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Esa tarde me presentaron un problema referente a un barco de Threish y ciertos manifiestos de cargamento falsos, y fui al embarcadero para verificar los hechos. Allí, por casualidad, me tropecé con Schweiz. Desde que nos separamos, unos días atrás, había temido volver a encontrarme con él; pensaba que sería intolerable mirar los ojos de aquel hombre que había contemplado todo mi ser. Sólo manteniéndome alejado de él podría llegar a convencerme de que, en realidad, no había hecho con él lo que había hecho. Pero entonces le vi cerca en el muelle. En una mano apretaba un grueso fajo de facturas y sacudía la otra furiosamente en la cara de no sé qué mercader de ojos acuosos vestido con ropas glinesas. Para mi sorpresa, no sentí nada de la turbación que había previsto, sino solamente afecto y placer de verlo. Me acerqué a él. Me palmeó el hombro; yo palmeé el suyo.

—Se te ve más animado ahora — dijo.

—Mucho más.

—Déjame terminar con este bribón y compartiremos una botella de dorado, ¿eh?

—Por supuesto.

Una hora más tarde, cuando estábamos juntos en una taberna portuaria, pregunté:

—¿Cuándo podemos partir para Sumara Borthan?

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