Diez — El moby

Unas voces la despertaron. Ella abrió los ojos completamente alerta, sedienta y nerviosa.

El era joven. Ella le había dado lo que él quería, le había forzado virtualmente a ello. El podría perder el interés. Podría recordar que ella había intentado matarle. El necesitaría muchas horas para cambiar sus ideas…

Las voces estaban a cierta distancia, pero ella podía oírlas claramente.

—…Diez años mayor que tú, y no has hecho entrega de la dote… pero todo esto es trivial. ¡Hace seis o siete días intentó matarnos a todos nosotros!

—Podría habernos asaeteado. —Quien hablaba era Clave, y parecía divertido—. A todos menos a mí, naturalmente. No te habría gustado eso, aunque la quieras.

—Yo pienso que es maravilloso —dijo Jayan o Jinny. La otra gemela añadió—: Es… es esperanzador.

—¡Gavving, no tienes la edad suficiente como para saber lo que estás haciendo!

—Alimenta el árbol, Alfin.

Gavving percibió los movimientos de Minya mientras salía de la corteza.

—Hola —la llamó—. ¿Preparada?

—¡Sí! —¿Demasiado ansiosa? ¡Ya era un poco tarde para la timidez!—. ¿Qué clase de ceremonia tendremos? No podemos usar la mía. Dejé a nuestro Científico en la Mata. —Y debe estar muerto.

—Nosotros también estamos en las mismas condiciones —dijo Alfin—. El Científico…

—Ahora yo soy el Científico —dijo el Grad.

Ignorando el despectivo bufido de Alfin, el Grad abrió su mochila y esparció por el suelo su contenido. Empaquetadas junto con la ropa de reserva había cuatro pequeñas cajas de materia estelar —plástico— y una delgada y pulida superficie vítrea, como el espejo del Presidente, pero que no daba reflejos.

La Tribu de Quinn parecía tan sorprendida como Minya.

—¿Has llevado esto durante todo el tiempo? —preguntó Gavving.

—No, los he materializado a partir del aire más ligero. Ya sabes que los Científicos tenemos nuestros trucos.

—Oh, seguro.

Se sonrieron mutuamente. El Grad levantó el espejo y una de las cajas. Encuadró la caja en el delgado borde del espejo.

—Prikazyvat Menú.

La pronunciación del Grad había cambiado; era extraña, arcaica. Minya había oído hablar del mismo modo al Científico de Dalton-Quinn. El espejo respondió: relució con la difusa luminiscencia del sol de medianoche, luego resplandeció con una pequeña impresión negra.

Minya no podía leerla. El Grad, aparentemente, podía. Quitó aquella caja y la sustituyó por otra.

—Prikazyvat Menú… Conforme. Prikazyvat Grabación —dijo animosamente—. El primer día a partir del período de sueño, el primer sueño desde la desintegración del árbol, año trescientos sesenta. Jeffer hablando como Científico. La Tribu de Quinn consiste en ocho individuos… Prikazyvat Pausa.

Al ver que no pasaba nada, ni siquiera Minya pudo seguir callada.

—¿Qué ha salido mal?

El Grad levantó la mirada. Su cara era una máscara de dolor. Un penetrante lamento atravesó su garganta. Las gafas de cristal temblaban ante sus ojos. Las lágrimas no llegaron a correr sin marea que las arrastrase.

Clave le puso al Grad la mano sobre el hombro.

—Tómate un minuto. Tarda todo el tiempo que necesites.

—No he debido intentar… pensar en eso. El Científico. El lo sabía. El me los dio para que los llevara. ¿Qué podemos hacer de bueno si estamos muertos también?

—No estamos muertos. Estamos un poco sedientos —dijo Clave con firmeza.

—¡Todos están muertos excepto nosotros! Me siento como si al grabarlo lo hiciera realidad.

Clave miró a su alrededor. Las lágrimas estaban a punto de volverse contagiosas. Jayan y Jinny estaban sorbiendo. Minya recordaba que la Mata de Dalton-Quinn todavía vivía, invisiblemente lejos, en alguna parte.

Clave cortó con todo aquello.

—Vamos, Científico. Tienes un matrimonio que celebrar.

El Grad tragó saliva y asintió con la cabeza. Unas cuantas lágrimas se le escaparon y flotaron en libertad, del tamaño de bayas de la mata. Se aclaró la garganta y dijo lentamente, con la voz crispada:

—Prikazyvat Grabación. El árbol se ha partido por la mitad. Siete de nosotros hemos sobrevivido, más una refugiada de la otra mata. Matrimonio entre Minya Dalton-Quinn y Gavving Quinn, existente a partir de ahora. Aún no han tenido hijos. Terminado. —Sacó la caja del espejo y añadió—: Ya estáis casados.

Minya se había quedado pasmada.

—¿Eso es todo?

—Eso es todo. Mi primera actuación como Científico. La tradición dice que tenéis que consumar el matrimonio en la primera ocasión que se os presente…

—¿Eso es cuanto vas a hacer? —preguntó Alfin.

—Todo lo que necesito —dijo el Grad—. La cassette que hemos empleado es de grabación reciente. Se solía usar para cuestiones médicas, pero el Científico se quedó sin material y la borró. No podremos volver a usar el resto del material de ningún modo. Los hombres de las estrellas sufren enfermedades de las que nunca hemos oído hablar y usan medicinas de las que nadie tampoco ha oído hablar… Estas cassettes contienen formas de vida, es una cosmología, contiene viejas grabaciones. Totalmente clasificadas, claro.

—¿Clasificadas?

—Secreto. —El Grad empezó a guardar el equipo.

—Para —dijo Clave.

El Grad le miró.

—¿Está en tu conocimiento clasificado lo que podemos necesitar saber para seguir vivos? —Clave se detuvo, pero no lo suficiente como para que el Grad pudiera contestar—. Si no es así, ¿por qué debemos guardar ese material, o dejar que lo arrastres contigo si te caes? —Pausa—. Si es así, estás ocultando un conocimiento que necesitamos. ¿Por qué deberíamos protegerte?

El Grad se quedó boquiabierto.

—Grad, eres valioso. Somos ocho para caer, no podemos perder a ninguno. Pero si sabes por qué necesitamos un Científico más que un aprendiz de cazador, harías muy bien en enseñárnoslo ahora. Era como si el Grad se hubiese quedado congelado con la boca abierta. Luego… asintió con la cabeza espasmódicamente. Eligió una cassette y la colocó en el borde de lo que no era un espejo.

—Prikazyvat Encontrado moby: eme, o, be, y.

La pantalla se encendió y luego se llenó de impresión. El Grad leyó:

—El moby es una criatura del tamaño de una ballena con una boca inmensa y vertical cuyos carrillos son porosos, y utilizados como filtros. Se alimenta volando a través de nubes de insectos. Tamaño: setenta metros. Masa: aproximadamente ochocientas toneladas métricas. Un ojo principal. Dos ojos más pequeños, mejor protegidos y probablemente muy adecuados para actuar a corta distancia, a ambos lados de un único brazo. Permanece siempre cerca de los estanques o de las junglas de algodón hilado. Prefiere estar girando continuamente, para estabilizarse y para vigilar la llegada de predadores, pues no hay ninguna dirección segura en un entorno de caída libre. Los moby evitan a las criaturas mayores y también se asustan de nuestros MACs. Cuando son atacados luchan como el Capitán Ahab: su único brazo está rematado por cuatro dedos, y los dedos rematados por arpones que crecen como garras.

Clave echó una mirada por encima del hombro. Pudo ver una lejana imagen de la boca volante. A pesar del enjambre de insectos que había cerca de la balsa, daba vueltas a su alrededor.

—¿Aquello?

—Creo que sí.

—¿Macs? ¿Capitán Ahab? ¿Tamaño de ballenas?

—No sé lo que son ninguna de esas cosas.

—No importa, lo adivino. Algo así. Es tímido, y come escarabajos, no ciudadanos. No suena como la descripción de una amenaza.

—Y por eso necesitáis un Científico. Sin las cassettes no sabríais nada de todo eso.

—Quizá —dijo Gavving— no nos gusta que dé vueltas a nuestro alrededor.

Lo dijo tambaleándose un poco. Nadie se rió. Quizá estaban demasiado sedientos. Clave estudió al macizo devorador de insectos, frunció los labios, asintiendo…


Clave se detuvo mientras Minya lo colocaba, agarrando Clave el arco de metal con la mano izquierda, tensando la cuerda del arco hasta medio camino de su mejilla. En lugar de colocar uno de los miniarpones de Minya, ante él asomaba metro y medio de uno de sus propios arpones.

El moby le estaba mirando. Esperó hasta que el giro de la criatura colocó su ojo principal en el lado más lejano.

—Lanza la cuerda —dijo.

Gavving arrojó la cuerda enrollada hacia el moby. Clave la dejó que se desenrollara por un momento, luego envió el arpón tras ella.

El arpón se bamboleó en su vuelo, hasta que la cuerda que arrastraba se tensó nuevamente. Con el arco de acero y los músculos de Clave para propulsarlo, el impresionante arpón podía llegar volando hasta donde estaba el moby. No lo hizo. Ni siquiera se acercó.

—Recoge y enrolla la cuerda —le dijo a Alfin. A los otros les pidió—: Flechas. Clavad algunas flechas en la bestia. Que enloquezca. Llamad su atención.

La flecha del Grad se desvió mucho y Clave le detuvo para que no malgastara otra. La de Gavving y la de Minya volaron alineadas y chocaron entre sí cuando Clave dijo—: Basta. Queremos que se vuelva loco, no herirlo ni irritarlo. Grad, ¿hasta qué punto se supone que es pacífico?

—Te leí todo lo que sé.

¡Clasificado! En la primera oportunidad que tuviera, Clave buscaría toda la información que contuvieran todas aquellas «cassettes». Haría que el Grad se las leyera.

La diáfana cola del moby estaba en movimiento. Había percibido el rumbo de los arpones y se encaminaba hacia otro lado. Entonces la alcanzaron las primeras flechas. Una golpeó en la aleta, otra en el carrillo, ninguna con mucha fuerza.

El moby se convulsionó. Sus aletas batieron y se dio la vuelta. Una tercera flecha se incrustó muy cerca de su ojo principal. Volvió la cara hacia ellos.

—Alfin, ¿has recogido ya la cuerda?

—Todavía no.

—¡Pues date prisa, copsik! ¿Estáis todos atados?

El cielo se había abierto en una boca; bostezaba y se hacía inmensa. Un brazo esquelético se plegó hacia adelante, presentando cuatro arpones.

—¿Debemos dañarlo ahora? —preguntó Alfin.

—Comida de árbol. Voy a ponerle esto en la cola.

El moby le hizo un favor. Su cola chasqueó hacia adelante —y sintieron el viento que levantó mientras daba vueltas para examinar la situación. Cuando la cola estuvo a su alcance, Clave disparó. El arpón se hincó sólidamente en la parte carnosa, por encima de la abierta y traslúcida aleta. El moby se estremeció y siguió avanzando.

La «mano» latigueó hacia adelante. Gavving gritó y saltó entre los cercanos y afilados arpones, hacia el cielo, hasta que su ronzal se tensó y le arrastró hacia el borde de la corteza. Minya vociferó y acuchilló la «mano».

—Parece hueso —informó y se dio la vuelta nuevamente.

Clave cogió otro arpón y saltó hacia la tremenda cara.

Pinchó los labios de la criatura antes de que la cuerda hubiera tirado de él. Los grandes dedos esqueléticos se encresparon alrededor y detrás suyo. La espada de Minya golpeó en una de las articulaciones y uno de los dedos como arpones echó a volar libremente.

El moby echó la mano hacia atrás. Su boca se cerró y se quedó así. La criatura retrocedía utilizando las aletas laterales.

Gavving se ató a la corteza sin ayuda. Observó cómo el moby daba vueltas, cómo se retiraba.

La balsa de madera se levantó. El moby se detuvo, se dio la vuelta para mirar hacia atrás. La balsa lo seguía. Empezó a bambolearse duramente contra el aire.


Un punto de luz solar relucía cerca del borde del estanque. Brisas errantes rizaban su superficie. Las sombras se movían en su interior. Una distante semilla de vainas enviaba zarcillos a lo largo de un klomter de espacio hacia el agua. Gavving frunció los labios y suspiró.

Decenas de miles de toneladas métricas de agua se evaporaron ante él.

Clave maldecía obsesivamente. Se detuvo y dijo:

—Lo siento. El moby se va a zambullir en el agua para intentar perdernos.

Gavving abrió la boca, lo reconsideró… y dijo algo.

—Fue idea mía. ¿Por qué no me echáis la culpa?

—La culpa ha sido mía. Yo soy el Presidente. ¡Además, valió le pena el intento! Sólo quisiera saber hacia dónde nos arrastra la bestia.

Esperaron a saberlo.

Los ojos de Gavving siguieron la línea del Anillo de Humo, petrificado, afuera, sobre el fondo del cielo en el azul pálido del vapor de agua y la distancia. Palillos astillados, todos en línea, podían haber sido un bosque de árboles integrales. Decenas de millares de klomters más allá, un grumo de blanca tormenta señalaba Gold. La lejana arboleda podía ser un condensamiento a medio camino de la bajada hacia Voy.

Allí estaban todos los objetos celestiales que admiraban a los niños. Harp le había dicho que algún día los vería. Cabezas más prácticas se lo habían negado.

El árbol se movía al capricho de las fuerzas naturales, y nadie podía abandonar el árbol.

El lo había abandonado, y se había casado, y estaba perdido, y sediento.

La Tribu de Quinn colgaba a lo largo del filo de la balsa de corteza. Ante la insistencia de Clave, todos se habían puesto las mochilas. Podía pasar cualquier cosa… o ninguna, excepto que él seguía consumiéndose.

—Tan cerca y todavía tan lejos —dijo el Grad—. ¿No nos quedan unas pocas vainas surtidor?

—No demasiadas. —Clave miró a su alrededor—. Por lo menos no lo hemos perdido todo. De acuerdo. Vamos a movernos y vamos a movernos hacia afuera; ¿eso está bien, no, Científico? ¿Aire más denso?

—Más denso todo —dijo el Grad—. Aire, agua, plantas, carne, comedores de carne.

El moby estaba girando, dirigiéndose gradualmente hacia el este, y frenándose. Cansado. Llevaba las aletas pegadas al costado, presentando al viento una forma aerodinámica de huevo; continuaba cayendo hacia afuera, remolcando la balsa de corteza. El estanque se había convertido en una joya diminuta, brillando con la luz refractada de Voy.

Clave habló.

—Nos apartaremos con mucho cuidado cuando estemos cerca de algo que nos interese. Árbol integral, estanque, bosque, todo lleno de agua. No quiero que nadie corte la cuerda demasiado pronto.

—Hay nubes por encima —dijo Merril.

Una distante, grumosa corriente de color blanco tapando el azul. Clave soltó una carcajada.

—¿Muy por encima? ¿Sesenta, setenta klomters? De todos modos, no está encima, se está apartando de nosotros. Quizás nos dirigimos hacia el este.

—Quizás no —dijo el Grad—. Estamos dirigiéndonos hacia afuera desde el este y moviéndonos muy deprisa. ¿Te acuerdas, Gavving? «Este te lleva hacia afuera, fuera te lleva al oeste, oeste te lleva hacia adentro, adentro te lleva hacia el este, babor y estribor te llevan a tu punto de partida».

—¿Qué clase de comida de árbol es esa? —preguntó.

Clave. Gavving lo recordaba, pero no dijo nada. Era algo «clasificado»… y el Grad nunca le había explicado lo que quería decir.

—Todos los niños aprenden eso —dijo Minya—. Se supone que es el sistema que hay que utilizar para moverse si te pierdes en el cielo y tienes vainas surtidor.

El Grad asintió felizmente.

—Estamos siendo empujados hacia el este. También nos estamos desplazando muy deprisa en nuestra órbita, así que empezaremos a caer hacia afuera y bajaremos más lentamente. Apuesto a que el moby se encamina hacia aquel banco de nubes.

Las aletas del moby se abrieron y aletearon lentamente. No había nada por encima de ellos, nada más que el arco del Anillo de Humo extendiéndose hasta el infinito. Minya movió su ronzal para colocarse al lado de Gavving. Se descolgaron por el borde de la balsa y miraron los vestigios de nubes que se alejaron de ellos, lo que aumentó su sed.

El sol estaba dando la vuelta por detrás de Voy.

Otra vez. Aquello les estaba llevando muchos klomters hacia afuera; el ciclo del día-noche se hacía más largo.

El banco de nubes estaba creciendo. ¡Lo hacía!

—Intenta perdernos en la bruma —dijo el Grad, con más esperanzas que convicción.

El moby no se movió por algún tiempo. La escarpia a que estaba atado el arpón colgaba laxamente. Clave clavó otra en la madera y envolvió la desmadejada cuerda a su alrededor. El banco de nubes se extendía a lo largo del cielo.

Los detalles emergieron: formas aerodinámicas, nudos de tinieblas tormentosas. Relámpagos centelleando en su profundo interior.

Jayan y Jinny se quitaron las camisetas. Alfin, disfrutando de su proximidad sin hacer preguntas, súbitamente dijo:

—Muy bien hecho. Quitaros las camisetas. Intentad recoger algo de humedad.

Las tinieblas resplandecieron cuando el sol emergió bajo el filo de las nubes. Continuó hundiéndose. Esperaron a que el primer tenue borde de la bruma los envolviera y empezaron a ondear las camisetas.

—¿Os sentís mojados? —preguntó Gavving.

Merril gruñó.

—¡Lo siento, lo huelo, y no puedo beberlo! ¡Pero se está acercando!

Los relámpagos centellearon por el oeste. Gavving sintió la bruma en aquel momento. Intentó exprimir el agua de su propia camiseta. Tenía que seguir avanzando. ¿Ahora? Retorció la camiseta e intentó chuparla, y obtuvo agua sudorosa.

Todos lo estaban haciendo. Casi no podían verse entre sí. Gavving nunca en su vida había contemplado tinieblas parecidas. El moby estaba invisible, a lo lejos, pero sentía los tirones del ronzal. Hacían flotar las camisetas y chupaban y se reían.

Había a su alrededor gruesas gotas. Era difícil respirar. Gavving respiró a través del tejido de la camiseta y se tragó el agua que llegó hasta él atravesándola.

La luz empezaba a aparecer. ¿Estaban emergiendo de la nube?

—¿Clave? Quizá quieras cortar ahora la cuerda. ¿No ramos a quedarnos aquí?

—¿Hay alguien sediento? —Silencio—. Bebed hasta saciaros, pero no podemos vivir aquí, respirando a través de las camisetas. Vamos a confiar en el moby un poco más.

La luz verde pálido empezó a hacerse más intensa, través de la suave niebla, Gavving podía ver el cielo… un cielo teñido de verde, con una estructura en él. ¿Verde? Causaba algún efecto en sus ojos, quizá debido a la larga, normal distancia?

Clave bramó.

—¡Comida de árbol! —y desenfundó el cuchillo. El arpón del ronzal emitió una profunda nota, cortándose cuando Clave golpeó de nuevo. La cuerda flotó libremente; la plancha de corteza se estremeció.

De pronto estuvieron fuera de la bruma, en una capa de aire limpio. Gavving vislumbró al moby mientras aleteaba para alejarse, libre al fin, y sólo malgastó una última mirada. Miraba un cuadrado de klomters de largo de estructura verde, en expansión, solidificándose. Era una jungla, e iban a introducirse en ella.

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