Once — La jungla de algodón hilado

El mac no se parecía a ninguna otra cosa en el Universo. Todos sus ángulos eran rectos, por dentro y por fuera; todo plástico y metales, inanimada materia estelar. La luz blanca que resplandecía desde la pared dorsal no era ni la luz de Voy ni ninguna luz solar. Misteriosas luces gateaban a través del panel de control y de su arqueada ventana. El mac era móvil, y allí el Árbol de Londres se movía con la única ayuda del mac. Del mismo modo que el Árbol de Londres era una cosa viva habitada por otras cosas vivas, Lawri veía el mac como una forma de vida diferente.

El mac era un sirviente poderoso. Servía a Klance, el Científico, y a Lawri. A veces, el mac iba al cielo con hombres de la Armada que se comportaban como si fueran sus amos. En aquella ocasión, Lawri fue llevada también.

La ponía nerviosa no ser ella quien manejara al mac allí.

Mirando a través de la ventana arqueada, la jungla era verde, punteada con todos los colores del arco iris —incluidos puntos ultravioleta que eran las fuentes de calor. El piloto de la Armada apretó el botón de hablar y dijo:

—Vamos.

Varias inhalaciones se oyeron antes de que llegara a Lawri la palabra:

—Soltar.

El piloto pulsó los botones adecuados de los cohetes. Una corriente impulsó a Lawri hacia adelante contra sus correas. Los guerreros colgaban en redes por la parte exterior del casco. Se les pudo ver a través de la ventana arqueada mientras el mac desaceleraba. Una nube de hombres vestidos de azul celeste cayó hacia las ondulantes nubes verdes.

El piloto apartó sus dedos de los botones después (por las cuentas de Lawri) de doce inhalaciones. Ella estaba observando una hilera de números parpadeantes en una pequeña superficie frente al piloto. Los liberó al llegar a cero. Y la jungla dejó de moverse a través de la ventana arqueada del mac.

—Los salvajes aún no se han movido —informó. Ignoraba a Lawri, o intentaba hacerlo; sus ojos la miraron parpadeando y luego siguieron más allá. Se veía muy claro: una chica de diecinueve años no tenía sitio allí, dijera lo que dijera el Primero—. Están justo debajo del verdor. ¿Estás segura de que quieres que lo hagamos?

—No sabemos quiénes son. —El antiguo micrófono puso un graznido en la voz del Jefe del Pelotón—. Si son combatientes, nos retiraremos. No necesitamos combatientes. Si son no combatientes, escondiéndose…

—De acuerdo.

—¿Has encontrado cualquier otra fuente de calor?

—Todavía no. Todo ese verdor es un buen reflector hasta que no se le mira directamente. Podemos levantar algo de carne. Bandadas de pájaros salmón… Jefe del Pelotón, veo algo por el costado. Algo que cae hacia la jungla.

—¿Algo como qué?

—Algo delgado con gente colgando.

—Lo veo. ¿Podrían ser animales?

—No. Estoy usando ciencia —dijo el piloto.

—La superficie superpuesta sobre la ventana arqueada representaba puntos escarlatas arracimados unos junto a otros. Un enjambre de objetos (pájaros salmón, por ejemplo) que parecían mucho más anaranjados en aquella superficie. Bandadas de pájaros parecieron atrapados en la imagen: onduladas líneas de un más oscuro rojo sangre… El piloto se volvió y pudo ver a Lawri mirando. —¿Aprender algo, querida?

—No me llames querida —dijo Lawri estirada y evasivamente.

—Perdóname, Aprendiz del Científico. ¿Piensas que ya has aprendido lo suficiente como para hacer volar esta nave?

—No me gustaría intentarlo —mintió Lawri—, si tu quisieras enseñarme. —Aquello era algo que ella deseaba realmente intentar.

—Tomada nota —dijo el piloto sin lamentarse. Se volvió hacia el micrófono—. Aquella cosa golpea con bastante fuerza. Os digo que no es ninguna clase de vehículo. Esas personas pueden ser refugiados de algún desastre, justo lo que necesitamos para copsiks. Incluso puede que se alegren de vernos.

—Te los llevaremos cuando… podamos. —El Jefe del Pelotón parecía distraído, y con razón. Salvajes larguiruchos más altos que un hombre y que debían haber estado hirviendo al salir de la nube verde, cabalgaban en vainas amarillo verdosas más grandes que ellos mismos. Iban vestidos de verde, difíciles de distinguir del fondo.

Hubo un rápido intercambio de flechas entre los ejércitos cuando se acercaron uno al otro. Los guerreros del Árbol de Londres empleaban largos arcos de pie: el arco se agarraba con los dedos de uno o de ambos pies, la cuerda con las manos. La nube de flechas soltada por los salvajes se movía más lentamente, y las flechas eran más cortas.

—Arcos Cruzados —murmuró el piloto. Actuó los propulsores, apartando el mac de la lucha. Lawri había sentido cierta tranquilidad hasta que el piloto empezó a actuar.

—¡Ibas a poner en peligro el mac! ¡Esos salvajes pueden agarrarse a las redes!

—Cálmate, Aprendiz del Científico. Nos movemos demasiado deprisa para ellos. —El mac se curvó hacia atrás, rumbo a la masa de luchadores—. No los queremos tan cerca como para practicar la esgrima, no en caída libre.

Si el Científico lo deseaba, el mac nunca sería empleado en misiones de guerra. Colocar a bordo al Aprendiz había sido una gran victoria estratégica. El se lo había dicho:

—Lo único que te debe importar es el mac, no los soldados. Si el mac es amenazado, debes alejarlo del peligro. Si el piloto no quiere hacerlo, oblígalo.

El Científico no le había dicho cómo sofocar una lucha encarnizada, ni cómo hacer volar la antigua máquina. El Científico nunca había volado.

Los salvajes volaban hacia la ventana arqueada. Lawri pudo ver los ojos aterrorizados de los salvajes antes de que el piloto diera la vuelta al mac. Las tropas golpearon contra la panza del mac. Lawri se estremeció. Por aquella vez, no podía hacer nada. Más le gustaría ver agrietarse el mac que salvarlo… e incluso tendría que pagar un precio excesivo si conseguía volver a su hogar en el Árbol de Londres.

Los salvajes se estaban agrupando para atacar de nuevo. El piloto los ignoró. Condujo al mac hacia el centro de sus propios guerreros.

—Maravillosa huida —dijo el Jefe del Pelotón.

El mac giró y costeó a lo largo del algodón verde, hacia el sudeste. Los salvajes chillaron o se burlaron al verles partir. No tenían esperanzas de alcanzarlos.


Era tiempo de mirar, y tiempo de sentir miedo. Gavving intentó gastarlo todo antes de que llegara el fin.

Había curvas y ondulaciones de verde en la pared punteada de flores: amarillo, azul, escarlata, un millar de sombras y tonos. Los insectos formaban enjambres como nubes. Había pájaros de diversas formas, hundiéndose entre las sombras o entre las nubes de insectos. Algunos eran parecidos a cintas y se agitaban con un revoloteo, algunos tenían membranas colas triangulares. Algunos eran triangulares ellos mismos, con colas como látigos brotando de sus vértices.

Muy lejos hacia el este había un hoyuelo en el verdor, con forma de embudo, quizá de medio klomter de diámetro; las distancias eran difíciles de juzgar. ¿Podría tener una jungla, una boca de árbol? ¿Podría estar bordeada de gigantescos pétalos plateados? La flor más grande del universo se alzaba, detrás del horizonte de la jungla mientras caían.

La tormenta había ocultado una jungla. Gavving nunca había visto ninguna de cerca, ¿pero qué otra cosa podía ser? El moby lo ha planeado todo muy bien, pensó Gavving.

Los pájaros empezaban a percibir la masa que caía. Alas inmóviles y colas desdibujadas para hacerlas invisibles. Las bandas revolotearon, como si estuvieran siendo arrastradas por un fuerte viento. Largas formas como de torpedos emergieron del verdor para estudiar la descendente plancha de corteza.

Clave estaba impartiendo órdenes. —¡Inspeccionad los ronzales! ¡Protegeos! Algunas de esas cosas parecen hambrientas. Nos organizaremos después de chocar. ¿Alguien se ha dado cuenta de que puedo desaparecer?

Gavving pensó que veía el sitio donde iban a chocar. Una nube verde. ¿Podría ser tan suave como parecía? Este y norte, muy a lo lejos, más enjambre de… puntos a aquella distancia… podrían ser ¿hombres?

—Hombres, Clave. Esto está habitado.

—Los veo. ¡Comida de árbol, están luchando! Sólo necesitábamos eso, otra guerra. ¿Ahora qué? Grad, ¿puedes ver algo como una caja móvil?

—Sí.

—¿Y…?

Gavving localizó una cosa con forma de ladrillo de esquinas y bordes redondeados. Se movía de forma ostensible, dirigiéndose hacia la batalla. Un vehículo… grande… y tan resplandeciente como si estuviera hecho de metal o de vidrio. Hombres colgando de sus costados.

El Grad habló.

—Nunca he visto nada parecido a eso. Materia estelar.

La popa de la caja estaba erizada de estructuras acampanadas: cuatro en cada esquina y otra, mucho más grande, en el centro. Cerca había llamas invisibles, no llamas coloreadas, sino el color blanco azulado de Voy, y salían de un agujero de pequeño tamaño. El vehículo detuvo su giro y se alejó de la batalla.

—Con eso podríamos escoger un sitio —dijo Clave. Gavving se volvió y vio lo que Clave había estado haciendo: reventar sus últimas vainas surtidor para orientar el giro de la balsa a fin de que la parte inferior chocara primero. Parecía que la cosa funcionaba, pero la jungla estaba ahora fuera de la vista. Gavving se agarró a la corteza, y esperó.


Su cabeza estaba repiqueteando, su brazo derecho dolorido, su estómago buscando algo que expulsar, y además no podía recordar dónde estaba. Gavving abrió los ojos y vio el pájaro.

Era torpediforme, con la masa aproximada de un hombre. Colgaba por encima de Gavving, las largas alas extendidas e inmóviles mientras lo estudiaba con dos ojos inexpresivos hundidos en profundas cuencas. El otro lado de la cabeza del pájaro mostraba una cresta de dientes de sierra. Su cola era una cinta con forma de abanico; las cuatro costillas terminaban cada una de ellas en una garra ganchuda.

Gavving buscó a su alrededor buscando el arpón. El golpe se lo había arrebatado de entre las manos. Estaba alejado de él varios metros, girando lentamente. Agarró en su lugar el cuchillo y salió fácilmente de entre la vegetación en la que estaba medio enterrado.

—Soy carne ¿verdad? —susurró Gavving intentando qua pareciese una amenaza.

El pájaro vaciló. Dos compañeros se unieron a él. Sus bocas eran grandes, hoscas y cerradas. No están fanfarroneando, pensó Gavving.

Un cuarto pájaro pasó rozando la nube verde, moviéndose rápidamente, a la derecha de la cabeza de Gavving. Se volvió para cubrirse mientras el pájaro hundía en el follaje los garfios de la cola y paraba en seco. Gavving siguió donde estaba, medio cubierto por la balsa. Los Pájaros le observaban burlonamente.

Un arpón atado con un ronzal se clavó en el costado de uno de los pájaros.

Graznó. La boca abierta no tenía dientes, sólo un filo dentado. El pájaro giró como intentando librarse de lo que tenía clavado. Tras la cresta había un tercer ojo, mirando hacia atrás.

Los demás tomaron una decisión. Echaron a volar. Con los dedos de los pies anclados en el follaje, Alfin se acercó al pájaro hasta el alcance del cuchillo. Por entonces, Gavving ya había recuperado su propio arpón. Lo usó para apuntalar la cola del pájaro mientras Alfin terminaba de matarlo, una tarea que dejó las mangas de Alfin empapadas en una sangre rosada. Una amplia sonrisa le alisó las arrugas de un modo desacostumbrado.

—La cena —dijo, sacudiendo la cabeza como si hubiera bebido mucha cerveza—. No me lo creo. Lo hemos conseguido. ¡Estamos vivos!

Durante todos los años que había pasado en la Mata de Quinn, Gavving no recordaba haber visto nunca sonreír a Alfin. ¿Quién hubiera pensado que el mismo Alfin que estaba siempre taciturno en la Mata de Quinn iba a mostrarse feliz perdido en el cielo?

—Si hubiéramos chocado con algo sólido a la velocidad que íbamos —dijo—, estaríamos ya todos muertos. Casualmente, hemos tenido suerte.

Ciudadanos perdidos emergieron de las verdes profundidades. Merril, Jayan, Jinny, Grad… Minya. Gavving gritó y la envolvió con sus brazos.

—¿Dónde está Clave? —preguntó Alfin.

Los demás miraron a su alrededor. El Grad se ató una cuerda y saltó hacia la tormenta con un movimiento de giro.

—No lo veo por ninguna parte —gritó hacia abajo. Jayan y Jinny ahondaron entre el follaje. Minya las llamó.

—¡Esperad, no vayáis a perderos! —y se dispuso a seguirlas.

—Está aquí.

Clave estaba bajo la plancha de corteza. La movieron para sacarle de allí. Estaba medio inconsciente y se quejaba en voz baja. Tenía el muslo partido por la mitad y el blanco hueso se veía a través de la piel y la sangre.

El Grad se quedó atrás, remilgadamente; pero todos le miraron y aquella era, sin duda, una tarea del Científico. Indicó a Alfin y a Jayan que sujetaran los hombros de Clave, a Gavving que hiciera lo mismo con los tobillos. Después el Grad colocó los huesos en su sitio. Le tomó mucho tiempo. Clave volvió a la consciencia y a desmayarse otra vez antes de que hubiera terminado.

—La caja volante —dijo Alfin—. Viene hacia aquí.

—No hemos terminado —afirmó el Grad.

La caja de materia estelar cayó hacia ellos a través del claro aire entre el follaje y la nube tormentosa. Hombres vestidos con ropas azul celeste se descolgaron por los cuatro costados. El extremo acristalado se enfrentaba a ellos como un ojo gigantesco.

Los ojos de Clave se abrieron, pero su cerebro no comprendió lo que veía. Alguien estaba haciendo algo. Gavving habló.

—Alfin, Minya, Jinny, poned a salvo la plancha de corteza.

La dieron la vuelta hábilmente y la empujaron entre el follaje. Gavving se movió después, y Minya tras él, abriéndose paso entre la espesura hacia la oscura penumbra verdosa. El follaje era denso en la superficie. Bajo ella, había espacios abiertos y grupos de arbustos en flor.


—¿Grad?

El Grad levantó la cabeza.

—Científico.

—De acuerdo, Científico. Necesito un Científico —dijo Alfin—. ¿Puedes dejarle solo un momento?

Clave estaba medio consciente y lloriqueando. Dos mujeres serían suficiente para vigilarlo.

—Llamadme si empieza a moverse —les dijo. Avanzó, y Alfin fue tras él.

—¿Cuál es el problema?

—No puedo dormir.

El Grad rió.

—Hemos tenido un tiempo muy ocupado. ¿Quién de nosotros puede decir que ha dormido bien?

—No puedo dormir desde que pasamos por el punto medio. Estamos en una jungla, tenemos comida y agua, pero, Grad… Científico, ¡todavía estamos cayendo! —La risa de Alfin sorprendió al Grad; había en ella cierto toque de histeria.

Alfin no tenía buen aspecto. Sus ojos estaban hinchados, su respiración era irregular, y se mostraba tan nervioso como un pavo que va a servir de cena por la noche.

—Sabes sobre la caída libre lo mismo que yo —dijo el Grad—. Lo has aprendido igual que yo. ¿Te estás volviendo loco?

—Tengo esa sensación. Pero no estoy desvalido. Maté un pájaro que iba detrás de Gavving. —Por un momento, su orgullo salió al exterior.

El Grad meditó sobre el problema.

—Tengo un pedazo del borde escarlata de los abanicos. Ya sabes sus consecuencias. De todos modos, no querrás dormir ahora.

Alfin levantó la vista hacia el cielo. La caja de materia estelar se estaba demorando bastante, pero… —No.

—Cuando estemos a salvo. Tampoco tengo mucho sueño.

Alfin movió la cabeza y se volvió. El Grad esperó hasta ver hacia dónde iba. Deseaba estar solo para aligerar su nervioso estómago. Nunca antes había arreglado un hueso roto, y había tenido que hacerlo sin la ayuda del Científico…

Alfin se encaminó hacia Jayan y Merril y Clave. Volvió la vista una vez, y el Grad estaba contemplando el cielo.

Volvió a mirar hacia atrás de nuevo, y el Grad se había marchado. Jayan gritó.


La oscuridad y las extrañas, moteadas sombras los hacían casi invisibles, incluso entre sí.

—Podemos escondernos aquí —dijo Gavving.

Minya estaba asintiendo con la cabeza.

—Excavemos una madriguera profunda en la que quepamos todos. ¿Pero qué hacemos con Clave?

—Podremos empujarle hasta aquí. ¿Ves algún buen sitio?

—Ninguno —dijo Jinny—. Aquí podría hacerse daño. Gavving vio un tupido montón de ramaje en la parte de atrás de una solitaria rama espinosa. —Corta aquí —le dijo a Minya.

Ella no tenía espacio para volverse. Utilizó la espada como sierra, y le costó hacerlo como trescientas respiraciones, aproximadamente. Luego Gavving empujó el extremo liberado y descubrió que la masa entera se movía como un tapón. Salió al aire libre y miró a su alrededor.

—¡Merril! ¡Aquí!

—Bien —gritó Merril. Ella y Alfin remolcaron a Clave lacia la abertura, moviéndose a toda velocidad. La caja de un solo ojo estaba muy cerca. Los ocupantes debían de haberlos visto.

Se hundieron a toda velocidad, perdiéndose entre los profundos follajes. Pero…

—¿Dónde está Jayan? ¿Dónde está el Grad?

—Ha desaparecido —suspiró Merril—. Algo tiró de él lacia abajo… hacia la espesura.

—¿Qué?

—¡Muévete, Gavving!

Llevaron a Clave al interior y cerraron nuevamente el tapón. Gavving vio que la pierna de Clave había sido entablillada con una manta y dos de las flechas de Minya.

—Los hombres de la caja —dijo Minya— nos están siguiendo.

—Lo sé. Merril ¿qué tiró del Grad? ¿Un animal?

—No llegué a verlo. Sólo gritó y desapareció. Jayan tomó un arpón y se hundió en la espesura y vio que había gente desapareciendo en ella. Iba atada a una cuerda. Gavving, ¿podemos detenerla? Ellos también la habrán atrapado.

¿Por qué todo sucedía al mismo tiempo? La pierna de Clave, los raptores, la caja móvil…

—De acuerdo. Los soldados de la caja estarán locos si ¡tienen aquí. Esto es territorio de los nativos…

—Estamos aquí.

—Estamos desesperados… no importa, tienes razón. Vamos a ir tras Jayan ahora, pues ha debido ser llevada a esa reliquia de materia estelar. Merril… —¿Podría bajar Merril lentamente? En caída libre, probablemente no. Conforme—. Merril, yo, Minya. Vamos a seguir a Jayan y ver a dónde ha ido. Quizá podamos liberar al Grad. Jinny, tú y Alfin seguid adelante tan deprisa como podáis, con Clave. Merril, ¿dónde está la cuerda de Jayan?

—En alguna parte por allí. Comida de árbol, ¿por qué tiene que pasar todo al mismo tiempo?

—Ya.

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