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Había dicho a Noim que no me quedaría en la cabaña sino que partiría hacia el oeste para tratar de salvarme. Sin embargo, noté que me resistía a marcharme. La sofocante casucha había llegado a ser mi hogar. Me quedé un día, y otro día, y un tercero, sin hacer nada, vagando por la ardiente soledad de las Tierras Bajas Abrasadas, mirando cómo rondaban las aves-punzón. Al quinto día, como quizá puedas ver, caí de nuevo en la costumbre de la autobiografía, y me senté en el sitio donde últimamente había pasado tantas horas, y escribí unas cuantas páginas más para describir la visita que me hizo Noim. Luego dejé pasar tres días más, diciéndome que al cuarto desenterraría mi terramóvil de la arena roja y saldría rumbo al oeste. Pero en la mañana de ese cuarto día, Stirron y sus hombres descubrieron mi escondite, y ahora es el anochecer de ese día, y me quedan una hora o dos más para escribir, por gracia de lord Stirron. Y cuando haya terminado esto, no escribiré más.

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