Nueve — La balsa

El estanque era una pequeña y perfecta esfera a veinte klomters de la Mano del Controlador; una gota gigante de agua que arrastraba un tallo de bruma en dirección hacia el sol. Cuando el sol brillaba tras él y lo atravesaba, como hacía en aquel momento, Minya vislumbraba unas sombras que se agitaban en su interior.

Estaba yendo a la deriva.

Los extremos del árbol estaban muy lejos y todavía separándose: la Mata de Dalton-Quinn derivaba hacia afuera y hacia el oeste, la Mata Oscura hacia dentro y hacia el este. El rastro de humo que las unió empezaba a desdibujarse, salvo por oscuras corrientes que no eran más que indecisas nubes de insectos.

Algo surgió del estanque, y el estanque se onduló y convulsionó. La criatura era grande incluso a aquella distancia. Era difícil distinguir su forma, pero parecía algo así como una boca con aletas. Minya la observó a disgusto. No parecía dirigirse hacia ellos. Aleteaba hacia la pista de humo.

Un perdido grupo de ciudadanos flotando sobre la Mano del Controlador. Todos no podían agarrarse a ella. No había sitio, y el hongo no podía acogerlos a todos a la vez. Usaban púas y ronzales y parecían sentir cierta desgana por acercarse demasiado a Minya.

El más viejo, Alfin, colgaba del tallo. Había perdido su expresión aterrorizada, pero no hablaba, ni se movía.

El Grad estaba observando a Minya. Le dijo:

—Miin Ya. ¿Es así?

—Casi. Minya.

—Ah. Minya… si alcanzamos tu extremo del árbol, ¿nos ayudarás para que nos unamos a tu tribu?

Todos los ojos estaban puestos en ella. Los del más viejo parecían desesperados. Bueno, al fin había llegado el momento. Minya habló.

—Tenemos sequía. Demasiadas bocas para alimentar.

—Es probable —dijo el Grad—, que tu sequía se acabe ahora. Allí hay agua.

—¿Tú eres el aprendiz del Científico de la Tribu de Quinn?

—Así es.

—Lo acepto porque lo dices. ¿Desde cuándo nueva agua hace crecer nueva comida? En ningún…

—Ahora habrá pájaros devoradores en el viento…

—¡Yo no quiero volver! —Bien, lo había dicho.

—¿Has cometido algún crimen? —preguntó Clave.

—Estaba pensando cometer un crimen. Lo había cometido. ¡Por favor!

—Dejémoslo. Pero si nos pasamos aquí toda la vida, ésta no va a ser muy larga. Cualquier familia triuna que pase puede pensar que somos un apetitoso bocado de champiñón. O aquella boca voladora que salió del estanque hace un minuto…

—¿No podemos buscar otro árbol, uno en el que no haya nadie? Sé que ahora no podemos ir a ninguna parte, pero si podemos intentar ir a la Mata de Dalton-Quinn, ¿porque no intentar ir a otro árbol? No los convencería Pero quizá lograra distraer su atención. De todas formas, siempre será mejor que lo que estamos haciendo ahora. Podemos comernos la Mano, pero, en ese caso, no podríamos agarrarnos a ella. Necesitamos un sitio donde amarrarnos.

Minya señaló.

—Aquello.

Aquello era una desgarrada plancha de corteza, de diez metros de largo y la mitad de ancho, a su altura y a unos cien metros de distancia. La mayor parte de su velocidad de giro se había perdido con la fricción del aire. Clave (¿el Presidente?) dijo:

—La he estado observando todo el día. No está lo suficientemente cerca. ¡Comida de árbol, si pudiéramos movernos, iríamos a por el estanque!

—Quizá —dijo el Grad— el árbol haya dejado un vacío parcial. Eso podría arrastrarnos. Podemos esperarlo.

—Podemos hacer más que eso. Podemos acercarnos más a la corteza. —Minya buscó sus armas.

Una mano se aferró a su muñeca, los dedos la rodeaban casi dos veces.

—¿Qué piensas que estás haciendo? Largos, fuertes dedos que no sentían escrúpulos por tocar a otro ciudadano. Había hombres como Clave en la Mata de Dalton-Quinn. Ellos habían empujado a Minya al Pelotón de Triuno… Minya sacudió la cabeza, violentamente. Estaba prisionera y había llegado hasta allí como una asesina. Habló lenta, cuidadosamente.

—Pienso que puedo clavar una flecha enlazada en aquel pedazo de madera.

Clave dudó, luego la soltó.

—Adelante, inténtalo.

Minya utilizó el arco metálico de Sal. La flecha se fue ralentizando mientras volaba, y luego empezó a desviarse. Lo intentó nuevamente. Dos flechas colgaron a los extremos de flácidas cuerdas. Hubo murmullos de disgustos cuando Gavving empezó a enrollar los cabos.

—Me gustaría intentarlo —dijo Clave tomando el arco. Cuando disparó, la cuerda le rozó el antebrazo y maldijo. La flecha se detuvo enseguida.

Minya nunca se ponía nerviosa. Tomaba decisiones rápidamente, importantes o no: aquello también la había ayudado a meterse en el Pelotón de Triuno.

—Mantén el brazo izquierdo recto y rígido —dijo— Tira tan fuerte como puedas. Retuerce la cuerda un poco a la derecha y así no te darás en el brazo. Mira a lo largo de la flecha. Ahora, no te muevas.

Levantó el bucle de cuerda y lo arrojó tan fuerte como pudo en dirección a la plancha de corteza. La flecha no tendría que arrastrar ya tanto peso.

—Cuando estés dispuesto.

La flecha avanzó a toda velocidad. Se clavó en una esquina de la corteza y allí se quedó. Clave empezó a hacer presión sobre la cuerda, lenta. Se acercaba lentamente. La flecha se soltó.

Clave repitió el ejercicio sin dar signos de impaciencia. La corteza estaba ya unos cuantos metros más cerca. La alcanzó nuevamente y tiró de la cuerda como si estuviera luchando con algún gran pájaro devorador.

La corteza se acercaba a ellos. Clave clavó otra flecha profundamente en la madera. Cruzaron por la cuerda. Minya notó el suspiro de Alfin al encontrarse de nuevo a salvo atado a la madera.

Y también se dio cuenta de lo que hacía Clave.

—Bien hecho, Minya. —Pero se quedó con el arco.

—Usaremos el otro lado de la corteza como aseo —les instruyó Clave—. De momento, la corteza es todo lo que tenemos, así que no es cosa de tenerla sucia. Cuando deis de comer al árbol, el fertilizante que se vaya hacia afuera.

—Flotará alrededor de nosotros —dijo Alfin, sus primeras palabras en horas. Debía haber visto cómo le miraban—. Sí, tengo una idea mejor. Ir al borde cuando se tengan ganas de alimentar el árbol. El giro hará que se aleje de nosotros. ¿No es así, Grad?

—Sí. Bien pensado.

Minya masticaba hongo-abanico. Era fibroso y casi sin sabor, pero la refrescaba, y aquello era suficiente. Miró largamente hacia el estanque, que no se había aproximado. Tan cerca, tan lejos…

Se habían comido la carne ahumada hasta los huesos, para evitar que se estropease. Quizá había sido un error. Tenían la tripa llena, incluso muy llena, pero aquello les había dejado sedientos. Podían llegar a morirse de sed.

Salvo por ese problema, las cosas iban bien.

El chico de cabellos dorados, Gavving: ella había hecho una buena elección. Puede que él pensase que le debía la vida. Quizá fuera cierto. Por inofensivo que pareciera, Minya le había visto matar dos veces. Era mejor como aliado que como enemigo.

No podía juzgar a Alfin. Si le daba miedo caer, no tardaría en estar muerto.

Merril era otra cosa. Sin piernas, ¡pero capaz de usar los puños como otra mujer los pies! Después de todo lo que había vivido, tendría que ser fuerte. Más aún: debido a su incapacidad, ella no tenía amigos. Debería pensarlo. Minya intentaría hacerse amiga de Merril.

El Grad era un soñador. No había dado señales de saber si Minya estaba viva o muerta.

Clave era el macho dominante. Quizá aún la consideraba como una enemiga. Pero ella les había llevado hasta la balsa y había dejado que Clave se quedara con la gloria. No importaba. Si Clave pensaba que le era necesaria, mejor para ella.

¿Pero qué otra cosa podía querer que hiciera? Jayan y Jinny: ambas actuaban como si Clave les perteneciera, o viceversa. Dos mujeres compartiendo al mismo hombre no era algo inaudito. Parecían aceptar las decisiones de Clave. ¿Pero aceptarían un posible terceto? Si le era posible, lo mejor era mantenerse alejada de Clave.

Quizá pudiera resolver aquel problema…

Merril habló a través de un prodigioso bostezo.

—¿Es ya la hora de dormir? Yo personalmente me siento como si me hubiera golpeado en la cabeza.

—Quiero que siempre haya alguien despierto a ambos lados del árbol —dijo Clave—. ¿Hay alguien que no tenga sueño?

—Yo no tengo —dijo Alfin.

Así que Alfin y Jayan montaron la primera guardia del día. Gavving y Merril serían los próximos, luego… Minya necesitaba descanso. Física y emocionalmente estaba exhausta. Se arrellanó para dormirse, flotando muy cerca de la corteza, medio serpenteando en una posición fetal.

El sol estaba pasando hacia el norte de Voy. Minya medio percibió la actividad de los ciudadanos mientras daban la vuelta al otro lado de la corteza, alimentando el árbol. Clave y Jinny se mataban las chinches mutuamente Jayan desapareció rodeando el borde. Alfin… Alfin rondaba cerca de ella. —¿Minya?

Ella se enderezó.

—Alfin. ¿Qué quieres?

—Te quiero para que seas mi mujer.

De pronto se sintió completamente despierta. No podía permitirse hacer enemigos. Cuidadosamente, le dijo:

—No he considerado todavía el matrimonio. —¡Alfin no había reconocido su uniforme!

—Sería una locura despreciarme. ¿Qué mejor modo de convertirte en una de nosotros?

—Consideraré lo que dices —contestó, cerrando los ojos.

—Soy un hombre respetado. En la Mata de Clave supervisaba las atenciones de la boca del árbol.

Los brazos de Minya se abrazaron a sus rodillas y haciéndole parecer una bola, sin que ella se lo hubiera propuesto.

La mano de Alfin tocó su hombro.

—Minya, en este trozo de corteza, no tienes mucho donde elegir. Has llegado como una asesina. Alguno de nosotros todavía puede que te considere así.

No quería dejarla sola. Minya intentó que su voz sonase fría, pero sólo profirió un sonido amortiguado.

—Tu argumento es bueno. Podría casarme con uno de vosotros. Clave es recomendable, ¿o no?

Alfin rió.

—Tres veces.

—Sorprendente. ¿Y el Grad?

—Estás jugando conmigo. Considera mi oferta. —Alfin vio que ella estaba sollozando.

Minya estaba horrorizada, pero no podía detenerse. Los sollozos la sacudían convulsamente. Ni siquiera podía apagar los sonidos de su llanto. Ella buscaba a un hombre, cierto, ¡pero no a aquel hombre! ¿Tendría elección? Se podría ver forzada a tener por compañero a aquel lisiado, a aquel hombre abrasivo, sólo para impedir que la Tribu de Quinn la matase. O podría hablarle de su juramento al Pelotón de Triuno que nunca la dejaría casarse. Aquello era demasiado.

—Yo… volveré cuando te sientas mejor. Percibió la congoja y el sentimiento de culpabilidad de Alfin; luego silencio. Cuando se obligó a volver a mirar, le vio deambulando entre los durmientes (¿cautelosamente?) para alcanzar el borde más lejano de la corteza.

Minya había perdido su hogar, su familia, sus amigos; estaba perdida en el cielo, abandonada entre extranjeros. ¡Copsik! ¿Quién podía imponerle que tomase tal decisión? ¡Asqueroso copsik alimentador del árbol!

Las lágrimas se secaban sobre su rostro. Por lo menos, ninguna compañera del Pelotón de Triuno la había visto en aquella situación vergonzosa. Descubrió que sus lágrimas habían alejado a Alfin… habían vuelto a funcionar como defensa primaria igual que cuando sólo tenía catorce años.

Pero, ¿qué podía hacer? No había conseguido dejar muy tranquilo al viejo. Alfin había dicho una verdad parcial, una que ella realmente había considerado: casarse era el modo más eficaz de integrarse en la Tribu de Quinn.

…Y Minya descubrió que pese a todo ya había tomado una decisión.

¿Sería arriesgado seguir durmiendo? Debía hacerlo. El sol era una mano inmensa más allá de Voy; Minya se acurrucó y se durmió.


Cuando el sol volvió a acercarse a Voy, Minya despertó. Algunos tenían habilidad. Minya podía decirse a sí misma cuándo debía dormir y cuándo despertar, y lo hizo.

Flexionó los músculos sin moverse demasiado. Estaba sedienta. A su alrededor, se notaba un movimiento agitado. El Grad parecía estar teniendo una pesadilla. Le observó hasta que se quedó quieto.

Alfin sacudió a Gavving para que despertase, luego a Merril. Alfin se tumbó mientras Gavving desaparecía yendo hacia su puesto en el lado más lejano. Minya esperó por un largo momento hasta que Alfin y Jayan se quedaron dormidos.

Alfin agarraba la corteza con los dedos de las manos y los pies y, por lo que Minya podía ver, con los dientes. Apretaba la cara contra la corteza, apartándola del cielo. Alfin nunca dormía de aquella manera; pero no quería ver a nadie.

Minya se desenroscó y se dirigió hacia el borde de la corteza. Merril la observó mientras se acercaba. Minya se agitó y se impulsó hacia la cara más pulida de la plancha.

Gavving la vio llegar. Empezó a alejarse para… ¿dejarla en privado? Ella le llamó.

—¡Espera! ¡Gavving!

Gavving se detuvo.

—De acuerdo. —Pero se notaba una cierta desconfianza.

Ella trató de tranquilizarlo.

—No tengo ningún arma —dijo, y luego—: Oh. Lo demostraré.

—No hace falta que…

Se quitó la blusa por encima de la cabeza y la ató a la corteza. Se acercó mucho, buscando puntos de apoyo que la ayudaran a mantenerse erguida. Su gateo carecía de la dignidad que ella deseaba. Por lo menos, había perdido el aspecto de gorda embarazada del Pelotón de Triuno.

—No tengo bolsillos en los pantalones —dijo—. Puedes verlo. Quiero contarte por qué no deseo volver a la Mata de Dalton-Quinn.

—¿Por qué? —Gavving quería mantener los ojos apartados del cuerpo de Minya, fijarlos en su rostro—. Creo que estoy dispuesto a escucharlo. Tengo fama de preguntar sobre cuestiones embarazosas. —Intentó reír; pero la risa se le clavó en la garganta—. ¿Acaso no debería oírlo alguien más?

Minya sacudió la cabeza.

—Sin ti, podrían haberme matado. Gavving, déjame que te cuente cosas sobre el Pelotón de Triuno.

—Ya lo has hecho. Sois combatientes, y todas sois mujeres, incluso el hombre.

—Eso es cierto. Si un hombre quiere convertirse en Mujer, o si una mujer nunca quiere quedarse embarazada, se une al Pelotón de Triuno. Así puede ser útil a la tribu sin necesidad de hacer niños.

Gavving lo asimiló.

—Si no quieres tener niños, ¿ellos te hacen combatir?

—Así es. Y no sólo combatir. Te destinan a las misiones peligrosas. Esto… —Se bajó el borde de los pantalones y Gavving se sobresaltó, retrocediendo al ver la cicatriz. Corría medio metro desde sus cortas costillas hasta más abajo de la cadera—. La punta de la cola de un pájaro-espada. Si no llega a explotar la vaina surtidor me hubiera esparcido por el cielo.

Súbitamente, Minya se preguntó si Gavving podría considerar aquello como un defecto más que como algo de lo que podía sentirse orgullosa.

—Tres de nosotros —dijo Gavving— luchamos contra un pájaro espada hace pocas vigilias. Sólo volvimos dos.

—Son peligrosos.

—Así es. ¿No te gustan los hombres?

—No me gustaban. Gavving, yo sólo tenía catorce años.

La miró fijamente.

—¿Por qué iba un hombre a querer preocuparse por una chica de catorce años de edad?

Minya no había pensado que todavía fuese capaz de reír, pero lo hizo.

—Quizá por el modo en que miraba. Pero todos… se preocupaban por mí, y el único camino de huir era en los Triunos.

Gavving esperó.

—Y ahora tengo veintidós y quiero cambiar de forma de pensar y no puedo. Nadie cambia de forma de pensar cuando se enrola en el Pelotón de Triuno. Moriría por sólo preguntarlo, y yo lo pregunté… —Dejó que su voz se elevara. Aquello no estaba desarrollándose como lo había planeado. Susurró—: Me dijo que se avergonzaba de mí. Quizá lo contará. No me importa. No voy a volver.

Se acercó a ella, como si dándole una palmada en el hombro pudiera cambiar sus pensamientos.

—No lo lamentes. No vamos a ir a ninguna parte. Si podemos, bueno, un árbol vacío podría ser una buena meta.

—Y quiero hacer niños —dijo Minya, y esperó.

Debería comprenderlo. Gavving no se movió.

—¿Conmigo? ¿Conmigo?

—Oh, comida de árbol ¿por qué no eres lógico? De acuerdo, ¿con quien más podría hacerlos? El Grad vive encerrado en su cabeza. Alfin con el miedo a caer. ¿Clave?

Me alegro de que esté aquí, es un buen líder, Pero Clave… ¡y los tipos como Clave fueron los que principalmente me empujaron a los Triunos! Me asusta, Gavving. Yo te vi matar a Sal y a Smitta, pero todavía no me das miedo. Pienso que hiciste lo que debías. —Inmediatamente, supo que había dicho algo equivocado.

Gavving empezó a temblar.

—No las odiaba. ¡Minya, estaban matándonos! Sin decir palabra. Eran tus amigas, ¿no es cierto?

Minya asintió.

—Ha sido muy mal, muy mal día. Pero yo no voy a tenerlo siempre presente.

—Todo por un hongo-abanico.

—Gavving, no me rechacéis. No… podría resistirlo.

—Yo no te rechazaré. Nunca he hecho esto antes.

—Ni yo tampoco. —Minya se quitó los pantalones, pero no había ninguna espina donde atarlos. Gavving se dio cuenta del problema y sonrió. Clavó una escarpia en la madera y le ató dos ronzales. En uno, ató primero los pantalones de Minya, y luego su propia túnica y pantalones. El otro lo anudó alrededor de su cintura.

—Estoy vigilando —confesó.

—Es un alivio. Yo nunca lo he hecho. —Se acercó y lo tocó. En una ocasión un hombre la había obligado a hacer eso, contra su voluntad, pero no era lo mismo.

Había pensado en dejar que todo siguiera adelante por sí solo. Pero no era así. Minya usaba sus pies como manos auxiliares, para empujar a Gavving contra ella. Estaba precavida contra el dolor; algunas de las integrantes del Pelotón de Triuno no se habían unido a él siendo todavía vírgenes. Minya sabía que podía ser mucho peor.

De pronto, Gavving pareció volverse loco, como si quisiera hacer una persona de dos. Minya se abrazó a él y esperó a ver lo que pasaba… ¡y también le pasaba ella! Había tomado aquella decisión en la fría secuela del desastre, pero había cambiado, deseaba estar unida para siempre, impulsarlo más dentro de ella… no, no se separarían… sería interminable… interminable.

Cuando Minya recobró el aliento, dijo:

—Nunca me habían dicho nada de esto.

Gavving exhaló un vasto suspiro.

—A mí me lo dijeron. Tenían razón. Eh, ¿no te habré hecho daño? —La atrajo hacia sí, un poco, y miró hacia abajo—. Hay sangre. No mucha.

—Duele. Estoy pensando. Gavving, tenía tanto miedo. No quería morir virgen.

—Tampoco yo —dijo Gavving sobriamente.


Una mano sacudió los calcetines del Grad y le sacó de una pesadilla.

—¡Uh! ¿Qué…?

—Grad. ¿Puedes pensar en alguna razón para que Gavving quiera hacer un niño con una mujer?

—¿Con quién sino, con un hongo? —Sentía la cabeza atontada. Miró a su alrededor—. ¿Con quién, con la prisionera?

—Sí —dijo Merril—. Por ahora, no veo ninguna razón para pararles, salvo que ella pueda tener alguna idea en su mente. Alguien debe vigilarlos.

—¿Por qué yo?

—Porque estás más cerca.

El Grad se estiró.

—De acuerdo. Estaré vigilando. Seguiré las huellas de la prisionera.

La mirada de Merril se perdió en una sonrisa.

—Conforme, es bonito.

El Grad escuchó voces y asomó la cabeza, por el borde de la corteza. Gavving y Minya flotaban al extremo de un ronzal, totalmente desnudos, hablando.

—Ciento setenta y dos de nosotros —estaba diciendo Minya—. ¿Dos veces los que vosotros?

—Aproximadamente.

—De todos modos, demasiada gente para la mata. El Pelotón de Triuno no es un castigo. Es un refugio. No tenemos niños tan deprisa como podemos. Y sé que yo era buena. Lucho como un demonio.

—¿Necesitabas un refugio desde… eh, esto?

Una risa.

—Esto, y quedarme preñada. Mi madre se murió en el cuarto embarazo, y ese fue el mío.

—¿Tienes miedo ahora?

—Desde luego. ¿Te presentarías voluntario para quedarte embarazado en mi lugar?

—Claro.

—Demasiado bueno. —Se movieron al unísono. El Grad estaba intrigado y azorado. Su mirada cambió… y en el cielo se había abierto una boca.

La impresión duró sólo un momento. Una gran boca vacía se cerraba y abría una y otra vez. Giraba lentamente. Un ojo sobresalía por encima de una mandíbula: algo como una mano esquelética se cruzaba bajo otra. Estaba como a un klomter y aun así era grande.

La bestia se dio la vuelta, trabajosamente, manteniendo todavía la rotación axial. El cuerpo era corto, las alas anchas y diáfanas. No era una ilusión: la realidad era mucho más que boca y aletas, y lo suficientemente grande como para tragarse entera la balsa de corteza. La luz del sol se veía a través de sus carrillos.

Estaba cruzando las nubes de insectos abandonados desde el día del desastre. No era un cazador carnívoro. Bueno. ¿Pero no había una bestia parecida en los archivos del Científico? Con un nombre divertido…

Merril tocó el hombro del Grad y este saltó.

—Estoy un poco preocupada por ese comedor de insectos —dijo—. Estamos sumergidos en insectos, ¿lo habías notado?

—¡Notado! ¿Cómo no iba a notarlo? —Pero de hecho estaba intentando olvidarse de ellas. Las chinches eran criaturas que picaban, y estaban por toda la balsa de corteza, millones y millones de criaturas aladas que variaban de tamaño entre el de un dedo meñique y el de puntos que apenas podían verse—. Somos tan pequeños que puede devorarnos por accidente.

—Quizá. ¿Qué pasa con…?

—Yo diría que Gavving no está en peligro. Pienso que mantendrá los ojos abiertos.

—Qué bueno eres.

—Debemos estar alerta.

Todo el cuerpo de Minya se convulsionó con un reflejo de terror. Gavving dijo:

—¡Tranquila! ¡Tranquila! Sólo es el Grad.

Minya se relajó.

—¿Piensan que estamos haciendo algo malo?

—No, en realidad. De todos modos, puedo casarme contigo.

Gavving escuchó un incipiente tartamudeo cuando Minya dijo:

—¿Estás seguro de que quieres hacerlo?

De hecho, no lo estaba. Su mente dio un bandazo y giró. La destrucción del árbol no había sido más desconcertante que aquel primer acto de amor. Amaba a Minya, y la temía, por el placer que le había dado o por el que le había dejado de dar. ¿Pensaría ella que era su dueña? La lección del matrimonio de Clave, o lo que sabía de aquello, no había sido olvidada por él. Como Mayrin, Minya era mayor que su hombre…

A nadie le importaba lo que hiciera. Había cuatro mujeres en la Tribu de Quinn. Jayan y Jinny estaban con Clave; lo que sólo dejaba libres a Merril y a Minya. Gavving dijo:

—Estoy seguro. ¿Vamos a anunciarlo?

—Déjalos dormir —dijo Minya y se apretó contra él. Sus ojos siguieron una boca que se movía barriendo las nubes de insectos. Estaba muy cerca. No tenía dientes, sólo labios, y una lengua como una interminable serpiente buscadora. Giraba lentamente: un modo de vigilar el cielo entero para prevenir un peligro.

—Me pregunto si será comestible —dijo Gavving.

—Lo que yo tengo es sed.

—Debe haber algún modo de alcanzar el estanque.

—Gavving… querido… necesitamos dormir también. ¿No se ha acabado tu turno de guardia?

Su cara se agrietó con un gran bostezo, se cerró con una sonrisa.

—Voy a decir que me sustituyan.


El Grad estaba medio acurrucado en una posición fetal, roncando suavemente. Gavving tiró dos veces de su cuerda y le habló.

—Queremos casarnos.

Los ojos del Grad se desorbitaron.

—Muy bien pensado. ¿Ahora?

—No, podremos esperar hasta que acabe el tiempo de dormir. Te toca vigilar.

—De acuerdo.

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