19. Muere, Tarl Cabot

Recuperaría mi espada, y podría buscar a Misk, cuya seguridad me inspiraba temor.

Fuera de eso, no tenía un plan definido.

Pasé una noche inquieta, tendido sobre el musgo. Por la mañana, después de la primera comida, Sarm entró en el compartimento de Misk, donde yo lo esperaba. Vi sorprendido que iba coronado por una diadema aromática de hojas verdes, la primera planta verde que había visto en el Nido. Alrededor de su cuello colgaba, además del invariable traductor, un collar aparentemente formado por adornos, pedacitos de metal, algunos huecos y redondeados, otros puntiagudos, otros afilados. Vi también que todo él estaba impregnado de ungüentos de fragancias penetrantes.

—Es la Fiesta de Tola... La Fiesta del Vuelo Nupcial —explicó Sarm—. Hoy es un día apropiado para que realices tu trabajo. ¿Estás listo?

—Sí —contesté.

—Bien —dijo Sarm y se acercó a uno de los altos gabinetes de la cámara de Misk; después de tocar un botón la puerta del gabinete se abrió. Aparentemente, Sarm estaba familiarizado con el compartimento de Misk. Del interior del gabinete Sarm extrajo el cinturón de mi espada, la vaina y la hoja de acero goreano que había entregado antes por pedido de Misk.

Calculé la distancia existente entre mi persona y Sarm, y me pregunté si podría alcanzarlo y matarlo antes de que accionara sus mandíbulas o los filos formidables de las patas delanteras. ¿Dónde había que herir a un Rey Sacerdote?

Advertí, sorprendido, que Sarm se inclinaba hacia la puerta del compartimento del que había extraído mi espada. Atacó el borde interior del gabinete con uno de los objetos metálicos de su collar.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté.

—Me aseguro —dijo Sarm— de que nadie volverá a guardar tu espada en este compartimento. Soy tu amigo.

—Me alegro de tener un amigo como tú —comenté. Era evidente que el compartimento estaba siendo modificado de tal modo que a simple vista todos comprendiesen que había sido violado.

—¿Por qué —pregunté— estás adornado de ese modo?

—Es la Fiesta de Tola —contestó Sarm—, la Fiesta del Vuelo Nupcial.

—¿Dónde conseguiste esas hojas verdes? —pregunté.

—Las cultivamos en cámaras especiales —contestó Sarm—. En la Fiesta de Tola todos los Reyes Sacerdotes las usan en recuerdo del Vuelo Nupcial, porque éste se realiza a la luz del sol, cuando la superficie está cubierta de verde.

Las patas delanteras de Sarm tocaron los metales que colgaban de su cuello. —También estos objetos —dijo— tienen importancia.

—Son un adorno —sugerí— en honor de la Fiesta de Tola.

—Más que eso —dijo Sarm—, míralos bien.

Me acerqué a Sarm y contemplé los pedazos de metal. Algunos me parecieron cucharas huecas, otros escoplos y otros cuchillos.

—Son herramientas —dije.

—Hace mucho —dijo Sarm—, en ciertos nidos que existieron antaño, en tiempos que tú ni siquiera imaginas, con estos pequeños objetos mi pueblo comenzó el viaje que con el tiempo condujo a los Reyes Sacerdotes.

—Pero, ¿qué me dices de las modificaciones de la red ganglionar? —pregunté.

—Estas cosas —dijo Sarm— quizá incluso son más viejas que las modificaciones de la red. Es posible que de no ser por ellas y las modificaciones que introdujeron en la antigua forma de vida nuestra especie no hubiera podido perpetuarse.

—En ese caso —dije con cierta malicia—, contrariamente a tu sugerencia de ayer, esos minúsculos pedazos de metal, y no las modificaciones de la red ganglionar, son la verdadera y real fuente del poder de los Reyes Sacerdotes.

Las antenas de Sarm se movieron, irritadas.

—Tuvimos que hallarlas y usarlas, y después reproducirlas —dijo Sarm.

—Pero es posible que existieran antes de la modificación de la red —le recordé.

—El asunto no está aclarado —contestó Sarm.

—Sí, imagino que así es.

Los bordes afilados de Sarm emergieron y luego desaparecieron.

—Muy bien —dijo Sarm—, la verdadera fuente del poder de los Reyes Sacerdotes reside en las micropartículas del universo.

—De acuerdo —dije.

Me complacía ver que únicamente con mucho esfuerzo Sarm conseguía controlarse. Todo su cuerpo parecía temblar de cólera. Oprimió una contra otra las patas delanteras, para impedir que las proyecciones afiladas emergieran espontáneamente.

—A propósito —pregunté— ¿cómo se mata a un Rey Sacerdote?

Mientras decía estas palabras, descubrí que inconscientemente media la distancia que me separaba de Sarm.

—No será fácil con tu arma —dijo—, pero Misk no podrá resistirse, y tú podrás tomarte todo el tiempo que desees.

—¿Quieres decir que puedo hacer con él una simple carnicería?

—Ataca los nódulos cerebrales del tórax y la cabeza —dijo Sarm—. Probablemente no necesitarás más de medio centenar de golpes para llegar a los centros vitales.

Se me oprimió el corazón.

Desde el punto de vista práctico, ahora parecía que los Reyes Sacerdotes eran invulnerables a mi espada, aunque yo imaginaba que podía lesionarlos gravemente si les cortaba los vellos sensoriales de las patas, o el punto de unión del tórax y el abdomen, o los ojos y las antenas.

Entonces, se me ocurrió que debía existir algún centro vital no mencionado por Sarm, probablemente un órgano que bombeara los fluidos corporales de los Reyes Sacerdotes, algo parecido a nuestro corazón. Desde luego él no estaba dispuesto a suministrarme esa información. Por lo demás, yo no pensaba atacar a Misk, no sólo por el afecto que le tenía; incluso si hubiera pensado matarlo, no lo hubiera hecho como quien ataca a un enemigo a garrotazos, porque ésa no es la manera de actuar de un buen guerrero.

—¿Me acompañarás —pregunté— cuando vaya a matar a Misk?

—No —replicó Sarm—, porque es la Fiesta de Tola y debo dar Gur a la Madre.

—¿Qué significa eso? —pregunté.

—No es asunto que concierna a los humanos —replicó Sarm.

—Muy bien.

—Fuera —dijo Sarm— encontrarás un disco de transporte, y a los dos muls, Mul-Al-Ka y Mul-Ba-Ta. Te llevarán donde está Misk, y después te indicarán cómo eliminar el cuerpo.

—¿Y la joven? —pregunté.

—¿Vika de Treve?

—Por supuesto.

—Mul-Al-Ka y Mul-Ba-Ta te dirán dónde encontrarla.

—¿No es peligroso que los dos muls conozcan el asunto?

—No —dijo Sarm—, porque les he ordenado presentarse en las cámaras de disección después de terminado el trabajo.

Durante un momento permanecí callado, y me limité a mirar al Rey Sacerdote.

—Te deseo buena suerte —dijo Sarm—. Al cumplir esta misión, prestarás un gran servicio al Nido y a los Reyes Sacerdotes, conquistarás mucha gloria para ti, tendrás una vida de honor y riquezas, y serás el dueño de la esclava Vika de Treve.

—Sarm es muy generoso.

—Sarm es tu amigo —dijo el traductor del Rey Sacerdote.

Mientras me volvía para salir de la habitación pude ver cómo Sarm desconectaba el traductor con los apéndices de la pata derecha.

Alzó un tentáculo en lo que parecía un saludo benévolo y magnánimo, un augurio de buena suerte.

Alcé el brazo derecho, en actitud irónica, para retribuir el gesto.

A mi olfato, ahora alerta a las señales de los Reyes Sacerdotes y adiestrado por mi práctica con el traductor que Misk me había entregado, llegó cierto olor, cuyos ingredientes identifiqué sin dificultad. Era un mensaje muy sencillo, y por supuesto no lo emitió el traductor de Sarm. Decía: “Muere, Tarl Cabot”.

Sonreí para mis adentros, y salí de la habitación.

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