal vez lo vuelva a hacer algún día, si llegamos a encontrarnos de nuevo, si todavía vive.