26

Loimel y yo fuimos casados por Segvord Helalam en la Capilla de Piedra en pleno verano, después de meses de rituales y purificaciones preparatorias. Cumplimos estas ceremonias a petición del padre de Loimel, hombre muy devoto. Para complacerle emprendimos una rigurosa serie de drenajes; día tras día me arrodillé y entregué todo lo que contenía mi alma a un tal Jidd, el drenador más famoso y caro de Manneran. Luego Loimel y yo fuimos en peregrinación a los nueve altares de Manneran, y yo dilapidé mi escaso salario en velas e incienso. Efectuamos incluso la arcaica ceremonia denominada la Mostración, en la cual ella y yo bajamos una madrugada a una apartada playa, acompañados por Halum y Segvord, y ocultos a los ojos de ellos por un complicado dosel, nos revelamos mutua y formalmente nuestra desnudez, para que después ninguno de nosotros pudiera decir que habíamos llegado al matrimonio ocultándonos defectos.

El rito de unión fue un grandioso acontecimiento, con músicos y cantantes. Mi hermano vincular Noim, hecho llamar desde Salla, fue mi juramentero, e hizo la unión de los anillos. El primer septarca de Manneran, un viejo apergaminado, asistió a la boda, como casi toda la nobleza local. Los regalos que recibimos fueron de inmenso valor. Entre ellos hubo un cuenco de oro con extrañas joyas incrustadas, fabricado en algún otro mundo, y que nos envió mi hermano Stirron, junto con un cordial mensaje expresando pesar porque los asuntos de estado le exigían permanecer en Salla. Puesto que yo había desairado su boda, no fue ninguna sorpresa que él desairara la mía. Lo que sí me sorprendió fue el tono amistoso de su carta. Sin hacer referencia a las circunstancias de mi desaparición de Salla, pero agradeciendo que el rumor de mi muerte hubiera resultado falso, Stirron me daba su bendición y me pedía que fuera a su capital con mi esposa para una visita ceremonial en cuanto pudiéramos. Aparentemente se había enterado de que yo me proponía establecerme de modo permanente en Manneran, de modo que no sería rival por su trono; en consecuencia podía pensar de nuevo en mí con afecto.

Muchas veces me pregunté, y después de tantos años sigo preguntándomelo, por qué Loimel me aceptó. Acababa de rechazar a un príncipe de su propio reino porque era pobre; y allí estaba yo, también príncipe, pero exiliado, y más pobre todavía. ¿Por qué aceptarme? ¿Por mi encanto al cortejarla? De eso tenía poco; aún era joven y torpe de lengua. ¿Por mis perspectivas de riqueza y poder? En ese entonces tales perspectivas parecían de veras escasas. ¿Por mi atractivo físico? Algo de eso había, sin duda, pero Loimel era demasiado sagaz para casarse solamente por unos hombros anchos y unos músculos potentes. Además, en nuestro primer abrazo había demostrado mis insuficiencias como amante, y pocas veces superé ese empeño chapucero en las cópulas posteriores. Finalmente deduje que Loimel me había aceptado por dos motivos. Primero estaba sola y afligida después de romper su otro noviazgo, y buscando el primer puerto que se presentara, acudió a mí pues yo era fuerte, atractivo y de sangre real. Segundo, Loimei envidiaba a Halum en todo, y sabía que casándose conmigo se adueñaría de lo único que Halum jamás podría tener.

No hace falta indagar mucho para descubrir qué motivación me impulsó a mí a buscar la mano de Loimel. Era a Halum a quien amaba. Loimel era la imagen de Halum. Halum me era negada, por lo tanto tomaba a Loimel. Mirando a Loimel, era libre de pensar que miraba a Halum. Abrazando a Loimel, podía decirme que abrazaba a Halum. Cuando me ofrecí a Loimel como marido, no sentía ningún amor especial por ella, y tenía razones para pensar que tal vez ni siquiera me gustara; sin embargo, me sentí atraído hacia ella porque ella era el sustituto más cercano de mi verdadero deseo.

Los matrimonios contraídos por motivos como los de Loimel y los míos no suelen ir bien. El nuestro prosperó poco; empezamos como extraños y nos alejamos cada vez más. A decir verdad, yo me había casado con una fantasía secreta, no con una mujer. Pero tenemos que conducir nuestro matrimonio en el mundo de la realidad, y en ese mundo mi mujer era Loimel.

Загрузка...