Siete — La mano del Controlador

Las dos ternas se movieron hacia adentro, sin salir de las grietas de la corteza en que se encontraban. Aproximadamente cada minuto, Denisse, una alta y morena mujer de la triada de Thanya, aparecía de pronto, echaba una rápida mirada y volvía a hundirse en la corteza.

—Contamos seis de ellos alrededor de la marca de la tribu —dijo Thanya—. Ropas oscuras. Quizá sean de la Mata Oscura.

—Intrusos en el árbol. —La voz de Sal era apremiante, alegre—. ¡Nunca hemos luchado contra invasores! Hace ya mucho tiempo, hubo ciudadanos que fueron expulsados cuando el motín… algunos mataron al Presidente, y el resto se fue con ellos. Quizá se establecieron en la Mata Oscura. Amotinados… Thanya, ¿qué clase de armas llevan?

—No hemos podido preguntárselo, ¿o debimos hacerlo? Denisse dice que vio cosas parecidas a flechas gigantes. Tampoco puedo decirte su sexo, pero uno de ellos no tenía piernas.

Giraron hasta alcanzar una grieta cubierta de cabellos canosos. Smitta habló.

—Seis de ellos, seis de nosotros, ¿podéis perder un poco de tiempo… enviando a alguien a buscar al grupo de Jeel?

Sal sonrió abierta y cruelmente.

—No.

—Y no —dijo Thanya, por su propio grupo.

Minya no dijo nada —la jefe de su grupo había contestado por ella—, pero sentía una alegría feroz. Lo mejor que podía haber ante ella era una buena lucha.

Denisse regresó de su siguiente reconocimiento. Su voz parecía totalmente calmada.

—Intrusos. Tenemos intrusos, trescientos metros hacia dentro y cien a babor, moviéndose hacia afuera. Por lo leños hay seis.

—Vayamos con cautela —dijo Thanya de repente—. le gustaría poder interrogar a uno de ellos. No sabemos lo que están buscando aquí.

—¿Ir con cuidado? Busquen lo que busquen, no es lada suyo.

Thanya volvió a sonreír.

—No somos un grupo negociador. Somos del Pelotón de Triuno. Vamos a ver.

Se abrieron camino a través de la corteza. Denisse volvió a levantar la cabeza, luego la bajó.

—Los invasores han encontrado la Mano del Controlador.

Limpiar el tronco de parásitos era una de las tareas del Pelotón de Triuno. Los hongos-abanico eran peligrosos para el árbol y, además, eran comestibles; pero uno que fuese grande y que tuviera un abanico perfecto tendría privilegios especiales. Lo habían encontrado veinte años antes, y lo habían dejado crecer todavía más. Minya sólo había oído hablar sobre la extraña mascota del pelotón. Apoyó la cabeza cuidadosamente en la corteza…

Estaban allí: hombres, mujeres, parecían completamente humanos.

—Más de seis. Ocho, nueve, vestidos como sucios civiles. Ropas rojas cubiertas de hollín, sin bolsillos… ¡están acuchillando el tallo! Están matando la Mano del Controlador…

Smitta chilló y se abalanzó a través de la corteza.

Sin mas. Sal gritó.

—¡Vamos a Gold! —y el Pelotón de Triuno se lanzó al combate contra los invasores.


El hongo-abanico brotaba del tronco como una inmensa mano, blanca, de uñas rojas. Su tallo, desproporcionadamente estrecho y de aspecto frágil si se contemplaba a distancia, era más ancho que el torso de Gavving. Lo estaba cortando con la daga. Jiovan hacía lo mismo al otro lado de la planta.

—Podremos bajarlo por el tronco —resopló Jiovan—, pero, ¿cómo vamos a hacer para llevarlo a través de la mata hasta los Comunes?

—Quizá no lo hagamos —dijo Clave—. Que vaya la tribu hasta el hongo. Que lo despedacen y se sirvan ellos mismos.

—Desgarrar primero el borde —dijo Merril.

El Grad se opuso.

—El Científico querría un poco de la parte roja.

—¿Quién lo probaría? Oh, de acuerdo, llévate un poco del borde para el Científico. Supongo que no necesitará mucho.

El tallo era resistente. Hacían algunos progresos, pero los brazos de Gavving estaban agotados. Se apartó, y Clave tomó su lugar. Gavving observó el profundo corte.

—¿Quizá lo habían debilitado ya lo suficiente?

Clavó una escarpia en la corteza y ató a ella la cuerda. Saltó hacia el hongo con toda la fuerza de sus piernas.

La gran mano se inclinó bajo su peso, luego volvió a su posición original y le arrojó hacia el cielo juguetonamente. Forcejeando, agarrándose a la cuerda, vio lo que los demás no habían podido ver por estar tan cerca del tronco.

—¡Fuego!

—¿Qué? ¿Dónde?

—Hacia afuera, quizá a medio klomter. No parece muy grande. —El sol estaba detrás de la mata exterior, dejando el tronco ligeramente en las sombras; vio un resplandor anaranjado dentro de una nube de humo, una llama vacilante con el rabillo del ojo. Tiró fuertemente de la cuerda antes de que su cerebro lo hubiese registrado todo… y un arpón en miniatura pasó silbando junto a su cadera.

Gritó.

—¡Comida de árbol! —No especificó demasiado—. ¡Arpones!

Jiovan estaba vacilante, indeciso; una punta afilada apareció por detrás de su omóplato. Clave empezó a propinar golpes en los hombros y las nalgas de sus ciudadanos para que se pusieran a cubierto. Algo se cernía en la distancia: una mujer, una fornida y pelirroja mujer ataviada de púrpura, con racimos de bolsillos que le llegaban de los pechos a las caderas, dándole la apariencia de una granulosa embarazada. Volvió a través del cielo mientras apartaba algo a empujones con las dos manos. Algo que resplandecía, una línea de luz.

Sus ojos se encontraron, y Gavving supo que aquello era un arma antes incluso de que la mujer lo soltara con un golpe. Se agarró a la corteza y giró. Algo llegó hasta él, una mancha diminuta, cayendo pesadamente en la corteza a lo largo de su espinazo: un miniarpón con las plumas grises y amarillas de un relámpago en el extremo final. Giró nuevamente para poner el hongo-abanico entre ellos.

Clave no estaba a la vista. Enemigos vestidos de púrpura deambulaban a lo largo del muro de corteza, gritando una incomprensible jerigonza y arrojando la muerte. La mujer pelirroja tenía un arpón atravesándole la pierna. Lo tronchó para quitárselo, lo tiró a un lado y buscó un blanco. Escogió el más fácil: Jiovan, que ni siquiera había intentado ponerse a cubierto. Jiovan se encontró con un segundo miniarpón atravesándole el pecho.

Usaban vainas surtidor. Un hombre delgado vestido de púrpura escogió a Gavving; este soltó su arpón y una cuerda chasqueó. El hombre gritó de rabia y abrió un vaina surtidor para intentar derribar a Gavving. Su otra mano hacía ondear un cuchillo de un metro de largo.

Gavving se apartó de su camino, empuñando su propio cuchillo, dando un fuerte tirón de la cuerda para ponerse a espaldas de su oponente. El hombre golpeó contra la corteza. Gavving estaba tras él antes de que se pudiera recobrar. Lanzó un tajo hacia la garganta del hombre. Dedos de fuerza inhumana le agarraron del brazo como los dientes de un pájaro-espada. Gavving cambió su objetivo y apuñaló el costado del hombre. ¡De prisa! La llave se aflojó.

El árbol se estremeció.

Gavving nunca lo había notado antes. Se estremeció como reacción. Vio que también se estremecía la gran muralla de corteza, y decidió que era el menor de sus problemas y buscó más enemigos.

La mujer pelirroja costeaba hacia el árbol no muy lejos de la parte exterior, ignorando la sangre que la empapaba los pantalones; tenía puesta la vista en el estremecido árbol. ¿Fuera de alcance? Gavving le lanzó un arpón intentando darle y se arrojó de cabeza detrás del gran hongo.

No era necesario. La había ensartado. Lo miró, horrorizada, y murió.

Los enemigos vestidos de púrpura se gritaban entre sí, voces que estaban sumergidas por un ascendente fondo de rugidos. Jiovan había muerto, con dos flechas emplumadas clavadas en el cuerpo. Jinny sujetaba un pequeño hongo-abanico frente a ella, con el arpón en la otra mano. El Grad dio vueltas para salir de una grieta de la corteza, vio lo que Jinny estaba haciendo y la imitó. Un miniarpón golpeó con un ruido sordo en el escudo de Jinny; apretando los dientes, Jinny se lanzó en la dirección en que había venido el proyectil, seguida por Jayan y el Grad.

Gavving tropezó en su propio arpón. La mujer muerta llegó hasta él, sacudiendo las piernas y los brazos. Una oleada de náuseas le arañó la garganta. Intentó soltar el arpón y se dispuso a examinar la peculiar arma brillante que todavía sujetaba la mano de la mujer. No tuvo tiempo para hacerlo.

El árbol se estremeció nuevamente. El bajo fondo de gruñidos continuaba, un sonido como de mundos desgarrándose. La corteza se deslizó bajo Gavving; el cadáver de la mujer pelirroja daba volteretas, se sacudía. Gavving gateaba buscando un punto de apoyo cuando alguien se acercó a él por un costado.

Cabellos oscuros, una cara hermosa, pálida y acorazonada… ropa púrpura. Gavving la clavó el arpón en los ojos.

—¡El fuego! —chilló Thanya—. ¡Puede dejarnos aislados de la mata! ¡Tendremos que atravesarlo! —Reventó vainas surtidor y empezó a volar por la corteza en vuelo rasante.

Minya la escuchó, pero no se detuvo. Smitta estaba muerta, y Sal estaba muerta, y había sido tan sólo un muchacho de los invasores quien había asesinado a ambas. Minya le siguió.

El chico vestía con ropa escarlata, la vestimenta de los ciudadanos; su rubio cabello era tan corto que se pegaba a su cabeza como un casco; su barba apenas era visible. Su cara tenía un rictus de miedo o de rabia asesina. Lanzó hacia ella una puñalada, echándose hacia atrás ante la propia estocada de contraataque de la espada de Minya, perdiendo el asidero en la corteza. Por un instante, Minya estuvo dispuesta a ir tras él. Atravesarlo, matarlo, por el honor del grupo de Sal, así que, ¡adelante!

Pero no había tiempo. Thanya tenía razón. El fuego podía dejarlas bloqueadas, atraparlas lejos de la Mata de Dalton-Quinn… y debía recobrar el arco de Sal. Minya giró y saltó hacia adelante, reventando una vaina surtidor para alcanzar mayor velocidad.

El cadáver de Sal flotaba libremente, su mano asiendo todavía el tesoro tribal. Detrás de Minya el joven rubio se agarró a la corteza para mantenerse firme y le arrojó la jabalina. Minya pateó para variar su curso y vio cómo el arma pasaba susurrando muy cerca. Se dio la vuelta al tiempo que una forma aparecía directamente frente a ella.

La forma era equívoca, inhumana. Por un momento, se congeló. Minya no tuvo tiempo de saber qué pasaba exactamente cuando un puño explotó en su rostro.


Gavving ignoró los aullidos de la mujer vestida de púrpura. Dos de ellas estaban huyendo, reventando vainas surtidor para arrastrarse hacia afuera a lo largo del tronco. Otro salto en zigzag a lo largo de la corteza. La mujer de cabello oscuro que había intentado matarle se estaba moviendo de costado, hacia donde se había encontrado Gavving… dejando el cadáver de una fornida mujer pelirroja asiendo un arco de metal plateado.

Merril apareció de un desgarrón de la corteza, frente a ella. El puño de Merril golpeó en la mandíbula de la desconocida con un sonido que Gavving pudo escuchar sobre sí…

…bajo sonido de desgarramiento que había estado ignorando mientras luchaba por su vida: un sonido como si el mismo cielo se fuera a desgarrar. Escuchó al Grad, chillando como un grillo, un sonido de pánico, palabras ahogadas por el rugido.

Pero a Gavving no le hacía falta escuchar. Sabía.


¡Clave! ¡Clave!

Clave surgió de una profunda oquedad y gritó:

—Preparado. ¿Qué necesitáis?

—¡Tenemos que saltar! —gritó el Grad—. ¡Todos nosotros!

—¿De qué estás hablando?

—¡El árbol se está desmontando! ¡Así es cómo sobreviven!

—¿Qué?

—¡Tenemos que saltar a cubierto!

Clave miró a su alrededor. Jiovan estaba muerto, flotaba atado a su cuerda, pero muerto. ¡El Grad colgaba en el cielo, amarrado! Gavving… Gavving se movía a través de la estremecida corteza, arrancando algo de un cadáver vestido de púrpura, siguiéndolo a lo largo del tronco. Jayan y Jinny no estaban a la vista. Alfin gruñía mientras veía desaparecer a sus enemigos entre la lejana nube de humo… Glory y Merril también vigilaban, sin creérselo.

Tomar una decisión. Ahora. No sabes demasiado, pero tienes que decidir. Tienes que ser tú, siempre tienes que hacerlo tú.

Gavving. Gavving y el Grad eran viejos amigos. ¿Sabría algo Gavving? Había capturado el arma de un invasor, y estaba muy lejos a lo largo del tronco… guiado por la comida que habían dejado cuando se encontraban detrás del hongo. Naturalmente, necesitaban comida si querían saltar del árbol.

Puede que la mente del Grad estuviera confusa. Pero Gavving confiaba en él… y todo pasaba como en otra ocasión: un fuego ardiente en el árbol, el tronco estremeciéndose y gimoteando, extranjeros matándoles y luego huyendo… En la mochila de Clave había vainas surtidor. Podría hacer regresar a sus ciudadanos cuando las cosas se hubieran calmado. Aulló:

—¡Grad! ¿Cuerdas en el árbol?

—¡Noooo! ¡Comida de árbol, no!

—De acuerdo. —Gritó por encima de aquel rugido que era como el fin del mundo—. ¡Jayan! ¡Jinny! ¡Glory, Alfin, Merril, saltad todos! Saltad para alejaros del árbol! ¡No os atéis!

Las reacciones fueron variadas. Merril le miró con fijeza, pensándolo bien, luego se empujó libremente. Glory sólo miraba. Jayan y Jinny emergieron de un escondite como un par de pájaros dispuestos a echar a volar. Alfin se agarraba a la corteza tenazmente. ¿Gavving? Gavving estaba intentando liberar una gruesa pata de carne de nariz-arma.

La corteza todavía se estremecía, el sonido llenaba el árbol y el cielo, los asesinos vestidos de púrpura no estaban a la vista por ninguna parte, y …no había nadie más allá del hongo-abanico. Clave saltó contra el tallo.

El hongo se inclinó bajo su peso, se desgarró y empezó a girar sobre ambos extremos. Clave clavó los dedos en el blanco hongo. La cosa acrobática pareció coger velocidad. Cada vez más deprisa, la corteza corría bajo el tambaleante hongo-abanico, cada vez más deprisa… Un viento abrasador le empujó y se fue antes de que pudiera tomar aliento.

No era posible. Desconcertado, Clave vio penachos de llamas retrocediendo en ambas direcciones. No era el árbol. Los ciudadanos pataleaban en el cielo. Hasta Alfin había saltado finalmente. Pero el árbol, ¿dónde estaba el árbol? Allí no había ningún árbol. Manojos de hongos giraban como en trineo alrededor de los cerrados puños de Clave, mientras este gritaba y se agarraba desesperadamente con los brazos alrededor del tallo. Estaban perdidos en el cielo.

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