Dieciséis — Estruendos de motín

Gavving se despertó al sentir que le tocaban en el hombro. Miró a su alrededor sin moverse.

Había tres pisos de hamacas, y Gavving estaba en la más alta. La luz del día creaba en la puerta la negra silueta de un supervisor. Parecía haberse caído de pie mientras dormía: una cosa muy fácil en la baja gravedad del Árbol de Londres. En la penumbra de los barracones, Alfin, pegado a la barra de la hamaca de Gavving, hablaba con un susurro que hubiera querido transformar en grito de júbilo.

—Me envían a trabajar a la boca del árbol.

—Pensé que sólo lo nacían mujeres —dijo Gavving sin moverse. Jorg roncaba directamente bajo él, y era un hombre «gentil», rechoncho y alegre, y también demasiado estúpido para espiar a nadie. Pero las hamacas estaban muy cerca unas de otras.

—Vi la granja cuando nos llevaban hacia las duchas. Hay un montón de cosas que hacen mal. Hablé con una supervisora sobre el tema. Me dijo que eran las mujeres quienes atendían la granja. Su nombre es Kor, y me escucha. Soy su consejero.

—Bueno.

—Dame un par de cientos de días y también tú podrás venir. Primero quiero demostrar que puedo hacerlo. —¿Tendrás oportunidad de hablar con Minya? ¿O con Jinny?

—Ni lo había pensado. Se pondrán como locos si tratamos de hablar con las mujeres.

Ser nuevamente el que atiende la boca del árbol… quizá ver a Minya. Alfin podría llevar mensajes, si es que llegaba a hablar y corría el riesgo. Gavving lo apartó de su mente.

—Hoy he aprendido algo. El árbol se mueve, y es el mac, la caja volante, la que lo hace. Ellos están establecidos en otros árboles…

—¿Y eso qué tiene de bueno para nosotros?

—Todavía no lo sé.

Alfin bajó de su hamaca.

La paciencia había endurecido a Gavving. Al principio, sólo pensaba en escapar. Por la noche se le presentaban dos alternativas: volverse loco preocupándose por Minya, o dormir para poder trabajar, esperar, aprender.

Los supervisores no contestaban a las preguntas. ¿Qué sabía, qué había aprendido? Las mujeres se ocupaban de la boca del árbol y cocinaban. Las mujeres embarazadas vivían en otra parte. Los hombres atendían las máquinas y trabajaban la madera en las zonas más altas de la mata. Los copsiks hablaban de rescate, pero nadie de revolución.

No se rebelarían, no con las Vacaciones a tan sólo ocho sueños. Después, quizá; pero ¿acaso la Armada, con su experiencia, no estaría preparada para la eventualidad? Los supervisores no iban a ninguna parte sin sus porras, bastones de madera muy dura de medio metro de largo. Horse decía que las mujeres supervisoras también los llevaban. Durante una insurrección, la Armada podría emplear porras en vez de espadas… o no.

¿Qué otra cosa se podría hacer? El trabajo con las bicicletas se estaba acabando. Estropeándolas —estropeando cualquier cosa que estuviera hecha de materia estelar— se podría dañar el Árbol de Londres, pero no de inmediato. Los elevadores podían ser saboteados; pero la Armada podría controlar una revuelta usando el mac.

El mac lo era todo. Se mantenía en la parte media del árbol, donde el Científico tenía el laboratorio. ¿Estaría allí el Grad? ¿Estaría planeando algo? Parecía determinado a escapar, incluso antes de llegar al Árbol de Londres.

¿Valía la pena intentarlo? ¡SI estuvieran juntos! Podríamos trazar algún plan…

Gavving había aprendido que podía pasar el resto de su vida moviendo un elevador o bombeando agua a lo largo del tronco. No había tenido ningún ataque de alergia desde que lo capturaron. No era una mala vida, y estaba peligrosamente cerca de empezar a disfrutarla. Pasados ocho sueños le permitirían que viera a su propia mujer.


Los Estados de Carther tenían fuegos encendidos a cierta distancia y alrededor de la flor más grande del universo.

Clave hizo ondear su manta en los carbones. Tenía los brazos hundidos hasta los codos en el follaje para agarrarse. Los dedos de los pies agarrados al borde de la manta. Balanceaba las piernas y el torso para mover la manta de forma ondulante, esforzándose todo lo posible para mantener los carbones encendidos.

A ochenta metros de él, un inmenso pétalo plateado cambiaba de posición, girando para capturar la luz del sol en el ángulo más directo.

Un fuego podía morir ahogado por su propio humo, sin brisa, y las brisas eran raras en la jungla. El día era tranquilo y brillante. Clave aprovechó las circunstancias para ejercitar las piernas.

En el lugar donde su muslo se había roto, tenía un bulto del tamaño del puño de un niño. Sus dedos podían sentir la protuberancia bajo los músculos; su cuerpo se resentía con el movimiento. Merril le había dicho que no se vería. ¿Mintió Merril para aliviar su preocupación? Clave no le había preguntado a nadie más.

Quizá quedara desfigurado. Pero el hueso mejoraba; le molestaba menos con el paso del tiempo. La cicatriz era una impresionante arruga rosada. Se entrenaba, y esperaba la guerra.

Habían sido diez días de sueño mezclados con dolor. Había visto larguiruchas e imposiblemente altas formas casi humanas revoloteando a su alrededor en todos los ángulos, formas verdosas que se desdibujaban como fantasmas sobre un fondo verde oscuro, calladas voces matizadas por el eterno susurro del follaje. Pensó que había estado soñando.

Pero Merril era real. Feúcha, sin piernas, Merril era completamente familiar, completamente real, y loca como el infierno. Los cazadores de copsiks se habían llevado a los demás.

—Todos menos nosotros. Nos abandonaron. ¡Haré que lo lamenten!

Clave apenas lo había sentido, entre el dolor del hueso que se curaba y la desazón del fracaso. Un jefe de cazadores que había perdido a su grupo, un Presidente que había perdido a su tribu. La Tribu de Quinn había muerto. Clave se decía a sí mismo que la depresión siempre seguía a una herida importante. Se quedó donde estaba, hundido en las tinieblas del interior de la jungla, por miedo a que el musgo pudiera crecerle en la herida; y dormía. Dormía mucho. No era capaz de hacer otra cosa.

Merril intentaba hablarle. Las cosas no iban tan mal. El Grad había impresionado a los cartheros. Merril y Clave serían bien recibidos en la tribu… aunque fuera como copsiks.

En una ocasión Clave se despertó y encontró a Merril jubilosa.

—¡Van a dejarme luchar! —dijo Merril, y Clave supo que los cartheros planeaban combatir contra el Árbol de Londres.

Durante los días siguientes empezó a conocer a los habitantes de la jungla. De los aproximadamente doscientos cartheros, casi la mitad eran copsiks. No parecían tener ninguna responsabilidad. Carecían de todo, salvo de una voz en el consejo.

Vio muchos niños y muchas mujeres embarazadas y ningún signo de hambre. La gente de la jungla era saludable y feliz… y estaba mejor armada de lo que lo había estado la Tribu de Quinn.

Le preguntaron si quería unirse a la tribu. Los Comunes de los Estados de Carther eran una sencilla abertura en un túnel, quizás de doce metros de ancho y el doble de largo. Sorprendentemente, había espacio para todos. Hombres y mujeres y niños, copsiks y ciudadanos, junto a la pared cilíndrica, que parecía cubierta por varias capas de cabezas, mientras Comlink o la Cresidenta hablaban desde el fondo.

—¿Cómo podremos alcanzar el Árbol de Londres? —preguntó, pero sólo una vez. Aquella información estaba clasificada; no se toleraba a los espías. Observaba los preparativos. Estaba seguro de que aquellos fuegos formaban parte de ellos.

Llevaba aventando los carbones durante medio día. Su pierna estaba soldada. Cuidadosamente, cambió de posición.

Kara la Cresidenta pasó casi rozándole. Hundió el rezón entre el follaje y se detuvo cerca de Clave.

—¿Qué estás haciendo?

—Qué crees tú? ¿Te parece que está bien el fuego?

Ella lo miró.

—Sigue así. Echa otra rama dentro de cien latidos a partir de ahora. ¿Cómo va la pierna?

—Mejor. ¿Podemos hablar?

—Tengo otros fuegos que vigilar.

La Cresidenta de los Estados de Carther era el equivalente del Científico. Quizá aquella palabra había significado Presidente en otros tiempos. Parecía tener más poder que el jefe político, el Comlink, que pasaba la mayor parte de su tiempo averiguando lo que deseaban los demás. Ganarse su atención merecía la pena.

—Cresidenta —dijo Clave—, soy un habitante de árbol. Vamos a atacar un árbol. ¿No vas a utilizar mis conocimientos?

Kara lo consideró.

—¿Qué puedes decirme?

—Mareas. No estáis acostumbrados a las mareas. Yo sí, y también esos cazadores de copsiks. Si tú…

La mujer sonrió irónicamente.

—¿Podrías encargarte de nuestros guerreros?

—No es eso lo que pretendo. Atacad el centro del árbol. Haz que vayan allí a por nosotros. Los he visto luchar en caída libre, y vosotros sois mejores.

—Lo pensaremos… —Kara vio la mueca de Clave—. No, no te pares. Me alegra que estés de acuerdo. Hemos vigilado el Árbol durante décadas, y dos de los nuestros lograron escapar en una ocasión. Sabemos que los copsiks viven en la mata interior, pero que el carguero está protegido en el centro del árbol. ¿Iríamos allí primero?

La ciencia al nivel del carguero, contrastando con la de la caja voladora, hizo que Clave se sintiera a disgusto. Intentó apartar aquel sentimiento…

—Vi cómo usaban esa cosa. Pueden llevar a sus propios guerreros donde quieran y dejar a los nuestros forcejeando en el aire. Sí. Coge primero el carguero, aun en el caso de que no puedas hacerlo volar.

—De acuerdo.

—Cresidenta, no sé cuáles son tus planes para atacar.

Si quieres decirme algo más, quizá tenga mejores respuestas. —Clave ya lo había propuesto antes sin obtener respuesta. Era igual que hablar con el árbol.

Kara liberó el rezón con un chasquido del gancho de la cuerda. Empezó a moverse.

¡Comida de árbol!

—Una cosa —añadió Clave—. Si conozco al Grad, a estas alturas ya sabrá cómo se hace volar el carguero, si es que ha tenido oportunidad. O puede que Gavving haya visto algo y se lo haya contado al Grad.

—No hay forma de que sepamos eso.

Clave se encogió de hombros.

—Tomaremos el carguero y probaremos con el Grad.

Clave empujó hasta los carbones una rama espinosa y volvió a hacer ondear la manta.

—Tú mismo te llamas Cresidente… —dijo Kara—. Presidente de un pueblo destruido. Confío en que sepas lo que es ser un líder. Si sabes cosas que no debieran ser conocidas por los enemigos… si vas a la guerra con la primera oleada de guerreros… ¿qué les dirías a mis ciudadanos si estuvieras en mi lugar?

Estaba lo suficientemente claro.

—Clave no vivirá para ser capturado e interrogado. Cresidenta, tengo muy poco que perder. ¡Si no puedo rescatar a mi pueblo, mataré cazadores de copsiks!

—¿Merril?

—Luchará conmigo. Aunque no bajo las mareas. Y… no le digas nada. Yo no quiero matar a Merril si es capturada.

—Demasiado bonito. Llamáis al embudo «la boca del árbol»…

—Yo estaba equivocado, ¿verdad? La jungla no puede alimentarse de ese modo. Aquí no hay viento suficiente. ¿Por qué?

—Así es como se mueve la jungla. Los pétalos también forman parte de ella. El otro lado de la jungla es más seco, allí el embudo está de frente. Los pétalos reflejan la luz del sol y hacen que la jungla gire en esa dirección.

—Hablas como si la jungla fuese una criatura completa, que piensa.

Kara sonrió.

—Eso no es muy exacto. Ahora estamos bromeando. Los fuegos hacen que la jungla se seque por un lado.

—Oh.

—Hay decenas de formas de vida en la jungla. Una de ellas es una especie de… espina. Ese ser vive en las profundidades, y se alimenta de musgo muerto que se aparta del centro. En la jungla todo contribuye a algo. El follaje está formado por varios tipos de plantas que arraigan en las concentraciones del corazón de la jungla, pero que pudren y alimentan el corazón de la jungla y lo escudan si algo grande golpea contra ella. Nosotros también hacemos nuestro trabajo. Bajamos fertilizante —hojas muertas y basura y a nuestros propios muertos— y matamos a los parásitos en sus madrigueras.

—¿Cómo se mueve la jungla? El Grad no lo sabía.

—Los pétalos plateados giran la jungla para colocar el embudo en la parte donde la jungla es más seca. Si siempre estuviera seco, el embudo expulsaría vapor caliente.

—¿Así?

—Clave, ya es hora de apagar los fuegos. Tengo que decírselo a los otros. Volveré.


Minya siguió a Dloris a través de los retorcidos túneles enramados. La presión de Minya en el brazo de Jinny se había aflojado; la volvería a sujetar si Jinny hacía cualquier otra locura. Pero la boca del árbol, y cualquier oportunidad de saltar hacia el cielo, se alejaban con cada paso que daban.

El camino entre los túneles se retorcía, Minya no sabía exactamente dónde estaba. Entre las ramas medias, pensó; y la mata podía estrecharse hasta la punta. No podía ver madera sólida más que desde el camino que señalaban las ramas espinosas, con la rama muy por debajo y a la izquierda. Más adelante pasó junto a un túnel espinoso y pudo escuchar las risas de los niños y los gritos de los decepcionados adultos: las escuelas. Podría volver a encontrar aquel sitio de nuevo.

La boca de una choza tejida se abrió sobre ella. Dloris se detuvo.

—Minya. Si alguien pregunta… tanto tú como Jinny creéis que estáis preñadas. Así el Aprendiz del Científico os examinará a las dos. Jinny, voy a hablar de ti con tu hermana, y espero que nadie se entere de mis asuntos.

Alcanzaron la choza. Dloris las empujó dentro. En el interior había dos hombres, uno vestido de azul, de la Armada, el otro…

—¿Tú quién eres? —preguntó Dloris.

—¿Señora Supervisora? Soy Jeffer, el Aprendiz del Científico… otro aprendiz. Lawri está ocupada con otras cosas.


Encontrarse con Jinny y con Minya era más de lo que Grad había esperado.

Presentó a las mujeres a su escolta de la Armada: Ordon parecía bastante interesado. Ordon y Dloris se quedaron mientras el Grad preguntaba a Jinny. No podía estar embarazada, se había equivocado en las cuentas, y así se lo dijo. Ella y Dloris asintieron como si lo esperasen y se marcharon de la choza por la parte trasera.

El Grad la hizo a Minya las preguntas adecuadas. Había menstruado doce sueños antes de que se desmantelase el Árbol de Dalton-Quinn. El Grad se dirigió al hombre de la Armada.

—Tengo que examinarla.

Ordon entendió la indirecta.

—Esperaré fuera.

El Grad explicó lo que necesitaba. Minya se quitó la lazada del poncho, lo levantó y se colocó encima de la mesa. El Grad la palpó el abdomen y los pechos. Comprobó las secreciones de su vagina con los jugos de plantas que Klance le había enseñado a utilizar. Había practicado ligeramente la técnica de examen en la Mata de Quinn, con la supervisión del Científico, como parte de su entrenamiento. Una vez.

—Sin problemas. Un embarazo normal —dijo—. Hay un huésped que esperar.

Minya suspiró.

—De acuerdo. Dloris también lo dice. Por lo menos he tenido una oportunidad de verte. ¿Podré ver a Gavving?

—La regulación es correcta, pero… sigues siendo asequible para los ciudadanos, ¿verdad?

—Sí.

—¿Minya, puedo decirle esto a Gavving?

—Déjame pensarlo. —Minya corría adelantándose a sus recuerdos. Algunos parecían confusos, y le gustaba que estuvieran así. ¿Se parecería a Gavving? Pero el enano arrogante la había reclamado por dos noches…— No. ¿Quién es el padre? ¿Puedo saberlo?

—No.

—Díselo. Ya veremos lo que pasa cuando veamos a quién se parece el niño.

—Conforme.

Jinny y Dloris habían bajado hasta el lugar donde estaban las mujeres embarazadas, situado a una distancia apropiada y segura. Afortunadamente, el guardián del Grad era un hombre. Una mujer podría no haberlos dejado solos durante el examen. Aún en posición de reconocimiento, Minya dijo:

—Quédate donde estás por si Ordon echa una mirada a escondidas. Grad, ¿hay alguna posibilidad de salir de aquí?

Mantener la cabeza tranquila en aquellas circunstancias no era fácil, pero el Grad se esforzó por conseguirlo.

—No os mováis sin mí. Lo procuraré. No podremos hacer nada hasta que no dejemos inutilizado el mac.

—No estaba segura de que estuvieras con nosotros.

—¿Con vosotros? —Estaba asustado… pensaba que tenía sus dudas. ¡Allí había mucho que aprender! ¿No les pasaba lo mismo a los demás, a Gavving o a Minya?—. ¡Por supuesto que quiero liberaros! Pero hagamos lo que llagamos, siempre que tengan el mac podrán pararnos. ¿Has visto ese enano que no hace más que dar vueltas? —Como Harp, pensó, aunque Minya no conocía a Harp.

—Le conozco. Mark. Actúa como si midiera tres metros de alto, pero mide menos de dos. De cuerpo ancho, montones de músculos; le gusta enseñarlos. —Los restos de magulladuras que aun quedaban en brazos la ayudaban a recordarlo.

—Es importante. Es el único que puede emplear la antigua armadura.

—¿Podemos hacer que tenga un accidente?

—Si fuera preciso. No lo haremos hasta que estemos reparados para entrar en acción.

Súbitamente, Minya rió.

—Admiro tu frialdad.

—¿De veras? Baja la vista. Minya lo hizo, y se ruborizó y se tapó la boca.

—Cuando te vi por primera vez pensé …no, no te muevas. Recuerda al guardia.

El Grad asintió y se quedó donde estaba.

—Grad… —dijo Minya— mi huésped… Espero que sea de Gavving, pero si todo va bien, no importa. Deja… —Minya susurraba las palabras, pero el Grad continuaba moviéndose. Ella terminó con una risa sin aliento—… que esto solucione tus problemas.

El poncho resultaba absurdamente conveniente. El Grad tuvo que morderse fuertemente la lengua para mantenerse en silencio. La mantuvo así durante unas decenas de latidos—. Gracias. Gracias, Minya. Ha sido… ella es… le daba miedo renunciar a las mujeres.

—No lo hagas. —La voz de Minya era ronca. Súbitamente se rió—. ¿Ella?

—La otra aprendiz es un ciudadano que me trata como fuera un copsik ladrón. Como si fuera basura para la boca del árbol, o un espía. De todos modos, es mi problema. Gracias.

—No ha sido un regalo, Grad. —Se agachó para tomarle las manos—. Me pone enferma que me traten como a una copsik. ¿Cuándo nos liberaremos?

—Pronto. Hay que hacerlo. El Primer Oficial está hablando. Movemos el tronco tan cuidadosamente como es posible.

—¿Cuándo será eso?

—Dentro de unos días, quizá menos. Lo sabré cuando regrese a la Ciudadela. Lawri está ya con la cuenta atrás del sistema de motores del mac. Habría dado cualquier cosa por estar en los dos sitios al mismo tiempo, pero no podía perder la ocasión de hablar contigo. ¿Puedes pasarle a Gavving un mensaje?

—De ninguna forma.

—Vale. Hay un grupo de chozas bajo la rama, y allí es donde están las mujeres que esperan huéspedes, para que la gravedad les afecte durante el desarrollo de los niños. Así es. ¿Hay alguien en la boca del árbol que pueda luchar junto a ti?

—Es posible. —Ella pensó en Heln. —Quizá no es bastante. Sube a la boca del árbol. Si pasa algo, agarra a Jayan y a cualquiera que pienses que lo necesita y sube. Hay un montón de hombres que se pasan el tiempo en la cima de la boca del árbol. Esperemos que Gavving y Alfin estén allí. Pero espera hasta que pase algo importante.

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