Me despierto... Reina una luz cegadora en la habitación. Cierro nuevamente los ojos; en mi cabeza hay un humo asfixiante y ácido, como un vapor venenoso. Y a través de la niebla se abre paso una idea: «Pero si no he encendido la luz... ¿Por qué pues?...», y me incorporo sobresaltado. En la mesa veo a I, sentada, apoyando la barbilla en la mano, mirándome con la burla escrita en sus ojos...
Ahora estoy sentado en esta mesa y escribo. Los diez o quince minutos que ella estuvo aquí han transcurrido, han pasado desde ya hace mucho, pero aún me parece que ahora mismo se ha acabado de cerrar la puerta y que aún me sería posible darle alcance. La cogería de la mano... y... tal vez se pondría a reír, diciendo... pero...
l estaba sentada junto a la mesa, efectivamente. Me levanté de un salto:
— ¡Tú... tú! Fui a... ¡He visto tu habitación..., pensaba que estarías!...
A medio camino creía estrellarme contra sus pestañas puntiagudas e inmóviles. Me detuve. Me acordé de que en el Integral me había mirado del mismo modo. Por eso creí necesario tener que contárselo todo inmediatamente, pero de modo que me creyese.
— Escucha, I, quiero explicarte, contártelo todo. Pero déjame tomar antes un sorbo de agua.
Mi boca estaba tan reseca que parecía forrada con papel secante. La llené de agua pero no me pasaba por la garganta. Dejé el vaso encima de la mesa y agarré la garrafa con ambas manos.
Entonces me di cuenta de que el humo azulado provenía del cigarrillo que había entre sus dedos. Ella sorbió largamente y dijo:
— Dejémoslo. Calla. Además, ¿qué importa? Ya ves que, a pesar de todo, he venido. Abajo me están esperando, solamente disponemos de diez minutos.
Echó el cigarrillo al suelo y se subió en el sillón con los pies encima del respaldo (allá, en la pared estaba el botón, difícil de alcanzar) hasta el extremo, de que el sillón se balanceó sobre dos de sus patas solamente. Y se corrieron los cortinajes.
Luego se me acercó, acurrucándose en mi pecho, pegándose a mi cuerpo. El contacto de sus rodillas era como un dulce veneno que me hacía olvidar todo... Y de repente... Seguramente le habrá ocurrido también a usted algún día: sumido en profundo sueño, uno se sobresalta, se incorpora y está totalmente consciente de sí. Así me sucedía ahora: pensé en la letra F y en cierta cifra..., cualquiera... Todo esto se me acumuló ahora como una masa en el interior. Ni siquiera ahora puedo decir qué sensación era aquélla, pero de todos modos la apreté tanto contra mi pecho que exhaló un grito de dolor.
Un solo minuto después, su cabeza se encontraba encima de la almohada blanca... con sus ojos cerrados. Aquello me arrastraba a recordar todo el tiempo algo que bajo ningún concepto debía de afirmárseme claramente. La acariciaba cada vez con mayor vehemencia, cada vez con más pasión y cada vez se destacaban más claras y azules las marcas que dejaban mis dedos...
Sin abrir los ojos me dijo:
— He oído decir que has estado con el Protector. ¿Es cierto?
— ¡Sí, es cierto!
Abrió los ojos y observé con alegría que su rostro palidecía y se apagaba hasta desaparecer. Solamente los ojos seguían vivos. Se lo conté todo. No, algo le callé... No sé por qué. No, no es verdad, sí que sé... por qué le silencié lo que Él había dicho al final; que me necesitaban porque soy el constructor del Integral.
Muy lentamente, al igual que una placa fotográfica en el revelador, su rostro volvió a adquirir forma; sus mejillas, la estrecha y blanca franja de sus dientes, sus labios. Se levantó y fue hacia el armario de luna. Mi boca estaba reseca. Eché agua en el vaso, pero no me sentía capaz de beber un solo sorbo. Dejé el vaso encima de la mesa y pregunté:
— ¿Has venido solamente porque querías enterarte de todo?
A través del espejo pude observar sus cejas irónicamente enarcadas. Se volvió, quiso decir algo, pero lo pensó mejor. Aun así, me di cuenta.
¿Tenía que decirle adiós? Hice un gesto: las piernas no me obedecían, se me doblaban. Tropecé con la silla... ésta cayó y allí se quedó como si hubiera muerto. Sus labios estaban como el hielo... tan helado como había estado yo una vez sentado sobre el pavimento de mi habitación, aquí al lado de la cama.
Cuando se hubo marchado, me acurruqué en el suelo, inclinándome por encima de la colilla de aquel cigarrillo abandonado...