Veintidós — El Árbol de los Ciudadanos

Las lecturas de Kendy empezaban a empañarse. Frustrantemente, las cámaras ventral y de popa del MAC funcionaban perfectamente. Tenía dos vistas excelentes de las estrellas y de la atmósfera del Anillo de Humo. El plasma derivaba como una corriente por la cámara dorsal, y Kendy vio las líneas espectrales de silicio y metales: los signos de que el casco del MAC estaba hirviendo ya. Habría cierta ablación, pero no más de la que se hubiera esperado cuando el MAC era nuevo.

Dentro de la cabina el contenido de CO2 estaba creciendo. El traqueteo parecía lo bastante fuerte como para ablandar la carne. Los pasajeros estaban sufriendo: bocas abiertas, pechos jadeantes. La temperatura era más alta de lo normal y seguía subiendo. Una barrosa silueta soltó sus bandas de seguridad y se tambaleó para colocar la ropa en otra parte. Kendy no podía conseguir lecturas médicas a causa de la creciente ionización, pero el piloto ya había estado anteriormente bajo una tensión terrible… Era difícil saber si el MAC iba a vivir o a morir. Kendy no estaba seguro de cuál de las dos opciones era de su preferencia.

Había desperdiciado una oportunidad.

El principio era simple y ya le había servido al Estado antes. Para favorecer la causa, un converso en potencia recibía la orden de cometer algún crimen obsceno. Después de aquello, no podría nunca repudiar la causa. A menos que admitiera que había cometido una abominación.

La advertencia también era simple. Uno nunca debe dar una orden hasta estar seguro de que va a ser obedecida.

Kendy estaba avergonzado y furioso. Había tratado de ganarse su lealtad ordenándoles una ejecución. ¡Y en vez de conseguirlo casi les había conducido al motín! Había tenido que echarse atrás amable, y rápidamente. No tendría oportunidad de recuperarse de aquello, pues la ionosfera ya estaba alzándose alrededor del MAC, cortando las comunicaciones. Sus lecturas médicas le decían que, de alguna manera, todavía estaban unidos a él. ¡No debía haberles forzado a hacerlo! No sabía lo suficiente como para adivinar lo que estaban ocultando.

Ya era tarde. Si ahora enviaba alguna corrección del curso que resultase letal, la ionización podría mutilarla. Si sobrevivían hablarían de un Kendy poderoso pero fácil de engañar, un Kendy que podía ser intimidado… Si morían… Kendy quedaría como una leyenda oculta en algún brumoso pasado.

La vista delantera era una desdibujada silueta de fuego mientras el MAC se hundía profundamente en la atmósfera. Había perdido hasta los sensores de la cabina…

Había una llama frente a ellos, de azul transparente, extendiéndose hacia los lados. El Grad sintió calor en la cara. Debían estar perdiendo aire nuevamente: el negro hielo que bordeaba la ventana arqueada se había convertido en lodo… lodo burbujeante. Se había equivocado. La masa de aire que ardía ante el arco estaba entrando. Había cosas que llegaban hasta ellos. Pequeñas cosas que quitaban la esperanza; aunque no les produjeran daño. Manchas de sangre que se volvían negros y se evaporaban. Los objetos más grandes podían ser evitados. Sus manos estrangulaban los brazos de la silla. Intentar dirigir el mac a través de aquello estaba resultando bastante complicado. La vista de Lawri conduciendo producía horror. Desde su rígida postura, marcada la mandíbula y los dientes apretados, Lawri parecía a punto de empezar a chillar histéricamente. Sus manos se cernían como garras, extendidas, abiertas, pulsando súbitamente los guiones azules. Las propias manos del Grad se crisparon cuando Lawri fue demasiado lenta como para ver el peligro.

Todas las sillas estaban ocupadas. Los ciudadanos habían objetado en contra, pero el Grad se había limitado a gritar hasta que lo consiguió; el cadáver de Horse fue amarrado a los utensilios de la carga; Mark, el hombre de plata de espaldas, aseguraba las ataduras de la carga con su fuerza anormal; Clave junto a él, jurando que su propia fuerza era suficiente; todos estaban atados a sus asientos lo que les daba cierta protección, incluso los gigantes de la jungla se enfrentaban al empuje desde la proa. La reentrada no era como cuando se usaba el motor principal. Era como un ataque. El aire intentaba despedazar el mac en fragmentos de ardiente materia estelar.

Lawri había pasado media vida en el mac. Ella podía hacerlo mejor que el Grad, así que insistió, con toda razón. El Grad se agarró a los brazos de la silla y esperó a estrellarse como un escarabajo.

El mac caía hacia adentro y hacia el este. Los árboles integrales se veían en escorzo… cuatro pares de puntos verdes, difíciles de ver… Lawri los vio: propulsores encendidos. Un trozo de pelusa verde, con la muerte por delante… Lawri encendió los propulsores de babor… el mac giró lentamente, estremeciéndose como el aire inflamado que volaba por la parte exterior de la nariz. Los propulsores delanteros: el mac se echó hacia atrás, también lentamente, mientras la pelusa se hinchaba hasta convertirse en una jungla que se aproximaba.

A popa, un gruñido de dolor. Clave había perdido el equilibrio y se había golpeado. El hombre de plata lo estaba sujetando, apoyándole una mano sobre el pecho.

El Grad vio pájaros y flores escarlatas antes de que la jungla quedara atrás. Lawri colocó de nuevo la proa hacia adelante. Un estanque de un klomter de diámetro desapareció cuando lo golpearon; goterones de niebla resonaron en el casco como una miríada de pequeños carrillones mientras lo atravesaban. Había más escombros que nunca.

Y les impedían moverse a la velocidad deseada.

Algo, como una red verde, les cerraba el paso. Podía haber sido una caída en el medio de un árbol integral con la mata en estado salvaje, el follaje esparciéndose como bruma, el tronco rematado por una inflamada protuberancia. Pequeños pájaros trinaban en las delgadas ramas. Los pájaros espada se cernían en los bordes. El Grad nunca había visto nada como aquella planta… y Lawri se estaba acercando a ella.

—¿Lawri? —dijo el Grad.

—Se acabó —dijo—. Maldita sea, estoy cansada. Toma los controles, Jeffer.

—Ya los tengo. Relájate.

Lawri se frotó los ojos con fuerza. El Grad tocó guiones azules para ralentizar el mac. Un toque con la punta de los dedos bajó a la temperatura normal el calor de la cabina. La cabina ya estaba tibia. Si hubiera mantenido el frío letal al entrar en la atmósfera, podrían haber sido asados.

El Grad volvió la vista atrás, hacia sus pasajeros. Quedaban seis miembros de la Tribu de Quinn. Un total de doce miembros para formar una nueva tribu…

—Hemos vuelto —dijo—. No sé exactamente adonde. ¿Estamos todos vivos? ¿Alguien necesita ayuda médica?

—¡Lawri! ¡Lo has conseguido! —dijo Merril riéndose nerviosamente—. ¡Viviremos lo bastante como para pasar sed!

—Tenemos muy poco combustible y no queda agua —dijo el Grad—. Habrá que buscar un estanque. Y construir un hogar.

—Abre las puertas —intervino Jayan. Se soltó las correas y se dirigió hacia la popa, con Jinny tras ella.

—¿Por qué?

—Horse.

—…De acuerdo. —Abrió la esclusa de aire a una brisa ligera de olor fresco, limpio, maravilloso. ¡El aire del mac apestaba! Era rancio, con la hediondez del alimento de árboles, del miedo y de la carne recalentada y también del aliento de muchas personas respirando unas en la cara de las otras. ¿Por qué nadie lo había notado?

Las gemelas aflojaron el cadáver de sus ataduras, poniendo cara de desagrado al tocarle. Lo arrastraron a través de las puertas. El Grad esperó mientras las chicas tiraban tras él los huesos del pájaro salmón.

Luego encendió los motores. Si me encuentro con tu fantasma, ni siquiera me reconocerá. ¿Cómo voy a decirle que lo siento? Nunca hay que usar el motor principal a menos que… Horse se hacía muy pequeño en el cielo.


El estanque era grande, y giraba demasiado deprisa como para adquirir una forma lenticular, tan deprisa que expulsaba estanques más pequeños. El Grad eligió uno de los satélites menores, no mayor que el propio mac. Dejó que el mac derivase hacia adelante, hasta que la ventana arqueada tocó la esfera color de plata.

Lo que pasó entonces lo dejó sin aliento. Se encontró mirando dentro del estanque. Había cosas que respiraban en el agua con la forma de largas lágrimas con alas diminutas, moviéndose a través de un laberinto de filamentos verdosos. Encendió los reflectores de proa, y el agua brilló. Allí había una jungla, y aleteantes pájaros acuáticos se lanzaban en oleadas entre las plantas.

Lawri le volvió a la realidad.

—Vamos, Jeffer. Nadie más sabe lo que hay que hacer. Elige a dos amotinados con buenos pulmones.

El Grad la siguió hasta la popa y no preguntó nada sobre lo de los pulmones hasta que él mismo se lo imaginó.

—Clave, Anthon, necesitamos músculos. Tomad las calabazas. Mejor que pulmones. Científico.

—Calabazas, excelente. Si estás planeando el triunfo de tu motín, deberías desmontar la bomba y cargarla a bordo.

El Grad se rió mientras pensaba ¿Podría yo darte un consejo también?, aunque no dijo nada. Después de todo lo que Lawri había pasado, resultaba agradable oírla bromear, incluso con el humor de la boca del árbol.

Mientras ella colocaba la manguera en el muro de popa, el Grad llevó el otro extremo hacia el exterior. No vio ningún resto de las redes que habían cubierto el casco. Incluso el carbón había sido totalmente quemado. Se ató antes de saltar hacia el agua que había a pocos metros de él. Clave le había precedido, también adecuadamente atado, llevando calabazas, seguido de Jinny y Jayan.

Todos habían salido. Mark se había quitado el traje a presión y ataba a Anthon. Merril, Usa, Debby… En un enredo de cuerdas se hundieron en el agua y bebieron. El Grad no había pensado en su propia sed. Se rindió a ella, sumergiendo la cabeza y los hombros y haciendo lo mejor que podía para tragarse el estanque entero. Los faros del mac iluminaban el agua a su alrededor.

Era hora de jugar. ¿Por qué no? Tiró de su cuerda, impulsándose hacia afuera antes de ahogarse. Los demás ciudadanos estaban bebiendo, salpicando, lavándose.

¿Estaba Lawri sola en el mac?

Sola en los controles de un vehículo que podía cernirse sobre el estanque, esparciendo fuego sobre los hombres y mujeres, dejándoles como única opción morir quemados o ahogados… Vio cómo Lawri emergía con Minya y Gavving tras ella. El Grad no le quitó ojo a partir de entonces para estar seguro de que no se quedaba sola.

Lawri se zambulló en el agua. Ella y el enano se estaban lavando mutuamente hablando un poco, al alcance del oído de Anthon. Sus movimientos eran desiguales, a tirones. Parecía muy tensa por las repercusiones de la reentrada. Las sospechas del Grad parecían ridículas; Lawri no estaba preparada para considerar seriamente un contramotín. El Grad se preguntó si Lawri tendría pesadillas.


Se turnaron para bombear. La técnica era llenar de agua la calabaza y vaciarla en el cuello de la manguera, cautamente, pues había tres calabazas en movimiento; vaciarla, meterla en el agua, esperar mientras se llenaba; vaciarla en la manguera…

—Se me van a caer los brazos —dijo Minya alcanzando su calabaza a Merril. Con sus músculos de arquero ella había estado allí demasiado tiempo. Gavving estaba un poco apartado de los demás, inmóvil en el agua. Había atravesado a cuatro de los peculiares, flexibles, escamosos pájaros acuáticos. Minya lo miraba, preguntándose qué pensaría Gavving realmente sobre el huésped que llevaba en su interior.

¿Cómo se sentía? Su embarazo era parte de su pasado. El pasado estaba muerto para algunos, pero para aquellos ciudadanos era una lápida mortuoria, de cientos de miles de klomters y las tormentas de Gold entre ellos y sus hogares. Minya tendría un hijo. Tenía que abandonar aquella esperanza… pero, ¿cómo se sentía Gavving?

—Nadie ha hablado de Sharls Davis Kendy —dijo Merril.

—¿Por qué íbamos a hacerlo? —se sorprendió Debby—. Nunca se ha preocupado por nosotros ni nunca volverá a hacerlo.

—Bueno, es importante haber podido ver al Controlador, ¿no? Algo para contarles a nuestros hijos. Alguien tan viejo tiene que haber aprendido un montón de cosas.

—Si no hubiese estado atado. O loco.

—Conocía bien los hechos —dijo el Grad—. Creímos en su palabra, ¿verdad? Quizá, como yo, sólo tenía cintas grabadas. Un Científico enano, aguantando en el mac, como casi nos pasa a nosotros. Además, ni siquiera era astuto. Se tragó la historia de Mark…

—¡Vamos, yo fui brillante! —bramó el hombre de plata.

—Contaste una buena historia. Mark, ¿por qué no me llevaste la contraria?

Hubo unas cuantas respiraciones antes de que el enano contestase.

—Tú comprendes que no pueda soportar una sangrienta revolución copsik.

—De acuerdo. ¿Por qué?

—Porque esto no forma parte de los asuntos de Kendy. Sea quien sea. Sea lo que sea.

—Ya… Tenía alguna maquinaria interesante. Quizá él mismo esté atado a la Disciplina. Me hubiera gustado ver la Disciplina.

Lawri ni siquiera intentó bombear. Flexionó los dedos, preguntándose si se habrían vuelto locos. Había podido oler el hedor del miedo en sí misma. Aquello al menos había desaparecido.

—No quiero negocios con Sharls Davis Kendy —dijo Lawri— ni aunque me diera la Disciplina. Peligroso, arrogante alimentador de árboles. Quería matar a Mark como tú podías matar un pavo, porque ya era hora de hacerlo. Muy conveniente. ¡Y empezó a darnos órdenes como si fuéramos copsiks!

Todos se rieron de aquello. Incluso Mark.

Al finalizar las tres horas sus antebrazos eran destilante dolor. En el indicador interior azul se leía: H2O: 260.

—¿Es suficiente? —preguntó el Grad a Lawri.

—Para lo que pensamos hacer…

—Queremos saber si podremos volver a casa —dijo Debby.

El Grad resopló, pero ellos esperaban la respuesta de Lawri.

Respondió con cierta mala gana.

—Nunca volveré a encontrar el Árbol de Londres. Los Estados de Carther son todavía más pequeños, y los dos están al otro lado de Gold. Tendremos que acelerar hacia el oeste, caer en el Anillo de Humo y dejar que Gold nos impulse a su alrededor. ¿Queréis ir a Gold nuevamente?

Lawri sonrió al ver las reacciones.

—Yo tampoco. Estoy cansada. Iremos a otro árbol y sujetaremos el mac. Podremos construir otra bomba antes de que necesitemos más agua de la que tenemos.

—Bueno, nosotros preferiríamos una jungla —dijo Usa.

Una de las mujeres se erizó.

—¡Nosotros somos nueve y vosotros tres! Si…

—Basta, Merril —dijo Clave—. Usa, ¿estás segura? Podéis mover una jungla, y eso es bueno, ¿verdad?

Cautamente, Usa asintió.

—Esa es una de las cosas que nos gusta de la vida en la jungla —dijo Anthon.

—Pero sólo podéis hacerlo cada veinte años aproximadamente. Amarraremos el carguero… el mac en el centro de un árbol integral y lo moveremos a dónde y cuándo queramos.

—¿Por qué no hacerlo con una jungla?

—¿Dónde montaríais el mac?

Anthon lo pensó.

—¿El embudo? No, podría expulsar súbitamente vapor viviente… —sonrió de golpe —. Sois más que nosotros de todas formas. Seguro, vamos a un árbol.


Había una arboleda de ocho pequeños árboles, de treinta a cincuenta kilómetros de largo. Sin preguntar, el Grad eligió el más grande. Encendió los motores delanteros apuntando hacia la zona oeste de la mata interior. Había mucha espesura. Una corriente descendía con rapidez a lo largo del tronco y penetraba por la boca del árbol. El Grad buscó con la vista las formas redondeadas de deformadas chozas, y no las encontró. El follaje de alrededor de la boca del árbol nunca había sido cortado: no había senderos para las ceremonias de enterramiento o para tirar la basura. No se veía vida terrestre, ni siquiera como maleza.

Resultaba desalentador.

—Parece que somos los primeros en llegar —dijo animadamente el Grad—. Lawri, ¿has pensado en algún método para aterrizar esta cosa? —Tienes el timón.

El Grad pensó en ello detalladamente. —Me temo que lo mejor que podemos hacer es atarlo al tronco y bajar. —¿Trepar?

—Lo hemos hecho antes. Clave puede conduciros a todos vosotros mientras, Gavving y yo esperamos. Tenemos el mac para las operaciones de rescate. Cuando hayáis bajado, Gavving y yo podremos seguiros. Ya hemos trepado antes.

—Basta —dijo Clave—. Esto ya está durando demasiada comida de árbol. Grad, deja de decir tonterías y aterriza en la boca del árbol.

—¡Podemos prender fuego!

—¡Entonces probaremos con otro árbol!

Lawri casi había enloquecido al oír la sugerencia de aterrizar en la boca del Árbol de Londres. En aquellos momentos se frotó los ojos. Cansada…

Todos estaban cansados. Habían recibido demasiadas impresiones y sorpresas. Clave tenía razón, la espera sería un tormento, y allí había árboles de sobra.

No había sitio para aterrizar en aquella espesura. Todo lo que se veía era verde; allí no había sequía. ¿Cómo iba a arder?

Por Gold.

Se dirigió hacia la boca del árbol y arremetió con el mac contra el follaje con la suficiente fuerza para llegar hasta el tronco. Sacudidos aún por el impacto, se abrieron paso a través de las puertas, y azotaron con los ponchos las brasas hasta que las apagaron.

Luego, finalmente, tuvieron tiempo para mirar a su alrededor.


Minya jadeaba, sonriendo, con el negro cabello revuelto y mojado, arrastrando el ennegrecido poncho. Agitándolo con ambas manos, gritó:

—¡Plantas cóptero!

Gavving rió.

—No sabía que te gustaran las plantas cóptero.

—No me gustan. Pero en el Árbol de Londres arrancaban de la maleza las plantas cóptero y las flores y todo lo que no podía ser usado para algo. —Golpeó en una, dos, tres plantas maduras y sus vainas zumbaron hacia arriba. Súbitamente, Minya le miró a los ojos, muy cerca—. Lo hemos conseguido. Justo como lo habíamos planeado, hemos encontrado un árbol vacío y ahora es nuestro.

—Seis de nosotros. Seis que no pertenecen a la Mata de Quinn… lo siento.

—Doce de nosotros. Y más que vendrán.

Minya había luchado contra el fuego con una gracia predadora, sin que el aumento de volumen de sus caderas le supusiera un estorbo. Mío, pensó Gavving. Sea parecido a mí o a algún cazador de copsiks… ¡o a Harp, o a Merril Mío; nuestro. Se lo diría a Minya en el momento oportuno. La cosa era demasiado seria para tratarla entonces.

—De acuerdo. Todo lo que ves es nuestro. ¿Cómo vamos a llamarlo?

—Lo que más me gusta… Puedo decir ciudadano y que todos lo entiendan. Ya no soy Copsik, ni miembro de un triuno. ¿Árbol de los Ciudadanos?


El follaje sabía como el de la Mata de Quinn en la niñez del Grad, antes de la sequía. Se quedó tumbado de espaldas en el follaje virgen comiéndolo contemplativamente.

Empezó a ser consciente de que Lawri le observaba desde las profundas sombras. Parecía fría, o inquieta, aferrándose los codos, inclinándose como si se enfrentara al viento.

—¿No puedes relajarte? —espetó el Grad—. Come un poco de follaje.

—Lo he hecho ya. Es bueno —dijo Lawri sin inflexión.

Resultaba irritante.

—De acuerdo. ¿Qué es lo que te preocupa? Nadie va a llamarte cazadora de copsiks. Nos has salvado la vida y todos lo saben. Estás limpia, comida, descansada, segura y admirada. Tómate un respiro, Científico. Ya acabó.

Ella rehuyó su mirada.

—Jeffer, ¿cómo va a salir esto? Sólo hay dos ciudadanos del Árbol de Londres por unos diez mil klomters a la redonda. ¿No es lo lógico que nosotros… que lo mejor es que estuviéramos juntos?

El Grad se puso en cuclillas. ¿Por qué se lo preguntaba?

—Supongo que sí.

—Bueno, Mark también lo cree.

—Vale.

—No lo ha dicho. Hemos hablado un poco sobre construir chozas, todo eso, pero me mira como si lo supiera. Es demasiado cortés para sacar el tema a colación, pero, si no voy con él, ¿con quién puedo ir? ¡Jeffer, no hagas que me case con un enano!

—Uh… vaya.

Lawri se volvió, convulsamente, para mirarle a la cara. El Grad levantó una mano para que Lawri dejara de hablar.

—En principio, dos Científicos deberían cumplir a la perfección con su deber. ¿Eso es razonable? Pero tú me viste matar a Klance. No pude avisarle. No pude hacerle preguntas sobre los copsiks y la libertad y la guerra y la justicia. Me limité a matarlo a la primera oportunidad que tuve. También te habría matado a ti si hubiese sido necesario para liberarnos de aquel lugar.

Lawri ni asintió ni habló.

—Lawri, podrías clavarme un arpón en el vientre mientras duermo. Eso no me apetece. Tengo que pensarlo.

Lawri esperó. El Grad pensó. Y descubrió por qué ella lo irritaba con su desgraciada inquietud. El era culpable, y ella había presenciado su delito. ¡No era la situación más apropiada para alguien que necesitaba un compañero!

¿Necesitaba él una esposa? Había pensado que sí, y con siete mujeres y cinco hombres en la Mata Sin Nombre… no había oportunidades para que un hombre soltero jugara en medio de una población tan pequeña, pero tendría que elegir entre sus posibles esposas. ¿A quién?

Gavving y Minya: casados. Clave, Jayan y Jinny: una unidad, y a las gemelas parecía que les gustaba que las cosas siguieran así. Anthon, Debby, lisa podían haber dejado a sus parejas en los Estados de Carther, y les bastaría con mirar alrededor… pero Anthon no parecía pensar así, e incluso si Debby o Usa estuvieran accesibles… un coqueteo podía ser divertido, pero parecía tan extraño. Aquello dejaba a… Lawri.

Cuando habló estaba casi seguro de que podría salir bien.

—Lawri, ¿me perdonarías por la muerte de Klance?

—Noto que dices muerte. No asesinato.

—Ni siquiera tuve tiempo para gritar que era la guerra. Sé lo que significaba para ti. Lawri, lo exijo.

Lawri se dio la vuelta y lloró. El Grad permaneció impasible. Virtualmente, la había invitado a que le asesinase. ¡Ahora o nunca, Lawri! También puedes añadirlo. Soy yo o es Mark o no es nadie. Puede que le esté dando a Mark otra razón para matarme. ¿Me voy a arriesgar a eso?

Lawri se volvió hasta darle la cara.

—Te perdono por el asesinato de Klance.

—Entonces vamos al mac a registrar un matrimonio. Buscaremos testigos mientras vamos.

Clave miraba hacia el interior de la boca del Árbol.

—Veo rocas allí abajo. Bien. Tendremos que recogerlas para hacer un fuego. Cocinaremos los pájaros acuáticos de Gavving. Arrancad algo de follaje para construir algunas chozas. ¿Dónde queréis los Comunes?

No veía a muchos ciudadanos al alcance de su voz, y los que estaban no le prestaban atención.

Alzó la voz.

—¡Comida de árbol, tenemos que organizamos! Un almacén. Túneles. Chozas. Corrales. Puede que no encontremos pavos, pero estamos condenados a encontrar algo. Quizá dumbos. Necesitamos de todo. Antes o después necesitaremos ascensores hasta el punto central y amarraremos allí el mac. Por ahora…

Anthon, tumbado de espaldas en el follaje con una alta, alta mujer en cada brazo, bramó:

—¡Claaave! ¡Vete a darle de comer al árboool!

Clave le sonrió. Anthon parecía representar la mayoría de opiniones.

—Tomaos un respiro, ciudadanos. Estamos en casa.


Para bien o para mal estaban a salvo y seguros, a dos tercios de la distancia que separaba el Mundo de Goldblatt de la congestión de masas y formas de vida que había alrededor del punto L4; y recordarían a Kendy.

Les había prometido un tesoro de conocimientos. Una pena que no hubiera tenido tiempo para darles algo más que una muestra; pero habían experimentado exactamente lo que les había predicho respecto a la reentrada. Habían sobrevivido. Los dioses de los salvajes eran omniscientes ¿verdad? ¿O eran crédulos, fácilmente manipulables? De la memoria de Kendy habían sido podados aquellos datos.

Además: la leyenda se esparciría.

Puedo enseñaros a reunir vuestras pequeñas tribus en un gran Estado.

Había alterado la programación del MAC. El MAC vigilaría su conducta y lo grabaría todo. Antes de que los hijos del Estado llegaran nuevamente hasta Kendy, él les haría saber…

El sabría que había un diminuto enclave dentro de aquella vasta nube. El Anillo de Humo era lo suficientemente grande como para una variedad sin fin. ¡10.4 kilómetros cúbicos de atmósfera respirable eran aproximadamente treinta veces el volumen de la Tierra! Kendy hubiera deseado tener mil MACs, diez mil MACs. ¿Qué estaban haciendo allí dentro?

No importaba. Antes o después llegaría un hombre deseoso de edificar un imperio, lo suficientemente determinado como para apoderarse de un MAC, demasiado loco como para dedicar su vida al antiguo y declinante vehículo de servicio. Kendy sabría cómo utilizarlo. Tales hombres habían ayudado a formar el Estado sobre la Tierra. Ellos volverían, en aquel extraño entorno.

Kendy esperó.


FIN
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