La Santa María se hundió en un arrecife de la costa norte de La Española, debido a la intrepidez de Colón para navegar de noche y el descuido del timonel. Pero la Niña y la Pinta no se hundieron; regresaron a casa para informar a Europa de las vastas tierras que los esperaban al oeste. Desencadenaron así un fluir continuo de emigrantes, conquistadores y exploradores que no se detendría en quinientos años. Si había que detener a Colón, la Niña y la Pinta no podían regresar a España.
El hombre que las hundió fue Kemal Akyazi y el camino que le llevó al proyecto de Tagiri para cambiar la historia fue largo y extraño.
Kemal Akyazi se crió a pocos kilómetros de las ruinas de Troya; desde su hogar de la infancia en Kumkale se divisaban las aguas de los Dardanelos, el estrecho que comunica el Mar Negro con el Egeo. Muchas guerras se habían librado en ambos lados del estrecho, una de las cuales produjo la gran epopeya de Hornero: La Ilíada.
La presión de la historia tuvo una extraña influencia en Kemal cuando era niño. Aprendió todos los relatos del lugar, por supuesto, pero también sabía que éstos eran griegos; y que el sitio pertenecía al mundo egeo griego. Kemal era turco; sus antepasados no habían llegado a los Dardanelos hasta el siglo quince. Sentía que este lugar era poderoso, pero no le pertenecía. Por tanto, La Ilíada no era la historia que hablaba a su corazón. Más bien era la historia de Heinrich Schliemann, el explorador alemán que, en una época en que se consideraba a Troya como una simple leyenda, un mito, una ficción, estaba seguro no sólo de que Troya era real, sino de que conseguiría encontrarla. A pesar de todas las burlas, montó una expedición, la localizó y la desenterró. Las antiguas leyendas resultaron ser ciertas.
En su adolescencia, Kemal pensaba que la mayor tragedia de su vida era que Vigilancia del Pasado estuviera utilizando máquinas para ver a través de los milenios de historia humana. No habría más Schliemanns, estudiando, reflexionando y haciendo hipótesis, hasta que encontraran algún artefacto, alguna antigua ciudad perdida y en ruinas, algún resto de una leyenda convertida de nuevo en verdad. Por eso Kemal no sintió ningún interés en unirse a Vigilancia del Pasado, aunque ellos trataron de reclutarlo cuando ingresó en la universidad. No era la historia sino la exploración y el descubrimiento lo que ansiaba; ¿qué gloria había en encontrar la verdad a través de una máquina?
Así, después de un intento frustrado con la física, estudió para convertirse en meteorólogo. A los dieciocho años, inmerso por completo en el estudio del clima y el tiempo atmosférico, se topó de nuevo con los hallazgos de Vigilancia del Pasado. Los meteorólogos ya no tenían que depender sólo de unos pocos siglos de mediciones climatológicas y evidencias fósiles fragmentarías para determinar pautas de largo alcance, ahora disponían de pruebas precisas de las pautas de las tormentas de millones de años. De hecho, en los primeros años de Vigilancia del Pasado, los aparatos del TruSite I eran tan rudimentarios que los humanos no resultaban visibles. Era como una fotografía con tomas a intervalos prefijados, donde la gente no permanece en un mismo sitio el tiempo suficiente para estar en más de un solo fotograma de la película, lo que los hace invisibles. Así, en aquellos días, Vigilancia del Pasado grababa el clima de tiempos pretéritos, las pautas de erosión, las erupciones volcánicas, las edades de hielo, los cambios climáticos.
Todos esos datos constituían los cimientos donde se apoyaba el control y la predicción climatológicos. Los meteorólogos observaban el desarrollo de las pautas y, sin interrumpir el flujo general, provocaban diminutos cambios que impedían que una zona se quedara por completo sin lluvia durante una época de sequía, o sin sol durante una estación húmeda. Habían cogido por los cuernos al implacable toro del clima. En aquellos días el gran proyecto era determinar la manera de generar un cambio más importante que llevara una pauta firme de leves lluvias a las regiones desérticas del mundo, para restaurar las praderas y sábanas que antaño existían allí. Ése era el trabajo del que Kemal quería formar parte.
Sin embargo, no podía librarse de la sombra de Troya, del recuerdo de Schliemann. Incluso cuando estudiaba los cambios climáticos referidos al final de las edades de hielo, su mente continuaba conjurando imágenes de civilizaciones perdidas, lugares legendarios que esperaban a que un nuevo Schliemann los recuperara.
Su proyecto de licenciatura en meteorología fue parte del esfuerzo por decidir cómo podía explotarse el Mar Rojo para desarrollar lluvias continuadas que regaran el Sudán y Arabia central; el objetivo inmediato de Kemal fue estudiar la diferencia entre las pautas climáticas durante la última la Edad de Hielo, cuando el Mar Rojo casi había desaparecido, y el presente, donde el mismo mar estaba en su punto más alto. Repasó una y otra vez las burdas grabaciones antiguas de Vigilancia del Pasado, recopilando datos sobre el nivel del mar y las precipitaciones en puntos escogidos de tierra adentro. El viejo TruSite I era, siendo generoso, impreciso, pero aun así lo bastante bueno para contar las tormentas.
Una y otra vez Kemal repasaba las fluctuaciones del Mar Rojo, viendo cómo el nivel medio del mar se alzaba hacia el final de la Edad de Hielo. Siempre se detenía, por supuesto, en el brusco salto en el nivel del mar que marcaba la nueva unión del Mar Rojo y el Océano índico. Después de eso, el Mar Rojo era inútil para sus propósitos, ya que su nivel estaba ligado al del gran océano.
El eco de Schliemann dentro de la mente de Kemal le hizo pensar qué inundación debió ser.
Qué inundación. La Edad de Hielo había concentrado tanta agua en glaciares y casquetes polares que el nivel del mar de todo el mundo cayó. Finalmente alcanzó un punto tan bajo que surgieron puentes de tierra en el mar. En el norte del Pacífico, el estrecho de Bering pasó a ser una lengua de tierra que permitió a los antepasados de los indios cruzar a pie el trayecto hacia su nueva tierra. Las islas Británicas y Flandes se unieron. Los Dardanelos se cerraron y el Mar Negro se convirtió en un lago salado. El Golfo Pérsico desapareció y dio paso a una gran llanura cortada por el Eufrates. Y el Bab al Mandab, el estrecho en la desembocadura del Mar Rojo, se convirtió en un puente de tierra.
Pero un puente de tierra es también una presa. A medida que el planeta se calentó, los glaciares empezaron a liberar su agua acumulada. Llovió copiosamente por todas partes; los ríos se hincharon y los mares subieron de nivel. Los grandes ríos que fluían hacia el sur de Europa, seca casi en su totalidad durante el punto álgido de la glaciación, se convirtieron en enormes torrentes. El Ródano, el Po, el Striuma y el Danubio vertieron tanta agua en el Mediterráneo y el Mar Negro que su nivel se alzó casi al mismo ritmo que el del gran océano mundial.
Sin embargo, el Mar Rojo no tenía grandes ríos. Era, en términos geológicos, un mar nuevo, formado por hendiduras entre la nueva llanura arábiga y la antigua africana, lo que significaba que se elevaban cadenas montañosas en ambas costas. Muchos ríos y arroyos fluían desde ellas hasta el Mar Rojo, pero ninguno llevaba mucha agua comparado con los ríos que inundaban vastas llanuras y transportaban el deshielo de los glaciares del norte. Así, aunque el mar Rojo creció de forma gradual durante esta época, lo hizo en mucho menor medida que el gran océano mundial. Su nivel de agua respondía a las pautas climáticas locales inmediatas más que al clima global. Hasta que un día el océano Indico se alzó tanto que las olas empezaron a rebasar el Bab al Mandab. El agua cortó nuevos canales en las praderas. A lo largo de un periodo de varios años la filtración creció, creando una serie de grandes lagos con régimen de mareas en la llanura Hanish. Y un día, hacía unos catorce mil años, la corriente creó un canal tan profundo que no se secó con la marea baja. El agua siguió fluyendo por él, cortando más y más profundamente el canal, hasta que los lagos se llenaron y rebosaron. Con el peso del Océano índico detrás, el agua se desparramó sobre la cuenca del Mar Rojo en una vasta riada que lo puso en unas horas al nivel del océano mundial.
«Esto no es sólo la línea limítrofe entre datos de nivel de agua útiles e inútiles, —pensó Kemal—. Esto es un cataclismo, uno de los raros momentos en que un solo acontecimiento cambia una enorme área en un periodo de tiempo tan corto que los humanos no lo advierten. Y, para empezar, este cataclismo sucedió en una época en que los humanos estaban allí.» No era sólo posible, sino también probable que alguien viera la riada… De hecho, era posible que hubiera matado a muchos, pues la zona sur del Mar Rojo estuvo compuesta por rica sabana y marisma hasta que el océano irrumpió, y sin duda los humanos de catorce mil años antes habrían cazado allí, habrían recogido frutas y semillas. Alguna partida de caza debía de haber visto, desde los picos de las montañas Dehalak, las grandes murallas de agua que recorrían la llanura, rompiendo y separándose alrededor de las pendientes de las Dehalak, convirtiéndolas en islas.
Una partida de caza semejante habría sabido que sus familias habían muerto por efecto del agua. ¿Qué habrían pensado? Sin duda que algún dios estaba enfadado con ellos. Que el mundo había sido destruido, sepultado bajo el mar. Y si sobrevivieron, si encontraron un camino hasta la costa eritrea después de que las grandes olas se apaciguaran en el nuevo y más profundo mar, contarían la historia a cualquiera que quisiera escuchar. Y durante unos cuantos años llevarían a sus oyentes al borde del agua, les mostrarían las copas de los árboles asomando apenas sobre la superficie del mar y les contarían historias de todos aquellos que habían muerto cubiertos por las aguas.
«Noé —pensó Kemal—. El inmortal Utnahpishtim, el superviviente del Diluvio al que visitó Gilgamesh. El Ziusudra de la historia del diluvio sumerio.» La Atlántida. Las historias fueron creídas. Las historias fueron recordadas. Con el tiempo quienes las contaban olvidaron dónde había sucedido: trasladaron de modo natural los hechos a lugares que conocían. Pero recordaron lo esencial. ¿Qué decía la historia del diluvio de Noé? No sólo lluvia, no, no fue una inundación causada únicamente por la lluvia. Las «fuentes de las grandes profundidades» se abrieron. Ninguna riada local de la llanura mesopotámica haría que esa imagen formara parte de la historia. Pero la gran muralla de agua del Océano Indico, tras años de lluvia incesante… eso sí que llevaría esas palabras a los labios de los narradores, generación tras generación, durante diez mil años, hasta que pudieron ser escritas.
Y en cuanto a la Atlántida, todo el mundo estaba seguro de haberla descubierto hacía años. Santorini, Thios, la isla egea que estalló. Pero las historias más antiguas de la Atlántida no decían nada de que la hubiera destruido un volcán. Sólo decían que la gran civilización se hundió en el mar. La suposición era que visitantes posteriores llegaron a Santorini y, al ver agua donde antes había una ciudad-isla, asumieron que se había hundido al no saber nada de la erupción volcánica. A Kemal, sin embargo, esto le parecía una exageración, comparado con la forma que habría tenido para la gente de la Atlántida, en algún lugar de la llanura Massawa, cuando el Mar Rojo pareció alzarse en su lecho, envolviendo la ciudad. ¡Eso sí que sería hundirse en el mar! Ninguna explosión, sólo agua. Y si la ciudad se encontraba en las marismas de lo que era en la época de Kemal el canal Massawa, el agua habría venido no solamente del sureste, sino también del nordeste y del norte, envolviendo las montañas Dehalak, convirtiéndolas en islas y engullendo las marismas y la ciudad consigo.
La Atlántida. No estaba más allá de las Columnas de Hércules, pero Platón tenía razón al asociar la ciudad con un estrecho. Platón, o quienquiera que le contase la historia, simplemente sustituyó el Bab al Mandab por el mayor estrecho que conocía. El relato bien podría haberle llegado a través de Fenicia, donde los marinos mediterráneos habrían hecho que la historia encajara con el mar que conocían. La aprendieron de los egipcios, tal vez, o de comerciantes nómadas de las tierras árabes, o quizá ya era algo latente en las antiguas culturas ¿el mundo; y «dentro del estrecho de Mandab» se habría convertido en «dentro de las Columnas de Hércules», y entonces, como el Mediterráneo no era lo bastante extraño y exótico, el emplazamiento fue trasladado más allá de ese estrecho.
Todas estas suposiciones se le ocurrieron a Kemal con la absoluta seguridad de que eran ciertas, o casi ciertas. Se alegró ante la perspectiva que ofrecían: todavía quedaba una antigua civilización por descubrir.
Pero si estaba allí, ¿por qué no la había descubierto Vigilancia del Pasado? La respuesta era bastante sencilla. El pasado era enorme, y aunque el TruSite I había sido utilizado para recopilar información climatológica, las nuevas máquinas que eran lo bastante precisas como para seguir a seres humanos concretos nunca habían sido empleadas para examinar océanos donde no vivía nadie. Sí, el tempovisor había explorado el Estrecho de Bering y el Canal de la Mancha, pero fue para seguir migraciones bien conocidas. No hubo ninguna migración similar en el Mar Rojo. Vigilancia del Pasado simplemente no había sintonizado nunca sus precisas máquinas para ver lo que hubo bajo las aguas del Mar Rojo en los siglos finales de la última Edad de Hielo. Y nunca lo harían, a menos que alguien les diera una razón de peso.
Kemal conocía la burocracia lo suficiente como para saber que él, un estudiante de meteorología, difícilmente sería tomado en serio si presentaba a Vigilancia del Pasado una teoría acerca de la Atlántida, sobre todo una teoría que la situaba en el Mar Rojo nada menos, y catorce mil años atrás, mucho antes de que surgieran civilizaciones en Sumeria o Egipto, y mucho menos en China o el valle del Indo o entre los pantanos de Tehuantepec.
Sin embargo, Kemal también sabía que ese emplazamiento habría sido adecuado para que una civilización creciera en la tierra pantanosa del Canal Massawa. Aunque no había ríos suficientes desembocando en el Mar Rojo para llenarlo al mismo ritmo que el océano mundial, seguía habiendo ríos. Por ejemplo, el Zula, que todavía tenía agua incluso hoy, y que antaño cubría toda la llanura Massawa y desembocaba en el Mar Rojo, cerca de Mersa Mubarek. Y, a causa de las distintas pautas de lluvia de esa época, había un río grande y constante que procedía de la llanura Assahara. En la época de Kemal no era más que un valle seco por debajo del nivel del mar, pero entonces habría sido un lago de agua fresca alimentado por muchos arroyos y que se desbordaba por su punto más bajo en el canal Massawa. El río serpenteaba a lo largo de la lisa llanura Massawa, donde algunos afluentes se unían al Zula y otros se perdían hacia el este y el norte para formar varias desembocaduras en el Mar Rojo.
Así, fuentes de agua constantes alimentaban la zona. En la estación de las lluvias al menos el Zula traería nuevo limo para abonar el suelo, y en todas las estaciones los serpenteantes ríos de las llanuras habrían proporcionado un medio de transporte a través de las marismas. El clima era también cálido, con luz de sobra y una larga estación de siembras. Todas las civilizaciones primarias se habían desarrollado en un lugar así. No había ningún motivo para que una de ellas no lo hubiera hecho entonces.
Sí, era seis o siete mil años demasiado pronto. ¿Pero no era posible que la destrucción de la Atlántida hubiera convencido a los supervivientes de que los dioses no querían que los seres humanos se congregaran en ciudades? ¿No había atisbos de tendencia anticivilización en muchas de las antiguas religiones de Oriente Medio? ¿Qué era la historia de Caín y Abel, sino una expresión metafórica de la maldad del habitante de la ciudad, el granjero, el asesino de su hermano que es juzgado indigno por los dioses porque no lleva una vida trashumante con sus ovejas? ¿No podían aquellas historias haber circulado ampliamente en aquellos tiempos? Eso explicaría por qué los supervivientes de la Atlántida no habían comenzado inmediatamente a reconstruir su civilización en otro lugar: sabían que los dioses lo prohibían, que si construían de nuevo su ciudad serían destruidos de nuevo. Así que recordaron las historias de su glorioso pasado, y al mismo tiempo condenaron a sus antepasados y advirtieron a todo el mundo que conocían contra el peligro de unirse para construir una ciudad. Eso habría hecho que la gente anhelara un lugar así y lo temiera al mismo tiempo.
Hasta la aparición de Nimrod, un constructor de torres, un creador de Babel que desafió a la antigua religión, la vieja prohibición no sería superada y se alzaría otra ciudad, en otro valle fluvial muy lejos en el tiempo y el espacio de la Atlántida, pero recordando las viejas costumbres que habían sido memorizadas en las historias y, en lo posible, repitiéndolas. Construiremos una torre tan alta que no pueda ser cubierta por las aguas. ¿No enlazaba el Génesis el diluvio con Babel de esa misma forma, junto con la inflexible desaprobación de los nómadas hacia la ciudad? Ésta fue la historia que sobrevivió en Mesopotamia, el relato del comienzo de la vida urbana allí, pero con claros recuerdos de una civilización más antigua que había sido destruida en una inundación.
Una civilización más antigua. La edad dorada. Los gigantes que una vez recorrieron la Tierra. ¿Por qué no podrían todas aquellas historias estar recordando la primera civilización humana, el lugar donde fue inventada la ciudad? Atlántida, la ciudad de la llanura Massawa.
¿Pero cómo demostrarlo sin emplear el tempovisor? ¿Y cómo conseguir acceso a una de esas máquinas sin convencer primero a Vigilancia del Pasado de que la Atlántida estaba realmente en el Mar Rojo? Era un pez que se mordía la cola.
Hasta que pensó: «¿Por qué se forman en primer lugar las grandes ciudades? Porque hay obras públicas que hacer y requieren más de unas pocas personas que las realicen.» Kemal no estaba seguro de qué formas habrían tomado las obras públicas, pero sin duda habrían hecho algo que cambiara la superficie de la Tierra lo bastante para que las viejas grabaciones del TruSite I lo mostraran, aunque no se las pudiera advertir a menos que alguien las estuviera buscando.
Así, arriesgando su título, Kemal hizo a un lado el trabajo al que le habían asignado y empezó a estudiar las viejas grabaciones del TruSite I. Se concentró en el último siglo antes de que el Mar Rojo se inundara: no había ninguna razón para suponer que la civilización hubiera durado mucho antes de ser destruida. Y en unos pocos meses recopiló datos que eran irrefutables. No había diques y presas para impedir la riada: ese tipo de estructura habría sido lo bastante grande para que nadie lo hubiera pasado por alto en la primera ojeada. En cambio, había al parecer montones aislados de lodo y tierra que crecían entre las temporadas de las lluvias, sobre todo en los años más secos, cuando los ríos eran menos caudalosos que de costumbre. Para personas dedicadas a buscar sólo pautas climáticas, aquellos montones aleatorios y sin estructura no significarían nada. Pero para Kemal fueron muy obvios: en las aguas poco profundas, los atlantes construían canales para que sus botes pudieran continuar avanzando para comerciar de un sitio a otro. Los montones de tierra eran simplemente los vertederos del lodo que sacaban del agua. Ninguno de los botes aparecía en el TruSite I, pero desde que Kemal supo dónde buscar empezó a captar atisbos de casas de junco. Cada año, cuando llegaban las riadas, las casas desaparecían, así que sólo eran visibles durante un instante o dos en el TruSite I: frágiles estructuras de barro y junco que debían ser barridas cada estación y reconstruidas de nuevo cuando las aguas retrocedían. Pero estaban allí, rodeadas por los montículos que marcaban los canales. Platón tenía razón una vez más: la Atlántida creció alrededor de sus canales. Pero la Atlántida eran las personas y sus botes; los edificios eran barridos y reconstruidos cada año.
Cuando Kemal presentó sus hallazgos a Vigilancia del Pasado no tenía aún veinte años de edad, pero sus pruebas fueron tan impresionantes que le entregaron de inmediato no un tempovisor, sino la aún más nueva máquina TruSite II para que mirara bajo las aguas del Mar Rojo en el canal Massawa durante los cien años anteriores a la inundación. Descubrieron que Kemal estaba gloriosa, espectacularmente en lo cierto. En una época en que otros humanos estaban todavía formando partidas de caza y recolectando bayas, los atlantes plantaban amaranto y ballico, melones y grano en el rico aluvión de los ríos, y llevaban comida en cestas y en botes de junco de un lugar a otro. Lo único que Kemal había pasado por alto era que los edificios no eran casas, sino silos flotantes para el almacenaje de grano. Los atlantes dormían al raso durante la estación seca, y en la estación de las lluvias lo hacían en sus diminutos botes de junco.
Kemal entró en Vigilancia del Pasado y lo hicieron jefe del nuevo Proyecto Atlántida. Al principio le encantó el trabajo, porque, como Schliemann, podía buscar los orígenes de grandes eventos. Más importante fue cuando encontró a Noé, aunque tenía un nombre distinto: Yewesweder se llamaba cuando era niño, Naog al convertirse en adulto. En su prueba de masculinidad, este Yewesweder, alto ya para su edad, hizo el peligroso viaje al puente de tierra del Bab al Mandab para ver el «Mar de las Olas». Lo vio, sí, pero también vio que este brazo del Océano índico estaba sólo a unos pocos metros por debajo del nivel del recodo que marcaba la antigua línea costera del Mar Rojo antes de la última edad de hielo. Yewesweder no sabía nada de edades de hielo, pero sí que el nivel del banco de arena estaba a cientos de metros por encima de la llanura donde el «Mar Salado» (el retazo del Mar Rojo) se elevaba lentamente. El Mar de las Olas cortaba ya un canal que durante las tormentas lanzaba agua salada a varios lagos, desbordándose ocasionalmente y enviando un río de agua de mar al Mar Rojo. Pronto (en la próxima tormenta, o en la siguiente), el Mar de las Olas se abriría paso y todo un océano caería encima de la Atlántida.
Yewesweder decidió que se había ganado su nombre de hombre, Naog, el día en que hizo este descubrimiento, y de inmediato regresó a casa. Se había casado con una mujer de la tribu que vivía en el Bab al Mandab, y con gran dificultad ella le siguió hasta que no le quedó más remedio que llevarla a casa consigo. Cuando alcanzó la tierra de los derku, como los atlantes se llamaban a sí mismos, se enteró de que lo que le había parecido tan claro en las orillas del Mar de las Olas era tomado por una mentira disparatada por los ancianos de su clan, y de todos los clanes. ¿Una gran inundación? Tenían una inundación cada año, y simplemente la evitaban con sus botes. Si la inundación de Naog se producía, la evitarían también.
Pero Naog sabía que no sería posible. Así que empezó a experimentar con troncos atados juntos, y en cuestión de pocos años aprendió a construir una balsa con forma de caja y casa incluida que podría soportar las presiones de la inundación en la que sólo él creía. Otros advirtieron después de las riadas normales de la estación que esta caja estanca de madera seca era un barco superior. Al final, la mitad del grano y las bayas de su clan acabó almacenada en su arca. Otros clanes también construyeron barcos de madera, pero sin seguir las especificaciones exactas de Naog en lo referente a fuerza y resistencia al agua. Mientras tanto Naog era ridiculizado y amenazado por sus constantes advertencias de que toda la tierra quedaría cubierta por las aguas.
Cuando llegó la inundación, Naog lo supo con la necesaria antelación: el primer torrente en abrirse paso a través del Bab al Mandab hizo que el Mar Salado se elevara rápidamente, acumulándose en los canales del pueblo de los derku durante varias horas antes de que la presión del océano estallara, enviando una muralla de agua de docenas de metros de altura que barrió toda la cuenca del Mar Rojo. Para cuando la riada alcanzó el barco de Noé, la nave estaba preparada, con una carga de semillas y alimentos, junto con sus dos esposas, sus hijos pequeños, los tres esclavos que le habían ayudado a construirlo y las familias de los esclavos. Fueron sacudidos inmisericordemente por las turbulentas olas y el arca a menudo fue cubierta por el agua, pero aguantó, y al final llegaron a detenerse no lejos de Gibeil, en el extremo sur de la península del Sinaí.
Se dedicaron a labores de cultivo durante un breve espacio de tiempo en el valle de El Qa', a la sombra de las montañas del Sinaí, contándole a todos los que llegaban la historia del diluvio enviado por Dios para destruir a los indignos derku, y cómo este puñado de gente se había salvado sólo porque Dios había mostrado a Naog lo que pretendía hacer. Sin embargo, con el tiempo, Naog se convirtió en pastor transhumante, difundiendo su historia allá donde iba. Como esperaba Kemal, la historia de Naog, con su interpretación antiurbana, tuvo enorme influencia a la hora de impedir que la gente se congregara en grandes comunidades que pudieran convertirse en ciudades.
También había tina fuerte oposición a los sacrificios humanos en esta historia, pues el propio padre de Naog había sido sacrificado al dios cocodrilo de los derku cuando se encontraba en su prueba de madurez, y Naog creía que el motivo principal de que el poderoso dios de las tormentas y los mares hubiera destruido a los derku era su práctica de ofrecer víctimas vivas al gran cocodrilo que habían creado para representar a su dios cada año después de la estación de las crecidas. En cierto modo esta relación entre los sacrificios humanos y la construcción de ciudades fue desgraciada, porque cuando se volvió a habitar en ciudades muchas generaciones más tarde, a cargo de herejes que rechazaban la antigua sabiduría de Naog, los sacrificios humanos vinieron formando parte integrante del paquete. Pero a la larga Naog se salió con la suya, pues incluso aquellas sociedades que ofrecían sacrificios humanos a sus dioses sintieron que hacían algo oscuro y peligroso, y con el paso del tiempo los sacrificios humanos fueron considerados primero bárbaros y luego una atrocidad inenarrable en todas las tierras que fueron alcanzadas por la historia de Naog.
Kemal había encontrado la Atlántida; había encontrado el origen de Noé y Utnapishtim y Ziusudra. Su sueño de la infancia se había cumplido; había representado el papel de Schliemann y protagonizado el mayor de los descubrimientos. Lo que ahora le quedaba por delante era trabajo burocrático.
Se retiró del proyecto, pero no de Vigilancia del Pasado. Al principio simplemente picoteó en todos aquellos trabajos que esporádicamente empezaba; sobre todo se concentró en formar una familia. Pero poco a poco, a medida que sus hijos crecían, sus esfuerzos inconexos tomaron forma y se hicieron más intensos. Había encontrado un proyecto aún mayor: descubrir por qué surgió la primera civilización. En lo que a él se refería, todas las culturas del mundo antiguo después de la Atlántida dependían de aquella primera civilización. La idea de la ciudad estaba ya en los egipcios, los sumerios, los pueblos del Indo e incluso los chinos, porque la historia de la Edad Dorada de la Atlántida se había extendido por todas Panes.
La única civilización que creció de la nada, sin la leyenda de la Atlántida, estaba en las Américas, donde la historia de Naog no había llegado, excepto en las historias contadas por los pocos marinos que cruzaron la barrera del océano. El puente de tierra hacia América llevaba diez generaciones sepultado por las aguas antes de que la llanura del Mar Rojo fuera inundada a su vez. Pasaron diez mil años después de la Atlántida antes de que la civilización se alzara allí, entre los olmecas de las tierras pantanosas de las costas sur del Golfo de México. El nuevo proyecto de Kemal era estudiar las diferencias entre olmecas y atlantes y, al ver qué elementos tenían en común, determinar qué era en realidad la civilización: por qué surgía, en qué consistía y cómo los seres humanos se adaptaban a renunciar a la tribu y vivir en la ciudad.
Tenía poco más de treinta años cuando comenzó su proyecto Origen. Tenía casi cuarenta cuando las noticias del proyecto Colón le alcanzaron y acudió a Tagiri para ofrecerle todo lo que había aprendido hasta la fecha.
Juba era una de aquellas molestas ciudades donde los lugareños trataban de fingir que nunca habían oído hablar de Europa. El Nilo Rail llevó a Kemal a una estación tan moderna como cualquier otra, pero cuando bajó del tren se encontró en una ciudad de chozas de paja y cercas de barro, con caminos de tierra, niños desnudos corriendo y adultos apenas mejor vestidos. Si la intención era hacer que el visitante pensara que había retrocedido en el tiempo hasta el África primitiva, por un momento funcionaba. Las casas abiertas difícilmente podían tener aire acondicionado, y dondequiera que estuvieran situados su estación energética y sus colectores solares, Kemal no los vería. Y, sin embargo, sabía que estaban en alguna parte, y no muy lejos, igual que el sistema de purificación de agua y las antenas parabólicas. Sabía que estos niños desnudos iban a una escuela limpia y moderna y usaban los equipos informáticos más sofisticados. Sabía que las jóvenes de pechos desnudos y los jóvenes vestidos de cuero iban a algún lugar por la noche a ver los últimos vídeos, o a no verlos; a bailar, o a no bailar, la misma nueva música que estaba de moda en Recife, Madras y Semarang. Por encima de todo, sabía que en alguna parte (probablemente bajo tierra) estaba una de las principales instalaciones de Vigilancia del Pasado, que además albergaba el Proyecto Esclavitud y el Proyecto Colón.
¿Entonces por qué fingir? ¿Por qué convertir la vida en un perpetuo museo de una época en que la existencia era desagradable, brutal y breve? Kemal amaba el pasado tanto como cualquiera de sus coetáneos, pero no tenía ningún deseo de habitar en él, y a veces pensaba que era un poco enfermizo que toda aquella gente rechazara su propia época y criara a sus hijos como hombres primitivos. Pensó en cómo habría sido crecer como un turco primitivo, bebiendo leche de yegua fermentada o, peor, sangre de caballo, mientras habitaba un yurt y practicaba con la espada hasta ser capaz de cortar la cabeza de un hombre de un solo tajo, desde el caballo. ¿Quién querría vivir en tiempos tan terribles? Estudiarlos, sí. Recordar los grandes logros. Pero no vivir como esa gente. Los ciudadanos de Juba de doscientos años antes se habían deshecho de las chozas de paja y habían construido viviendas de estilo europeo tan rápidamente como les había sido posible. Ellos sabían. La gente que había tenido que vivir en chozas de paja no lamentaba dejarlas atrás.
Con todo, a pesar de la mascarada, eran visibles unas cuantas concesiones a la vida moderna. Por ejemplo, mientras esperaba en el pórtico de la estación de Juba, una joven llegó conduciendo una pequeña furgoneta.
—¿Kemal?—preguntó.
Él asintió.
—Soy Diko —dijo ella—. Tagiri es mi madre. ¡Lance la bolsa y vámonos!
El arrojó la bolsa a la pequeña zona de carga y luego se sentó junto a ella en el asiento delantero. Era una suerte que ese tipo de furgoneta, diseñada para trayectos cortos, no superara los treinta kilómetros por hora. De lo contrario estaba seguro de que se habría puesto a vomitar en un santiamén, Por la forma en que esa loca jovencita conducía por la desvencijada carretera.
—Mi madre no para de decir que tendríamos que pavimentar estas carreteras —dijo Diko—, pero entonces llega alguien y dice que el pavimento caliente quemará los pies de los niños y la idea se rechaza.
—Podrían llevar zapatos —sugirió Kemal. Hablaba simple con toda la claridad posible, pero aún no dominaba el idioma, y sus labios se atascaban cada vez que la furgoneta saltaba de bache en bache.
—Oh, bueno, parecerían tontos, completamente desnudos y con zapatillas puestas —rió ella.
Kemal se abstuvo de decir que ya parecían bastante tontos entonces.
Simplemente le acusarían de imperialismo cultural, aunque no era su cultura a la que se refería. Aquella gente, al parecer, vivía feliz del modo en que lo hacía. Aquellos a quienes les gustaba sin duda se mudaban a Jartún o Entebbe o Addis Abeba, que eran modernas y exageradas. Y tenía cierto sentido que la gente de Vigilancia del Pasado viviera en el pasado además de observarlo.
Se preguntó vagamente si usarían papel higiénico o puñados de hierba.
Para su alivio, la choza de paja donde Diko se detuvo era sólo el camuflaje de un ascensor que conducía a un hotel totalmente moderno. Diko insistió en llevarle la bolsa mientras le acompañaba a su habitación. El hotel subterráneo había sido excavado en la falda de un macizo rocoso que asomaba al Nilo, así que todas las habitaciones tenían ventanas y porches. Había aire acondicionado, agua corriente y un ordenador en la habitación.
—¿Todo bien? —preguntó Diko.
—Pensaba que iba a vivir en una choza de paja y aliviarme entre los juncos —dijo Kemal.
Ella se mostró abatida.
—Mi padre dijo que deberíamos ofrecerle la experiencia local completa, pero mi madre pensó que no la querría.
—Tu madre tenía razón. Sólo estaba bromeando. Esta habitación es excelente.
—Su viaje ha sido largo —dijo Diko—. Los Ancianos están ansiosos por hablar con usted, pero a menos que prefiera lo contrario, esperarán hasta mañana.
—Mañana será excelente —dijo Kemal.
Fijaron una hora. Kemal llamó al servicio de habitaciones v descubrió que disponía de un menú internacional estándar en vez de puré de gusanos y boñiga de vaca picante, o lo que fuera que hubiese en la cocina local.
A la mañana siguiente se encontró a la sombra de un gran árbol, sentado en una mecedora y rodeado de una docena de personas que estaban sentadas o en cuclillas sobre esteras.
—No puedo sentirme cómodo teniendo la única silla —dijo.
—Te dije que querría una estera —comentó Hassan.
—No —dijo Kemal—. No quiero una estera. Pero pensé que se sentirían más cómodos…
—Es nuestra costumbre —contestó Tagiri—. Cuando trabajamos con nuestras máquinas, nos sentamos en sillas. Pero esto no es trabajo. Es diversión. El gran Kemal pidió vernos. Nunca soñamos que estaría interesado en nuestros proyectos.
Kemal odiaba que le llamaran «el gran Kemal». Para él, ése era Kemal Ataturk, quien reconstruyó la nación turca tras la debacle del imperio otomano siglos atrás. Pero estaba cansado de dar ese discurso, y, además, le pareció que podría haber una chispa de ironía en la forma en que Tagiri lo dijo. Era hora de acabar con las pretensiones.
—No me interesan sus proyectos —dijo—. Sin embargo, parece que están ustedes capturando la atención de un número creciente de gente fuera de Vigilancia del Pasado. Por lo que he oído, están pensando en dar pasos que tendrían consecuencias de largo alcance, y sin embargo parecen basar sus decisiones sobre… información incompleta.
—Así que ha venido a corregirnos —dijo Hassan, enrojeciendo.
—He venido a decirles lo que sé y lo que pienso. No les pedí que convirtieran esto en una reunión pública. Habría preferido hablar con usted y con Tagiri a solas. O, si lo prefieren, me marcharé y dejaré que continúen en la ignorancia. Les he ofrecido lo que sé, y no veo ninguna necesidad de fingir que somos iguales en esos casos. Estoy seguro de que hay muchas cosas que ustedes conocen y yo no… pero yo no estoy intentando construir una máquina para cambiar el pasado, y por tanto no hay ninguna urgencia en aliviar mi ignorancia.
Tagiri se echó a reír.
—Es una de las glorias de Vigilancia, que quienes dirigen los proyectos importantes no usen la acicalada charla de los burócratas. —Se inclinó hacia adelante—. Atáquenos, Kemal. No nos avergüenza descubrir que podemos estar equivocados.
—Empecemos con la esclavitud —dijo Kemal—. Después de todo, es su especialidad. He leído alguna de las blandas y compasivas biografías y los estudios analíticos que han surgido de su proyecto, y tengo la impresión de que si pudiera encontraría a la persona que ideó la esclavitud y la detendría, para que ningún ser humano hubiera sido comprado o vendido en este planeta. ¿Tengo razón?
—¿Está diciendo que la esclavitud no fue un mal redomado? —preguntó Tagiri.
—Sí, eso es lo que estoy diciendo. Porque están mirando la esclavitud desde el punto equivocado… desde el presente, cuando la hemos abolido. Pero en el principio, cuando empezó, ¿no se les ha ocurrido que era infinitamente mejor que aquello a lo que sustituyó?
La capa de cortés interés de Tagiri estaba claramente desapareciendo.
—He leído sus observaciones sobre el origen de la esclavitud.
—Pero no le impresionan.
—Es natural, cuando se hace un gran descubrimiento, asumir que tiene implicaciones más amplias de las que en realidad tiene. Pero no hay ningún motivo para pensar que la esclavitud humana se originó exclusivamente en la Atlántida, como sustituto de los sacrificios humanos.
—Sin embargo, yo nunca he dicho eso —replicó Kemal—. Mis oponentes dijeron que yo lo había dicho, pero pensaba que habría leído usted con más atención.
Hassan intervino, tratando de mostrarse suave y convincente a la vez.
—Me parece que esto está convirtiéndose en algo demasiado personal. ¿Ha venido hasta aquí, Kemal, para decirnos que somos estúpidos? Podría haberlo hecho por correo.
—No. He venido a que Tagiri me diga que tengo una necesidad patológica de pensar que la Atlántida es la causa de todo.
Kemal se levantó de la silla, se dio la vuelta, la cogió y la arrojó.
—¡Denme una estera! ¡Dejen que me siente con ustedes y les cuente lo que sé! Si después quieren rechazarlo, adelante. ¡Pero no me hagan perder el tiempo ni el suyo defendiéndose o atacándome!
Hassan se levantó. Por un momento Kemal se preguntó si iba a golpearle. Pero entonces Hassan se agachó, recogió su esterilla del suelo y se la ofreció.
—Bien —dijo—. Hablemos.
Kemal tendió la estera y se sentó. Hassan compartió la esterilla de su hija, en la segunda fila.
—La esclavitud. La gente ha sido esclavizada de muchas maneras. Los siervos estaban esclavizados a la tierra. Las tribus nómadas adoptaban ocasionalmente a cautivos o extranjeros y los convertían en miembros de segunda clase de la tribu, sin libertad para marcharse. La caballería se originó como una especie de mafia dignificada, a veces incluso como un negocio de protección, y en cuanto aceptabas a un señor estabas bajo su mando. En algunas culturas, los reyes depuestos eran mantenidos en cautividad, donde tenían hijos, y nietos, y tataranietos también cautivos, sin hacerles daño nunca, pero sin derecho a marcharse. Poblaciones enteras han sido conquistadas y obligadas a trabajar para señores extranjeros, pagando tributos insufribles a sus amos. Los saqueadores y los piratas demandaban rescate por sus rehenes. Las personas hambrientas se han plegado al servicio. Los prisioneros han sido obligados a trabajos involuntarios. Esos tipos de sumisión han aparecido en muchas culturas humanas. Pero nada de eso es esclavitud.
—Según la definición exacta, así es —dijo Tagiri.
—La esclavitud consiste en convertir un ser humano en propiedad. Cuando una persona puede comprar y vender, no sólo el trabajo de alguien, sino su cuerpo, e incluso los hijos que tuviera. Propiedad heredable, generación tras generación. —Kemal los miró, contempló la frialdad todavía visible en sus rostros—. Sé que todos lo saben. Pero lo que parece que no advierten es que la esclavitud no fue inevitable. Fue inventada, en un momento y un lugar específicos. Sabemos cuándo y dónde fue convertida en propiedad la primera persona. Sucedió en la Atlántida, cuando una mujer tuvo la idea de poner a trabajar a los cautivos que iban a ser sacrificados, y entonces, cuando el más valioso estaba a punto de serlo, pagó a los ancianos de su tribu para librarlo permanentemente del ara de las víctimas.
—Eso no es exactamente esclavitud —dijo Tagiri.
—Fue el principio. La práctica se extendió rápidamente, hasta que se convirtió en la razón principal para saquear a otras tribus. Los derku comenzaron a comprar directamente cautivos a los saqueadores. Y empezaron a intercambiar esclavos entre sí y finalmente a comprarlos y venderlos.
—Vaya logro —dijo Tagiri.
—El hecho de que los esclavos hicieran el trabajo de los ciudadanos excavando los canales y plantando y atendiendo las cosechas está en la base de la ciudad. La esclavitud fue el motivo por el que pudieron permitirse el tiempo libre para desarrollar lo que entendemos por civilización. La esclavitud les resultó tan beneficiosa que los hombres santos de los derku no tardaron en descubrir que el dios dragón ya no quería sacrificios humanos, al menos durante un tiempo. Eso significó que todos sus cautivos pudieran ser convertidos en esclavos y puestos a trabajar. No fue ningún accidente que cuando la gran inundación destruyó a los derku, la práctica de la esclavitud no muriera con ellos. Las culturas cercanas ya la habían emprendido, porque funcionaba. Fue la única manera descubierta hasta entonces de encontrar utilidad al trabajo de los extranjeros. Todos los otros ejemplos de esclavitud genuina que hemos encontrado pueden remontarse a aquella mujer derku, Nedz-Nagaya, cuando pagó para impedir que un cautivo útil fuera arrojado al cocodrilo.
—Construyámosle un monumento —dijo Tagiri. Estaba muy enfadada.
—El concepto de comprar y vender personas fue inventado sólo entre los derku —dijo Kemal.
—No tenía que haber sido inventado en ninguna parte —respondió Tagiri—. El hecho de que Agafna construyera la primera rueda no significa que alguien más no hubiera construido otra más tarde.
—Al contrario. Sabemos que la esclavitud, el comercio con seres humanos, no fue descubierto en el único lugar donde los derku no tuvieron influencia —dijo Kemal. Hizo una pausa.
—América —repuso Diko.
—América —dijo Kemal—. Y en el lugar donde las personas no se concebían como propiedad, ¿qué tenían?
—Había muchos lazos de esclavitud en América —dijo Tagiri.
—De otras clases. Pero los humanos como propiedad, los humanos como valor monetario… no los hubo allí. Y ésa es una de las cosas que más le agradan de su idea de detener a Colón. Preservar el único lugar de la Tierra donde la esclavitud no se desarrolló nunca. ¿Tengo razón?
—Ése no es el objetivo principal de investigar a Colón —dijo Tagiri.
—Creo que deben revisar su trabajo —dijo Kemal—. Porque la esclavitud fue un sustituto directo del sacrificio humano. ¿Me está diciendo que prefiere la tortura y el asesinato de cautivos, como lo practicaban los mayas, los iroqueses y los caribes? ¿Le parece eso más civilizado? Después de todo, esas muertes se ofrecían a los dioses.
—Nunca me hará creer que hubo un intercambio equilibrado, esclavitud por sacrificio humano.
—No me importa si lo cree o no. Admita la posibilidad. Admita que hay algunas cosas peores que la esclavitud. Admita que tal vez nuestro conjunto de valores es tan arbitrario corno los de otras culturas y que trata de revisar la historia para hacer que sus valores triunfen en el pasado además de en el presente y en el futuro…
—Imperialismo cultural —dijo Hassan—. Kemal, es raro que pase una semana sin que tengamos esa discusión entre nosotros. Y si propusiéramos retroceder en el tiempo e impedir que esa mujer derku inventara la esclavitud, su argumento sería válido. Pero no tratamos de hacer nada por el estilo. ¡Kemal, no estamos seguros de que queramos hacer nada! Sólo tratamos de averiguar lo que es posible.
—Es tan ridículo que causa risa. Sabían desde el principio que iban a por Colón. Que iban a detenerlo. Y, sin embargo, parecen olvidar que junto con el mal que los europeos llevaron al mundo, también despreciarán lo bueno. Medicina útil. Agricultura productiva. Agua limpia. Energía barata. La industria que nos proporciona el placer de tener esta reunión. Y no se atrevan a decirme que todos los dioses de nuestro mundo moderno habrían sido inventados de todas formas. Nada es inevitable. Están renunciando a demasiado.
Tagiri se cubrió el rostro con las manos.
—Lo sé —dijo.
Kemal esperaba oposición. ¿No le había estado mirando con mala cara todo el tiempo? Se quedó sin habla por un instante.
Tagiri retiró las manos de su rostro, pero continuó mirando su regazo.
—Todo cambio tendría un coste. Y sin embargo, no cambiar nada también lo tiene. Pero no es decisión mía. Pondremos todos nuestros argumentos ante el mundo. —Alzó la cara para mirar a Kemal—. Para usted es fácil estar seguro de que no deberíamos hacerlo. No ha visto sus rostros. Es usted un científico.
Kemal tuvo que reírse.
—No soy un científico, Tagiri. Sólo soy otro como usted… alguien a quien a veces se le mete una idea en la cabeza y no puede librarse de ella.
—Está bien —dijo Tagiri—. No puedo dejarlo estar. De algún modo, cuando acabemos con toda nuestra investigación, si tenemos una máquina que nos permita tocar el pasado, habrá algo que podamos hacer y merezca la pena, algo que responderá al… ansia… de una anciana que soñó.
—Se refiere a la oración —dijo Kemal.
—Sí —respondió ella, desafiante—. La oración. Hay algo que podemos hacer para mejorar las cosas. De algún modo.
—Veo entonces que no estamos hablando de ciencia.
—No, Kemal, y nunca he dicho que así fuera. —Ella sonrió con tristeza—. Fui formada, ya ve. Se me dio la carga de contemplar el pasado como si fuera una artista. Ver si se le podía dar una nueva forma. Una forma mejor. Si no se puede, entonces no haré nada. Pero si se puede…
Kemal no esperaba tanta franqueza. Esperaba encontrarse con un grupo de gente dedicada a una loca obsesión. Pero lo que encontraba en cambio era dedicación, sí, pero ninguna obsesión, y por tanto ninguna locura.
—Una forma mejor —dijo—. Eso lo reduce todo a tres preguntas. Primera, si la forma es mejor o no… una pregunta que es imposible de contestar excepto con el corazón, pero al menos tiene usted el sentido de no confiar en sus propios deseos. Y la segunda pregunta es si resulta técnicamente posible… si podemos diseñar una máquina que cambie el pasado. Eso es cosa de los físicos y matemáticos e ingenieros.
—¿Y la tercera pregunta? —dijo Hassan.
—Si se puede determinar exactamente qué cambio o cambios deben hacerse para conseguir exactamente el resultado que desean. Quiero decir: qué van a hacer, ¿enviar un abortivo al pasado y echarlo en el vino de la madre de Colón?
—No —respondió Tagiri—. Tratamos de salvar vidas, no de asesinar a un gran hombre.
—Además —dijo Hassan—, como usted mismo ha dicho, no queremos detener a Colón si al hacerlo empeoramos el mundo. Es la parte más complicada de todo el problema: ¿cómo podemos suponer qué habría pasado si Colón no hubiera descubierto América? Eso es algo que el TruSite II no puede mostrarnos todavía, lo que podría haber sucedido.
Kemal contempló a las personas que se habían congregado allí, y advirtió que se había equivocado por completo con ellos. Estaban más decididos que él a no cometer ninguna tontería.
—Es un problema interesante —dijo.
—E imposible —repuso Hassan—. No sé si esto le hará feliz, Kemal, pero nos ha ofrecido nuestra única esperanza.
—¿Cómo es eso?
—Su análisis de Naog. Si hay alguien que fue como Colón en toda la historia, ése fue él. Cambió la historia por pura fuerza de voluntad. El único motivo por el que se construyó su arca fue por su firme determinación. Luego, como su barco lo transportó durante el Diluvio, se convirtió en una figura de leyenda. Y como su padre fue víctima del breve retorno de los derku a los sacrificios humanos justo antes del Diluvio, le contó a todo el que quisiera escuchar que las ciudades eran malas, que los sacrificios humanos eran un crimen imperdonable, que Dios había destruido un mundo a causa de sus pecados.
—Si también le hubiera dicho a la gente que la esclavitud era mala… —dijo Diko.
—Les dijo lo contrario —contestó Kemal—. Era un ejemplo viviente de lo beneficiosa que podía ser la esclavitud. Porque conservó a su lado toda su vida a los tres esclavos que le construyeron el barco, y todos los que llegaron a conocer al gran Naog vieron cómo su grandeza dependía de la propiedad de esos tres hombres. —Se volvió hacia Hassan—. No veo cómo el ejemplo de Naog pudiera inspirarles algún tipo de esperanza.
—Porque un hombre, solo, reformó el mundo —respondió Hassan—. Y usted vio exactamente dónde se encaminó hacia esos cambios. Descubrió el momento en que se encontró a la orilla del nuevo canal que estaba siendo abierto en el Bab al Mandab, contempló el trazo de la antigua costa y advirtió lo que iba a suceder.
—Fue fácil de encontrar —dijo Kemal—. Se dirigió inmediatamente a casa, y le explicó a su esposa exactamente lo que había pensado y cuándo lo había hecho.
—Sí, bueno, eso es sin duda más claro que nada de lo que hayamos encontrado con Colón. Pero nos da la esperanza de que podamos encontrar ese momento. El acontecimiento, el pensamiento que le hizo volverse hacia el oeste. Diko encontró el momento en que decidió ser un gran hombre. Pero no hemos encontrado el punto en que se volvió tan inflexiblemente monomaniaco en lo de viajar hacia el oeste. Sin embargo, a causa de Naog, todavía tenemos esperanza de hallarlo algún día.
—Pero si lo he descubierto ya, padre —dijo Diko.
Todos se volvieron hacia ella. Diko pareció cohibirse.
—O al menos creo que lo he hecho. Pero es muy extraño. Estuve trabajando en ello anoche. Es tan tonto, ¿no? Pensé que sería magnífico si lo encontrara mientras… mientras Kemal estaba aquí. Y entonces lo hice. Creo.
Nadie dijo nada durante un largo instante. Hasta que Kemal se puso en pie y dijo:
—¿A qué estamos esperando aquí? ¡Enséñanoslo!