Tres — El tronco

El día brilló y se apagó y brilló de nuevo mientras trepaban. Los hombres se quitaron las túnicas y las plegaron para colocarlas en las hombreras de las mochilas; poco después, lo hicieron las mujeres. Clave miró impúdicamente a Jayan y Jinny, imparcialmente. Gavving aparentaba no fijarse en ellas, pero, de hecho, la imagen le impedía prestar atención a la escalada.

Jayan y Jinny eran dos gemelas de veinte años, idénticas, de piel pálida y oscuro cabello y una cara primorosamente diseñada. Algunos ciudadanos decían que eran unas estúpidas, que no tenían conversación; pero Gavving discrepaba. Había asuntos en los que mostraban sentido común. Como en aquel momento: Jinny estaba trepando con Clave, pero Merril se había rezagado bastante y Jayan iba detrás de ella ayudándole.

Jiovan perdió terreno cuando Clave reasumió el liderazgo. Maldecía mientras trepaba, firme, monótonamente, contra el viento, contra los asideros de la corteza, contra la pierna perdida. Alfin podría haber sido uno de los líderes, pensó Gavving; pero no hacía más que detenerse para mirar hacia abajo.

Los hombros y piernas de Gavving ardían de fatiga.

Peor aún, estaba cometiendo errores colocando las sandalias claveteadas equivocadamente, resbalando en muchas ocasiones.

La gente cansada se equivoca. Gavving vio cómo resbalaba Glory, golpeándose y cayendo un par de metros antes de lograr agarrarse al filo de la corteza. Mientras Glory se aferraba ferozmente al árbol, Gavving se movió de costado hasta que estuvo detrás y junto a ella.

El miedo la había dejado rígida.

—Ve con cuidado —dijo Gavving—. Estoy detrás de ti. Te sujetaré.

Glory miró hacia abajo, cabeceando a trompicones, emprendiendo nuevamente el ascenso. Parecía convulsa, poniendo más esfuerzo del necesario. Gavving siguió a su mismo paso.

Glory resbaló. Gavving se aferró a la corteza. Cuando la mujer llegó a su altura, le puso la palma de la mano debajo de las nalgas y la aplastó firmemente contra el árbol. Glory boqueó, se agarró y volvió a trepar.

Clave gritó hacia abajo:

—¿Alguien tiene sed?

Necesitaban un respiro, y la respuesta era obvia. Naturalmente que estaban sedientos.

—Girad hacia el este —dijo Clave—. Echaremos un trago.


El salto de agua había excavado un canal a lo largo de la cara este del tronco. El canal tenía cincuenta metros de ancho y la llana superficie de agua parecía a punto de secarse. Pero el árbol estaba atravesando una nube ocasional. La bruma se aferraba a la corteza. El viento y la fuerza coriólica habían formado una corriente giratoria mientras caía hacia el este, y el agua corría por lastimosas corrientes hacia la Mata de Quinn.

—Tened cuidado —les dijo Clave—. Usad las púas si queréis. Esto está muy resbaladizo.

—Aquí —llamó el Grad por encima de sus cabezas.

Avanzaron hacia él. Una colina rocosa debía haber golpeado en el árbol hacía mucho tiempo, medio enterrándose en él. El tronco había crecido de modo envolvente a su alrededor. Aquello había formado una bella plataforma especialmente desde que una corriente la había hendido en ambos lados. Mientras tanto, Merril y Jayan habían subido, y Clave estaba clavando púas en la madera, por encima de la roca, y tendiendo cuerdas.

Merril y Jayan subieron a la roca. Merril se tumbó jadeando, y Jayan le ofreció agua.

Glory se quedó tendida sobre la roca con los ojos cerrados. Se arrastró hasta la corriente de babor. Llamó a Clave.

—¿Alguna limitación? —¿En qué?

—En lo que podemos beber. El agua va… Clave se rió estrepitosamente. Como el Presidente en la celebración del medio año, bramó:

—¡Bebed! ¡Bañaos! ¡Pelead con el agua! ¿Quién va a pararos? Si la Tribu de Quinn no quisiera agua de segunda mano, no estaríamos aquí. —Sacó su sencilla marmita de la mochila y empezó a lanzar chorros de agua hacia blancos seleccionados; Merril, que gritó de placer; Jiovan, que balbuceó sorprendido; Jayan y Jinny, que avanzaron hacia él con la amenaza pintada en sus ojos—. No me gustaría tener que luchar en tan precario asidero —gritó, empezando a avanzar lentamente.

Los otros cogiéndole por las manos y los pies lo bambolearon dejándolo caer en el agua.


Trepaban por un sendero espiral. No habían ido allí para escalar, dijo Clave, sino para explorar. Gavving podía oír las monótonas maldiciones de Jiovan mientras trepaban a través del viento, hasta que el viento ahogó su voz. Gavving hecho mano a un puñado de algodón verde y se llenó la boca con él. La rama que se agitaba por encima de su mochila estaba casi desnuda. El cielo estaba vacío a excepción de algunos distantes bancos de nubes y una docena de puntos que podían ser estanques, a cientos de klomters hacia afuera. Todos los integrantes del grupo estaban hambrientos cuando llegó la hora de dormir.

Gavving inició la travesía de una cicatriz de la corteza, una arruga que corría hacia el interior de la madera. Una vieja herida que el árbol estaba intentado curar… demasiado grande para ser escalada; esa fue la equivocación. Abruptamente, el Grad gritó: —¡Alto! ¡Deteneos!

—¿Qué pasa? —preguntó Clave.

—¡Las fronteras de la Tribu de Quinn!

Si el Grad no lo hubiese señalado, Gavving nunca se habría dado cuenta de que allí había algo escrito. Había visto pocas cosas escritas, y aquellas letras, además, tenían tres o cuatro metros de ancho. No pudieron leer; tuvieron que deducir: DQ con una marca enroscada cruzando en la D.

—Hemos de quitar esto —dijo el Grad—. Ha crecido demasiado. Alguien debería venir aquí con más frecuencia.

Clave dirigió una mirada crítica a sus compañeros.

—Gavving, Alfin, Jinny, empezad a cavar. Grad, supervísalos. Despejad la Q, dejad la D. El resto de vosotros, descansad.

—Yo puedo trabajar —dijo Merril—. Puedo servir de ayuda para estas cosas.

—Cuéntamelo mañana —la dijo Clave. Atravesó la corteza para darle un golpecito en el hombro. Si puedes llevar algo de carga, cógela. Vas a ser tú quien tenga calambres mañana.

Labraron profundamente la corteza e hicieron un agujero en la madera con las puntas de los arpones. El Grad deambulaba entre ellos. La Q tomó forma, Cuando el Grad se acercó a él, Gavving preguntó:

—¿Por qué hacían las letras tan grandes? Difícilmente podrías leerlas.

—No son para nosotros. Se pueden ver a un klomter de distancia —dijo el Grad.

Alfin les oyó por casualidad.

—¿Desde dónde? ¿Cayendo? ¿Lo hicieron para que lo leyeran los pájaros espada y los triunos?

El Grad sonrió y siguió adelante sin contestar. Alfin frunció el ceño a su espalda y se acercó a Gavving.

—¿Está loco?

—Quizá. Pero si no cavas tan profundamente como Jinny, la marca les va a parecer una estupidez a los pájaros espada.

—Descubre medio secreto y luego se va sin acabar de contarlo —se quejó Alfin—. Lo está haciendo todo el tiempo.

Dejaron la insignia tribal profunda y claramente esculpida en el árbol. El viento volvía a soplar directamente bajo ellos. Gavving sintió un familiar dolor en los oídos. Movió la mandíbula mientras rebuscaba entre viejos recuerdos de cuando empezaron a taponársele los oídos: presión y dolor, una señal del paso de Gold, justamente la noche antes a su primer ataque de alergia.

Aquellos días no se preguntaba con frecuencia si se despertaría con los ojos y la nariz lagrimeando agónicamente. Vivía con el problema, eso era todo. ¡Pero nunca se había despertado sobre la inclinación vertical del árbol! Se imaginó a sí mismo trepando ciegamente…

Aquella distracción no le permitió ver cómo una gruesa soga color madera se había desprendido de la corteza y rodeado la cintura de Glory.

Glory dio un grito. Gavving la vio agarrase a la corteza, apretando la cara contra ella, negándose a mirar. La soga estaba arrastrándola hacia un lado, alejándola de él.

Gavving sacó el arpón de la mochila y gateó alrededor de Glory, hacia la soga viviente.

Glory chilló otra vez y perdió el asidero. Sólo la soga viviente le impedía caer. Gavving no se atrevía a acuchillarla. Por el contrario, se precipitó hacia su origen, mientras la cuerda se enrollaba alrededor de Glory, dándola vueltas, haciéndola tambalear.

Había un agujero en el árbol. A través de las tinieblas interiores, Gavving vio un espesamiento de la soga y un ojo sencillo que se levantaba en la punta de un tallo para mirarle. Lanzó una estocada. Un párpado se cerró. El tallo lo había evitado. Gavving fue tras él. Sintió una sacudida en el brazo, hasta el hombro, cuando el arpón se clavó.

Una boca enorme se abrió y chilló. La soga viviente latigueó e intentó tirar a Glory. Lo que salvó a Glory misma: había hundido su propio arpón en la soga marrón y Glory agarrado el extremo cuando esta emergió. Sujetó el mango con ambas manos mientras la soga retrocedía para atacar a Gavving.

La boca estaba enfilada por hileras de dientes triangulares. Gavving tiró el arpón hacia el ojo, retorciéndolo, como si hubiera estado practicando toda su vida. Apuñaló la boca, intentando llegar a la garganta. La boca se cerró de golpe y Gavving consiguió machacar sólo dientes. Apuñaló de nuevo el ojo.

Algo se convulsionó en la oscuridad del agujero. La boca se abrió desmesurada, increíblemente. Y una masa negra surgió del hoyo. Gavving saltó a un lado, justo a tiempo para evitar ser aplastado. Una bestia del tamaño de una cabaña brincó hacia el cielo sobre tres cortas, gruesas patas armadas con garras curvadas. Extendiendo unas alas cortas, lanzó un golpe hacia Gavving, pero falló. Gavving vio con asombro que la soga era la nariz.

Pensó que la bestia estaba intentando escapar pero, a diez metros de la guarida, esta dio la vuelta con una velocidad sorprendente. Gavving se recostó en la corteza balanceando el arpón.

Las alas de la bestia se movían locamente, en marcha atrás, tratando de lanzar hacia atrás su larga nariz… inútilmente. El grupo de exploradores llegó de refuerzo. Las cuerdas envolvieron a Glory y ataron la soga nariz que era la nariz de la criatura. Las cuerdas se estiraron para sujetarle las alas. Clave gritaba órdenes. El y Jinny y el Grad tiraron fuertemente, haciendo que las garras de la bestia se clavaran en el árbol. La mantuvieron en aquella posición hasta que la golpearon con los arpones en la cabeza.

Gavving empezó a golpear en un punto y apuñaló una y otra vez. perforando a través del hueso, hasta el cerebro gris rojizo. No se dio cuenta de que la cosa había dejado de moverse. Sólo volvió en sí cuando Clave gritó:

—Gavving, Glory, la cena es cosa vuestra. Lo habéis matado, tenéis que pelarlo.


Lo habéis matado, tenéis que pelarlo, era un honor muy fácil de evitar. Bastaba con admitir que la bestia te había dañado…

Jayan y Jinny estaban encendiendo un fuego en la madriguera de la criatura. Trabajaban rápida, competentemente, casi sin palabras, como si pudieran leerse las mentes. Los demás estaban fuera, talando corteza del árbol Para conseguir combustible. Gavving y Glory ataron el cadáver con cuerdas y púas, justo al borde del agujero, y empezaron a actuar.

El Grad insistió en ayudarles. Hablando con propiedad, no tenía derecho a hacerlo, pero parecía ansioso, y Glory estaba cansada. Trabajaron lentamente, examinando la peculiar criatura que acababan de matar.

Tenía un toque de simetría trilateral, como muchas otras criaturas del Anillo de Humo, según dijo el Grad. Una pequeña tercera ala estaba colocada al final de la espalda: una aleta direccional. El par delantero era la fuente de movimiento y como señaló el Grad alegremente el oído. Los agujeros que había debajo de cada una de las alas, efectivamente, parecían oídos cuando el Grad se las cortó. Las alas se ahuecaban para reunir los sonidos.

Era un excavador. Aquellas pequeñas alas no estaban destinadas a grandes vuelos. Todo en el Anillo de Humo podía volar en uno u otro sentido; pero aquel animal prefería excavar un agujero y tender desde él emboscadas a sus presas. Ni siquiera el tronco de la bestia era poderoso. El Grad buscó hasta que encontró el aguijón que el excavador había tenido en su extremidad. Del tamaño de un dedo índice, estaba clavado en la mochila de Glory. Glory estuvo a punto de desmayarse.

Guardaron las garras. Clave podría usarlas de conteras en sus garfios. Cortaron unos filetes para asar y se los pasaron a los demás, que estaban atados con cuerdas en el exterior. Pusieron a ahumar trozos más grandes de carne en el interior de la caverna de madera.

Gavving descubrió que tenía la vista borrosa por el cansancio. Glory era un río de sudor. La puso un brazo en los hombros y le aconsejó: —Tranquilidad.

—Demasiado bueno —dijo Clave—. Tomemos posiciones. Alfin, encárgate de cortar el resto.


El grupo de Clave comió bien, incluso demasiado. Se amarraron a cuerdas en el exterior de la caverna. La comida se estaba ahumando en el interior. El armazón de la bestia, casi todo huesos, fue colocado para bloquear la entrada.

—Ciudadanos —dijo Clave—, quiero un informe. ¿Como lo estamos haciendo? ¿Hay alguien herido?

—Yo estoy dolorido por todas partes —dijo Jiovan, frunciendo el ceño al ver el coro de asentimiento.

—Por todas partes es bueno. Glory, ¿te ha roto esa cosa alguna costilla?

—Creo que no. Sólo magulladuras.

—Ah, ah —Clave parecía sorprendido—. Nadie ha caído. Nadie ha resultado herido. ¿Hemos perdido algo del equipaje?

Hubo un silencio. Gavving hablo.

—Clave, ¿qué estás haciendo aquí?

—Explorar el tronco, y renovar las fronteras de Quinn, y detener el hambre, quizás. La presa de hoy es un buen primer paso.

Gavving estaba dispuesto a aceptar la respuesta sin más, pero Alfin no.

—El muchacho quiere saber qué estás haciendo tú aquí. Tú, el poderoso cazador, ¿por qué te han echado para que te mueras con los tullidos?

Puede que hubiese un murmullo, pero no se produjo una reacción abierta ante la palabra tullidos. Clave le dirigió a Alfin una sonrisa.

—Dale la vuelta, guardián de la boca del árbol de la Tribu de Quinn. ¿Cómo es que la tribu ha sido capaz de prescindir de ti?

El viento del oeste había ido suavizándose a medida que ascendían, pero todavía seguía siendo muy fuerte. Formaba remolinos con el humo, que sobrepasaba el esqueleto del excavador. Alfin obligó a las palabras a que salieron de su boca.

—El Presidente pensaba que era una buena broma. Y nadie… nadie quiso hablar en mi favor.

—Nadie te quiere.

Alfin movió la cabeza y suspiró, como si le hubieran echado una gran carga encima.

—Nadie me quiere. Es tu turno.

Gavving sonrió. Clave estaba obligado a responder y lo sabía.

—Mayrin —dijo Clave— no me quiere. La cambié por dos hermosas y más amables mujeres. Mayrin es la hija del Presidente.

—Eso no es todo, y tú lo sabes.

—Si crees saberlo mejor que yo, sigue hablando —dijo Clave razonablemente.

—El Grad podría ayudarme. El sabe algunas historias de la tribu. Cosas que se han hecho mal, las infelicidades de los ciudadanos, los problemas del líder. ¡Casi incluyen al Científico en el proyecto! El Presidente tiene miedo, eso es lo que pasa. Los ciudadanos tienen hambre, y eso implica una sustitución obvia de Presidente. Clave, te tiene miedo a ti.

—¿Grad?

—El Científico sabe lo que está haciendo.

—¡Te echa la culpa de todo! —gritó Alfin—. ¡Yo estaba allí!

—Lo sé. Tenía razones. —El Grad fue consciente del silencio y se rió—. ¡No, yo no he provocado la sequía! Estamos rodeando Gold, y Gold gira demasiado lejos delante de Voy, bajando por la parte más estrecha del Anillo de Humo. Es un efecto de la gravedad…

—Muchas gracias por las explicaciones —dijo Clave con divertido sarcasmo. Gavving se sentía irritado y un poco más tranquilo: ningún otro había comprendido el galimatías del Grad—. ¿Hay alguna otra cosa que hayamos de demostrar?

En el silencio, Gavving dijo:

—¿Cómo empieza una inundación?

Hubo algunas sonrisas.

—¿Grad? —dijo Clave.

—Olvídalo.

—Eso resolvería todos nuestros problemas. Incluso los del Presidente.

—Es completamente… absurdo. Las inundaciones empiezan cuando un estanque roza el árbol, en cualquier parte del tronco. Un montón de agua cae sobre el tronco. La corriente la impulsa hacia abajo. Habitualmente, algún grupo de cazadores avisa del peligro, y de ese modo podemos escabullimos por la rama. La gran inundación, hace diez años… Muchos pudimos ponernos a salvo, pero la catarata arrancó algunas chozas, y casi todos los sembrados de vida terrestre, y las paveras. Pasó un año antes de que volviésemos a tener pavos.

«Y sí que me gustaría que hubiese otra inundación —dijo el Grad—. Seguro que sí. El científico piensa que todo el árbol…. no importa. No se puede atrapar un estanque. Están demasiado lejos dentro de la región del toro de gas…

—Allí —dijo Gavving, señalando hacia el este y hacia afuera, hacia un punto de color metálico con un fondo de rosadas corrientes de nubes—. Creo que es más grande de lo que parece.

—¿Cuál de ellos? Puede venir o puede que no. Y, aunque viniese flotando, ¿cómo ibas a atraparlo, con cuerdas y garfios? Olvídalo. No se puede hacer otra cosa.

—Basta —dijo Clave—. Es posible que la carne ya esté hecha. Vamos a dejar que salga el humo, y luego entraremos.


Gavving se despertó en mitad de la noche preguntándose dónde estaba.

Recordaba vagamente el sonido de unos lamentos. ¿Alguien se encontraba mal? Habían cesado. El ruido del viento. El ruido de la respiración de mucha gente. La tibieza de los cuerpos a su alrededor. Los acres olores del humo y los cuerpos. Cenizas por todas partes, como si hubiera habido un incendio.

Una voz de mujer habló muy cerca de su oreja.

—¿Tú también estás despierto?

Y otra, la de un hombre.

—Sí. Déjame dormir.

¿Alfin?

Silencio. Y Gavving recordó: la caverna había sido lo bastante grande como para acoger a nueve escaladores exhaustivos, después de tirar al cielo los huesos del nariz-arma. Los despojos podrían llegar hasta la Mata de Quinn para alimentar el árbol.

Se amontonaban entre ellos, carne contra carne. Gavving no tuvo modo de evitar escuchar cuando Alfin volvió a decir, aunque fuera en un susurro.

—No puedo dormir. Me duele todo.

Glory:

—A mí también.

—¿Has oído los lamentos?

—Clave y Jayan, pienso y, créeme, no parecen de dolor.

—Oh. Mejor para ellos. Glory, ¿por qué estás hablando conmigo?

—Esperaba que nos hiciésemos amigos.

—No trepes cerca de mí, ¿conforme?

—De acuerdo.

—Me temo que podrías tirarme.

—Alfin, ¿no te da miedo haber llegado tan arriba?

—No.

—A mí sí.

Una pausa.

—Me da miedo caerme. Sería de locos no temerlo.

Hubo silencio por un rato. Gavving empezó a notar lo doloridas que tenía las articulaciones y los músculos. Debían haber vuelto a dormirse… estaba ya adormilado cuando Alfin volvió a hablar.

—El Presidente lo sabe. —¿Qué es lo que sabe?

—Sabe que me da miedo caer. Por eso ese copsik bastardo me enviaba a protegerme bajo la rama durante las cacerías. Para que no tuviera nada sólido bajo los pies, mientras intentaba a la vez resistir y lanzar un arpón… me las pagará, espero.

—¿Cómo? —preguntó Glory mientras Gavving pensaba, debe referirse al Presidente.

—No importa. Glory, ¿quieres tumbarte a mi lado?

Una respuesta tensa.

—No. ¡No estamos solos, Alfin!

—Abajo en la mata, ¿tienes algún amante?

—No.

—Muchos de nosotros tampoco Nadie nos defendió cuando el Presidente decidió que viniéramos.

Una pausa, como para pensar.

—Todavía no puedo. Aquí no.

La voz de Alfin se elevó en un grito.

—¡Clave! ¡Clave, debías haber traído a una masajista!

Clave respondió desde las tinieblas. —He traído dos.

—Comida de árbol —dijo Alfin sin acritud, quizá divertido. A partir de aquello, todo quedó tranquilo.

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